California que se usaba desde hacía decenios para
hablar con sondas espaciales lejanas. Ahora la
Ymir estaba en silencio. Seguía allá fuera…
Konrad todavía podía distinguirla como un punto
blanco en el telescopio óptico. Como tenía
capacidad para vagar durante treinta y siete días
sin activar los motores, no había forma de saber si
la tripulación seguía con vida. Una Ymir
perfectamente operativa y un trozo de basura
espacial tendrían el mismo aspecto y se
comportarían de la misma forma.
Sentían algo de esperanza porque desde la
nave no llegaba nada. La Ymir disponía de
sistemas automáticos que llamaban a casa sin
intervención humana. Si hubieran funcionado
mientras cesaba la comunicación humana, habría
que deducir que la tripulación estaba muerta o
incapacitada; pero el hecho de que las
comunicaciones robóticas y humanas hubiesen
cesado al mismo tiempo daba a entender un
problema con la radio, quizá daños en la antena
de banda X o el propio transmisor.
Se hizo difícil ver la nave y al acercarse a L1
ya fue imposible porque se situaba justo entre la
Tierra y el Sol. Asumieron que había llegado a ese
301
punto en Día 126, donde se suponía que ejecutaría
otro encendido para pasar a órbita heliocéntrica:
una elipse que se cruzaría con Greg Esqueleto un
año después, alrededor de A+1.175 o un año y 175
días después de Cero. Una vez que la Ymir
desapareció de su vista, en el resplandor solar, no
podían más que esperar a que llegase a un lugar
donde fuese observable. Si había sufrido un fallo
catastrófico y se había convertido en un pecio
espacial flotante, probablemente regresase y
pasase otra vez cerca de la Tierra, aunque L1 era
un lugar tan inestable desde el punto de vista de
la dinámica orbital que bien podría vagar a una
órbita heliocéntrica, sobre todo si había recibido
un buen impacto y la había desviado de su ruta.
Tras pasar el calendario por el 130 y llegar a
Día 140 —dos semanas después de la fecha en la
que la Ymir tenía que pasar por L1— y seguir sin
aparecer, quedó claro que debía de haber pasado
a una órbita heliocéntrica, ya fuese por accidente
o por medio de un encendido controlado. Dando
esto último por supuesto, Sean y los otros seis
miembros de la tripulación no tendrían nada que
hacer durante el siguiente año, más que flotar en
gravedad cero y esperar. El viaje no se podía
302
acelerar de ninguna forma; era cuestión de hacer
que dos órbitas se cruzasen.
Aquellos acontecimientos, que apenas unos
meses antes se hubiesen considerado históricos,
parecían como noticias de relleno en comparación
con lo que sucedía en lo que antes había sido la
región sublunar.
El escándalo y la emoción alrededor de Sean,
Arjuna, el espaciopuerto de Moses Lake y el viaje
de la Ymir desviaron la atención del proceso
rutinario, fiel y constante realizado durante todo
ese tiempo por la NASA, la Agencia Espacial
Europea, Roskosmos, la Administración Espacial
China y las agencias espaciales de Japón y la
India. Esas organizaciones estaban llenas de
ingenieros conservadores de la vieja escuela, no
muy diferentes culturalmente de los empollones
con regla de cálculo de los programas Apolo y
Soyuz. De hecho, algunos eran aquellos
empollones, solo que mucho más viejos e
irascibles. Los confundía, no, los enfurecía la
facilidad con la que unos pocos zillonarios
tecnológicos advenedizos podían llamar la
atención del mundo y salir en una misión apenas
planificada y mal asesorada, decidida por ellos
303
mismos. La partida de Sean y Larz de Izzy había
provocado un gran suspiro de alivio, y el regreso
al trabajo firme y poco imaginativo que mejor se
les daba.
Cualquiera que se fijase en los aburridos
detalles de las hojas de cálculo y los diagramas de
flujos podría comprobar el valor de ese trabajo en
A+0.144, cuando Ivy empezó una reunión en la
Banana con las palabras «veinte por ciento»
(porque las últimas proyecciones del laboratorio
astrofísico del doctor Dubois Jerome Xavier
Harris en Caltech, y otros laboratorios que
realizaban los mismos cálculos en otras
universidades de todo el mundo, indicaban que el
Cielo Blanco se produciría más o menos en
A+1.354, es decir, un año y 354 días después de la
fragmentación de la Luna; habían recorrido una
quinta parte del camino).
El propósito de los exploradores —la primera
oleada de lo que habían sido trabajadores suicidas
como Tekla, que habían empezado a llegar en Día
29— había sido construir una red improvisada de
tubos de hámster y puntos de atraque que hiciese
posible que la población mucho mayor de los
llamados pioneros llegase a Izzy. La distinción
304
fundamental entre un explorador y un pionero
era que el primero subía sabiendo que no había
dónde atracar, pero el segundo sabía que, al
menos en teoría, habría un punto disponible para
su nave espacial, con atmósfera presurizada al
otro lado. Una vez la promesa no se cumplió y
media docena de pioneros quedaron
apelotonados en una Soyuz y se asfixiaron en
silencio. El problema resultó ser un defecto en un
mecanismo de atraque construido a toda prisa.
Tres taikonautas chinos perdieron la vida cuando
el tubo por el que se movían recibió el impacto de
un micrometeorito y perdió la presión. Pero
desde Día 56 en adelante, los pioneros llegaban a
un ritmo de entre cinco y doce por día. Hubo un
parón cuando todos los puntos de atraque
estuvieron ocupados, pero después aceleraron
cuando las naves espaciales empezaron a atracar
en otras naves espaciales, la red de tubos se
amplió y se desplegaron las estructuras
hinchables.
Izzy, que ya antes de que sucediese todo
aquello era un montaje complicado y difícil de
comprender, se convirtió en un laberinto confuso
de módulos, tubos de hámster, armazones y
305
naves atracadas sobre naves atracadas en otras
naves; «como un puto juego de dominó en tres
dimensiones», que decía Luisa. La única forma de
orientarse, mirando a una representación del
complejo, era buscar la forma desigual y
asimétrica de Amaltea a un lado y los dos
toroides al otro. Esos puntos eran proa y popa,
respectivamente, y el eje entre ellos era la base
para las direcciones náuticas tradicionales de
babor y estribor, así como el cenit y el nadir se
usaban en la jerga espacial para identificar en
dirección contraria a la Tierra y en dirección a la
Tierra, respectivamente. Si te colocabas de forma
que le dieras la espalda a los toroides y mirabas a
Amaltea, con babor a tu izquierda y estribor a la
derecha, tenías la cabeza apuntando hacia el cenit,
y los pies, al nadir y a la superficie de la Tierra a
cuatrocientos kilómetros de distancia.
