el vifyl, pero en el radar su aspecto sería enorme y
Paramebulador se volvía loco.
Ivy, sentada en el asiento del piloto,
monopolizaba la única ventanilla. A Dinah no le
gustaba volar a ciegas, así que activó la interfaz
de la cámara delantera del vifyl.
Julia se puso a emitir un extraño sonido
repetitivo, una especie de borboteo húmedo y
rítmico.
Roncaba.
—Supongo que ha sido un día muy largo —
comentó Ivy.
—Sí. —Dinah carecía de precedentes para
saber cómo sentirse con respecto a una antigua
presidenta. Por una parte, su comportamiento
había sido censurable; por otra parte, en las
últimas horas había perdido a su marido, a su
hija, su país y su trabajo.
Tras unos momentos de manipulación, Dinah
logró tener a Izzy centrada en la imagen de la
cámara y ampliada. Estaba en el lado nocturno de
la Tierra. Normalmente —lo que solía ser la
normalidad— estaría a oscuras, pero desde abajo
651
la iluminaba el resplandor rojo de la atmósfera,
cortado de vez en cuando por estallidos azulados
cuando un gran bólido se hundía en el aire a
trescientos kilómetros por debajo de ellas. Dinah
jamás había visto a Izzy tan iluminada y le costó
acostumbrarse.
En la distancia parecía estar bien, pero
ampliando la imagen Dinah fue apreciando ruido
visual que poco a poco acabó definiéndose como
restos flotantes… la protección térmica rota que
Ivy había comentado.
Durante los dos últimos años Izzy se había
convertido en algo indescriptiblemente
complicado. Dinah no solía verla en la distancia,
así que no tenía una sensación de lo que era
normal. Pero al seguir ampliando, se dio cuenta
de que había pasado algo raro en el lado nadir,
cerca de la unión entre Zvezda y Zarya.
Por complicada que fuese, Izzy era
complicada de una forma ordenada, rígida y
estable. La excepción a esa regla era Amaltea,
pero incluso el asteroide se había hecho más
regular a medida que los robots de la Colonia
Minera le daban forma. Lo que Dinah veía en
652
aquel momento era desorden e inestabilidad:
grandes fragmentos de aislamiento térmico que se
habían soltado y se agitaban caóticamente bajo un
viento casi imperceptible. De entrada no parecía
nada importante. Importante habría sido la rotura
del casco, aire escapando por un agujero, quizás
arrastrando restos o incluso cuerpos humanos.
—Me parece que como mucho es un roce —
informó Dinah—. Una casi colisión entre un
arquete, o algo, y el lado nadir de Zvezda. Habrá
destruido parte del aislamiento térmico pero no
habrá provocado daños estructurales.
—Informan de cero víctimas graves —dijo
Ivy—. Unos golpes y torceduras a bordo del
arquete. Así que seguro que tienes razón.
—Quizá —añadió Dinah. Ya se habían
acercado lo suficiente, de forma que la cámara
podía ofrecer más detalles. Al principio lo que
había quedado expuesto por los daños al
aislamiento térmico no le resultaba familiar: una
construcción en forma de T que sobresalía del
lado nadir del Rimero como un manillar de
bicicleta. Estaba salpicada por muchas filas largas
y precisas de pequeños objetos idénticos, que
653
relucían cuando se producía un destello desde la
Tierra.
Enseguida se dio cuenta: era lo de Moira. El
AGH, el Archivo Genético Humano. Una vez
Moira le había hecho de guía, pero desde dentro,
en la parte cerrada y presurizada; ahora veía lo
mismo desde fuera. Hasta aquel momento lo
ocultaba el aislamiento térmico. Una vez
arrancado, la estructura interna era visible: filas y
filas de soportes hexagonales, cada uno con su
carga de esperma, óvulos y embriones
congelados, esperando en el cero casi absoluto del
frío y oscuro espacio.
—¿Cómo le va a Moira con el proyecto de
dispersión? —preguntó Dinah, obligándose a
sonar relajada.
—Bien… evidentemente, todo se aceleró en
cuanto supimos lo de Bola Ocho. Como todo lo
demás. Pero supongo que la verdad es que no lo
sé —dijo Ivy.
654
Ymir
—… Y EN ESE MOMENTO la fuerza del
vacío atrapó la escotilla, ¡y me quedé horrorizada
al ver que se me cerraba delante! Intenté volver a
abrirla, pero la succión me lo impedía. No sé
expresar, Markus, cómo me sentí de indefensa y
culpable al darme cuenta de que Dinah estaba
atrapada al otro lado.
Los ojos de Markus se dirigieron a Ivy.
Llevaba un rato escuchando a Julia y le hacía falta
un cambio.
Ivy echó las manos al aire.
—Yo intentaba pilotar esa máquina torpe. Ni
siquiera comprendí lo que pasaba cuando Julia
intentó explicármelo.
—La verdad es que no me puedo creer que
fueses capaz de pilotarla —dijo Markus—. Dentro
de cien años la gente seguirá comentándolo.
«Eso si la gente sigue existiendo», pensó
Dinah.
Ivy se limitó a mirar a Markus, parpadeando
lentamente, en busca de señales de sarcasmo en
655
aquel comentario. No era así. Markus era capaz
de ser directo en cualquier circunstancia: podía
soltar directamente un elogio asombrosamente
generoso con la misma facilidad que podía
quemarte la cara con palabras.
—Tenía que emplear todo el cerebro —dijo
Ivy.
Estaban sentados alrededor de la mesa de
reunión del Tanque. Markus se había cuidado de
no usar la palabra investigación para describir la
reunión, pero estaba claro que eso era; o todo lo
cerca que podrían llegar, en cualquier caso, de
determinar lo sucedido el día anterior. Habían
empezado con un resumen por parte de Markus e
iban a un ritmo bastante razonable, pero se
rompió cuando Julia insistió en contar su historia
«desde el principio», que resultó ser desde el
momento en que despertó en la Casa Blanca junto
a su difunto esposo y decidió bajar a desayunar
con su difunta hija, hasta llegar el fin del mundo,
y su apresurado lanzamiento a órbita unas treinta
y seis horas más tarde. Por el camino, una
sucesión de contratiempos y coincidencias tan
demenciales que tenían que ser verdad. No había
mentiroso capaz de inventarse algo así. La
656
narración había ocupado buena parte de una hora
a pesar de las cada vez más frecuentes miradas de
Markus a su reloj suizo, y los dejó a todos presos
de una extraña combinación de aburrimiento,
horror, perplejidad y fascinación.
Daba la impresión de creer sinceramente que
a ellos les importaban todas sus interacciones con
gente muerta y en un planeta muerto. Era un
error muy habitual entre los nuevos. En su caso,
quedaba especialmente magnificado por el hecho
de que antes era la presidenta. A ella le daba la
impresión de que todos estaban siempre
encantados de sentarse a escuchar a la persona
más poderosa del mundo.
