tormenta.
—¿Qué hay de… ellos? —preguntó Michael
Park.
—Ellos son un problema —admitió Ivy—.
Están en arquetes de plástico. Se van a freír.
Incluso si les queda amifostina, incluso aunque
tengan agua suficiente para llenar las bolsas, van
a quedar tocados. Éticamente tenemos que
subirlos a la Endurance y llevarlos a lugares
seguros.
—El plan original era enviar tres personas en
EVA para fijar la héptada; es decir, unirla al resto
de la nave, para que podamos maniobrar —dijo
Zeke Petersen.
De todos los miembros de la Endurance era el
que más conservaba un aspecto similar al que
tenía antes de la Ruptura. Por supuesto, estaba
más delgado, con canas en las sienes, pero
todavía tenía buena salud y, como había logrado
mantener en funcionamiento su maquinilla de
afeitar, no llevaba barba. Tras la muerte de
Fyodor, en un accidente, y la de Ulrika, por
derrame cerebral, Ivy lo había nombrado segundo
de a bordo de la Endurance.
1001
Se refería al hecho de que la Endurance estaba
a punto de perder el noventa y nueve por ciento
de su masa, lo que significaba que el mismo
grupo de motores, produciendo el mismo empuje,
haría que la nave fuera cien veces más rápida. Las
fuerzas no serían extremas —dentro del rango de
lo que podían tolerar los seres humanos— pero
las maniobras provocarían tensiones en la
estructura de la nave como no habían visto nunca.
Era una de esas situaciones que habían previsto
hacía mucho tiempo y que ya habían tenido en
cuenta durante la construcción de la Endurance,
antes de cubrirla de hielo.
Así que la mayor parte de la Endurance ya
estaba preparada para la gran aceleración. Si
durante los últimos tres años no se había roto
nada, aguantaría, aunque nada que estuviese
suelto en su interior se quedaría quieto en cuanto
le diesen al acelerador.
LO QUE NO HABÍAN PREVISTO era añadir
en el último momento una héptada del Enjambre.
La situación no era buena. Estaría conectada al
Rimero por medio de un puerto de atraque, que
no estaba diseñado para soportar mucha tensión.
Sería pesada, porque Aïda y los suyos la habían
1002
llenado de suministros e incluso habían fijado
más cosas en el exterior. Por la misma razón, Ivy
no quería soltarla; los suministros les irían bien.
Por tanto, el plan había sido que en cuanto llegase
la héptada tres astronautas saldrían a fijarla.
—Tendremos que ver lo que podemos hacer
con robots —dijo Ivy, mirando a Dinah y a Bo—.
Casi todos los que tenemos fuera están
reforzados, ¿no? Eso significa que pueden
funcionar con mucha radiación.
—Estaremos preparados —dijo Dinah.
—En cuanto atraque la héptada, que los
robots se pongan a trabajar —indicó Ivy—, para
fijarla lo mejor posible. Abrimos la escotilla y que
los once entren todo lo rápido que puedan…
mientras se muevan por los tubos no estarán
protegidos. Habrá protección contra la radiación
esperándolos. Podrán meterse dentro y esperar
allí el resto del viaje. La tripulación de vuelo
actuará desde el Martillo.
A DINAH LOS DOS DÍAS SIGUIENTES le
recordaron la expedición de la Nueva Caird, en el
sentido de que había mucho que hacer pero
ninguna forma de cambiar los tiempos. Se
1003
encontraba a merced de hechos astronómicos. Por
una parte, deseaba pasar las noches en vela hasta
que todo acabase, pero sabía que tendría que estar
bien descansada y alimentada cuando llegase el
momento y, por tanto, se obligaba a comer y
dormir a sus horas. Cuando estaba despierta, lo
preparaba todo para la llegada de la héptada;
situaba Garros cerca del puerto de atraque que
iban a usar, conectaba cables a puntos de agarre
adecuados, mejoraba el programa que usarían los
robots cuando llegase el momento de fijar esos
cables a la héptada, y probaba una y otra vez por
si los cables quedaban atrapados en algún punto.
La secuencia temporal se fue definiendo más.
Aïda envió una petición directa de amifostina y
agua para llenar las bolsas. Por supuesto, era
imposible que la Endurance pudiese cumplirla.
Tenían de sobra, pero hacía tiempo que habían
usado los VMI como piezas de repuesto y no
había forma de transportar el pedido.
Aïda decidió echar los dados usando toda el
agua que tenían en un gran encendido que los
llevaría al encuentro con la Endurance un poco
antes de lo planeado. Mientras tanto, la previsión
que hacía Doob de la secuencia temporal era cada
1004
vez más precisa; ya se hacía una mejor idea de
cuándo se desataría la tormenta de radiación y el
momento parecía favorable. Era posible que la
héptada llegase a tiempo. Bien podría ser factible
tener unos astronautas fuera cooperando con los
robots de Dinah.
Dinah no sabía qué pensar. Habían acelerado
las cosas y ahora tenía que tener en cuenta los
caprichos de unos seres humanos. Si la héptada
de Aïda atracaba pronto, comentó Doob, quizá
fuese posible transferir parte de su carga por el
puerto de atraque, y reducir así la tensión que los
cables de Dinah tendrían que soportar.
Mientras tanto, Ivy y Zeke, los pilotos, se
peleaban con detalles similares de última hora. Al
acercase, tenían mejor información sobre la parte
de la nube de restos por la que pasarían. Podían
distinguir claramente la señal de radar de
Hoyuelo, así como la de las otras rocas grandes
que viajaban en su entorno inmediato. Un follón
de ruido tenue y nubes en el telescopio óptico les
ofreció datos sobre la densidad de objetos
demasiado pequeños y numerosos para
identificarlos individualmente. Todos esos datos
pasaron al plan.
1005
Doob parecía cansado, dormitaba con
frecuencia y no había comido nada en serio desde
el último perigeo, pero se recuperaba cuando
hacía falta su intervención y metía la nueva
información en un modelo estadístico, preparado
con mucha antelación, lo que les permitiría
mejorar mucho sus posibilidades de éxito al soltar
Amaltea y ejecutar el encendido final justo en el
momento adecuado. Pero como no dejaba de
advertirles a Ivy y Zeke, pronto llegaría el
momento en que estarían tan inmersos en los
detalles de una roca que llegara de verdad que
dejaría de ser un ejercicio estadístico. Sería un
vídeojuego y el objetivo sería ganar velocidad
mientras se mezclaban con un flujo de rocas
grandes y pequeñas que se dirigirían hacia ellos
como balas de cañón.