Sin embargo, ese era el punto de vista
privilegiado de la gente que estaba fuera con un
traje espacial. Dentro seguía siendo fácil perderse
en el juego de dominó tridimensional. Los
rotuladores, un recurso escaso incluso en la
Tierra, se convirtieron en objetos de un enorme
valor que se usaban para indicar direcciones en
306
los tubos de hámster y los módulos habitados.
—QUE YO ESTÉ AQUÍ no es más que un
accidente cronológico —comentó Ivy pensativa
una de las veces, cada vez menos habituales, que
quedaba con Dinah para tomar unas copas. El
cupo original de alcohol se había consumido
hacía tiempo, pero los que llegaban nuevos tenían
la amabilidad de traer una botella de vez en
cuando.
—No estoy de acuerdo —dijo Dinah. No es
que fuera una respuesta brillante, pero le había
pillado por sorpresa la repentina confesión de
Ivy.
—Si la Luna hubiese reventado dos semanas
después, ahora habría un ruso al mando y yo
estaría en la superficie, casada y embarazada.
—Y con la misma sentencia de muerte de
todos los demás.
—Sí, claro, eso también.
Dinah cogió la botella y rellenó los vasos de
chupito intentando alargar el momento. Nunca
había sido fácil que Ivy se abriese, incluso en los
días felices antes de Cero.
307
—Mira, Ivy, no es un accidente que estuvieses
al mando de Izzy. Tuvieron sus razones para
darte el puesto. Eras la última chica del mundo, y
fuera de él, que debería sufrir del síndrome del
impostor.
Ivy la miró fijamente durante un silencio
cargado de cierta diversión.
—Sigue —dijo al fin—. ¿Qué es ese síndrome
del impostor del que me hablas? —Ya lo habían
hablado antes, pero por lo general era Dinah la
que lo sufría.
—No intentes cambiar de tema. ¿Qué pasa?
Ivy miró al techo: una especie de señal visual,
copiada de los rusos, para recordarle a Dinah que
nunca se sabía quién podía estar escuchando. La
miró a los ojos, solo un momento. Era, en lo
fundamental, una persona tímida, que prefería
clavar la vista en los zapatos mientras desnudaba
su alma.
—Tú y Sean Probst erais grandes compañeros
de peleas —dijo Ivy.
—¡Es tan odioso el cabrón! También
necesitaba a alguien que… —Dinah se detuvo de
308
inmediato, porque Ivy había adoptado una
especie de expresión triste e irónica, y levantó una
mano para indicarle que callase.
—¡Estoy de acuerdo! Sí. Gracias por hacerlo
—dijo Ivy—. A él le hacía falta alguien como tú. A
veces daba la impresión de que actuabais en un
espectáculo cómico para dos. Y la reacción de los
rusos con Sean… primero Tekla, claro, pero luego
Fyodor al proponer que arrestásemos a todo el
personal de Arjuna y confiscásemos todo lo que
habían traído… ¡Qué exagerado todo! En la Tierra
hubo un montón de historias en la prensa
sensacionalista e hilos en los foros de internet.
Bastante hice que sobreviví.
—¿Qué quieres decir con eso?
—No te creerías algunas de las conferencias
que mantuve con Baikonur y Houston. Los de
abajo querían que adoptase una línea mucho más
dura. Hacer lo que quería Fyodor.
—Pero no lo hiciste —señaló Dinah.
Ivy la miró a los ojos. Luego, tras un
momento, un ligero asentimiento.
—Así que ganaste —añadió Dinah.
309
—Fue una victoria pírrica —explicó Ivy—.
Negocié una solución menos draconiana. La
expedición Ymir partió sin que, al parecer,
quedara resentimiento.
—¿Y en qué sentido eso es pírrico?
—No quiero cargarte con mis problemas —
dijo Ivy.
—¿Con quién si no ibas a hablar?
—Quizá con nadie —respondió Ivy, con cierto
atisbo de algo parecido a la ira—. Quizás en eso
consista ser un líder, Dinah. La persona que no
puede, que no debe, compartir sus problemas con
nadie. Es una idea algo anticuada. Pero es posible
que de ahora en adelante la especie humana
necesite gente así.
Dinah se limitó a mirarla. Finalmente Ivy se
rindió y habló en un tono casi neutral.
—Mi posición como jefa de la Estación
Espacial Internacional peligró de verdad. Me hizo
ser consciente de algunas batallas políticas en la
Tierra que llevan fraguándose bastante tiempo,
pero que me resultaban invisibles hasta que
apareció la controversia relacionada con Sean
310
Probst. Desde entonces creo que la gente de la
superficie ha minado todavía más mi autoridad a
base de filtrar cosas a la prensa y hacer
comentarios en las reuniones.
—Pete Starling.
—Da lo mismo. En cualquier caso, creo que
pronto me reemplazarán.
Los ojos de Ivy enrojecieron un poco. Le dio
otro vistazo al techo, pero su expresión daba a
entender que no le importaba quién pudiese estar
escuchando. Luego miró a Dinah y sonrió.
—¿Cómo te va a ti, hermana? —preguntó con
voz débil.
—Estoy bastante bien —respondió Dinah.
—¿En serio? ¡Cómo me gusta oír eso!
—Bo, Larz, los otros que han venido a trabajar
en mi equipo parecen tener respeto por lo que he
hecho —dijo Dinah.
—Creo que es por lo que hiciste por Tekla —
dijo Ivy.
—¿En serio? ¿No es por mi asombrosa
competencia natural?
311
—En la superficie hay mucha gente
competente —dijo Ivy—, y en las próximas
semanas veremos a muchos de ellos aquí arriba.
Créeme. He leído sus currículums.
—Estoy segura de que los has leído.
—Pero todos piensan que aparte de la
competencia serán necesarias otras cualidades.
Por eso te respetan.
Otro silencio incómodo. Ivy parecía dar a
entender que a ella ya no la respetaban así.
—Eso y tu asombrosa competencia —añadió
Ivy.
312
Consolidación
LA ATMÓSFERA DE LA TIERRA no se
limitaba a parar en cierto punto. Iba
difuminándose hasta volverse indistinguible,
según las medidas de la mayoría de los
dispositivos, del vacío perfecto. Por debajo de los
ciento sesenta kilómetros de altitud, el aire era
todavía lo suficientemente denso para frenar con
rapidez todo lo que estuviese en órbita, así que
tales altitudes solo se empleaban para satélites
temporales como las primeras cápsulas
espaciales. Cuanta mayor era la altitud, menos
denso el aire y más tardaba la órbita en caer.
