crustáceos, sino también para investigadores con
titulación especializada. El propio Doc había
pasado diez años allí, recorriendo los charcos de
las mareas armado con cubos y palas.
Ty no lo habría considerado posible, pero
Kath Two los llevó hasta allí con todavía algo de
luz, tras volar un único día. Alrededor del medio
día Kath murmuró algo relativo a una llamativa
perturbación y la posibilidad —que, por lo visto,
para ella era muy atractiva— de coger una
corriente estratosférica. Por lo que respectaba a
Ty, bien podría haber dicho «ojo de salamandra,
pata de rata, pelo de murciélago y lengua de
perro»; sin embargo, la siguiente palabra de Kath
fue admirablemente clara: «Agarraos». Por toda la
cabina de pasajeros se fueron derramando las
bebidas y las manos fueron a por las bolsas para
el mareo. Cuando el planeador ascendió
súbitamente por la tropopausa se cayeron las
máscaras de oxígeno, y el fuselaje se quejó y
restalló mientras Kath Two lo ajustaba para ganar
velocidad a partir de alguna fascinante anomalía
en la atmósfera superior. Varias horas más tarde,
cuando, tras otra advertencia igual de comedida
casi le dio una vuelta completa y lo dejó caer
1351
hacia las ligeramente arrugadas aguas del
Pacífico, ya habían cubierto muchos cientos de
kilómetros del plan de vuelo original y el único
problema real era deshacerse de la energía
sobrante para poder aterrizar en Magdalena en
vez de dejar un cráter. Había un alpendre de
eslavoles, pero en ese momento el bucle no estaba
en funcionamiento y la verdad es que tampoco
había razón para intentar realizar un encuentro en
el aire con una cadena voladora cuando cerca
había disponible una pista de aterrizaje. La
estructura emitió un impresionante gemido
cuando Kath Two activó un par de turbinas
situadas en el vientre de la nave que hacían entrar
el aire y convertía su energía en potencia eléctrica
para almacenarla. Durante el siguiente despegue
del planeador, el sistema iba a operar al revés, y
las turbinas se convertirían en motores, que
darían algo de energía inicial extra. No era
necesario, pero sí era una forma de reducir su
velocidad y suponía una cortesía para el siguiente
piloto. Debido a las nubes bajas, gran parte de la
secuencia posterior del vuelo tuvo muy poco
sentido para los pasajeros, pero finalmente el
planeador salió por el fondo de ese sistema
climático y de pronto vieron Magdalena allá
1352
abajo, con la puesta de sol iluminándola por el
lado oeste. Sobre la piel violeta del mar se
materializaban delgados arcos de espuma cuando
las olas tocaban el fondo o rodeaban los arrecifes
sumergidos. Doc había pasado a un asiento de
ventanilla para poder contemplar su antiguo
lugar de paseo. En el súbito silencio de la cabina
Ty pudo oírle comentar las distintas instalaciones
de la costa. La mayoría de ellas tenía para Ty el
aspecto de líneas de pilotes y chabolas andrajosas
construidas con redes de pesca y plástico. Pero
como Ty ya le había explicado antes a Langobard,
sus antepasados Adelantados se habían ganado la
vida con medios todavía más tecnológicamente
primitivos, por lo que no pensó mal de los
científicos que los habían construido. Los hábitats
salvajes, arboretos y jardines que recubrían las
laderas occidentales de Magdalena se parecían a
lo que cualquier persona consideraría propio de
una importante base de TerReForma, y los
edificios apiñados al final de la pista de aterrizaje
formaban una población tan respetable como
cualquiera de la superficie. Rampas, escalones y
una larga carretera serpenteante conectaban el
lugar con un puerto situado unos doscientos
metros más abajo, donde, así de un vistazo, se
1353
veían atracados unas ocho embarcaciones
notables, un gigantesco barco volante llamado
arca y varios botes más pequeños. Antes del giro
y la aproximación final pudieron disfrutar de una
breve panorámica del litoral, para luego perderse
tras unas colinas. Tras las emociones del vuelo, el
aterrizaje resultó aburrido y Ty sospechó que
Kath Two se lo había dejado a un algoritmo. El
planeador tocó el suelo apoyándose en la solitaria
rueda que surgió de la parte inferior del fuselaje.
Antes de reducir velocidad hasta el punto de caer
de lado, un par de garros especializados y de alta
velocidad lo atraparon, se movieron al paso algo
inquietante, entre el brinco y la carrera, propio de
esas ocasiones, y agarraron las puntas de las alas.
Lo escoltaron hasta un campo de otras naves fijas
a un lado de la pista. Kath Two, ya sin
responsabilidad, se puso de espaldas, se estiró y
se frotó los ojos. Ty deseaba bajar, pero sabía que
Doc sería el primero en atravesar la portezuela.
Lo sabía porque veía un gran grupo de
bienvenida que se les acercaba.
Ariane también miraba. Ty no entendía por
qué había sido tan reservado cuando estaban en
Cuna y en Cayambe, si al final iban al punto de la
1354
superficie donde Doc era más conocido. Supuso
que tendría sus razones, largamente meditadas y
que jamás las compartiría con alguien como Ty.
Tenían que aterrizar en alguna parte a lo largo de
su ruta al que fuese el destino final y quizá
TerReForma fuese una comunidad lo bastante
cerrada para que la noticia de la llegada de Doc
no se extendiese mucho más allá de Magdalena.
UNOS VEINTE AÑOS ANTES —más o
menos en la época de su cien cumpleaños— el
doctor Hu Noah (al igual que todos los ivynos,
ponía primero el apellido, porque se suponía que
eso era más lógico) había tomado la decisión
consciente de dejar de intentar explicarles a los
jóvenes lo poco que él personalmente había
cambiado con la edad. En realidad no importaba
que esa gente fantasera sobre los cambios de su
mente y su cuerpo. Lo que les importaba, había
comprendido al fin, era que creían que esas
fantasías eran ciertas. Era más importante para
ellos creer que para él explicar los hechos, por lo
que había decidido dejarles pensar lo que
pensaban e intentar dar con una forma
constructiva de aprovecharse de sus ideas
erróneas. En ocasiones eso implicaba sentarse tan
1355
en silencio que olvidaban que estaba presente y
empezaban a hablar de él en tercera persona,
usando Remembrance como una especie de
intérprete. A veces lo sorprendía al hablar de
repente para dejar claro que había seguido
perfectamente la conversación; o se ponía de pie
—una acción que más tarde los testigos
describirían como «ponerse en pie de un salto»,
aunque no ocurría así— y se movía solo, cosa que
muchos que no lo conocían parecían considerar
un milagro. Como Remembrance siempre lo
acompañaba y su garro siempre se movía a su
lado, ofreciéndole así una especie de apoyo
universal, la gente daba por supuesto que su
cuerpo era más inestable de lo que era en
realidad. De hecho, el sistema de apoyo no era
más que una forma sencilla de jugar con las
probabilidades. Una caída podría dejarlo tullido o
matarlo; ¿por qué no tener el garro a mano? Y
Remembrance, de la que se suponía que ejercía
como cuidadora sanitaria, era más bien una
ayudante de campo con muchas funciones y, para
ser francos, un buen ariete para apartar
obstáculos humanos.
