inclinación de la Ymir y vio una locura:
propulsores disparándose por todo el fragmento,
iconos furiosos indicando que había muy poco
propelente, que no había tiempo suficiente, que
las toberas estaban sobrecalentadas. El punto
donde Markus acababa de chocar aparecía en
rojo, indicando que ya ni siquiera estaba
conectado al sistema. Gráficas al fondo de la
pantalla y una representación tridimensional del
fragmento en el espacio mostraban lo lejos que
estaban de donde querían estar.
Oyó una breve sinfonía de quejidos, gemidos
y restallidos, y sintió que la nave giraba a su
alrededor.
La imagen de vídeo de la Nueva Caird estaba
anegada de luz blanca, al activarse a toda
potencia su sistema de propulsión. Un vistazo
rápido a las gráficas de inclinación indicaba que
estaban pasando cosas muy buenas.
—Está bien —dijo Jiro—, pero ahora vamos a
pasarnos.
—No, si lo hago en el momento justo —dijo
Markus—. Deberíamos pasar por la inclinación
correcta justo en el momento del encendido del
851
apogeo. Después, sí, giraremos de más. Pero
tendremos tiempo de sobra para corregirlo.
A continuación un golpe y un exabrupto
interrumpieron la conexión. Markus maldijo en
alemán y luego se quedaron sin audio.
Dinah miró el vídeo para ver la Nueva Caird
inclinada en el ángulo incorrecto. La llama del
motor se apagó.
La estructura contra la que la Nueva Caird
había estado empujando cedió ante la potencia
del motor y se desmoronó, haciendo que la
pequeña nave se diese la vuelta. Estaba casi de
lado contra el hielo, con los restos aplastados del
sistema de propulsión encajados entre el casco de
la Nueva Caird y la popa de la Ymir.
—Hay un escape de algún tipo de gas —
comentó Jiro con tranquilidad—. O humo.
Tenía razón. El ojo no lo percibía de inmediato
porque en el espacio el humo se comportaba de
otra forma que en la atmósfera con gravedad.
Pero algo ardía, o al menos llameaba, en un lado
del casco de la Nueva Caird, a no más de unos
palmos del asiento de Markus.
852
—La tobera caliente del propulsor está
fundiendo el casco —dijo Vyacheslav.
Markus volvió a hablar:
—Jiro y Dinah, debéis prepararos para activar
el motor principal en el apogeo… —Se le cerró la
garganta y tosió varias veces. Cuando volvió a
hablar, estaba ahogado—. Dentro de unos dos
minutos. Concentraos en eso… iniciad el
procedimiento de encendido. Vyacheslav puede
ayudarme con este problemilla. —Tosía
convulsivamente—. Corto —dijo.
Dinah, desobedeciendo las órdenes, echó un
último vistazo al vídeo que mostraba el morro de
la Nueva Caird. Ya no podía ver a Markus a través
de la ventanilla frontal. Solo veía humo y la luz
estremecida y centelleante del fuego interior.
Comprender lo que pasaba fue como un
martillazo en la frente. Se agarró al borde de la
mesa y cerró los ojos; sintió que se le llenaban de
agua caliente, sintió los mocos que se le
escapaban de la nariz.
—Dinah —dijo Jiro—, la lista de arranque de
los transportadores se inicia ahora.
853
Ella abrió los ojos y vio manchas luminosas
donde deberían estar los elementos de control de
la interfaz.
—Si va a servir de algo —dijo Jiro—. Por
favor. —Levantó la mano y cerró el micrófono de
su auricular, para que no recibiese el sonido, y
añadió—: Probablemente puede oírnos.
Dinah alargó las manos y tecleó una orden.
—Transportador uno… —dijo—. Adelante. —
Pulsó Enter.
Y así recorrió toda la lista. Fue cada vez más
fácil. Jiro se dedicó a su parte con delicadeza,
tranquilidad y eficiencia. Y cuando el reactor
nuclear se activó a toda potencia, justo cuando
debía, Dinah se aseguró de comentarlo. En voz
alta. Por si Markus podía oírlos.
Solo entonces miró al vídeo. Esperaba ver el
lugar final de descanso de Markus, una tumba de
humo acre.
Pero allí no había nada, excepto una
estructura aplastada y Vyacheslav, de pie
agarrándose con una mano, mirando hacia popa.
De fondo, una estela de vapor del tamaño de
854
Manhattan producida por el reactor de Jiro.
—¿Slava? —dijo Dinah—. ¿Dónde está…?
—Cayó —respondió Vyacheslav—. Al
activarse el motor y acelerar. La Nueva Caird no
nos acompañó.
—¿Está…?
—Quedó atrapada en el penacho de vapor y
fue hacia atrás. Ya apenas puedo verla.
—¡Ay!
—¿Dinah?
—¿Sí, Slava?
—Markus ya estaba muerto.
—PARECERÍA UN CHISTE MALO si las
consecuencias no fueran tan nefastas —dijo Julia.
Hipnotizada, miraba en bucle un vídeo, la
transmisión final de la Nueva Caird antes de
perder el contacto por radio.
La gente que flotaba a su alrededor en el
Arquete Blanco —como habían acabado llamando
a la base de operaciones no oficial de Julia—
asintió e indicó su acuerdo con murmullos. Todos
855
leían el artículo, publicado apenas unos segundos
antes, del blog de Tav sobre la catástrofe de la
Ymir.
La excepción era Tekla, a la que había
distraído un detalle. Había una hoja de papel
fijada a la pared con cinta adhesiva azul. En la
hoja estaba impreso el sello del presidente de
Estados Unidos. En el universo solo quedaban
dos impresoras y las dos estaban en Izzy. Por
tanto, siguiendo un proceso de eliminación,
debieron imprimirlo en la Vieja Tierra, antes de la
Lluvia Sólida, con una impresora a la que le
empezaba a faltar el color cian. Era una hoja que
había sufrido mucho: estaba partida por la mitad
y la habían reparado con cinta transparente. La
habían doblado y arrugado, y luego la habían
alisado. Tenía los bordes desiguales allí donde
habían retirado trozos de cinta adhesiva. Y en el
espacio blanco bajo el sello del presidente y a su
derecha había una mancha marrón, un óvalo del
tamaño de un pulgar humano. De hecho, Tekla
estaba segura de que era una huella dactilar y
cuanto más miraba, más se convencía de que la
substancia marrón era sangre.
Miró a Julia a los ojos y se dio cuenta de que la
856
antigua presidenta esperaba que ella reaccionase
de alguna forma. Al contrario que la mayoría de
la gente, Tekla no sentía ninguna presión ni
obligación por cumplir tal expectativa. Julia, algo
perturbada por ese hecho, apartó los ojos y dijo:
—¡La verdad es que no acabo de entender del
todo la historia que nos cuentan!