—Gracias a Dios —siguió Julia—, pudimos…
—Sí —dijo Markus, cortándola. Estaba claro
que ya no quería oír más a Julia. Pero quedaba
igualmente claro que tampoco le apetecía
demasiado pasar a la siguiente parte de la
historia.
Era evidente que ninguno miraba a Moira.
—Gracias, Julia —dijo Markus, con un tono
que dejaba claro que debía irse.
657
Julia quedó algo desconcertada.
—Pero todavía no ha hablado la doctora
Crewe.
—Pero tú ya has hablado —dijo Markus.
Julia comprendió. Se puso en pie con cuidado
y dijo:
—Muy bien. Como dije antes, Markus, estoy
deseando ser útil de cualquier forma que me sea
posible.
—Queda anotado —dijo Markus.
Inexpresivamente miró al otro lado de la mesa, a
Ivy. Dinah sabía lo que pensaban: «Aquí eres peor
que inútil… por eso no se te invitó»—. Gracias,
Julia.
La antigua presidenta dio la espalda a la
mesa. Se detuvo frente a la puerta que daba a la
Granja y se giró hacia Markus una última vez, con
mirada de cordero degollado, quizás esperando
que él diese una palmada, se riese de la broma y
la invitase a sentarse otra vez. Cuando tal cosa no
sucedió, su rostro manifestó una transformación
que a Dinah le resultó algo inquietante.
¿Cómo sería, se preguntó, estar lanzando
658
bombas nucleares un día y que, menos de una
semana después, te digan que tienes que salir de
una reunión? Era evidente que a Julia no le
sentaba nada bien. Les dio la espalda, tanto para
ocultar la cara como para dar con la salida, y abrió
la puerta. Durante el momento que estuvo
abierta, Dinah vio a una joven con un velo de
estilo islámico en la cara, esperando. Llevaba
cubierta la parte inferior del rostro, pero se le
alegraron los ojos y el lenguaje corporal se volvió
cálido al ver a Julia. Esta se le acercó con afecto y
le colocó la mano en la espalda. Mientras la
puerta se cerraba, las dos se alejaron hombro con
hombro.
En el Tanque quedaban Markus, Dinah, Ivy,
Moira, Salvatore Guodian y Zhong Hu, un
experto en matemática aplicada que era el teórico
jefe en lo que se refería a la dinámica del
enjambre. Otros sabían más sobre mecánica
orbital y motores de cohetes —las técnicas de la
vieja escuela empleadas para controlar las
trayectorias de vehículos espaciales
individuales—, pero Hu, especialista en sistemas
complejos, era el principal arquitecto de
Paramebulador y la única persona que podía
659
explicar lo que iba mal, o bien, en el enjambre.
Había pasado la mayor parte de su vida en Pekín,
pero también tiempo suficiente en universidades
occidentales como para hablar un buen inglés. En
respuesta a un gesto de Markus, dijo:
—He evaluado lo sucedido. Como ya
sabemos, se produjo un arrinconamiento que
llevó a un toque —el término cortés para una
ligera colisión entre arquetes—, pero aun así, el
arquete 214 mantenía suficiente autoridad como
para evitar el segundo suceso.
—¿Por qué no lo hizo? —preguntó Markus.
—El algoritmo predijo que no se tocarían y,
por tanto, no tomó ninguna acción más allá de las
correcciones rutinarias de inclinación. El operador
humano estaba distraído y desorientado, así que
era reacio a realizar una corrección manual del
rumbo.
—No puedo culpar al humano —dijo
Markus—, ya que les hemos advertido muchas
veces sobre las consecuencias de volar en manual.
Pero ¿cuál fue el problema con el algoritmo?
—No hubo ningún problema —dijo Hu—.
Fue una cuestión de datos malos. Os lo mostraré.
660
—Tocó un par de veces en la tableta y en la gran
pantalla que había sobre la mesa de reunión
apareció un modelo tridimensional de Izzy. A
primera vista parecía bastante actualizada, con los
módulos y los vehículos espaciales añadidos al
complejo en los últimos días—. Este es el modelo
usado ayer por el sistema para evitar las
colisiones.
Deslizando el dedo por la tableta hizo girar el
modelo para poder mirar el lado nadir. Amplió
hasta ver la característica forma de manillar del
Archivo Genético Humano: el par de unidades de
almacenamiento en frío que salían a babor y
estribor bajo el módulo Zvezda. Era lo mismo que
Dinah había visto el día antes desde el vifyl.
—Un momento, ¿ese es el modelo exacto?
¿Eso es todo? —preguntó Ivy.
—Sí —dijo Hu.
—No tiene la protección térmica —dijo Ivy—.
Eso añade al menos un metro al borde de colisión.
—Exacto —dijo Hu—. En ese sentido, el
modelo es obsoleto. Ahora lo hemos reemplazado
por una versión mejorada.
661
Todos comprendían que no era culpa de
nadie. Durante casi dos años los arcatectos se
habían esforzado por mantener actualizado y
preciso su modelo tridimensional de Izzy: una
tarea prácticamente imposible cuando algo
cambia de un día para otro. Los materiales
blandos, como la protección térmica, tenían
menos prioridad. Quien mirara el modelo
añadiría mentalmente esos detalles. Los
ordenadores no eran tan listos.
—Aun así —dijo Markus—, el modelo lo
miramos con reservas. Ningún arquete debería
haber pasado tan cerca.
—Deja que explique lo que pasó —dijo Hu,
poniendo un vídeo que había tomado una cámara
externa que parecía situada en un armazón.
El Archivo Genético Humano y la protección
térmica que lo rodeaba no estaban centrados en la
imagen, sino en la esquina inferior izquierda, así
que el ángulo de la cámara no era el ideal, pero
podían ver lo sucedido. El arquete se acercó,
gradualmente por babor con una velocidad de
aproximación no mayor que la de un paseo lento.
—¿Es tiempo real? —preguntó Sal.
662
—Sí. Debido a la velocidad extremadamente
baja de aproximación, no se consideró un gran
peligro.
—Da la impresión de que no llegarían a
chocar —dijo Sal.
—Así era… hasta este momento —dijo Hu,
congelando el vídeo. No era fácil de distinguir,
pero en el halo delantero del arquete 214 se podía
apreciar un pequeño destello—. El propulsor se
activó; una pequeña corrección de rumbo bajo
control automático. —El destello desapareció
expandiéndose en forma de tenue nube gris—.
Gases de salida. Expandiéndose velozmente, pero
moviéndose bastante rápido.
Avanzó varios fotogramas hasta que apareció
la manta de protección térmica retrocediendo ante
el impacto de los gases, y se abrió una unión entre
dos cubiertas pegadas y una de ellas se agitó
como un trapo a merced del viento.
