no resultaba demasiado interesante, ya que, después de
algunos miles de años de ocupación humana, no había
paisaje sin ellas.
Dimos vueltas hasta llegar a un punto desde el que
podíamos ver Samble desde arriba y saludar a nuestros
amigos. El servicio del arca no daba señales de terminar.
Habíamos dado por supuesto que poco después de que
partiésemos, los vehículos nos darían alcance. Es decir,
que sólo caminábamos para hacer ejercicio, no para llegar
hasta arriba. Pero daba la impresión de que llegaríamos
antes que los vehículos. Lo que, por alguna razón,
despertó nuestros instintos competitivos y nos hizo andar
más rápido. Encontramos un atajo empleado por otros
caminantes y nos evitamos toda una vuelta a la montaña
trepando por la ladera unos cien pies.
—¿Conocías a fra Paphlagon? —le pregunté a Criscan
cuando nos detuvimos al final del atajo para beber agua y
maravillarnos de nuestros avances. La vista valía algunos
minutos.
—Yo era su fille —dijo Criscan—. ¿Tú lo eras de Orolo?
Asentí.
—¿Sabes que Orolo era fille de Paphlagon antes de que
Paphlagon recorriese el laberinto? —le pregunté.
Fra Criscan no dijo nada. Porque Paphlagon nunca había
mencionado a Orolo —ni ningún aspecto de su antigua
vida entre los Dieces—, ya que habría violado la
601
Disciplina. Pero era algo que podía escaparse con facilidad
hablando de trabajo.
—Paphlagon y otro Diece llamado Estemard trabajaron
juntos y educaron a Orolo. Se fueron al mismo tiempo:
Paphlagon por el laberinto y Estemard por la Puerta de
Día. Estemard vino aquí.
Criscan preguntó:
—¿Qué reputación tenía Orolo? Es decir, antes de su
Anatema.
—Era el mejor de nosotros —dije, sorprendido por la
pregunta—. ¿Por qué? ¿Cuál era la reputación de
Paphlagon?
—Similar.
—¿Pero…? —Era evidente que se avecinaba un «pero».
—Su quehacer era algo extraño. En lugar de ocuparse de
algo manual como la mayoría de la gente, se dedicó a
estudiar…
—Lo sabemos —dije—. Estudiaba el policosmos. Y/o el
Mundo Teorético de Hylaea.
—Consultasteis sus escritos —dijo Criscan.
—Escritos de hace veinte años —le recordé—. No
tenemos ni idea de a qué se dedicaba últimamente.
Durante unos momentos, Criscan no dijo nada, para
luego encogerse de hombros.
—Parece muy relevante para el Convox, así que supongo
que no hay problema en comentarlo.
—No te delataremos —le prometió Lio.
602
Criscan no pilló el chiste.
—¿Os habéis dado cuenta de que cuando la gente se pone
a hablar de la idea del Mundo Teorético de Hylaea
siempre acaba dibujando el mismo diagrama?
—Sí… ahora que lo dices —dije.
—Dos círculos o cajas —dijo Lio—. Una flecha que va de
uno a otro.
—Un círculo o caja representa el Mundo Teorético de
Hylaea —dije—. La flecha empieza en él y apunta al otro,
que representa nuestro mundo.
—Este cosmos —me corrigió Criscan—, o dominio
causal, si lo prefieres. ¿Y la flecha representa…?
—Un flujo de información —dijo Lio—. Conocimientos
sobre triángulos entrando en nuestros cerebros.
—Relación de causa y efecto —fue mi suposición.
Recordaba la charla de Orolo sobre la Desgarradura del
Dominio Causal.
—Ambas cosas resultan ser lo mismo —nos recordó
Criscan—. Ese tipo de diagrama afirma que la información
sobre las formas teoréticas llega a nuestro cosmos desde el
MTH y provoca aquí un efecto mensurable.
—Un momento, ¿mensurable? ¿De qué mensurabilidad
estamos hablando? —preguntó Lio—. No podemos pesar
un triángulo. No podemos clavar un clavo empleando el
Teorema Adrakhónico.
603
—Pero podemos pensar en esas cosas —dijo Criscan—, y
pensar es un proceso físico que se realiza en el tejido
nervioso.
—Puedes encajar sondas en el cerebro y medirlo —dije.
—Exacto —dijo Criscan—, y la premisa fundamental del
Protismo es que esas sondas cerebrales mostrarían otro
resultado si no se produjese ese flujo de información desde
el Mundo Teorético de Hylaea.