Durante su larga vida, Doc había mantenido
1356
muchas conversaciones. Algunas habían sido
fascinantes y las recordaba más de un siglo
después. Otras no tanto. De joven, había tolerado
estas últimas como parte de su trabajo, una
especie de impuesto que uno debe pagar para
participar en la sociedad civilizada. Al cumplir los
cien años decidió dejar de pagar ese peaje. Desde
entonces, solo mantenía conversaciones que le
interesasen, lo que, dejando de lado excepciones
como amigos cercanos y familiares, implicaba
conversaciones con cierto propósito.
Remembrance llevaba en la cabeza una lista de
todas las personas con las que Doc podría querer
mantener una conversación y sabía deshacerse de
las otras, por lo general recurriendo al truco de la
edad. La lista cambiaba lentamente con el tiempo
y a ciertas personas, algunas de las cuales eran
bastante importantes, les sorprendía descubrir
que ya no estaban en ella. Solo en una ocasión,
veinte años antes, la lista había tenido forma
escrita, cuando Doc y Remembrance establecieron
su relación. Ella se la había aprendido de
memoria y luego la había destruido. Ahora solo
existía en la cabeza de la camiliana, no en la de
Doc. De los nombres originales quizá solo
quedaba el diez por ciento. Muchos habían
1357
muerto. Otros habían desaparecido de la lista, casi
siempre sin que Doc hiciera nada para que así
fuera. Remembrance asistía a todas las
conversaciones, con el pretexto de que podía
ocurrir que Doc necesitara asistencia médica; pero
lo que realmente hacía era seguir el diálogo y
prestaba atención a Doc en busca de señales, no
por si le fallaba el corazón o se iba pasando el
efecto de la medicación, sino por si se aburría. En
ocasiones, durante los diez primeros años juntos,
él había llegado al extremo de dedicarle una
mirada lateral mientras el interlocutor no miraba
y ese gesto era suficiente para eliminar a aquella
persona de la lista, pero ya hacía tiempo que la
mirada no era necesaria. En muchos casos,
Remembrance tomaba una decisión que, en el
momento, Doc consideraba errónea, pero cuando
reflexionaba después se daba cuenta de que ella
había sido más rápida, así que Doc había acabado
aceptando su veredicto.
Había que hacer excepciones para casos como
el presente, en el que tenían que trabajar con los
otros cinco miembros del Siete. Algunos, pero no
todos, podrían haber acabado en la lista de
Remembrance. Doc había intentado seleccionar a
1358
gente como Kath Two con la que disfrutaba
hablando, pero los otros le eran extraños. Ariane
Casablancova manifestaba una divertida
pretensión al sentarse cuando le era posible junto
a Doc y actuaba como guardiana entre Doc y los
otros cuatro. Aceptaba sin rechistar la tapadera de
Remembrance. Si Remembrance no hubiese sido
camiliana, podría habérselo tomado a mal y verlo
como una forma de usurpar sus prerrogativas;
pero aparte de ser camiliana, disfrutaba de un
puesto vitalicio —una especie de matrimonio
platónico con Doc—, por lo que el
comportamiento de Ariane era más bien una
fuente de diversión sardónica.
El sistema funcionaba de fábula en situaciones
como aquella, cuando una delegación de antiguos
miembros de TerReForma se había congregado a
la puerta del planeador de Doc para atacarlo con
una bienvenida. No es que no fuesen sinceros,
sino que el genuino deseo de saludarlo iba
mezclado con otras esperanzas y necesidades.
Uno quería hacerse una foto con él, pero la
petición llegaba de forma tímida e indirecta.
Puede que otro pensara que la labor de su vida
había sido tratada injustamente por parte de sus
1359
colegas y tenía ganas de que Doc le hiciese algún
gesto de reafirmación. Otro quizás estaba
implicado en un drama político interno de
TerReForma y esperaba ganar algo de visibilidad
dejándose ver del brazo de Doc. Ninguna de esas
pretensiones tenía nada de malo ni carecía de
razón, pero en lo que a Doc se refería, eran una
pérdida de tiempo, ya que eran meros peajes que
ya no estaba dispuesto a pagar. Sin que le dijeran
nada, Remembrance bajó primero. Doc vio por la
ventanilla que la delegación rodeaba a la mujer,
se acercaban para oír su voz baja y todos fruncían
el ceño y asentían exageradamente cuando ella les
explicaba lo cansado que estaba Doc. En cierto
momento hizo un gesto hacia el planeador y
todos alzaron la vista simultáneamente para ver
la cara de Doc enmarcada en la ventanilla. Agitó
un poco la mano; todos enseñaron los dientes y lo
saludaron con los distintos estilos de su raza: en
su mayoría ivynos y moiranos. Una vez resuelta
esa parte, Doc «se puso en pie de un salto»
tirando de la manilla de su garro, llegó a la
puerta, quedó allí enmarcado durante un
momento para que le hiciesen fotos y ejecutó el
gran espectáculo de descender la escalerilla que
se había desplegado desde el fuselaje. La
1360
delegación lo siguió con la mirada por la zona de
estacionamiento de la pista, rodeándolo como una
enorme nube dispersa pero sin someterlo a las
cansadas demandas de cortés interacción social.
Ariane iba justo detrás y los otros cuatro los
seguían a distancia, sin que nadie reparase en
ellos. Ariane había acertado en ese punto: para la
gente que vivía allí, la llegada de Doc a
Magdalena provocaba tal sensación que incluso
un neoánder pasaba desapercibido.
Cuando Remembrance acabó de rechazar
todas las invitaciones y ofertas de hospitalidad,
Doc cenó con Ariane en su cuarto, con lo que ella
quedó encantada. Al día siguiente las cosas serían
diferentes y Ariane tendría que empezar a
acostumbrarse. En la zona más tenebrosa de ese
acostumbrarse —que en el caso de una juliana
podía llegar a ser muy oscura— recordaría esa
cena y comprendería lo que era en realidad: un
gesto de respeto por parte de Doc que no podía
ser contradicho por las voces que murmuraban en
la cabeza de la mujer.
Doc le preguntó por su infancia en Astracán,
que era un pequeño hábitat casi juliano puro en
los cuarenta y ocho grados seis minutos este,
1361
cerca de la parte dinana del anillo. Tal anomalía
había sido resultado de una visión —tanto en el
sentido literal como en el figurativo— de un
juliano llamado Tomac, que en la historia inicial
del anillo había recaudado fondos y la había
fundado como un asentamiento semirreligioso.
En aquella época, estar a tres grados y seis
minutos de una capital como Bagdad te hacía
sentirte como en un remoto asentamiento
fronterizo. Por supuesto, desde entonces el
segmento dinano había ocupado sus alrededores
y se había quedado como un hábitat diferente
entre otros más grandes y modernos. Pero
Astracán, con algunas pocas mejoras modernas,
seguía siendo el hogar de unas diez mil almas y
los julianos veían ese lugar como prueba de que
su raza, aunque poco numerosa, estaba tan bien
representada en Azul como cualquiera de las
Cuatro. Era un lugar que los expertos en amística,
el estudio de las decisiones tomadas por distintas
culturas en referencia a las tecnologías que
aceptaban y rechazaban, lo visitaban con
frecuencia. Lo hacían porque Tomac, que tenía
ideas curiosas sobre todo tipo de cosas, había
tomado algunas decisiones poco habituales y muy
instructivas. El aislamiento de Astracán lo
1362
convertía en un caso muy útil. Por su parte,
Ariane rechazó con una sonrisa muchos de los
aspectos semirreligiosos de la cultura en la que
había crecido, pero a Doc le pareció que lo hacía
más que nada porque era lo que se esperaba de
ella.