—Es bastante rocambolesca —dijo uno de sus
ayudantes, un joven arquino con acento
estadounidense. Era uno de los ingenieros de los
VMI. El tono de voz daba a entender que le
divertía el absoluto descaro de los poderosos al
intentar que la gente se creyese semejante historia
y que él era demasiado listo para dejarse
engañar—. Se basa en la idea de que el casco
estaba fabricado con lo que sería plástico. Si se
calienta demasiado…
—Es como el plástico en un horno. Eso lo
comprendo —dijo Julia—. Se funde y apesta.
—La Nueva Caird se movió de tal forma que el
casco entró en contacto con una tobera
extremadamente caliente.
—Pero según la historia que nos cuentan,
Vyacheslav ya había apagado la tobera.
857
—Mantienen el calor mucho tiempo. En
cualquier caso, la tobera fundió el casco. Primero
provocó gran cantidad de humo tóxico; eso habría
bastado para matarlo. Luego, cuando el proceso
de fusión acabó perforando el casco, el aire escapó
por el agujero.
—Es horrible… si es cierto —dijo Julia. Miró a
Tekla, buscando alguna indicación en el rostro de
la visitante de que nada de aquello era cierto.
Tekla le devolvió una mirada inexpresiva—.
Adónde hemos llegado, me pregunto, cuando se
necesita una historia tan disparatada para
hacernos tragar… ¡chocar una nave contra otra!
Más murmullos de acuerdo.
Julia estaba lanzada.
—Y por lo que puedo ver, la jugada ni
siquiera ha resuelto el problema.
—Problema está resuelto —dijo Tekla.
Hablaba inglés con fluidez y era perfectamente
capaz de decir «El problema está resuelto», pero a
veces omitía el artículo para darse ventaja. A los
anglohablantes les resultaba misterioso e
impresionante. También era una reafirmación
implícita del orgullo ruso. Por el uso, el inglés era
858
el idioma del Arca Nube. Eso no cambiaría nunca,
pero con el tiempo el dialecto evolucionaría y los
rusos podían desviarlo en su dirección buscando
la forma de introducir su gramática y su
vocabulario en las conversaciones cotidianas—.
Encendido está completado —añadió.
—¡Pero la nave sigue girando sin control! —
dijo el joven estadounidense tan encantado con su
propia inteligencia.
—Giro lento —dijo Tekla—. No es problema.
Tiempo de sobra para corregirlo ahora que el
perigeo se ha elevado.
—¿Corregirlo cómo? Markus destrozó tres de
los conjuntos externos de propulsores ¡chocando
contra ellos! ¿Quién hace algo así? En cualquier
caso, solo quedan dos. ¡Es una realidad
fundamental de la física que no se puede
controlar un giro de tres ejes usando solo dos
propulsores!
—Gracias por explicarme realidad
fundamental —contestó Tekla—. Giro puede
eliminarse creando tobera asimétrica.
El silencio duró unos minutos. Uno de los
seguidores de Julia —Jianyu, un arquino de
859
origen chino, muy apasionado con la idea de ir a
Marte— daba la impresión de comprender. Tekla
hizo un gesto hacia él.
—Luego este hombre lo explicará. Mi tiempo
aquí es limitado.
—Sí, Tekla, y apreciamos enormemente que
hayas encontrado tiempo para reunirte con
nosotros —dijo Julia.
Tekla deseó tanto darle una bofetada que
incluso sintió la mano agitarse. Articulada con un
tono diferente, la frase que Julia acababa de
pronunciar podría haber significado lo que
indicaban las palabras. En su lugar, lo que
significaba era Han pasado despiadadamente de mí y
ya era hora de que alguien importante viniese a hablar
conmigo. Tekla tuvo casi la sensación física de que
esa mentalidad radiaba desde el cuerpo de Julia
para acabar infectando a los otros arquinos.
Como casi todos los que estaban a bordo del
Arca Nube, Tekla vestía un mono con múltiples
bolsillos, compartimentos, cartucheras externas y
demás. En uno llevaba un cuchillo con una hoja
de doble filo y diez centímetros de longitud. La
punta daría fácilmente con el corazón de J. B. F.
860
Tekla abandonó brevemente la conversación
mientras valoraba si hacerlo. Probablemente Julia
no esperase un atentado directo contra su vida…
aunque nunca se sabía con personas que tenían
esa mentalidad.
—¿Te gustaría informar de dificultades con la
RSG? Se han observado fallos repetidos —dijo
Tekla.
Julia presionó los labios con satisfacción y
miró a Spencer Grindstaff.
—Primera noticia que tengo —dijo Spencer.
La afirmación fue recibida por un silencio
impávido y perfecto.
Tekla se limitó a esperar. Pronto sucumbirían
a la tentación de presumir. Su entrenamiento en
espionaje no había sido muy extenso. Algunos
cursos básicos, algunas lecturas. La razón era
sencilla: era demasiado llamativa para ser espía.
Demasiado parecida al perfil de Hollywood. Los
espías de verdad pasaban desapercibidos. Así que
la habían echado del programa y la habían puesto
a trabajar en otros papeles, como el de atleta
olímpica, donde ser llamativa era una ventaja.
Pero había aprendido algunos de los preceptos
861
básicos. Y sabía una cosa: la vanidad de presumir
por los logros había traicionado más secretos y
destruido más carreras que cualquier otra
tendencia humana.
Miró a Grindstaff. Al contrario que la mayoría
de la gente, que rápidamente apartaba la vista, él
le devolvió la mirada, sonriendo.
—Es raro —dijo Tekla—, en el caso de alguien
con tus conocimientos.
—Fuentes y métodos —respondió él.
—Entonces limitaré mis palabras a lo que me
ha traído aquí —dijo Tekla. Lo que provocó un
inmediato intercambio de miradas entre Julia y
Spencer. Tekla no le prestó atención—. Por
razones de seguridad, es muy importante que
dispongamos de censo fiable de qué persona está
en qué arquete. A algunas personas les gusta
desplazarse, cambiarse por otras. Lo
comprendemos. Está bien. Pero problema de
seguridad se producen cuando, por ejemplo,
bólido da a arquete, aire escapa, no sabemos
cuánta gente hay, no conocemos sus necesidades
médicas, etcétera. Persona pequeña requiere
menos aire que persona grande.
862
Julia asentía.
—Te comprendo perfectamente, Tekla.
Hablando en nombre de la comunidad arquina,
puedo confirmar que aquí en el exterior reina una
mentalidad más informal. La percepción de
abandono por parte de los poderes de Izzy
produce cierta actitud de resentimiento. Cambiar
gente entre arquetes parece una forma inofensiva
de rebelión, pero es fácil pasar por alto las
consideraciones de seguridad que mencionas. Lo
que es un error. Yo diría que la confusión sobre el
grado real de amenaza al que no enfrentamos
mientras estemos…
—Mientras estemos confinados en el espacio
sucio —añadió Ravi Kumar.
—Sí, gracias, Ravi. Parece que un día oímos
una cosa, al día siguiente oímos otra.
—Estadística —dijo Tekla.