Los detalles, las distracciones y las
improvisaciones se acumulaban y aumentaban de
una forma que a Dinah le recordó un estallido
sónico en la Vieja Tierra: el aire entrante se
acumulaba y se solidificaba en la trayectoria de
un aeroplano, y se transformaba en una barrera
que o se rompía o te rendías ante ella. Cuando
Michael y otros dos astronautas se pusieron las
1006
prendas de enfriamiento, más que remendadas, y
se metieron en los trajes espaciales, pareció que
superaban esa barrera. Doob veía en el radar la
héptada que se aproximaba. Luego pasó al
telescopio óptico y verificó que se les acercaba
correctamente. Es decir, la héptada seguía una
trayectoria de colisión con la Endurance; la
diferencia entre una colisión y un encuentro
radicaba en la ignición final de los propulsores de
la héptada, que reduciría su velocidad en el
último momento y haría que sus parames se
sincronizasen, casi perfectamente, con los de la
nave más grande. La Endurance en sí, cargando
todavía con Amaltea, y con muchas toneladas de
propelente almacenado, casi no podía maniobrar,
por lo que todo dependía de Aïda o de quien
llevase el control de la héptada.
El encuentro de la Endurance con el Enjambre
empezó con una colisión. No fue una colisión
catastrófica a gran velocidad, pero tampoco un
encuentro planificado y controlado. Aïda tuvo la
entereza de darles treinta segundos de aviso.
Hasta aquel momento todo había ido bien. La
héptada se aproximó, empleando los propulsores
para reducir gran parte de su velocidad con
1007
respecto a la nave más grande, y ejecutó algunos
encendidos con la intención de llegar al puerto de
atraque. Luego Aïda anunció, con un tono de voz
que apenas podía controlar, que a uno de los
módulos de propulsión se le había acabado el
propelente y ya no podía ejecutar sus funciones.
—Pesa demasiado —farfulló Zeke—. Lo
cargaron demasiado; los propulsores consumen
demasiado al intentar mover tanta mierda.
La héptada llegó demasiado rápida y con el
ángulo incorrecto. Chocó contra Cola 2, un
módulo, reciclado tres años antes a partir de los
restos del Astillero, que habían encajado al final
de N1 para ser el elemento situado más atrás. Lo
vieron en las pantallas, lo sintieron en los huesos,
y oyeron a los tres astronautas lanzar insultos y
maldiciones. Una pequeña tormenta de restos
surgió del agujero que claramente se había abierto
en Cola 2.
—C2 despresurizado —informó Tekla—.
Sellado del resto.
Tras el impacto, entre la nube de restos había
un objeto grande con dos brazos, dos piernas y
una cabeza. Los miembros se agitaban. Todos
1008
miraron en silencio.
—Hemos perdido a Michael Park —anunció
uno de los astronautas.
—Necesitamos más gente ahí fuera —indicó
Ivy a la tripulación del Martillo.
El mensaje estaba más que claro: «Más tarde
lloraremos a Michael. Ahora tenemos otras
preocupaciones».
—Moira, tú te quedas —añadió Ivy.
Moira ni se había movido. Estaba
acostumbrada a que la tratasen, contra su
voluntad e instintos, como una niña frágil y
querida.
—Quizá puedas hablar con Michael por radio.
Seguirá vivo durante un rato.
Moira asintió, tragó saliva y se concentró en
su portátil. Tecleó la orden necesaria para
establecer una conexión de voz con Michael.
—Dinah, tú te quedas. Maneja los robots.
Vamos a tener que improvisar. Bo, vuelve. Steve,
también. Luisa, habla con Aïda por voz; para mí
es una distracción demasiado estresante. Quédate
1009
en el Martillo y quítame ese problema de encima.
Doob, quédate aquí. Zeke, vuelve.
Ivy miró a su alrededor.
—A los demás: aquellos cuyo nombre no he
pronunciado, volved y mirad qué podéis hacer.
Doob, tú eres el hombre del tiempo. Tu trabajo
consiste es dar información sobre la tormenta y
cuándo va a llegar.
—Media hora —dijo Doob—; pero, sí, lo haré.
Moira, con los auriculares puestos, se había
retirado a una esquina tranquila del Martillo y
mantenía con Michael una conversación en voz
muy baja. Sobre los ojos sostenía un trapo, para
absorber las lágrimas antes de que volasen por la
cabina. Luisa ya se había ocupado de su labor y
escuchaba una transmisión de voz de Aïda.
—Dice que va a volver a intentarlo.
—Creía que tenía los propulsores vacíos —
dijo Ivy.
—Puede pasar propelente de los otros
módulos al vacío. Llevará unos minutos. Solicita
instrucciones sobre dónde realizar el próximo
intento, ya que el puerto de atraque de Cola 2 ha
1010
quedado inútil.
Tras deliberar brevemente, acordaron que la
héptada debía probar con el puerto de atraque del
viejo módulo Zvezda.
Dinah, que había pasado los dos últimos días
preparándose para un atraque en Cola 2, envió
los robots a que llevaran los cables a toda prisa
por el exterior, lo que la sumergió en un montón
de pequeñas complicaciones que la mantuvieron
más que ocupada durante todo el tiempo que le
llevó a la héptada recuperar el propulsor muerto.
Observaron en silencio la segunda
aproximación y el atraque. Llevó diez minutos.
Doob interrumpió una vez para actualizar la
situación de la tormenta.
Insospechadamente, fue Moira la que rompió
el silencio.
—No los dejéis atracar —dijo.
—¡¿Qué?! —dijo Ivy.
—Es una trampa.
Se oyó la voz de Zeke sobre el sistema de
megafonía:
1011
—Se ha logrado el atraque. Listos para abrir la
escotilla.
Moira añadió.
—Michael se ha dado cuenta.
—Quince minutos para la tormenta —anunció
Doob.
Dinah había entrado en un estado de intensa
concentración sobre el problema que había que
resolver. Miraba a través de los ojos de diez
robots diferentes, que ejecutaban diez tareas
distintas; de vez en cuando les hacía peticiones
concisas a los dos astronautas que quedaban,
como pedirles que liberasen algún cable atascado
o que ayudasen a algún Garro. Intentó filtrar la
conversación entre Moira e Ivy.
—¿Qué quieres decir con trampa?
—La héptada de Aïda se unió a la red tan
pronto como pudo —contestó Moira—. Si
compruebas tu correo ahora mismo, o tu
Spacebook, verás un montón de material nuevo.
Terabytes de antiguos mensajes y textos que
estaban atrapados en el Enjambre. Tráfico de
listas de correo de hace tres años.
1012
—¿Y? —preguntó Ivy.
—Michael acaba de dar con algo raro y me lo
ha hecho saber.
—¡Está flotando en el espacio!
—Está flotando en el espacio y comprobando
el correo.
—¿Qué es lo que ha encontrado?
—Son caníbales, Ivy.
—Eso ya lo sabíamos.
—Hace unas horas —dijo Moira—, mataron a
Tav y se comieron lo que quedaba de él.
Dinah no podía concentrarse en lo que estaba
haciendo.