Hu dejó que el vídeo siguiese y vieron cómo
el halo trasero del arquete atrapaba la cubierta
suelta y la arrancaba, de manera que el Archivo
Genético Humano quedaba expuesto a la
radiación naranja de la atmósfera terrestre.
663
—Si el motor no se hubiese disparado en el
peor momento… —dijo Ivy.
Hu asintió.
—El arquete 214 habría pasado por debajo con
dos metros de margen, que no es fantástico pero
habría sido suficiente. —Hizo una pausa y
añadió—: El sistema de protección térmica del
AGH podría estar mejor diseñado.
Otra pausa mientras todos esperaban a ver
quién sería el primero en reírse. Si no tenían
humor negro, no iban a tener ningún tipo de
humor.
Hu pareció darse cuenta.
—Me refiero a que fue diseñado para una
carga térmica normal.
—La luz del Sol, vamos —dijo Dinah.
—Sí. No para el flujo de calor que llega de la
atmósfera.
—Está claro, lo mismo vale para muchas
zonas de Izzy —dijo Markus—. Ahora tenemos
sobrecarga térmica por todas partes. Moira, ¿qué
daños ha habido?
664
A Dinah le resultó admirable la gran
habilidad de Markus para formular aquella
pregunta de manera tan elegante. Moira, que
había mantenido silencio durante toda la reunión,
salió de su ensimismamiento.
—Bien —dijo al fin—, como ha dicho Hu, el
sistema de protección térmico…
—Estaba mal —le cortó Markus—. Lo
sabemos.
—No hay sistema de reserva.
Markus dijo:
—Claro que no. El sistema de refrigeración
del AGH era el resto del universo. No tiene
sentido que tengamos un sistema de reserva para
el resto del universo. Por lo general podemos
depender de su frío.
—Con las prisas de Bola Ocho…
—Para —dijo Dinah.
Todos la miraron.
—Vamos a acabar con esto. A ver, cuando
tenía catorce años, una de las minas de mi padre
se derrumbó y murieron once empleados. Fue
665
horrible. En realidad, mi padre nunca llegó a
superarlo. Por supuesto, quería saber qué había
sucedido. Resultó ser una situación compleja: una
cosa llevó a la otra, que llevó a otra… cada paso
por sí mismo tenía sentido, pero nadie podía
haber previsto el conjunto. Claro, mi padre se
sentía responsable de todas maneras, pero no lo
era, en ningún sentido normal de esa palabra. —
Hizo una pausa y siguió:
»Lo que sucedió es que Sean Probst fundó una
empresa de minería de asteroides que envió un
montón de cubesats y reunió muchos datos sobre
asteroides cercanos a la Tierra, que mantuvo en
secreto. Se llevó la base de datos con él en la
misión a Greg Esqueleto. Una roca le dio a la
radio y la destruyó, por lo que no podía
comunicarse. En el último momento, cuando ya
era demasiado tarde, se le ocurrió la idea de mirar
en la base de datos. Descubrió Bola Ocho. Me
avisó a mí, yo avisé a Doob, Doob avisó a todos
los demás y nos pusimos a la carrera. Moira
activó el proyecto, que llevaba planificado desde
hacía más de un año, para dispersar las muestras
del AGH por los arquetes. Como cualquier otro
proyecto en la historia del universo, empezó por
666
los pequeños detalles inesperados. Y no solo eso,
sino que todos los vifyles estaban reservados y
todos los trajes espaciales ocupados debido al
Derroche. Así que no se pudo trasladar mucho
material. Evidentemente resultaba más seguro
mantener las muestras almacenadas en frío en el
AGH mientras se resolvían todos los otros
problemas logísticos. Se produjo el Derroche y
lanzaron hacia nosotros mucha mierda. Así que
no se trasladó mucho material y Paramebulador
se volvió loco. Los arquetes sufrían
arrinconamientos cada poco. Casi perdimos un
par. Ivy y yo salimos en un vifyl para recuperar a
Julia y, probablemente, añadimos mucho ruido y
caos al sistema. Luego, sucedió lo que acabamos
de ver. El arquete 214 arrancó la mayor parte del
sistema de protección térmica del AGH y lo dejó
expuesto a la radiación directa de la atmósfera
terrestre. Las muestras se calentaron antes de que
pudiésemos improvisar alguna protección. Todo
ha quedado destruido. ¿No es así, Moira?
Moira, que parecía no confiar mucho en su
capacidad oratoria, asintió.
—Bien —dijo Dinah—. Creo que lo que
Markus quiere saber es cuántas muestras del
667
AGH se trasladaron a otros puntos antes de que
pasase todo esto. En otras palabras, ¿qué ha
sobrevivido?
Moira se aclaró la garganta y dijo con voz
débil:
—Alrededor del tres por ciento del total.
—Vale. Solo tengo una pregunta —dijo
Markus—. ¿Has hablado con Doob?
—Estoy segura de que lo sospecha —dijo
Moira—, pero no se lo he comunicado
oficialmente. Primero quería estar totalmente
segura.
—¿Ahora estás segura?
—Sí.
Markus asintió y pasó unos momentos
tecleando en el teléfono con los pulgares.
—Le estoy diciendo que venga de inmediato a
reunirse con Moira y conmigo —informó.
Todos excepto Markus y Moira se levantaron
para irse. Markus alzó la mano para detenerlos.
—Antes de iros, dejadme decir algo sobre la
668
parte del Archivo Genético Humano que se ha
perdido. —Hizo una pausa teatral, hasta que
todos le miraban—. Siempre fue una tontería.
Se quedaron pensando.
—¿Eso vas a decirle a Doob? —preguntó Ivy.
—Claro que no —contestó Markus—, pero el
propósito real del AGH era hacer política en la
Vieja Tierra.
—¿Así la llamamos ahora? ¿Vieja Tierra? —
preguntó Sal, fascinado.
—Así la llamo yo —dijo Markus—, en los
momentos, cada vez menos frecuentes, en que
pienso en ella.
—Gracias, Markus —dijo Moira.
POR SUPUESTO, SABÍA QUE LA
COMPLEJIDAD de Izzy era de una enormidad
que no se correspondía con su pequeño tamaño:
unos pocos cientos de personas repartidas por un
volumen equivalente al de unos cuantos aviones
comerciales. Las noticias corrían rápido. A las
pocas horas todos sabían que el Archivo Genético
Humano había quedado destruido casi por
completo.
669
Estaba en el Tanque con Markus y Moira. Lo
miraban desde el otro lado de la mesa,
aguardando pacientemente alguna reacción.
—A ver —dijo al fin—. Doc Dubois ya no
existe. No era más que un papel, ¿comprendéis?
Una actuación. Soy un individuo anónimo. No me
emociono así como así; sobre todo cuando me
están mirando y eso es lo que esperan que haga.
Dentro de un año, cuando esté solo, cuando
menos me lo espere, me desmoronaré y lloraré
por esta pérdida, pero no ahora. No es que no lo
sienta, es que mis sentimientos son míos.