—Sí, eso es lo que nos dicen una y otra vez,
pero…
—No puedo decir más —añadió Tekla, y miró
de reojo a una de las pequeñas cámaras montadas
en el casco del arquete.
863
Esta vez Julia le sostuvo la mirada y, tras un
momento, le dedicó una mirada rápida a Spencer.
—Tekla, hace un minuto hablábamos de la
Red de Situación Global y Spencer estaba
contento; ese sentido del humor suyo. Pero no
tengo problema en decirte que gracias a Spencer
tenemos la forma de desconectar la RSG cuando
queremos mantener una conversación normal, sin
preguntarnos quién puede estar escuchando. Y
así lo hemos hecho ahora. Todo lo que digas aquí
y ahora no saldrá de este arquete.
Tekla dedicó una larga mirada panorámica al
círculo de parásitos y aduladores. Luego puso los
ojos en blanco.
—¡Todos fuera! —ordenó Julia—. Tú también,
Spencer. Solo Tekla y yo.
—Tu espionaje es de poca calidad —dijo
Tekla, cuando ya se habían dispersado todos por
los tubos de hámster hasta los otros arquetes de la
héptada de Julia.
—Lo sé —dijo Julia—. Es muy difícil montar
un servicio de inteligencia a partir de la nada.
Tengo que conformarme con lo que hay. Su
juventud, su inexperiencia y la transparencia a la
864
que están acostumbrados tras vivir toda su vida
en internet… todo eso dificulta hacer las cosas
como hay que hacerlas. Por eso necesitamos
personas con experiencia… personas que
adquirieron las aptitudes adecuadas.
—No es solo eso —dijo Tekla—. Eso es
evidente.
—¿Perdona? —Julia entrecerró los ojos—.
¿Qué se nos ha pasado por alto que no sea tan
evidente?
—No deberías darle más información a Zeke
Petersen —dijo Tekla—. A menos que quieras que
circule información falsa, para lo que sería un
canal efectivo.
Ivy, Zeke y Tekla habían hablado de ello, y
Zeke se había ofrecido como voluntario para que
Tekla lo acusase de traidor. Para él no tenía la
menor importancia y ayudaría a consolidar en la
mente de Julia la idea de que Tekla era agente
doble. En la Guerra Fría hubiera sido una jugada
evidente y de aficionado, pero aquello no era la
Guerra Fría. No era más que un pueblo de mil
quinientas personas con una antigua alcaldesa
que intentaba crear problemas.
865
Julia entrecerró los ojos y asintió lentamente.
Estaba fascinada.
—He estado pensando en él —dijo—. Me dio
la impresión de que me seguía la corriente, que se
limitaba a ser cortés.
—No un problema con Tekla —dijo Tekla.
A Julia eso le gustó. Se acercó flotando y tocó
brevemente el antebrazo de Tekla.
—Eso me gusta de ti, Tekla. Lo que se ve es lo
que hay.
—Sí. —Tras un silencio algo incómodo, Tekla
añadió—: Tú juegas a largo plazo. Paciente.
—Hasta cierto punto —dijo Julia. De pronto
su rostro y su actitud cambiaron, como si el rostro
lo hubiesen moldeado de nuevo con acero—. No
podemos permitirnos ser pacientes durante
mucho tiempo. La muerte de Markus lo ha
cambiado todo. Hasta ese suceso trágico, la
comunidad arquina podía esperar el regreso del
gran líder. Ivy era interina, así que podían pasar
por alto sus limitaciones. Ahora, todo el enjambre
empieza a ser consciente de que Markus no va a
regresar. Ivy tiene el poder. Para legitimar su
866
posición, Sal citará alguna cláusula recóndita de
la Constitución. Pero la legitimidad real deriva
del apoyo de los gobernados. Estará actuando
para consolidar su control de las riendas. Es uno
de esos momentos en los que los pequeños gestos
simbólicos pueden producir su mayor efecto. Por
eso, Tekla, los próximos días son tan importantes
para nosotros. Quizá la Ymir llegue, quizá no. No
podemos permitirnos esperar. Los preparativos
están en marcha. Dentro de tres días los arquetes
empezarán a liberarse del Arca Nube y
empezarán su épico viaje a la órbita alta. Puede
que los poderes fácticos teman aplicar la
estrategia de enjambre puro, por la pérdida de
control que supondría para ellos; pero la
comunidad arquina, cansada de estar confinada
tras un escudo ineficiente que la Lluvia Sólida
destruye lentamente, no sabe de esas limitaciones.
—La supervivencia del grupo liberado
demostrará la falsedad de las predicciones de
peligro por parte de la PoGen —dijo Tekla,
asintiendo—. El poder central se romperá.
—Por primera vez, la Constitución del Arca
Nube entrará en vigor —dijo Julia—, a pesar de
los sofismas del apologista Sal Guodian. Esa
867
Constitución, Tekla, como tú bien sabes, exige la
formación de una fuerza de seguridad. No la
guardia pretoriana que Markus reclutó, sino algo
real. No se me ocurre nadie mejor preparado para
dirigirla que tú.
—ANZUELO, SEDAL Y CAÑA —dijo
Spencer Grindstaff mientras él y Julia miraban
cómo el vifyl de Tekla partía con una serie de
igniciones.
—Está claro que se lo ha tragado —admitió
Julia—, pero no me gusta el tono de triunfalismo
de tu voz, Spencer. Lo que hemos descubierto de
verdad es que Ivy es una oponente formidable.
De alguna forma ha logrado que alguien como
Tekla esté de su lado. Y han elaborado una
estrategia bastante compleja para infiltrarse en
nuestra organización.
Grindstaff se encogió de hombros.
—Teniéndolo todo en cuenta, tampoco es tan
compleja. Bastante evidente, la verdad.
—Es fácil decirlo —dijo Julia— considerando
que tenemos un micro oculto en la Banana y
sabíamos lo que iban a hacer. Pero sin esa
información, Spencer, ¿crees de verdad que nos
868
habríamos dado cuenta? Me pareció que Tekla lo
hacía maravillosamente.
—Tienes que tener cuidado con ella: te odia
de veras. Y como mínimo portaba un arma.
—Gracias a Pete Starling —dijo Julia—, yo
también tengo un arma. —Metió la mano en su
bolsa y sacó un pequeño revólver, lo justo para
que Spencer viese las cachas. Volvió a guardarlo.
—A riesgo de insultar tu inteligencia —dijo
Spencer—, me gustaría recordarte las
consecuencias de disparar un arma así en el
interior de un vehículo espacial.
—No me ofendo. De hecho, he visto las
consecuencias. ¿Y sabes qué? El aire no se escapa
tan deprisa como parecería. En cualquier caso, me
dijeron que las balas de esta arma están diseñadas
para que exploten al impactar, por lo que es
menos probable que salgan del cuerpo.
—Qué genial —dijo Spencer—, siempre que le
aciertes al cuerpo.
—Si la cosa llega a las manos entre Tekla y yo
—dijo Julia—, no voy a fallar.
