Por tanto, era de suponer que ya había un
cráter nuevo decorando Norteamérica en algún
punto hacia el este, y que Ariane y su cautiva
estaban en camino hacia un refugio seguro en el
segmento Rojo del anillo. Solo podían hacer
suposiciones sobre lo que pasaría cuando
llegasen, pero en el caso de Ariane era probable
que le dieran una recompensa sustanciosa, una
medalla y un ascenso a algún nivel superior de la
inteligencia del ejército de Rojo.
Doc no volvió a decir nada coherente. Había
sufrido un derrame al presenciar lo sucedido con
Memmie y se había quedado afásico. La
inflamación del cerebro le provocó la muerte una
hora más tarde. Los Excavadores enterraron a
Doc y a Memmie juntos, allí donde habían caído.
El Excavador viejo tenía mejor aspecto unas
horas después, excepto por algunos síntomas de
padecer una conmoción cerebral. Al joven le
entablillaron la pierna. Los dos tenían intenciones
asesinas contra los tres cautivos que quedaban.
Pero daba la impresión de que la mayoría de los
Excavadores estaban abrumados por lo sucedido
y apostaban por una aproximación más juiciosa a
las futuras relaciones entre su tribu y la
1451
civilización que podía crear algo como el thor de
Ariane y los enjambres armamentísticos de Beled
y Langobard.
Como demostración de su propia capacidad
tecnológica, o puede que solo para desfogarse, los
Excavadores detonaron un fragmento de algún
explosivo casero en el espacio abierto entre el
planeador y las tumbas. Evidentemente lo hacían
como advertencia para Bard y Beled, que estarían
observando desde algún lugar cercano.
A Ty, Einstein y Kath Two les pusieron a cada
uno un collar con bisagras fabricados con acero
doblado. En los dos extremos de cada collar había
sendas anillas, que quedaban alieneadas cuando
el collar estaba alrededor del cuello, de manera
que se podía pasar una cadena, la cual cerraba el
collar y lo unía al de otro cautivo. En un extremo,
un candado antiguo demasiado grande para
pasar por la anilla de Kath Two cerraba la cadena.
El otro extremo lo fijaron, usando un perno, a una
estaca de madera que un Excavador
especialmente fornido había clavado en el suelo
con un martillo de cabeza de piedra que parecía
un thor en miniatura.
1452
Colina arriba, y lejos del alcance de los
prisioneros, otros Excavadores construyeron un
túmulo pequeño. Lo coronaron con otro
fragmento de explosivo. Le fijaron cables para
detonarlo y los tendieron hasta el campamento de
los Excavadores bajo las alas del planeador, como
a unos cincuenta metros.
—¿Qué acaba de pasar? —quiso saber
Einstein tan pronto como los Excavadores los
dejaron solos—. Es decir, eso era claramente un
thor. He oído hablar de ellos, pero… —Lanzó las
manos al aire.
—Ariane es un topo —dijo Ty. Luego se
corrigió—: Era un topo. Ahora probablemente sea
una heroína. Una heroína de Rojo.
—Rojo envió el thor para, como dices,
extraerla.
—Sí. A ella y, lo más importante, una muestra
biológica viva y en buen estado.
Kath Two, al final de la cadena, se metió en el
saco y se quedó dormida. Ty no esperaba que
despertase pronto. Él y Einstein se alejaron todo
lo posible, para dejarla en paz, y se sentaron. Los
Excavadores les habían dejado leña y material
1453
para encenderla. Sin hablar se pusieron a hacer un
fuego. Estaba claro que Einstein tenía experiencia,
así que Ty dejó que lo hiciera él. El joven ivyno
tenía ideas muy concretas sobre el fuego.
—¿Dónde aprendiste a pelear así? —le
preguntó Einstein—. ¿Eres parte teklano o qué?
—Pelear no es cuestión de saber hacerlo —dijo
Ty—; sino de decidir hacerlo.
—Vale, yo me quedé paralizado, tío.
—Mira, a veces las decisiones que nuestras
Evas tomaron hace cinco mil años controlan
nuestras acciones hasta un grado que a todos los
efectos nos dejan sin poder de decisión. Se
suponía que tú debías echarte atrás, observar y
analizar.
—Y a ti te crearon para ser un héroe —dijo
Einstein.
—Un héroe habría salvado a Memmie.
—¡Pero nadie podía preverlo! La forma en que
esa mujer se volvió loca…
—Pensaremos en ello durante mucho tiempo.
—Ty suspiró y miró a los Excavadores, que se
1454
comportaban como si no hubiese pasado nada.
Algunos asaban kebabs que habían cortado del
cuerpo de un herbívoro de gran tamaño que
habían matado en el bosque. Había muchos niños
de menos de diez años, pero pocos adolescentes.
La mitad de las mujeres parecían embarazadas—.
Desempeña tu papel, Einstein. Ahora que Doc no
está, tú eres el ivyno de nuestro grupo. ¿Qué ves?
Einstein se mostró renuente a hablar, así que
Ty lo animó.
—Veo una explosión de población. —Einstein
se concentró de golpe y asintió—. Tú no sabías
nada de esta gente —siguió Ty—, a pesar de que
tu ZAR está justo al otro lado de las montañas y
tu gente viene por aquí.
—La mina de Rufus MacQuarie estaba muy al
norte —dijo Einstein—. Deben de haber salido
hace poco.
—Busca al niño más mayor y probablemente
tengamos la fecha.
—¡Pero hace trescientos años que la atmósfera
es respirable! ¿Por qué esperar hasta ahora?
Ty hizo un gesto hacia el centro del
1455
campamento de los Excavadores: el enorme lecho
de brasas, la carne asándose.
—¿Comida? —preguntó Einstein.
—Comida y combustible —confirmó Ty—.
Han estado viviendo en su agujero Dios sabe de
qué, tofu de las cuevas o algo así, desde el
comienzo de la Lluvia Sólida. Quizá de vez en
cuando comprobaban el aire exterior y,
probablemente, al volverse respirable salieron a
echar un vistazo. Pero seguía siendo un erial, sin
posibilidad de albergar vida. Solo en los últimos
años TerReForma se ha ocupado de esta zona de
Beringia y ha introducido animales lo
suficientemente grandes como para que
compense el esfuerzo de cazarlos. Fue el
pistoletazo de salida, la señal para salir.
—Y, por lo que se ve, para empezar a tener
hijos a toda velocidad.
—Por lo que se ve, sí. Bien, Einstein, ¿qué te
indica eso sobre el papel de cada sexo?
—Para empezar, no tienen una Eva, tienen un
Adán, Rufus, por lo que es fácil que sean más
pat… patrii…
1456
—Patriarcales.
