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Published by snullbug20, 2019-02-03 14:46:41

Seveneves -Neal Stephenson

crustáceos, sino también para investigadores con


titulación especializada. El propio Doc había


pasado diez años allí, recorriendo los charcos de


las mareas armado con cubos y palas.




Ty no lo habría considerado posible, pero



Kath Two los llevó hasta allí con todavía algo de


luz, tras volar un único día. Alrededor del medio


día Kath murmuró algo relativo a una llamativa


perturbación y la posibilidad —que, por lo visto,


para ella era muy atractiva— de coger una


corriente estratosférica. Por lo que respectaba a


Ty, bien podría haber dicho «ojo de salamandra,



pata de rata, pelo de murciélago y lengua de


perro»; sin embargo, la siguiente palabra de Kath


fue admirablemente clara: «Agarraos». Por toda la


cabina de pasajeros se fueron derramando las


bebidas y las manos fueron a por las bolsas para


el mareo. Cuando el planeador ascendió


súbitamente por la tropopausa se cayeron las


máscaras de oxígeno, y el fuselaje se quejó y


restalló mientras Kath Two lo ajustaba para ganar



velocidad a partir de alguna fascinante anomalía


en la atmósfera superior. Varias horas más tarde,


cuando, tras otra advertencia igual de comedida


casi le dio una vuelta completa y lo dejó caer





1351

hacia las ligeramente arrugadas aguas del


Pacífico, ya habían cubierto muchos cientos de


kilómetros del plan de vuelo original y el único


problema real era deshacerse de la energía



sobrante para poder aterrizar en Magdalena en


vez de dejar un cráter. Había un alpendre de


eslavoles, pero en ese momento el bucle no estaba


en funcionamiento y la verdad es que tampoco


había razón para intentar realizar un encuentro en


el aire con una cadena voladora cuando cerca


había disponible una pista de aterrizaje. La



estructura emitió un impresionante gemido


cuando Kath Two activó un par de turbinas


situadas en el vientre de la nave que hacían entrar


el aire y convertía su energía en potencia eléctrica


para almacenarla. Durante el siguiente despegue


del planeador, el sistema iba a operar al revés, y


las turbinas se convertirían en motores, que


darían algo de energía inicial extra. No era


necesario, pero sí era una forma de reducir su



velocidad y suponía una cortesía para el siguiente


piloto. Debido a las nubes bajas, gran parte de la


secuencia posterior del vuelo tuvo muy poco


sentido para los pasajeros, pero finalmente el


planeador salió por el fondo de ese sistema


climático y de pronto vieron Magdalena allá



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abajo, con la puesta de sol iluminándola por el


lado oeste. Sobre la piel violeta del mar se


materializaban delgados arcos de espuma cuando


las olas tocaban el fondo o rodeaban los arrecifes



sumergidos. Doc había pasado a un asiento de


ventanilla para poder contemplar su antiguo


lugar de paseo. En el súbito silencio de la cabina


Ty pudo oírle comentar las distintas instalaciones


de la costa. La mayoría de ellas tenía para Ty el


aspecto de líneas de pilotes y chabolas andrajosas


construidas con redes de pesca y plástico. Pero



como Ty ya le había explicado antes a Langobard,


sus antepasados Adelantados se habían ganado la


vida con medios todavía más tecnológicamente


primitivos, por lo que no pensó mal de los


científicos que los habían construido. Los hábitats


salvajes, arboretos y jardines que recubrían las


laderas occidentales de Magdalena se parecían a


lo que cualquier persona consideraría propio de


una importante base de TerReForma, y los



edificios apiñados al final de la pista de aterrizaje


formaban una población tan respetable como


cualquiera de la superficie. Rampas, escalones y


una larga carretera serpenteante conectaban el


lugar con un puerto situado unos doscientos


metros más abajo, donde, así de un vistazo, se



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veían atracados unas ocho embarcaciones


notables, un gigantesco barco volante llamado


arca y varios botes más pequeños. Antes del giro


y la aproximación final pudieron disfrutar de una



breve panorámica del litoral, para luego perderse


tras unas colinas. Tras las emociones del vuelo, el


aterrizaje resultó aburrido y Ty sospechó que


Kath Two se lo había dejado a un algoritmo. El


planeador tocó el suelo apoyándose en la solitaria


rueda que surgió de la parte inferior del fuselaje.


Antes de reducir velocidad hasta el punto de caer



de lado, un par de garros especializados y de alta


velocidad lo atraparon, se movieron al paso algo


inquietante, entre el brinco y la carrera, propio de


esas ocasiones, y agarraron las puntas de las alas.


Lo escoltaron hasta un campo de otras naves fijas


a un lado de la pista. Kath Two, ya sin


responsabilidad, se puso de espaldas, se estiró y


se frotó los ojos. Ty deseaba bajar, pero sabía que


Doc sería el primero en atravesar la portezuela.



Lo sabía porque veía un gran grupo de


bienvenida que se les acercaba.




Ariane también miraba. Ty no entendía por


qué había sido tan reservado cuando estaban en


Cuna y en Cayambe, si al final iban al punto de la





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superficie donde Doc era más conocido. Supuso


que tendría sus razones, largamente meditadas y


que jamás las compartiría con alguien como Ty.


Tenían que aterrizar en alguna parte a lo largo de



su ruta al que fuese el destino final y quizá


TerReForma fuese una comunidad lo bastante


cerrada para que la noticia de la llegada de Doc


no se extendiese mucho más allá de Magdalena.




UNOS VEINTE AÑOS ANTES —más o


menos en la época de su cien cumpleaños— el


doctor Hu Noah (al igual que todos los ivynos,


ponía primero el apellido, porque se suponía que



eso era más lógico) había tomado la decisión


consciente de dejar de intentar explicarles a los


jóvenes lo poco que él personalmente había


cambiado con la edad. En realidad no importaba


que esa gente fantasera sobre los cambios de su


mente y su cuerpo. Lo que les importaba, había


comprendido al fin, era que creían que esas


fantasías eran ciertas. Era más importante para


ellos creer que para él explicar los hechos, por lo



que había decidido dejarles pensar lo que


pensaban e intentar dar con una forma


constructiva de aprovecharse de sus ideas


erróneas. En ocasiones eso implicaba sentarse tan





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en silencio que olvidaban que estaba presente y


empezaban a hablar de él en tercera persona,


usando Remembrance como una especie de


intérprete. A veces lo sorprendía al hablar de



repente para dejar claro que había seguido


perfectamente la conversación; o se ponía de pie


—una acción que más tarde los testigos


describirían como «ponerse en pie de un salto»,


aunque no ocurría así— y se movía solo, cosa que


muchos que no lo conocían parecían considerar


un milagro. Como Remembrance siempre lo



acompañaba y su garro siempre se movía a su


lado, ofreciéndole así una especie de apoyo


universal, la gente daba por supuesto que su


cuerpo era más inestable de lo que era en


realidad. De hecho, el sistema de apoyo no era


más que una forma sencilla de jugar con las


probabilidades. Una caída podría dejarlo tullido o


matarlo; ¿por qué no tener el garro a mano? Y


Remembrance, de la que se suponía que ejercía



como cuidadora sanitaria, era más bien una


ayudante de campo con muchas funciones y, para


ser francos, un buen ariete para apartar


obstáculos humanos.