DINAH SOLO QUERÍA DORMIR. Desde que
869
la Nueva Caird había partido de Izzy apenas había
dormido cuatro horas seguidas y el último día,
aún menos. De cierta forma extraña, deseaba
dormir para poder hacer su duelo en condiciones.
Sabía que Markus había muerto, pero no lo había
aceptado de verdad. Y no lo haría mientras no
dejase de correr de una crisis a la siguiente.
El encendido había salido bien. La altitud del
perigeo de la Ymir se había elevado hasta el punto
de que la atmósfera no volvería a molestarlos.
Pero la nave seguía dando vueltas, aunque muy
despacio. Y Vyacheslav todavía recorría la
superficie externa con los pies atados a los Garros.
Al comienzo de esta actividad extravehicular,
Slava había salido por la esclusa de la Nueva
Caird, una nave que ya no estaba con ellos. Se
quedaba sin suministros. Antes de que se le
acabase el aire tendría que entrar en el módulo de
control, lo que podría hacer empleando una
esclusa instalada justo para ese propósito
adyacente al puerto de atraque, en el morro del
módulo de control enterrado. Al atravesarla,
entraría en el nivel superior del módulo, donde
podría respirar el mismo aire que los demás. Pero
había tomado la precaución de pasarse el
870
eenspektor y había descubierto que varios puntos
del traje emitían una radiación potente… allí
donde había entrado en contacto con la superficie
del fragmento.
—Me preocupaba —dijo Jiro—, pero no hay
nada que podamos hacer.
—¿Qué te preocupaba? —preguntó Dinah—.
Creía que la superficie estaba razonablemente
limpia.
—Lo estaba —dijo Jiro—, hasta el encendido
del perigeo. La tobera apuntaba hacia delante. El
viento echó atrás parte del vapor… la atmósfera
por la que pasábamos. Se condensó y se fijó a la
superficie del fragmento. Así que ahora hay
pequeños trozos de material radiactivo por todo
el exterior de la Ymir. Y algo de él se ha fijado en
el traje de Slava.
—Tiene que salir de esa cosa.
Jiro se encogió de hombros.
—El traje bloqueará la mayor parte de la
radiación beta.
—Quiero decir que tendrá que salir antes de
quedarse sin oxígeno.
871
—Eso es cierto.
—Lo que implica que tendrá que entrar.
—También cierto.
—Traerá la radiación al interior.
—Llevará semanas matarnos. Para entonces,
ya habremos cumplido con la misión. O no.
Al final, se les ocurrió una opción que no
implicaba morir. Consistía en fijar con cinta un
plástico sobre la escalerilla que unía el nivel
superior del módulo de control con el de abajo.
Antes de hacerlo, llevaron a él un suministro
generoso de comida y agua, junto con artículos de
aseo, un saco de dormir y otras cosas que
Vyacheslav pudiese necesitar. Slava pasó por la
esclusa cuando le quedaban pocos minutos de
aire, se quitó el traje y lo encerró en la cámara de
la esclusa, que bloquearía la mayor parte de la
radiación beta. Luego se quitó la ropa y se
descontaminó varias veces empleando toallitas
húmedas, que a continuación echaba a la cámara
de la esclusa antes de cerrar la escotilla.
Luego vomitó.
A partir de entonces debían tratar como
872
contaminado el nivel superior, junto con Slava,
pero ya no necesitaban ese nivel. Hasta llegar a
Izzy o morir, Jiro y Dinah estarían confinados en
los niveles inferiores, separados de Vyacheslav y
la posible contaminación por un plástico. El
suministro de aire que circulaba por todos los
niveles era común, pero había un sistema de
filtros, que esperaba que pudiese parar cualquier
fragmento de contaminación.
Tras ocuparse de todos esos asuntos,
apagaron la luz y durmieron. Cuando sonó el
despertador, Dinah se dio cuenta de que había
dormido doce horas.
Su siguiente pensamiento fue preguntarse
dónde estaría Markus. Luego recordó, con cierta
perplejidad, que había muerto. Fue como un
tremendo bofetón, seguido de una gran pena.
Pero siguiendo los talones de la pena, llegó una
sensación de miedo absoluto que había
experimentado en muy pocas ocasiones después
de Cero. No era el intenso miedo excitante que se
sentía durante una aventura, como el paso por el
perigeo; tampoco el miedo abstracto e intelectual
que los había acompañado desde que Doob había
predicho la Lluvia Sólida. Era el pánico mórbido
873
primo segundo de la depresión. Lo que podría
sentir un niño al descubrir que se ha quedado
huérfano. Un niño, no, más bien un adolescente,
el hermano mayor, el que ahora debía hacerse
responsable de la familia. Markus ya no estaba.
Ya no iba a cargar con todo por ellos. Otros
tendrían que asumir esa responsabilidad. Y
algunos —quizá los que estuviesen más deseosos
de ocupar el puesto de Markus— iban a
equivocarse al decidir. Así que, por triste que
Dinah se sintiese por no volver nunca a ver a
Markus o sentir su abrazo, lo que realmente le
provocaba ganas de recogerse en posición fetal
era saber que ahora todo dependía de ella. De
ella, de Ivy y de Doob, y de los otros en los que
pudiera confiar.
Subió a la sala común y se encontró a Jiro,
como era habitual, perdido en la arcana
contemplación de gráficas en la pantalla de su
ordenador, reflejadas en miniatura en las lentes
de sus bifocales. Durante su año en el espacio le
había cambiado la graduación, por lo que había
sido el primer usuario de la máquina de pulido de
lentes enviada e instalada en Izzy. Sin ella, buena
parte de la población del Arca Nube hubiese
874
acabado siendo progresivamente improductiva a
medida que las gafas se fuesen rompiendo o
desgastando. Se trataba de una máquina militar
que podía fabricar gafas de un estilo, uno solo.
Dentro de algunos años, todos los que necesitasen
gafas llevarían el mismo modelo. Resultaba
interesante plantearse cuántas décadas o siglos
tendrían que pasar hasta que la población hubiese
crecido y la economía se hubiese desarrollado
hasta el punto de poder mantener una industria
óptica con estilos diferentes de gafas.
Él la miró a través de los reflejos lechosos.
—No he querido despertarte —dijo—. Tus
robots parecen estar funcionando bien. No hay
nada que hacer hasta que no termine los cálculos.
—¿Y luego qué?
—Debemos eliminar lo que queda de rotación
—dijo Jiro—, antes de ejecutar el último
encendido de frenada.
Para Dinah, todo eso estaba claro. La Ymir se
encontraba en una órbita segura y no caería a la
atmósfera en un futuro cercano. Pero todavía iba
demasiado deprisa, y demasiado alta, para
encontrarse con Izzy. Debían concluir la ejecución
875
del plan que tenían desde el principio, que era
efectuar uno o dos encendidos de frenada cuando
la Ymir pasase por el perigeo, para reducir su
velocidad hasta el punto de que el encuentro con
Izzy fuese posible; lo que exigía volver a apuntar
la tobera hacia abajo y mantenerla en esa
posición.