—Gracias. Y por tanto se espera que todas las
mujeres tengan muchos hijos…
—Lo que nos da información —dijo Ty—.
Bien, aquí está la gran pregunta que nos mira
fijamente a la cara. Eres un Excavador, ¿vale? No
eres tonto. Te basta con sacar la cabeza de tu
cueva durante una noche despejada y al sur
puedes ver el anillo hábitat. Y con el tiempo
puedes ver el Ojo moviéndose por él, y ver cómo
se iluminan los nuevos hábitats a medida que los
construyen. Puedes ver los bolos descendiendo
del cielo, las naves aéreas de TerReForma
pasando por encima y las lluvias de ONAN que
vienen directamente del anillo. Y no eres un
salvaje ignorante. Tu gente ha logrado mantener
una cultura ingenieril razonablemente avanzada.
Esos arcos compuestos. Los explosivos. Así que
no lo habrías contemplado como dioses, ángeles o
similares.
—Lo han sabido —dijo Einstein—. Desde el
principio.
—Desde hace siglos —confirmó Ty
asintiendo—. Desde que pueden respirar en el
1457
exterior.
—Durante todo este tiempo han sabido que
hay miles de millones de seres humanos viviendo
en el cielo —dijo Einstein—. Pero no intentaron
enviar una señal.
—Más aún. ¡Se ocultaron de nosotros! —
añadió Ty—. Desde hace décadas se intenta
localizar la mina de los MacQuarie. Debieron de
decidir que no querían que los encontrasen.
—¿Por qué?
—Eso es lo que me pregunto. ¿Miedo? ¿Furia?
—El viejo nos odia de veras. «Cobardes que
huisteis», nos llamó.
—Es lo que dijo —admitió Ty—. Y lo dijo en
voz bien alta. Pero creo que no nos hablaba a
nosotros.
Einstein asintió.
—Sé a qué te refieres. Hablaba a los que tenía
detrás.
—Si estoy atrapado en mi pozo minero
comiendo tofu de las cavernas cuando sé
perfectamente bien que hay un montón de
1458
humanos viviendo en órbita geosíncrona
disfrutando de mejores condiciones, entonces me
hace falta un buen incentivo para quedarme en la
cueva. Para ocultar mi presencia.
—Algún tipo de dukh o idi…
—Ideología —dijo Ty asintiendo—. Debería
haberme dado cuenta. Que Dios me maldiga por
no haberme dado cuenta unos minutos antes.
—¿Darte cuenta de qué?
—De que solo un virus mental, una
alucinación compartida, puede explicar que
hayan aparecido tan rápidamente en la superficie.
—Doc tampoco se dio cuenta —dijo Einstein.
Solo intentaba lograr que Ty se sintiese mejor,
pero luego se sintió mal por haber hablado mal de
su paisano muerto.
—No —confirmó Ty—, efectivamente no se
dio cuenta. Vale, ¿qué hemos descubierto sobre la
forma de pensar de esta gente?
—Tienen cierto resquemor.
Ty asintió y siguió:
—Para los líderes era de la máxima
1459
importancia aparecer como dominantes a los ojos
de su rebaño. Y así fue. Luego Doc hizo lo del
Srap Tasmaner; un gesto de conciliación, pero
también una forma de avergonzarlos por haber
sido tan imbéciles. Quizá no fuese mala decisión
si se hubiera tratado de gente más acostumbrada
a ser razonable, a convivir con otros.
—Gente como nosotros. Gente que ha tenido
que coexistir desde siempre en los hábitats.
—Pero para ellos fue un desafío a su
autoridad delante del rebaño, por lo que la
reacción tenía que ser extrema. Deshumanizarnos.
—Somos los alienígenas —dijo Einstein.
—Sí —confirmó Ty—. Ahora somos
monstruos de ojos saltones.
—Y cuanto más tiempo Bard y Beled acechen
en la sombra…
—Más fácil les resulta tratarnos como tales —
dijo Ty—. Por eso nos han aislado. Los líderes no
quieren que hablemos con el rebaño, que les
hagamos saber que somos humanos.
—Pero, un momento —dijo Einstein—; eso
implica que los líderes saben que no somos
1460
monstruos de ojos saltones.
Ty no supo responder. Había aspectos de la
situación que no acababan de cuadrar. Lo pensó
mientras encendían el fuego y se dejaba
hipnotizar por las llamas.
Tras el comienzo de la Lluvia Sólida, durante
mil setecientos treinta y cinco años ningún ser
humano —o al menos ningún Espacial—
encendió un fuego, en el sentido de quemar al
aire material sólido combustible rico en carbono.
Ese número de años era el periodo que había
hecho falta para crear un hábitat lo bastante
grande como para hacer crecer árboles y con
suficiente atmósfera como para proporcionar la
demanda de oxígeno de un fuego y, al mismo
tiempo, absorber el humo. Entonces consultaron
los antiguos manuales digitalizados de los Boy
Scouts y les salió bien a la primera. En aquella
ocasión, los cuatro piropioneros responsables —
todos dinanos— se habían situado a su alrededor,
contemplando la llama, como Ty estaba haciendo
en ese momento, y probablemente pensando en
todo lo sucedido desde la última vez que los
humanos habían olido el humo procedente de la
madera quemada.
1461
Él y Einstein ni siquiera habían sacado el tema
de Ariane.
Ella era la peor pesadilla para cualquier
juliano que intentase vivir honradamente en
Azul: Una persona Azul en todos los aspectos que
resultaba al final ser un topo de Rojo. ¿Cuánto
tiempo se había dedicado al espionaje,
ascendiendo lentamente por el escalafón? ¿O
había decidido cambiar de bando sobre la
marcha? En cualquier caso, estaba en la zona de
Rojo del anillo junto con la mujer secuestrada.
¿Qué pensarían los Excavadores? ¿Sabían siquiera
que había dos tipos de Espaciales?
¿Y qué podía descubrir la inteligencia de Rojo
a partir de esa mujer? De no haberla visto asesinar
a Remembrance a sangre fría, habría sentido pena
por ella.
SE ACERCARON TRES PERSONAS desde el
campamento de los Excavadores, allá bajo las alas
del planeador: un guerrero con una lanza de
punta de acero; un hombre de mediana edad
prematuramente cano con una expresión sombría;
y una persona que Ty confundió con un chico
hasta que se acercó y comprobó que se trataba de
1462
una adolescente de pelo corto, incluso más
diminuta de lo normal entre aquella gente. Se
movía de forma extraña, con la cabeza inclinada
hacia abajo y girada hacia un lado, mirando al
mundo por el rabillo del ojo, aunque era posible
que fuese por necesidad: caminaba tan cerca del
hombre canoso que para ver adónde iba tenía que
mirar a un lado del torso del hombre. Al sortear
obstáculos que el hombre superaba sin inmutarse,
ella parecía requerir dos por cada uno de él. Daba
la impresión de ser una ardilla que intentase
mantenerse a la altura de un perro.