Más tarde, mientras Remembrance lo ayudaba
a acostarse y lo preparaba para pasar la noche, le
dijo que al día siguiente empezaría a conocer un
poco mejor a los otros cuatro miembros del Siete y
que cortésmente rechazaría la oferta de ayuda de
Ariane para ese asunto. Ariane se habría sentido
en la gloria con la oportunidad de entregarle a
Doc informes llenos de estadísticas y horas de
chismes personales, sobre Beled, Kath Two,
Tyuratam y Langobard. Pero a Hu Noah tales
cosas siempre le habían resultado incómodas
porque planteaban la pregunta evidente de qué
estaría contando esa misma persona, sobre Doc, a
otras mentes curiosas.
A las cinco de la mañana del día siguiente,
Doc se encontraba en el centro de recreo,
caminando lentamente sobre una cinta, cuando
Beled Tomov entró para realizar sus ejercicios
diarios. El gesto de sorpresa de Beled fue tan
1363
divertido que incluso Doc, que había convertido
en arte aparentar que no se enteraba de lo que
pasaba a su alrededor, tuvo que esforzarse para
no reírse a costa del tipo. Incluso Remembrance,
leyendo sentada muy cerca, consideró que lo
mejor era colocar durante un momento el libro
entre su cara y la mirada de sorpresa de Beled.
—Teniente Tomov —dijo Doc—. Ya pensaba
que no ibas a salir de la cama.
Beled recordó las normas de educación y
saludó.
—Espero que no me consideres maleducado
por no devolverte el saludo —dijo Doc, e hizo un
gesto para indicar las barras de la cinta—. Las
tengo agarradas para no matarme.
Beled miraba buscando a Ariane. Doc decidió
no comentarlo.
—¿Calentamiento? —preguntó.
—No se considera necesario —respondió
Beled.
—¡Lástima!, estaba pensando que podríamos
dar un paseo juntos —dijo Doc, señalando la cinta
vacía a su lado.
1364
—Claro —admitió Beled—, siempre que
pueda moverme a un ritmo diferente.
—¡Como te parezca! —lo animó Doc—. Hay
una razón para que yo no intente hacerlo fuera
del gimnasio.
A los pocos minutos, el teklano, con pantalón
corto, corría a toda velocidad en la cinta al lado de
Doc, sus manos, hojas cortantes, sus brazos como
tijeras, la planta de sus pies descalzos, no tanto
pisoteando la superficie rugosa de la cinta sino
más bien rozándola. Creados y criados para
igualar a los neoánderes, los teklanos partían con
una desventaja genética al estar construidos como
humanos modernos y no utilizar el ADN
neandertal. Bard podría dormir, comer y beber
todo lo que quisiese y aun así sería tan fuerte
como el teklano, que era mucho más grande. Era
una situación perfectamente ortodoxa, porque
nadie esperaba en serio que Beled y Bard fuesen a
pelearse, pero había una vieja costumbre cultural
que consistía en que los teklanos se midiesen
contra los neoánderes, y que usaran ese reto para
ser todavía más diligentes de lo que eran de
forma natural.
1365
Con un tono de voz tranquilo y normal, como
si estuviese sentado en un sillón tomando el té,
Beled dijo:
—Nunca te agradecí que me enviases a la
misión que acabo de llevar a cabo. Supongo que
fue cosa tuya. Pero no tenía forma de ponerme en
contacto. Lo agradezco ahora.
Los ojos de Doc pasaron a las línea de
cicatrices espaciadas regularmente que rodeaban
la parte inferior de la espalda de Beled, algunas
formando cráteres profundos en las dos filas de
músculo a ambos lados de la columna.
Dividiendo los músculos había una larga cicatriz
vertical que recorría las vértebras lumbares,
donde habían intervenido los cirujanos para hacer
algo. Doc no sabía mucho más: suponía que
reparar algún daño en la columna y, estimaba,
colocar hardware o injertos de hueso.
—Era lo menos que podía hacer —dijo Doc—.
Y teniendo en cuenta lo sucedido en el Tíbet, me
pareció que estarías mejor cualificado para tratar
ciertas… complicaciones que podrían darse.
—Así que operaremos cerca del borde —
respondió Beled. El tono de voz daba a entender
1366
que era lo que había deducido hacía tiempo y solo
quería confirmarlo.
—Iremos allí donde nos lleve la investigación
—dijo Doc.
Aquello sorprendió a Beled, que perdió el
paso hasta que lo recuperó al cabo de un
momento.
—Esos vagabundos —añadió Doc—, no
parecen tener mucho respeto por las fronteras, o
con nada relacionado con el Tratado, y por tanto
me pareció mejor montar el Siete a base de
personas con esa misma idea.
—Entonces, ¿Beringia? ¿O Antimer?
—Probablemente los dos lugares. Antimer,
por supuesto, está más cerca… Pero como el
rastro de Beringia es más reciente, creo que
iremos allí primero.
LLEGARON A HAWÁI ANTES del
anochecer, viajando como pasajeros en un colosal
vehículo de TerReForma, ni un aeroplano ni
tampoco un barco, que rozaba la superficie del
agua a una altitud de no más de cuatro metros. A
esa clase de vehículos de superficie los llamaban
1367
arcas. Los habían diseñado para transportar
grandes cantidades de plantas y animales, criados
en grandes bases de TerReForma, como
Magdalena, hasta los destinos litorales, donde
podían pasar a sus nuevos hogares o cambiar a
otros vehículos para su envío al interior. Solo
habían llegado a construir diez y solo quedaban
seis en servicio. Aquella era Arca Madiba, por un
biólogo moirano del Cuarto Milenio que a su vez
había recibido su nombre en recuerdo de un
héroe de la Vieja Tierra.
Si la idea era viajar discretamente, entonces el
Arca Madiba era el vehículo adecuado, ya que era
un zoológico cavernoso de jaulas de animales,
tanques de peces, cajas de insectos y macetas
alineadas llenas de turba donde crecían plantas
exóticas sobre el abono. Para recorrer la misma
ruta —cinco mil kilómetros al oeste— un barco
habría empleado varios días. Habría sido
necesario tener en cuenta la alimentación para las
bestias, la limpieza de las jaulas y regar las
plantas. Esta monstruosidad rápida como un
huracán y potente lo hacía en doce horas, un
periodo lo suficientemente breve para que
cualquier cosa viva pudiese sobrevivir casi sin
1368
nada, excepto agua y algo frugal para comer. A
todos los efectos el Siete desapareció en su
interior. Al ponerse a rugir las docenas de
turbofanes del arca y empezar a salir del puerto
de Magdalena, el ruido llegó a tal punto que solo
pudieron ponerse los tapones para los oídos que
les habían dado y distribuirse por puntos de la
zona de carga donde el olor no fuese muy
horrible. A Doc y Memmie se les dio un permiso
especial para disfrutar del viaje en una pequeña
cápsula cerca del puente, donde los miembros de
la tripulación podían dormir y entretenerse
durante los viajes de varios días. Los demás se
pusieron todo lo cómodos que les fue posible y
esperaron a que pasase.