—¿Qué daños sufrieron los…?
—Han quedado destruidos —dijo Jiro—. Nos
quedan dos. —Se refería a los dos grupos de
propulsores, encajados en el hielo, que
normalmente se habrían empleado para adecuar
la inclinación del fragmento—. Está bien. Fue
necesario —añadió Jiro, casi como si le
preocupase que Dinah pensase mal de él por
criticar las decisiones de un comandante muerto.
—¿Pueden enviar más desde…?
Jiro asintió.
—Es posible montar un VMI que pueda llegar
hasta nosotros para ayudarnos con el problema
en caso de que mi idea no salga bien. Pero al
haber perdido la conexión por radio de la Nueva
Caird, no podemos coordinarnos.
876
—¿Y qué idea tienes?
—Podemos emplear tus robos para alterar la
forma de la tobera de salida —le explicó Jiro. Alzó
una mano como una hoja de cuchillo, apuntando
al techo, y flexionó ligeramente los nudillos, como
un leve recodo—. Inclinarla.
—¿Como una tobera asimétrica?
—Exacto. Al activar el sistema de propulsión
principal obtendremos un empuje en ángulo con
el eje. Si la asimetría se orienta adecuadamente,
poseerá una tremenda autoridad de control.
—Quizás en exceso —dijo Dinah—. Quizá nos
pasemos con la corrección.
—Cada cosa en su momento —dijo Jiro—.
Creamos la asimetría de la tobera, ejecutamos una
pequeña corrección, hacemos asimetría de otra
forma, acabamos con la rotación. Puede que sean
necesarias varias repeticiones. Se puede hacer.
Tengo un modelo de simulación.
Dinah se situó frente al tríptico de paneles
planos y se puso a abrir ventanas, comprobando
las actividades de su zoológico de robots: algunos
tomaban el sol en el exterior para acumular
877
electricidad, otros la absorbían de los reactores,
algunos minaban propelente para el siguiente
encendido, otros arreglaban la tobera. Este último
grupo, en su mayoría Jejenes, sería el responsable
de esculpir la tobera. Hasta entonces, tener una
tobera asimétrica, que produciría empuje en
ángulo, había sido un problema que evitar, no
una característica deseable. Jiro le había enviado
algunos diagramas del aspecto que debería tener
la campana de la tobera. Las alteraciones eran
asombrosamente menores. En un motor que
producía tanta potencia, un pequeño desvío del
eje producía un gran efecto.
—¿Cuándo es nuestro próximo perigeo? —
preguntó Dinah.
—Acabamos de pasar por uno. Así que unas
ocho horas a partir de este momento.
LA OBLIGACIÓN MÁS IMPORTANTE del
comandante del Arca Nube —tan importante que
Markus, en un gesto que no era habitual en él, se
la había descrito a Ivy como «sagrada»— era
mantenerse al tanto del escáner de bólidos, que
no era más que un flujo de información
sintetizado a partir de todos los radares de largo
878
alcance y telescopios ópticos de Izzy. Una
cantidad desproporcionada de miembros de la
PoGen dedicaban su vida a ocuparse de él o a
mantener el equipo que lo producía. Como el
flujo de datos era continuo, hacía falta dividirlos
en trozos para consumo de alguien como Markus
o Ivy y dejarlos como informes que aparecían en
las pantallas a intervalos regulares. Al principio
de cada turno se producía un informe del escáner
de bólidos: punto‐0, punto‐8 y punto‐16. Ivy leía
uno al despertar, otro en medio de su tarde y el
tercero justo antes de irse a dormir. Cada uno de
ellos resumía lo que se sabía sobre bólidos que
pudiesen acercarse durante las siguientes ocho
horas y contenía recomendaciones sobre qué
maniobras debería ejecutar el Arca Nube para
evitarlos. Habitualmente, eso se traducía en
varios encendidos cada día. La política era
«hacerlo por omisión», es decir, que la maniobra
se le anunciaba al Arca Nube por medio de
Paramebulador y se ejecutaba automáticamente, a
menos que el comandante la vetase. Solo había
una razón para ese veto: que dos rocas peligrosas
se acercasen más o menos al mismo tiempo y
fuese necesario tomar una decisión. Hasta
entonces, eso había sucedido en dos ocasiones
879
durante la Lluvia Sólida, pero habían ejecutado
simulaciones varios cientos de veces. La idea era
no quedarse arrinconados.
Un bólido tenía que ser bastante grande para
ser detectado con ocho horas de antelación.
Continuamente llegaban bólidos más pequeños y
los radares no los detectaban hasta minutos o
incluso segundos antes de la colisión. Por tanto,
cada hora había un informe más pequeño, con
una lista de todas las piedras notables detectadas
en los sesenta minutos anteriores. Con eso se tenía
una lista de la mayoría de los bólidos, por lo que
la comandante —o el que se ocupase mientras Ivy
dormía— podía cumplir la mayor parte de sus
responsabilidades relacionadas con el escáner de
bólidos dejando al principio de cada hora todo lo
que estuviese haciendo y leyendo el informe. Sin
embargo, en ocasiones se daba cuenta de que
llegaba desde un ángulo raro, o a una velocidad
muy rápida, una roca caliente que los cogía por
sorpresa y había que notificarlo inmediatamente a
la comandante para que emitiera una alerta y
pudieran adoptar acciones evasivas. Las alertas
de impacto combinaban elementos de las sirenas
contra los tornados de un pueblo pequeño del
880
medio oeste y la alerta roja de Star Trek. Todos los
que dormían se despertaban, el personal que no
era esencial abandonaba los toroides más
grandes, que se consideraban más vulnerables, y
se cerraban las escotillas entre distintas secciones,
en caso de rotura. Los arquinos tomaban
precauciones similares. Evidentemente, los
arquetes eran más vulnerables a los choques de
bólidos, pero también eran más maniobrables. A
medida que la roca caliente se acercaba y
determinaban con mayor precisión sus
parámetros orbitales, los datos pasaban a
Paramebulador. Se identificaba cualquier arquete
que corriese riesgo de colisión y se calculaba una
solución colectiva que les permitiese pasar a
trayectorias más seguras sin pegarse con nadie.
Esas cosas sucedían, de media, entre una y dos
veces al día, pero, como siempre, el demonio
moraba en los detalles estadísticos. En una
ocasión habían pasado tres días sin un bólido
súbito y en otra ocasión tuvieron cinco en un
periodo de doce horas. El primero de esos sucesos
había hecho aumentar las conversaciones en
Spacebook en las que se comentaba que los
poderes fácticos exageraban la amenaza para
someter mejor a los arquinos; en el segundo había
881
provocado un duro artículo de Tav Prowse, que
acusaba a la PoGen de incompetencia sistemática.
Tras una de esas alertas, mientras limpiaba el
escritorio del resumen posterior a la acción, a Ivy
le llamó la atención una entrada en el blog de Tav:
una entrevista con Ulrika Ek.