—Hoy querían estar bien alimentados.
Se aproximaba el momento en el que los
astronautas tendrían que llegar a las esclusas y
entrar antes de la tormenta. Dinah tenía que
pensar en ellos. No podía hacer nada con lo que
Moira decía. Fue a decirle algo a uno de ellos pero
le interrumpió la voz de Zeke por los altavoces:
—Diez supervivientes. Esperamos a que J. B.
1013
F. salga por la escotilla.
—Zeke, ten cuidado —dijo Ivy—. Tenemos
indicaciones de que no traman nada bueno.
—Entrad —le dijo Dinah a los astronautas—.
Id a la esclusa más cercana. Manteneos alejados
de los nuevos, no nos fiamos.
—Lanzamos la piedra —anunció Ivy. A través
de las paredes se oyó el silbido del aire
comprimido llenando el espacio de muy pequeño
grosor que había entre la superficie exterior del
Martillo y la cavidad de Amaltea—. Tapaos los
oídos.
Luego, antes de que cualquiera pudiese
hacerlo, una explosión demoledora que los
aturdió al estallar las cargas de demolición y
romper las conexiones estructurales que unían
Amaltea con la Endurance. Sintieron un tirón
súbito —más aceleración de la que habían
experimentado en tres años— al liberarse el
Martillo y empujar el resto de la Endurance.
—Tres minutos para la tormenta —dijo Doob.
—J. B. F. está a bordo —anunció Luisa. Estaba
hablando con Zeke y el resto de la tripulación en
1014
la parte posterior, transmitiendo al resto del
Martillo lo que le decían. Frunció el ceño—. Le
pasa algo malo…; no acabo de entender.
—Encendido pleno —anunció Ivy. Es decir,
que estaban cerca del apogeo, entrando en los
bordes de la nube de restos lunares, y que todos
los motores que quedaban se habían activado al
completo. Acababa de inaugurar el gran
encendido que, con una delta‐uve de unos mil
doscientos metros por segundo, los inyectaría en
la nube de restos.
Todos los objetos sueltos del Martillo cayeron
a lo que ahora era el suelo. Al mismo tiempo
oyeron todo tipo de golpes por toda la Endurance.
—Estamos en combate —dijo Zeke.
—¿Combate? —preguntó Ivy.
—Le han disparado a Steve Lake.
—Estamos experimentando mucha radiación
de protones de altas energías por la EMC —
anunció Doob—. Todos los que no estén en el
Martillo deberían ir a las bolsas de protección.
—¿Le han disparado? —preguntó Ivy.
1015
—Con el revólver de J. B. F. Sugiero intentar
cerrar la red. Están intentando entrar por las
puertas traseras.
La comunicación se volvió fragmentaria y
confusa durante un minuto, lo que sugería que
había adversarios en distintas partes de la nave
intentando usar a la vez los mismos canales.
Luego perdieron la comunicación. El equipo
seguía funcionando, o sea que, simplemente, los
habían echado de la red. Ivy todavía podía pilotar
la nave, pero ninguno de ellos podía hablar con
nadie que no estuviese en el Martillo.
Los sobresaltaron unos golpes metálicos en la
escotilla que separaba el Martillo de MERC. Los
oídos de Dinah no tardaron en interpretar el
código morse.
—Chocolate —dijo—. Es un código entre
Tekla y yo. Creo que deberíamos abrir la escotilla.
Así lo hicieron, no antes de aprovisionarse de
toda arma improvisada que pudieron encontrar.
Se encontraron a Tekla, con una herida de
cuchillo en la mano; Zeke, aturdido pero sin
heridas; y una mujer que apenas pudieron
reconocer como Julia Bliss Flaherty ya que había
1016
perdido casi todo el pelo y tenía ambas manos
bien fijas contra la boca. Tekla saltó al interior de
Martillo y llevó a Julia con ella.
—¿Qué está pasando? —exigió Ivy.
—Lo tengo controlado —dijo Zeke alzando
ambas manos—. Ya hemos matado a cuatro.
Otros dos han muerto. Los superamos en número.
Tenemos que seguir luchando.
—Tienes que entrar en la bolsa de protección
—dijo Ivy.
Tekla, que no estaba acostumbrada a trabajar
bajo gravedad débil, había recuperado el
equilibrio suficiente para llevar a Julia a una
esquina del Martillo y sentarla en el suelo. Luego
se volvió hacia la escotilla. Dinah jamás había
visto a Tekla en ese estado y en ese momento le
tuvo mucho miedo. La reacción de Moira fue
diferente; quitándose los auriculares se lanzó
hacia Tekla y le pasó los brazos por el cuello. Al
principio parecía un saludo, pero se convirtió en
otra cosa cuando Tekla se puso a arrastrar a
Moira hacia la escotilla mientras esta intentaba
impedirle que volviese a la pelea.
—Cariño —murmuró Tekla al oído de
1017
Moira—, ¿quieres que te haga una llave? Si no,
será mejor que me sueltes, porque voy a matar a
esa zorra de Aïda.
—Que nos metamos en las bolsas es justo lo
que quieren —explicó Zeke—. Su plan era
apoderarse de la nave en cuanto lo hiciésemos.
Menos mal que nos has advertido.
Tekla ya se había liberado de Moira y
avanzaba a buen paso hacia la escotilla.
Zeke, que la esperaba, alargó una mano.
Sostenía una pequeña caja negra de plástico. La
presionó contra el muslo de Tekla y le dio al
interruptor. El dispositivo emitió un potente
zumbido. La pierna de Tekla dejó de responder y
la mujer cayó flotando al suelo, con los ojos
vidriosos.
—Lo siento, Tekla —dijo Zeke—. Tú te quedas
aquí. Que te arreglen la mano. Hazle compañía a
Moira, te necesita. Si tenéis un niño, llamadlo
Zeke.
Luego, antes de que los demás pudiesen hacer
nada, cerró la escotilla.
En el silencio posterior pudieron oír un
1018
estruendo que resonó por toda la estructura de la
Endurance. Sabían lo que era: el impacto de un
bólido.
—¿No se supone que debes estar pilotando la
nave? —le gritó Doob a Ivy.
Sin decir nada, Ivy volvió a la pantalla.
Dinah fue hasta Julia.
—¿Qué demonios está pasando? —le exigió.
A Julia le habían cortado el pelo. En los tres
últimos años se le había vuelto blanco. Las manos
todavía le ocultaban la parte inferior de la cara.
Los ojos seguían siendo reconocibles, aunque sin
maquillaje parecían mirar desde una cara veinte
años mayor.
Lentamente retiró las manos.
Sacó la lengua. Daba la impresión de que tenía
un trozo de metal entre los dientes.
De cerca se veía claramente que J. B. F. tenía
un piercing en la lengua. Lo habían hecho con
cuidado y profesionalidad; no había hemorragia,
ninguna señal de infección ni incomodidad.
