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Published by snullbug20, 2019-02-03 14:46:41

Seveneves -Neal Stephenson

durmiendo en el núcleo celular de sus


antepasados. Era un poco descabellado y, en


cualquier caso, su genoma no contenía suficiente


material neandertal como para que fuese posible,



pero sí produjo una raza de personas con rasgos


vagamente neandertales, y con el tiempo, los


procesos de Caricaturización, Aislamiento y


Aumento —que afectaron a todas las razas en


mayor o menor medida— causaron cambios muy


pronunciados en esa subraza. Se dio uso a


secuencias genéticas extraídas del dedo del pie de



un esqueleto neandertal encontrado en la Vieja


Tierra y secuenciado antes de Cero. Se habían


aplicado técnicas de minería de datos a las


revistas de paleontología de la Vieja Tierra en


busca de estadísticas sobre longitud de huesos y


fijación de músculos para introducirlo todo en el


organismo neoánder. El hombre sentado al


extremo de la mesa era el producto artificial de la


ingeniería genética y reproductiva, pero en la



Europa prehistórica no habría sido posible


distinguirlo, al menos por su apariencia, de un


verdadero neandertal.




La creación de la nueva raza se había


producido por acumulación, a lo largo de los





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siglos. Para cuando los neoánderes fueron una


realidad, ya era demasiado tarde para


preocuparse por la tonta pregunta ética de si


había estado bien crearlos. Durante su lenta



diferenciación de las otras razas, habían


desarrollado una historia y una cultura propias,


de las que estaban tan orgullosos como cualquier


otro grupo étnico de la suya.




No era sorprendente que buena parte de esa


historia cultural se refiriese a su relación con los


teklanos, que casi siempre eran, porque así se


había decidido, combativos. En su base más



simple y estúpidamente reduccionista, la versión


teklana de la historia decía que los neoánderes


eran unos peligrosos hombres‐mono creados por


una Eva demente como maldición contra las otras


razas. Según los neoánderes, los teklanos eran lo


que Hitler habría creado de haber tenido


laboratorios de ingeniería genética, por lo que,


pensaban, había sido un acierto de previsión que


Eva Aïda creara una fuerza contraria de



protectores prácticos y acogedores, sí, pero


también inmensamente fuertes y peligrosos.




En gran medida ese enfrentamiento se había


vuelto irrelevante en cuanto el mundo táctico



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acabó dominado por katapultas y munibots, ya


que la fuerza física dejó de tener tanta


importancia en las batallas. Pero la antipatía


original persistía y explicaba que la reacción



inmediata de Beled al entrar en una habitación


donde había un neoánder fuese prepararse para el


combate cuerpo a cuerpo.




Doc decidió no hacerle caso. «Eso si se ha


dado cuenta», pensó Kath Two, a pesar de que


estaba razonablemente segura de que Doc se daba


cuenta de todo.




—Beled, Kath, creo que no conocéis a


Langobard.




Era un nombre aïdano bastante común.




—Con Bard basta —propuso Langobard.




—Langobard, te presento a Beled Tomov y a


Kath Amaltova Two.




Bard se levantó y apareció en toda su estatura,


tampoco muy impresionante, ejecutando la


versión aïdana del saludo, que se hacía con las



dos manos. Luego alargó un brazo hasta una


distancia que parecía imposible y dejó la mano


tendida. Beled seguía sin estar dispuesto a




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moverse, así que Kath Two avanzó y extendió la


mano. Nunca había mantenido contacto físico con


un neoánder. Incluso en Rojo eran escasos, ya que


gran parte de la población actual se había



mudado a Nueva Tierra para hacerse Aborígenes.


Se veían pocos neoánderes en Azul. Langobard le


dio la mano con una delicadeza elaborada,


engullendo la de Kath Two en una zarpa de carne


con dedos del tamaño del brazo de un bebé y


apretándola con mucha suavidad. Estaba bien


afeitado e iba cuidadosamente acicalado, con ropa



que le sentaba bien, ¿dónde encontraría un sastre


una persona así? Por su expresión parecía que se


divertía, como si supiese lo que Kath estaba


pensando.




—Encantado —saludó, con una ligera


inclinación que no hizo más que dejar claro el


tamaño y la masa de su cabeza. Cuando ella le


devolvió el saludo, Bard le soltó la mano, sin


haberle hecho nada de daño, y se la ofreció a


Beled—. ¿Teniente Tomov? Encantado de



conocerle. ¿Qué va a ser? ¿Puñetazo en la cara?


¿Apretón de manos? ¿O un gran abrazo cálido? —


Echó el brazo atrás mientras extendía el otro, con


lo que se apreció que su envergadura era mayor





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que su altura, como si se ofreciese a abrazar a


Beled desde el otro lado de la mesa.




Al menos con aquel gesto logró romper la


tensión hasta el punto de que Beled se serenó y


adoptó una postura menos amenazadora. Saludó



y correspondió al gesto extendiendo la mano. Las


manos del teklano y del neoánder se encontraron


a pocos centímetros de la cara de Kath Two. Pudo


oír el restallido de los nudillos al comprobar cada


uno la fuerza del otro. Al otro lado, más lejos, de


ese espectáculo estaba Ty, observándolo con una


expresión que no era fácil de interpretar, entre



otras cosas porque el lado que tenía hacia ella era


el dañado; pero le pareció detectar cierta


diversión irónica, quizás algo temperada por lo


asombroso de la situación.




Ty vio que Kath Two lo miraba, agitó la


cabeza y resopló.




—Espero no haberme puesto demasiado


elegante —comentó Bard después de que él y


Beled se soltasen sin incidentes—. Cuando vengo


a Cuna a veces me paso.




—¿Vienes mucho? —preguntó Ty.




Kath Two comprendió que el comentario de


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Bard era un pie para conversar, no una


información. Ty, con los reflejos sociales de un


camarero dinano, lo había reconocido como tal y


lo aprovechaba.




—La verdad es que resulta sorprendente que



jamás nos hayamos cruzado —dijo Bard


hablándole a Ty pero mirando a Kath Two por el


rabillo del ojo. Bard esperó a que ella se sentara


para hacerlo él. Luego cogió la jarra vacía—: La


carta de bebidas deja claro que tienes algunos


productos de la superficie. Por cierto, gracias por


la cerveza.




—Un placer —dijo Ty.




—He pasado casi toda mi vida en la superficie


—explicó Bard—, donde algunos miembros de mi


clan cultivan uvas. Producimos vino. Nuestro



principal mercado son los restaurantes de Cuna,


aunque enviamos algunas cajas a las bodegas


privadas de la Gran Cadena.




—Eso explica por qué no nos conocemos —


dijo Ty.




Kath Two interpretó que quería decir el Nido


del Cuervo no suele tener vino de tan alto nivel, pero


Bard adoptó una expresión pícara y, tras un


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momento, preguntó:




—¿Se te había ocurrido alguna otra


explicación, Ty?




—¿Dónde está el viñedo de tu clan? —exigió


Beled. Luego, intentando suavizar la pregunta, a


destiempo, añadió—: Si no te importa.




—Claro, no es un secreto —dijo Bard—.


Antimer. Muy cerca de la línea de demarcación.