Al acercarse lo suficiente para hablar, el
hombre canoso detuvo al lancero con un gesto y
dio un paso más. La chica vaciló. Al darse cuenta,
el canoso le hizo un gesto animándola a acercarse.
Ella se pegó a la espalda de él y miró por debajo
de su axila.
—Soy Donno —anunció el hombre de barba
cana—. A mí podéis dirigiros, pero a nadie más,
salvo a ella, a la Psic. —Eso creyó oír Ty.
—Yo soy Tyuratam Lake —se presentó Ty—.
Y este es Einstein. Ella es Kath Two; no es
probable que participe en la conversación.
1463
—Tyuratam —dijo la Psic con voz ronca—,
ciudad de Asia Central, cercana a las instalaciones
de lanzamiento soviéticas de Baikonur, en
Kazajistán. Einstein, físico teórico de principios
del siglo veinte, antes de Cero.
Donno prestó atención a la Psic, pero ni la
miró ni pareció que la entendiera. Se concentraba
en Ty. Las palabras de la Psic no eran más que un
zumbido en sus oídos.
—Cuando despierte Kath Two le transmitirás
las reglas que acabo de proclamar —dijo Donno—
y te asegurarás de que son cumplidas.
—Le transmitiré las reglas —dijo Ty—; y ella
decidirá si las obedece. Aquí carezco de
autoridad. Nuestra sociedad no está organizada
de esa forma.
Donno lo miró como si no creyese ni una
palabra de lo que había dicho Ty.
—Eres un dinano.
Vaya, conocían a las Siete Evas. ¿Cómo lo
sabían? ¿Secuestrando a personas perdidas,
interrogándolas? ¿O habían mantenido contactos
secretos con algún Espacial?
1464
—Sí —aceptó Ty.
—Eres el líder del grupo.
Ty no respondió. No era probable que lograse
hacerle entender que era complicado.
—¿Qué hicisteis con Marge? —preguntó
Donno.
—¿Quién es Marge?
—La mujer que se llevó esa cosa venida del
espacio.
Ty sintió la tentación de irritarlo diciéndole
que el mismo Donno acababa de contestar a su
pregunta. En vez de eso le devolvió la mirada,
preguntándose por dónde empezar.
—La otra mutante… ¿juliana?
—Sí.
—Te atacó con tu propia arma. Te tomó por
sorpresa.
—Efectivamente, Donno.
—¿Te traicionó?
—Sí.
1465
—¿Pertenece a la gente de occidente?
Para Donno, esos serían los Espaciales que
vivían en la parte de Beringia al oeste de 166
Treinta.
—Los llamamos Rojo.
Donno asintió como si ya hubiese oído el
término.
—Entonces, sois Azul.
—Sí, somos Azul. Evitamos usar los thores.
—Thor: una deidad germánica de fuerza
colosal, asociada con el rayo, armada con un
martillo —dijo la Psic.
—¿Tu nombre es diminutivo de Enciclopedia?
—le preguntó Einstein.
Donno le lanzó a Einstein una mirada asesina.
Einstein ni se dio cuenta; miraba a la chica con
una enorme fascinación.
—Sí —respondió la chica antes de que Donno
pudiese acallarla levantando la mano. Se apartó
como si esperase un coscorrón y luego le devolvió
la sonrisa a Einstein.
1466
A Ty casi le había dejado mareado una
imagen clara y definida de la Épica: una
fotografía que Rufus le había enviado a Dinah por
correo electrónico, poco antes del Cielo Blanco,
que mostraba la biblioteca que él y sus amigos
habían reunido en la fortaleza subterránea.
Ocupando orgullosamente el centro, una fila de
volúmenes de la misma encuadernación: la
Enciclopedia Británica.
Esa chica —Cic no Psic— los había leído.
Había tocado aquellos viejos libros; o quizá copias
manuscritas.
—Es un ivyno —dijo Donno señalando a
Einstein. No era una pregunta. Al enfriársele un
poco la furia inicial, le prestó más atención al
chico de la ZAR.
—Sus ojos tienen ese aspecto por los pliegues
epicánticos —dijo la Cic, que había realizado un
análisis atento e innecesariamente largo de la cara
del ivyno.
—Calla —le ordenó Donno. Volvió a Ty—. La
juliana de Rojo.
—Ariane —dijo Ty.
1467
—¿Era una espía en vuestro grupo?
—Eso parece.
—Interesante. La biblioteca de Rufus tiene
algunas novelas de esos temas, de los tiempos
anteriores a Cero, pero nunca pensé que vería un
topo de verdad.
Era una intervención muy larga y reveladora
por parte de Donno, y parecía exigir una
respuesta ingeniosa sobre los topos y la vida bajo
tierra, pero Ty pensó que era mejor no hacerlo.
—Nunca pensé que vería a alguien como tú —
se aventuró.
—¡Durante miles de años creísteis que
habíamos muerto! —dijo Donno—. Pues os
equivocasteis.
—Antes de que todo se malograse aquí abajo
—dijo Ty—, el anciano…
—Pop Loyd.
—Pop Loyd afirmó que no éramos
bienvenidos.
—Y así es —dijo Donno.
1468
—No pretendo ser impertinente —dijo Ty—,
pero es importante que yo lo comprenda
claramente; y estoy seguro de que en eso estarás
de acuerdo conmigo. Tu grupo… ¿tenéis un
nombre?
—La especie humana —respondió Donno.
—Muy bien pues, la especie humana reclama
este territorio y no desea que gente como
nosotros, los descendientes de las Siete Evas,
estemos aquí.
—No sin permiso. Correcto.
—¿Cuál es el territorio que reclamáis en
exclusividad?
—¿Disculpa?
—¿El valle? ¿La cordillera? ¿Toda Beringia?
—Toda la superficie sólida del planeta Tierra
—contestó Donno, agitando la cabeza y
pronunciando las palabras con mucha lentitud y
claridad—. La abandonasteis. Es nuestra.
Desde el punto de vista de Ty, tal afirmación
no dejaba mucho margen para seguir hablando.
Sin embargo, Einstein soltó la inevitable pregunta
1469
adolescente.
—¿Qué hay del mar?
—Eso tendréis que hablarlo con los Pingos —
dijo Donno.
—¿Pingos?
Donno miró a Einstein como si este fuese un
imbécil.
—La gente del mar —aclaró la Cic—. Viven
en… —Donno alzó la mano y ella se calló.
