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Published by snullbug20, 2019-02-03 14:46:41

Seveneves -Neal Stephenson

era que uno de los robots que recorría esa zona


para mantener la forma de la tobera se había


contaminado con una mezcla de partículas


calientes emisoras de radiación alfa e hijos



emisores de radiación beta. Al moverse, el robot


había transportado el material y lo había pasado


al guante de un traje espacial. Posiblemente algo


tan sencillo como un astronauta alargando la


mano para retirar algo de hielo de un Garro o


pisando el punto donde antes había estado el


Garro. Al entrar, el astronauta llevó la



contaminación al módulo de control. Era incluso


posible que no supieran nada de la barra rota, por


lo que ni siquiera estarían comprobando posibles


contaminaciones. O puede que, como decían las


notas de Sean, los contadores geiger se hubieran


roto, uno a uno, y los hubieran dejado ciegos a la


presencia de radiactividad en su entorno. En


cualquier caso, las partículas se habían dispersado


por el módulo de control. Algunos las inhalaron,



otros las tragaron. Y encima ninguno estaba en


muy buen estado físico.




EN CUALQUIER CASO, LA BUENA


NOTICIA, si se podía llamar así, era que el


reactor y el motor funcionaban. Las mejoras de





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Larz a la programación minera de los robots


había dado como resultado menos rocas en las


tolvas y menos transportadores atascados,


durante el encendido a L1. Desde entonces, los



Jejenes habían recorrido las tolvas, habían


identificado rocas que se hubiesen colado de


todas formas y las habían alejado de los


transportadores. El daño de la barra de


combustible habría sido una catástrofe importante


según los esquemas de la Vieja Tierra, de haberse


producido en un reactor de la superficie. Allí era



un problema y ya había acabado con la vida de


varias personas, a pesar de que todo seguía


funcionando. Sí, la expedición de la Nueva Caird


llevaría al Arca Nube todo un desastre radiactivo,


pero una vez que se acercasen lo suficiente


soltarían el reactor y lo dejarían caer a la


atmósfera.




Faltaban cuarenta y ocho horas, minuto arriba


o abajo, para que la Tierra apareciese enorme


debajo, y la superficie nadir del fragmento



sudaría y emitiría vapor a medida que el calor


radiante del aire incandescente ablandase,


fundiese y vaporizase el hielo. En ese momento


tendrían que retirar las aspas de control y ejecutar





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el siguiente gran encendido de la Ymir. Primero


tendrían que hacer girar la nave de forma que


volase hacia atrás, con la tobera apuntando en la


dirección del movimiento. Porque les hacía falta



una delta‐uve negativa: un frenazo en lugar de


una aceleración.




Para girar, todas las naves espaciales estaban


equipadas con propulsores, sin la suficiente


potencia para provocar una delta‐uve grande,


pero sí capaces de rotar toda la nave en su


conjunto hasta la inclinación deseada, de forma


que el motor principal apuntase en la dirección



deseada. Como regla general, los propulsores


eran más efectivos situados hacia las esquinas del


vehículo, donde podían hacer más palanca e


inclinarlo con un mínimo de potencia. Al no saber


con lo que iban a encontrarse en Grigg‐Skjellerup,


los planificadores de la misión de la Ymir habían


incorporado una colección de propulsores


modulares: básicamente pequeños cohetes,


tanques de propelente, enlaces inalámbricos y



elementos para anclarlos al hielo. Un examen


rápido de la Ymir y un repaso a los registros de la


tripulación dejaban claro que Sean y sus hombres


habían encajado esos paquetes en puntos





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adecuados del hielo: un complejo en el morro con


toberas apuntando a las cuatro direcciones


perpendiculares y cuatro más espaciados


alrededor de las partes más gruesas del



fragmento.




Ahora que la Nueva Caird había atracado, su


motor también podía emplearse para girar la


Ymir. Pero la maniobra requerida —un giro de


ciento ochenta grados, que habría sido


relativamente simple en una nave pequeña como


un arquete— estaba cargada de dificultades y


complicaciones en el caso de algo tan grande y



asimétrico como la Ymir. Por si hacía falta


emplear los propulsores, Dinah envió robots a


examinarlos la primera «mañana» y Vyacheslav


se puso el traje para salir a reparar un poco una


línea de propelente que había quedado


obstaculizada. Pero los movimientos del


fragmento eran tan pesados que la rotación en sí,


de un extremo al otro, llevó ocho horas, y


ajustarla justo a la orientación adecuada llevó


otras seis.




Entonces Markus anunció que muy



probablemente todas sus suposiciones fuesen


erróneas.



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—La atmósfera es demasiado grande —dijo.


Llevaba un buen rato leyendo pensativo una serie


de correos de Izzy.




Dinah sintió como una lanza atravesándole el


corazón. Resultaba asombroso que tras todo lo



sucedido en los dos últimos años, todavía pudiese


reaccionar así a las malas noticias. Daba la


impresión de ser un programa psicológico interno


que se disparaba con frases como tu madre tiene


cáncer o ha habido una explosión en la mina, o lo que


Markus acababa de decir.




Desde el principio de la planificación del Arca


Nube ya habían sabido que la Lluvia Sólida


calentaría el aire… todo el aire, por todo el



mundo. El aire se expandía al calentarse. Solo


había una dirección para que la atmósfera se


expandiese: hacia el espacio. Por tanto, el


rozamiento que Izzy experimentase por los restos


de aire a su altura habitual de unos cuatrocientos


kilómetros empeoraría a medida que la atmósfera


subiese. Hasta qué punto se calentaría el aire,


cuánto se expandiría, y cómo de potente sería el


rozamiento eran preguntas de gran importancia a



las que no había forma de contestar hasta el


comienzo de la Lluvia Sólida. Como siempre



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decía Doob, nadie antes había probado el


experimento de volar la Luna. Como mucho,


podían esperar y realizar observaciones. Justo lo


que habían hecho desde el comienzo de la Lluvia



Sólida. Pero durante casi todo ese tiempo Markus


había estado distraído y de repente absorbía los


últimos resultados.




Claro está, en el caso del Arca Nube había


planes para tratar las distintas posibilidades. En la


situación sencilla de que la atmósfera no se


expendiese demasiado y el rozamiento no fuese


excesivo, no tendrían que hacer casi nada. En la



situación más difícil, que parecía la que iba


adoptando el experimento, no tendrían más


elección que elevar la órbita de todos los


vehículos: Izzy y los arquetes. La delta‐uve no era


grande; trescientos metros por segundo sería


suficiente para casi doblar la altitud orbital y


alejarlos de la zona de peligro. Cada uno de los


arquetes tenía su propio motor y propelente


suficiente para hacerlo. La cosa se complicaba



más en el caso de Izzy. De estar dispuestos a


deshacerse de Amaltea, podrían lograr con


facilidad los trescientos metros por segundo.


Ahora bien, llevarse a Amaltea aumentaba





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enormemente el requerimiento de propelente.