Durante su larga vida, Doc había mantenido





1356

muchas conversaciones. Algunas habían sido


fascinantes y las recordaba más de un siglo


después. Otras no tanto. De joven, había tolerado


estas últimas como parte de su trabajo, una



especie de impuesto que uno debe pagar para


participar en la sociedad civilizada. Al cumplir los


cien años decidió dejar de pagar ese peaje. Desde


entonces, solo mantenía conversaciones que le


interesasen, lo que, dejando de lado excepciones


como amigos cercanos y familiares, implicaba


conversaciones con cierto propósito.



Remembrance llevaba en la cabeza una lista de


todas las personas con las que Doc podría querer


mantener una conversación y sabía deshacerse de


las otras, por lo general recurriendo al truco de la


edad. La lista cambiaba lentamente con el tiempo


y a ciertas personas, algunas de las cuales eran


bastante importantes, les sorprendía descubrir


que ya no estaban en ella. Solo en una ocasión,


veinte años antes, la lista había tenido forma



escrita, cuando Doc y Remembrance establecieron


su relación. Ella se la había aprendido de


memoria y luego la había destruido. Ahora solo


existía en la cabeza de la camiliana, no en la de


Doc. De los nombres originales quizá solo


quedaba el diez por ciento. Muchos habían



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muerto. Otros habían desaparecido de la lista, casi


siempre sin que Doc hiciera nada para que así


fuera. Remembrance asistía a todas las


conversaciones, con el pretexto de que podía



ocurrir que Doc necesitara asistencia médica; pero


lo que realmente hacía era seguir el diálogo y


prestaba atención a Doc en busca de señales, no


por si le fallaba el corazón o se iba pasando el


efecto de la medicación, sino por si se aburría. En


ocasiones, durante los diez primeros años juntos,


él había llegado al extremo de dedicarle una



mirada lateral mientras el interlocutor no miraba


y ese gesto era suficiente para eliminar a aquella


persona de la lista, pero ya hacía tiempo que la


mirada no era necesaria. En muchos casos,


Remembrance tomaba una decisión que, en el


momento, Doc consideraba errónea, pero cuando


reflexionaba después se daba cuenta de que ella


había sido más rápida, así que Doc había acabado


aceptando su veredicto.




Había que hacer excepciones para casos como



el presente, en el que tenían que trabajar con los


otros cinco miembros del Siete. Algunos, pero no


todos, podrían haber acabado en la lista de


Remembrance. Doc había intentado seleccionar a





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gente como Kath Two con la que disfrutaba


hablando, pero los otros le eran extraños. Ariane


Casablancova manifestaba una divertida


pretensión al sentarse cuando le era posible junto



a Doc y actuaba como guardiana entre Doc y los


otros cuatro. Aceptaba sin rechistar la tapadera de


Remembrance. Si Remembrance no hubiese sido


camiliana, podría habérselo tomado a mal y verlo


como una forma de usurpar sus prerrogativas;


pero aparte de ser camiliana, disfrutaba de un


puesto vitalicio —una especie de matrimonio



platónico con Doc—, por lo que el


comportamiento de Ariane era más bien una


fuente de diversión sardónica.




El sistema funcionaba de fábula en situaciones


como aquella, cuando una delegación de antiguos


miembros de TerReForma se había congregado a


la puerta del planeador de Doc para atacarlo con


una bienvenida. No es que no fuesen sinceros,


sino que el genuino deseo de saludarlo iba


mezclado con otras esperanzas y necesidades.



Uno quería hacerse una foto con él, pero la


petición llegaba de forma tímida e indirecta.


Puede que otro pensara que la labor de su vida


había sido tratada injustamente por parte de sus





1359

colegas y tenía ganas de que Doc le hiciese algún


gesto de reafirmación. Otro quizás estaba


implicado en un drama político interno de


TerReForma y esperaba ganar algo de visibilidad



dejándose ver del brazo de Doc. Ninguna de esas


pretensiones tenía nada de malo ni carecía de


razón, pero en lo que a Doc se refería, eran una


pérdida de tiempo, ya que eran meros peajes que


ya no estaba dispuesto a pagar. Sin que le dijeran


nada, Remembrance bajó primero. Doc vio por la


ventanilla que la delegación rodeaba a la mujer,



se acercaban para oír su voz baja y todos fruncían


el ceño y asentían exageradamente cuando ella les


explicaba lo cansado que estaba Doc. En cierto


momento hizo un gesto hacia el planeador y


todos alzaron la vista simultáneamente para ver


la cara de Doc enmarcada en la ventanilla. Agitó


un poco la mano; todos enseñaron los dientes y lo


saludaron con los distintos estilos de su raza: en


su mayoría ivynos y moiranos. Una vez resuelta



esa parte, Doc «se puso en pie de un salto»


tirando de la manilla de su garro, llegó a la


puerta, quedó allí enmarcado durante un


momento para que le hiciesen fotos y ejecutó el


gran espectáculo de descender la escalerilla que


se había desplegado desde el fuselaje. La



1360

delegación lo siguió con la mirada por la zona de


estacionamiento de la pista, rodeándolo como una


enorme nube dispersa pero sin someterlo a las


cansadas demandas de cortés interacción social.



Ariane iba justo detrás y los otros cuatro los


seguían a distancia, sin que nadie reparase en


ellos. Ariane había acertado en ese punto: para la


gente que vivía allí, la llegada de Doc a


Magdalena provocaba tal sensación que incluso


un neoánder pasaba desapercibido.




Cuando Remembrance acabó de rechazar


todas las invitaciones y ofertas de hospitalidad,



Doc cenó con Ariane en su cuarto, con lo que ella


quedó encantada. Al día siguiente las cosas serían


diferentes y Ariane tendría que empezar a


acostumbrarse. En la zona más tenebrosa de ese


acostumbrarse —que en el caso de una juliana


podía llegar a ser muy oscura— recordaría esa


cena y comprendería lo que era en realidad: un


gesto de respeto por parte de Doc que no podía


ser contradicho por las voces que murmuraban en



la cabeza de la mujer.



Doc le preguntó por su infancia en Astracán,



que era un pequeño hábitat casi juliano puro en


los cuarenta y ocho grados seis minutos este,



1361

cerca de la parte dinana del anillo. Tal anomalía


había sido resultado de una visión —tanto en el


sentido literal como en el figurativo— de un


juliano llamado Tomac, que en la historia inicial



del anillo había recaudado fondos y la había


fundado como un asentamiento semirreligioso.


En aquella época, estar a tres grados y seis


minutos de una capital como Bagdad te hacía


sentirte como en un remoto asentamiento


fronterizo. Por supuesto, desde entonces el


segmento dinano había ocupado sus alrededores



y se había quedado como un hábitat diferente


entre otros más grandes y modernos. Pero


Astracán, con algunas pocas mejoras modernas,


seguía siendo el hogar de unas diez mil almas y


los julianos veían ese lugar como prueba de que


su raza, aunque poco numerosa, estaba tan bien


representada en Azul como cualquiera de las


Cuatro. Era un lugar que los expertos en amística,


el estudio de las decisiones tomadas por distintas



culturas en referencia a las tecnologías que


aceptaban y rechazaban, lo visitaban con


frecuencia. Lo hacían porque Tomac, que tenía


ideas curiosas sobre todo tipo de cosas, había


tomado algunas decisiones poco habituales y muy


instructivas. El aislamiento de Astracán lo



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convertía en un caso muy útil. Por su parte,


Ariane rechazó con una sonrisa muchos de los


aspectos semirreligiosos de la cultura en la que


había crecido, pero a Doc le pareció que lo hacía



más que nada porque era lo que se esperaba de


ella.