—Ulrika tiene mucho que aprender de los
blogueros —fue el veredicto de Ivy tras terminar
de leerla. Agitó la cabeza—. Era de esperar que
precisamente ella tendría cuidado… sabe de
relaciones públicas.
El comentario se lo hacía a las personas
presentes en la Banana, que se había ido llenando
durante los últimos minutos con aquellos que
durante la alerta de impacto no estaban de
servicio. Tekla fue la última en llegar, seguida de
Tom van Meter y los otros miembros del equipo
de seguridad de Markus. Luisa y Sal ya estaban
allí. Doob le mandó un mensaje lamentando no
poder asistir porque tenía que trabajar con
algunos datos sobre lo sucedido.
—Probablemente se confió pensando que
mantenía una charla informal —aventuró Luisa.
—¿La has leído?
882
—Por encima.
—¿Sobre qué? —preguntó Tekla.
—Ulrika hizo algunos comentarios de pasada
sobre la teoría de enjambre y qué estrategias
podríamos querer seguir en el futuro, y Tav lo
está convirtiendo en cause celèbre —dijo Ivy.
—¿Quieres hacer algo al respecto? —preguntó
Sal.
—Nada —dijo Ivy—. A ver, cuanto más dure
la situación con la Ymir, más ansiedad sentirá la
gente con respecto al Gran Viaje. Cada vez que
llega una roca caliente, la ansiedad se dispara
durante un tiempo. Bien, o funciona o no
funciona. Si no funciona, entonces no tendremos
mucha elección: tendremos que ejecutar tirar y
correr.
—Pero si funciona, cambiará la forma de
pensar de la gente —apostilló.
—Sí —dijo Iviy, asintiendo—. Y cada vez
estoy más segura de que funcionará. Incluso si
falla la jugada de la tobera asimétrica, todavía
tenemos ese VMI que podemos enviar como plan
secundario. Creo que en una semana nos
883
habremos encontrado con éxito con la Ymir y nos
prepararemos para el Gran Viaje. —Ivy hizo un
gesto para indicar a los recién llegados que se
sentaran donde pudiesen alrededor de la mesa—.
Lo que nos lleva al tema de esta reunión —
añadió.
»Conocemos el plan de J. B. F. Está reclutando
arquinos dispuestos a partir. La idea general
parece ser coger unos arquetes, cargados de
provisiones para un viaje de unas semanas.
Luego, tras recibir una señal, se separarán de Izzy
y ejecutarán igniciones que los llevarán a una
órbita más alta. Una órbita que no podríamos
alcanzar sin consumir mucho propelente. No
sabemos cuál es el plan a largo plazo, ni siquiera
si lo tienen, pero creo que Julia apuesta a que es
probable que esas personas sobrevivan el tiempo
suficiente para enviar mensajes diciendo «venid,
¡el agua está calentita!», para animar a otros
arquinos a hacer lo mismo. Todos saben que una
vez que abandonen el enjambre no podremos
perseguirlos. En el estado actual, ser miembro del
Arca Nube es una decisión voluntaria.
—¿Deduzco que tienes intención de cambiar
esa situación? —preguntó Luisa con frialdad,
884
mirando a Tekla y al resto de su equipo.
—No pueden alejarse sin acumular ciertos
suministros imprescindibles —dijo Ivy—. No
podemos permitir que alguien saquee nuestros
almacenes para llevarse lo que quiera. Y tenemos
pruebas claras de que eso es lo que sucede. Hay
textos en Spacebook que indican dónde conseguir
una caja de baterías nuevas o cartuchos
limpiadores. Así que haremos algo muy simple.
Hemos identificado a los peores acaparadores de
suministros. Dentro de una hora haré un anuncio,
recordaré lo que dice la Constitución del Arca
Nube acerca del robo de suministros públicos y
ofreceré una amnistía de veinticuatro horas para
devolver lo que se hayan llevado. En cuanto
acabe ese periodo, Tekla y su equipo irán al
arquete que sabemos que usan para guardar el
contrabando y restaurarán el orden. Y luego
intervendrá Sal, como fiscal, y hará lo que
considere que corresponde hacer.
—¿Cómo puedes meter a alguien en la cárcel
cuando ya están confinados en latas de conserva?
—preguntó Luisa—. ¿Cómo puedes multarlos si
no existe el dinero?
885
—Tendremos que desarrollar soluciones sobre
la marcha —dijo Sal.
Tekla lo miró fijamente y se pasó el pulgar por
el cuello.
—BIEN, ESO HA SONADO definitivo —dijo
Julia.
Ella y Spencer Grindstaff flotaban en medio
del Arquete Blanco. Flotando cerca había un
portátil por cuyos altavoces habían oído lo que se
decía en la Banana. Pudieron oír que acababa la
reunión y la gente se dividía en conversaciones
más pequeñas a medida que salían de la sala.
Spencer lo acercó y le dio varias veces al control
del volumen para apagar el sonido.
—Como dije antes: anzuelo, sedal y caña.
—A menos que de alguna forma sepan que
vigilamos la Banana y lo que hemos oído no haya
sido más que un serial radiofónico para
confundirnos —objetó Julia.
Spencer sonrió.
—Vaya, ¡eso sí que es paranoico! Yo pensaba
que mi caso era grave, pero…
886
—Bromeaba —añadió Julia con rapidez
excesiva—. Eso nos permite actuar, Spencer. Creo
que podemos tomarnos en serio todo lo que
hemos oído. Lo que significa que me siento
segura para dar una buena noticia a los
marcianos. ¿Están listos?
—Sí, están esperando —dijo Spencer, que
mandó un mensaje de texto para convocarlos.
Los marcianos tenían que ir por el mismo
tubo de hámster, por lo que tardaron un poco en
llegar los miembros principales de la primera
misión al Planeta Rojo: la doctora Katherine
Quine, cuyo papel era evidente; Ravi Kumar, que
sería el comandante de la expedición; Li Jianyu,
que actuaría como oficial científico; y Paul Freel,
un experto americano en VMI, el ingeniero jefe.
Ellos, así como una veintena de arquinos que
esperaban aparte, habían jurado que no pasarían
el resto de sus vidas encerrados en latas de
conserva, sino que caminarían sobre la superficie
de Marte o morirían en el intento. Tras ellos
llegaron otros miembros del «personal» de Julia.
Julia inició la reunión con unas palabras de
agradecimiento y el anuncio solemne de que la
887
misión a Marte había empezado. Cuando
acabaron los esperados saludos, vítores y abrazos,
se hizo un silencio incómodo y ella se dirigió
directamente a Paul Freel.
—Paul, sin duda ya has informado a los otros
mientras esperabais pacientemente, pero ¿puedo
saber lo que está pasando con el VMI?
—Por supuesto, señora presidenta. Como
sabe, intentan estabilizar la Ymir usando…
—Un rocambolesco invento en forma de
escultura de hielo. Sí, eso lo sé.