Hacía tiempo que los planificadores de la misión


habían anticipado todos esos detalles. Así era


como habían concebido inicialmente la estrategia



tirar y correr.




Por tanto, para los arquetes sería fácil alejarse


de la atmósfera creciente abandonando Izzy, al


menos por el momento, y pasando a una órbita


más alta. Así resolverían el problema del


rozamiento. Pero al hacerlo, perderían la opción


de refugiarse detrás de Amaltea y recibirían el


impacto de los bólidos. La magnitud del daño



dependía de la densidad y la velocidad de las


rocas, y de la distribución de tamaños; otra de


esas preguntas de enorme importancia que


resultaba imposible responder antes del comienzo


de la Lluvia Sólida y por tanto de la recogida de


datos.




Y, de momento, los datos no eran suficientes


para tenerlo claro. Salvo por algunas excepciones


espectaculares, los impactos de bólidos y las


fatalidades habían sido muy reducidos; pero no


tenía por qué ser siempre así. El Cielo Blanco era



un fenómeno que cambiaba continuamente. El


incremento explosivo de la tasa de fragmentación



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de bólidos que había indicado su inicio todavía


continuaba. Durante miles de años, la


distribución de tamaño de rocas y sus parámetros


orbitales seguiría cambiando. Podrían observar



tendencias y realizar predicciones, pero más allá


de cierto punto todo eran suposiciones.




En cualquier caso, Markus había apostado por


la estrategia que estaban ejecutando. Si salía bien


y podían reducir la velocidad de la Ymir lo


suficiente para conectarla con Izzy, entonces la


estrategia Gran Viaje sería posible y los arquetes


podrían pasar a una órbita más alta y segura



protegidos por el metal de Amaltea y el hielo de


la Ymir.




Pero por lo visto, hasta aquel momento


Markus no había considerado que la atmósfera


fuera demasiado grande.




La verdad, tampoco habría importado que lo


tuviese en cuenta. Sean Probst había tomado la


decisión crucial, y la había ejecutado, semanas


antes, al situar su rumbo a L1 y ejecutar el


encendido que había situado a la Ymir en su


trayectoria actual. Se trataba de una elipse con un


perigeo muy bajo. Desde el punto de vista de la






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mecánica orbital, la idea era muy razonable,


porque el motor de vapor en ese punto haría


palanca al máximo: era un lugar natural en el que


realizar un encendido y efectuar una transición a



una órbita baja circular igual a la de Izzy. Pero,


enfermo y agotado por la odisea de dos años,


aislado de las últimas informaciones científicas


por el fallo de la radio, al realizar los cálculos


Sean debió de pasar por alto la expansión de la


atmósfera.




—¿Vamos a entrar? —preguntó Vyacheslav.


Se trataba de un eufemismo cortés para referirse a



la situación en la que la Ymir se metería tan hondo


y se ralentizaría tanto que ardería y se convertiría


en otra estela de luz azul sobre el fondo


centelleante de la pirosfera.




—Creo que es más probable que saltemos —


dijo Markus. Es decir, que la Ymir podría rebotar


en la atmósfera como una piedra plana en un


estanque—. Con resultados impredecibles, pero


no puedo estar seguro. Solo digo que no va a ser


el plan que Sean tenía en mente. Será diferente.


Algo quizás un poco más emocionante.




ANTICIPÁNDOSE A LA POSIBILIDAD de






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que Camila estuviese alerta —ya había


sobrevivido a un intento contra su vida— el


tirador se agachó tras el autobús escolar, con la


escopeta lista, y esperó a que saliese. Entre la



puerta lateral del vehículo y la entrada de la


escuela solo había una acera estrecha, así que no


tenía mucho margen de error. Saltó con el arma


mientras Camila todavía negociaba el descenso a


la calle; el largo dobladillo del burka solía


engancharse en el pie al buscar el estribo del bus,


así que se lo había tomado con calma. El retraso le



salvó la vida. Alertada por un profesor que estaba


de pie en la entrada del edificio, Camila se metió


de nuevo en el bus. En vez de darle directamente


en la cara, el disparo de la escopeta le rozó la


mandíbula, le hizo saltar once dientes, le arrancó


buena parte de la mejilla y le provocó enormes


daños estructurales en la mandíbula. Los


cirujanos de Karachi y, más tarde, los de Londres,


le salvaron las funciones de la lengua, le



reconstruyeron la mandíbula con un trozo de


hueso sacado de la pelvis y le pusieron implantes


dentales. Tras una gira mundial para recaudar


dinero para la educación de las niñas en


Afganistán y las regiones tribales de Pakistán,


Camila recibió asilo permanente en Holanda.



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Cirujanos plásticos holandeses, pagados por


donaciones caritativas recibidas de todo el


mundo, se pusieron a reparar los daños estéticos.


Era un proceso que duraría bastante tiempo, pero



se vio interrumpido cuando seleccionaron a


Camila como uno de los candidatos holandeses


para el Arca Nube.




Nadie se creía que fuese el resultado aleatorio


del Cleroterion. Estaba claro que las autoridades


holandesas habían inclinado la balanza para


asegurarse de que era seleccionada; querían


manifestar el rechazo a algunos países



musulmanes conservadores que se negaban a


proponer mujeres para los puestos de arqueros a


menos que se les garantizase que iban a vivir en


reclusión orbital. Camila era perfecta para servir


de símbolo, porque no había adoptado las


costumbres occidentales. Se vestía a la manera


tradicional, con un pañuelo cubriéndole el pelo y


el velo sobre la cara, aunque no decía si el velo se


debía a la religión o era para ocultar la



desfiguración. Se lo había quitado en varias


ocasiones para mostrar las cicatrices ante las


cámaras de televisión y cuando cenó en la Casa


Blanca, entró en el comedor sin cubrirse, como





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había acordado con su anfitriona, la presidenta de


Estados Unidos.




Así que la sorprendente llegada de Julia al


Arca Nube dio lugar a una reunión entre la


expresidenta de cuarenta y cuatro años y la



refugiada de dieciocho. No habría sido adecuado,


dadas las circunstancias, caracterizarla como


alegre o feliz. Pero era un hecho de la naturaleza


humana que algunas personas se llevaban bien


con otras; claramente así había sido durante la


cena en la Casa Blanca y volvió a serlo en el hogar


de Camila, el arquete 174, donde acabó residiendo



Julia tras recuperarse de su ajetreado viaje y tras


recibir entrenamiento básico para vivir en el


espacio.