—Lamento mucho lo sucedido —dijo Moira.
—Gracias —dijo Doob—, pero vamos a decir
lo que todos pensamos. Ayer murieron siete mil
millones de personas. Comparado con eso, la
pérdida de algunas muestras genéticas no es
nada. El embrión que Amelia y yo engendramos y
que yo traje… bien, fue un favor especial que J. B.
F. me concedió como incentivo para venir. Nadie
más recibió ese tratamiento especial. Fue injusto y
yo lo sabía. Y lo acepté. Y aquí estamos.
—Sí —dijo Markus—. Aquí estamos. En el
futuro…
670
—Pero no estoy seguro de estar de acuerdo
contigo —dijo Doob— en que el AGH era tan
insignificante.
Markus controló su impaciencia y alzó las
cejas. Doob miró a Moira.
—¿Cuál fue la palabra que usaste?
¿Heterocigosidad?
—Sí —dijo Moira—. El fin explícito del AGH
era garantizar una diversidad genética mínima
para la especie humana.
—A mí me parece importante —dijo Doob—.
¿Hay algo que no entiendo?
—Tenemos decenas de miles de genomas
humanos guardados digitalmente. De todas las
partes del mundo.
—Por tanto, ahí tenemos tu heterocigosidad.
Eso es lo que quieres decir —le dijo Doob. Miró a
Markus—. Por eso el AGH no era, en realidad,
necesario.
—Sí, con un pero —dijo Moira.
—¿Y cuál es el pero?
—Estoy segura de que comprendes que las
671
secuencias digitales solo son útiles si disponemos
del equipo necesario para transcribirlas en forma
de cromosomas funcionales dentro de células
humanas viables. Es decir, para usar una muestra
de semen no necesitábamos más que una
jeringuilla corriente y algo de lubricante, pero
para hacer funcional una secuencia de ADN
almacenada en una memoria necesitamos…
—Todo el equipo de tu laboratorio —dijo
Doob.
Moira estaba un poco irritada.
—Lo que llamas mi laboratorio tiene la misma
relación con un laboratorio de verdad que los
ceros y unos de la memoria con un ser humano
vivo. Es una colección de dispositivos en cajas
que ni siquiera podemos abrir y usar en gravedad
cero. E incluso si pudiésemos montarlo todo y
activarlo, sería inútil sin todo un equipo de
biólogos moleculares con, al menos, nivel de
doctor.
—¿En serio? ¿Inútil? —preguntó Markus.
Moira suspiró.
—Para trabajos a pequeña escala, manejando
672
las muestras de una en una… bueno, eso es más
sencillo; pero reconstruir una población humana
genéticamente diversa…
—Pero Moira —dijo Markus—, de todos
modos eso no podríamos hacerlo hasta no tener
otros muchos detalles resueltos. Una población
grande no puede vivir en arquetes a base de
algas. Primero hay que establecer una colonia
viable y segura. Luego, te construimos el
laboratorio. Después creamos un ecosistema más
diverso: mejor comida, mayor estabilidad. Solo
entonces empezaremos a preocuparnos por la
heterocigosidad de la población humana. Hasta
entonces, tenemos gente de sobra para crear niños
sanos sin endogamia, por el proceso habitual de
follar unos con otros.
—Eso es cierto —dijo Moira.
—Y en eso me baso para afirmar que el AGH
era una estupidez —concluyó Markus.
—Nos dices —intervino Doob— que si
tuviésemos todo lo necesario para explotar el
AGH: la colonia, el ecosistema, el talento…
—… ya no nos haría falta, sí, ¡eso digo! —
acabó Markus—. Por tanto, por favor, ¿podemos
673
dejar de malgastar el tiempo pensando en él?
—¿En qué preferirías que empleásemos el
tiempo, Markus? —preguntó Moira, dedicándole
una mirada adusta y de irritación a través de sus
gafas.
—En hablar de cómo llegar a ese punto. Cómo
lograr lo que comentábamos hace un momento.
—¿Y cómo podría contribuir yo a lograrlo
considerando que el AGH ha quedado destruido
en un noventa y siete por ciento y no podremos
usar mi equipo en mucho tiempo?
—Quiero hablar de la conservación del equipo
—dijo Markus—; protegerlo de todo peligro y
luego lograr una situación segura para que un día
podamos construir el laboratorio del que hablas.
—Está todo lo a salvo que puede estar, ¿no?
—preguntó Moira—. Estaba en una posición
privilegiada en el Nodo X, muy cerca de Amaltea.
Ahora mismo no corre peligro; al contrario que
nosotros.
Se refería a la idea, que los arcatectos
comentaban con frecuencia, del Cono de
Protección que decían que se formaba a sotavento
674
de Amaltea. Como, hasta cierto punto, los
caminos de los bólidos entrantes eran predecibles,
podían orientar Amaltea en esa dirección y
emplearla como si fuese un ariete. La superficie
delantera del asteroide recibiría el impacto, pero
un fragmento antiguo de níquel y hierro podía
sobrevivir a muchas cosas. Todo lo que estuviera
contra su superficie de popa quedaría protegido
de prácticamente cualquier peligro. Claro que la
zona de protección no se extendía
indefinidamente hacia atrás. Cuanto más lejos de
Amaltea por detrás, más probable era el impacto
de un bólido que llegara de un ángulo extraño. La
Colonia Minera estaba en la posición más segura,
ya que, por su naturaleza, tenía que estar
directamente pegada al asteroide. Casi tan seguro
era el grupo de módulos conectados a Nodo X,
justo a popa de MERC, que era donde habían
almacenado todo el material de Moira. Ya detrás,
la zona de protección se estrechaba, en forma de
largo cono agudo, hasta desaparecer en algún
punto a popa de Cola. Cuando Moira bromeaba
con el hecho de correr peligro se refería al hecho
de que T3, el tercer toro, en el que se encontraban
en ese momento, era bastante ancho y estaba
bastante a popa, lo que lo situaba muy cerca del
675
vértice menos seguro de ese cono. Se habían
esforzado por mejorar la protección, pero seguía
siendo un lugar más arriesgado que muchas otras
partes de Izzy.
Markus asintió.
—Tu material está bastante seguro. Pero lo
estaría más si lo trasladamos al interior de
Amaltea. Lo he comentado con Dinah, que dice
que podrá excavar huecos y almacenar allí lo que
tenga mucha importancia.
Silencio mientras Doob y Moira lo pensaban.
Por un lado, la propuesta de Markus era muy
lógica; por supuesto, cualquier cosa estaría más
segura dentro de un enorme asteroide de metal.
Pero por otro lado, tenía sus ramificaciones.
Hasta días atrás —antes del Cielo Blanco, la
última vez que habían podido pensar con
tranquilidad—, el destino de Amaltea y de la
Colonia Minera era objeto de debate. ¿El asteroide
era el palo en las ruedas del que debían
deshacerse? ¿O era el escudo que protegería a
toda la especie humana? El asunto se reducía al
cálculo de probabilidades, pero carecían de datos
suficientes para tomar una decisión.