Más tarde, mientras Remembrance lo ayudaba


a acostarse y lo preparaba para pasar la noche, le


dijo que al día siguiente empezaría a conocer un


poco mejor a los otros cuatro miembros del Siete y


que cortésmente rechazaría la oferta de ayuda de


Ariane para ese asunto. Ariane se habría sentido



en la gloria con la oportunidad de entregarle a


Doc informes llenos de estadísticas y horas de


chismes personales, sobre Beled, Kath Two,


Tyuratam y Langobard. Pero a Hu Noah tales


cosas siempre le habían resultado incómodas


porque planteaban la pregunta evidente de qué


estaría contando esa misma persona, sobre Doc, a


otras mentes curiosas.




A las cinco de la mañana del día siguiente,


Doc se encontraba en el centro de recreo,


caminando lentamente sobre una cinta, cuando



Beled Tomov entró para realizar sus ejercicios


diarios. El gesto de sorpresa de Beled fue tan



1363

divertido que incluso Doc, que había convertido


en arte aparentar que no se enteraba de lo que


pasaba a su alrededor, tuvo que esforzarse para


no reírse a costa del tipo. Incluso Remembrance,



leyendo sentada muy cerca, consideró que lo


mejor era colocar durante un momento el libro


entre su cara y la mirada de sorpresa de Beled.




—Teniente Tomov —dijo Doc—. Ya pensaba


que no ibas a salir de la cama.




Beled recordó las normas de educación y


saludó.




—Espero que no me consideres maleducado


por no devolverte el saludo —dijo Doc, e hizo un


gesto para indicar las barras de la cinta—. Las


tengo agarradas para no matarme.




Beled miraba buscando a Ariane. Doc decidió


no comentarlo.




—¿Calentamiento? —preguntó.




—No se considera necesario —respondió


Beled.




—¡Lástima!, estaba pensando que podríamos


dar un paseo juntos —dijo Doc, señalando la cinta



vacía a su lado.


1364

—Claro —admitió Beled—, siempre que


pueda moverme a un ritmo diferente.




—¡Como te parezca! —lo animó Doc—. Hay


una razón para que yo no intente hacerlo fuera


del gimnasio.




A los pocos minutos, el teklano, con pantalón


corto, corría a toda velocidad en la cinta al lado de



Doc, sus manos, hojas cortantes, sus brazos como


tijeras, la planta de sus pies descalzos, no tanto


pisoteando la superficie rugosa de la cinta sino


más bien rozándola. Creados y criados para


igualar a los neoánderes, los teklanos partían con


una desventaja genética al estar construidos como


humanos modernos y no utilizar el ADN



neandertal. Bard podría dormir, comer y beber


todo lo que quisiese y aun así sería tan fuerte


como el teklano, que era mucho más grande. Era


una situación perfectamente ortodoxa, porque


nadie esperaba en serio que Beled y Bard fuesen a


pelearse, pero había una vieja costumbre cultural


que consistía en que los teklanos se midiesen


contra los neoánderes, y que usaran ese reto para


ser todavía más diligentes de lo que eran de



forma natural.







1365

Con un tono de voz tranquilo y normal, como


si estuviese sentado en un sillón tomando el té,


Beled dijo:




—Nunca te agradecí que me enviases a la


misión que acabo de llevar a cabo. Supongo que



fue cosa tuya. Pero no tenía forma de ponerme en


contacto. Lo agradezco ahora.




Los ojos de Doc pasaron a las línea de


cicatrices espaciadas regularmente que rodeaban


la parte inferior de la espalda de Beled, algunas


formando cráteres profundos en las dos filas de


músculo a ambos lados de la columna.


Dividiendo los músculos había una larga cicatriz


vertical que recorría las vértebras lumbares,



donde habían intervenido los cirujanos para hacer


algo. Doc no sabía mucho más: suponía que


reparar algún daño en la columna y, estimaba,


colocar hardware o injertos de hueso.




—Era lo menos que podía hacer —dijo Doc—.


Y teniendo en cuenta lo sucedido en el Tíbet, me


pareció que estarías mejor cualificado para tratar


ciertas… complicaciones que podrían darse.




—Así que operaremos cerca del borde —


respondió Beled. El tono de voz daba a entender




1366

que era lo que había deducido hacía tiempo y solo


quería confirmarlo.




—Iremos allí donde nos lleve la investigación


—dijo Doc.




Aquello sorprendió a Beled, que perdió el


paso hasta que lo recuperó al cabo de un


momento.




—Esos vagabundos —añadió Doc—, no


parecen tener mucho respeto por las fronteras, o



con nada relacionado con el Tratado, y por tanto


me pareció mejor montar el Siete a base de


personas con esa misma idea.




—Entonces, ¿Beringia? ¿O Antimer?




—Probablemente los dos lugares. Antimer,


por supuesto, está más cerca… Pero como el


rastro de Beringia es más reciente, creo que


iremos allí primero.




LLEGARON A HAWÁI ANTES del


anochecer, viajando como pasajeros en un colosal


vehículo de TerReForma, ni un aeroplano ni



tampoco un barco, que rozaba la superficie del


agua a una altitud de no más de cuatro metros. A


esa clase de vehículos de superficie los llamaban




1367

arcas. Los habían diseñado para transportar


grandes cantidades de plantas y animales, criados


en grandes bases de TerReForma, como


Magdalena, hasta los destinos litorales, donde



podían pasar a sus nuevos hogares o cambiar a


otros vehículos para su envío al interior. Solo


habían llegado a construir diez y solo quedaban


seis en servicio. Aquella era Arca Madiba, por un


biólogo moirano del Cuarto Milenio que a su vez


había recibido su nombre en recuerdo de un


héroe de la Vieja Tierra.




Si la idea era viajar discretamente, entonces el



Arca Madiba era el vehículo adecuado, ya que era


un zoológico cavernoso de jaulas de animales,


tanques de peces, cajas de insectos y macetas


alineadas llenas de turba donde crecían plantas


exóticas sobre el abono. Para recorrer la misma


ruta —cinco mil kilómetros al oeste— un barco


habría empleado varios días. Habría sido


necesario tener en cuenta la alimentación para las


bestias, la limpieza de las jaulas y regar las



plantas. Esta monstruosidad rápida como un


huracán y potente lo hacía en doce horas, un


periodo lo suficientemente breve para que


cualquier cosa viva pudiese sobrevivir casi sin





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nada, excepto agua y algo frugal para comer. A


todos los efectos el Siete desapareció en su


interior. Al ponerse a rugir las docenas de


turbofanes del arca y empezar a salir del puerto



de Magdalena, el ruido llegó a tal punto que solo


pudieron ponerse los tapones para los oídos que


les habían dado y distribuirse por puntos de la


zona de carga donde el olor no fuese muy


horrible. A Doc y Memmie se les dio un permiso


especial para disfrutar del viaje en una pequeña


cápsula cerca del puente, donde los miembros de



la tripulación podían dormir y entretenerse


durante los viajes de varios días. Los demás se


pusieron todo lo cómodos que les fue posible y


esperaron a que pasase.