Habían insertado verticalmente un perno de acero
1019
de unos cinco centímetros de longitud, fijado con
tuercas y arandelas por encima y por debajo de la
lengua. Era demasiado largo para encajar en la
boca de Julia, por lo que estaba obligada a llevar
la lengua fuera. Arriba y abajo el perno daba con
los labios.
—Por el amor de Dios —dijo Dinah.
Julia se tocó el perno con un dedo para luego
ejecutar con las manos movimientos de
desenroscar. Las tuercas estaban duplicadas, cada
una apretada muy fuerte contra la otra. Dinah
cogió una multiherramienta del cinturón y abrió
los pequeños alicates, luego tomó prestada la
herramienta de Ivy. Girando delicadamente en
direcciones opuestas pudo aflojar las tuercas. Julia
la apartó y las desenroscó con los dedos, para
luego sacar el perno con cuidado. La lengua
volvió a la boca. Se colocó una mano sobre los
labios y durante un momento se recostó contra el
mamparo, moviendo la mandíbula para segregar
la saliva y recuperar la flexibilidad.
Cuando al final habló, Julia sonó
extrañamente normal, como si estuviese haciendo
una declaración en la sala de prensa de la Casa
1020
Blanca.
—Cuando nos rendimos —dijo—, me
quitaron el arma y torturaron a Spencer
Grindstaff hasta que soltó todo lo que sabía sobre
el sistema informático. Todas las claves, todas las
puertas traseras, todos los detalles de su
funcionamiento. Justo lo que necesitarían para
tomar el control. Luego lo mataron y…
—¿Se lo comieron?
Julia asintió.
—En el grupo tenían un hacker. Al subir a
bordo, fue a una terminal y se puso a ejecutar el
plan. Steve Lake intentó detenerlo. Uno de los
otros tenía el arma… lo mató de un disparo. El
plan siempre fue así. Sabían que Steve era el
único que podía detenerlos.
—¿Cuántas balas les quedan?
—Estoy segura de que está vacía. La mayoría
de ellos usa cuchillos y mazas. No esperaban
resistencia porque…
—Porque pensaban que estaríamos metidos
en las bolsas de protección contra la tormenta —
dijo Dinah—, como corderitos esperando el
1021
sacrificio.
EL GRAN ENCENDIDO DURÓ casi una
hora. Al final, habían consumido tanto propelente
y habían aligerado tanto la Endurance que la
aceleración hizo que la sangre les fuese de la
cabeza a los pies. Ivy pilotó la nave tendida de
espaldas para no perder la consciencia. El viaje
estuvo salpicado por algunos golpes terribles. Los
que tenían ánimos para mirar las lecturas de
situación de la Endurance observaron varios
módulos que pasaban a amarillo, luego rojo,
finalmente a negro al sufrir demasiados daños.
Dinah vio por distintas cámaras cómo un trozo de
Luna de quince kilómetros de longitud les pasaba
de largo, volando a toda velocidad a apenas unos
cientos de metros a estribor. No fue el último
encuentro; pero con Doob de copiloto, indicando
cuáles eran las mayores amenazas, y con Dinah
usando Paramebulador como podía, Ivy pudo
esquivar los más grandes.
No tenían forma de saber cómo se
desarrollaba la batalla. Zeke había sido muy
optimista con sus posibilidades, pero no había
forma de saber en qué medida el daño de los
bólidos había afectado a la batalla de un bando u
1022
otro. El mecanismo automático de la Endurance
para sellar las partes dañadas de la nave la había
convertido en una serie de zonas separadas entre
las que era imposible moverse.
Volvió la gravedad cero, con lo que quedaba
claro que los motores habían parado. Ahora
viajaban tan rápido, de media, como el resto de la
nube de restos. Dinah acababa de acostumbrarse
a la aceleración constante del gran encendido y
sintió la náusea a medida que se ajustaba su oído
interno. Cerró los ojos y se hundió en una especie
de somnolencia, flotando libre por el Martillo,
golpeando las paredes cada vez que Ivy activaba
un propulsor para esquivar una roca.
Luego se dio cuenta de que había dormido un
rato.
Por una parte, quería quedarse así. Pero sabía
bien que estaban pasando cosas muy importantes,
así que abrió los ojos, casi esperando encontrarse
sola, la última persona con vida.
Ivy era la única que estaba despierta, el rostro
iluminado por la pantalla. Y por primera vez en
mucho tiempo, tenía el aspecto que solía tener
cuando exploraba un fascinante problema
1023
científico: vital, concentrada, alegre.
—¿Por qué está todo tan tranquilo? —
preguntó Dinah. Le parecía que hacía mucho
tiempo que no oía el golpe de un bólido ni sentía
el empuje de los motores de la Endurance.
—Estamos a la sombra —dijo Ivy—. Un nuevo
cono de protección. —Echó la cabeza atrás.
Dinah fue a su espalda y apoyó la barbilla en
el hombro de su amiga. En el monitor se veían
varias ventanas. Ivy amplió una para que ocupase
gran parte de la pantalla. Una leyenda
superpuesta en la parte inferior la identificaba
como cámara posterior.
El campo de visión estaba totalmente ocupado
por la imagen cercana de un enorme asteroide.
Dinah era minera de asteroides y había
mirado a muchas fotografías de asteroides. Había
aprendido a reconocerlos por su forma y su
textura. No tuvo problemas para identificarlo.
—Hoyuelo —dijo.
Ivy alargó la mano y tocó la pantalla. Bajo la
punta del dedo apareció una cruz roja, que
arrastró sobre la superficie de la piedra hasta
1024
centrarse en una vasta grieta negra que parecía
como si fuese a dividir el asteroide por la mitad:
el cañón que había servido para bautizarla.
Apartó el dedo, dejando allí la cruz.
—Estaba pensando en ese lugar —dijo.
—¿Qué tal algo más abajo, donde se ensancha
un poco?
—No creo que nos convenga un sitio ancho.
Demasiado expuestos.
—Entonces ahí —propuso Dinah, alargando la
mano y moviendo la cruz a un punto diferente—.
Luego podemos pasar a la parte estrecha una vez
que entremos.
—¿Se están divirtiendo las señoras? —dijo
Doob con voz áspera.
—No tanto como tú dentro de una hora —
contestó Ivy.
—Intentaré aguantar.
NO HUBO PROBLEMAS PARA ENTRAR.
Ivy dirigió la Endurance al interior de la gran
grieta como un avión ligero en el Gran Cañón. A
los pocos minutos tenían las paredes muy por
1025
encima. El fondo seguía oculto en las sombras.