676
Al sugerir que trasladasen el equipo de Moira
al interior del asteroide, Markus se comprometía
con una decisión concreta. Una decisión con la
que Doob estaba de acuerdo por instinto. Pero
resultaba extraño que un hombre como Markus
tomase una decisión así antes de tener los datos.
¿O sabía algo que Doob desconocía?
Habló primero Moira.
—¿Qué pasa si hacemos un tirar y correr?
Se refería a la estrategia, muy discutida pero
probada en las guerras, de soltar el asteroide
Amaltea para abandonarlo y hacer que Izzy,
ligera pero sin protección, pasase a una órbita
más alta con menos bólidos corriendo cerca de
ella.
—En ese caso, primero tendríamos que llevar
todo de vuelta al Nodo X —dijo Markus—. O
donde nos parezca que pueda estar más seguro.
—Moira le lanzó una mirada inquisitiva. Markus
levantó las manos—. Entiendo lo que propones,
pero cada vez me gusta menos la estrategia de
tirar y correr.
—Sabes lo que pienso de los enjambristas —
677
dijo Moira.
Se refería a otra de las maniobras básicas, la
de enjambre puro, en la que todo —y eso
comprendía el laboratorio de Moira— estaría
distribuido entre los arquetes, que pasarían
colectivamente a una órbita más alta. La gente y
los bienes pasarían de un arquete a otro por
medio de una economía de mercado
descentralizada.
—Escucha —dijo Markus—, ahora que abajo
han muerto todos y ya no tenemos que aguantar
tantas tonterías, descubrirás que las ideas de Hu y
los otros tienen más matices de lo que parecía. —
Se refería a que se daba por supuesto que Zhong
Hu, como principal teórico del enjambre y uno de
los cerebros tras Paramebulador, era enjambrista.
Doob asintió. Le costaba recordar que los
millones de comentaristas que en internet
abogaban por una u otra estrategia ahora ya no
eran más que fantasmas.
—Tú sabes algo —le soltó Doob. Entonces se
le ocurrió y lo dijo—: Por Dinah. Por la radio.
—Sí —admitió Markus—. La Ymir vuelve
caliente, alta y pesada —añadió rodeando las
678
palabras con gestos de comillas.
—¿Qué significa eso? —preguntó Moira—.
Está hecha de hielo, ¿cómo puede estar caliente?
—Se aproxima a gran velocidad. No es
imposible de controlar, pero… es emocionante.
—¿Y alta? —preguntó Doob.
—Sean también envió sus parames —contestó
Markus—. Parece que nos ha hecho un gran
favor. Ejecutó el cambio de plano cuando todavía
era fácil hacerlo, en L1.
—Así que cuando dices que viene alta —dijo
Doob—, te refieres a que la Ymir lleva una
inclinación orbital alta… ¿cercana a la nuestra?
—Muy cercana a la nuestra —confirmó
Markus—. Nos dejará ese enorme trozo de hielo
en el regazo.
—Por tanto —dijo Moira—, aparte de todo lo
demás, ¿Sean Probst planea bombardearnos con
un cometa?
—Un trozo de un cometa.
—Un trozo grande —supuso Doob—, si dijo
pesada.
679
—La cifra impresiona —al decirlo, Markus se
giró hacia Doob y le miró a los ojos.
—¡Ufff! —suspiró Doob—. ¿Suficiente para el
Gran Viaje?
—Si podemos hacer que la Ymir se una con
Izzy, sí —contestó Markus—. Es más que
suficiente.
El Gran Viaje era la tercera opción. Implicaba
trasladar Izzy por completo, con Amaltea, a una
órbita mucho más alta. Se tenía por poco probable
debido a la cantidad de propelente que haría falta.
La verdad es que si no fuera por el conveniente
regreso de la Ymir, era físicamente imposible.
Como no confiaban en las posibilidades de Sean,
los que apoyaban la idea habían empezado a
sugerir variaciones a menor escala: como
convertir parte de Amaltea en un deflector de
bólidos y soltar el resto de su masa.
—¿Incluyendo el cambio de plano? —
preguntó Doob.
El rostro de Markus mostró un rastro de
sonrisa. Sabía exactamente a qué se refería Doob.
Porque, como no podía quitarse a Hoyuelo de la
cabeza, Doob había enseñado fotos de su trozo
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favorito de la Luna a Markus, Konrad, Ulrika, Ivy
y algunos de los otros que parecían pertenecer a
la estructura informal de poder del Arca Nube.
—Seamos claros —dijo Markus—. Cuando me
refiero al Gran Viaje, lo digo de verdad. Nos
llevaremos toda Amaltea. Elevamos la órbita
hasta la de la Luna. Cambiamos el plano.
Pasamos a circular. Y acabamos bien protegidos
en Hoyuelo.
—¿Y la Ymir tiene agua suficiente para esa
misión?
—Sí —dijo Markus—, si podemos controlarla
y traerla hasta nosotros.
—¿Eso no debería hacerlo Sean Probst? —
preguntó Moira.
—Ya no —dijo Markus—. Lo que acabo de
contaros ha sido la última transmisión de Sean.
Moira y Doob lo miraron atónitos.
—Su estado de salud no era bueno desde hace
mucho tiempo —explicó Markus—. Sean fue el
último miembro de la expedición en morir.
—¿Estás diciendo que la Ymir es una nave
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fantasma? —preguntó Doob.
—Sí.
—Y no hay forma de controlarla remotamente
—supuso Moira.
—Por desgracia, el código morse de Dinah no
nos sirve para nada en ese asunto —admitió
Markus.
—Así que alguien debe ir y…
—Alguien debe ir y aterrizar en ese puto
montón de hielo —dijo Markus—, entrar en la
Ymir, activar de nuevo el reactor nuclear y
producir el impulso final que la sincronice con
Izzy.
—¿Quién demonios…? —empezó a decir
Doob, pero Markus le cortó señalándose a sí
mismo.
Lo hizo de una forma algo torpe que,
deliberadamente o no, dio la impresión de ser la
pantomima de un suicidio por disparo.
—Mañana pondré a Ivy al mando de Izzy y
del Arca Nube. Estoy reuniendo una tripulación
que irá en un VMI y se unirá a la Ymir. La
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abordaremos. En manual ejecutaremos los
procedimientos necesarios para tomar el control y
traer la carga hasta Izzy. Luego emplearemos lo
que quede de hielo para elevar la órbita de Izzy…
y nos llevaremos a Amaltea al Gran Viaje.
—Eso es… colosal —dijo Moira—. ¿Quién lo
sabe? ¿Cuándo ibas a anunciarlo?