Izzy estaba a cuatrocientos kilómetros de
altura. Su superficie de paneles solares y
radiadores aumentaban enormemente la fricción
que provocaría su masa. O al menos, ese había
sido el caso hasta que Amaltea fue fijada sobre
ella, lo que hizo que de pronto fuese mucho más
pesada.
Por paradójico que pareciera para cualquiera
sin conocimientos técnicos, la masa adicional del
asteroide hacía que Izzy lo tuviese mucho más
fácil para mantenerse elevada. Antes de Amaltea,
313
la estación había perdido dos kilómetros de
altitud al mes, lo que hacía necesario recolocarla
disparando el motor posterior. Al principio,
habían montado ese motor en el módulo Zvezda,
pero, en general, se limitaban a emplear el motor
de la nave espacial que estuviese en ese momento
atracada en el módulo más trasero de Izzy.
En esas condiciones, Izzy era como una
cometa: todo superficie, nada de masa. En
términos técnicos, poseía un coeficiente balístico
bajo: una forma de decir que le afectaba
muchísimo la poca atmósfera presente. Una vez
fijada Amaltea, era como una cometa a la que le
habían fijado una piedra grande. Poseía un gran
coeficiente balístico. El momento lineal de la roca
pasaba sin problemas a través de la atmósfera
difusa y reducía considerablemente el descenso
de la órbita. No obstante, cuando llegaba el
momento de reajustar la órbita de Izzy, hacía falta
un encendido más largo y con más propulsión
para acelerar semejante masa de hierro y níquel.
Desde que los exploradores y pioneros habían
empezado a añadir más trozos a Izzy, su
coeficiente balístico había vuelto a disminuir y los
encendidos se habían vuelto más frecuentes. Era
314
ya una constante el hecho de disparar los
propulsores de vez en cuando para corregir la
altitud de la estación, y el problema crecía al
añadir más elementos a la estructura básica. Ya
antes de añadir todos los trozos nuevos, Izzy era
una construcción poco elegante. El empuje
aplicado a una parte de su estructura se
ramificaba por otros módulos a medida que
distintas partes del armazón y otros elementos
estructurales recibían la tensión y la pasaban al
siguiente. Para expresarlo en los términos más
simples posibles, Izzy se había vuelto más flácida
a medida que le fijaban más elementos, y esa
flacidez hacía que resultase difícil reajustar la
órbita o incluso corregir el ángulo con el que
volaba por el espacio. Durante los momentos más
intensos del trabajo de los pioneros, habían
permitido que la órbita cayese bastante, más de
dieciséis kilómetros, pero ahora reajustarla se
había convertido en una operación rutinaria. Y
cada activación de los motores en la parte inferior
de N2 ponía al descubierto debilidades
estructurales que era necesario reparar antes de
seguir; a veces con abrazaderas de plástico y cinta
adhesiva.
315
En el periodo de tiempo entre A+0.144 y 250,
la palabra clave fue consolidación, reducida a
consol. Es decir, había que ajustar el nuevo
armazón alrededor de los tubos de hámster y
otras construcciones extensas añadidas al
armazón durante los primeros y frenéticos meses.
Al mismo tiempo trataban otros problemas,
especialmente la construcción de más radiadores
para mandar al espacio el calor sobrante. No
funcionaban si estaban demasiado cerca, porque
en ese caso se enviaban el calor unos a otros. Así
que el complejo de eliminación de calor creció
muchísimo y acabó extendiéndose hacia atrás,
como el empenaje de un avión: con las plumas en
el extremo de la flecha. No era una simple
metáfora. De la misma forma que la pesada punta
de la flecha y las plumas extendidas la ayudaban
a mantenerse recta, la combinación del pesado
meteoro Amaltea en el extremo delantero y los
radiadores de calor extendiéndose hacia atrás
ayudaban a que Izzy se mantuviera apuntando en
la dirección correcta y lograba reducir la
necesidad de activar los propulsores. También
protegía los radiadores de los micrometeoroides.
En teoría, las rocas podían llegar de cualquier
dirección y golpear la estación, pero era más
316
probable que impactaran por delante, por lo que
solían proteger más las superficies que miraban
en esa dirección. Amaltea, evidentemente, era el
mejor escudo y el más grande.
De haber estado haciendo las cosas como
antes, el número de paneles solares también
habría crecido. Pero muy al principio del proyecto
Arca Nube había quedado más que claro que
aunque los paneles fotovoltaicos podían ser una
ayuda útil, la única forma segura de hacer que
todo siguiese en marcha era empleando pequeños
dispositivos nucleares, los generadores
termoeléctricos de radioisótopos, conocidos como
GTR. Producían calor continuamente, eso era
inevitable, por lo que aumentaban la necesidad de
radiadores.
Los radiadores eran, en esencia, una inmensa
tarea de fontanería en gravedad cero. Había que
recoger el calor sobrante allí donde se producía,
sobre todo en las zonas habitadas y presurizadas
de Izzy, y llevarlo adonde podían librarse de él: el
empenaje que crecía hacia atrás. La única forma
plausible de hacerlo era empleando un fluido,
bombearlo a través de un circuito cerrado,
calentarlo en un lado y enfriarlo en el otro. En el
317
extremo caliente usaban intercambiadores de
calor y las llamadas placas frías que absorbían el
calor allí donde fuese un problema. En el extremo
frío, el fluido se iba dividiendo por una serie de
tubos delgados, como capilares, encajados entre
paneles planos cuyo único propósito era
calentarse un poco y emitir luz infrarroja al
espacio profundo, de manera que Izzy se enfriaba
a base de calentar algunas galaxias lejanas. Para
conectar las partes frías y las calientes del circuito
había todo un sistema de bombas y tuberías que
crecía día a día y que tendía a sufrir muchos de
los problemas que plagaban las tuberías
terrestres. Para mayor complicación, parte del
circuito usaba amoniaco anhidro y parte, agua. El
amoniaco era mejor, pero también peligroso y no
resultaba fácil conseguirlo en el espacio. Si el Arca
Nube sobrevivía, sería en una economía basada
en el agua. Dentro de cien años en el futuro todo
lo que estuviese en el espacio tendría que
enfriarse mediante sistemas de circulación de
agua. Pero por ahora también tenían que
mantener en funcionamiento el equipo que usaba
amoniaco.
Otra complicación, por si eran pocas, era que
318
los sistemas tenían que soportar fallos. Si un trozo
de la Luna dañaba un subcircuito y empezaba a
perder líquido, era preciso aislarlo del resto del
sistema antes de perder vertidos en el espacio los
muy valiosos agua y amoniaco. Así que el sistema
en conjunto tenía una compleja arquitectura
jerarquizada de válvulas de control, llaves y
redundancias que lograban saturar incluso el
cerebro de Ivy, que por lo general tenía una
capacidad infinita para los detalles. Se vio
obligada a delegar todas las cuestiones relativas a
la refrigeración a un grupo de trabajo formado en
sus tres cuartas partes por rusos, y por
estadounidenses, en el otro cuarto. La mayoría de
los paseos espaciales estaban dedicados a la
expansión y mantenimiento del sistema de
refrigeración y, lo que era poco normal en ella, le
bastaba con recibir un informe al día.