TerReForma había llegado tarde a Hawái. Ese
lugar era pequeño, muy peculiar, lejano y
complicado; mejor dejarlo para el final, después
de haber puesto en marcha los continentes
principales. La Lluvia Sólida había levantado la
tapa de los puntos calientes geológicos que
habían construido las islas, despertando volcanes
antes dormidos en las islas existentes y haciendo
que un monte marino al sudeste de la Gran Isla se
convirtiese, antes de tiempo, en la Isla Más
1369
Grande. Esta última, mil años antes, se había
unido con la otra para formar la Isla Todavía Más
Grande, gran parte de la cual seguía demasiado
caliente y demasiado tóxica para que TerReForma
se molestase. Pero en su costa norte había una
cala —llamaba Mokupuku por una isla diminuta
que en su momento había ocupado más o menos
el mismo lugar— alrededor de la cual la situación
era lo suficientemente fría y tranquila como para
que valiese la pena intervenir. Allí, cerca de la
puesta de sol, el Arca Madiba ejecutó una especie
de aterrizaje controlado, deslizándose para parar
cerca de una pequeña instalación de TerReForma
del tipo de las que se encontraban dispersas por
toda la Nueva Tierra.
Lugares así eran el epicentro de los terremotos
ecológicos que las razas humanas llevaban unos
tres siglos desencadenando en la superficie. En
ocasiones recibían el material directamente del
cielo y otras veces, como aquella, por arcas
enviadas desde grandes instalaciones de
superficie. Las más antiguas eran grupos de
bóvedas semiesféricas porque las habían
construido antes de que la Nueva Tierra volviese
a tener una atmósfera respirable. Las más nuevas,
1370
como aquella, tenían una apariencia algo más
acogedora. Pero su propósito fundamental era
trabajar con bestias, insectos y plantas, por lo que
el olor y el estilo general de la operación se
encontraban en algún punto del continuo entre
granja y zoológico, con algún pequeño toque de
laboratorio científico. Nada que destacar, al
menos en el aspecto olfativo, para la gran mayoría
de los seres humanos que habían vivido en la
Vieja Tierra en los milenios anteriores a la
revolución científica. Pero las personas que
soportaron ese viaje en la bodega del gran
barco/avión tuvieron que agradecer la suerte de
que el fuselaje no estuviese presurizado y que por
tanto el aire del océano tuviese forma de entrar.
El personal era casi totalmente moirano, con
algún camiliano y un científico visitante que
parecía un cruce de dinano e ivyno. A Kath Two
le resultaba evidente, y puede que también a los
demás, que tras su llegada a aquel lugar, los de su
raza habían dormido mucho y profundamente, y
que habían quedado apartados del resto de su
raza mientras sufrían la exposición continua a las
feromonas, los olores, las llamadas y los
comportamientos de los animales y las plantas.
1371
Los cambios epigenéticos resultantes los habían
dejado más que bien cualificados para hacer su
trabajo durante todo el día y para vivir allí
indefinidamente. Desde luego estaban en el
quinto pino —todavía más aislados que ciertos
hábitats osarios famosos por ser remotos— y
todos los moiranos que había allí tenían una
mirada perdida que sus ojos predominantemente
verdes no hacían más que intensificar. Se movían
lentamente, parecían pensar lentamente y no
dejaban de reaccionar a estímulos —¿auditivos?,
¿olfativos?, ¿imaginarios?— que Kath Two no
podía detectar.
La existencia de siete razas humanas
diferentes, así como varias subrazas aïdanas, en la
sociedad moderna era una fuente inacabable de
situaciones embarazosas. Las pocas horas pasadas
en la playa de Mokupuku, observando a los
habitantes locales descargar muestras del
vehículo y limpiar la mierda usando agua de mar
presurizada, fueron bastante largas para Kath
Two al darse cuenta de que los otros miembros
del Siete no dejaban de alternar la mirada entre
los operarios y ella, preguntándose cuánto tiempo
le llevaría a Kath Two, de ampliar su estancia,
1372
quedarse igual. Esas personas habían creado una
cultura original centrada en el lugar en el que
vivían, y eran muy conscientes y estaban muy
orgullosas de haberla creado, lo que a todos los
efectos prácticos era sinónimo del ecosistema
donde la creaban. Nada de desapego científico
para aquellos moiranos. ¿Era sensato instalar
moiranos en un lugar donde podían vivir tan
cerca de animales epigenéticos como los europeos
medievales de sus cerdos y gallinas? ¿Aquellos
animales eran para ellos muestras científicas,
ganado o mascotas? Kath Two contempló su
interacción con los animales, que le resultaba
incómoda precisamente por lo normal que
parecía, y ellos la observaron a ella
observándolos. En sus rastas habían tejido las
plumas coloridas de pájaros que en la Vieja Tierra
se habrían considerado exóticos: una palabra que
allí no tenía ningún sentido, porque habían sido
creados por humanos usando de modelos los
loros, tucanes y cacatúas de selvas extinguidas
hacía mucho tiempo; para ello se habían basado
en la teoría de que si sus brillantes colores habían
sido útiles, también lo serían ahora. ¿«Inótico»?
¿«Antroótico»? En cualquier caso, eran personas
extrañas y estaban allí de por vida, porque no
1373
sería posible encontrarles un hogar en el anillo; no
a menos que se fuesen a dormir durante un
tiempo e intentasen deshacer los cambios
producidos por el entorno. Pero no era fácil
hacerlo. Mientras una moirana cambiase, podía
seguir cambiando, pero si se quedaba demasiado
tiempo en un mismo lugar, entonces acababa
«asentándose», decían, y le resultaría difícil
volver atrás. A Kath Two le parecía que aquellos
que veía se habían asentado por completo. Era
obvio que se estaban mezclando sexualmente con
el personal camiliano. Los camilianos, siguiendo
su tónica racial, se habían adaptado al lugar
donde habían acabado y buscaban formas de
colaborar con las personas que los rodeaban.
No tenía nada de malo. O eso repetían sin
cesar en el anillo, porque era lo cortés. No tenía
nada de malo mezclarse. Pero la verdad es que las
mezclas, al igual que las hierbas, tendían a
aparecer en zonas revueltas. Algún caso estaba
bien, sobre todo en lugares sofisticados como
Chainhattan, pero ver a muchos en una
comunidad era una señal que en el anillo sabían
leer bien, incluso sabiendo que no era educado
expresar lo que estaban pensando. Los
1374
comportamientos inventados por aquellos
moiranos para actividades diarias como la salida
del sol, la comida y la interpretación de los sueños
poseían cierto tono de ritual, algo que estaba claro
que fascinaba a Ariane y que a Kath Two le
resultaba un poco humillante. Por primera vez en
su vida sentía la agitación de lo que se conocía
como Viejo Racismo: en los tiempos modernos las
actitudes raciales que habían existido en la Vieja
Tierra, o su reinvención, se habían eliminado por
completo y solo se conocían por la
documentación pertinente que había sobrevivido.
No obstante, ejercían la misma fuerza magnética
sobre ciertas mentes enfermas que en la época
anterior a Cero, y por tanto, en la población de
millones de personas del anillo podías dar con
una persona que hubiera pasado tanto tiempo
sumergida en archivos web de hacía cinco mil
años que se hubiera infectado con ideas sobre los
negros anteriores a Cero y le parecía que podía
aplicar sin problema a los moiranos y otros. Era
una mera curiosidad intelectual y en absoluto un
factor en la vida de personas de verdad: algo de lo
que Kath Two había oído hablar, como la rabia o
el Watergate, y que le resultaba fascinante ver
agitarse en su propia mente justo en aquel lugar.