Kath Two no sabía mucho sobre ese lugar,


pero podía visualizarlo: un archipiélago con



forma de medialuna situado en una latitud media


entre las Aleutianas y Hawái. Era el borde de un


enorme cráter meteórico. Tenía algunas islas


bastante grandes y algunas de ellas cruzaban el


antimeridiano —ciento ochenta grados al este o al


oeste de Greenwich—; de ahí su nombre. Pero la


mayor parte del archipiélago se encontraba al este



de ese punto y llegaba hasta los ciento sesenta y


seis grados y treinta minutos de longitud oeste.


Esa era la localización de una de las dos barreras


que los aïdanos habían construido atravesando el


anillo hábitat. Era el punto más occidental al que


podía viajar el Ojo por lo que servía de frontera


entre Rojo y Azul. Al encontrarse en medio del




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Pacífico, que, a pesar del gran efecto de la Lluvia


Sólida, seguía siendo un enorme espacio de agua,


no había una gran frontera terrestre. La línea 166


Treinta atravesaba Beringia: la unión de Alaska



con la zona más al este de Siberia. Por tanto, en


ese punto había una frontera terrestre, así como


en la zona de clima más agradable de Antimer,


situada a unos miles de kilómetros al sur. Se


trataba de la línea de demarcación a la que se


había referido Bard, si bien omitió con mucho


cuidado en qué lado estaba el viñedo. El borde



era muy difuso. En un mundo tan poco poblado


no tenía sentido molestarse en observarlo muy


estrictamente. La mucho más larga frontera


terrestre situada en la longitud de los noventa


grados este, sobre Daca, serpenteaba sobre el


lugar, ya que recorría la parte más ancha de Asia


y zigzagueba para sortear los cráteres, el


Himalaya y otros obstáculos.




Bard había transmitido una imagen general


muy clara. Su clan, fuera eso lo que fuese, de



neoánderes había descendido a la superficie tan


pronto como fue posible vivir allí. Puede que


fuesen Adelantados (que era lo que Kath Two


había supuesto en el caso de Tyuratam Lake)





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pero, considerando su raza, lo más probable es


que fuesen militares, enviados a Antimer —un


lugar bastante tentador— para garantizar su


ocupación. Porque gran parte de la cadena



Antimer se encontraba en el lado Rojo de la línea,


por lo que se consideraba una posesión valiosa.


Pero tenía esa problemática extensión al otro lado,


donde Azul podría, de quererlo, establecer una


avanzadilla. Desde allí podrían ejecutarse


incursiones militares al oeste si el tratado no se


cumplía. Todo eso había sucedido en la Guerra en



los Bosques. Durante las negociaciones del


tratado que le puso fin a aquella guerra, Rojo se


había esforzado por reclamar todo Antimer; para


ello definió a todos los efectos una pequeña


desviación de la Línea de Demarcación hacia el


este, con lo que se habría sacado esa espina. En


ese punto no hubo acuerdo, por lo que la disputa


continuaba. De haber vivido más gente en aquel


lugar, se podría haber definido una zona no



militarizada, una tierra de nadie, y todos los


elementos habituales en una frontera propia de la


Guerra Fría. En la situación que vivían, todo era


difuso. El acuerdo tácito era no causar problemas,


pero los dos bandos tenían un buen número de


puestos militares y estaciones de vigilancia



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observando cualquier movimiento. La explicación


más evidente de que allí viviesen muchos


neoánderes era que los habían mandado como


fuerza militar y habían ido acompañados de la



familia. Tras expirar el periodo de servicio, habían


rechazado la invitación de regresar al hábitat


espacial abarrotado de donde procedían y se


habían dispersado por el campo, que se decía era


un buen lugar para vivir. Era ilegal, pero seguro


que las autoridades Rojas habían hecho la vista


gorda, comprendiendo que llenar aquel sitio de



neoánderes reforzaría su control.




Su herencia neandertal era una invención


completa, pero todo el mundo la daba por


verídica… una especie de alucinación histórica


consensuada. Posiblemente Aïda y sus


descendientes más sedientos de sangre tuviesen


la esperanza de que la capacidad de lucha de su


subraza provocase miedo o, al menos, respeto.


Algunos neoánderes gozaban de esa fama. Pero la


mayoría de ellos prefería una visión revisionista



de la historia neandertal que los pintaba como


muy inteligentes (su cerebro era mayor que el de


los humanos modernos), dotados para el arte y


esencialmente como protoeuropeos pacíficos. Los





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neoánderes con inquietudes intelectuales


celebraban seminarios sobre esos aspectos de su


cultura y los más prácticos aspiraban a vivir de


ese modo. No había mejor lugar para vivir ese



sueño que Antimer, con sus clima templado muy


europeo. Por lo que resultaba totalmente


plausible que el grupo de neoánderes enviados


por Rojo como tropas de choque, tras el paso de


una generación o dos acabase administrando


viñedos en la difusa frontera cercana a la Línea de


Demarcación; y cuando las vides alcanzaran la



madurez, lo lógico era intentar vender el vino en


el anillo. El mercado inicial estaría formado por


los expertos y los restaurantes de mayor nivel,


por lo que sería preciso que un miembro pulcro,


con buenos modales y bien vestido del clan


estableciese contactos comerciales en lugares


como Cuna.




La imagen total, o algo similar a la imagen


total, apareció en la mente de Kath Two y era de


suponer que también en la de Ty, Beled y los



otros tan pronto como oyeron las palabras de


Bard. Pero el comentario de Ty —«Bien, ahí tienes


una explicación. Para que no nos hayamos


conocido»— y la no respuesta de Bard —«¿Se te





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había ocurrido alguna otra explicación?»— eran


incómodos. ¿Ty ponía en cuestión la historia de


Bard? La expresión de la cara de Ariane al mirar


al neoánder no era lo que se podría considerar



acogedora y estaba claro que la juliana tenía


suspicacias y que buscaría otra explicación más


allá de la superficial.




Ty también parecía haberse dado cuenta; sus


ojos saltaban de Ariane a Bard.




Bard miró a Ty y sonrió; al retirarse su


inmenso labio superior dejó ver una fila de


amarillentos peñascos esmaltados plantados en la


mandíbula.




—Seguro que cuando estemos juntos en


nuestro Siete, Tyuratam y yo tendremos muchas


oportunidades para contar increíbles historias



sobre las actividades de nuestras respectivas


familias durante su vida en la superficie.




La pregunta seguía sin respuesta, pero un


comentario tan encantador zanjaba el tema al


dejar claro que el pasado de Tyuratam Lake, si


decidía contárselo a todos, era probablemente tan


complicado como el de Langobard. Quizás


intentase también hacerles sentir un poco




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culpables: por qué sentían tanta curiosidad por el


neoánder cuando era posible que otros miembros


del Siete fuesen también dignos de escrutinio.




Ariane se recostó en su silla y fingió mirarse


las uñas. No estaba satisfecha en absoluto.



Intentando pensar durante un minuto como un


juliano, Kath Two se imaginó qué debía de


parecerle: una criatura que una panda de locos


había producido por reproducción selectiva para


que fuera capaz de matar con sus propias manos


y que, al mismo tiempo, era asombrosamente


diestra en sus interacciones sociales.




—Soy el que soy —dijo Ty.




—¿Y quién es ese? —preguntó Ariane.