Al igual que todo lo demás, la estructura de
Izzy tenía que soportar todos esos tubos y
radiadores. Eran propensos problemas que se
definían, sobre todo, como «demasiado flácido
para superar el reimpulso». Así que con la
estrategia de ir apagando incendios, a
continuación Ivy y los ingenieros de la Tierra
319
tuvieron que dirigir el programa en la dirección
general de consol, o, como decía Ivy en privado,
deflacidización de la estructura global de la
estación espacial. Y ya que quedaba totalmente
descartado desmontar lo que los exploradores y
los pioneros habían construido, la solución
consistía en construir un andamio por fuera de lo
que había. Visto desde un kilómetro de distancia,
el aspecto era similar al de un edificio antiguo y
valioso en proceso de restauración: una estructura
como una celosía, fea pero útil, que crecía
alrededor del objeto, rodeándolo y reforzándolo
sin penetrar en él.
En las primeras fases, se construían secciones
del armazón en la Tierra y se enviaban enteras,
para que luego un equipo de astronautas las
encajase en su sitio; lograban una gran integridad
estructural, deprisa y muy cara. Pronto
desestimaron el método, ya que seguía la ley del
rendimiento decreciente y quedó claro que los
arqueros, como empezaban a conocerlos, no
podían depender para siempre de estructuras
diseñadas y creadas a medida en la Tierra.
Los ingenieros de la superficie ya no tenían ni
idea de lo que pasaba con Izzy. Los modelos CAD
320
se habían quedado atrás. Dinah lo sabía por el
súbito incremento de mensajes de ingenieros
exasperados que le pedían que enviase robots a
tal o cual sitio, y que enfocase la cámara a este o
aquel módulo para poder ver lo que realmente
era Izzy.
Los arqueros necesitaban herramientas y
materiales para construir sus propias estructuras
allí mismo. Se acercaban a Día 220 y quedó claro
lo mucho que habían cambiado las cosas en la
superficie cuando las soluciones empezaron a
llegar de más de una forma, de más de una
fuente, a menudo con poca o nula coordinación.
En otros tiempos el sistema propuesto habría
recibido un acrónimo de tres letras y habría
rebotado entre distintas agencias y contratistas
durante quince años antes de ser enviado al
espacio.
El sistema más útil para construir estructuras
resultó ser la aplicación rápida de una vieja pero
todavía buena idea. Era un poco como la máquina
empleada por los fabricantes de canalones y
bajantes, instalada en la parte posterior de un
camión y alimentada por un enorme rollo de
lámina metálica, que lo doblaba en forma de
321
canalón e iba sacando una pieza todo lo larga que
se quisiera. Pues tenían una máquina que hacía
más o menos lo mismo, solo que doblaba la
lámina metálica para formar una viga sencilla con
sección triangular y luego soldaba los bordes para
que mantuviera la forma permanentemente. Se
había inventado en Occidente, donde también se
hizo un prototipo, pero la agencia espacial china
la había perfeccionado en los doscientos días
después de Cero y había iniciado el lanzamiento
de las máquinas junto con personal que sabía
usarlas. Mientras las mantuviesen alimentadas
con electricidad y rollos de aluminio, irían
sacando vigas. Resultaba un poco más difícil
conectar los segmentos de viga para formar
estructuras más complejas como armazones y
andamios. La soldadura espacial era posible, pero
muy complicada, y no había suficiente equipo. En
su lugar acabaron usando conectores como de
juegos de construcción, producidos en masa en
China, a los que podían encajar los extremos de
las vigas triangulares que luego fijaban con
tornillos. Al principio los enviaron en masa desde
la Tierra, pero en A+0.247 recibieron una
impresora 3D optimizada para fabricarlos, con
opciones para modificar el ángulo de inserción de
322
las vigas. De esa forma podían diseñar y construir
armazones sobre la marcha, cosa imposible con
los conectores producidos en masa. Como último
recurso, Fyodor disponía de una máquina de
soldadura por haz de electrones que funcionaba
en gravedad cero y en el vacío, sin duda el equipo
de soldadura más caro de la historia, una
maravilla del ingenio ruso, y enseñó a Vyacheslav
a usarlo. Este a su vez enseñó a Tekla y a otros
dos astronautas, quienes establecieron un ritmo
de rotación y se turnaban para pasearse por la
cada vez más compleja estructura de Izzy
soldando por aquí y por allá. Así que, construido
en gran parte por los chinos y los rusos, el
andamio creció y adquirió firmeza. Los
encendidos de ajuste ya no producían alarmantes
restallidos, golpes y chirridos. Los tubos de
hámster desaparecieron gradualmente dentro de
capas de refuerzo estructural y de protectores. En
los extremos de Izzy fueron surgiendo nuevos
puntos de atraque, como flores en las ramas de un
árbol. Se preparaban para la siguiente fase: la
llegada de los primeros arquetes.
Era agosto en la Tierra, el penúltimo agosto de
la historia. Había una docena de espaciopuertos
323
nuevos o reacondicionados en funcionamiento.
En el mundo había ocho lugares desde los que se
podían enviar cohetes pesados a Izzy. Alrededor
de esos lugares empezaban a acumularse
módulos de cohetes y tres estilos diferentes de
arquetes, como munición en un campo de tiro.
DÍA 260
—Se va usted, doctor Harris —dijo Julia Bliss
Flaherty.
De vez en cuando Doob perdía de vista que se
reunía regularmente con la presidenta. En el gran
esquema de las cosas, era mucho menos extraño
que el hecho de que la Luna hubiese reventado y
todos fuesen a morir, pero su mente, nacida y
criada en un mundo caracterizado por la ausencia
de hechos tan singulares, se sentía mucho más
cómoda al sentir la emoción de las pequeñas
cosas, como hablar con la presidenta; en el
Despacho Oval; con el consejero científico Pete
Starling a un lado y la directora de
comunicaciones de la Casa Blanca al otro; y un
mayordomo que servía agua helada en vasos de
cristal.
Comprendía la utilidad del mayordomo.
324
¿Pero qué sentido tenía la presencia de la
directora de comunicaciones? A Margaret Sloane
se le daba bien su trabajo y la perfección de su
aspecto era una fuente constante de asombro,
pero había quedado claro que toda discusión
técnica que fuese más allá de «las rocas grandes
del espacio son peligrosas» superaba su
capacidad.