—Acabo de decidirlo —dijo Markus con un
suspiro—. Escuchad, es la única forma. En el
fondo, tanto la de tirar y correr como la de
enjambre puro siempre me parecieron estrategias
demasiado arriesgadas. Lo sucedido con el AGH
lo deja todavía más claro. Lo único razonable es el
Gran Viaje. Llevará mucho tiempo, como dos
años o así. Pero durante todo ese periodo
podremos usar Amaltea para proteger lo más
valioso. Y con eso me refiero a ti y a tu equipo,
Moira. Puedes disponer de los recursos de la
Colonia Minera que sean necesarios para crear un
lugar seguro para el laboratorio genético.
—Muy bien —dijo Moira—. Hablaré con
Dinah.
—Habla con la persona en la que delegue —
dijo Markus—. Dinah tendrá que venirse conmigo
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a la Ymir. La necesito para tratar con todos esos
verdammt robots.
—¿Cómo puedo ayudar? —preguntó Doob. Se
preguntaba si Markus también lo obligaría a ir, y
estaba tan aterrado como emocionado.
—Tienes que decidir cómo vamos a hacerlo —
dijo Markus tras pensar unos momentos—.
Establece una ruta hacia Hoyuelo.
—Sí —afirmó Doob—. Lo haré. —El niño que
llevaba dentro se había quedado alicaído por no
partir en una aventura. Luego se recordó a sí
mismo que ya formaba parte de la mayor
aventura de la historia y que eso, por el momento,
había sido una desgracia completa.
EN TODA CONVERSACIÓN INTERESANTE
sobre viajes espaciales se hablaba de la delta‐uve,
es decir, la variación (aumento o reducción) de
velocidad que hay que darle a un vehículo en su
trayectoria; porque, como era habitual en
matemática, la letra griega delta (∆) se empleaba
para designar la variación de un parámetro y v
era la abreviatura más evidente para velocidad.
Por tanto, delta‐uve era lo que oías cuando los
ingenieros leían en voz alta esos símbolos.
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Como la velocidad se medía en metros por
segundo, delta‐uve también. Los valores de delta‐
uve que se manejaban al hablar del vuelo espacial
tendían a ser muy grandes en comparación con
las que se usaban en lo que Markus llamaba Vieja
Tierra. Por ejemplo, la velocidad del sonido —
también conocida como Mach 1— era de unos
trescientos y pico metros por segundo y muchos
habitantes de la Tierra la habrían considerado una
pasada de rápida, si bien apenas llamaría la
atención en cualquier charla sobre misiones
espaciales.
Era habitual usar como punto de referencia de
delta‐uve el valor necesario para hacer que algo
llegase desde una pista de lanzamiento en la Vieja
Tierra hasta la órbita de Izzy. Era de unos siete
mil seiscientos sesenta metros por segundo, o más
de veintidós veces la velocidad del sonido: una
cifra imposible para cualquier objeto que tuviese
que luchar contra la atmósfera. Pero una vez que
el vehículo llegaba al vacío del espacio, la cosa se
volvía más sencilla: los motores de cohetes
funcionaban con mayor eficiencia, no había
rozamiento ni sacudida aerodinámica, y los
resultados de un fallo no eran siempre
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catastróficos. Llevarlo del punto A al punto B no
era más que una cuestión de darle la delta‐uve
adecuada en el momento adecuado.
La historia de la delta‐uve de Sean Probst,
desde su partida de la Tierra hasta su partida de
la vida, había sido algo así:
El lanzamiento, Día 68, de tierra firme a Izzy
iba a requerir una delta‐uve de siete mil
seiscientos sesenta metros por segundo, según un
cálculo ingenuo; pero como sabría cualquier
veterano del espacio, las pérdidas debidas a la
fricción atmosférica y la necesidad de empujar
contra la gravedad habrían elevado esa cifra a
ocho mil quinientos o nueve mil.
Después de recoger a Larz y la mayoría de los
robots de Dinah, para ir de la órbita de Izzy —que
tenía un ángulo de unos cincuenta y seis grados
con respecto al ecuador— hasta la órbita
ecuatorial donde montaban la Ymir, Sean Probst
había tenido que ejecutar una maniobra de
cambio de plano. Se trataba de una de esas
situaciones en las que la intuición siempre se
equivocaba. En muchos de sus aspectos, la órbita
de Izzy y la órbita de la Ymir no eran muy
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diferentes. Las dos se encontraban a unos pocos
cientos de kilómetros sobre la atmósfera; las dos
eran a todos los efectos circulares (opuestas a
elípticas); y las dos seguían la misma dirección
alrededor de la Tierra. La única diferencia real
entre ellas es que se encontraban en ángulos
diferentes. Y sin embargo, la delta‐uve necesaria
para pasar de una a otra era tan grande que fue
preciso lanzar un cohete separado, que no llevaba
nada excepto propelente extra, solo para que
repostara el vehículo de Sean al prepararse para
el cambio de plano.
Una vez montada la Ymir, se necesitaría una
delta‐uve de unos tres mil doscientos metros por
segundo para colocarla en la muy elongada órbita
elíptica que la había llevado hasta L1. El problema
del cambio de plano había vuelto a manifestarse
cuando ya estaban en ruta. Esencialmente, todo lo
que había en el sistema solar, incluyendo el
cometa Grigg‐Skjellerup, estaba confinado en un
disco plano cuyo centro era el Sol y el plano
imaginario que atravesaba ese disco era la
eclíptica. El eje de la Tierra y el ecuador formaban
un ángulo de veintitrés grados y medio,
aproximadamente, con la eclíptica, lo cual era
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imprescindible para que el invierno fuera distinto
del verano pero incordiaba bastante a los viajeros
espaciales. La órbita inicial de la Ymir estaba
inclinada con ese mismo ángulo. Por suerte, las
maniobras de cambio de plano eran mucho
menos caras, es decir, exigían menor delta‐uve,
cuando se hacían muy lejos; y la Ymir, no había
duda, viajaba muy lejos. Por tanto, habían
ejecutado el cambio de plano en L1, como parte
del mismo encendido, con un total de dos mil
metros por segundo, y así habían pasado por el
pórtico L1 hasta la órbita heliocéntrica.
Tal órbita, más de un año después, se había
cruzado con la del cometa Grigg‐Skjellerup. A
medida que la Ymir se había acercado al núcleo
del cometa, había empleado otros dos mil metros
por segundo de delta‐uve para sincronizar sus
órbitas.
Todas esas maniobras, hasta la llegada a
Grigg‐Skjellerup, se habían ejecutado empleando
los cohetes de la Ymir, que eran convencionales:
quemaban propelente (combustible más un
oxidante) en una cámara y generaban un gas
caliente, que expulsaban por las toberas para
aprovechar el impulso. El encendido final había
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vaciado los tanques de propelente, por lo que el
viaje sería solo de ida, a menos que lograsen
activar el sistema de propulsión nuclear.