Siguiendo la indicación general de Dinah, Ivy
procedió a llevar la nave hasta la parte del cañón,
a varias decenas de kilómetros de distancia,
donde convergían las paredes y el cielo radiactivo
se convertía en una rendija estrecha y llena de
estrellas. Aun así siguieron avanzando, rozando
de vez en cuando los módulos más externos
contra las paredes, hasta llegar a un lugar del que
no podían pasar.
Mirando en ambas direcciones, vieron puntos
donde entraba la luz del Sol. Allí estarían
protegidos tanto de las piedras como de la
radiación. Ivy dejó la Endurance en el suelo del
cañón. La gravedad de Hoyuelo era
extremadamente débil, pero lo suficiente como
para que esa palabra tuviese algo de sentido, y era
suficiente para dejar la nave en su sitio hasta que
decidiesen moverla.
Algo que no iban a hacer nunca.
1026
Hoyuelo
SOBRE LA SUPERFICIE de Hoyuelo, un
humano pesaba como tres jarras de cerveza en la
Tierra. La Endurance pesaba como un par de
tráileres.
Ivy activó por última vez los propulsores de
inclinación y levantó la cola hasta dejarla vertical.
La Endurance estaba sobre su cabeza, el toroide en
lo alto, el morro de hierro del Martillo sobre el
suelo de hierro de la grieta. Dinah mandó unos
Garros a soldar la nave al asteroide. Ivy apagó los
propulsores.
La Endurance ya no era una nave. Era un
edificio.
Desde el Martillo, ahora una única pieza de
metal con Hoyuelo, el conjunto de módulos subía
como el tronco de un árbol. Había varias
estructuras que salían ramificadas. El punto más
ancho era el conjunto de ochenta y un arquetes
que antes habían sido la popa de la nave. Surgían
hacia arriba como si fuesen hojas.
O eso imaginaban. No podrían ir a echar un
vistazo hasta que no pudiesen salir del Martillo.
1027
Habían sellado la escotilla durante la batalla. Para
cuando la dejaron en el suelo y la fundieron con el
asteroide, el resto de la Endurance llevaba mucho
tiempo en silencio. Al final la abrieron y se
pusieron a explorar módulo a módulo. Mandaron
Canicas y Crótalos por delante, para iluminar los
espacios oscuros y apuntar las cámaras a las
esquinas más recónditas. Luego fue Tekla, en
cabeza, con Dinah e Ivy protegiéndole la
retaguardia. Iban armadas con garrotes que
habían improvisado con tuberías. No tuvieron
que usarlos.
Lo que encontraron fue una combinación de la
escena de un crimen, un campo de batalla y zona
cero de una catástrofe. Solo la mitad de los
módulos seguían presurizados. Algunos habían
quedado totalmente aislados y solo una persona
con traje espacial podría llegar hasta ellos. Les
llevó días entrar en todos.
En uno dieron con Aïda, única superviviente
de la héptada. Hacía dos días que se había
comido el último trozo de Tavistock Prowse, por
lo que tenía mucha hambre, pero por lo demás
estaba bien. Tras quedar atrapada por una
combinación de combate e impacto de bólido, se
1028
había refugiado en una de las bolsas de
protección contra la radiación, y se había bebido
el contenido mientras esperaba el rescate.
En aquel momento, había dieciséis seres
humanos con vida. Varios estaban heridos por el
combate o por los impactos de bólidos. Todos los
que no se habían refugiado en el Martillo o en una
de las bolsas estaban enfermos por la radiación.
Los que estaban sanos cerraron agujeros,
volvieron a presurizar módulos y pusieron otra
vez en marcha el toroide, que se convirtió en una
enfermería y se llenó de inmediato.
Dinah logró sacar a Doob a un último paseo
espacial. Llevaba ya días muy mal. Pero cuando le
pusieron el traje, recuperó la energía. Dinah lo
llevó al suelo de la fisura, donde podía caminar,
ligero, con Garros magnetizados atados a las
botas para evitar que saliese volando al dar un
paso. Vagaron un kilómetro, más o menos,
girándose cada poco a observar el nuevo hogar de
la humanidad. Por encima del toroide, donde
Moira desempaquetaba el laboratorio genético,
Tekla examinaba los arquetes del nivel superior:
miraba cuáles estaban enteros, cuáles no se
podían reparar y cuáles se podían arreglar para
1029
ocuparlos más adelante. En el suelo de la grieta,
los Garros y los Crótalos se afanaban en fijar la
Endurance en su punto final usando cables y
armazones.
Por donde caminaban estaba casi siempre a
oscuras. Era el precio por la protección contra los
rayos cósmicos y las eyecciones de masa coronal.
No obstante, al alzar la vista podían ver la luz del
Sol rozando los bordes de la grieta. Hablaron de
poner espejos para reflejar luz hacia los arquetes y
así poder cultivar comida y limpiar aire
aprovechando sus cascos externos translúcidos.
Doob comentó el proyecto Abovedar, que
consistía en, con el tiempo, construir un techo
sobre la grieta y levantar paredes para conservar
el aire, de forma que toda una sección del valle
tuviera atmósfera y convertirse así en un lugar
donde los niños pudieran salir «afuera» sin
necesitar trajes espaciales.
Luego volvió a casa y murió.
Guardaron su cuerpo con los otros, en un
arquete dañado que ejercía de mausoleo hasta el
momento en que pudiesen cavar tumbas en la
superficie de Hoyuelo. Llevaría mucho tiempo,
1030
pero los supervivientes compartían la convicción
de que tras haber sacrificado tanto para llegar
hasta allí, merecían ser enterrados y no
quemados. Doob compartiría tumba con Zeke
Petersen, Bolor‐Erdene, Steve Lake y todos los
demás que habían muerto al mismo tiempo.
Algunos de ellos habían estado conscientes el
tiempo suficiente para contar lo que les había
sucedido durante el enfrentamiento con la gente
del Enjambre y el viaje final de la Endurance a
través de las tormentas y las piedras. Grabaron y
archivaron lo que contaron. Algún día, algún
historiador reconstruiría lo sucedido,
comparando los relatos con los registros de datos
para deducir quién había matado a quién durante
el combate y qué módulo se había apagado en
qué momento.
Por supuesto, Aïda podría haber sido su
mejor fuente de información, de haber querido
hablar; pero no lo hizo. Se había hundido en una
profunda depresión, de la que salía en algunos
momentos imprevisibles para charlar sobre
cualquier idea extraña que se le pasase por la
cabeza. Nadie quería hablar con ella. Cuando se
dirigía a una persona, la miraba con demasiada
1031
atención, con ojos ansiosos y penetrantes, como si
viese, o imaginase ver, demasiado
profundamente. Era imposible recibir esa mirada
sin pensar en lo que ella y los suyos habían hecho,
y sin pensar que al mirarte te contemplaba como
posible comida.