1375
Pero no fue más que una idea pasajera.
Con el tiempo, su mente de Topografía se
activó y lo cubrió todo con el manto del método
científico. Se encontraban en un puesto avanzado
de TerReForma, de los que había miles. Algunos
no eran más que un apiñamiento de tiendas que
más adelante se convertiría en algo permanente.
Otros, como aquel en el que estaban, llevaban
decenios funcionando, y algunos, siglos. También
se encontraban algunos abandonados, porque ya
habían cumplido con su propósito, y otros se
habían convertido en núcleos de ZAR, campus
para escuelas raras, prisiones y fundaciones
científicas. En este caso se había formado una
cultura extraña imposible de transferir al anillo. Si
había sucedido allí, también habría ocurrido en
otros. ¿En cuántos? ¿Nueva Tierra estaba
infestada de extrañas presencias culturales
creadas en las instalaciones de TerReForma?
¿Podías llegarte a lo que había sido Uzbekistán y
encontrarte con una colonia en miniatura de
artistas ivynos, viviendo al borde de un cráter de
impacto del tamaño de Irlanda y desarrollando su
característica cocina basada en los líquenes? ¿Ir
hasta lo que quedaba de la península Ibérica y
1376
visitar una colonia de gigantes teklanos que
tenían hijos con místicos julianos? ¿Cuál era el
límite?
A la mañana siguiente, tras una acampada
agradable y sin incidentes en la playa, Kath Two
sintió alivio al volver a subir al Arca Madiba, vacía
al noventa por ciento, y partir al norte.
La distancia hasta la costa sur de Antimer,
zona Azul, era la mitad de la que habían recorrido
el día anterior. Como a mediodía, cuando el sol
golpeaba los aleros y ventanas cerradas del
complejo militar, el arca entró en el puerto y se
dejó caer con un enorme suspiro en nuevas aguas
de un azul celeste. El puesto de TerReForma,
pegado a la base militar, solo tenía un atracadero
lo suficientemente largo para acomodar el arca.
Los pilotos emplearon toda una variedad de
propulsores quejumbrosos y protestones para
situarse más o menos cerca. Del resto se
encargaron unos robots remolcadores tirando de
cuerdas enrolladas alrededor de pesados noráis.
Los cinco humanos que habían compartido la
bodega se apartaron rápidamente para dejar paso
a las personas de TerReForma que subieron al
arca, acompañadas de un par de garros
1377
portacargas, para tomar el control de la poca
carga que quedaba: jaulas y jaulas de carnívoros
de gran tamaño. Una combinación de cánidos y
felinos, y algunas serpientes grandes. Los habían
situado en distintas partes de la bodega para que
no se agotasen amenazándose entre ellos.
Cualquiera que tuviese relación con Topografía,
o, ya puestos, que supiese lo mínimo sobre
TerReForma, comprendería lo que pasaba: el
ecosistema de Antimer estaba más desarrollado
que el de Hawái, y producía fauna pequeña y de
herbívoros a una velocidad que exigía la
introducción de grandes depredadores que los
controlasen.
El puerto era un cráter de impacto casi
perfectamente circular con una pequeña salida al
mar. La base militar ocupaba gran parte de la
circunferencia. De algún punto de esa zona salió
una lancha que recorrió el disco de agua azul
hasta situarse junto a la puerta del puente. El Siete
descendió por medio de una escalerilla plegable;
de esa forma sus miembros abandonaron la
jurisdicción de TerReForma sin ninguna
formalidad y sin mantener contacto con el
personal local. Media hora más tarde almorzaban
1378
en el comedor de oficiales, pegado al comedor
general, y una hora después se encontraban a
bordo de un aeroplano —una nave aérea militar
de propulsión convencional— que despegó desde
una pista que habían construido a base de
explosivos en la costa pedregosa de la isla, a unos
pocos kilómetros de distancia, y se dirigieron al
norte tras ganar altitud suficiente para sobrevolar
los picos nevados de la cordillera central de
Antimer. Los que miraban por las ventanillas de
la izquierda podían ver mil kilómetros al oeste. La
curvatura de la columna vertebral del
archipiélago dejaba claro que se trataba del borde
de un enorme cráter de impacto, creado cuando
un enorme trozo de la Luna penetró siguiendo
una trayectoria más o menos al norte y empujó
por encima del nivel del mar un alto arco de
fondo oceánico y material eyectado. Hacia el sur,
un archipiélago más pequeño se curvaba en el
sentido opuesto, lo que indicaba que allí estaba el
borde inferior del cráter. Aquel archipiélago no
era visible desde las ventanillas del avión.
Miraron al oeste, siguiendo el arco de montañas
que se elevaban cada vez más al tiempo que la
tierra sobre la que reinaban se iba ensanchado. En
algún punto, la línea de 166 Treinta lo cortaba.
1379
Bard pegó su enorme frente a la ventanilla y
durante un buen rato se quedó pensativo
mirando su tierra natal; Parecía estar
identificando las colinas y bahías que recordaba, y
pensando en viñedos. Luego Antimer quedó atrás
y durante algunas horas volaron sobre el
monótono océano Pacífico.
Las aguas eran tan profundas que la Lluvia
Sólida, descontando algún superimpacto como el
que había creado Antimer, no había podido
causar ninguna modificación visible, por lo que
apenas cambió nada hasta llegar a la placa
continental, a más o menos cien kilómetros al sur
de lo que en su día fue la costa de Alaska. En las
zonas poco profundas entre este punto y el pie de
la cordillera costera —una franja de tierra y mar
de entre uno y dos kilómetros de ancho— se
apreciaban cambios visibles. Pero la costa estaba
más o menos donde siempre. La desaparición de
los glaciares y la interminable serie de tsunamis
que habían penetrado en aquella ancha bahía
durante milenios habían modificado mucho más
el terreno que los impactos directos de los
bólidos. El tsunami provocado por el impacto de
Antimer había empequeñecido incluso las propias
1380
montañas, saltó por encima de lo que habían sido
picos cubiertos por glaciares y golpeó muy en el
interior hasta que se evaporó sobre las rocas
calientes. Desde hacía unos mil cien años, tras el
comienzo del Enfriamiento, y especialmente
desde que los humanos reconstruyeron los
océanos arrojando cometas sobre la superficie, la
nieve había vuelto a caer sobre aquellos picos;
pero la formación de los glaciares llevaba mucho
tiempo y tenían que pasar varios milenios más
antes de que ríos quebrados de antiguo hielo azul
descendiesen por esos valles montañosos hasta
tocar el mar.
Cuando llegase ese día, sería necesario apartar
el asentamiento de Qayaq. Lo habían construido
sobre un montón de escombros en la orilla oeste
de un frío río, justo donde llegaba al Pacífico, que
descendía de las montañas. No había espacio
suficiente entre el mar y la nieve para un
aeropuerto del tamaño que necesitaba Qayaq, así
que lo habían construido con la mezcla de fibra y
hielo conocida como pykrete. Flotaba frente a la
costa, una losa perfectamente plana recubierta de
tubos por donde pasaba el líquido refrigerante
necesario para mantenerla sólida, una tarea que
1381
no resultaba demasiado complicada en un lugar
donde la temperatura del mar y del aire se
encontraba a unos pocos grados sobre el punto de
congelación. Por lo demás, allí no había nada más.