—Supongo que así es —admitió Lio—, pero suena muy
impreciso cuando se expresa de esa forma.
—No nos preocupemos por eso ahora —dijo Criscan.
Nos encontrábamos en una parte inclinada de la pista,
jadeando y sudando por el castigo del sol, y no quería
gastar demasiadas energías—. Volvamos al diagrama de
las dos cajas. Paphlagon pertenecía a una tradición, que se
remontaba a sur Uthentine de Sante Baritoe, en el siglo
XIV a. R., que se plantea «¿por qué sólo dos?».
Supuestamente, todo empezó cuando Uthentine entró en
una sala de tiza y vio por casualidad el diagrama
convencional de dos cajas que había dibujado en la pizarra
un tal fra Erasmas.
Lio se volvió para mirarme.
—Sí —dije—, mi tocayo.
Criscan siguió hablando:
—Uthentine le dijo a Erasmas: «Veo que le hablas a tus
filles sobre los Grafos Acíclicos Dirigidos; ¿cuándo vas a
pasar a los más interesantes?» A lo que Erasmas
604
respondió: «Disculpa, pero no es un GAD, es algo
totalmente diferente.» Lo que ofendió a sur Uthentine, que
era una teor que había dedicado toda su carrera al estudio
de los grafos. «Reconozco un GAD cuando lo veo», dijo.
Erasmas se exasperó, pero pensándolo mejor decidió que
podía valer la pena explorar la altavisión de la sur. Y así
fue como Uthentine y Erasmas desarrollaron el Protismo
Complejo.
—¿En oposición al Simple? —pregunté.
—Sí —dijo Criscan—, el Simple es el de las dos cajas. El
Complejo puede contener cualquier número de cajas y
flechas, siempre que las flechas no vayan en círculo.
Dimos la vuelta hasta el lado en sombra del cerro y
llegamos a una zona de la pista que las lluvias estacionales
habían embarrado… perfecta para dibujar diagramas.
Mientras descansábamos y bebíamos agua, Criscan se
dedicó a un calca sobre el Protismo Complejo. En
3
resumen, nuestro cosmos, lejos de ser el único dominio
causal al que llegaba la información de un Mundo
Teorético de Hylaea único y solitario, podía ser sólo un
nodo en una red de cosmos por la que fluía la información,
siempre en una misma dirección, como el aceite de una
lámpara empapa la mecha. Otros cosmos, quizá no tan
diferentes al nuestro, podían encontrarse mecha arriba del
nuestro y enviarnos información a nosotros. Y así mismo,
otros podrían encontrarse mecha abajo del nuestro, y
3 Véase calca (3).
605
nosotros les estaríamos suministrando información. Una
probabilidad muy remota… pero que al menos explicaba
la Evocación de Paphlagon.
—Ahora tengo una pregunta para vosotros, Dieces —dijo
Criscan, cuando volvimos a ponernos en marcha—.
¿Cómo era Estemard?
—Se fue antes de que nos recolectasen —dije—, así que
no le conocimos.
—Oh, da lo mismo —dijo Criscan—, pronto lo sabremos.
Recorrimos en silencio unos pasos antes de que Lio,
mirando cautelosamente la cima del cerro, que ya no
estaba tan lejos, dijese:
—He estado investigando un poco a Estemard. Quizá
debería contaros lo que sé antes de que nos presentemos
en su casa.
—Has hecho bien. ¿Qué descubriste? —pregunté.
—Podría tratarse de uno de esos casos en los que alguien
se va antes de que le expulsen —dijo Lio.
—¿¡En serio!? ¿Qué hacía?
—Su quehacer eran las losetas —dijo Lio—. Esas
extremadamente complejas de la Nueva Lavandería son
obra suya.
—Las geométricas —dije.
—Sí. Pero parece ser que las usaba como tapadera para
seguir trabajando en un antiguo problema geométrico
llamado el Teglón. Es un problema de losetas y se remonta
al templo de Orithena.
606
—¿No es el problema que volvió loca a mucha gente? —
pregunté.
—Metekoranes estaba de pie en el Decagón, delante del
templo de Orithena, contemplando el Teglón, cuando las
cenizas cayeron sobre él —dijo Criscan.
Yo dije:
—Era el problema que intentaba resolver Rabemekes en
la playa cuando el soldado baziano lo atravesó con la
lanza.