El arquete 174 pertenecía a una héptada, un


grupo de siete arquetes conectados en una


estructura hexagonal; este y otros cinco arquetes


rodeaban al séptimo, situado en medio del


hexágono, que servía de sala común y área de


trabajo permanente para los que vivían en los


otros. A cada arquete se le asignaban cuatro o


cinco personas y se hacían entrar con calzador



dos más en pequeñas cabinas privadas de la sala


de calderas del arquete central, por lo que la



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población total de la héptada, incluyendo a Julia,


era de veinticinco personas. Aún aumentó hasta


treinta cuando Spencer Grindstaff logró subirse a


un vifyl que llevaba desde Izzy una pieza de



repuesto y un técnico para arreglar un problema


con los propulsores del arquete. Al terminar, el


técnico regresó a Izzy, pero Spencer se quedó y


logró hacerse con una litera en el arquete 215. Con


el tiempo los arquetes de un grupo tendían a


segregarse por sexos, a medida que la población


se iba ordenando; el 215, que era sobre todo



masculino, llevaba el mismo turno que el 174, que


era todo femenino. Los dos iban en el segundo


turno, que, por razones históricas, tendía a ser


culturalmente estadounidense. Dormían de


punto‐8 a punto‐16. El primer turno era asiático y


el tercero, europeo. La comida perpetuaba la


tendencia cultural de los turnos: los olores cálidos


que recibían las fosas nasales del visitante a


primera hora de la «mañana» al entrar en la sala



común, los sabores de los que podías disfrutar


por la «noche». Como la comida espacial carecía


de variedad, casi todo era cuestión de especias.


Los del segundo turno tenían sus botellitas de


Tabasco, los del primer turno tenían paquetitos de


polvo de curry, y así sucesivamente.



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Apiñamiento era el término empleado por los


arcatectos para referirse a esos agrupamientos de


arquetes en formaciones de tres o siete: tríadas y


héptadas. Ayudaba a simplificar el trabajo de



Paramebulador al reducir el número total de


objetos distintos que debía seguir; además, les


daba a los arquinos más espacio vital por el que


moverse y ofrecía algo de redundancia en caso de


un impacto de bólido. Pero no les gustaba formar


nada mayor de una héptada.




—Spencer, soy perfectamente consciente de


que no sé nada de esto —dijo Julia—, pero no



comprendo el límite de siete. Me aseguraron,


durante los informes iniciales, que en principio se


podían apiñar todos los arquetes que se quisiera.


Limitarlo a siete es arbitrario; lo que da a


entender que hay alguna intención oculta.




—Un momento, por favor, señora presidenta


—dijo Spencer. Estaba tecleando mucho.




—No deberías llamarme así —respondió Julia,


aunque con un tono de voz indulgente.




Spencer golpeó la tecla Enter de su portátil. Se


echó un poco atrás y se ajustó las gafas. Sus ojos


saltaron a distintas partes de la pantalla. Luego




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alzó la vista y con un tono de voz más claro,


anunció.




—Cerrado.




—Te refieres a la vigilancia.




—Red de Situación Global —corrigió


guiñándole el ojo.




—Vigilancia, para ti y para mí. Es como vivir


en la Casa Blanca de Nixon; una referencia a la


antigüedad, no la comprenderías. Bien, ¿por


dónde iba?




Camila lo sabía. En ningún momento había


apartado la vista de Julia; se lo sabía todo.




—¿La intención oculta tras el límite de siete



arquetes?



—Sí, gracias, Camila. No me creo sus



argumentos. A mí me parece más bien una


atomización de la población. Evitar que los


arquinos formen su propia forma de gobierno…


que podría ser un contrapeso saludable y


deseable al dominio central de la estructura de


poder de Izzy. Hablando de la cual, Spencer, no


sabes cuánto aprecio lo que has hecho…



administrando las cosas… en lo que a informática


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se refiere. Como ahora mismo. Nos has concedido


la libertad de hablar entre nosotros sin que la RSG


grabe hasta la última palabra y el último gesto.




Spencer asintió como si dijese no es más que mi


trabajo.




Era punto‐18, el comienzo del día laborable


del segundo turno. Estaban en el arquete 215,



hogar de Spencer, otros tres hombres y una


mujer. Los otros se habían ido a desayunar, hacer


ejercicio o trabajar a la zona común. Spencer, Julia


y Camila tenían un invitado: Zeke Petersen, que


había llegado con traje espacial y todavía estaba


cubierto por el aislamiento térmico y parecía algo


ansioso. Al darse cuenta, Julia se volvió hacia él,



dedicándole una sonrisa.



—Mayor Petersen —dijo—, es estupendo que



pueda acompañarnos. Aunque soy una recién


llegada al espacio comprendo lo difícil que es


pasarse a saludar.




—Técnicamente ya no soy mayor, porque eso


implicaría la existencia del ejército —dijo Zeke—,


pero si va a emplear esa graduación como forma


de cortesía, entonces le agradezco su


hospitalidad, señora presidenta.




766

La señora presidenta dedicó un instante a


analizar lo que le había dicho, sin estar segura de


si le gustaba. Nervioso por el silencio, Zeke


añadió:




—Me disculpo por adelantado porque no



puedo quedarme mucho tiempo. Tengo una tarea


que cumplir y cuando la acabe debo irme.




—Inspeccionar el arquete 174 en busca de


posibles daños por un impacto de microbólido —


dijo Julia.




—Sí, señora.




—Llamé ayer. Juraría que oí un tremendo


golpe. Me dio un susto de muerte. Pero no parece


haber ningún daño. Y con el paso del tiempo me


voy preguntando si no lo imaginé. El espacio es


un entorno ruidoso, algo que no había esperado.


Al activarse, los propulsores resuenan mucho;



quizá no fuese más que eso. Me avergonzaría


haberle hecho venir para nada.




—¿Hacerme venir? —pregunto Zeke, algo


sorprendido—. El Sistema de Informe de


Incidencias es una cola automática; las tareas se


asignan aleatoriamente.






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Julia le dedicó una mirada traviesa a Spencer.




—Spencer y usted llevan más de dos años en


Izzy —dijo—. Estoy segura de que valora su


capacidad… tanto como yo.




Zeke parecía algo incómodo.




—¿Así que entró y manipuló la cola?




—Las viejas costumbres son difíciles de


controlar —dijo Julia—. Estoy acostumbrada a


trabajar con gente a la que conozco y en la que


confío. Si hace falta inspeccionar mi arquete y si



alguien tiene que hacerlo, ¿por qué no arreglarlo


para que ese alguien sea una persona a la que


conozco? Como las tareas se asignan


aleatoriamente, bien puede ser usted.




—Bien —dijo Zeke—, ya que lo argumenta de


esa forma, me alegra poder dedicar unos minutos


a ponernos al día, señora presidenta. Solo digo


que de todas maneras tendré que realizar una


inspección completa, para poder cerrar la



incidencia.




—Por supuesto; y seguro que será rápida —


respondió Julia, guiñándole el ojo—. Zeke, es


usted miembro de la Población General, ¿no es




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así?




—Por supuesto —respondió Zeke—. Como


miembro original de la tripulación de la ISS,


naturalmente… —Miró a Spencer y dejó de


hablar.




Julia sonrió.




—Ha salido un tema algo incómodo y es


mejor tratarlo con absoluta transparencia. A pesar


de ser un miembro antiguo y fiable de la



tripulación de la ISS, a Spencer lo han retirado de


la Población General y lo han degradado al rango


de arquino.




—Yo no lo definiría como degradar —


apostilló Zeke.