Incluso la presencia de TerReForma era mínima,
porque resultaba mucho más fácil que su personal
trabajase desde los barcos.
El aeropuerto de Qayaq era necesario a causa
del Muro de Ceniza. Al oeste, hasta llegar a 166
Treinta y seguir, la cadena de volcanes de las
antiguamente conocidas como penínsulas de
Kenai y Alaska, así como la de las Aleutianas, se
encontraban casi permanentemente en erupción.
Cualquier piloto que pretendiese volar al norte o
al sur atravesando el paralelo sesenta, en la zona
limitada al oeste por 166 Treinta y al este, por las
Rocosas, debía tener en cuenta la posibilidad de
que su plan de vuelo fuese de repente modificado
por una columna de ceniza volcánica lanzada a la
estratosfera por cualquiera de los cien volcanes
activos que tendría contra el viento. Los
aeroplanos eran caros, incluso más que en la Vieja
Tierra. Eran demasiado grandes para construirlos
en el anillo y transportarlos a la superficie, por lo
que, como cualquier otro objeto de gran tamaño
1382
como un arca o un barco, había que fabricarlos en
las plantas de la superficie. Normalmente, las
fábricas se encontraban en los límites de los
conectores de Cuna. En cualquier caso, las
aeronaves había que tratarlas con mimo, teniendo
en cuenta la extraordinaria dificultad para
fabricar los motores turbofan de alta capacidad.
Todo plan de vuelo debía incluir un posible
aterrizaje de emergencia en el iceberg artificial de
Qayaq, que a su vez debía ser capaz de acomodar
una aeronave enorme. Por tanto, lo que había sido
concebido como un punto de aterrizaje de
emergencia se había convertido en algo similar a
una zona de conexión, donde las aeronaves
tendían a aterrizar, simplemente porque era un
lugar cómodo y predecible. Para ellos resultaba
ser el destino final del vuelo militar del Siete, así
que de todas formas tenían que bajar.
El lugar era tan calentito y agradable como
podía serlo una base aérea construida sobre una
losa de hielo. Una capa de nubes bajas la
mantenía en un ocaso perpetuo y transformaba
todos los colores en tonos de gris. Al otro lado de
la franja de agua, el pueblo se extendía sobre los
restos como si fuese una estrella de mar muerta.
1383
Más allá, el muro negro de lo que imaginaron era
la pendiente final de la cordillera costera, ahora
recubierta de árboles jóvenes, tan oscurecida por
la niebla y la penumbra que no era posible
identificarla. Más arriba, justo por debajo de la
cubierta nubosa, algunos estaban cubiertos por
nieve, o quizá fuese hielo condensado
directamente de la niebla. De no haber habido
nubes, el Siete podría haber mirado todavía más
arriba para ver picos cubiertos de nieve contra el
fondo de un cielo que el Muro de Ceniza teñía de
negro. Uno de los grandes volcanes de Kenai
llevaba dos semanas de erupciones intensas.
La tentación imperiosa era aislarse en una de
las cápsulas del microhotel de la losa, para comer
fideos calientes y ver vídeos. Lo que fuese con tal
de escapar a la sensación de estar atrapados entre
hielo y cielo por un lado, niebla y ceniza por el
otro, el Pacífico al sur y la pared montañosa al
norte. Pero, en vez de eso, Tyuratam Lake
anunció que se iba a la ciudad a ver qué tal eran
los establecimientos de bebidas. Lo dijo tan
decidido que los demás se sintieron algo idiotas
por haber siquiera pensado en hacer lo contrario.
Kath Two, Beled y Langobard dijeron que se
1384
apuntaban. Doc se excusó argumentando que
quería dormir y Memmie, como siempre, se
quedó con Doc. Ariane parecía molesta,
claramente en conflicto consigo misma. La
política racial se había ido manifestando
gradualmente en el viaje desde Cuna y en aquel
momento Ty la forzaba todavía más.
Según el acuerdo al que habían llegado hacía
cinco mil años y que compartía la mayoría de los
que no eran aïdanos, y algunos que lo eran, Ty
sería el líder del grupo. En parte, porque era
oriundo de Beringia y sabía orientarse por allí,
pero, sobre todo, porque era el dinano y ser
líderes era justo lo que hacían los dinanos. Ariane
había estado al cargo de la organización; había
sido ella la que había enlazado la serie de vuelos
que los habían llevado desde Cuna hasta Qayaq y
al principio hablaba directamente con Doc, así
que parecía imposible hablar con Doc sin pasar
por ella. Pero Doc se había preocupado de
dedicarles tiempo en privado a los demás y
Ariane, tras un día, más o menos, de confusión e
irritación, aceptó la situación. Las limitaciones
naturales del viaje en grupo los había mantenido
juntos. Ahora Ty montaba una expedición no
1385
autorizada al continente y podía ser que Ariane se
sintiera dividida entre el deseo de disfrutar a
solas de un cuenco de fideos y el temor a perderse
algo.
Acabó acompañándolos. Abrieron una de las
cajas del equipo que habían llevado consigo
desde Cayambe y encontraron ropas de abrigo.
Luego recorrieron el hielo hasta llegar a unos
escalones que conducían a un pequeño puerto de
taxis acuáticos, y viajaron —unos cientos de
metros— hasta la costa de Beringia. Una escalera
no muy buena, que los robots mineros habían
tallado en la roca, los llevó desde el borde del
agua hasta un punto donde la pendiente se
suavizaba lo suficiente como para poder caminar.
A continuación otearon una calle principal que
penetraba en el continente unos cien metros antes
de terminar abruptamente contra una pared
vertical de piedra: un peñasco encajado
violentamente en el flanco de una gran montaña.
Incluso desde allí les quedó claro que el peñasco
era un trozo de la Luna. Se habían esforzado en
hacer que el lugar pareciera animado empleando
para adornar la entrada de los locales distintas
tecnologías de emisión de luz, que lanzaban
1386
colores chillones y saturados al aire translúcido.
Por los anuncios se podía entender que la clase de
clientes de esos locales eran tipos solitarios y
militares.
—EN OCASIONES ME PREGUNTO —dijo
Bard tras hacer una mueca por el sabor de la sidra
local— si las Evas, al ser mujeres, comprendían de
verdad la conexión entre el sistema visual
masculino y el deseo sexual. —Miró de reojo a
una dama desnuda en el otro extremo de la sala.
Kath Two tenía poco interés por la dama
desnuda, pero un minuto antes le había dado la
espalda al grupo para observar algo perturbador.
Se giró para mirar a Bard.
—Bueno, eran mujeres. Habían pasado toda la
vida soportando la mirada masculina. Todo lo
que les habían enseñado sobre cómo vestirse,
cómo comportarse…
—Sí —dijo Ariane—. En si no recuerdo mal,
Día 287 de la Épica, mantuvieron una
conversación de telerrealidad en la que Ivy habló
sobre la importancia de la imagen proyectada por
Dinah y el tratamiento que recibía en las redes
sociales.
1387
—¿Cómo puedes recordar algo así? —
preguntó Ty.
Kath Two le dedicó una mirada que era
también un reproche.