Jamás se había fabricado ningún motor capaz
de empujar un núcleo de cometa por el sistema
solar a una velocidad apreciable. Para lograrlo
tenían que insertar el motor nuclear en un plano
en el corazón de la carga de hielo, construirle
detrás una tobera de hielo y luego sacar las aspas
de control, para así lograr que las mil seiscientas
barras de combustible del reactor se calentasen
mucho. El hielo se convertía en agua, luego en
vapor, que salía disparado por la tobera, con lo
que se producía una cantidad de impulso que
podía servir de algo. Por eso, se habían pasado
unos meses desmontando la Ymir e integrando
sus distintas partes en un trozo de hielo extraído
de la bola de tres kilómetros.
Cabía preguntarse por qué solo un trozo; ¿por
qué no llevar de vuelta todo el núcleo del cometa,
si lo que querían era agua? ¿Qué sentido tenía
enviar por el espacio un enorme reactor nuclear si
no lo ibas a usar? Y la respuesta se reducía a que
ni siquiera un enorme reactor nuclear estaba cerca
de la potencia necesaria para mover semejante
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masa de hielo. La misión habría durado más de
un siglo, eso suponiendo que existiera algún
milagroso reactor que pudiese operar a plena
potencia durante tanto tiempo. Para lograr
hacerlo en un tiempo razonable, solo podrían
volver con el mínimo de hielo necesario para el
encuentro con Izzy y la ejecución del Gran Viaje.
En cualquier caso, Sean y su banda
superviviente habían empleado el motor nuclear
para proporcionarle al fragmento extraído de
Greg Esqueleto una delta‐uve de unos mil metros
por segundo, situándolo así en una órbita algo
diferente que, unos meses después, lo llevase a
L1. Sean había sobrevivido lo justo para extraer
las aspas de control una última vez y ejecutar una
delta‐uve que había invertido radicalmente la
maniobra usada dos años antes para abandonar el
pórtico L1. Con eso la Ymir se había situado en
una órbita geocéntrica mientras ejecutaba, con el
menor coste posible, el cambio de plano necesario
para lograr un posterior encuentro con Izzy. Un
par de días más tarde, Sean había enviado el
mensaje: «Volviendo caliente, alta y pesada» y
luego murió. Solo podían elucubrar sobre la causa
de la muerte.
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El equipo de recuperación que Markus
organizaba usaría un VMI (vehículo modular
improvisado), montado a base de piezas: una
especie de Lego para construir naves espaciales,
bien ordenado en un conjunto de módulos,
llamado colectivamente el Astillero, conectado a
Cola.
Habitualmente el Astillero era un montaje en
forma de T. Un brazo de la T, que surgía a babor
de Cola, estaba recubierto con piezas VMI. El
brazo opuesto era un grupo de tanques esféricos
rodeados por una colección de separadores. Estos
últimos empleaban energía eléctrica para separar
las moléculas de agua en hidrógeno y oxígeno,
que mandaban a frigoríficos, donde se enfriaban
los gases hasta convertirlos en líquidos
criogénicos que podían guardar en los tanques.
Eso en cuanto al brazo de la T. El largo trazo
vertical era un armazón rematado por un reactor
nuclear: no un pequeño GTR como el de los
arquetes, sino un reactor de verdad, diseñado
para un submarino y muy mejorado para la
función que acabó desempeñando.
Al primer producto del Astillero, Markus lo
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llamo Nueva Caird, en honor a un pequeño bote
usado en la expedición de Shackleton a la
Antártida. Se montó y quedó listo en diez días: un
tercio del tiempo que estimaban que le llevaría a
la Ymir llegar desde L1 y realizar la aproximación
más cercana a la Tierra.
Dos años antes habría sido totalmente
impensable diseñar, montar y probar tan
rápidamente un vehículo así. Sin embargo, en el
intervalo entre Cero y el Cielo Blanco, los equipos
de ingenieros de varias agencias espaciales
públicas y compañías aeroespaciales privadas
habían previsto la necesidad futura de improvisar
vehículos espaciales a partir de piezas estándar,
como cascos de arquetes y motores de cohetes, y
habían creado un conjunto de piezas, una lista de
procedimientos y algunos diseños básicos que se
podían adaptar para cubrir alguna necesidad
concreta. A todos los efectos, un gran conjunto de
ingenieros en la Tierra, todos muertos excepto
tres, habían diseñado, un año antes, Nueva Caird.
Esos tres ingenieros habían acabado en la
Población General. Aprovechando el trabajo de
sus predecesores, a las pocas horas de que
Markus tomase la decisión fueron capaces de
692
crear un diseño básico, al menos lo mínimo para
empezar a juntar piezas. Después, durante la
semana y media, fueron surgiendo de los
programas de diseño los detalles, y las piezas y
los módulos necesarios fueron moviéndose por el
Astillero hasta tener listo el vehículo.
Nueva Caird tendría que ejecutar un encendido
para llegar a una órbita que interceptase la de la
Ymir, y otro para igualar su velocidad, de forma
que la tripulación pudiese abordar la nave
fantasma y controlar el timón. La delta‐uve total
de la misión, para el viaje desde su partida en el
puerto de atraque de Izzy hasta un puerto de
atraque similar en la Ymir, era de unos ocho mil
metros por segundo.
En ese punto la conversación pasaba a la
relación de masas: la cifra más importante
después de la delta‐uve en lo que a la
planificación de una misión espacial se refería.
Indicaba cuánto propelente necesitaría un
vehículo al comienzo del viaje para lograr la
delta‐uve necesaria.
Los no técnicos tendían a sustituir combustible
o gasolina por propelente, con una analogía obvia
693
con el material que quemaban los motores de
coches y aeroplanos. No se trataba de una mala
analogía, pero sí incompleta. Además de
combustible, la mayor parte de los motores de
cohete precisaban de algún tipo de sustancia
química rica en oxígeno (en el caso ideal, oxígeno
puro) con el que quemar. En los coches y los
aviones era el aire, sin más, pero Los cohetes
almacenaban el oxidante en un lugar distinto al
combustible hasta que era necesario. El término
que agrupaba las dos sustancias era propelente, y
su peso y su volumen combinados determinaban
el diseño de un vehículo espacial; eso no ocurría
con los coches, cuyo tanque de combustible era
pequeño en relación con su tamaño total.
Una parámetro muy útil para definir esa
situación era la relación de masas, que se
calculaba dividiendo el peso del vehículo al
principio, con el propelente, por su peso al final,
con los depósitos ya vacíos. Si conocías la calidad
de los motores y qué delta‐uve te hacía falta,
entonces la relación de masas se podía calcular
empleando una fórmula sencilla bautizada con el
nombre del científico ruso Tsiolkovski, que era
quien la había deducido. Se trataba de una
694
ecuación exponencial: un hecho que lo explicaba
casi todo sobre la economía y la tecnología del
viaje espacial, porque si te encontrabas en el lado
equivocado de la curva podías darte por jodido.