TerReForma había llegado tarde a Hawái. Ese


lugar era pequeño, muy peculiar, lejano y


complicado; mejor dejarlo para el final, después


de haber puesto en marcha los continentes


principales. La Lluvia Sólida había levantado la


tapa de los puntos calientes geológicos que



habían construido las islas, despertando volcanes


antes dormidos en las islas existentes y haciendo


que un monte marino al sudeste de la Gran Isla se


convirtiese, antes de tiempo, en la Isla Más





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Grande. Esta última, mil años antes, se había


unido con la otra para formar la Isla Todavía Más


Grande, gran parte de la cual seguía demasiado


caliente y demasiado tóxica para que TerReForma



se molestase. Pero en su costa norte había una


cala —llamaba Mokupuku por una isla diminuta


que en su momento había ocupado más o menos


el mismo lugar— alrededor de la cual la situación


era lo suficientemente fría y tranquila como para


que valiese la pena intervenir. Allí, cerca de la


puesta de sol, el Arca Madiba ejecutó una especie



de aterrizaje controlado, deslizándose para parar


cerca de una pequeña instalación de TerReForma


del tipo de las que se encontraban dispersas por


toda la Nueva Tierra.




Lugares así eran el epicentro de los terremotos


ecológicos que las razas humanas llevaban unos


tres siglos desencadenando en la superficie. En


ocasiones recibían el material directamente del


cielo y otras veces, como aquella, por arcas


enviadas desde grandes instalaciones de



superficie. Las más antiguas eran grupos de


bóvedas semiesféricas porque las habían


construido antes de que la Nueva Tierra volviese


a tener una atmósfera respirable. Las más nuevas,





1370

como aquella, tenían una apariencia algo más


acogedora. Pero su propósito fundamental era


trabajar con bestias, insectos y plantas, por lo que


el olor y el estilo general de la operación se



encontraban en algún punto del continuo entre


granja y zoológico, con algún pequeño toque de


laboratorio científico. Nada que destacar, al


menos en el aspecto olfativo, para la gran mayoría


de los seres humanos que habían vivido en la


Vieja Tierra en los milenios anteriores a la


revolución científica. Pero las personas que



soportaron ese viaje en la bodega del gran


barco/avión tuvieron que agradecer la suerte de


que el fuselaje no estuviese presurizado y que por


tanto el aire del océano tuviese forma de entrar.




El personal era casi totalmente moirano, con


algún camiliano y un científico visitante que


parecía un cruce de dinano e ivyno. A Kath Two


le resultaba evidente, y puede que también a los


demás, que tras su llegada a aquel lugar, los de su


raza habían dormido mucho y profundamente, y



que habían quedado apartados del resto de su


raza mientras sufrían la exposición continua a las


feromonas, los olores, las llamadas y los


comportamientos de los animales y las plantas.





1371

Los cambios epigenéticos resultantes los habían


dejado más que bien cualificados para hacer su


trabajo durante todo el día y para vivir allí


indefinidamente. Desde luego estaban en el



quinto pino —todavía más aislados que ciertos


hábitats osarios famosos por ser remotos— y


todos los moiranos que había allí tenían una


mirada perdida que sus ojos predominantemente


verdes no hacían más que intensificar. Se movían


lentamente, parecían pensar lentamente y no


dejaban de reaccionar a estímulos —¿auditivos?,



¿olfativos?, ¿imaginarios?— que Kath Two no


podía detectar.




La existencia de siete razas humanas


diferentes, así como varias subrazas aïdanas, en la


sociedad moderna era una fuente inacabable de


situaciones embarazosas. Las pocas horas pasadas


en la playa de Mokupuku, observando a los


habitantes locales descargar muestras del


vehículo y limpiar la mierda usando agua de mar


presurizada, fueron bastante largas para Kath



Two al darse cuenta de que los otros miembros


del Siete no dejaban de alternar la mirada entre


los operarios y ella, preguntándose cuánto tiempo


le llevaría a Kath Two, de ampliar su estancia,





1372

quedarse igual. Esas personas habían creado una


cultura original centrada en el lugar en el que


vivían, y eran muy conscientes y estaban muy


orgullosas de haberla creado, lo que a todos los



efectos prácticos era sinónimo del ecosistema


donde la creaban. Nada de desapego científico


para aquellos moiranos. ¿Era sensato instalar


moiranos en un lugar donde podían vivir tan


cerca de animales epigenéticos como los europeos


medievales de sus cerdos y gallinas? ¿Aquellos


animales eran para ellos muestras científicas,



ganado o mascotas? Kath Two contempló su


interacción con los animales, que le resultaba


incómoda precisamente por lo normal que


parecía, y ellos la observaron a ella


observándolos. En sus rastas habían tejido las


plumas coloridas de pájaros que en la Vieja Tierra


se habrían considerado exóticos: una palabra que


allí no tenía ningún sentido, porque habían sido


creados por humanos usando de modelos los



loros, tucanes y cacatúas de selvas extinguidas


hacía mucho tiempo; para ello se habían basado


en la teoría de que si sus brillantes colores habían


sido útiles, también lo serían ahora. ¿«Inótico»?


¿«Antroótico»? En cualquier caso, eran personas


extrañas y estaban allí de por vida, porque no



1373

sería posible encontrarles un hogar en el anillo; no


a menos que se fuesen a dormir durante un


tiempo e intentasen deshacer los cambios


producidos por el entorno. Pero no era fácil



hacerlo. Mientras una moirana cambiase, podía


seguir cambiando, pero si se quedaba demasiado


tiempo en un mismo lugar, entonces acababa


«asentándose», decían, y le resultaría difícil


volver atrás. A Kath Two le parecía que aquellos


que veía se habían asentado por completo. Era


obvio que se estaban mezclando sexualmente con



el personal camiliano. Los camilianos, siguiendo


su tónica racial, se habían adaptado al lugar


donde habían acabado y buscaban formas de


colaborar con las personas que los rodeaban.




No tenía nada de malo. O eso repetían sin


cesar en el anillo, porque era lo cortés. No tenía


nada de malo mezclarse. Pero la verdad es que las


mezclas, al igual que las hierbas, tendían a


aparecer en zonas revueltas. Algún caso estaba


bien, sobre todo en lugares sofisticados como



Chainhattan, pero ver a muchos en una


comunidad era una señal que en el anillo sabían


leer bien, incluso sabiendo que no era educado


expresar lo que estaban pensando. Los





1374

comportamientos inventados por aquellos


moiranos para actividades diarias como la salida


del sol, la comida y la interpretación de los sueños


poseían cierto tono de ritual, algo que estaba claro



que fascinaba a Ariane y que a Kath Two le


resultaba un poco humillante. Por primera vez en


su vida sentía la agitación de lo que se conocía


como Viejo Racismo: en los tiempos modernos las


actitudes raciales que habían existido en la Vieja


Tierra, o su reinvención, se habían eliminado por


completo y solo se conocían por la



documentación pertinente que había sobrevivido.


No obstante, ejercían la misma fuerza magnética


sobre ciertas mentes enfermas que en la época


anterior a Cero, y por tanto, en la población de


millones de personas del anillo podías dar con


una persona que hubiera pasado tanto tiempo


sumergida en archivos web de hacía cinco mil


años que se hubiera infectado con ideas sobre los


negros anteriores a Cero y le parecía que podía



aplicar sin problema a los moiranos y otros. Era


una mera curiosidad intelectual y en absoluto un


factor en la vida de personas de verdad: algo de lo


que Kath Two había oído hablar, como la rabia o


el Watergate, y que le resultaba fascinante ver


agitarse en su propia mente justo en aquel lugar.