También todos los demás, lo que parecía
complacer a Donno; tenía un momento para mirar
tranquilamente. Señaló a Kath Two.
—¿Está enferma?
—No —dijo Ty—. A veces duerme durante un
periodo largo.
—Moirana, a juzgar por su coloración.
Ty se moría por saber cómo habían logrado
los Excavadores saber tanto, por rudimentarios
que fuesen sus conocimientos, sobre los
Espaciales. Pero no era buen momento para
preguntar.
1470
—Sí —confirmó.
Donno contaba usando los dedos. Llegó hasta
cinco.
—¿Los dos guerreros?
Ty asintió.
—El grande es teklano.
—¿Y el hombre mono?
—Una subraza de aïdanos: neoánder.
Donno asintió.
—Al oeste los hemos visto. —Extendió dos
dedos más—. Así que en el grupo había uno de
cada raza… ¿y? —señaló a Einstein—. ¿Un ivyno
de repuesto por si moría el anciano?
—Un guía local —le corrigió Ty—.
Formábamos un Siete, sí. Es un grupo que
creamos en ocasiones especiales, cuando
precisamos de una delegación formal. —Lo que
dijo a continuación era pura suposición, pero
nadie iba a llevarle la contraria—. El ivyno
anciano, que ha muerto y al que llamábamos Doc,
sospechaba que estabais aquí. Vino a investigar, y
lo hizo como parte de un Siete; tal era la
1471
importancia de la misión.
Donno parecía irritado. Estaba claro que no
era el tipo de hombre al que le importa mucho lo
que piensan los demás, pero por primera vez se
da cuenta de que lo sucedido unas horas antes
podía interpretarse de otra forma, y esa
interpretación no dejaba en muy buen lugar a los
Excavadores; podía comprenderlo, pero no quería
aceptarlo.
—Sin duda nos consideráis un grupo de
salvajes. Ni siquiera contempláis que vuestra
incursión en nuestro territorio fuera un acto de
agresión. Venir aquí con vuestros guerreros
armados, vuestro planeador, vuestro thor.
—Donno, ¿cuántos Espaciales crees que hay
ahora mismo en la superficie de la Tierra?
—No somos ignorantes. Sabemos que están
por toda Beringia.
—Por todo el mundo —dijo Ty.
—Lo que, de ser cierto, no cambia nuestra
posición —dijo Donno.
—Tu postura es sólida y se ha expresado con
contundencia —dijo Ty, tras un silencio en el que
1472
no pudo pensar en nada que decir—. ¿Puedo
preguntar entonces a qué has venido a hablar
conmigo?
—Tus guerreros están atacando a los nuestros
—se quejó Donno.
—Como sabes algo de guerreros —dijo Ty—,
te puedes imaginar qué les parece esto —dijo,
agarrando la cadena y agitándola.
De nuevo, había dicho algo que no era lo más
adecuado dadas las circunstancias. El mero hecho
de sugerir que era posible ver la situación desde
otro punto de vista ponía furiosa a esta gente. Ty
tenía que aceptarlo.
—Comprendo que estamos en estado de
guerra —dijo Donno— y que los dos bandos
tienen prisioneros de guerra.
—Entonces ¿cómo quieres actuar?
—Sin violencia —dijo Donno—, que es más de
lo que puedo decir de algunos de los otros —
señaló hacia el campamento.
—Muy bien, aguardo tu propuesta —dijo Ty.
—Esperamos la vuestra —le dijo con
1473
desprecio. Se volvió tan abruptamente que la Cic
tuvo que apartase de su camino. El gran bruto con
la lanza también se volvió. Sin embargo, la Cic fue
un poco más lenta. Se quedó donde estaba,
manteniendo contacto visual con los pliegues
oculares de Einstein.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Einstein.
—¡Sonar Taxlaw! —gritó Donno—. ¡Vamos!
—Ahora ya lo sabes —dijo ella. Se volvió con
cierta renuencia y corrió hacia el planeador, pero
incluso después de reunirse con los suyos
alrededor del campamento, podían verle la cara,
una luna pálida dirigida hacia ellos.
—¿Por dónde empezar? —preguntó Ty.
La verdad es que hablaba consigo mismo,
pero sacó de su ensueño a Einstein, que suspiró y,
de alguna forma, logró concentrarse.
—«Al oeste los hemos visto», eso dijo Donno,
sobre Bard.
—Sí, eso es —confirmó Ty.
—Supongo que los Excavadores han enviado
exploradores al otro lado de 166 Treinta. No
1474
serían conscientes de haber atravesado una
frontera. No es más que una línea imaginaria.
Ty no pudo evitar reírse.
—Einstein, si salimos de esta, voy a mandarte
a la escuela de educación.
—¿Eh?
—Clases de educación y protocolo para
ivynos. Cómo hablarle a gente de otras razas.
—¿Por qué?
—No importa. Te he interrumpido. Adelante.
—Los Exploradores debieron de ver tropas
fronterizas de Rojo. Neoánderes.
—Y si estuvieses en su pellejo, ¿qué pensarías
al ver por primera vez a un neoánder?
—Ojos saltones, no. Monstruo, sí.
Ty asintió.
—Con todos los respetos por Bard y los suyos,
habría sido mejor si los primeros Espaciales que
hubiesen visto hubiesen sido dinanos.
—¿Qué hay de los neoánderes? —preguntó
Einstein.
1475
Ty necesitó un momento para entender qué
quería decir.
—¡Ah, ya! Si hubiesen visto a los Excavadores
mientras los Excavadores los veían a ellos,
habrían informado.
—Rojo sabía de los Excavadores. Quizá desde
hace mucho tiempo.
—Sabía o al menos sospechaba —admitió Ty.
Podía sentir que algunas partes de su cerebro se
relajaban a medida que el misterio se resolvía—.
Pusieron sus espías a trabajar. Ariane se puso a
buscar pistas. Aprovechó al máximo sus
conexiones con Topografía. Se las arregló para
formar parte del Siete. Y volvió a casa con el
premio.
—Si quieres pensar en Marge como un
premio… —respondió Einstein. Mirando a la cara
del joven a la luz de la hoguera no estaba siendo
irónico ni se trataba de ignorancia social; pero no
importaba.
—¡Los Pingos! —gritó Einstein como si el
siguiente tema fuese evidente.
—Sonar Taxlaw dijo que eran gente del mar,
1476
antes de que Donno la hiciese callar —apuntó Ty.
—¿Crees que le pega? —preguntó Einstein.
Era una pregunta tan emocionalmente
complicada que Ty, antes de responder, se lo
pensó con cuidado. Una vez, antes de la guerra,
se había encaprichado de una chica tan de golpe
como Einstein con Sonar Taxlaw. Aquella breve
experiencia con el tonto amor a ciegas había sido
suficiente para reconocer su realidad y respetar su
poder.