Paul se rio con la boca muy abierta.
—Sin que sea una sorpresa, los poderes
fácticos se sienten algo nerviosos con ese plan, así
que recibimos órdenes desde arriba de preparar
un plan de reserva, para que podamos ir, si fuese
necesario, a sacarle las castañas del fuego a la
Ymir. Bien. Desde el punto de vista marciano, ¡no
podría ser mejor! Como sabe, llevamos años
planeando esta misión. Tras Cero, la mantuve
como proyecto secundario durante el desarrollo
del programa VMI y logramos meterlo como uno
de los posibles casos de uso.
888
—¿Casos de uso?
—Uno de los usos hipotéticos al que podría
estar destinado VMI —le explicó Spencer.
—Básicamente, nos dio una excusa para
incluir algunos componentes, como motores de
aterrizaje regulables y material de protección, que
en caso contrario no tendríamos —añadió Paul—.
Por lo tanto, ha sido muy fácil estabilizar el
diseño de Viajera Roja.
—¿Viajera Roja?
—Sí, así la llamamos.
—Me gustaría proponer un nombre que diese
más idea de un propósito superior —dijo Julia—.
Punta de lanza o algo así.
Hubo un silencio incómodo que Camila cortó
al decir:
—Prepararé una lista de opciones y se la
presentaré de inmediato, señora presidenta.
—Gracias, Camila. Comprende, Paul, que esta
misión tendrá un valor simbólico además de
científico y que los otros arquinos deben recibir el
mensaje adecuado para que se sientan animados a
889
seguirnos.
—¡Claro está! Tómelo solo como un nombre
de trabajo —dijo Paul—. Un nombre en clave.
—Ni siquiera es bueno como nombre en clave
—comentó Spencer—, porque cualquiera puede…
—Sigamos —cortó Julia—. Nos hablabas,
Paul, sobre el diseño.
—Terminado. Llevó un día de trabajo. No
tuvimos más que hacer unos pequeños ajustes a
un caso de uso preexistente para tener en cuenta
los materiales y suministros de los que
disponemos.
—Excelente.
—Pero, claro está, un diseño no es una nave
—añadió Paul—, y hasta hace un par de días,
habría sido extremadamente difícil montar el
sistema de propulsión sin provocar la ira de Ivy.
—Esa frase parece calculada para provocar el
miedo de los que veneran su liderazgo, pero no
de otros —comentó Julia, con una autoridad que
solo podía ejercer alguien que hacía poco había
usado armas nucleares contra personas vivas.
890
Paul se rio a carcajadas:
—Pero sabe a qué me refiero… ¡aquí todo
sucede en una pecera! Por tanto, se puede
imaginar la sonrisa en mi cara al recibir la orden
de montar el VMI de rescate de la Ymir.
—¿Sus características son similares?
—Lo justo. Las dos naves pueden usar el
mismo motor principal. El sistema de
propulsores, los sistemas de control, el soporte
vital… todo eso es totalmente estándar; no cambia
de un caso de uso al siguiente, no es más que una
cuestión de poner unos parámetros diferentes en
el código. ¡No es más que un archivo de
configuración!
Al comprender que Julia no sabría qué era un
archivo de configuración, Spencer intervino:
—El asunto es que dándole a unas teclas
pueden descargar el, digamos, ADN de Viajera
Roja, o como acabe llamándose, en el vehículo de
rescate de la Ymir.
Satisfecha con la explicación, Julia preguntó:
—¿Qué hay de los arquetes? ¿La héptada y la
tríada?
891
—Bueno, ya son vehículos espaciales
funcionales e independientes. Hay espacio de
sobra para veinticuatro Marcianos y sus
vitaminas. Evidentemente, hemos hecho acopio
—dijo Paul, señalando con la mano las bolsas de
comida y otros suministros que ocupaban un
buen espacio en el Arquete Blanco.
—Sí, pero la parte crítica de la operación será
trasladarlos desde sus posiciones por defecto en el
enjambre, cosa que a efectos de Paramebulador
no tendrá mayor importancia, hasta el sistema de
propulsión que habéis estado montando. Y eso va
a llamar la atención de verdad, ¿no es así? —
objetó Julia.
A Paul Freel se le congeló la sonrisa en la cara.
—Podríamos intentarlo a toda prisa —dijo.
—Tengo una solución —dijo Spencer
Grindstaff—. Creo que podremos lograrlo. No
necesitamos más que una alerta de impacto. Será
mañana.
—¿Cómo sabes que habrá una alerta de
impacto?
—Ese suceso no es más que una configuración
892
concreta de bits —dijo Spencer.
DINAH HABÍA SOÑADO CON MARTE.
Como minera de asteroides, nunca le había
interesado el lejano e inhóspito Planeta Rojo. La
política de la exploración espacial anterior a Cero
le había obligado a ser escéptica, incluso a sentir
cierto desprecio, ante aquellos que querían llegar
allí, construir colonias y terraformar el planeta.
Los defensores de la colonización de Marte
desviaban atención y recursos de los mineros de
asteroides, que buscaban recursos más fáciles de
conseguir para crear hábitats en los que pudiera
vivir el ser humano: colonias espaciales que
giraran para ofrecer gravedad total, con agua y
aire de sobra.
En cualquier caso, la idea había muerto dos
años antes. Pero eso no impedía que Marte se le
manifestase en sueños e incluso se colara en sus
fantasías diurnas. Ya casi habían pasado tres años
desde que caminó por última vez sobre la
superficie de un planeta, que miró al cielo, que
vio el horizonte. Pensando racionalmente la razón
sabía que, tarde o temprano, se la llevaría la
muerte antes de que pudiese volver a hacer algo
893
de todo eso. Ella y todos los que habitaban el Arca
Nube vivirían el resto de sus vidas en entornos
parecidos a un refugio antiaéreo, el sótano de un
hospital o un laboratorio de investigación. Como
mucho podían aspirar a mirar al cielo estrellado a
través de una ventanilla. En su época, ver la
Tierra azul, verde y blanca había sido fuente de
satisfacción y solaz. La bola naranja de fuego en
torno a la que daban vueltas era una visión tan
desagradable que mucha gente hacía lo posible
por evitar mirarla. Nadie volvería a la Tierra. Para
aquellos que todavía aspiraban a caminar sobre
un planeta antes de morir de viejos, Marte era la
única esperanza, aunque poco realista. Se hablaba
de ello en Spacebook y en algunos de los blogs
que habían aparecido en la internet en miniatura
del Arca Nube. Antes de que la pérdida de la
Nueva Caird hubiese roto la conexión de datos de
la Ymir con el Arca Nube, a Dinah le había
llegado algo de todo eso a la tableta y lo había
leído en los ratos libres.