1375

Pero no fue más que una idea pasajera.




Con el tiempo, su mente de Topografía se


activó y lo cubrió todo con el manto del método


científico. Se encontraban en un puesto avanzado


de TerReForma, de los que había miles. Algunos



no eran más que un apiñamiento de tiendas que


más adelante se convertiría en algo permanente.


Otros, como aquel en el que estaban, llevaban


decenios funcionando, y algunos, siglos. También


se encontraban algunos abandonados, porque ya


habían cumplido con su propósito, y otros se


habían convertido en núcleos de ZAR, campus



para escuelas raras, prisiones y fundaciones


científicas. En este caso se había formado una


cultura extraña imposible de transferir al anillo. Si


había sucedido allí, también habría ocurrido en


otros. ¿En cuántos? ¿Nueva Tierra estaba


infestada de extrañas presencias culturales


creadas en las instalaciones de TerReForma?


¿Podías llegarte a lo que había sido Uzbekistán y


encontrarte con una colonia en miniatura de



artistas ivynos, viviendo al borde de un cráter de


impacto del tamaño de Irlanda y desarrollando su


característica cocina basada en los líquenes? ¿Ir


hasta lo que quedaba de la península Ibérica y





1376

visitar una colonia de gigantes teklanos que


tenían hijos con místicos julianos? ¿Cuál era el


límite?




A la mañana siguiente, tras una acampada


agradable y sin incidentes en la playa, Kath Two



sintió alivio al volver a subir al Arca Madiba, vacía


al noventa por ciento, y partir al norte.




La distancia hasta la costa sur de Antimer,


zona Azul, era la mitad de la que habían recorrido


el día anterior. Como a mediodía, cuando el sol


golpeaba los aleros y ventanas cerradas del


complejo militar, el arca entró en el puerto y se


dejó caer con un enorme suspiro en nuevas aguas


de un azul celeste. El puesto de TerReForma,



pegado a la base militar, solo tenía un atracadero


lo suficientemente largo para acomodar el arca.


Los pilotos emplearon toda una variedad de


propulsores quejumbrosos y protestones para


situarse más o menos cerca. Del resto se


encargaron unos robots remolcadores tirando de


cuerdas enrolladas alrededor de pesados noráis.


Los cinco humanos que habían compartido la


bodega se apartaron rápidamente para dejar paso



a las personas de TerReForma que subieron al


arca, acompañadas de un par de garros



1377

portacargas, para tomar el control de la poca


carga que quedaba: jaulas y jaulas de carnívoros


de gran tamaño. Una combinación de cánidos y


felinos, y algunas serpientes grandes. Los habían



situado en distintas partes de la bodega para que


no se agotasen amenazándose entre ellos.


Cualquiera que tuviese relación con Topografía,


o, ya puestos, que supiese lo mínimo sobre


TerReForma, comprendería lo que pasaba: el


ecosistema de Antimer estaba más desarrollado


que el de Hawái, y producía fauna pequeña y de



herbívoros a una velocidad que exigía la


introducción de grandes depredadores que los


controlasen.




El puerto era un cráter de impacto casi


perfectamente circular con una pequeña salida al


mar. La base militar ocupaba gran parte de la


circunferencia. De algún punto de esa zona salió


una lancha que recorrió el disco de agua azul


hasta situarse junto a la puerta del puente. El Siete


descendió por medio de una escalerilla plegable;



de esa forma sus miembros abandonaron la


jurisdicción de TerReForma sin ninguna


formalidad y sin mantener contacto con el


personal local. Media hora más tarde almorzaban





1378

en el comedor de oficiales, pegado al comedor


general, y una hora después se encontraban a


bordo de un aeroplano —una nave aérea militar


de propulsión convencional— que despegó desde



una pista que habían construido a base de


explosivos en la costa pedregosa de la isla, a unos


pocos kilómetros de distancia, y se dirigieron al


norte tras ganar altitud suficiente para sobrevolar


los picos nevados de la cordillera central de


Antimer. Los que miraban por las ventanillas de


la izquierda podían ver mil kilómetros al oeste. La



curvatura de la columna vertebral del


archipiélago dejaba claro que se trataba del borde


de un enorme cráter de impacto, creado cuando


un enorme trozo de la Luna penetró siguiendo


una trayectoria más o menos al norte y empujó


por encima del nivel del mar un alto arco de


fondo oceánico y material eyectado. Hacia el sur,


un archipiélago más pequeño se curvaba en el


sentido opuesto, lo que indicaba que allí estaba el



borde inferior del cráter. Aquel archipiélago no


era visible desde las ventanillas del avión.


Miraron al oeste, siguiendo el arco de montañas


que se elevaban cada vez más al tiempo que la


tierra sobre la que reinaban se iba ensanchado. En


algún punto, la línea de 166 Treinta lo cortaba.



1379

Bard pegó su enorme frente a la ventanilla y


durante un buen rato se quedó pensativo


mirando su tierra natal; Parecía estar


identificando las colinas y bahías que recordaba, y



pensando en viñedos. Luego Antimer quedó atrás


y durante algunas horas volaron sobre el


monótono océano Pacífico.




Las aguas eran tan profundas que la Lluvia


Sólida, descontando algún superimpacto como el


que había creado Antimer, no había podido


causar ninguna modificación visible, por lo que


apenas cambió nada hasta llegar a la placa



continental, a más o menos cien kilómetros al sur


de lo que en su día fue la costa de Alaska. En las


zonas poco profundas entre este punto y el pie de


la cordillera costera —una franja de tierra y mar


de entre uno y dos kilómetros de ancho— se


apreciaban cambios visibles. Pero la costa estaba


más o menos donde siempre. La desaparición de


los glaciares y la interminable serie de tsunamis


que habían penetrado en aquella ancha bahía



durante milenios habían modificado mucho más


el terreno que los impactos directos de los


bólidos. El tsunami provocado por el impacto de


Antimer había empequeñecido incluso las propias





1380

montañas, saltó por encima de lo que habían sido


picos cubiertos por glaciares y golpeó muy en el


interior hasta que se evaporó sobre las rocas


calientes. Desde hacía unos mil cien años, tras el



comienzo del Enfriamiento, y especialmente


desde que los humanos reconstruyeron los


océanos arrojando cometas sobre la superficie, la


nieve había vuelto a caer sobre aquellos picos;


pero la formación de los glaciares llevaba mucho


tiempo y tenían que pasar varios milenios más


antes de que ríos quebrados de antiguo hielo azul



descendiesen por esos valles montañosos hasta


tocar el mar.




Cuando llegase ese día, sería necesario apartar


el asentamiento de Qayaq. Lo habían construido


sobre un montón de escombros en la orilla oeste


de un frío río, justo donde llegaba al Pacífico, que


descendía de las montañas. No había espacio


suficiente entre el mar y la nieve para un


aeropuerto del tamaño que necesitaba Qayaq, así


que lo habían construido con la mezcla de fibra y



hielo conocida como pykrete. Flotaba frente a la


costa, una losa perfectamente plana recubierta de


tubos por donde pasaba el líquido refrigerante


necesario para mantenerla sólida, una tarea que





1381

no resultaba demasiado complicada en un lugar


donde la temperatura del mar y del aire se


encontraba a unos pocos grados sobre el punto de


congelación. Por lo demás, allí no había nada más.