Lo miraban como si esperasen que dijese algo.
¿Qué había dicho la presidenta? «Se va
usted».
¿Lo echaban? ¿Iban a reemplazarlo por
alguien más joven y más en sintonía con la web,
como Tav Prowse?
En el hueco del incómodo silencio, Margaret
Sloane vertió una explicación.
—Sus habilidades y su presencia han sido
muy importantes para calmar las aguas. Para
ofrecer al pueblo de Estados Unidos, y del
mundo, algo en lo que fijar sus esperanzas dentro
del concepto de Nuestra Herencia. Su disposición
a bajar al terreno, ir a lugares como Moses Lake,
Baikonur, las fábricas de cohetes. Lo apreciamos
enormemente. Pero creemos que ha llegado el
325
momento…
—De reemplazarme por una cara nueva, lo
comprendo —dijo Doob—. La verdad es que está
bien. Me gustaría pasar más tiempo con mis hijos
y mi nueva esposa. Tav lo hará estupendamente.
Por una vez, la presidenta se mostró
desconcertada. Miró a Margaret.
—No nos referimos a eso, en absoluto —dijo
Margaret—. Necesitamos, la gente del mundo
necesita, que dé el siguiente paso… que ascienda
a un nivel superior.
—Le pedimos —dijo la presidenta, algo
irritada por la lentitud de Doob y la forma de
expresarse susurrante y laberíntica de Margaret—
que viaje al espacio allá por Día 360 y que se
convierta en parte de la población del Arca Nube.
—¡No quiero! —le soltó Doob. Era muy poco
habitual que se expresara de esa forma, por lo que
a continuación permaneció unos minutos sin
decir nada, conmocionado por su propia
ineptitud.
—Doctor Harris —dijo la presidenta tras dejar
pasar unos momentos—, como probablemente
326
sepa por las clases de educación cívica del
instituto, la persona que se sienta donde yo me
siento ahora tiene muchos poderes. Uno de ellos
es que puedo conceder aplazamientos y perdones
a los criminales condenados. Todo prisionero que
acaba en la cámara de ejecuciones de Tejas llega
allí en parte porque yo tomé la decisión de no
perdonarlo o conmutarle la sentencia. Nunca he
usado ese poder en el caso de un prisionero en el
corredor de la muerte. Sin embargo, a todos los
efectos, ahora estoy usándolo en su persona.
La presidenta se calló. Doob fue consciente de
que esperaba que le prestase atención.
Miraba el arreglo floral que había sobre la
mesa que tenía delante. Se preguntaba cuánto
tiempo pasaría hasta que alguien pudiese cultivar
flores en el Arca Nube. Cogió el vaso y bebió un
sorbo de agua.
J. B. F. lo ponía nervioso cuando estaba en ese
estado. Le hizo falta cierto acto de voluntad
consciente y deliberado para lograr apartar la
vista de las flores y mirar a la mujer a los ojos. La
presidenta lo miraba con los ojos muy abiertos,
sin parpadear.
327
—Por el simple hecho de encontrarse en la
superficie de este planeta está condenado a
muerte —siguió la presidenta—. Acabo de
perdonarlo. Puede ir al espacio y vivir. Yo no
puedo. ¿Lo comprende, doctor Harris? En este
caso no puedo perdonarme a mí misma sin violar
flagrantemente el Acuerdo del Lago del Cráter,
que convierte en inelegibles a los líderes
nacionales y a sus familias. Entonces, ¿qué
demonios le pasa a usted?
La respuesta sincera de Doob, de haberla
expresado, habría sido políticamente incorrecta:
«He acabado convencido de que el plan del Arca
Nube no puede funcionar de ninguna forma. He
estado siguiendo la corriente por tener contenta a
la gente. Preferiría morir rápidamente en la
superficie acompañado de mis seres queridos que
despacio y a solas en el espacio».
—Hay otros que lo merecen más que yo —
dijo. Y de inmediato le dio mucha rabia haber
dicho algo tan ñoño y tan fácil de refutar; porque
lo cierto es que él era una muy buena elección
para añadir al Arca Nube.
—¡No podría estar más en desacuerdo! —
328
exclamó Pete Starling, con una risa nerviosa—.
Doob, serás muy útil allá arriba, ¡me temo que no
tendrás ni un minuto de descanso! Sabes hacer
cosas muy distintas de las que se necesitan allí.
Puedes pasar de trabajar en problemas de
astrofísica a enseñar a los jóvenes arqueros o a
hacer grabaciones de audio para la gente de la
Tierra sin ningún problema.
Doob se volvió para mirar a los ojos de Peter
Starling mientras este hablaba y comprendió, con
una impresión como si se hubiera metido en agua
helada, que Pete mentía.
No sobre la utilidad de Doob; en eso era
sincero. Mentía sobre algo más fundamental.
No tenía más confianza que Doob en que el
Arca Nube fuese a salir bien.
Necesitaba que Doc Dubois fuese allá arriba y
mintiese por él.
Bien, Doob era un científico que había
empleado buena parte de su vida entrenándose
en una disciplina concreta: buscar la verdad y
contarla. Incluso entre los científicos de las
ciencias puras, un grupo famoso por su
brusquedad, tenía la reputación de decir lo que
329
pensaba. No le importaba si ofendía a alguien o si
se resentía alguna carrera profesional. De alguna
forma, todo eso parecía manifestarse también
frente a la cámara; la razón de que tanta gente
confiase en él cuando aparecía en televisión era
que iba directo al grano, decía cosas que ofendían
a los poderosos, removía los asuntos y no le
importaba. Algunos de aquellos momentos
habían quedado preservados en clips de YouTube
y memes de Reddit: abochornar a un senador
republicano que no creía en la evolución,
desmontar a un negacionista del cambio climático
con un improvisado encuentro en la acera, hacer
llorar a una estrella de televisión en Today
diciéndole que su postura contra la vacunación
infantil la convertía en responsable directo por la
muerte de miles de bebés.
Así que, de alguna manera, tenía dos
preguntas dándole vueltas en la cabeza: si
mentiría y si podría mentir.
En cuanto a la primera, ¿le parecía bien mentir
si con eso lograba que miles de millones de
personas aceptasen su muerte con algo más de
felicidad? Por lo que respectaba a la segunda, ¿la
gente se daría cuenta? ¿Detectarían un cambio en
330
su tono de voz o la expresión de su cara, cuando
se plantase frente a la cámara para soltar
tonterías?
Esa era la verdadera pregunta. Si le saldría
bien. Porque si no le salía bien, si no podía mentir
con convicción, entonces no tenía ningún sentido
intentarlo.
Y estaba bastante seguro de que no podría
hacerlo.