—Creo —dijo— que esta sociedad se siente
cómoda con el castigo físico, hasta el punto de
que lo que mantiene controlada a gente como ella
es el miedo a que se lo inflijan. La verdad es que
no creo que puedas hacer nada al respeto y si le
dedicas una mala mirada a Donno, te matará;
pero probablemente puedas tener algún pequeño
gesto de amabilidad con la Cic… eso si le dejan
que vuelva a acercarse. Si le dedicas demasiada
atención, la castigarán. Si la tocas, estamos
muertos.
—¿Por qué?
—Porque esta es una de esas culturas
psicóticas en lo que a los órganos reproductivos
1477
femeninos se refiere. Bien, volvamos a los Pingos.
¿El nombre te dice algo?
—No. ¿A ti? —La perorata de Ty había
afectado horriblemente a Einstein y lo había
dejado reducido a monosílabos.
—Algo vagamente me suena —dijo Ty—,
pero tendría que mirarlo para estar seguro.
—«Gente del mar» da a entender barcos —
dijo Einstein—. Pero…
—Pero no los hemos visto.
—Quizá se trate de un contingente de
Excavadores que se oculta en los bosques espesos
siguiendo la costa —probó Einstein.
—Pero Donno reclamó toda la tierra —dijo
Ty— y dijo que los Pingos tenían jurisdicción
sobre los océanos.
—¿Cuál es tu teoría?
—No tengo nada —dijo Ty. Mentía.
Así concluyó la conversación de la noche.
Sacaron los sacos de dormir y se acostaron. Ty
durmió sorprendentemente bien. Se despertó una
vez, por los aullidos de los cánidos salvajes. Las
1478
erupciones volcánicas que habían reforzado tanto
el Muro de Ceniza parecían haber remitido,
porque se veían las estrellas y al sur se apreciaba
el anillo hábitat, con el Ojo reluciendo en algún
punto sobre las Galápagos. Parecía que los
cánidos también lo habían visto.
Salió del saco para ir a orinar. Luego
comprobó qué tal estaba Kath Two. Temblaba,
tenía la frente caliente, pero no hasta el punto de
ser alarmante.
Le habían quitado el cronógrafo, pero estimó
que serían las tres de la mañana… unas doce
horas desde el descenso del thor. Ariane y Marge
estarían llegando al hábitat de Rojo, más o menos;
porque debido a las leyes inexorables de la
mecánica orbital, el tiempo de transferencia a una
órbita geosíncrona era siempre de unas doce
horas. Se preguntó si irían a la capital Rojo de
Kioto, o algún hábitat militar, incluso a Kulak,
que flotaba sobre el estrecho de Macasar. La
cabina se haría pequeña con las dos dentro. Solo
podía elucubrar sobre el estado mental de Marge.
Para la mayor parte de la gente, la confrontación
sobre el Srap Tasmaner había sido extraña y
violenta, algo propio de una estrambótica
1479
pesadilla postraumática. No podría haber
previsto que Ariane la secuestrase a punta de
pistola. Pero todo eso era perfectamente normal
comparado con lo que sucedió a continuación. Era
poco probable que Marge hubiese mirado al cielo
para ver la aproximación del thor. De repente
debió de verse atrapada en una cabina pequeña
en compañía de una mutante armada,
experimentando por primera vez en su vida
potentes fuerzas g. Unos minutos después debió
de experimentar la ingravidez. Probablemente no
fue el día que Marge había imaginado que tendría
al levantarse aquella mañana. ¿Habría empezado
Ariane a interrogarla de inmediato o se había
portado bien? ¿O se había limitado a darle una
dosis de tranquilizante para que aguantase las
doce horas?
Para Marge, el thor había sido de una
extrañeza incomprensible. Para Ty o cualquier
otro Espacial, era un claro acto de guerra, la más
absoluta violación del Tratado que había visto en
veinte años. Aunque, ahora que lo pensaba, había
oído fragmentos de conversación en el Nido del
Cuervo, entre personas de nivel, que daban a
entender asuntos turbios en los mares del sur. Era
1480
de suponer que había una razón para que ellos —
fueran quienes fuesen— hubiesen escogido a
Beled Tomov como miembro teklano del Siete.
Beled, que tenía la espalda cubierta de cicatrices
que solo podían ser el resultado de la batalla con
neoánderes armados con látigos. De la misma
manera, Bard debía de ser algo más de lo que
parecía.
¿Y Ty? Él también era un veterano de la
guerra en la superficie con las cicatrices que lo
certificaban. Pero podrían haber elegido a muchos
otros en su lugar, algunos más adecuados para
dirigir una expedición y establecer contacto con lo
que para los Espaciales era una especie alienígena
de otro planeta. No, habían escogido a Ty por su
lugar de trabajo y por quiénes eran los dueños.
Había dinero muy antiguo tras el Nido del
Cuervo; y en cantidad suficiente para que a los
Propietarios no les importase perder algo cada
mes por mantenerlo abierto. Era una especie de
institución benéfica, no creada para servir a una
cultura o un dukh, sino a algo llamado el
Propósito. Y si Ty seguía trabajando allí durante
unos decenios más, quizás algún día alguno de
los Propietarios se sentase con él en el Refugio y
1481
se dignase contarle cuál era ese Propósito.
A pesar de estar dándole vueltas a todo eso,
logró volver a quedarse dormido y no despertó
hasta que no salió el sol. El lancero se acercó lo
justo para tirar tres raciones sacadas del
planeador. Einstein despertó y consumió la suya
como solo podía comer un adolescente. Ty comió
con más calma mientras vigilaba a Kath Two, que
se despertó el tiempo justo para retirar la tapa de
su ración y comer algo de aquellas cosas
insípidas; pero eso le provocó vómitos, arcadas y
volver a dormir acto seguido.
Pasaron el día en un intercambio aleatorio de
miradas a larga distancia con los Excavadores,
que eran cada vez menos y estaban más molestos
a medida que pasaban las horas.
—¿Ya tienes una teoría? —le preguntó
Einstein mientras consumían las raciones de
mediodía.
—¿Sobre qué?
—Los Pingos.
Ty, como no tenía nada mejor que hacer, dejó
que la boca hablase.
1482
—El nombre de la chica, Sonar. Se me ocurre
una extraña coincidencia.
—¿Sí? —Einstein era todo oídos si hablaban
de Sonar Taxlaw.
—Fue una tecnología usada antes de Cero. Un
radar submarino que usaba ondas sonoras.
Enviaban pulsos de un sonido llamado ping.