El registro de correos acumulados en tres años
relataba una historia épica. Había entradas de
Spacebook, blogs y otros elementos que llenaron
los buzones de correos en cuanto la red del
Enjambre se unió a la de la Endurance. El hilo
conductor de la historia parecía ser el alejamiento
cada vez mayor de la realidad que habían sufrido
J. B. F. y algunos miembros de su círculo íntimo.
Luisa lo comparó con el crecimiento del
espiritismo tras la Primera Guerra Mundial.
Durante los años veinte, muchos de los que no
habían logrado aceptar la pérdida de vidas en las
trincheras y la epidemia de gripe posterior habían
caído presos de la creencia de poder comunicarse
con sus seres queridos más allá de la tumba. A
todos los efectos, habían logrado evitar la pena
convenciéndose de que realmente no había
pasado nada.
No era una analogía muy buena. La pérdida
1032
de vidas durante la Lluvia Sólida había sido,
evidentemente, mucho mayor; y muy pocos
arquinos habían adoptado creencias espiritistas
estrictas. Pero después de una eyección de masa
coronal especialmente dura que había acabado
con la vida de cien arquinos, Tav había escrito en
su blog sobre su viaje a Bután con Doob y la
conversación que había mantenido con el rey
sobre la matemática de la reencarnación. Era un
texto meditativo, un panegírico no religioso de
aquellos que habían caído, pero con la perspectiva
del tiempo, parecía marcar un punto de inflexión
en la forma de pensar de los supervivientes. Para
algunos, el Enjambre siempre había tenido una
especie de condición semidivina. Quizás eran
personas con un conocimiento demasiado
superficial de la teoría del caos y tendían a creer
que las decisiones colectivas que se encontraban
más allá de la comprensión humana participaban
de lo sobrenatural.
El batiburrillo de ideas tecnomísticas que se
había desarrollado a partir de entonces era
ilegible e incomprensible para Luisa; o para
cualquiera que lo leyese, con la mente tranquila,
después de que hubiese pasado todo. Pero daba la
1033
impresión de que había proporcionado esperanza
y consuelo a muchos jóvenes aterrados atrapados
en los arquetes. Tav, había que reconocérselo, se
había resistido a todos los esfuerzos por
considerarlo un profeta. Es más, era posible que
su modestia le hubiese jugado una mala pasada.
—No entiendo que alguien lea estos mensajes
y encuentre esperanza ni sentido —dijo Luisa—;
pero así fue. El tiempo suficiente para distraerlos
de sus problemas reales. Por eso cuando Aïda y
los otros recuperaron la cordura y se enfrentaron
a J. B. F. y los demás, la reacción fue todavía
mucho más intensa; es que para entonces las
cosas habían llegado demasiado lejos.
La reacción había empezado en un bolo de
dos tríadas donde varios arquinos, entre ellos
Aïda, dijeron que el tono y la sustancia habituales
en los comunicados oficiales que surgían del
Arquete Blanco era «una gilipollez» y acusaron a
Tavistock Prowse de ser una marioneta del
régimen. Se llamaban a sí mismos la Brigada del
Bolo Negro y lanzaron su mensaje de insurrección
a otros arquetes del Enjambre.
El mensaje, que a la vista de todo lo demás
1034
incluso tenía sentido, trataba de la necesidad de
enfrentarse a la realidad y dar pasos razonables y
efectivos para resolver los problemas del
Enjambre; eso incluía, si resultaba necesario,
pedir clemencia a la Endurance. Habían exigido
que J. B. F. sacase los libros y diese una lista de
todo lo que había de agua, comida y otros
artículos, y detallase la evolución de las
existencias a lo largo del tiempo. Julia se había
resistido hasta que un agente de su personal filtró
la lista. Lo de la comida resultó ser terrible y eso
provocó distintas respuestas que desde entonces
habían determinado la historia y la política del
Enjambre. Una de ellas había sido el aumento del
misticismo y del pensamiento ilusorio; creían que
el Agente había sido una especie de ángel
vengador enviado por Dios, o por alienígenas tan
poderosos que bien podrían ser Dios, para
provocar el fin del mundo y la fusión de toda la
consciencia humana en un enjambre digital en los
cielos. Otra de esas respuestas había sido la
aceptación del canibalismo, no en el sentido de
matar gente para comérsela, sino en el de comerse
las personas que morían por causas naturales,
como medida temporal hasta poder derrocar a J.
B. F. y sustituirla por una persona que supiese
1035
qué hacer. El primer grupo, los místicos, habían
tendido a aliarse con Julia. Los caníbales habían
acabado bajo el mando de Aïda, que por su
personalidad y por su carisma había acabado
siendo la líder de la Brigada del Bolo Negro.
Por tanto, el Enjambre se había dividido en
dos más pequeños, ninguno de los cuales era
viable por sí solo, y por tanto habían logrado
empeorar los mismos problemas que habían
provocado la división. Desde ese punto la historia
se había vuelto bastante predecible y había
concluido con los hechos de los últimos días.
Aïda seguía sin hablar, pero Julia sí que estaba
dispuesta. Según ella, Aïda y los otros
supervivientes de la Brigada del Bolo Negro se
habían dado cuenta en las últimas semanas de
que su conversión al canibalismo sería tan
repugnante para los supervivientes de la
Endurance que los convertiría en marginados
indeseables para siempre. En lugar de esperar
pasivamente la decisión —que preveían sería
extremadamente moralista, mojigata y punitiva—
de Ivy y su grupo, tomarían el control de una
parte o de toda la Endurance, empezando con su
red, para luego negociar condiciones desde una
1036
posición de fuerza.
Lo que explicaba, al menos en general, todo lo
sucedido, excepto las mutilaciones físicas de Julia
y Tav.
Cuando le preguntaron por eso, Julia se
encogió de hombros.
—Para ellos éramos criminales. Hay que
castigar a los criminales. Es difícil castigar a
personas que ya se mueren de hambre mientras
están confinadas. ¿Qué quedaba en la caja de
herramientas del ejecutor sino atacar el cuerpo?
Querían silenciarme y eso hicieron. Y a Tav
quisieron darle un poco de su propia medicina a
base de transferir su cuerpo al de ellos.
UNA SEMANA MÁS TARDE, cuando la
última víctima sucumbió a sus heridas o a la
radiación, quedaban ocho seres humanos con
vida y buena salud.
Ivy proclamó veinticuatro horas de pausa
para llorar a las víctimas y recuperarse. Luego
convocó una reunión de toda la especie humana:
Dinah, Ivy, Moira, Tekla, Julia, Aïda, Camila y
Luisa.
1037
No tenían claro qué hacer con Julia y Aïda.
Durante años, cuando no tenía nada que hacer,
habían soñado con llevar a J. B. F. ante la justicia,
fuera cual fuese. Luego, en el último momento,
Aïda la había eclipsado. Y ya nada de eso parecía
tener sentido. ¿Seis mujeres podían tener a dos en
la cárcel? ¿Qué implicaría la cárcel en un lugar
así? El castigo físico era al menos una posibilidad.