Lio dijo:
—Sur Charla, de las Hijas de Hylaea, creyó tener la
respuesta. La dibujó en el polvo del camino a Alto Colbon,
cuando pasó el ejército del rey Rooda que iba a ser
masacrado. Sur Charla jamás recuperó la cordura. Los
esfuerzos por resolverlo han dado como resultado
subdisciplinas enteras de la teorética. Y hay, siempre lo ha
habido, quien le presta más atención de la conveniente. La
obsesión pasa de una generación a la siguiente.
—Hablas del linaje —dijo Criscan.
—Sí —respondió Lio, con otra mirada nerviosa hacia
arriba.
—¿A qué linaje te refieres? —pregunté.
—El linaje lo llaman —dijo Criscan—, o en ocasiones el
antiguo linaje.
—Bien… necesito ayuda. ¿En qué concento está?
Criscan negó con la cabeza.
607
—Crees que es como una orden. Pero el linaje se remonta
a antes de la Reconstitución… a antes incluso de sante
Cartas. Supuestamente, teores que habían trabajado con
Metekoranes lo fundaron durante el periodo Peregrín.
—Pero, al contrario que él, no acabaron bajo trescientos
pies de piedra pómez —añadió Lio.
—Entonces es otra cuestión completamente diferente —
dije—. Si realmente es cierto, no pertenece al mundo
cenobítico.
—Ése es el problema —dijo Lio—, el linaje existió
durante siglos antes de la idea de cenobios, fras y sures.
Así que no esperes que funcione según las reglas que se
asocian habitualmente a nuestras órdenes.
—Hablas en presente —dije.
Criscan volvió a parecer incómodo, pero no dijo nada.
Lio volvió a echar un vistazo arriba y aminoró el paso.
—¿De qué estamos hablando? ¿Por qué estáis tan
nerviosos? —preguntó.
—Algunos acabaron sospechando que Estemard era un
miembro —dijo Lio.
—Pero Estemard era edhariano —dije.
—Eso es parte del problema —dijo Lio.
—¿Problema? —pregunté.
—Sí —dijo Criscan—, al menos para mí y para ti.
—Porque… ¿somos edharianos?
—Sí —dijo Criscan mirando de reojo a Lio.
608
—Bien, a Lio le confiaría mi vida —le dije—. Delante de
él puedes decir todo lo que le dirías a otro edhariano.
—Vale —dijo Criscan—. No me sorprende que nunca lo
hayas oído mencionar, ya que sólo llevas unos meses en la
Orden de Sante Edhar, y no eres más que un… eh…
—¿Sólo un Diece? —dije—. Adelante, no me ofendes. —
Pero sí que me ofendía un poco. A espaldas de Criscan,
Lio puso una cara graciosa que le quitó hierro a la
situación.
—En caso contrario habrías oído rumores. Comentarios.
—¿Como cuáles?
—Primero, que los edharianos en general están un poco
locos. Que son un poco místicos.
—Por supuesto, conozco a gente así —dije.
—Vale —dijo Criscan—. Bien, entonces sabrás que una
de las razones para que la gente mire con recelo a los
edharianos es que da la impresión de que nuestra
devoción por el Mundo Teorético de Hylaea podría ser
más importante que nuestra lealtad a la Disciplina y a los
principios de la Reconstitución.
—Bien —dije—. Pienso que es injusto, pero comprendo
por qué alguien podría pensarlo.
Lio añadió:
—O fingir pensarlo, para tener un arma que esgrimir
frente a los edharianos.
—Bien —dijo Criscan—, imagina que hubiese, o se
creyese que hay, un linaje de ultraedharianos.
609
—¿Quieres decir que esa gente cree que hay una
conexión entre nuestra orden y el linaje?
Criscan asintió.
—Algunos incluso han llegado a presentar la acusación
de que los edharianos son una farsa… una tapadera cuyo
propósito real es actuar como cuerpo anfitrión de una
infección de adoradores del Teglón.
Considerando las notables contribuciones que a lo largo
de los milenios habían realizado los edharianos a la
teorética, no tuve problema en rechazar esas acusaciones
ridículas, pero una palabra me llamó la atención.
—Adoradores —repetí.
Criscan suspiró.
—La gente que difunde esos rumores… —empezó a
decir.
—Es la misma que piensa que nuestra creencia en el
MTH es equivalente a una religión —concluí—. Y
contribuye a su propósito difundir la idea de que en el
corazón de la Orden Edhariana hay un culto secreto.
Criscan asintió.
—¿Lo hay? —preguntó Lio.
Le habría dado un golpe de haber podido salirme con la
mía. Criscan no estaba al tanto del sentido del humor de
Lio y se lo tomó muy mal.