—Un camarero. Encantado siempre de


conocer gente nueva. —Hizo un gesto hacia


Bard—. O de servir bebidas a los invitados.



¿Alguien tiene sed? —Nadie admitió tener sed—.


Hablo de bebidas. Estoy seguro de que todos


tenemos sed de conocimientos.




A Doc le gustó el comentario.




—¿El conocimiento en general, Tyuratam?




—¡Uy! Si yo fuese un hombre de


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conocimientos en general, viviría en Stromness —


contestó Ty—. Sería un coleccionista de datos. No,


mi punto de vista es más bien utilitario.




—Es decir que te gustaría saber qué hacemos


aquí —interpretó Doc.




A Ty le pareció demasiado directo. Se levantó


el borde de un tejido cicatrizado que en su época



había sido una ceja de color miel.



—Si te apetece hacer algún comentario al



respecto, estaré encantado de oírlo —admitió—.


Si no, bien, estoy dispuesto a participar en el


viaje… hasta cierto punto.




Doc miró al otro lado de la mesa, hacia


Ariane, de una forma que provocó movimientos


de engranajes en la cabeza de Kath Two. Pasaba a


Ariane el control de la reunión. Quizá fuese


excesivo decir que ella estaba al mando, pero



probablemente se comunicara con el que


mandase.




—La mayor parte de nuestras operaciones se


realizarán en la superficie —dijo—. Es posible que


lo hayáis deducido por nuestros esfuerzos por


que haya Aborígenes —miró a Ty y a Bard— y


personal de Topografía. —Hizo un gesto hacia


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Kath Two y Beled, lo que provocó otro bufido


sardónico de Ty, como señalando lo poco creíble


que resultaba que un hombre con el perfil del


teniente Tomov fuera miembro de Topografía.



Ariane le dirigió una mirada fría a Ty, como


diciéndole no empecemos y siguió hablando—: Y


no necesito destacar la amplia conexión con la


superficie en el caso de Doc y Memmie.




La ausencia evidente de la lista era la propia


Ariane, pero si era consciente de la omisión, no


manifestó nada, por lo que cada uno tuvo que


elucubrar por su cuenta sobre la conexión entre la



carrera de Ariane y la superficie.



—La discreción es muy importante —



prosiguió Ariane—, razón por la que sobre todo


operaremos desde Cuna y emplearemos


transportes atmosféricos o de superficie. —Quería


decir que nada de aviones y cosas que se


arrastraban por la superficie de Nueva Tierra en


lugar de cohetes, bolos y dispositivos Aitken‐


Kucharski como los gigantescos látigos—. En la


medida de lo posible, entraremos a Cuna y


saldremos de ella a pie, por las vías subterráneas,



a las que se llega por los conectores.







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—¿Cuándo es el próximo…? —fue a


preguntar Kath Two.




—Cayambe —dijo Ariane—. Dentro de dos


días.




—¿Viajaremos de Cayambe a Beringia por la


superficie?




Ty y Bard la miraron con curiosidad.




—No he hablado de Beringia —corrigió


Ariane.




—Pero es evidente adónde vamos —dijo Kath


Two—. Es donde nos enviaron a Beled y a mí, y a


otra mucha gente de Topografía. Allí vi lo que vi;



lo que le conté a Beled. Todo esto surge de eso,


¿no es así?




—Lleva preparándose desde mucho antes.


Años —dijo Ariane—. Pero no te equivocas.




—Ty es de esa parte del mundo, lo sé por su


acento. Bard es de algún lugar al sur de ahí, de


Antimer —añadió Kath Two.




—Iremos al norte desde el conector Cayambe,


sí —dijo Ariane.




—El del norte es un camino jodidamente largo



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—comentó Ty.




—Nada nos impide usar transporte aéreo —le


recordó Ariane.




—Si pudiésemos conseguir un planeador lo


bastante grande —dijo Kath Two—, las oleadas


de montaña nos llevarían por encima de los


Andes, las Sierras y las Cascadas en un día o dos.




—Tengo plena confianza —dijo Ariane— en


que podremos conseguir un planeador lo bastante



grande.




LA SUPERFICIE INFERIOR DE CUNA, que


solo era visible para la gente que estaba de pie en


la superficie —más en concreto, en el ecuador— y


miraba hacia arriba, era plana y generalmente con


forma de huevo, alongada en la dirección de su


movimiento este‐oeste. Si la examinabas más de


cerca, quedaba claro que la bastante lisa superficie



estaba interrumpida aquí y allá por escotillas


pequeñas, abultamientos de exquisita ingeniería,


orificios y otros detalles. Estaban distribuidos


sobre la superficie por lo demás lisa de una forma


que daba a entender una mente en acción que


lidiaba con las complicaciones de la ciudad que


tenía encima.




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Habían liberado y aplanado la tierra en varios


puntos a lo largo del ecuador de Nueva Tierra,


que luego habían reforzado por medio de bases


de cemento. Estas tenían la misma forma y el



mismo tamaño que la superficie inferior de Cuna,


y estaban equipadas con sus escotillas y orificios


iguales a los de Cuna. Cuna podía descansar


perfectamente en uno de esos conectores cuando


el Ojo estaba justo encima. Allí podría residir


durante horas o días, tomando y dejando


suministros, y comunicándose con el entorno.



Pero nunca permanecía mucho tiempo, ya que


seguía los movimientos del Ojo, que siempre


tenía asuntos urgentes en otras partes del anillo.




En esos momentos, un viajero que no supiese


nada de cables orbitales y artefactos similares, al


salir del bosque o subir a una colina cercana y


mirar Cuna, la vería como una ciudad normal: es


decir, estacionaria. El asa de cubo que se elevaba


bien alto sobre su parte superior daba a entender


alguna naturaleza extraña. Sin embargo, dejando



ese detalle de lado, su aspecto recordaba a un


fuerte aislado.




Algunos de los conectores mejor establecidos


habían empezado a acumular suburbios: ciudades



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en forma de anillo que cobraban vida cuando


Cuna residía en ellas. Muchas parecían bases


militares, instalaciones científicas y asentamientos


fronterizos y compartían el propósito de este tipo



de lugares. La visión siempre había sido que con


el tiempo aparecerían muchas similares y se


crearía un anillo alrededor del ecuador igual al


anillo hábitat que había encima; y que cuando la


Nueva Tierra estuviese abierta al asentamiento


general, se convertirían en ciudades importantes.


Visitar ahora uno de esos lugares, siglos antes de



su glorioso esplendor, era algo así como un gusto


adquirido… un poco como recorrer el lugar de


construcción de un edificio tras poner los


cimientos y con solo algunas paredes. Los


constructores, los soñadores y la gente con


imaginación disfrutaban de lugares así: los demás


no veían nada.




Cayambe y Kenia habían sido los dos


primeros conectores, construidos respectivamente


en los lugares más adecuados de Sudamérica y



África. En cada uno había unas diez mil almas.



El nombre de Cayambe venía de un volcán en



la intersección de los Andes y el ecuador, en lo


que una vez fue el país Ecuador. Por supuesto,



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durante la Lluvia Sólida había recibido un buen


castigo y durante un tiempo volvió a tener


erupciones. Pero ahora llevaba setecientos años


dormido. En cualquier caso, el conector de



Cayambe se había construido bien lejos de las


fumarolas más activas, dejando la cumbre del


volcán, que ahora tapaba la nieve, muy lejos, de


forma que se pudiese admirar desde las ventanas


de Cuna que mirasen en esa dirección.