Al menos ahora tenía algún rato libre. Habían
ejecutado dos igniciones, separadas por
veinticuatro horas, tras la decisión de usar la
tobera asimétrica, cada una de ellas con una
894
configuración un poco diferente de la tobera de
hielo; un reborde inclinado, construido por el
enjambre de Jejenes, que se proyectaba casi
imperceptiblemente sobre la superficie posterior
del fragmento y que curvaba algo el torrente de
vapor. El primero de los encendidos los había
dejado rotando en el camino que querían seguir,
aunque rotar era una palabra muy potente para
un giro que llevaba buena parte de un día.
Durante ese día los Jejenes habían ido al otro lado
del reborde de la tobera para construir una rebaba
en ese lugar. Por tanto, el segundo encendido
había parado la rotación producida por el
primero y los había acercado a la inclinación
deseada de tal forma que los propulsores
supervivientes podían encargarse del resto.
Pronto llegaría otro perigeo. Esa vez la tobera
estaría orientada tal y como querían: hacia
delante, lo cual convertiría una vez más el motor
nuclear en un potente retrocohete. Los robots del
interior del fragmento habían estado ocupados
vaciándolo, esculpiendo la arquitectura de nuez
que, según las simulaciones de ingeniería
estructural, permitiría que todo se mantuviese
unido durante las maniobras finales. Las tolvas
895
estaban repletas de hielo, y más que iba a a llegar,
y por fin habían aprendido a hacer que el sistema
funcionase con regularidad. Parte de la lección
consistía en no intentar conseguir demasiado con
un único encendido. Era mejor tomárselo con
calma, establecer como meta una delta‐uve
razonable, lograrla, luego reevaluar la situación y
planificar con tranquilidad el siguiente
encendido. Por tanto, el encuentro con Izzy
parecía que se produciría más tarde de lo que
habían esperado y casi todos los días se
anunciaba un nuevo retraso; pero al mismo
tiempo, cada vez parecía más seguro y menos una
casualidad lejana, lo cual empezó a afectar a las
ideas de Dinah. Los robots actuaban casi en
automático, así que estaba algo aburrida.
Vyacheslav, encerrado al otro lado de la pared de
plástico, podría haberle dado conversación, pero
prefería guardar silencio. Por otra parte, Jiro
había estado trabajando casi sin parar y empezaba
a mostrar señales de agotamiento. Dinah buscaba
excusas para flotar detrás de él y mirar a la
pantalla por encima del hombro. ¿Jugaba al
solitario? ¿Ejecutaba simulaciones de mecánica
orbital? ¿Escribía sus memorias? En general
parecía ver vídeos de máquinas. Por eliminación,
896
debía ser cerca del núcleo del reactor.
En el suelo del nivel inferior, tres pisos por
debajo de ellos, había un agujero que daba acceso
a un pozo cavado en el hielo. Al final de ese pozo
había otra escotilla que daba acceso a lo que, en
un barco de la Vieja Tierra, sería la sala de
calderas. Un pequeño compartimento
presurizado contenía paneles de control y puertos
de acceso conectados al reactor, que se encontraba
a solo unos metros de distancia, al otro lado de
una gruesa pared. La pared era un escudo contra
la radiación, al menos en teoría, pero como la
expedición Ymir se había montado a toda prisa,
no habían contemplado mandar un trozo enorme
de plomo, por lo que cuando usaban el reactor, la
sala de calderas se llenaba de neutrones y rayos
gamma. Los detectores de radiación que Sean y
compañía habían dejado la última vez que
cerraron esa escotilla no dejaban lugar a dudas:
aquel sitio era el infierno. Por suerte, todos los
sistemas conectados con él habían sido diseñados
para funcionar por control remoto, desde la
seguridad del módulo de control, por lo que no
había ninguna necesidad de recorrer el pozo y
abrir la escotilla.
897
Los instrumentos les indicaban que volvían a
acercarse al perigeo. Jiro, ayudado por Dinah,
ejecutó lo que esperaban que fuese el penúltimo
encendido del gran motor. Duró más de lo que
Jiro había predicho, pero pareció funcionar. La
Ymir perdió gran parte de su exceso de velocidad.
Su órbita, en el apogeo, solo era unos cientos de
kilómetros más alta que la de Izzy. A pesar de la
disminución de robots por desgaste, rotura y
daños por la radiación, Dinah todavía tenía de
sobra para reponer las tolvas para el último gran
encendido, que calculaban que se produciría en el
perigeo, unas horas más tarde.
—Si estás satisfecha con la disposición de tus
robots —dijo Jiro—, me gustaría mostrarte cómo
operar la propulsión principal.
Dinah había crecido en campamentos mineros
donde los hombres mayores la divertían, y se
divertían ellos mismos, enseñándole a operar
maquinaria pesada, volar cosas con dinamita,
pilotar aeroplanos y otras actividades de ese
estilo. Así que al principio, no vio nada extraño en
la oferta de Jiro. Enseñarle a alguien a hacer algo
era, entre otras cosas, una forma de matar el
aburrimiento, pero a lo largo de la hora siguiente
898
le fue quedando claro que no era para
entretenerse, sino que Jiro esperaba que ella
operase el motor durante el encendido. Podría ser
la barrera del lenguaje; pero el inglés de Jiro era
excelente e insistía mucho en decir cosas como
«debes vigilar este termopar» y «puede que veas
algo de agitación en esta válvula».
En cierto momento dijo:
—Si no sabes nada de mí tras treinta
segundos, entonces será cosa tuya y tendrás que
iniciar el apagado según la delta‐uve observada.
—¿Por qué no iba a saber nada de ti? —
preguntó Dinah—. ¿Dónde vas a estar?
—En la sala de calderas —dijo Jiro.
—¿Para qué vas a ir allí?
—Algunos de los activadores de las aspas de
control han dejado de responder —dijo—. Creo
que la radiación ha dañado la electrónica. No hay
problema. Tenemos repuestos. Pero hay que
instalarlos manualmente.
—¿Así que vas a bajar ahí?
—Sí —dijo Jiro—. Y allí es donde voy a
899
quedarme.
—A TODOS LOS EFECTOS ESTÁ VACÍO —
informó Tekla a Ivy por medio de un enlace de
voz cifrado—. Vacío de gente. Vacío de
suministros.
Ella, Tom van Meter y Bolor‐Erdene se habían
dedicado los últimos diez minutos a registrar el
arquete 98 desde la puerta hasta la sala de
calderas, bajo la vigilancia de Sal Guodian.
Habían llegado en un vifyl, habían atracado y
habían entrado sin problemas en 98. Sal había
pasado primero, con una tableta en la que se veía
la primera orden de registro emitida siguiendo la
Constitución del Arca Nube. Estaba dispuesto a
enseñársela a la primera persona que le hablase.
Allí no había nadie.
Tekla, Tom y Bo habían entrado, llevando
chalecos naranja improvisados a partir de equipos
de superficie que, diseñados para usarse en la
Tierra, ya no tenían ninguna utilidad. Servirían
como uniformes de policía hasta que pudiesen
confeccionar otros. Con algo de suerte, no
necesitarían mucho material policial. Pero Ivy
había dejado claro, y los demás miembros del
900