—¿Cómo puedes tú no recordarlo? Esa
conversación se produjo minutos antes de que tu
Eva conociese al amor de su vida.
Ty lo pensó.
—¿Primer bolo? —Sus ojos pasaron de la
dama desnuda a una pantalla que había sobre la
barra, donde habían estado reproduciendo sin
sonido una escena de la Épica: Dinah con traje
espacial, saliendo al exterior de la Endurance para
determinar qué le había pasado a un robot que no
se portaba bien. Nadie miraba.
—Sí. Primer bolo —contestó Kath Two con
más calma.
Por su parte, Bard estaba demasiado
concentrado en las diminutas burbujas de la sidra,
las marcas y los arañazos en la superficie de la
mesa, los cables eléctricos que recorrían el techo.
Le daba lo mismo. Ty y Beled podían mirar todo
lo que quisiesen; de hecho, esa era la intención del
1388
local. Sin embargo, la situación sería muy
diferente si un neoánder mirase de esa forma a
una mujer. Parecía dinana, o quizás un cruce
entre dinano y teklano. No es que a los
Propietarios les importase. De hecho, era un local
administrado por mujeres y se suponía que las
Propietarias también lo eran. Pero había otros
clientes que ya se habían fijado en Bard en cuanto
entró y que le dedicaban tanta atención como a
las bailarinas. De no haber estado en compañía de
un teklano más voluminoso de lo habitual y una
dinana de mediana edad que proyectaba cierto
aire de «no me vayas a joder», hubiera sido fácil
que surgieran problemas. Puede que algunos de
los otros clientes hubiesen unido sus fuerzas para
descubrir si lo que contaban de los neoánderes era
cierto o simples exageraciones. Pero tal como
estaban las cosas, Bard solo tenía que preocuparse
de que no lo miraran demasiado y de que la
variedad salvaje de levadura que infestase la sidra
no lo dejara fuera de combate.
El patrón para las comunidades de este tipo y
las expectativas generales sobre ellas se habían
establecido unos quinientos años después de
Cero, cuando Cuna llegó a estar tan abarrotada
1389
que no les quedó más opción que salir. El primer
hábitat externo se había establecido a unos pocos
kilómetros, en Hoyuelo. Es más, hasta principios
del Segundo Milenio prácticamente todos los
asentamientos se habían limitado a Hoyuelo, a la
espera de que se desarrollara la base industrial
necesaria para colonizar otras rocas. Los
espectáculos populares representaban muchas
más comunidades de las que habían existido en
realidad. Pero no importaba. Esas historias eran
para las gentes del anillo lo que aquellas historias
románticas y casi totalmente inventadas sobre el
Viejo Oeste para la cultura americana del siglo
veinte. Por tanto, en el caso poco habitual de
construir de nuevo un asentamiento de ese estilo,
como aquel donde estaban, tendían a hacerse de
tal forma que colmaran las expectativas de
personas que se habían pasado la vida viendo
series de ficción sobre sus precursores del
Segundo Milenio.
Aun así, había algunas sorpresas. No tanto
que las dueñas fuesen mujeres. No era extraño en
la industria del entretenimiento para adultos;
además, ellos no habían elegido al azar: habían
entrado en aquel lugar porque no resultaba tan
1390
inquietante para Kath Two y Ariane como
algunos de los otros. Más inesperado era el hecho
de que más de la mitad de los clientes fuesen
Aborígenes. Los que no lo eran —habían llegado
desde la losa de hielo que flotaba en el mar— se
distinguían por el corte de pelo, la ropa y la
postura. Pero eran tantos como los personajes más
desgreñados y llamativos de los que no estaba
claro a qué se dedicaban ni qué razones podían
tener para estar en Qayaq. Era muy probable que
algunos hubieran llegado a la costa desde una
ZAR a unos veinte kilómetros para hacer
negocios o para cualquier otra transacción. Qayaq
era más grande y tenía más gente de lo que
habían esperado, lo que sugería un crecimiento de
población y comercio que superaba los límites
establecidos por el Tratado. Al abrigo de las
montañas y aislada la mayor parte del tiempo por
densas nubes, crecía una ciudad ilegal. Si pasaba
allí, estaría pasando en otros lugares de Azul.
Rojo tenía que saberlo. Las nubes no bastaban
para mantenerlo en secreto. Entonces ¿por qué
Rojo no presentaba una queja diplomática?
Porque probablemente Rojo estuviese haciendo lo
mismo, incluso a mayor escala y había establecido
con Azul el acuerdo tácito de no causar
1391
problemas.
¿Cuántos seres humanos vivían en la
superficie? La cifra oficial para la zona Azul era
de más o menos un millón, en su mayoría
concentrados en los conectores de Cuna. Quizá la
cifra real fuese mucho mayor.
Se les acercó un joven ivyno de pelo largo y
barba rala. En el mismo lugar cinco mil años o
diez mil años antes hubiera pasado por uno de
sus ancestros llegados de Asia a través de la
Beringia original para expandirse por
Norteamérica y Sudamérica. Tenía la inteligencia
suficiente para darse cuenta de que los visitantes
lo miraban con cautela, pero también el coraje de
acercarse a pesar de todo. Se cuidaba de mantener
las manos a los lados, las palmas ligeramente
separadas, como si se hubiese quedado fijo en el
instante antes de alzar las manos y gritar «¿qué
coño estáis haciendo aquí?». Se veía que estaba
alerta y algo divertido. Al acercarse quedó claro
que era más alto de lo que parecía; los había
engañado la constitución delgada y la postura
encorvada.
Ellos podían preguntarle lo mismo —«¿qué
1392
coño haces aquí?»— a aquel joven ivyno. A juzgar
por la ropa —a la moda de cinco años atrás en
Chainhattan, personalizada con trozos de pelo
animal, huesos y pieles— era un Aborigen con
conexiones comerciales con Qayaq. Quizás el
chico más listo de su ZAR, el hijo de unos
excéntricos soñadores ivynos, buscando algo en lo
que emplear el cerebro. Había estado en el bar en
compañía de algunos compañeros dinanos, pero
todos parecían haberse sentido más avergonzados
que excitados por las bailarinas desnudas.
—¿Vais a las montañas? —preguntó. Se había
fijado en la ropa: nueva, de muy buena calidad,
extremadamente abrigada.
A todos les pareció una forma inocente de
empezar la conversación. A todos excepto a Ty,
que antes de que los otros pudiesen responder
dijo:
—No necesitamos guía.
El chico no se dio por aludido.
—Un guía —repitió, como si Ty hubiese
introducido en la conversación una idea
estrafalaria pero interesante—. No me da la
impresión de que seáis de los que contratan guías.
1393
—Se refería a turistas aventureros que llegaban
del anillo y, según el Tratado, eran ilegales.
Aquello dejaba abierta la pregunta de qué
impresión había tenido, por lo que la situación
fue algo embarazosa hasta que siguió hablando:
—Si vais al otro lado de las montañas, puedo
mostraros algo.
—¿Algo especial? ¿Único? ¿Algo que les
enseñas a todos? —preguntó Ty.
El chico contestó con timidez:
—He ido dos veces. Es interesante.
—¿Con clientes que antes te han pagado? —
preguntó Ty—. Porque… —La mano de Ariane
sobre el brazo lo interrumpió.
—Lo ha definido como interesante —dijo—.