La torre del Nido del Cuervo ofrecía vistas en


todas las direcciones, por lo que dos días más


tarde Tyuratam Lake, de pie tras la barra



limpiando un vaso, pudo mirar por entre dos


tiradores y ver el pico pasar y aparentemente


alzarse en el horizonte mientras Cuna descendía


cautelosamente hacia el conector. Sonaron bocinas


por toda la Cuna y por la ciudad anular terrestre


que ahora aparecía al otro lado de sus pantallas


contra el viento. Por pura costumbre, Ty se metió


el trapo en el bolsillo del pantalón, dejando que le


colgase pierna abajo, y alargó la mano para



afianzarse contra la barra. La parte inferior de


Cuna y la zona equivalente en la superficie


estaban diseñadas de tal forma que entre ellas


quedase atrapada una capa de aire que hacía de





1320

colchón durante el último metro de descenso. El


aire podía escapar a través de una fila de vías de


escape, que alrededor de la periferia de Cuna


apuntaban hacia arriba; así que la indicación del



atraque final fue, como de costumbre, el rugido


del aire escapando y las estelas de humedad


condensada que saltaron hacia el cielo azul sobre


los Andes. El más delicado de los traqueteos hizo


que los vasos y los platos entrechocasen en el


interior de los armarios del bar.




Las bocinas y los escapes de aire se callaron al


mismo tiempo. A través de las ventanas del bar,



que Ty había dejado ligeramente abiertas, se oyó


el habitual coro de aplausos que surgían de las


calles de piedra de la colina del Capitolio. Miró el


cronógrafo. Algunos políticos y generales, que


habían abandonado de momento su desayuno


para observar el atraque y admirar el perfil del


volcán Cayambe, se volvieron a inclinar hacia


adelante, cogieron el tenedor y retomaron la


conversación. La Cuna acababa de convertirse en



la ciudad más grande de Nueva Tierra y lo sería


durante veinticuatro horas. Su sistema de


pantallas contra el viento, construido para aislar


la ciudad de la ráfaga creada por su movimiento a





1321

través de la atmósfera, parecía más bien una


barbacana, levantada en algún momento para


defender una antigua ciudad y ahora reducida a


una curiosidad histórica y a una línea divisoria



entre barrios.




Aparte de observar con curiosidad las idas y


venidas a través de las ocho puertas de Cuna,


Cuarentena no hacía ningún esfuerzo por


controlar la mezcla de la población. Las visitas a


Cuna eran tan breves que detener, examinar e


interrogar a todos los que entrasen y saliesen


haría que la visita no tuviese ningún sentido.




Gracias a esa política relajada, el tiempo que el


transeúnte medio debía invertir para ir desde la



más cercana de las ocho puertas hasta el Nido del


Cuervo era de nueve minutos. El primer cliente


apareció a los siete, respirando algo pesadamente,


y pidió una cerveza. Ty no lo reconoció, pero sí le


resultaron familiares las otras dos caras que


treinta segundos más tarde atravesaron la puerta.


Durante el siguiente cuarto de hora el local se


llenó de una mezcla de clientes habituales (tanto


de Cuna como de Cayambe) y curiosos. El



personal de Ty, más que acostumbrado a esos


picos de trabajo, se puso a abrir las sala traseras.



1322

Llegaron cocineros de refuerzo a través de una de


las puertas traseras, que de inmediato dieron uso


al mise en place preparado la noche antes.




Es decir, todo fue como la seda. Y así era


como le gustaba a Ty que saliesen las cosas. La



capacidad del Nido del Cuervo para acoger a


todo aquel montón de gente de un conector sin


que Ty tuviese que intervenir, excepto para


limpiar un vaso, era en cierta forma la gran obra


de su vida. En aquel local había realizado todos


los trabajos posibles, desde fregar el suelo hasta lo


más alto, y con el tiempo había aprendido a



delegar esas labores a otros que supiesen


ejecutarlas mejor. En otras palabras, había


avanzado a niveles superiores de actividad


mental; mientras, dedicaba el tiempo justo a


fregar el suelo y limpiar vasos para poder


permanecer en contacto físico con el negocio del


bar y en contacto humano con su personal. Su


trabajo real —por el que los Propietarios le


pagaban— era observar la condición humana tal



como aparecía profusamente representada entre


aquellas paredes día tras día.




Era también un manipulador sensato de la


condición humana: echaba a alguien de vez en



1323

cuando a la calle, les decía a otros que se


tranquilizasen con un lenguaje y un


comportamiento tan delicados que no se daban


cuenta de que se lo habían ordenado, y hacía que



otros se sintiesen a gusto cuando parecían estar


incómodos. Todo eso era tan fundamental para el


mantenimiento del bar como fregar el suelo, tarea


que otros miembros del personal podían realizar


casi tan bien como él. En otras palabras, Ty había


convertido el Nido del Cuervo en un organismo


lo suficientemente sano y robusto como para que



él pudiese desaparecer durante semanas, en


ocasiones incluso meses, sin que nada dejara de


funcionar. En cierta forma, sus vacaciones


ocasionales sentaban bien, ya que al regresar


descubría que en su ausencia algunos miembros


del personal habían estado a la altura de la


situación y se habían convertido en seres


humanos efectivos y completos. Estaba seguro de


que podía abandonar el bar para siempre y nadie



lo echaría de menos; pero era muy poco probable


que hiciese algo así, porque era su hogar


literalmente —vivía en un apartamento en el


patio de atrás— y porque los Propietarios


preferían que se quedase. Y los Propietarios eran


unos de los pocos miembros de todas las razas



1324

humanas cuya opinión importaba mínimamente a


Tyuratam Lake. Le habían dejado claro que


incluso un año sabático, si decidía tomárselo,


beneficiaría al Nido del Cuervo, en el sentido de



que a su regreso vería las cosas con otros ojos y


tendría claro de inmediato qué cambios podía


hacer que fueran provechosos.




Pero sospechaba que para los Propietarios, el


verdadero valor del negocio no estaba en el


beneficio obtenido sobre la inversión.


Probablemente la cifra estuviese muy cerca de


cero. De hecho, no sabía si no estarían perdiendo



muchísimo dinero. Cada mes, Ty hacía los


números, lo resumía todo en una única hoja de


papel que llevaba al Refugio y se lo dejaba sobre


la mesa al representante de los Propietarios.


Nunca decían nada. Una vez al año era posible


que preguntasen por alguna cifra, para dejar claro


que prestaban atención. Pero en realidad los


Propietarios valoraban el Nido del Cuervo en


parte como institución cultural y en parte porque



les daba acceso al tipo de información, al que solo


se puede conseguir en un bar, sobre la vida, las


ideas y las acciones de personas importantes.