Incluso la presencia de TerReForma era mínima,


porque resultaba mucho más fácil que su personal


trabajase desde los barcos.




El aeropuerto de Qayaq era necesario a causa


del Muro de Ceniza. Al oeste, hasta llegar a 166


Treinta y seguir, la cadena de volcanes de las


antiguamente conocidas como penínsulas de


Kenai y Alaska, así como la de las Aleutianas, se



encontraban casi permanentemente en erupción.


Cualquier piloto que pretendiese volar al norte o


al sur atravesando el paralelo sesenta, en la zona


limitada al oeste por 166 Treinta y al este, por las


Rocosas, debía tener en cuenta la posibilidad de


que su plan de vuelo fuese de repente modificado


por una columna de ceniza volcánica lanzada a la


estratosfera por cualquiera de los cien volcanes


activos que tendría contra el viento. Los



aeroplanos eran caros, incluso más que en la Vieja


Tierra. Eran demasiado grandes para construirlos


en el anillo y transportarlos a la superficie, por lo


que, como cualquier otro objeto de gran tamaño





1382

como un arca o un barco, había que fabricarlos en


las plantas de la superficie. Normalmente, las


fábricas se encontraban en los límites de los


conectores de Cuna. En cualquier caso, las



aeronaves había que tratarlas con mimo, teniendo


en cuenta la extraordinaria dificultad para


fabricar los motores turbofan de alta capacidad.


Todo plan de vuelo debía incluir un posible


aterrizaje de emergencia en el iceberg artificial de


Qayaq, que a su vez debía ser capaz de acomodar


una aeronave enorme. Por tanto, lo que había sido



concebido como un punto de aterrizaje de


emergencia se había convertido en algo similar a


una zona de conexión, donde las aeronaves


tendían a aterrizar, simplemente porque era un


lugar cómodo y predecible. Para ellos resultaba


ser el destino final del vuelo militar del Siete, así


que de todas formas tenían que bajar.




El lugar era tan calentito y agradable como


podía serlo una base aérea construida sobre una


losa de hielo. Una capa de nubes bajas la



mantenía en un ocaso perpetuo y transformaba


todos los colores en tonos de gris. Al otro lado de


la franja de agua, el pueblo se extendía sobre los


restos como si fuese una estrella de mar muerta.





1383

Más allá, el muro negro de lo que imaginaron era


la pendiente final de la cordillera costera, ahora


recubierta de árboles jóvenes, tan oscurecida por


la niebla y la penumbra que no era posible



identificarla. Más arriba, justo por debajo de la


cubierta nubosa, algunos estaban cubiertos por


nieve, o quizá fuese hielo condensado


directamente de la niebla. De no haber habido


nubes, el Siete podría haber mirado todavía más


arriba para ver picos cubiertos de nieve contra el


fondo de un cielo que el Muro de Ceniza teñía de



negro. Uno de los grandes volcanes de Kenai


llevaba dos semanas de erupciones intensas.




La tentación imperiosa era aislarse en una de


las cápsulas del microhotel de la losa, para comer


fideos calientes y ver vídeos. Lo que fuese con tal


de escapar a la sensación de estar atrapados entre


hielo y cielo por un lado, niebla y ceniza por el


otro, el Pacífico al sur y la pared montañosa al


norte. Pero, en vez de eso, Tyuratam Lake


anunció que se iba a la ciudad a ver qué tal eran



los establecimientos de bebidas. Lo dijo tan


decidido que los demás se sintieron algo idiotas


por haber siquiera pensado en hacer lo contrario.


Kath Two, Beled y Langobard dijeron que se





1384

apuntaban. Doc se excusó argumentando que


quería dormir y Memmie, como siempre, se


quedó con Doc. Ariane parecía molesta,


claramente en conflicto consigo misma. La



política racial se había ido manifestando


gradualmente en el viaje desde Cuna y en aquel


momento Ty la forzaba todavía más.




Según el acuerdo al que habían llegado hacía


cinco mil años y que compartía la mayoría de los


que no eran aïdanos, y algunos que lo eran, Ty


sería el líder del grupo. En parte, porque era


oriundo de Beringia y sabía orientarse por allí,



pero, sobre todo, porque era el dinano y ser


líderes era justo lo que hacían los dinanos. Ariane


había estado al cargo de la organización; había


sido ella la que había enlazado la serie de vuelos


que los habían llevado desde Cuna hasta Qayaq y


al principio hablaba directamente con Doc, así


que parecía imposible hablar con Doc sin pasar


por ella. Pero Doc se había preocupado de


dedicarles tiempo en privado a los demás y



Ariane, tras un día, más o menos, de confusión e


irritación, aceptó la situación. Las limitaciones


naturales del viaje en grupo los había mantenido


juntos. Ahora Ty montaba una expedición no





1385

autorizada al continente y podía ser que Ariane se


sintiera dividida entre el deseo de disfrutar a


solas de un cuenco de fideos y el temor a perderse


algo.




Acabó acompañándolos. Abrieron una de las



cajas del equipo que habían llevado consigo


desde Cayambe y encontraron ropas de abrigo.


Luego recorrieron el hielo hasta llegar a unos


escalones que conducían a un pequeño puerto de


taxis acuáticos, y viajaron —unos cientos de


metros— hasta la costa de Beringia. Una escalera


no muy buena, que los robots mineros habían



tallado en la roca, los llevó desde el borde del


agua hasta un punto donde la pendiente se


suavizaba lo suficiente como para poder caminar.


A continuación otearon una calle principal que


penetraba en el continente unos cien metros antes


de terminar abruptamente contra una pared


vertical de piedra: un peñasco encajado


violentamente en el flanco de una gran montaña.


Incluso desde allí les quedó claro que el peñasco



era un trozo de la Luna. Se habían esforzado en


hacer que el lugar pareciera animado empleando


para adornar la entrada de los locales distintas


tecnologías de emisión de luz, que lanzaban





1386

colores chillones y saturados al aire translúcido.


Por los anuncios se podía entender que la clase de


clientes de esos locales eran tipos solitarios y


militares.




—EN OCASIONES ME PREGUNTO —dijo



Bard tras hacer una mueca por el sabor de la sidra


local— si las Evas, al ser mujeres, comprendían de


verdad la conexión entre el sistema visual


masculino y el deseo sexual. —Miró de reojo a


una dama desnuda en el otro extremo de la sala.




Kath Two tenía poco interés por la dama


desnuda, pero un minuto antes le había dado la


espalda al grupo para observar algo perturbador.


Se giró para mirar a Bard.




—Bueno, eran mujeres. Habían pasado toda la


vida soportando la mirada masculina. Todo lo



que les habían enseñado sobre cómo vestirse,


cómo comportarse…




—Sí —dijo Ariane—. En si no recuerdo mal,


Día 287 de la Épica, mantuvieron una


conversación de telerrealidad en la que Ivy habló


sobre la importancia de la imagen proyectada por


Dinah y el tratamiento que recibía en las redes


sociales.




1387

—¿Cómo puedes recordar algo así? —


preguntó Ty.




Kath Two le dedicó una mirada que era


también un reproche.