—¿Crees que los Pingos viven bajo el agua?
—Todo encaja. Excepto…
—¿Excepto qué?
—¿De dónde demonios han salido?
—¿Supervivientes? ¿Igual que los
Excavadores?
—No veo cómo sería posible —dijo Ty.
No regresó ninguno de los exploradores
enviados en busca de Bard y Beled. Empezaba a
ser curiosa la pregunta de quién tenía retenido a
quién. Los desaparecidos tenían amigos, padres e
hijos, que pronto empezaron a estar desesperados
por saber qué había sido de ellos y que
empezaban a plantear incómodas preguntas a los
que tenían el mando. Hacia el final de la tarde,
1483
desde el valle llegó un refuerzo de unos veinte
guerreros Excavadores, usando largos palos para
cargar con animales muertos. Los Excavadores
parlamentaron alrededor del fuego. Tras comer
su parte, Donno se acercó solo, con una lanza
corta como bastón, a modo de báculo de mago. El
sol ya se había puesto, por lo que Ty lo oyó antes
de verlo.
—Realizamos un intercambio —anunció
Donno— y vosotros salís de aquí sin más bajas.
¿Así es como te refieres a las personas que has
asesinado?, quería preguntar Ty, pero, en vez de
eso dijo:
—Muy bien. ¿Cómo lo hacemos?
—Bien —dijo Donno, empezando a balbucear
un poco—, ¡tenemos que comunicarnos con ellos!
¡Pero todos los que mandamos desaparecen!
—¿Quieres que lo haga yo?
—Entonces escaparás.
—No es necesario hablar cara a cara —dijo Ty.
—¿Tenéis radios? —preguntó Donno con
suspicacia.
1484
Radio. Una extraña y antigua palabra. Los
Excavadores los habían registrado para
asegurarse de que no tenían dispositivos de
comunicación.
—No —dijo Ty. Se echó atrás y metió la mano
en una ración abierta, sacó un trozo de pan y
arrancó un pedazo. A su alrededor, las chispas
dobles relucieron en los ojos de los cuervos canos.
Habían llevado una docena en el planeador, en
jaulas modulares diseñadas para viajar. Sin darse
cuenta, los Excavadores los habían soltado y
desde entonces andaban cerca del campamento.
Sabían lo que Ty estaba haciendo y ocupaban
posiciones, golpeándose unos a los otros con las
alas y graznando. Ty alargó la mano en la que
sostenía el trozo de pan y casi antes de abrir los
dedos un cuervo se comió la ración y se quedó
mirándolo atentamente.
—Beled. Bard —dijo. El procedimiento
habitual era mostrar una foto del receptor, pero
los pájaros tenían cierta capacidad para reconocer
nombres y relacionarlos con caras, y el Siete los
había entrenado en los ratos libres del viaje—.
Nuestros anfitriones desean negociar un
intercambio de prisioneros.
1485
Ty cerró la mano e hizo partir al pájaro.
Aleteó hacia la oscuridad gritando el mensaje.
Miró a Donno, regodeándose en la turbación que
veía en la cara del Excavador.
—Pronto tendremos respuesta —dijo.
Donno se dio media vuelta sin decir nada y
regresó al campamento de Excavadores.
Pasó media hora. Se hizo totalmente de noche.
Los cánidos se pusieron a aullar. Ty miró al cielo
esperando ver aparecer el anillo hábitat. También
lo hicieron todos los Excavadores. Pero esa noche
el anillo no era el único objeto brillante del cielo.
También había una lluvia de meteoros; una lluvia
extrañamente ordenada. Parecía ir directamente
hacia ellos.
Donno regresó corriendo, acompañado de
más lanceros, todos de pésimo humor.
—¡¿Es una fuerza de ataque?! —exigió saber—
. ¿Viene a rescataros?
—Entonces —dijo Ty—, ¿sabes lo que son?
—Las cápsulas que empleáis para venir desde
la órbita cuando queréis que la persona aterrice
con rapidez. Ahora responde a mi pregunta.
1486
—Estamos en territorio Azul —dijo Ty, luego
levantó la mano para contener la inevitable
protesta de Donno—. Según el Tratado. Si
viniesen fuerzas de Azul a rescatarnos, se
limitarían a llegar volando sobre las montañas
desde Qayaq, mucho más sencillo que dejar caer
gente desde cuarenta mil kilómetros de altura. —
Usaba toda su fuerza de voluntad para mantener
el contacto ocular con Donno y mantener la voz
tan relajada y tranquila como podía. Los lanceros
se habían distribuido para rodearlos y les
apuntaban con los extremos de sus armas. A
Einstein no le gustaba nada y Ty pudo oír los
eslabones sonando cuando el joven se acercó.
—Entonces, ¿qué son? —exigió Donno.
—Por eliminación —dijo Ty—, son de Rojo.
—¿Pero no has dicho que esto se considera
territorio Azul?
—Sí. Puede que te interese saber que esta
acción es una violación del Tratado y un acto de
guerra —dijo Ty.
Donno se quedó perplejo. Ty sintió la
tentación de decirle ¡Bienvenido al mundo moderno!,
pero en vez de eso añadió:
1487
—Puede que tengas que recordarlo si firmas
un tratado con ellos.
Un cuervo cano aterrizó cerca de Ty y le
habló:
—Ya vamos.
POR SU FORMA DE ENTRAR, rápido,
resultaba evidente que esas cápsulas eran de
diseño militar. Cada una tenía una serie de
plumas, montadas cerca de la parte superior, que
se abrieron al encontrarse a un par de miles de
metros sobre la superficie, con lo que se reducía la
caída. Pero los retrocohetes no se activaron hasta
que la cápsula no estuvo a unas decenas de
metros de la superficie: no un único cohete, sino
un conjunto circular de diminutos propulsores
sólidos que crearon un pistón cilíndrico de fuego
en el que la cápsula descansó con delicadeza,
acabando sobre un trípode de patas como de
insecto que se desplegaron en el último segundo y
absorbieron el impacto.
Las tres primeras cápsulas aterrizaron en una
formación circular casi perfecta, como a un
kilómetro valle abajo, y se abrieron tan pronto
como tocaron la superficie. Las escotillas miraban
1488
al interior del círculo, de manera que para
cualquier enemigo que estuviese fuera del círculo
de cápsulas solo era visible la parte trasera de
estas. Y un enemigo que estuviera dentro del
anillo iba a pasarlo mal.