Julia le hizo callar con un gesto desdeñoso de


los dedos. La manicura seguía siendo perfecta.


Camila le hacía las uñas.




—Todos sabemos que fue degradado. Markus


se lo soltó por sorpresa a Spencer en cuanto supo


lo de Bola Ocho y se dio cuenta de lo que se



avecinaba. Sí, claro, me han contado todo de los


detallados planes que Markus puso en marcha


cuando su novia le dio la noticia. De haberlo




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sabido en la Casa Blanca, no sé cómo habría


reaccionado… pero estábamos ocupados


protegiendo Kourou y apoyando a Markus lo


mejor que podíamos. Spencer, tras todos esos



años de paciente servicio, fue reemplazado por


ese chico… el hacker…




—¿Steve Lake? —preguntó Zeke.




Julia miró a Camila, que asintió.



—Sí —dijo Julia—, Steve Lake. Supongo que



es muy listo, pero no está a la altura de Spencer.




—¿Están compitiendo? —preguntó Zeke.



—En cierta forma sí, cuando los arquinos



estamos sometidos al ojo omnisciente de la RSG y


a la PoGen se le permite tener algo parecido a la


intimidad.




—Depende de dónde esté en la estación


espacial —empezó a decir Zeke, pero se calló.




—No le sé decir, ya que llevo muy poco


tiempo en Izzy. Claro que conozco la justificación


oficial: no estoy cualificada para ser miembro de


la PoGen y, por eliminación, eso me convierte en


arquina. Vale. Pero eso no significa que no pueda



mantener cierto grado de conexión social con


770

amigos que sí disfrutan de ese privilegio. —Julia


alargó la mano y tocó brevemente la de Zeke.




—Por supuesto —dijo Zeke—, y creo que con


el paso del tiempo esas dos poblaciones dejarán


de ser grupos separados.




—Sé que ese es el dogma oficial —dijo Julia


con humor.




—Pero la mayoría de las interacciones no se


producirán en persona.




—Eso me han dicho. Mientras esa sea la



situación, es difícil entender cómo van a


mezclarse las poblaciones.




—La mayor parte será por Spacebook, Scape y


demás —dijo Zeke, refiriéndose a las versiones


que usaban en el Arca Nube de famosas apps de


comunicación de internet—. Al menos hasta…




—Hasta que ascendamos a los cielos y


vivamos felices como una única y amistosa Arca


—remató Julia—. Zeke, sabe más que nadie de


operaciones espaciales. ¿Qué opina de la



estrategia con la que nos ha cargado Markus? ¿El


Gran Viaje? Incluso el nombre resulta un poco


sugerente, ¿no?, de… no sé. —Intercambió una




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mirada con Camila, quien sonrió ante la gracia.




Zeke miró a su alrededor.




—No tiene que preocuparse de eso —le


aseguró Julia.




—¿De qué?




—De la red de vigilancia de Markus.




—¿La RSG? No estaba pensando en eso —


protestó Zeke—. Solo reflexionaba.




—¿Sobre qué? Por favor, cuéntenos, mayor


Petersen. No, en serio, estoy interesada en oír su


opinión de experto.




—La verdad es que estoy pensando en lo


delgadas que son las paredes del casco —explicó


Zeke—. Ayer cuando usted avisó del impacto del


bólido, sonaba muy alarmada… oí el mensaje.



Pues bien: tenía toda la razón en alarmarse. Ahora


me dedico a eso: salgo e inspecciono esos cráteres,


grandes y pequeños, que se acumulan en el


equipo. Arreglo agujeros, reparo lo que está roto,


y en dos ocasiones me he tenido que ocupar de


muertos. No es ninguna broma. Si Markus cree


que hay posibilidades de ascender a los cielos,



como dice usted, tras la protección de Amaltea,


772

bien, creo que vale la pena intentarlo.




—¿Amaltea nos protegerá del crecimiento de


la atmósfera? Camila ha estado leyendo por mí


los informes técnicos que Spencer ha tenido la


amabilidad de descargar del servidor. Según ella



es un asunto muy serio.



—¿La expansión de la atmósfera? ¡Vaya si es



serio! —dijo Zeke—. Pero el coeficiente balístico


de Izzy con Amaltea es enorme. Puede atravesar


aire bastante denso y la piedra absorberá todo el


calor. Los arquetes pueden ir detrás, como los


ciclistas que aprovechan el rebufo de un camión.




—¿Todos los arquetes?




Zeke tragó saliva.




—No. No ofrece protección suficiente para


proteger a todos los arquetes. A menos que


vuelen tan juntos que Paramebulador se vuelva


loco.




—Eso es lo que no entiendo del plan de


Markus —dijo Julia—. ¿Qué les pasará a los



arquetes que no disfruten del privilegio de


protegerse tras la cola de Amaltea?




—No conozco los detalles del plan —contestó


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Zeke—. Pueden pasar distintas cosas.




—Con lo que queda claro que realmente no es


un plan —dijo Julia.




—Depende de cuándo regrese la Ymir, en qué


condiciones esté y cuánto hielo tenga. Entonces


formularemos un plan definitivo.




—¿Y será un proceso dictatorial? ¿Bajo la


como sea que se llame eso de la ley marcial?




—PPEAS —intervino Camila.




Zeke se encogió de hombros y dijo:




—No creo que Markus vaya a convocar un


referéndum. Se reunirá con su grupo de expertos


y ellos decidirán.




—¿Por qué molestarse en consultar al grupo


de expertos? —preguntó Julia, como si esa idea



fuera una novedad fascinante.



—Para obtener distintos puntos de vista, para



garantizar que no se les pasa nada por alto.




—¿Y hay arquinos en ese grupo de expertos o


se espera que aceptemos mansamente el


veredicto?







774

Eso desconcertó a Zeke. Si hubiera podido


rebobinar la conversación para volver a


escucharla, se habría dado cuenta de que lo había


dejado fuera de juego. Al carecer de tal



perspectiva, quedó mudo.




Al contrario que Julia.



—Lo pregunto simplemente porque he



conocido a muchos arquinos. No tengo otra


ocupación. No tengo obligaciones. No sé hacer


nada que sea útil. He descubierto que muchos de


ellos ansían algo de interacción social. Es una


necesidad humana natural, tanto como el sueño y


el ejercicio. Así que hablo con ellos, en persona,


aquí en nuestra pequeña héptada, o por medio de



los canales de los que hablábamos antes:


Spacebook y Scape. Para algunos jóvenes es una


novedad poder mantener una conversación con


una antigua presidenta aburrida y solitaria. Lo


que quiero decir, mayor Petersen, es que el


sistema funcionó. El Gran Cleroterion y los


campos de entrenamiento montaron el grupo más


impresionante de jóvenes talentos que haya


tenido el placer de conocer. Ahora mismo son el



recurso más escaso del universo; más escaso que


el agua, más escaso que el espacio vital. Así que



775

me parecería vergonzoso malgastar sus energías y


sus ideas sin tenerlas en cuenta en la sala llena de


humo donde Markus se reúna para llevar a cabo


su plan… eso dando por supuesto que sobreviva



a lo que a mí se me antoja una empresa bastante


estúpida.