No lo hace por dinero.
—Muy bien —dijo Ty.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Ariane.
El chico activó sus pantallas protectoras y dijo:
—Einstein.
Silencio. Al ver que no se reían, se puso más
1394
recto y se acercó.
—¿Qué hace que sea interesante?
—Es un facto —dijo Einstein.
—No comprendo —dijo Kath Two—. De facto
es interesante o… —Se detuvo al darse cuenta de
que elidía parte de la palabra. Se refería a que era
un artefacto. Un objeto del mundo anterior a Cero
que había sobrevivido.
—Me gustaría verlo —admitió Ty.
AL DÍA SIGUIENTE COMPRENDIERON un
poco mejor a Einstein cuando Kath Two los llevó
en planeador sobre las montañas y se imaginaron
lo difícil que debió de ser llegar andando hasta el
artefacto; lo cual hacía preguntarse cómo había
dado con él. La respuesta más probable parecía
ser «por pura suerte tras perderme durante una
nevada», pero quizá su gente había explorado
sistemáticamente las laderas interiores de
aquellas montañas.
Viajaban en el mismo tipo de planeador que el
que usaron en el trayecto desde Cayambe hasta
Magdalena. Al no tener motor, podía pasar por el
Muro de Ceniza sin sufrir daños mecánicos y
1395
como iba más lento que un reactor, no tenían que
preocuparse demasiado de que la abrasión
provocada por fragmentos microscópicos de roca
inutilizara el parabrisas de Kath Two. Sí tenía que
preocuparle un poco que no pudiese ver adónde
iba al atravesar la parte más densa de la nube.
Pero Kath conocía la altitud de los picos más
cercanos y se mantuvo bien por encima, y cuando
la vista se aclaró un poco, aprovechó la ceniza,
que en el aire se comportaba como una gota de
tinta en el agua en movimiento, para ver
claramente las corrientes y los vórtices.
Al Siete, Einstein le resultaba exótico, pues
había nacido en la superficie y jamás la había
abandonado. Esa era la primera vez que viajaba
en una nave aérea de cualquier tipo. Ver las
montañas desde arriba le exigió algunos ajustes
mentales que ejecutó con rapidez. En cualquier
caso, conocía la latitud y la longitud del artefacto.
Una vez superada la parte superior de las
montañas y habiendo pasado al aire limpio,
dirigió a Kath Two hacia un valle alto encajado
entre la cordillera costera y un pico secundario
más al interior. No había vida en las zonas altas,
pero más abajo se apreciaba el comienzo de la
1396
tundra y el matorral bajo. La distribución regular
de esa vegetación dejaba claro que la habían
sembrado desde el espacio. Las cápsulas robóticas
habían caído del cielo con una formación
geométrica precisa, luego golpearon el suelo
siguiendo un patrón hexagonal antes de romperse
y soltar las semillas. Algún gracioso en los
intestinos burocráticos de TerReForma las había
bautizado como ONAN: Orbitales Neo‐Agrícolas
y Nutrientes. Con el paso de los años y la
extensión del ecosistema desde los ONAN, el
patrón hexagonal iba a desaparecer en el caos
natural de la vida. Pero en un lugar como aquel,
donde las plantas crecían lentamente, el patrón
impuesto todavía sería apreciable durante
muchos siglos.
Kath Two pasó varias veces siguiendo el valle
e identificó una zona de lecho fluvial estacional,
recubierto de una pasta de ceniza congelada, y le
pareció que podría aterrizar y despegar allí. La
noche anterior habían cargado los dispositivos de
almacenamiento de energía del planeador y
todavía estaban al completo, así que ejecutó otra
larga pasada para reducir velocidad y luego
aterrizó moviéndose colina arriba. Primero tocó
1397
con delicadeza, para asegurarse de que el lecho
era firme y luego descendió con decisión. Las
puntas de las alas se arrastraron hasta el final y le
preocupó que alguna pudiese golpear una roca,
pero logró evitarlo y pudo detener la nave sin
sufrir daño. Beled y Bard salieron primero,
corriendo en dirección opuesta hasta las dos
puntas de las alas. Tras levantarlas del suelo
pudieron darle la vuelta al planeador
describiendo un largo círculo en el sentido de las
agujas del reloj. Kath Two les dijo cuándo parar.
Ty salió y abrió una zona de carga en el
lateral. Soltó un par de crótalos, que se pusieron a
moverse por el suelo con su característica forma
de locomoción, así como un par de canicas que
rodaron en busca de terreno elevado en el que
establecer puntos de observación y enlaces de
comunicación. El objetivo principal era fijar el
planeador para que no se lo llevase el viento. Los
crótalos eran, básicamente, robots geólogos, a los
que se les daba bien excavar y hacer túneles. A los
pocos minutos, con algo de guía por parte de Doc,
lograron plantar fijaciones en unos peñascos de
aspecto sólido situados a ambos lados del lecho
del río. Ty y Bard las unieron con cuerdas a las
1398
alas y las ajustaron bien mientras Beled no dejaba
de dar vueltas alrededor del perímetro. Kath Two
y Ariane soltaron el garro que Doc empleaba para
moverse por terrenos como aquel. Ejecutaba la
misma función que una silla de ruedas, solo que
con patas, de forma que Doc podía recorrer
terrenos difíciles incluso para alguien en buena
forma física. Mientras tanto, Memmie preparó a
Doc. Einstein lo observó todo y planteó cientos de
preguntas, la mayor parte de las cuales las
respondió el propio Doc con placer. Einstein
había visto toda aquella tecnología en los vídeos
de la ZAR, pero era su primera experiencia
directa.
Sabía que no debía preguntar por las armas.
Kath Two, Ty, Beled y Bard portaban katapultas
de distintos modelos. No se habían armado como
soldados que iban a la guerra, sino más al estilo
preventivo del personal de Topografía que va a
un lugar donde hay depredadores de gran
tamaño o donde pueden encontrar Aborígenes
malos. Kath Two llevaba el mismo tipo de
pequeña katapulta que había usado en su reciente
misión de Topografía: un arma de mano que
usaba la propulsión electromagnética para lanzar
1399
cierto tipo de munibot hacia un blanco grande y
caliente. Ante una forma enorme, el munibot
avanzaría en infrarrojos, aterrizaría como una
sonda espacial que tocara un asteroide y
recorrería la masa buscando formas de amargarle
la vida. Cualquier animal grande con más de dos
o tres de esos munibots sobre su cuerpo tendría
preocupaciones más importantes que devorar a
Kath Two. Por su parte, Tyuratam Lake llevaba
una versión más antigua, más gastada y más
pesada de un arma similar. Tenía dos cargadores,
uno de los cuales era exactamente igual que el de
Kath Two; el otro debía de llevar munibots
diferentes, quizá para usarlos contra humanos.
Beled cargaba con una katapulta
considerablemente mayor pensada para ser usada
con las dos manos, cuyo cargador largo y flexible
llevaba alrededor del cuerpo como una
bandolera. Era excesiva, pero era lo que tenía y el
peso no le importaba. Langobard, siguiendo el
estilo tradicional entre los neoánderes de Rojo,
llevaba un zoológico completo de munibots —
quizás una docena en total— corriéndole por
encima y una katapulta atada a la parte inferior
del antebrazo, como si lo tuviese entablillado.
Cuando le dijese a la katapulta que se pusiese a
1400