Uno de los cubitos de hielo del vaso de Doob
restalló al sufrir una fractura térmica.
Doob pensó en Sean Probst. Había
transcurrido medio año en su misión de ir a
buscar un enorme trozo de hielo. No podía creer
que ya hubiese pasado tanto tiempo.
Podías acostumbrarte a todo. Te
acostumbrabas y luego el tiempo corría, y antes
de que te dieses cuenta, se te había acabado.
Recordó las preguntas difíciles de la gente en
el momento de la partida de Sean hacia L1. ¿Qué
demonios hacía aquel millonario demente? Estaba
claro que no era parte del plan oficial. El plan
oficial no parecía reconocer la necesidad de un
331
enorme trozo de hielo. Pero Sean Probst creía que
era tan importante que estaba dispuesto a ir en
persona a ocuparse del problema. Era más que
probable que muriese en el intento, o que
regresase tan destrozado por la exposición a la
radiación y la larga ingravidez que jamás
recuperase la salud. Por eso la gente le
preguntaba a Doob qué creía que pensaba Sean. Y
Doob, que había reflexionado sobre el asunto,
respondió con vaguedades, comentando que en el
espacio siempre era bueno tener agua: podías
beberla, usarla para cultivar, emplearla como
escudo contra la radiación, dividirla en hidrógeno
y oxígeno para tener combustible de cohetes, o
pasarla por tuberías para enviar al espacio el calor
sobrante. Todo eso era más que cierto, pero más
que nada no hacía más que plantear la duda
mayor. Era muy claro que la NASA ya debería
haberlo considerado. ¿Sean Probst veía una
necesidad mayor de agua en la que la NASA no
había pensado o que directamente no había
querido ver?
Doob lo dedujo a partir de las conversaciones
con gente de Arjuna y los rumores que le llegaban
por sus amigos que planificaban el Arca Nube.
332
Era una cuestión de propelente. El Arca Nube
tendría que quemar un buen montón. Sean creía
que no tendrían suficiente.
Así que había ido al espacio a resolver el
problema.
Porque Sean no era de los que se dedicaban a
hablar. Era de los que hacían cosas. Y, por tanto,
no se mortificaba, como Doob en aquel preciso
momento, sobre lo que iba a decir. Cuál sería su
postura pública. Cómo se iba a posicionar y cómo
lo verían los demás.
—Faltan cien días —dijo Doob.
Había guardado silencio durante tanto tiempo
que los otros ocupantes del Despacho Oval
quedaron algo sorprendidos. La atención de J. B.
F. estaba en una tableta que tenía sobre la mesa y
Pete Starling miraba por la ventana.
—¿Disculpe, doctor Harris? —dijo la
presidenta, volviéndose para mirarlo. Pero Doob
ya no se sentía intimidado por aquella mirada. Iba
a ir a un lugar donde ella no podría volver a
mirarlo.
—Estamos en 260 —dijo Doob—. Ha dicho
333
que iría más o menos en 360.
—Sí —dijo Maggie Sloane, relajándose y
adoptando una postura totalmente diferente—.
No será la primera oleada, que será más
exploradora, más de preparación, pero sí será la
primera real de arqueros en el espacio y
pensamos que podría ser parte de ella.
Compartiría sus experiencias y podría contarle a
la gente de la Tierra en qué consiste un día en la
vida de un arquero y ofrecer una sensación de
continuidad.
«Vaya mierda», pensó Doob. Siete años de
doctorado, dos puestos de posdoc en importantes
centros de investigación en Europa, un puesto de
titular en Caltech, candidato al premio Nobel, y
allí estaba, con el destino de la humanidad en
juego, dejando que lo propusiesen como
«observador para ofrecer una sensación de
continuidad».
—Eso puedo hacerlo —dijo. «Y algunas cosas
más, en cuanto esté allá arriba», pensó.
¿Qué iban a hacerle, llevarlo de vuelta al
planeta?
Lo peor que podían hacer era dejar de
334
transmitir su material; y le parecería bien. Allá
arriba tenía que haber alguna actividad más útil
que hablarle a la cámara. Sean Probst había
identificado un problema con el Arca Nube y
había actuado para remediarlo; en cien días, ¿qué
podría aprender Doob que fuese útil? ¿Qué
acciones podría realizar, una vez que estuviese
arriba, para que la empresa tuviese más opciones
de éxito?
—Cien días —dijo—. Tres meses que podré
pasar con mi esposa, mis hijos y mi embrión.
—¿Embrión? —repitió Pete Starling sin
entender.
Margaret Sloane, madre de tres criaturas, lo
comprendió de inmediato.
—¿Amelia está embarazada? —preguntó con
una sonrisa cálida que hasta Cero había sido la
respuesta normal a una noticia tan dichosa. Pero
dadas las circunstancias, la reacción habitual era
algo más compleja, si bien resultaba difícil
cambiar los viejos hábitos.
—Ya no —dijo Doob—. Congelamos el
embrión. Mi única condición es que venga al
espacio conmigo.
335
—Delo por hecho —dijo la presidenta con un
tono y una mirada que dejaban claro que la
reunión había terminado.
DÍA 287
—¿Tienes para mí alguna noticia graciosa
relacionada con las patatas? —preguntó Ivy—.
Porque, de verdad, me vendría bien echar unas
risas.
Dinah no estaba segura de cómo le sentaba
que Ivy buscase entretenimiento casual en su
familia condenada a morir, pero como solo
estaban a 433 días del fin del mundo, no le
pareció que valiese realmente la pena enfadarse
por aquel asunto.
La situación sí que producía cierta aspereza
hacia los que se habían quedado atrapados en la
Tierra. Resultaba humanamente imposible
dedicar a siete mil millones de personas la
compasión absoluta que cada una de ellas
merecía. Dinah había empezado a oír por la radio
chascarrillos de humor negro y se dio cuenta de
que a ella misma empezaban a hacerle gracia.
No es que el humor negro fuese solo cosa de
los arqueros, como demostraba la familia de
336
Dinah. Eran personas inteligentes —tenían que
serlo para poder hacer lo que hacían—, pero les
gustaba cierto tipo de humor grueso, novatadas y
artículos de broma que jamás habrías visto en su
ambiente laboral o en una facultad; y una vez que
daban con algo que les parecía divertido jamás lo
dejaban. Un mensaje morse medio en serio sobre
plantar un campo de patatas, transmitido por
Rufus poco después del anuncio del Lago del
Cráter, había generado todo un subgénero de
chistes continuos sobre los preparativos del clan
MacQuarie para la Lluvia Sólida. En los
ocasionales envíos familiares desde la Tierra,
Dinah se había acostumbrado a encontrar
pequeñas patatas, todavía con tierra, o piezas de
plástico para el señor y la señora Patata. Ahora
incluso tenía una matrícula oxidada de Idaho
pegada con cinta adhesiva a la pared de su taller,
con la leyenda famosas patatas, por cortesía de
Rufus, que la había conseguido de un compañero
de la industria minera en un enclave rico en plata
de ese estado.