LA TRIPULACIÓN DE LA JAMES CAIRD


original había hecho uso de la navegación


celestial para encontrar el camino a través de


cientos de leguas de mares tormentosos hasta la


costa de la isla Georgia del Sur. La tripulación de


la Nueva Caird tendría que hacer algo similar. Para



esa segunda tripulación sería mucho más fácil. El


navegante de la James Caird no había tenido más


opción que esperar a un claro en la perenne


cubierta de nubes para apresurarse a realizar las


observaciones que pudiese, comparándolas con


un cronómetro mecánico que esperaba diese la


hora real. La Nueva Caird tenía mejores relojes y


una vista mejor del cielo. En lugar de un sextante,


disponían de un dispositivo, con lentes gran



angulares y un sensor de imagen de alta


resolución, que podía indicar en qué dirección iba


por el simple método de comparar lo que veía con


la base de datos astronómica de su memoria. Es





776

decir, conocían con precisión su orientación en el


espacio, y cómo iba cambiando dicha orientación


a medida que el enorme fragmento de hielo al que


estaban fijados recorría la inexorable matemática



de una elipse larga. Tal información, combinada


con las medidas directas de la posición de la


Tierra, le permitían a Markus determinar los


parámetros de su órbita y calcular, con una


precisión que mejoraba cada vez que repasaba las


cifras, cuánto les quedaba de viaje. Cuando Izzy


estaba en el mismo lado del planeta que ellos, lo



que sucedía la mitad del tiempo, recibían los


últimos datos recopilados por Doob sobre la


expansión de la atmósfera.




La pura mecánica newtoniana empezaba a


desmoronarse en cuanto combinaban esos dos


conjuntos de cifras. Porque en el cálculo


tradicional de la trayectoria de un vehículo


espacial, se daba por supuesta la ausencia de


atmósfera y las fuerzas externas que resultaban de


esa ausencia. Pero no había forma de negar que la



Ymir iba tan baja que rozaría el aire. Como


mínimo, eso implicaba que experimentaría algo


de fricción, lo cual variaría la ruta planeada por


Sean Probst. En general, no era difícil hacer los





777

cálculos; podían estimar cómo afectaría a la


trayectoria, pero el fragmento de hielo no era un


cuerpo simétrico, por lo que ir rectos también


generaría algo de fuerza de sustentación, mucha



menos que la que experimentaba el ala de un


avión, pero sí algo. Si la sustentación se dirigía en


la dirección incorrecta, la Ymir descendería más,


como un aeroplano en barrena. Pero si lo dirigían


hacia arriba, facilitaría el paso al alejarlos de la


Tierra hacia una altitud donde el aire fuese menos


denso. En ese momento perderían lo bueno de la



sustentación y volverían a descender, pero a


medida que el aire se volviese más denso, la


sustentación reaparecía y volverían a subir.


Podrían rebotar en la atmósfera varias veces


durante la media hora frenética que durase la


maniobra alrededor del planeta. Habría sido


difícil predecir el resultado incluso si la Ymir


hubiese sido un vehículo tradicional con una


forma fija y regular; pero, encima, el fragmento



era irregular. No tenían tiempo de medirlo y


añadir los datos a un simulador aerodinámico,


por lo que solo podían estimar la sustentación que


se produciría. Por otra parte, el lado principal y la


parte inferior se calentarían en cuanto rozasen la


atmósfera, aunque el aire tendría una densidad



778

tan baja que a casi todos los efectos prácticos sería


indistinguible del vacío. Emitirían vapor, lo que


produciría algo de empuje hacia arriba y la forma


de la nave cambiaría, por lo que, incluso de haber



podido simular la aerodinámica del fragmento, la


estimación de la sustentación y del rozamiento


quedaría obsoleta tras el primer encuentro con la


atmósfera.




En comparación con esas complejidades, que


la Ymir volara hacia atrás mientras operaba un


sistema de propulsión nuclear, experimental y


dañado, y a su máxima potencia, parecía un


detalle nimio.




Frente a tantos imponderables, un proyecto



aeroespacial mejor gestionado detendría todas las


operaciones y dedicaría varios años a analizar el


problema hasta los detalles más mínimos,


expondría trozos de hielo en túneles de viento


hipersónicos, construiría simulaciones y pensaría


en modelos con todas las posible estrategias


alternativas. Pero para cuando Markus


comprendió el trasfondo general del problema,


les quedaban veinticuatro horas para el perigeo.



La Tierra mandarina había crecido hasta el


tamaño de una naranja. Ningún poder humano



779

podría evitar que la Ymir pasase por allí y tocase


la atmósfera; ni siquiera podían escapar. La Nueva


Caird, liberada de la Ymir, no tenía suficiente


propelente en los tanques para cambiar de



trayectoria y acabaría igual que la Ymir. Así que


Markus estimó lo que parecía un buen ángulo de


ataque —la orientación de la Ymir frente a la


atmósfera— y puso en marcha un programa de


encendido de propulsores que, a lo largo de


medio día, hicieron girar la pesada forma hasta la


posición que estimaba mejor.




Ahora la popa de la Ymir apuntaba en la



dirección del movimiento, con la enorme boca de


la tobera apuntando hacia delante de forma que


pudiese ejecutar el muy importante encendido de


frenado. Pero estaba girada sobre su eje largo de


tal forma que la Nueva Caird, todavía atracada


cerca de la proa y sobresaliendo más o menos en


ángulo recto a un lado del fragmento, se


encontraba en el cenit. Por tanto, durante el paso


por la atmósfera superior no podría ver la Tierra,



que estaría bloqueada por la Ymir, la tobera de su


motor apuntando hacia arriba, hacia las estrellas.


Por tanto, activar el motor tendería a hacer girar


la proa hacia abajo y la popa hacia arriba, una





780

inclinación que probablemente produjese más


sustentación y ayudaría a la Ymir a superar sus


problemas. Si el fragmento acabase en la otra


posición, se podría producir mucho más



rozamiento y mucha menos sustentación, y eso


haría que el conjunto entrase más en la atmósfera.


A todos los efectos, la Nueva Caird había quedado


reducida al estado de pequeño propulsor de


inclinación. Era un propulsor que solo podía


empujar en una dirección, por lo que Markus


había escogido la dirección que parecía más



prometedora si las cosas empezaban a ir mal.


Vyacheslav iría en el asiento del piloto de la


Nueva Caird, desde donde disfrutaría, a unos


palmos de distancia, de visión túnel de un trozo


de hielo sucio de cinco mil millones de años de


edad. Esperaría la orden verbal de Markus,


protegido en la sala común de la Ymir, para, si era


necesario, activar la propulsión principal de la


Nueva Caird.




Para Dinah, todo aquello no era más que



ruido de fondo. Ella estaba completamente


ocupada en coordinar los esfuerzos de los robots.