No les interesaba que hubiera una despedida



1325

muy elaborada, sobre todo porque en aquel


ambiente profesional llamar mucho la atención


sobre una ausencia podría indicar que dicha


ausencia era muy importante, lo que daría a



entender que el personal no estaba preparado


para mantener el negocio en marcha. Así que tras


unos minutos intercambiando miradas, palabras y


chistes con algunos ciudadanos ilustres y


personajes bien conocidos de Cayambe —lo justo


para dejar claro que estaba presente— se sacó el


trapo del bolsillo, se limpió las manos y lo tiró al



conducto de ropa sucia bajo la barra. Permaneció


quieto un momento para comprobar que el


conducto no estuviese atascado; aunque nunca se


atascaba. Satisfecho, salió por una esquina de la


barra y fue hasta una mesa junto a las ventanas


donde Ariane, Kath Two y Beled apartaban platos


vacíos tras haber terminado un tremendo


desayuno. Ty había comido poco, una hora antes,


como tenía por costumbre cuando preveía que



pasaría volando buena parte del día.




—Invita la casa —les dijo.



Recibió agradecimientos indiferentes por



parte de la moirana y el teklano. Ariane le dedicó


lo que Ty supuso debía interpretar como mirada



1326

penetrante y asintió. A Ty lo agotaban las mentes


atareadas de los julianos y hacía lo posible por no


dejarse atrapar en sus laberínticos pensamientos.


Quizás Ariane hubiese empleado sus relaciones



en el mundo del espionaje para investigarlos, a él


y a los Propietarios, y de ello sacaba todo tipo de


conclusiones, probablemente equivocadas, sobre


los motivos de Ty para darle al Siete comidas y


bebidas gratis. Porque para Ty era más que


evidente que Ariane trabajaba en el mundo del


espionaje. Durante la guerra había conocido a



mucha gente de ese ámbito y sabía cómo se


comportaban.




A esas alturas, los otros podían orientarse por


el Nido del Cuervo, pero todos esperaban que él


los guiase, en parte porque, después de todo, era


su local; pero si los hubiesen dejado caer en un


punto aleatorio de la superficie, todos habrían


esperado que él abriese camino porque, para bien


o para mal, eso es lo que hacían los dinanos.


Respondiendo a una expectativa similar



relacionada con las habilidades de cada raza,


Beled ocupó la retaguardia. Sus arraigados


hábitos corteses y disciplinados lo obligaban a


decir «tú primero» a todos los demás; y además,





1327

así podía darse la vuelta y ocuparse de cualquier


enemigo que fuera a atacar la formación por


detrás.




Ty se movió con rapidez para reducir la


posibilidad de que un miembro prematuramente



borracho de la Cámara de Comersantes de


Cayambe pudiese acorralarlo. Al poco entraron


en una parte del bar que no se había abierto a los


clientes y desde allí descendieron escaleras


retorcidas, cuya anchura apenas permitía que


pasaran los hombros de Beled, hasta llegar al


patio triangular en el centro del complejo. Bajo la



dura luz blanca de los Andes, las flores tropicales


relucían como gemas. Cerca de la gran puerta que


daba acceso a la calle los esperaban cuatro taxis


pequeños. La ausencia de vehículos de cuatro


ruedas en Cuna era casi absoluta cuando estaba


elevada, pero a los pocos minutos de conectar


quedaba inundada por un enjambre de vehículos


de ruedas de todo tipo capaz de sortear aquellas


calles. Algunos llevaban mercancías y se movían



desde el Ojo hasta los clientes en la superficie, o


importaban productos de la Nueva Tierra a Cuna.


Otros llevaban pasajeros a hacer sus recados en la


ciudad anular o en su exterior. Doc y Memmie ya





1328

ocupaban uno de los taxis, como podía deducirse


de la cajas de equipo de infraestructura de Doc


que estaban atadas en la parte superior y el garro


dispuesto a seguirlo. Bard había entrado en el



segundo taxi y estaba sentado muy bajo. Los


neoánderes eran tan poco habituales que


llamaban la atención y despertaban la curiosidad


hasta un punto que Ariane claramente no


deseaba. Bard había estado medio recluido en su


habitación privada. Ariane se subió con él. No


hacía falta decir que lo mejor para todos sería que



Beled fuese en un taxi solo, como así hizo. Ty y


Kath Two subieron al último.




Tras la partida del taxi de Doc y Memmie,


pasaron unos minutos antes de que Ariane le


indicase a su conductor que arrancase. Ty se agitó


impaciente en su asiento y empujó un poco a Kath


Two. Los taxis que podían moverse por Cuna no


eran muy espaciosos.




—¿Qué crees que hace Ariane? —preguntó


Kath Two. Por charlar. Los dos tenían más que


claro qué estaba haciendo.




—Una caravana de cuatro que sale del Nido


del Cuervo y no vuelve… demasiado llamativo






1329

para su gusto —dijo Ty.




—Al menos no es posible perderse —comentó


Kath Two.




Bajó la cabeza todo lo posible para mirar por


la ventanilla al cielo norte más allá de la ciudad.


El Sol lanzó su luz e iluminó sus ojos, sacando


destellos de amarillo en sus iris que eran sobre



todo de un verde marronoso. No tenía los


extravagantes ojos amarillos como de felino de


algunos moiranos, pero en su árbol ancestral sí


que había un poco. Sabía que Ty la miraba pero


no dejó que eso la afectase, lo que a Ty le pareció


muy buena señal. Kath miraba, por supuesto, al


bucle Aitken que era el destino inmediato. Dando



por supuesto que todavía estuviese en


funcionamiento —y habría reaccionado de otra


forma de no estarlo— se estaría elevando de su


alpendre, en su mayor parte subterráneo, situado


en la periferia de la ciudad, rodeado por


almacenes e instalaciones de mantenimiento para


las naves aéreas que recorrían toda la longitud de


los Andes.




—¿Tienes todo lo que te hace falta? —


preguntó Ty—. Para ti será un día largo.






1330

—Pasará pronto —objeto Kath— porque


estaré ocupada. Para ti será largo porque estarás


aburrido. ¿Te has traído un libro?




—Las personas son mis libros —dijo Ty—.


Pero sí, llevo un par, por si la gente se echa a



dormir. —Se suponía que era una broma pero vio


a Kath hacer una mueca, como preguntándose si


Ty intentaba hacer un comentario sarcástico sobre


los moiranos—. Un hábito molesto que parece


compartir mucha gente —añadió Ty.




Por lo visto una simple caravana de dos taxis


no era suficiente para disparar la ansiedad de


Ariane y por tanto el que llevaba a Beled, y el de


Ty y Kath Two partieron juntos, colándose por las



calles atestadas de peatones. La primera parte del


viaje hubiese sido más rápida a pie, pero tras


atravesar la puerta de vehículos y llegar a las


calles de Cayambe, el camino se despejó un poco


y pudieron usar las vías diseñadas para vehículos


de cuatro ruedas. El lugar parecía más sucio de lo


que Ty recordaba, quizá porque ahora lo veía con


ojos de visitante. Los miembros sofisticados de


Cuna debían de ver su zoológico de robots como



cómicamente grandes y destartalados, y su gente,


como un montón de patanes venidos a más; en



1331

otras palabras, gente como Ty. El tipo de gente


con antepasados que se habían quedado en el


anillo hábitat y había seguido las reglas,


esperando pacientemente el momento en que



Doc, o uno de sucesores, cortase la cinta de Nueva


Tierra y permitiese la oleada de colonos, tenía


sentimientos encontrados con respecto a los


Adelantados y los Aborígenes. Por un lado, se


consideraba que tenían mucha labia; que eran


embaucadores. Al mismo tiempo, eran palurdos


que vivían aislados. Ty había aprendido pronto a



aprovecharse de los dos aspectos de esa imagen.