Pero Aïda ya lo había probado, con resultados
que a todas les resultaban horribles.
J. B. F. no era un peligro para nadie. Aïda
todavía aparecía como una amenaza, pero a
menos que la encerrasen en un arquete, no podían
hacer mucho más que vigilarla. Y eso hicieron: no
perderla nunca de vista, no permitir tenerla
detrás nunca.
Se reunieron en la Banana, sentadas alrededor
de la larga mesa de reuniones. A un lado estaba la
muerte: la enfermería donde Zeke, el último
hombre vivo, había fallecido un día y medio
antes, bromeando en el último momento sobre
que era una pena ser el último hombre vivo con
ocho mujeres entre las que escoger. Habían
limpiado muy bien la enfermería y habían puesto
sábanas limpias con la esperanza de que pasase
1038
mucho tiempo antes de tener que usarlas. Al otro
lado estaba la vida: los compartimentos donde
Moira montaba el laboratorio genético.
Más tarde, a aquella reunión la llamaron
Consejo de las Siete Evas. Porque aunque había
ocho mujeres, una de ellas —Luisa— ya había
entrado en la menopausia. Ivy abrió la sesión con
un informe sobre la situación general, que, en
cierta manera, era sorprendentemente buena. Se
habían acostumbrado hasta tal punto a las malas
noticias que hubo que repetirlo más de una vez.
Había muy pocos lugares más seguros en el
sistema solar que el que ocupaban. Allí no podía
llegar la radiación cósmica. También eran
inmunes a las eyecciones de masa coronal. Podían
disponer de luz solar para la agricultura y la
electricidad a muy poca distancia, en lo alto de las
paredes, donde el sol brillaba casi siempre.
Mientras tanto, el enorme reactor y cuatro
docenas de reactores de arquetes producían
mucha más energía de la que podían usar, y así
seguiría siendo durante decenios. De agua
todavía les quedaban cien toneladas. Mientras
fundían y descomponían el agua que les servía de
propelente, también habían extraído muchas
1039
toneladas de fósforo, carbono, amoniaco y otras
sustancias. Eran restos del sistema solar
primigenio, que en su momento había recubierto
a Greg Esqueleto con un caparazón negro. Aquel
material, como había sabido muy bien Sean
Probst, no tendría precio para mantener la
agricultura.
Ya nunca más tendrían que preocuparse de lo
que había ocupado casi obsesivamente su mente
durante los últimos cinco años: perigeos, apogeos,
encendidos, propelente y todo tipo de maniobras.
Allí no podía llegar ningún bólido. Incluso si en
algún momento Hoyuelo chocaba con una piedra
igual de grande, era probable que sobreviviesen.
Las vitaminas con las que habían llenado
hasta arriba todos los arquetes enviados al Arca
Nube estaban pensadas para mantener una
población de miles de personas. A pesar de haber
perdido buena parte de ellas, lo que quedaba era
más que suficiente para proveer de aspirinas y
cepillos de dientes a una pequeña colonia durante
mucho tiempo.
Dependían enormemente de la tecnología
digital. No podrían sobrevivir durante mucho
1040
tiempo sin robots que trabajasen y sistemas de
control informáticos que mantuviesen el
funcionamiento de las instalaciones. No tenían
capacidad de fabricar nuevos chips para
reemplazar los viejos en los ordenadores. Pero los
arcatectos, anticipándose, les habían
proporcionado un suministro de piezas de
repuesto que durarían cientos de años si las
administraban con cuidado. Y tenían planes para
arrancar, más tarde, otra vez la civilización
digital; tenían herramientas que fabricarían
herramientas para luego fabricar herramientas, e
instrucciones para usarlas cuando llegase el
momento.
Con las necesidades inmediatas previstas, la
discusión pasó al problema más evidente. Todas
miraron a Moira.
—Mi material lo ha superado todo sin sufrir
ningún daño —dijo—. Para mí los últimos tres
años han sido aburridos. Se me ha tratado como a
un florecilla frágil. He invertido el tiempo en
escribir todo lo que sé sobre el uso de ese
material. Si mañana me muero, todavía podréis
usarlo.
1041
»Evidentemente, somos todas mujeres. Siete
todavía podemos tener hijos; o, por hablar con
precisión, producir óvulos. Así que el asunto es
de dónde sacamos algo de semen. Bien, el
noventa y siete por ciento del material genético
enviado desde la Tierra fue destruido en el
desastre del primer día de la Lluvia Sólida. Lo
que sobrevivió lo hizo porque ya estaba
distribuido entre diez arquetes. Al final esos diez
se fueron con el Enjambre. Sin embargo, ese
material no parece habernos llegado.
Aïda la interrumpió. Mirando a Julia al otro
lado de la mesa, anunció:
—Como sabéis, yo estaba en el Enjambre.
Puedo decir que es un hecho que se olvidaron de
esas muestras en los diez arquetes. Nunca se
habló de ellas. Si alguien sabía que estaban allí,
las olvidó.
Julia lo interpretó como un ataque a sus
archivos.
—Disponíamos de ochocientos hombres y
mujeres jóvenes de todos los grupos étnicos del
mundo.
—Disponíamos —repitió Aïda—. En pasado.
1042
—El esfuerzo requerido para mantener unas
pocas muestras bien congeladas no
compensaba…
—Alto —cortó Ivy—. Si podemos empezar a
tener criaturas, sus tataranietos podrán repasar
los archivos, y evaluar y debatir lo que debería
haberse hecho. Ahora no es el momento de las
recriminaciones.
—Yo estaba en la reunión cuando Markus dijo
que el Archivo Genético Humano era una
estupidez —dijo Dinah. Se sorprendió un poco al
oírse defender la argumentación de Julia.
—No podemos repetir el mismo error de
engañarnos —dijo Aïda—. Creer en algo que no
es real.
Ivy habló:
—De haber sabido que acabaría así, con solo
siete mujeres fértiles, habríamos hecho que
durante los últimos tres años todos los hombres
de buena salud se hubiesen masturbado en un
tubo de ensayo. Habríamos encontrado la forma
de mantener las muestras congeladas. Pero jamás
se nos ocurrió que acabaríamos así.
1043
—No está claro cuál habría sido la calidad del
resultado —dijo Moira—. Dada la exposición a la
radiación, probablemente hubiese tenido que
realizar muchas reparaciones manuales en el
material genético de esas muestras.
—¿Reparaciones manuales? —preguntó Julia.