Los Jejenes se contaban por decenas de miles. Solo


se podía hablar con ellos colectivamente, como





781

enjambre, aunque en teoría era posible dirigirse a


ellos y controlarlos uno a uno. Pero era una


empresa fútil y su tarea general era darle forma al


fragmento.




Un enjambre trabajaría en la superficie interna



de la tobera. En ese momento, todos estaban en la


parte posterior del fragmento, tomando el sol


para acumular energía interna. Tras una señal de


Dinah, convergerían en las fauces circulares de la


tobera, descenderían por la campana interior y se


dispersarían para cambiar su forma a medida que


fuese necesario durante el encendido. Ejecutarían



un programa desarrollado y perfeccionado por


Larz. Así que Dinah solo tenía que activarlos.




Por su parte, el más pequeño de los tres


enjambres se encontraba en el interior de las


tolvas de hielo, ejecutando el programa de Larz


para mantener fuera las piedras. Al trabajar en la


oscuridad, tenían que obtener la energía de


suministros eléctricos que la tripulación de la


Ymir había instalado para ese propósito.




Pero el más grande de los tres enjambres era


el responsable de esculpir el interior del gran


fragmento a medida que se ahuecaba. Cuando






782

acabase el viaje a Izzy, la mayor parte del hielo


habría pasado por las tolvas, habría salido por la


tobera y habría dejado una concha hueca con la


estructura interna mínima para fijar en su sitio el



reactor y mantener cierta semblanza de la tobera.


Había dos razones por las que no era tan


descabellado como sonaba. La primera era que lo


hacían los mineros desde tiempos inmemoriales;


no se limitaban a ahuecar montañas, ya que eso


podría provocar un derrumbamiento, sino que


esculpían su interior formando un sistema



arquitectónico que se aguantaba, con sus pilares,


arcos y bóvedas. Era eso mismo, solo que con


hielo y con fuerzas no tan grandes como en las


minas. La segunda razón era que la mayor parte


del interior del fragmento no tenía importancia


desde el punto de vista de la ingeniería


estructural; por algo los aviones y los coches de


carreras habían sido cascarones huecos: todo piel


sin huesos. La mayor parte de las fuerzas



estructurales se transmitían de forma natural por


la capa más externa del vehículo, por lo que ese


era el mejor lugar para poner los refuerzos. Con


suficiente fuerza en el exterior era posible dejar


hueco el interior.







783

Evidentemente, el hielo no era el mejor


material del mundo para trabajar, ya que era


quebradizo, pero la expedición Ymir había


partido con un enorme suministro de cordones de



plástico, redes, telas y fibras sueltas, todo de alta


resistencia. Y durante los meses en el viaje desde


Grigg‐Skjellerup, los robots de Larz se habían


ocupado de transformar el hielo en pykrete. La


capa exterior de hielo visualmente negro ya no


era propiamente hielo, sino un material sintético


con propiedades estructurales mucho mejores.



Congelado, podía parar las balas; fundido y


presionado, se separaba en agua, fibras artificiales


y un material oscuro de los inicios del sistema


solar. En cualquier caso, los robots más grandes


—los Garros y los Crótalos— responsables de


realizar la mayoría de las operaciones de


eliminación en el interior, podían raspar hasta


unos pocos metros de la superficie exterior sin


comprometer la estructura de la Ymir. La



responsabilidad del tercer enjambre de Jejenes era


limpiar a continuación, y mantener los pilares y


las redes internas que sostendrían el reactor y las


tolvas suspendidos en medio del fragmento


hueco. El algoritmo de enjambre para esculpir


hielo había sido invención de Larz, que lo había



784

perfeccionado durante un par de años, pero en


aquel momento Dinah estaba al mando y le


quedaba mucho por aprender hasta llegar a ser la


responsable absoluta.




El centenar aproximado de Garros y Crótalos,



superados en número por los Jejenes pero


responsables de mover una cantidad de hielo


mucho mayor, estaban situados a la espera por el


interior del fragmento. En su mayoría eran robots


de propósito general con algunos elementos


adicionales que les facilitaba mover el hielo, pero


también había media docena de máquinas



Caradecuero: Garros de gran tamaño con cadenas


llenas de palas como brazos, creados para mover


deprisa mucho hielo. Se les daba tan bien su


trabajo que tendían a destruir su entorno, por lo


que había que moverlos con frecuencia. Cada uno


iba seguido de un séquito de robots más


pequeños, que limpiaban lo que hacían y los


anclaban en puntos nuevos.




En teoría, se trataba de un enorme programa


de ordenador que una vez ejecutado se limitaría a


convertir sin problema una montaña sólida de



hielo en algo más parecido a una nuez sin el


interior: una cáscara externa gruesa y picada con



785

un sistema interno orgánico de costillas, venas y


redes. Y como cualquier programa informático,


podía funcionar perfectamente en cuanto Dinah


lo activase; como también podía no hacerlo, quizá



sin que se notase. Por tanto, seguir la situación iba


a ser una parte muy importante de su labor. Por


interesante que pudiese ser mirar por la ventana y


ver la Tierra pasar a cuarenta mil kilómetros por


ahora, iba a tener que quedarse con la cabeza


gacha, repasando una cacofonía de señales


débiles y ambiguas en busca de indicaciones de



que algo había salido mal. Le gustaba imaginar


que sus días de niña en un campamento minero,


sentada frente a una consola de radio intentando


recibir señales morse de muy lejos a través de la


estática y los cruces, de alguna forma la habían


preparado para su estado actual.




A LOS POCOS MINUTOS de estar hablando


por Scape con J. B. F., Doob se dio cuenta de que


dos años antes había cumplido demasiado bien


con su trabajo.




Había asistido a la reunión de Camp David


con la intención de lograr que la presidenta



comprendiese que la fragmentación exponencial


de la Luna acabaría con toda la vida sobre la



786

Tierra. En su papel de Doc Dubois había acuñado


los términos Cielo Blanco y Lluvia Sólida como


etiquetas sencillas para fenómenos que, en


realidad, eran mucho más complicados. Ahora, el



doctor Harris deseaba que el fallecido Doc Dubois


no hubiese abierto nunca su enorme bocaza.




Se encontraba en una esquina de la Granja,


que desde la partida de la Nueva Caird se había


convertido en una especie de corral donde él,


Konrad y otros expertos en mecánica orbital


pasaban el tiempo. La Granja siempre había sido


como una cafetería de instituto, con distintas



camarillas sentadas cada una en su rincón, hasta


el punto de que ya asentada, la distribución casi


era parte del manual de procedimiento de Izzy.


En cualquier caso, Doob había impreso gráficas y


tablas que representaban, de forma más o menos


abstracta, todo lo que sabían sobre el desarrollo


de la nube de restos lunares y lo que podría


representar para el futuro del Arca Nube.




El gasto de papel y tinta de impresora había


sido un poco exagerado. Si quedaban seres


humanos dentro de dos generaciones, mirarían



ese montón de documentos con una combinación


de horror y asombro; porque para entonces el



787

papel sería un material escaso y verían su uso


para esos propósitos más o menos como los


estadounidenses del siglo veintiuno habrían visto


el uso de grasa de ballena para encender el



alumbrado de las calles.