Segundos después, una nueva cápsula
aterrizó en el centro y de ella bajó un hombre. Al
dar la señal, los otros trece salieron de sus
cápsulas y rodaron hasta quedar apoyados sobre
el estómago, mirando al espacio que había más
allá, ahora bien iluminado por las luces que salían
de las cápsulas. En una batalla real, el siguiente
paso habría sido empezar a matar a todo lo que
pudiesen ver, pero en su lugar el líder dio una
orden que les hizo ponerse en pie, guardar las
katas y quitarse el polvo. Diez de los trece eran
neoánderes. Los otros tres tenían el aspecto
humano más moderno. Esos y el que estaba en
medio probablemente fuesen tipo B, o betas: la
más numerosa de las subrazas aïdanas.
El pelotón, porque ese era el nombre aïdano
para una unidad de ese tamaño, adoptó una
posición de descanso y desfile, mirando hacia
fuera y resistiéndose a la tentación de mirar a las
cuatro cápsulas adicionales que aterrizaban en el
1489
espacio que acababan de rodear. Los ocupantes
de esas cápsulas tardaron un poco más en bajar.
Parecía claro que eran civiles sin experiencia.
Mientras bajaban, aterrizó otra cápsula, en este
caso fuera del círculo; era de un diseño algo
diferente, que se empleaba para llevar carga. El
pelotón se desplazó para formar un perímetro
alrededor de la última cápsula. Los civiles la
abrieron y sacaron varios artículos: lo más
evidente, algunos trozos de tubo que unieron
para formar un mástil. En la parte superior fijaron
un aro circular, creando una versión más bonita y
de alta tecnología del tótem del círculo en un palo
que tanto gustaba a los Excavadores. Bajo el aro
ataron un banderín farpado de color rojo, que en
Azul se llamaba Lengua de Serpiente y que en
Rojo se usaba frecuentemente como emblema de
batalla o, más habitualmente, en competiciones
atléticas. Y debajo fijaron una enorme bandera
blanca.
La actuación fue tan entretenida que incluso
Ty, que sabía que debería estar prestando
atención a otras cosas, se sorprendió un poco al
ver que la media docena de guerreros
Excavadores que los rodeaban estaban tendidos
1490
en el suelo estremeciéndose. Hacía tan poco que
había sucedido que incluso algunas de las lanzas
seguían cayendo. En una de esas revelaciones
especialmente definidas que se producen cuando
todo sucede demasiado rápido, se dio cuenta de
que las puntas en forma de hoja estaban forjadas a
mano y se preguntó si el metal habría salido del
camión desenterrado.
Naturalmente, miró hacia el dispositivo
explosivo en el túmulo cercano. Vio que los cables
estaban cortados. Por la parte superior apareció
una mano del tamaño de un plato, que agarró la
carga explosiva y la lanzó bien lejos.
Beled se había materializado cerca de la estaca
de madera, que ahora examinaba con cierto
asombro. Tras comprobar su conexión con el
extremo de la cadena, se arrodilló, la agarró con
ambas manos y se puso a tirar. Langobard, una
vez que se hubo desecho del explosivo, saltó para
unirse a él. Agachándose, apartó algo de tierra
para poder agarrar mejor, y añadió su fuerza. De
pronto, salió del suelo medio metro de la estaca,
por lo que los dos hombres cayeron de espaldas.
Desde una posición casi reclinada, Bard le dio un
golpe con una mano, como si quisiese matar un
1491
insecto, y la rompió a ras de suelo. Ty, Einstein y
Kath seguían encadenados, pero ya podían
moverse con libertad.
Como Bard operaba de una forma más
sigilosa, no estaba rodeado por el sibilante
complejo de atrenes; en su lugar, había conectado
todos los eslavoles para formar una única cuerda
larga que tenía enrollada alrededor del torso
formando un patrón complejo que Ty ya había
visto antes. Suponía que los neoánderes lo habían
desarrollado durante miles de años.
Ty tiró del fragmento de estaca, moviendo la
cadena por la argolla del cepo y la agarró con
ambas manos como si fuese una maza. Usó el
extremo libre para dispersar el fuego y opacar su
posición. Kath, todavía medio dentro del saco,
estaba a cuatro patas, vomitando. Beled fue hasta
ella, le pasó un brazo por el abdomen, la levantó y
se la cargó al hombro. No había reducido el paso
y, por tanto, los otros dos prisioneros se vieron
obligados a ir con él. Langobard iba el último e
impulsivamente cogió una lanza… ¿como
recuerdo?
No había sido la extracción más quirúrgica de
1492
la historia de la guerra, pero estaba igual de lejos
de ser la más chapucera. Podrían haber tenido
que pelear más de no ser porque el campamento
de los Excavadores estaba totalmente hipnotizado
siguiendo la aproximación de la delegación de
Rojo. Ty estaba empezando a pensar que habían
escapado sin problema cuando oyó una voz en la
oscuridad, a apenas unos metros:
—He encontrado esto.
De inmediato el hablante quedó pintado por
los láseres rojos de las katapultas de Beled y Bard.
Era imposible verle la cara en la oscuridad, pero
Ty ya había reconocido la voz.
—Alto el fuego —ordenó.
La Cic se acercó. Bard se arriesgó a iluminarla
con una luz débil. Sostenía en la mano el
explosivo. Debía de haber rodado pendiente abajo
hacia el campamento de Excavadores.
—Sonar Taxlaw —dijo Ty.
—¡Te acuerdas de mí! —exclamó ella. Luego,
como si fuese una explicación, añadió—:
Volumen Diecisiete.
—Vale, Sonar —dijo Ty—, eres libre de irte; o
1493
puedes venir con nosotros. Por mucho que me
disguste privar a tu gente del conocimiento de la
parte final de las entradas con S y el principio de
la que empiezan por T, te recomiendo que vengas
con nosotros —estaba intentando encontrar la
forma de explicarle la situación a Sonar sin
emplear toda la noche.
—¡Vale! —dijo; y, con su paso rápido habitual,
caminó con ellos.
—Puedes dejarlo —dijo Ty señalando el
explosivo.
—Una mezcla de RDX con cera de abeja y
aceites vegetales —explicó Sonar amablemente—.
No puede detonar sin…
—Lo sé —dijo Ty—, pero no nos hace falta.
Sintiendo las miradas, giró la vista hacia la
enorme silueta de Bard. El rostro del neoánder
estaba a oscuras, pero Ty suponía que expresaba
incredulidad.
—Lo explicaré más tarde —dijo Ty.