Un extraño del anillo que te tomase por un patán


de ojos abiertos como platos soltaría mucha


información antes de darse cuenta de la verdad, y


si alguien esperaba que lo engañases, bajaría la


guardia en cuanto le parecieras honrado y franco.




SI SE COGÍA UN GRAN NÚMERO de


eslavoles —voladores, autónomos eslabones de


cadena—, unidos en una cadena larga y con los


extremos conectados formando un bucle, y se



hacía que el bucle se moviese en el aire como un


tren compuesto de pequeños aeroplanos, todos


los cuales contribuirían a mantener el conjunto


elevado mediante sus alitas regordetas, se





1332

conseguiría algo llamado atrén. Era un concepto


tan antiguo que el tiempo había oscurecido la


etimología. Podría ser aerotrén, con la parte —


ero— eliminada, o una contracción de Aitken tren.



En ocasiones, como aquella, se trataba de un atrén


cautivo, que pasaba continuamente por una


instalación fija en el suelo y que se elevaba a una


altura considerable antes de cambiar de dirección


y descender para dar otra vuelta. Pero los atrenes


podían también volar libres por el aire: una


tecnología tan demencial que había acabado



asociada con los aïdanos de gran cerebro,


llamados yinnes, o genis, y que solo Rojo tendía a


utilizar.




Es de suponer que era cosa de Ariane que


tomasen una ruta enrevesada hasta la estación del


atrén, dejando un buen margen alrededor del


hangar con la gran C en el tejado. La caravana se


reunió en un hangar sin señalizar en el borde de


la zona militarizada, que Ty encajó en la categoría


de «no del todo Topografía y no del todo militar».



No había personal humano. Solo había dos copias


de un tipo de garro especializado situadas en las


puntas de las alas de un gran planeador con


capacidad nominal para diez, adecuada para un





1333

Siete, o eso pensó Ty hasta subir a bordo y


encontrárselo cargado con misteriosas cajas de


equipo.




Kath Two dio una vuelta lenta al planeador y


luego subió a bordo, cerró la puerta y fue a la



parte delantera, hasta el sofá donde pasaría el


viaje descansando sobre el vientre. Los demás


apartaron cortésmente la vista mientras ella se


colocaba el sistema de recogida de orina. Delante


tenía una burbuja de vidrio, de más de un metro


de diámetro, que servía de morro de la nave.


Beled y Bard ocuparon asientos opuestos de



ventanilla en la parte trasera de la cabina de


pasajeros. Doc se sentó en la fila delantera, en el


pasillo, desde donde podría ver perfectamente la


espalda de Kath Two y la vista a través de la


burbuja. Memmie se sentó en la ventanilla justo al


lado de Doc y Ariane ocupó el asiento al otro lado


del pasillo. Ty pudo escoger entre unos asientos


en la sección media. Se había dado cuenta de que


Ariane siempre prefería sentarse junto a Doc. De



haber sido un hombre tendente a los celos, de los


que les gusta mantener largas conversaciones con


científicos eminentes, estaría molesto por ese


monopolio. En vez de eso, le resultaba interesante





1334

y se preguntó si en algún momento Doc la haría


apartarse para poder hablar con alguna otra


persona.




El planeador se puso en movimiento,


presumiblemente porque Kath Two había



instruido a los garros que agarraban las alas para


que lo llevasen a algún sitio. El morro se inclinó


hacia abajo al descender por una rampa que lo


llevaba al alpendre de eslavoles. Se trataba de una


conejera ruidosa donde miles de robots idénticos


se afanaban de una forma que al mismo tiempo


parecía caótica y organizada, muy similar a la



impresión que daría el mirar a una colmena. Para


un sistema de bucle terrestre como aquel, los


eslavoles tenían que ser aerodinámicos, así que


los esqueletos internos estaban ocultos bajo una


delgada cubierta de plástico, que los convertía en


cilindros de morro romo, como balas enormes,


con una pequeña cintura en medio para dar a la


articulación universal la libertad de moverse de


un lado al otro. Cada uno de esos eslavoles tenía



como medio metro de diámetro y como dos de


longitud, y pesaba el doble que un ser humano de


gran tamaño. Tendidos en el suelo eran bastante


inútiles, por lo que los garros los movían





1335

apuntándolos en la dirección correcta y


haciéndolos rodar como barriles, creando una


escena muy similar a un grupo de escarabajos


peloteros dedicándose a lo suyo. El sentido



general de la operación parecía ser canalizar los


eslavoles en la dirección general de unas


depresiones donde se alineaban de forma natural.


Eso les permitía acoplarse creando pequeños


segmentos de cadena. Las depresiones disponían


de rodamientos que facilitaban que los segmentos


de cadena rodasen hacia delante y hacia atrás,



como trenes en un intercambiador ferroviario, y


de esta forma se podían añadir segmentos a un


atrén en funcionamiento o retirárselos. Es decir,


mientras el sistema saltaba al aire a gran


velocidad y retirándolos en el descenso.




En una de esas operaciones «fáciles para las


máquinas, inconcebibles para un ser humano», un


acoplador en el morro del planeador acabó


conectado con la cola de una cadena de eslavol,


que a su vez acabó concatenada a la del ascenso.



Ganando velocidad muy deprisa mientras


todavía seguía en los confines del alpendre de


eslavoles, el planeador salió a la luz orientado


rápidamente hacia arriba. Inició el ascenso





1336

vertical tirado por la cadena. No había nada


conectado a la cola del planeador —el bucle se


había roto— y por tanto el sistema había dejado


de ser un bucle Aitken. Ahora no era más que un



látigo vertical, acelerando el planeador a


velocidades cada vez más altas a medida que la


Knickstelle del ápice se propagaba hacia el cielo.


Tendido de espaldas, mirando por entre los


hombros de Kath Two, Ty podía ver las pequeñas


plumas aerodinámicas desplegándose desde el


fuselaje del eslavol que iba por delante. Servían,



al igual que las otras plumas en los miles de


eslavoles de la cadena, para producir pequeñas


modificaciones que ajustaban el látigo a la


configuración adecuada. El resultado, un


momento después, fue que el planeador salió


disparado por la parte superior justo cuando se


rompía la conexión con el último eslavol. A los


pocos segundos se había elevado dos mil metros,


con una velocidad de unos cientos de kilómetros



por hora. Mientras tanto, todos los eslavoles de la


cadena se habían soltado tanto por delante como


por detrás, haciendo que la cadena en sí se


desintegrase en forma de nube lineal de


fragmentos idénticos, cada uno con su propia


dirección. Cada eslavol, al sentir que estaba



1337

flotando solo, desplegó automáticamente


enormes plumas de cola que los transformaron de


una bala a un volante de bádminton. Los


eslavoles alcanzaron enseguida la velocidad



terminal, inclinaron el morro hacia abajo y


cayeron hacia el suelo. Una ligera inclinación de


las plumas los hizo girar como las aladas semillas


de arce, con lo que se redujo aún más el descenso,


y así todo el enjambre descendió en dirección a la


zona vacía adyacente al alpendre de eslavoles.