Pero luego la vida mejoraría. En las vastas


colonias espaciales giratorias crecerían bosques de


árboles creados por ingeniería genética, por lo


que el papel sería abundante, y esos tristes


fragmentos amarillentos acabarían expuestos en


un museo como prueba de las privaciones


sufridas por los arqueros.




Eso, dando por supuesto que no lo jodiesen


todo, que era el tema de la conversación por



Scape con Julia. La mujer flotaba en el arquete.


Parecía haberse hecho a la gravedad cero; había


descubierto cómo acercarse el pelo a la cara, el


rostro lunar se había reducido y no daba señales


de mareo. Había gente flotando de fondo. Doob


solo reconoció a Camila. Un par de críos parecían


trabajar: tocaban las tabletas con determinación y


alzaban la vista de vez en cuando para participar


en conversaciones breves. Un chico del sudeste



asiático, una chica africana y otra chica que


probablemente fuese china.



788

Críos, chicos, chicas. Su superego


políticamente correcto, desarrollado durante los


largos años de servicio en el mundo académico,


intentaba activar sus neuronas de la vergüenza.



Doob no sentía vergüenza, ya la había dejado


atrás, pero le llamó la atención lo jóvenes que


eran los arquinos, lo diferentes que eran


demográficamente de la Población General. Le


producía la inquietante sensación de estar


desconectado. Hacía décadas que no era joven,


pero él siempre había sido uno de los chicos



guays, con muchos amigos en Facebook y


montones de seguidores en Twitter. Ahora estaba


atrapado en Izzy y Julia estaba atrapada en un


arquete, y los dos se relacionaban con una


población totalmente diferente. Los PoGen se


veían continuamente y hablaban en persona. Los


arquinos estaban aislados en los arquetes y


usaban los medios sociales para relacionarse.


Doob no miraba su página de Spacebook desde el



Cielo Blanco y la llamada con Julia se había


retrasado quince minutos mientras hacía lo


posible por entender la interfaz de usuario de


Scape. Estaba claro que Julia sí lo conocía y eso le


resultaba cómodo. Lo usaba continuamente y si


tenía problemas con algo, uno de los chicos del



789

fondo la ayudaría.




Un detalle más: mientras se peleaba con


Scape, había oído un breve fragmento de


conversación al otro extremo con el chico del


sudeste asiático que llamaba a Julia señora



presidenta. Le pareció tan extraño que sintió la


tentación de comentarlo durante la conversación,


pero sabía cuál sería la respuesta: no era más que


una cortesía. Los antiguos presidentes mantenían


el tratamiento para siempre. No significaba nada.


¿Por qué le daba tanta importancia? Doob


acabaría quedando como una combinación de


patán e hipersensible.




—Doctor Harris, como aquí soy como una



quinta rueda, quiero hacerte saber que aprecio


que me dediques tiempo, a pesar de lo ocupado


que debes de estar —dijo Julia.




—Para nada, señora… Julia —dijo Doob.


Como era una conexión de vídeo, se aguantó las


ganas de darse una bofetada.




A ella le resultó curioso pero no lo comentó;


en su lugar dijo:




—Aquí me siento como una supervisora de


campamento. Por supuesto, durante los


790

preparativos conocía todos los detalles del trabajo


de los arcatectos, pero estar en la Casa Blanca


mirando presentaciones de PowerPoint es una


cosa y estar aquí es otra muy diferente.




Era un cebo más que evidente. Consciente de



estar haciendo el tonto, Doob preguntó:



—¿En qué sentido?




—Bien, evidentemente es enorme la amplitud


de perspectivas culturales —dijo Julia—, pero,



dejándolo de lado, aprecio mucha incertidumbre.


La sensación de que la capacidad y la energía de


los arquinos están embotellados… como genios


que esperan a que alguien frote la lámpara. Todos


están deseosos de ayudar.




—Por supuesto, hace menos de dos semanas


que empezó la Lluvia Sólida —indicó Doob—.


Nos quedan unos cinco mil años.




—La Comunidad Arquina es muy consciente


de esas cifras —comentó Julia.




La Comunidad Arquina. ¡Ufff! No podía por



menos que admirar cómo lo había dejado caer.



—Julia, ¿qué sentido tiene esta llamada?



¿Debo entender que cualquier respuesta que dé


791

correrá por la Comunidad Arquina? Porque para


eso tenemos una lista de correo; una lista en la


que están todos los seres humanos vivos.




—El uso más reciente de esa lista fue hace dos


días. Una eternidad para arquinos embotellados.




—Hemos estado algo ocupados con la


expedición de la Nueva Caird.




—Lo que levanta mucha curiosidad en la


Comunidad Arquina.




—Aquí también sentimos mucha curiosidad.




—Me refiero al propósito —dijo Julia.




—¿Cómo podría estar más claro? —preguntó


Doob—. Todo el que hubiese superado las



pruebas y el entrenamiento para convertirse en


arquino —«y tú no estás entre ellos, Julia»—


comprendería exactamente lo que intentamos


hacer, desde el punto de vista de la mecánica


orbital.




—Conseguir una cantidad enorme de agua


que tendremos que gastar en intentar la jugada


del Gran Viaje —dijo Julia—. Sí, doctor, incluso


yo lo comprendo.







792

—¿Jugada? ¿En serio?




—¿Alguna vez los representantes de la PoGen


intentan conocer las ideas y los puntos de vista de


la CA? —preguntó Julia.




—¿La qué?




—La Comunidad Arquina —explicó Julia,


poniendo los ojos algo en blanco.




—En todo momento el diez por ciento de los


arquinos está a bordo de Izzy. Lo sabes. Es lo


máximo que podemos acomodar.




—He hablado con varias personas que han


pasado por esa rotación. Todas dicen lo mismo.



Tan pronto como entras en el entorno


privilegiado de Izzy, con condiciones más


seguras, más espacio para moverse, mejor


comida, y más contacto con el personal superior,


el punto de vista de la PoGen parece de lo más


razonable; lo cual no hace más que acentuar la


conmoción de la reentrada al volver a tu arquete.




Doob se mordió la lengua.




Julia siguió hablando.




—¿Qué tal invertir un poco los papeles?





793

¿Mandar miembros de la PoGen para estancias


temporales en arquetes elegidos aleatoriamente?




—¿Para qué? —preguntó Doob—. ¿Qué se


ganaría con eso?




—Posiblemente nada desde el punto de vista


puramente tecnocrático. —Julia dejó en el aire el


resto de la idea.




—Si me fuese temporalmente a un arquete


aleatorio, ¿qué descubriría que no pueda saber



por medio de Scape o Spacebook?




—Mucho, ya que en realidad no usas esas


aplicaciones —le contestó Julia, con la voz


rebosante de diversión.




—Estoy un poco ocupado intentando lograr


que la Nueva Caird vuelva a casa. Adelante,


cuéntame. ¿Qué es lo que no sé?