Caminaron pendiente arriba a buen ritmo
durante unos minutos. La vista que tenían del
valle iba mejorando al ascender. Muy abajo, la
1494
delegación de Rojo se había acercado muy
lentamente hasta el campamento del planeador,
siguiendo los pasos que el Siete había dado el día
anterior. Estaba claro que querían ser lo más
evidentes posible, por lo que avanzaban rodeados
de una brillante luz producida por lámparas
portátiles que los miembros del pelotón
apuntaban al centro. El mismo fin —dejar claro
que no intentaban pillar a los Excavadores por
sorpresa— podrían haberlo logrado limitándose a
esperar unas horas y hacerlo de día. Pero esa era
la forma habitual de pensar de Azul. Ellos lo
hacían de noche porque disfrutaban del
dramatismo y la pompa de la situación, una de
esas cosas que, era necesario admitirlo, a Rojo se
le daba mucho mejor que a Azul. Ty casi se ríe de
veras al llegar a un lugar donde pudieron ver
claramente el espectáculo de la aproximación. En
su cabeza lo comparaba con el patético
espectáculo que había dado el Siete el día
anterior. Vale, lo del Siete había sido por sorpresa,
por lo que la comparación no era del todo justa.
Pero los Excavadores no iban a tener en cuenta la
justicia en sus valoraciones. Probablemente lo que
estaban presenciando en aquel instante se parecía
mucho a cómo, encerrados en el subsuelo, habían
1495
imaginado durante cinco mil años que sería el
momento. Un aïdano alto de un espectacular pelo
negro iba por delante. Vestía una toga de tipo
ceremonial, que se agitaba en el viento frío que
recorría el valle y relucía cálidamente a la luz de
las lámparas del pelotón. Mientras avanzaba con
paso perfecto, sostenía el estandarte del aro con
una pose absurdamente dramática: la mano
superior invertida de forma que el pulgar estaba
abajo y la palma miraba al frente. No era muy
natural hacerlo así, pero quedaba genial. Unos
pasos por detrás se acercaba un hombre de mayor
edad, con el pelo gris bien peinado hacia atrás y
una barba perfectamente cortada. Su toga era
menos llamativa pero, sospechaba, realmente
impresionante de cerca. Llevaba alrededor del
cuello una cadena de oro que servía para sostener
un medallón sobre el pecho. Tenía el brazo
derecho extendido para acoger el brazo de nada
menos que Marge la Excavadora, a la que
escoltaba colina arriba como si fuese un padre
acompañando a la novia. Vestía igual que la
primera vez que la habían visto, mejorado el
conjunto con una prenda de abrigo colocada
sobre los hombros, como si fuese una capa. La
prenda casi se le caía mientras movía la mano
1496
sobre la cabeza para indicar a los otros
Excavadores que estaba bien. Al reconocerla, le
gritaron bienvenidas y ella movió la mano con
más emoción; se le cayó la capa y uno de los betas
uniformados se la recolocó.
Incluso en la distancia estaba claro que el que
portaba el estandarte y el que escoltaba a Marge
eran aretaicos, es decir, aïdanos de la primera
línea de descendencia, supuestamente concebidos
como competidores de los descendientes de Eva
Dinah. Eran altos y de pelo largo, con una nariz
espléndida y una postura excelente.
Unos pasos por detrás de Marge y el aretaico
mayor iba un camiliano y uno de los betas
caminando a su lado. Estaban unidos por una
barra de unos dos metros de longitud; cada uno
sostenía su extremo de la barra en el hueco del
codo. En el centro de la barra, una masa como del
tamaño de la cabeza de una persona, que
cualquier Espacial reconocería como un pequeño
asteroide de hierro y níquel, tan habituales en el
espacio como las hojas en la superficie
reforestada, pero muy poco habituales allí abajo,
incluso tras la Lluvia Sólida. Ariane debía de
haber contado lo del camión, y que la excavación
1497
del bloque del motor dejaba claro hasta dónde
llegarían los Excavadores por conseguir algo de
metal y cómo agradecerían semejante regalo. O
quizás Ariane se había limitado a transmitir toda
la misión a Kioto por medio de algún canal
cifrado. En cualquier caso, como gesto de amistad
superaba a un mango de pala roto.
De los miembros del pelotón, dos eran
músicos. En cierto momento uno de ellos se puso
a darle a un tambor que llevaba colgado y el otro
empezó a tocar una melodía empleando un
cuerno reluciente. Ty estaba convencido de que lo
había oído en la Épica, pero fue Bard el que lo
reconoció.
—«Pan del cielo» —dijo—. El himno que
Rufus y compañía cantaban al cerrar su mina.
—También conocido como «Guíame, grande
Jehová» o en el galés original, «Cwm Rhonda» —
añadió Sonar Taxlaw.
—¡Joder, son buenos de verdad! —exclamó
Ty.
—¿Cuánto crees que llevan preparando esta
ceremonia? —preguntó Bard.
1498
—Van meses por delante de nosotros. Quizás
años —dijo Ty—. Por otra parte, no estamos
viendo nada que no hayan podido improvisar en
unas horas.
—Confirmado —dijo Beled. Con mucho
cuidado había dejado en el suelo a Kath Two, que
estaba doblada en posición fetal. Miraba el desfile
usando un dispositivo óptico—. ¿El aro en lo alto
del estandarte? Es un aro de ejercicio cubierto con
cinta plateada. ¿La bandera blanca? Una sábana.
—¿Tenemos que molestarnos en mirar cómo
va? —preguntó Bard.
Y miró a Ty en busca de la respuesta. No
había sido una pregunta retórica. Esperaba
órdenes.
Beled Tomov también le miró.
—¿Cómo está? —preguntó Ty—. Pulso,
respiración, ¿todo bien?
—Creo que es lo habitual —dijo Beled con un
gesto hacia la mujer. Se refería a que los súbitos
cambios hormonales en el sistema de Kath le
estaban provocando algo similar a las náuseas
matutinas. Su microbioma, el ecosistema de
1499
bacterias que vivía en sus intestinos y en su piel,
estaba patas arriba, y lo estaban colonizando
gérmenes antiguos, entre ellos los de los
Excavadores, que jamás habían visto un cuerpo
moirano.
—¿Puedes cargarla a la espalda?
Beled asintió y se apoyó sobre una rodilla.
Llevaba una mochila a la espalda. Dejó el
contenido en el suelo y le practicó agujeros en la
parte inferior, para poder llevar a Kath como si
fuera un bebé.
—No podemos descartar que los nuestros
acaben llegando con una fuerza importante —dijo
Ty, con lo que se refería a los militares de Azul.
Miró hacia las montañas, pero no vio que se
aproximase nada. Aunque no sería lógico verlo;
todo lo que fuera llegando desde Qayaq estaría
volando a oscuras—. ¿Habéis hablado con ellos?
—Sí —dijo Bard. Durante la pausa había
estado sacando una multiherramienta del
cinturón. Se acercó a Ty, que extendió la estaca
rota. Bard cerró la herramienta sobre la cabeza del
perno y se puso a girar.
Ty asintió cansado. En cierta forma, la
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