Ty tuvo que imaginar todo ese proceso,


porque ya estaban bien lejos. Pero lo había visto



en múltiples ocasiones, ya que era una de las


operaciones básicas que se daban todos los días


en todos los puertos de atrén. Los mismos


eslavoles, organizados de otra forma, bien


podrían haber ejecutado con sencillez un


encuentro de alta altitud con un bolo orbital, o


podrían haber recogido una nave aérea


trayéndola hasta la seguridad del alpendre.




Para el estómago de Ty, la primera media


hora de vuelo fue un poco inquietante porque


Kath Two ejecutó varias maniobras súbitas, quizá



porque había sentido buen aire en una dirección o


malo en otra. A menudo, la gente acostumbrada



1338

al vuelo en aeronaves con motor tenía problemas


para adaptarse a lo impredecible del planeador,


pero Ty, que ya había volado así antes,


comprendía que Kath Two buscaba la forma



correcta de pasar a la corriente de montaña que


flotaba invisible en la atmósfera superior, sobre


las cumbres de los Andes. Supo que la había


encontrado cuando el movimiento se detuvo y la


parte posterior de su asiento lo presionó con una


aceleración palpable. Ahora volaban rectos y


constantes, avanzando hacia el norte a unos



trescientos kilómetros por hora. A partir de este


momento, la tarea de Kath Two consistiría en


mirar en el futuro lejano con sus sentidos


mejorados por el lidar y realizar los pequeños


ajustes requeridos para esquivar las zonas de


turbulencias.




Todos perdieron interés en las maniobras y se


pusieron a leer un libro o a dormir. Beled Tomov


se encontraba unas filas detrás de Ty, ocupando


casi dos asientos. Se encontraba en actitud de



reposo, con los ojos blanco azulados medio


cerrados sin mirar a nada en concreto, pero


apuntando al otro lado de la ventanilla.


Probablemente estuviese intentando fijar el





1339

horizonte para evitar el mareo. En cualquier caso,


no parecía tener ganas de socializar.




Mientras comían y bebían durante la reunión


inicial del Siete, Ty pudo hacerse una idea vaga


de la misión que Kath Two y Beled habían



cumplido en Beringia. Por lo visto, Beled había


intentado mantener una tapadera no muy buena


afirmando ser Topografía. Por suerte ya


prescindían de la tapadera y Doc se dirigía a él


como teniente Tomov.




Los militares estaban divididos en tres


grupos, generalmente conocidos como


pulsabotones, pateasuelos y comeserpientes.


Estaba claro que Beled no era pulsabotones. Esa



era la única rama del servicio militar donde había


cierto número de ivynos e incluso camilianos. Así


que tenía que ser pateasuelos o comeserpientes.


Parecía ser demasiado de élite para pertenecer a


los pateasuelos: tropas regulares desplegadas en


gran número en alguna frontera de la superficie.


No es que pudiese descartarlo del todo; puede


que hubiese sido un PS inusualmente grande y


fuerte. Pero era más probable que fuese un



comeserpientes, es decir, un antiguo PS ascendido


a una de las pocas ramas especializadas. También



1340

tenían nombres informales: cuardes (cuarentena y


detención), intavanes (inteligencia avanzada) y


zerkes (una contracción de berserkers). Con


diferencia, los cuardes tenían el estatus más bajo.



Los miraban como de reojo porque a todos los


efectos eran policías antidisturbios, que acudían a


atajar alteraciones locales, pero sobre todo


apostados cerca de las puertas para recordarle a la


gente que no debía causar problemas. La


consideración popular de su inteligencia y su


fibra moral no era excesivamente generosa. Ty no



podía concebir que hubiesen elegido alguien así


para el Siete, así que lo consideró improbable.


Tenía más sentido que fuera inteligencia


avanzada, y era una suposición razonable porque


Ty ya sabía que a Beled lo habían convocado


hacía poco desde la superficie, donde se había


estado moviendo en lo que sonaba a misión


clásica de intavan. Se había hecho referencia al


hecho de que Beled había pasado cerca de, al



menos, una ZAR, y había observado a sus


habitantes sin dejarse ver, que era algo que se


suponía que a los intavanes se les daba muy bien.


El aspecto físico de Beled era lo único que no le


cuadraba a Ty como propio de un intavan; por


eso, se pensaba en la extraña posibilidad de que



1341

Beled Tomov fuese zerk. Pero solo como


posibilidad, porque a pesar de la imagen que


tenían en los espectáculos populares, no todos los


zerkes eran enormes y musculosos. La mayoría de



ellos tenía un aspecto razonablemente normal,


aunque con una muy buena forma física. Los


zerkes no formaban una única fuerza unitaria,


sino un mosaico de pequeñas unidades, cada una


preparada y equipada para una actividad especial


concreta, como luchar en gravedad cero con trajes


espaciales, pelear bajo el agua, descender desde el



cielo en cápsulas u operaciones urbanas muy


secretas. Por el momento Beled Tomov no había


demostrado ninguna especialización de ese estilo.


Que estuviese intentando evitar el mareo daba a


entender que no estaba acostumbrado a trabajos


en el aire. Puesto a suponer, Ty diría que había


empezado como pateasuelos, había pasado


mucho tiempo en la superficie allá por la zona


fronteriza, su trabajo había destacado, lo habían



ascendido y había acabado en alguna pequeña


unidad zerk especializada en moverse


subrepticiamente por la superficie.




El único que mostraba signos de vida era


Langobard, lo cual tenía sentido, porque durante





1342

unos días había estado recluido en su habitación.


Ty fue atrás, se sentó a su lado y le preguntó por


el viñedo de su clan en Antimer. Era una


pregunta más que razonable viniendo de un



camarero de Cuna, pero lo más seguro era que los


dos la entendiesen como un mero principio de


charla. Bard, encantado de seguirle la corriente,


habló un rato sobre la tierra volcánica de su lugar


natal, de que TerReForma la había transformado,


en los últimos siglos, de una escoria mineral


muerta en un ecosistema, y de cómo sus abuelos



habían logrado llevar de contrabando unas vides


desde los distintos jardines botánicos de Azul y


Rojo y de las penalidades que habían superado en


el camino para descubrir los cambios que


necesitaban hacer en el sustrato para hacerlas


crecer. Lo implícito en esa historia es que debían


de haber cooperado con personas que no eran


neoánderes. Llevar de contrabando a la superficie


especies vegetales no autorizadas ya habría sido



bastante arriesgado para miembros de su raza si


lo hubiesen hecho solo en Rojo. Pero es que en


Azul, los neoánderes habrían sido absurdamente


llamativos y lo más probable es que C los hubiese


detenido y registrado incluso aunque no


participaran en ninguna actividad ilegal. Cuando



1343

Ty lo comentó, Bard dijo que sí mientras negaba


con la cabeza, como diciendo: Por supuesto, lo que


dices es evidente. Siguió explicando que su gente,


situada durante más de una década en una



frontera que era totalmente pacífica, con el tiempo


había establecido relaciones cordiales con sus


opuestos en el lado Azul de la línea. La relación


había empezado con el intercambio de


suministros para alegrar la dieta de ambos lados y


luego habían pasado a celebrar picnics,


competiciones atléticas y otras formas de



combatir el aburrimiento. Dijo (dedicando una


mirada al adormilado Beled) que los teklanos


siempre habían sido distantes, pero su gente


siempre había mantenido buenas relaciones con


los dinanos.