Vio que algo se movía al otro lado de la mesa.




Alzó la vista y vio que Luisa negaba con la


cabeza; luego se cubría la cara con las palmas de


las manos, cerraba los ojos un momento y volvía a


abrirlos. Doob sintió calor en las mejillas y una


vez más le entraron ganas de darse de bofetadas.







794

—En la CA hay mucha actividad en torno a


estrategias alternativas —dijo Julia, hablando con


rapidez y autoridad, como correspondía a una


mujer a la que acababan de nombrar



representante de dicha Comunidad Arquina—. Se


está desarrollando una escuela de pensamiento


fascinante alrededor de la idea de recorrer el


espacio limpio hasta Marte.




—¿Espacio limpio?




—¡Ay, sí! Olvidaba que no has estado en los


grupos de discusión. Espacio limpio es como Tav


llama a la zona translunar, relativamente libre de


bólidos.




—¿Tav? ¿Tavistock Prowse?




—Sí, de vez en cuando deberías visitar el blog


de tu antiguo amigo.




Tav había llegado a Izzy un mes antes del


Cielo Blanco, cuando alguien en la superficie


decidió que los medios de comunicación podían



ser el pegamento para mantener unida el Arca


Nube y que Tav era justo el hombre adecuado


para ese trabajo.




—He estado ocupado —dijo Doob—. Pero




795

Tav debería saber que hemos simulado y


repasado la opción de Marte todo lo posible y no


es buena idea, sin más. —Vio que Julia empezaba


a formular una objeción pero él no tenía paciencia



para escucharla—. Cualquiera que defienda


seriamente ir a Marte… —No quería decir lo que


pensaba realmente, que era «está loco como una


cabra»—:… no está teniendo en cuenta algunos


asuntos prácticos. Una llamarada solar en el peor


momento mataría a todo el mundo.




—Solo si van todos.




—Si hablas de enviar un grupo a Marte,


entonces hay que pensar en qué parte del equipo


y suministro se les permitiría llevarse.




—Creo que muchos arquinos con talento se


ofrecerían voluntarios para formar parte de un



grupo de vanguardia pequeño y eficiente. El


atractivo del espacio limpio es muy grande.




—Bien, no estamos en lo que Tav considera


espacio limpio —dijo Doob—. Estamos en el


espacio sucio y debemos concentrarnos en esa


realidad, en lugar de alentar fantasías sobre ir al


Planeta Rojo.




—No hace falta que me lo recuerdes.


796

—Sí. Viste a tu amigo y colega Pete Starling


reventado por un bólido espacial. Vi tu


comentario en Spacebook sobre su muerte, Julia.


Fue muy emotivo. Pero presiento que llega un



pero.




—A medida que pasan los días sin incidentes


importantes, la gente empieza a preguntar cómo


de sucio está realmente el espacio. Crece el interés


en la estrategia de tirar y correr. Ahora el Cielo


Blanco suena a historia antigua. La Lluvia Sólida


ha llegado. Cada día hay una o dos correcciones


de trayectoria para evitar algún bólido



importante, y una letanía de sucesos menores.


Pero la tasa de mortalidad sigue siendo…




—Dieciocho, hace diez minutos —le cortó


Doob—. Acabamos de perder el arquete 52. Ya


ves, estoy al tanto de las novedades.




—Lamento oírlo —dijo Julia— y estoy segura


de que el resto de la CA se sentirá igual, cuando


se distribuya la noticia.




—Está en la puta hoja de cálculo, Julia. No


tienes más que mirar. No distribuimos noticias.


Esto no es la Casa Blanca.




—Pero en muchos aspectos se comporta como


797

la Casa Blanca. Una Casa Blanca orbital que no


está limitada por las leyes o la Constitución. Al


menos la Casa Blanca tenía una sala de prensa,


una forma de informar. Yo estaría encantada de…




—¿Por qué me lo cuentas a mí? Soy un puto



astrónomo. —Se le ocurrió algo—: ¿Cuántas


conversaciones como esta has tenido con


miembros de la PoGen? —Había dado por


supuesto que Julia lo había elegido especialmente,


pero bien podría tener una lista del tamaño de su


brazo, organizada por los atareados jóvenes de


fondo—. Ivy está temporalmente al mando.




—Conozco la cadena de mando improvisada


—respondió Julia—. Respondiendo a tu pregunta,



doctor Harris, hablo contigo precisamente por ser


astrónomo y, por tanto, estar bien capacitado para


responder a las dudas y preocupaciones de la CA


sobre la naturaleza concreta de la amenaza del


espacio sucio. La noticia del arquete 52 planteará


dudas sobre la eficacia de la estrategia de Ivy.




—Es un problema estadístico —le explicó


Doob—. Más o menos en A+0.7 dejó de ser un


problema de mecánica newtoniana y pasó a ser


estadístico. Desde entonces ha sido estadístico. Y






798

todo se reduce a la distribución del tamaño de los


bólidos y las órbitas en las que se mueven, y a


cómo cambian esas distribuciones en el tiempo…


que solo podemos saber por medio de la



observación y la extrapolación. ¿Y sabes qué,


Julia? Incluso si conociésemos a la perfección cada


uno de esos parámetros estadísticos, tampoco


podríamos predecir el futuro. Porque el tamaño


de nuestra muestra es uno. Solo un Arca Nube,


solo una Izzy con la que trabajar. No podemos


ejecutar el mismo experimento mil veces para



determinar el rango de resultados. Solo podemos


hacerlo una vez. La mente humana tiene


problemas para aceptar situaciones de ese tipo.


Vemos patrones donde no los hay, encontramos


sentido en el azar. Hace un minuto dudabas de si


el espacio sucio era de verdad sucio…


evidentemente argumentando a favor de la


estrategia de tirar y correr. Y cuando te he


contado lo sucedido con el arquete 52, te pasas al



otro punto de vista. No ayudas en nada, Julia. No


ayudas.




Ella no pareció aceptar la intención que


llevaban las palabras de Doob. Entrecerró los ojos


y agitó lentamente la cabeza.





799

—No comprendo la intensidad de tu reacción,


doctor Harris.




—Esta conversación ha terminado —dijo


Doob y le colgó. Luego se resistió a la tentación de


golpear la tableta contra la mesa.




Se recostó en la silla y por primera vez miró a


Luisa a los ojos. Le gustaría haberla mirado a la



cara durante toda la conversación, pero Julia se


habría dado cuenta de que había alguien más


presente, escuchando en silencio.




Igual que, seguro, lo había junto a Julia.




Luisa se quedó sentada, escuchando en modo


psicóloga.




—Habría sido más fácil —dijo Doob—, si


pudiese saber qué demonios quería.




—Das por supuesto —dijo Luisa— que tiene


un plan. Lo dudo mucho. Su obsesión es hacerse


con el poder. Encuentra la forma de hacerlo y


luego rellena los huecos con racionalizaciones.




Doob acercó la tableta y se puso a buscar el


blog de Tav.




—¿Hasta dónde crees que informa de lo que





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