—¿Cómo puedes tú no recordarlo? Esa


conversación se produjo minutos antes de que tu


Eva conociese al amor de su vida.




Ty lo pensó.




—¿Primer bolo? —Sus ojos pasaron de la


dama desnuda a una pantalla que había sobre la



barra, donde habían estado reproduciendo sin


sonido una escena de la Épica: Dinah con traje


espacial, saliendo al exterior de la Endurance para


determinar qué le había pasado a un robot que no


se portaba bien. Nadie miraba.




—Sí. Primer bolo —contestó Kath Two con


más calma.




Por su parte, Bard estaba demasiado


concentrado en las diminutas burbujas de la sidra,


las marcas y los arañazos en la superficie de la



mesa, los cables eléctricos que recorrían el techo.


Le daba lo mismo. Ty y Beled podían mirar todo


lo que quisiesen; de hecho, esa era la intención del




1388

local. Sin embargo, la situación sería muy


diferente si un neoánder mirase de esa forma a


una mujer. Parecía dinana, o quizás un cruce


entre dinano y teklano. No es que a los



Propietarios les importase. De hecho, era un local


administrado por mujeres y se suponía que las


Propietarias también lo eran. Pero había otros


clientes que ya se habían fijado en Bard en cuanto


entró y que le dedicaban tanta atención como a


las bailarinas. De no haber estado en compañía de


un teklano más voluminoso de lo habitual y una



dinana de mediana edad que proyectaba cierto


aire de «no me vayas a joder», hubiera sido fácil


que surgieran problemas. Puede que algunos de


los otros clientes hubiesen unido sus fuerzas para


descubrir si lo que contaban de los neoánderes era


cierto o simples exageraciones. Pero tal como


estaban las cosas, Bard solo tenía que preocuparse


de que no lo miraran demasiado y de que la


variedad salvaje de levadura que infestase la sidra



no lo dejara fuera de combate.




El patrón para las comunidades de este tipo y


las expectativas generales sobre ellas se habían


establecido unos quinientos años después de


Cero, cuando Cuna llegó a estar tan abarrotada





1389

que no les quedó más opción que salir. El primer


hábitat externo se había establecido a unos pocos


kilómetros, en Hoyuelo. Es más, hasta principios


del Segundo Milenio prácticamente todos los



asentamientos se habían limitado a Hoyuelo, a la


espera de que se desarrollara la base industrial


necesaria para colonizar otras rocas. Los


espectáculos populares representaban muchas


más comunidades de las que habían existido en


realidad. Pero no importaba. Esas historias eran


para las gentes del anillo lo que aquellas historias



románticas y casi totalmente inventadas sobre el


Viejo Oeste para la cultura americana del siglo


veinte. Por tanto, en el caso poco habitual de


construir de nuevo un asentamiento de ese estilo,


como aquel donde estaban, tendían a hacerse de


tal forma que colmaran las expectativas de


personas que se habían pasado la vida viendo


series de ficción sobre sus precursores del


Segundo Milenio.




Aun así, había algunas sorpresas. No tanto



que las dueñas fuesen mujeres. No era extraño en


la industria del entretenimiento para adultos;


además, ellos no habían elegido al azar: habían


entrado en aquel lugar porque no resultaba tan





1390

inquietante para Kath Two y Ariane como


algunos de los otros. Más inesperado era el hecho


de que más de la mitad de los clientes fuesen


Aborígenes. Los que no lo eran —habían llegado



desde la losa de hielo que flotaba en el mar— se


distinguían por el corte de pelo, la ropa y la


postura. Pero eran tantos como los personajes más


desgreñados y llamativos de los que no estaba


claro a qué se dedicaban ni qué razones podían


tener para estar en Qayaq. Era muy probable que


algunos hubieran llegado a la costa desde una



ZAR a unos veinte kilómetros para hacer


negocios o para cualquier otra transacción. Qayaq


era más grande y tenía más gente de lo que


habían esperado, lo que sugería un crecimiento de


población y comercio que superaba los límites


establecidos por el Tratado. Al abrigo de las


montañas y aislada la mayor parte del tiempo por


densas nubes, crecía una ciudad ilegal. Si pasaba


allí, estaría pasando en otros lugares de Azul.



Rojo tenía que saberlo. Las nubes no bastaban


para mantenerlo en secreto. Entonces ¿por qué


Rojo no presentaba una queja diplomática?


Porque probablemente Rojo estuviese haciendo lo


mismo, incluso a mayor escala y había establecido


con Azul el acuerdo tácito de no causar



1391

problemas.




¿Cuántos seres humanos vivían en la


superficie? La cifra oficial para la zona Azul era


de más o menos un millón, en su mayoría


concentrados en los conectores de Cuna. Quizá la



cifra real fuese mucho mayor.



Se les acercó un joven ivyno de pelo largo y



barba rala. En el mismo lugar cinco mil años o


diez mil años antes hubiera pasado por uno de


sus ancestros llegados de Asia a través de la


Beringia original para expandirse por


Norteamérica y Sudamérica. Tenía la inteligencia


suficiente para darse cuenta de que los visitantes


lo miraban con cautela, pero también el coraje de



acercarse a pesar de todo. Se cuidaba de mantener


las manos a los lados, las palmas ligeramente


separadas, como si se hubiese quedado fijo en el


instante antes de alzar las manos y gritar «¿qué


coño estáis haciendo aquí?». Se veía que estaba


alerta y algo divertido. Al acercarse quedó claro


que era más alto de lo que parecía; los había


engañado la constitución delgada y la postura


encorvada.




Ellos podían preguntarle lo mismo —«¿qué






1392

coño haces aquí?»— a aquel joven ivyno. A juzgar


por la ropa —a la moda de cinco años atrás en


Chainhattan, personalizada con trozos de pelo


animal, huesos y pieles— era un Aborigen con



conexiones comerciales con Qayaq. Quizás el


chico más listo de su ZAR, el hijo de unos


excéntricos soñadores ivynos, buscando algo en lo


que emplear el cerebro. Había estado en el bar en


compañía de algunos compañeros dinanos, pero


todos parecían haberse sentido más avergonzados


que excitados por las bailarinas desnudas.




—¿Vais a las montañas? —preguntó. Se había



fijado en la ropa: nueva, de muy buena calidad,


extremadamente abrigada.




A todos les pareció una forma inocente de


empezar la conversación. A todos excepto a Ty,


que antes de que los otros pudiesen responder


dijo:




—No necesitamos guía.




El chico no se dio por aludido.




—Un guía —repitió, como si Ty hubiese


introducido en la conversación una idea


estrafalaria pero interesante—. No me da la


impresión de que seáis de los que contratan guías.


1393

—Se refería a turistas aventureros que llegaban


del anillo y, según el Tratado, eran ilegales.




Aquello dejaba abierta la pregunta de qué


impresión había tenido, por lo que la situación


fue algo embarazosa hasta que siguió hablando:




—Si vais al otro lado de las montañas, puedo


mostraros algo.




—¿Algo especial? ¿Único? ¿Algo que les


enseñas a todos? —preguntó Ty.




El chico contestó con timidez:




—He ido dos veces. Es interesante.




—¿Con clientes que antes te han pagado? —


preguntó Ty—. Porque… —La mano de Ariane



sobre el brazo lo interrumpió.



—Lo ha definido como interesante —dijo—.



No lo hace por dinero.