—¿Eso es un no? —preguntó Ivy.
—¡Ay!, ahora tengo mierda de patatas por
todas partes —dijo Dinah—. Es que no estoy
337
segura de que sea un chiste.
—¿A qué te refieres?
—Al principio pensé que era su forma de
decir: «Sabemos que estamos jodidos, no tiene
sentido comportarse como críos, así que vamos a
reírnos hasta el final». Pero ahora empiezo a
preguntarme qué hacen. Es decir, están en la
cordillera Brooks con todo su equipo. Podrían ir
en coche hasta Fairbanks cuando les apeteciese y
de ahí a cualquier parte del mundo. Ver las
pirámides. Admirar la Mona Lisa. Visitas a
familiares y amigos. En lugar de eso, están en el
lugar más olvidado de Dios, ¿haciendo qué?
—¿Preparándose? —dijo Ivy.
—Es lo único que se me ocurre —dijo Dinah—
. Preparándose para una estancia de cinco o diez
mil años.
—No son los únicos —dijo Ivy.
A Dinah le llevó unos momentos comprender
lo que decía su amiga. Entonces le quedó claro, al
ver la expresión de la cara de Ivy.
—¿Estás de coña? ¿Cal?
338
Ivy le dio a entender que sí con la mirada.
—Mezclado con lo que esperas de un
prometido, que no es asunto tuyo, me pregunta
cosas como los méritos de los limpiadores de litio
y el hidróxido de sodio. Me pide copias de los
PDF de Luisa sobre la sociología de personas
confinadas en pequeños espacios durante mucho
tiempo.
—No puede pensar que no te vas a dar
cuenta.
—Claro. Voy a leer entre líneas.
—¿Qué crees que piensa?
—Verás —contestó Ivy—, tiene autoridad
total sobre un enorme submarino diseñado para
superar una guerra termonuclear global. Y
cuando Estados Unidos deje de existir, supongo
que no tendrá superiores, en lo que al mando se
refiere. ¿Qué podría hacer un comandante?
—¿Pero cómo podría ser?
—Creo que depende bastante —dijo Ivy— de
si el océano hierve hasta secarse por completo o
no. Si fuese él, me iría a la fosa de las Marianas y
tendría los dedos cruzados.
339
—Pensarías que sería todavía mucho más
complicado que mantenerse con vida en el
espacio.
Ivy miró a su amiga con diversión irónica.
—¡¿Qué?! —dijo Dinah.
—Permanecer con vida en el espacio va a ser
lo más fácil, ¿recuerdas?
—Por descontado. Lo siento; lo había
olvidado… —«Maquillarme», pensó—.
Presentará retos fascinantes —se corrigió
cambiando a la mejor voz de relaciones públicas
de la NASA.
—Creo que es como lo que hacemos aquí —
dijo Ivy—. Hay que dividir la tarea en muchas
partes pequeñas e ir resolviéndolas una a una, o
te superan.
—¿Eso es lo que hacemos?
—Sí. —Ivy puso los ojos en blanco.
—¿Qué tienes en la cabeza? Aparte de la
necesidad de reírte.
—Y a ti, ¿cómo te va? ¿Qué tal la salud? —
preguntó Ivy.
340
—¡Ay va!, ¿esto es una reunión de verdad?
¿Estamos hablando oficialmente?
—No has parado mucho por T2.
T2, el segundo toroide, que Rhys había
construido, había empezado a girar en Día 140. La
gravedad simulada era un octavo de la terrestre,
solo ligeramente mayor que la del primer toroide.
Era más grande y giraba más lentamente, por lo
que Rhys esperaba que fuese más cómodo. El
simple hecho de pasar algún tiempo allí
contrarrestaba algunos de los efectos negativos de
vivir en el espacio durante largos periodos. La
gente que vivía sin gravedad sufría pérdida
gradual de densidad ósea y masa muscular. Los
ojos degeneraban y la visión se deterioraba. Las
tripulaciones de las estaciones espaciales
intentaban resolverlo usando unas máquinas de
ejercicio que obligaban a esforzar los huesos, pero
se trataba de medidas temporales para personas
que solo iban a pasar unos meses en el espacio.
Dinah, Ivy y los otros diez miembros de la
tripulación original de Izzy llevaban casi un año
en el espacio. Durante los primeros meses tras
Cero nadie había prestado mucha atención a las
cuestiones de salud. Todos iban a morir. Los
341
exploradores llegaban ya muertos. Había sido un
estado de emergencia continuo. Pero durante los
meses de construcción de los tubos de hámster y
la consolidación estructural, los científicos
dedicados a cuestiones biológicas habían logrado
hacerse oír. No era la primera vez en las últimas
semanas que reprendían a Dinah por no pasar
más tiempo en el campo gravitatorio simulado de
T2.
—Es que resulta difícil pasar de gravedad a
no gravedad —dijo Dinah—. Me hace vomitar. Y
en T2 no tengo mis cosas —se refería, como sabría
Ivy, al taller donde trabajaba con sus robots.
—¿Pero no es sobre todo trabajo remoto?
¿Escribir código?
—Sí, solo que me gusta poder verlos por la
ventana.
—¿No llevan cámara?
A eso Dinah no pudo responder.
—Lo que haces aquí —añadió Ivy— podrías
hacerlo desde una cabina en T2, donde la
gravedad regeneraría tus huesos.
—También está Rhys —admitió Dinah—. Las
342
cosas se han puesto un poco raras con él y no
quiero…
—Rhys nunca va a T2 —dijo Ivy—. Ha estado
con el equipo de estructuras inflables.
—Vale —dijo Dinah—. Dame un lugar para
trabajar en T2 y…
—Hay algo más —dijo Ivy y dejó escapar el
suspiro. El suspiro indicaba que Ivy iba a hacer
algo ridículo por imposición de los poderes
fácticos. Nunca aparecería registrado en las
transcripciones de una reunión, pero el suspiro lo
cambiaba todo.
—No quiero ni imaginármelo —dijo Dinah.
—Todos nos hemos convertidos en personajes
de un reality —dijo Ivy—. Puede que no seas
consciente.
—No, no he estado viendo mucha televisión.
—Bien, ahora mismo es lo único que pueden
hacer allá abajo, en la Tierra. La economía se
apaga, y la gente se limita a comer judías de lata y
entretenerse con las pantallas.
—Vale.