—Entre comillas —dijo Moira, alzando ambas
manos y doblando los dedos—. Por supuesto que
no usaría las manos. Pero con el equipo —inclinó
la cabeza en dirección al laboratorio— puedo
aislar una célula, un espermatozoide o un óvulo,
y leer su genoma. Claro está, estoy saltándome
muchos detalles. Pero lo importante es que puedo
obtener un registro digital de su ADN. Cuando lo
tenga, será un mejor ejercicio de software. Puedo
evaluar lo que tenga y compararlo con una
inmensa base de datos que forma parte del
laboratorio. Es posible identificar segmentos del
ADN dañados por los rayos cósmicos o por la
radiación del reactor. Luego es posible repararlo
insertando una suposición razonable sobre lo que
allí había originalmente.
—Suena a mucho trabajo —dijo Camila—. Si
hay algo que yo pueda hacer para descargarte un
1044
poco y ser útil, estoy a tu disposición.
—Gracias. Todas tendremos que trabajar
durante meses antes de tener algo. No tenemos
mucho más que hacer —dijo Moira.
—Disculpa, ¿qué sentido tiene hablar de esto
si no tenemos semen con el que trabajar? —
preguntó Aïda.
—No nos hace falta semen —dijo Moira.
—¡No hace falta semen para quedarse
embarazada! Eso sí que es una novedad —dijo
Aïda riendo con fuerza.
Moira siguió hablando con tranquilidad.
—Es un proceso llamado partenogénesis, es
decir, un embarazo virginal, en el que se crea un
embrión monoparental a partir de un óvulo
normal. Se ha hecho con animales. Si no se hizo
con humanos es porque había reservas éticas,
además de ser innecesario, ya que los hombres
estaban más que dispuestos a fecundar a una
mujer en cuanto tenían la oportunidad.
—¿Puedes hacerlo, Moira? —preguntó Luisa.
—En teoría no es más difícil que los trucos
1045
que acabo de describir para reparar el semen
dañado. En algunos aspectos, sería incluso más
fácil.
—Puedes hacer que nos quedemos
embarazadas… de nosotras mismas —dijo Tekla.
—Sí. Todas excepto Luisa.
—Puedo tener un hijo del que yo sea la madre
y el padre —dijo Aïda. Estaba claro que la idea le
fascinaba. De pronto ya no era la frágil y
quisquillosa Aïda, sino la chica cálida e implicada
que debió encantar a los poderosos durante el
Gran Cleroterion.
—Se necesitarán procesos delicados en el
laboratorio —dijo Moira—. Pero ese fue el sentido
de haberse traído el laboratorio hasta aquí.
Todas reflexionaron durante un rato. Julia fue
la primera en hablar.
—En mi papel habitual de ignorante científica,
¿quieres decir que puedes clonarnos?
Moira asintió… no para decir sí, sino para
decir comprendo la pregunta.
—Hay varias formas de hacerlo, Julia. Una
1046
sería, efectivamente, crear clones; todos las hijas
genéticamente idénticas a la madre. No es lo que
queremos. Para empezar, no resolvería el
problema principal: la ausencia de hombres.
Camila levantó la mano. Moira, claramente
molesta por la interrupción, parpadeó y le hizo
un gesto.
—¿Cuál es el problema? —preguntó Camila—
. Mientras tengas acceso al laboratorio y puedas
seguir creando clones. ¿De verdad sería tan mala
una sociedad sin hombres? Al menos durante
varias generaciones. —Moira hizo un delicado
movimiento de la mano, como si empujase, para
indicarle que se callara.
—Esa es una pregunta para luego. Hay otro
problema con esa versión de la partenogénesis,
que es que todas las hijas son idénticas. Copias
exactas. Para obtener algo de diversidad genética,
necesitamos emplear algo llamado partenogénesis
automíctica. A ver, es complejo, pero lo esencial
es que en la reproducción sexual normal se
produce cruce de cromosomas durante la meiosis.
Es una forma de recombinación genética natural
del ADN. Es lo que hace que los hijos se parezcan
1047
a los progenitores, pero no sean exactamente
como ellos. En la forma de partenogénesis que
propongo, habría recombinación. Un elemento
aleatorio.
—¿Y niños y niñas? —preguntó Dinah.
—Eso es más complicado —admitió Moira—.
No es trivial sintetizar un cromosoma Y. Creo que
las primeras criaturas, quizá los primeros grupos,
serán mujeres; por la simple razón de que hace
falta aumentar la población. Durante ese tiempo
trabajaré en el problema del cromosoma Y. Más
tarde espero que podamos tener algunos niños.
—Pero esas niñas, y luego niños, ¿seguirán
siendo de nuestro ADN? —preguntó Ivy.
—Sí.
—Así que serán genéticamente muy similares
a nosotras.
—Si no hago nada —dijo Moira—, serán como
hermanas, incluso más similares de lo que esa
palabra da a entender. Pero puedo usar varios
trucos para crear más variedad de genotipos a
partir del mismo material original. Quizá sean
más como primos. No lo sé. Nadie lo ha hecho
1048
nunca.
—¿Hablas del problema de la endogamia?
Suena a eso —dijo Dinah.
—Pérdida de heterocigosidad. Sí. Sé algo
sobre ese asunto. Por eso me eligieron como
miembro de la Población General.
—Por su trabajo con el turón de pies negros y
demás —añadió Ivy.
—Sí. Este problema es muy similar. Pero lo
que quiero que tengáis en mente es que resolví el
problema en el caso del turón de pies negros y
volveré a resolverlo.
Lo dijo con tal convicción y confianza que
durante un momento las otras guardaron silencio,
esperando a que siguiese hablando.
—Creo que todas lo entendemos, al menos
intuitivamente, ¿no?
Se había dirigido a Julia, que se mostró algo
molesta y soltó lo siguiente:
—Mi hija tenía síndrome de Down. Es todo lo
que voy a decir.
Moira asintió con la cabeza y siguió hablando:
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—Todos tenemos algún defecto genético.
Cuando te reproduces más o menos
aleatoriamente dentro de una población grande,
la tendencia es que esos errores se pierdan en la
ley de promedios. Todo sale bien más o menos.
Pero cuando se juntan dos personas que
comparten el mismo defecto, es probable que su
descendencia también lo tenga, y con el tiempo
aparecen las consecuencias indeseadas que
asociamos con la endogamia.
—Por tanto —dijo Luisa—, si seguimos tu
plan, y dentro de unos años tenemos siete grupos
de lo que serán hermanos o primos…
—No es suficiente heterocigosidad para
responder a tu pregunta —dijo Moira—. Si tienes
alguna predisposición genética a alguna
enfermedad, por ejemplo…
—Talasemia alfa en mi familia —dijo Ivy.
—Es buen ejemplo —respondió Moira—.
Resulta que antes de su destrucción la Vieja Tierra
compiló enormes bases de datos sobre esas
enfermedades; y ahora las tenemos todas. —
Señaló hacia el laboratorio—. Tenemos una buena
idea de qué defectos, en qué cromosomas, son
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