Ty no vio ninguna razón para dudar de la


verdad histórica de ese comentario, pero


comprendía que la intención de Bard iba también


por otro lado: era una forma de abrirse a Ty, que


podría conducir a la amistad. Ciertamente, había



puntos, aparte de ese, de entendimiento entre el


dinano y el neoánder. Los dos eran Aborígenes


que habían construido sus vidas en el entorno


avanzado de Cuna, pero que todavía mantenían





1344

conexiones con la superficie: conexiones que para


ellos eran totalmente normales pero que en el


conjunto del anillo hábitat eran


extraordinariamente poco habituales.




—Bien, eso es bueno —dijo Ty—. Me



enseñaron a vivir asustado de tu gente.



—Claro que sí. ¿A qué distancia del borde



vivías?



Con eso, Bard se refería al lugar donde la línea



166 Treinta cortaba Beringia: una zona fronteriza


similar a la del sur, en Antimer. El lado


occidental, o Rojo, se correspondía más o menos


con lo que había sido Siberia, y el oriental, o Azul,


con Alaska. La ironía era que la Lluvia Sólida


había unido los dos continentes, para que luego


los separase una línea imaginaria.




—Bueno, nos movíamos —dijo Ty—.



Recuerda que al contrario que tu gente, nosotros


no teníamos una razón legítima para estar allí. —


Los enormes y extremadamente expresivos rasgos


del neoánder reflejaron cierta decepción al no


obtener respuesta a su pregunta—. Si nos


acercábamos demasiado, corríamos el riesgo de


que Azul nos arrestase… o que nos cociesen y




1345

comiesen los grupos de caza neoánder. —Fue la


broma de Ty.




Se trataba de uno de esos chistes de tan poco


gusto que podía salir bien o salir mal: hacer de


Bard un enemigo para el resto de sus días o



convencerlo definitivamente de que Ty lo


comprendía de verdad; como jugada era algo


arriesgada. Por otra parte, Ty estaba atrapado en


un planeador, junto a seis extraños, para partir en


una misión que todavía no les habían explicado.


La nave ya venía cargada con cajas sin identificar,


algunas de las cuales claramente contenían armas.



Al menos tres integrantes del Siete —Beled,


Langobard y Tyuratam— sabían usarlas y en el


entrenamiento de Topografía Kath Two había


seguido un breve curso de uso de la kata. No era


ni el momento ni el lugar para las exquisitas


filigranas de conversación ni para bailes de


cortesía que se podía esperar en un antiguo club


privado de Cuna. Lo más importante era


conocerse deprisa.




Bard se rio y agitó la cabeza.




—Entonces ¿por qué no ir más al este? —


preguntó—. Dejar atrás la amenaza.






1346

—Porque los primeros asentamientos de


Adelantados no se autoabastecían y era preciso


comerciar con Azul para conseguir vitaminas.




—A escondidas, supongo.




—Por supuesto.




—¿Qué les dabais a cambio? ¿Mujeres?




Era la pulla que compensaba el chiste de


«cocinar y comer». Bard lo ponía a prueba. Ty la


aceptó sin problemas.




—Tenían miedo de nuestras mujeres.




—Por cierto, Feliz dinahtes. —Era lo de


menos. Tras la broma sobre las mujeres dinanas,


Bard tenía que mostrar respeto por Eva.




—¿Es dinahtes? Me olvido —dijo Ty—. No,


por responder a tu pregunta, fue lo mismo que



llevó a tus antepasados a comerciar a través de la


frontera.




—Buscar más variedad de comida —dijo


Bard—. Al final, una razón más poderosa que el


sexo.




—Sí. Al principio solo podíamos ofrecer


verdura fresca.



1347

—¡¿Allá arriba?!




—Los días de verano son largos. Se pueden


cultivar muchas cosas en un tosco invernadero de


plástico. Más tarde, al desarrollarse el ecosistema,


carne de pequeños animales, bayas y algunos



artículos de lujo como las pieles.



A Bard se le ocurrió algo:




—¿Y cuánto estaban dispuestos los tuyos a


alejarse en busca de esos productos?




Se refería, como comprendió Ty, a la historia



de Kath Two de Aborígenes camuflados en los


árboles. Porque ya la había compartido con los


otros.




—No tan lejos —dijo Ty.




EN TERREFORMA, LA VASTA y antigua


empresa, Topografía era un pequeño


departamento, en ocasiones considerado más bien


un cajón de sastre para el personal excéntrico y


problemático. Sus puestos de avanzada eran


pequeños y también, al ser necesario situarlos a lo



largo de una frontera que cambiaba con rapidez,


improvisados y temporales. En contraste, las


bases de TerReForma tendían a ser mayores y




1348

más permanentes. Por lo general las situaban en


islas, frente a las costas de los continentes. Había


una razón lógica y científica para hacerlo así, pero


como el propio Doc había admitido, la verdadera



razón era más bien estética y simbólica. La


mayoría de los laboratorios de secuenciación


genética, y el personal necesario para hacerlos


funcionar, se encontraban en el anillo, donde el


espacio era escaso pero abundaban los cerebros.


Las instalaciones de TerReForma en la superficie


tenían un carácter más práctico; se extendían por



el territorio de una forma que a los ocupantes de


un hábitat les resultaba extravagante y caótica.


Combinaban las funciones de jardín botánico,


granja experimental, arboreto, zoológico y


laboratorio de microbiología. Las muestras


pequeñas, esquejes, o poblaciones de insectos,


plantas o bestias desarrolladas y criadas en el


anillo se depositaban allí para su propagación y


observación antes de ser enviadas en cantidad a



los biomas, donde se les permitiría desarrollarse


por sí mismos. Situar las bases en islas era una


forma sencilla de acotar hasta qué punto podían


salir las plantas y los animales del hábitat


asignado. Estaba lejos de ser un método seguro,


pero era sencillo, fácil de aplicar y



1349

razonablemente efectivo: en otras palabras,


perfecto para la escuela Hacerlo Ya.




La base de TerReForma para el istmo de


América Central era Magdalena. Se trataba de


una isla grande situada más o menos en el mismo



lugar que las antiguas islas Marías. Antes de


Cero, había sido un archipiélago en la costa oeste


de México, algo al sur de la punta de Baja


California. La Lluvia Sólida había convertido el


archipiélago en una única isla con algunas rocas y


arrecifes repartidos a su alrededor, muy útil para


propagar formas de vida diseñadas para ocupar



aguas someras y zonas intermareales. La ausencia


de Luna implicaba que las mareas de Nueva


Tierra solo eran consecuencia de la gravedad del


Sol, por lo que eran más débiles que las de la


Antigua Tierra y estaban más sincronizadas con el


ciclo del día y la noche. Como se consideraba que


la zona intermareal tenía una importancia enorme


tanto para los ecosistemas terrestres como para


los marinos, gran parte de la inteligencia de



TerReForma se había dedicado a estudiarlas, y las


zonas poco profundas y escombros bañados por


las olas alrededor de Magdalena se habían


convertido en hogar no solo para peces, aves y





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