343
—Me han pedido que preste más atención a la
forma del mensaje.
—¿La forma del mensaje? ¿Eso qué es?
Ivy soltó el suspiro.
—Vale, no importa —dijo Dinah.
—La gente quiere saber qué fue de su Chuta
Mierda Arrogante.
—¿En serio?
—Sí —dijo Ivy—. A la gente le gustaba su
CMA. Recuerdan lo que hiciste por Tekla. Por
cierto, que ahora el porno con Tekla es muy
popular.
—No quiero saber más.
—En cualquier caso, la gente quiere saber qué
fue de su intrépida Chica de los Robots y su zoo
mecánico.
—Eso explica algunos extraños correos que he
recibido.
—¿De extraños?
—¡No, de mi propia familia! No leo los de
extraños. ¿Qué hay de ti? ¿Cuál es tu papel en el
344
reality, Ivy?
Ivy la miró con frialdad.
—Soy la tipa intransigente que no puede
controlar las cosas.
—¡Ah, vale!
—Para los televidentes estadounidenses no
soy totalmente estadounidense. Para los
televidentes chinos, soy una banana.
—Lo siento, Ivy.
—Esas son las malas noticias.
—Vale, ¿y cuáles son las buenas noticias?
—Que toda la gente que habla mal de mí en
internet morirá dentro de cuatrocientos treinta y
tres días —dijo con toda seriedad.
Vale. Un ejemplo de humor negro.
—Después, ya nada importa, excepto mi
capacidad para servir a Nuestra Herencia.
—Vale, cielo, ¿cómo puedo ayudarte? —
preguntó Dinah—. Podríamos hacernos un selfie,
tú y yo, y lo pondría en el blog de Chuta Mierda
Arrogante.
345
—Tú y yo vamos a darnos un paseo en el
primer bolo operativo —dijo Ivy— y vamos a
recordar lo que se siente bajo la gravedad
terrestre.
346
El Gran Cleroterion
DURANTE LOS PRIMEROS DÍAS tras la
explosión de la Luna, Doob había pasado horas
mirando a Patata, Trompo, Bellota, Hueso de
Melocotón, Cuchara, Grandota y Judía. Eran
visibles de día, como lo había sido la Luna, e
incluso en los raros días nublados de Pasadena, o
cuando estaba encerrado dentro, podía abrir una
ventana en el ordenador y mirar la imagen en
directo.
Después de llegar a la conclusión de que
matarían a todos los habitantes de la Tierra, le
apetecía mucho menos mirarlas. De hecho, se
pasaba semanas sin mirar a la nube de restos que
se expandía gradualmente. A veces, caminando
por un aparcamiento oscuro o conduciendo por la
autopista, entreveía los fragmentos lunares en el
cielo y apartaba la vista. Lo llenaban de terror e,
incluso, una especie de vergüenza, porque en su
momento le había parecido un deleite científico
fascinante. Eso no quería recordarlo; en su lugar,
seguía la lenta desintegración de los fragmentos
lunares por medio de las hojas de cálculo y los
gráficos que preparaban sus colegas y sus
347
estudiantes de grado. Hacía lo que podía para
reducir el asunto a solo dos números: uno era la
tasa de fragmentación de bólidos, TFB, que
indicaba la frecuencia con la que rocas grandes se
convertían en fragmentos pequeños. El otro era
los días que quedaban para el Cielo Blanco.
En Día 7, minutos después de conocerse,
Amelia y él habían visto a Judía fracturarse en
dos grandes trozos, más tarde bautizados como J1
y J2 (aunque algunos habían intentado darles
nombres monos). Tres semanas más tarde
Cuchara había chocado con Grandota y se había
roto en tres, C1, C2 y C3. Grandota era ahora G1,
fácilmente identificable, más todo un árbol
genealógico de trozos fragmentados a partir de su
pieza más pequeña, G2, que se identificaban
mediante códigos como G2‐1‐3, es decir, el tercer
fragmento más grande del fragmento mayor del
segundo trozo más grande de Grandota. Por
debajo de ese nivel, era difícil seguir todos los
fragmentos y tampoco tenía mucho sentido.
Trompo había causado todo tipo de problemas
antes de partirse por la mitad; sus hijos
extraviados T1 y T2 habían salido en direcciones
opuestas y acabaron en grandes órbitas
348
excéntricas alrededor del centro de masa
compartido por los escombros, que, de vez en
cuando, llegaban desde lejos y chocaban con
alguno de los trozos más lentos. T2 había roto
Bellota en tres trozos solo tres días antes de la
memorable conversación de Doob con la
presidenta en la Casa Blanca. Cuando él estaba
volando de vuelta a L. A., un trozo del tamaño de
un petrolero había caído en el océano Índico y
había provocado un tsunami que había matado a
cuarenta mil personas en la costa oeste de la
India.
Llegó a casa desde D. C. y se fue con Amelia a
una suite en el Langham, un lujoso hotel en
Pasadena, para pasar unos días justo antes de que
él partiese en un viaje por todo el mundo.
Durante la cena romántica en la terraza él puso
todo su empeño en no mirar a la Luna. Más tarde
volvieron a la suite e hicieron el amor. Después de
dedicar veinte minutos a abrazarse tras el coito,
Amelia se dio media vuelta y se durmió,
invitando a Doob a abrazarse a ella, pero él,
incapaz de relajarse, cogió la tableta, se ajustó las
gafas de lectura y se puso a matar el tiempo en
internet. Las puertas del balcón estaban abiertas y
349
en cierto momento la brisa forzó a Amelia a
taparse con las mantas. Doob se levantó para
cerrarlas y se quedó mirando la nube lunar que
tenía justo delante, que, con un diámetro de casi
cuatro veces el de la Luna original, colgaba sobre
las luces de L. A. Lo impresionó, en parte porque
hacía mucho que no la miraba directamente, así
que se quedó observándola. Hueso de Melocotón
seguía casi intacta, pero por lo demás, ya no eran
reconocibles las Siete Hermanas originales.
Por simple curiosidad, consultó la aplicación
que le decía cuándo pasaría Izzy por encima de su
cabeza y vio que sería al cabo de diez minutos.
Así que se quedó esperando. Mientras aguardaba,
su atención volvió una y otra vez hacia los trozos
de la Luna. ¿Cuál sería su futuro? Sabía que se
romperían en un número incontable de
fragmentos y se convertirían en el Cielo Blanco y
luego en la Lluvia Sólida. Pero ¿cómo serían al
final los fragmentos? ¿Cuántos grandes y cuántos
pequeños? Tenía algunos modelos
fundamentados en la suposición, para simplificar,
de que toda la roca lunar era básicamente igual,
pero estaba claro que no era así.
Habían realizado algunos análisis de los
350