Tras introducir en la ecuación de Tsiolkovski
los datos de la misión de recuperación de la Ymir,
encontraron que la relación de masas tenía un
valor de siete, es decir, que por cada kilogramo de
material —Markus, Dinah, otras personas, robots
variados, etcétera— que querían que llegase hasta
el puerto de atraque de la Ymir, necesitaban seis
kilos de propelente en el momento de la partida
de Izzy. No era complicado lograrlo, sobre todo
en el caso de un vehículo que no tenía que sufrir
el rigor de pasar por la atmósfera.
La carga, en aquel caso, era un simple arquete
mejorado con una puerta lateral: una esclusa en la
que cabía una persona vestida con traje espacial.
Aparte de eso, había quedado reducido al equipo
mínimo para mantener a cuatro personas con
vida durante días. Por supuesto, a su masa había
que añadirle la de los humanos, la comida y
demás elementos esenciales. Era asombrosa la
ligereza de los cascos de los arquetes; los cascos
nuevos, fabricados con material compuesto,
695
pesaban ochenta kilos. Quitando todo lo que lo
volvía cómodo y habitable a largo plazo, y
añadiendo la abertura lateral, los impulsores de
maniobra y una cantidad razonable de
propelente, la masa de Nueva Caird era unas diez
veces la inicial. Los humanos pesaban trescientos
kilos. El motor que ejecutaría todas las maniobras
importantes pesaba otros dos mil. Por tanto, en
números redondos, la masa de la carga —todo lo
que tenía que llegar hasta el puerto de atraque de
la Ymir— era de unos tres mil quinientos kilos. La
relación de masas de siete indicaba que la masa
de propelente, al principio del viaje, tendría que
ser de unos veintiún mil kilos de hidrógeno y
oxígeno líquidos.
El Astillero estaba equipado con varios
tanques de propelente criogenizado de distintos
tamaños, algunos diseñados para contener LH2
(hidrógeno líquido) y otros un poco distintos para
LOX (oxígeno líquido). Los tanques escogidos se
unieron en fila, con el motor cohete debajo y la
protección térmica envolviéndolo todo. La Nueva
Caird en sí —el arquete con los humanos dentro—
se proyectaba hacia delante sobre una sección de
andamio de la longitud justa para que los
696
propulsores de maniobra al activarse no dañasen
ninguna de las otras partes.
Mientras se construía el VMI, había que
dividir en hidrógeno y oxígeno veintiún mil kilos
de agua, que luego había que congelar hasta
temperatura de criogenización para almacenarlos.
El lado a babor del Astillero ya tenía algo de LH2
y LOX, pero, por lo genral, no se disponía de una
gran cantidad de ninguno de los dos, ya que eran
sustancias muy complicadas de manejar. La
demanda la suministraba el reactor naval del
largo brazo del Astillero, que ahora funcionaba a
plena potencia por primera vez desde su
lanzamiento, pieza a pieza, en distintos cohetes
pesados desde Cabo Cañaveral. Al lanzar
electricidad por unos gruesos cables hasta los
separadores, pudo convertir veintiún toneladas
de agua en gases y enfriar los gases hasta la
temperatura de criogenización mientras
terminaban con el resto de los preparativos.
Era mucha agua: aproximadamente catorce
litros por cada humano vivo. Evidentemente, el
Arca Nube reciclaba el agua y estaba lejos de que
se le acabase. Sin embargo, la idea de llevarse
semejante cantidad y soltarla en el espacio, sin
697
poder recuperarla, ponía nerviosa a mucha gente.
Sobre todo a los partidarios de la estrategia de
tirar y correr.
Había un buen contraargumento: el objetivo
de Nueva Caird era adquirir y controlar un trozo
de agua helada que pesaba tanto como la propia
Izzy unida al enorme trozo de hierro al que Izzy
estaba pegada (y que así seguiría, si los
defensores del Gran Viaje se salían con la suya).
Cuando Nueva Caird llegase hasta ella, era de
suponer que podrían reducir la velocidad de Ymir
y aproximarla a Izzy activando su motor. Y ese
motor era una bestia realmente primitiva, pero
con el reactor nuclear disponía de un suministro
de energía infinito y con una vasta reserva de
propelente en forma de hielo. Sin embargo, la
eficiencia del sistema de propulsión a vapor era
mucho menor que la de un cohete de verdad. Por
tanto, la relación de masas necesaria para reducir
la velocidad de la Ymir desde la alta velocidad de
su órbita elíptica con la que caía hacia el pozo de
gravedad de la Tierra, e igualar así la órbita
mucho más lenta y circular de Izzy, era de treinta
y cuatro, aproximadamente. Es decir, el noventa y
siete por ciento del hielo que en aquel momento
698
estaba fijado a Ymir se fundiría, se convertiría en
vapor y saldría por la tobera improvisada para
reducir la velocidad. Sin embargo, el tres por
ciento restante seguiría pesando tanto como Izzy
y Amaltea juntas; y dividido en hidrógeno y
oxígeno, formaría el combustible necesario para
impulsar el Gran Viaje hasta llegar a Hoyuelo.
—NO ESPERABA QUE FUESE NEGRO —
dijo Dinah. Oía su propia voz como si surgiese de
una tubería de desagüe de un kilómetro de
longitud. Estaba bastante segura de que un
minuto antes había perdido el conocimiento.
Quizá todavía no se había recuperado del todo.
Markus tardó en responder. Quizás él
también hubiese perdido el conocimiento. Quizá
solo estaba distraído.
—El núcleo de los cometas está cubierto de…
—Una asquerosa sustancia negra, sí, lo sé,
Markus. ¿Recuerdas quién soy?
—Lo siento. No me llega riego suficiente al
cerebro.
—Pero esto no es más que el fragmento que
Sean arrancó de Grigg‐Skjellerup. ¿Por qué está
699
cubierto?
—No lo sé —dijo Markus.
Miraban la Ymir a una distancia de diez
kilómetros y aproximándose. La veían en las
tabletas, a través de cámaras de aumento.
Vyacheslav Dubsky, que estaba más cerca del
extremo delantero de la Nueva Caird, pegó la cara
a la diminuta ventanilla de la nave y buscó una
nave negra en el cielo negro, pero la expresión de
su cara dejaba claro que todavía estaban
demasiado lejos para que el ojo humano sirviese
de algo.
—Quizás estuviese haciéndonos un favor —
dijo Dinah—. La sustancia negra está formada por
todo tipo de materiales. Carbono, claro está. Pero
también nitrógeno, potasio…
—Micronutrientes —dijo Markus—, que el
Arca Nube va a necesitar.
—Es posible que usase algunos de los robots
para rascar Greg Esqueleto y cargar con parte de
la mugre —elucubró Dinah.
—Pronto lo sabremos —dijo Vyacheslav—. Es
de esperar que dejase algún documento.
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