—Muy bien —dijo Ty.




—¿Cómo te llamas? —le preguntó Ariane.




El chico activó sus pantallas protectoras y dijo:




—Einstein.




Silencio. Al ver que no se reían, se puso más


1394

recto y se acercó.




—¿Qué hace que sea interesante?




—Es un facto —dijo Einstein.




—No comprendo —dijo Kath Two—. De facto


es interesante o… —Se detuvo al darse cuenta de


que elidía parte de la palabra. Se refería a que era


un artefacto. Un objeto del mundo anterior a Cero


que había sobrevivido.




—Me gustaría verlo —admitió Ty.




AL DÍA SIGUIENTE COMPRENDIERON un


poco mejor a Einstein cuando Kath Two los llevó


en planeador sobre las montañas y se imaginaron



lo difícil que debió de ser llegar andando hasta el


artefacto; lo cual hacía preguntarse cómo había


dado con él. La respuesta más probable parecía


ser «por pura suerte tras perderme durante una


nevada», pero quizá su gente había explorado


sistemáticamente las laderas interiores de


aquellas montañas.




Viajaban en el mismo tipo de planeador que el



que usaron en el trayecto desde Cayambe hasta


Magdalena. Al no tener motor, podía pasar por el


Muro de Ceniza sin sufrir daños mecánicos y




1395

como iba más lento que un reactor, no tenían que


preocuparse demasiado de que la abrasión


provocada por fragmentos microscópicos de roca


inutilizara el parabrisas de Kath Two. Sí tenía que



preocuparle un poco que no pudiese ver adónde


iba al atravesar la parte más densa de la nube.


Pero Kath conocía la altitud de los picos más


cercanos y se mantuvo bien por encima, y cuando


la vista se aclaró un poco, aprovechó la ceniza,


que en el aire se comportaba como una gota de


tinta en el agua en movimiento, para ver



claramente las corrientes y los vórtices.




Al Siete, Einstein le resultaba exótico, pues


había nacido en la superficie y jamás la había


abandonado. Esa era la primera vez que viajaba


en una nave aérea de cualquier tipo. Ver las


montañas desde arriba le exigió algunos ajustes


mentales que ejecutó con rapidez. En cualquier


caso, conocía la latitud y la longitud del artefacto.


Una vez superada la parte superior de las


montañas y habiendo pasado al aire limpio,



dirigió a Kath Two hacia un valle alto encajado


entre la cordillera costera y un pico secundario


más al interior. No había vida en las zonas altas,


pero más abajo se apreciaba el comienzo de la





1396

tundra y el matorral bajo. La distribución regular


de esa vegetación dejaba claro que la habían


sembrado desde el espacio. Las cápsulas robóticas


habían caído del cielo con una formación



geométrica precisa, luego golpearon el suelo


siguiendo un patrón hexagonal antes de romperse


y soltar las semillas. Algún gracioso en los


intestinos burocráticos de TerReForma las había


bautizado como ONAN: Orbitales Neo‐Agrícolas


y Nutrientes. Con el paso de los años y la


extensión del ecosistema desde los ONAN, el



patrón hexagonal iba a desaparecer en el caos


natural de la vida. Pero en un lugar como aquel,


donde las plantas crecían lentamente, el patrón


impuesto todavía sería apreciable durante


muchos siglos.




Kath Two pasó varias veces siguiendo el valle


e identificó una zona de lecho fluvial estacional,


recubierto de una pasta de ceniza congelada, y le


pareció que podría aterrizar y despegar allí. La


noche anterior habían cargado los dispositivos de



almacenamiento de energía del planeador y


todavía estaban al completo, así que ejecutó otra


larga pasada para reducir velocidad y luego


aterrizó moviéndose colina arriba. Primero tocó





1397

con delicadeza, para asegurarse de que el lecho


era firme y luego descendió con decisión. Las


puntas de las alas se arrastraron hasta el final y le


preocupó que alguna pudiese golpear una roca,



pero logró evitarlo y pudo detener la nave sin


sufrir daño. Beled y Bard salieron primero,


corriendo en dirección opuesta hasta las dos


puntas de las alas. Tras levantarlas del suelo


pudieron darle la vuelta al planeador


describiendo un largo círculo en el sentido de las


agujas del reloj. Kath Two les dijo cuándo parar.




Ty salió y abrió una zona de carga en el



lateral. Soltó un par de crótalos, que se pusieron a


moverse por el suelo con su característica forma


de locomoción, así como un par de canicas que


rodaron en busca de terreno elevado en el que


establecer puntos de observación y enlaces de


comunicación. El objetivo principal era fijar el


planeador para que no se lo llevase el viento. Los


crótalos eran, básicamente, robots geólogos, a los


que se les daba bien excavar y hacer túneles. A los



pocos minutos, con algo de guía por parte de Doc,


lograron plantar fijaciones en unos peñascos de


aspecto sólido situados a ambos lados del lecho


del río. Ty y Bard las unieron con cuerdas a las





1398

alas y las ajustaron bien mientras Beled no dejaba


de dar vueltas alrededor del perímetro. Kath Two


y Ariane soltaron el garro que Doc empleaba para


moverse por terrenos como aquel. Ejecutaba la



misma función que una silla de ruedas, solo que


con patas, de forma que Doc podía recorrer


terrenos difíciles incluso para alguien en buena


forma física. Mientras tanto, Memmie preparó a


Doc. Einstein lo observó todo y planteó cientos de


preguntas, la mayor parte de las cuales las


respondió el propio Doc con placer. Einstein



había visto toda aquella tecnología en los vídeos


de la ZAR, pero era su primera experiencia


directa.




Sabía que no debía preguntar por las armas.


Kath Two, Ty, Beled y Bard portaban katapultas


de distintos modelos. No se habían armado como


soldados que iban a la guerra, sino más al estilo


preventivo del personal de Topografía que va a


un lugar donde hay depredadores de gran


tamaño o donde pueden encontrar Aborígenes



malos. Kath Two llevaba el mismo tipo de


pequeña katapulta que había usado en su reciente


misión de Topografía: un arma de mano que


usaba la propulsión electromagnética para lanzar





1399

cierto tipo de munibot hacia un blanco grande y


caliente. Ante una forma enorme, el munibot


avanzaría en infrarrojos, aterrizaría como una


sonda espacial que tocara un asteroide y



recorrería la masa buscando formas de amargarle


la vida. Cualquier animal grande con más de dos


o tres de esos munibots sobre su cuerpo tendría


preocupaciones más importantes que devorar a


Kath Two. Por su parte, Tyuratam Lake llevaba


una versión más antigua, más gastada y más


pesada de un arma similar. Tenía dos cargadores,



uno de los cuales era exactamente igual que el de


Kath Two; el otro debía de llevar munibots


diferentes, quizá para usarlos contra humanos.


Beled cargaba con una katapulta


considerablemente mayor pensada para ser usada


con las dos manos, cuyo cargador largo y flexible


llevaba alrededor del cuerpo como una


bandolera. Era excesiva, pero era lo que tenía y el


peso no le importaba. Langobard, siguiendo el



estilo tradicional entre los neoánderes de Rojo,


llevaba un zoológico completo de munibots —


quizás una docena en total— corriéndole por


encima y una katapulta atada a la parte inferior


del antebrazo, como si lo tuviese entablillado.


Cuando le dijese a la katapulta que se pusiese a



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