—¿Qué hizo realmente Estemard mientras ejercía su
quehacer? —le pregunté a Lio—. ¿Leía libros? ¿Intentaba
610
resolver el Teglón? ¿Encendía velas y recitaba
encantamientos?
—Sobre todo leía libros… muy antiguos —dijo Lio—.
Libros muy antiguos que habían dejado otros que en su
época habían sido sospechosos de pertenecer al linaje.
—Parece interesante pero inofensivo —dije.
—Además, la gente se dio cuenta de que estaba
indebidamente interesado en los Milenarios. Durante los
autos, tomaba nota de lo que cantaban los Milésimos.
—¿Cómo encontrar sentido a sus cantos sin tomar notas?
—E iba mucho al laberinto superior.
—Bien —admití—, eso es un poco raro… ¿Forma parte
de la leyenda relativa al linaje que sus miembros violan la
Disciplina… que se comunican a pesar de la separación
entre cenobios?
—Sí —dijo Criscan—. Se ajusta a una teoría
conspiratoria. El insulto común contra los edharianos es
que consideran su trabajo más profundo y más importante
que el de los demás… que la búsqueda de la verdad en el
Mundo Teorético de Hylaea va por delante de la
Disciplina. Por tanto, si la búsqueda de la verdad requiere
que se comuniquen con avotos de otros cenobios, o con
extras, no tienen inconveniente en hacerlo.
Aquello me parecía cada vez más ridículo, y empezaba a
pensar que podía ser una de las locas modas de los
Centenos. Pero no dije nada, porque pensaba en Orolo
611
hablando con Sammann en el viñedo y realizando
observaciones ilícitas.
Lio bufó.
—¿Extras? ¿Qué clase de extra se iba a preocupar de un
problema teorético y místico de hace seis mil años?
—La clase con la que llevamos dos días viajando —dijo
Criscan.
Nos habíamos detenido por completo. Seguí avanzando.
—Bien, si todo lo que me decís es cierto, no nos estamos
haciendo ningún favor estando aquí fuera.
Criscan me entendió de inmediato, pero Lio parecía
confuso. Seguí hablando:
—Sante Tredegarh se está llenando de avotos de todo el
mundo. Los jerarcas deben de estar registrando quién ha
llegado y procedente de qué concento. Y nosotros, un
grupo sobre todo de edharianos venidos de, entre todos
los lugares posibles, el concento de Sante Edhar, vamos a
llegar tarde…
—Porque hemos estado quebrantando las reglas…
paseándonos entre los deólatras —dijo Lio, empezando a
entender.
—… buscando a un par de fras caprichosos que se ajustan
a la perfección al estereotipo del que nos ha estado
hablando Criscan.
Unos minutos más tarde Lio y yo llegamos a la cima.
Habíamos dejado a Criscan atrás, resoplando. La
conversación nos había puesto nerviosos y prácticamente
612
habíamos corrido durante el resto del camino… no por
necesidad de apresurarnos, sino simplemente para
quemar la energía.
La parte superior del Cerro de Bly daba la impresión de
que en tiempos de sante Bly había sido un lugar
encantador. Existía porque había una capa de roca dura
que se resistía a la erosión y protegía el material blando
que tenía debajo mientras todo lo demás, millas a la
redonda, se desmoronaba lentamente. En la parte superior
había espacio suficiente para construir una casa grande,
digamos del tamaño de la casa donde vivía la familia de
Jesry. A lo largo de los milenios habían levantado muchas
estructuras diferentes. El estrato inferior era de albañilería:
piedras o ladrillos colocados directamente sobre la
superficie dura del cerro. Las generaciones posteriores
habían vertido piedra sintética directamente sobre esos
cimientos para formar pequeñas casamatas, garitas,
fortines, almacenes de equipo y cimientos para antenas y
torres. Con el tiempo había habido cambios: conexiones
entre estructuras, envejecimiento, derrumbes, oxidación,
reemplazos o soterramiento bajo nuevas edificaciones. La
piedra —sintética y natural— estaba manchada de ocre
por el óxido de todas las estructuras metálicas habidas en
el lugar en algún momento. Para ocupar un área tan
pequeña, era un lugar muy complejo… uno de esos sitios
que los niños podrían explorar durante horas. Lio y yo
éramos todavía lo suficientemente niños para sentirnos
613
tentados. Pero teníamos muchas cosas en la cabeza. Así
que buscamos señales de ocupación. La más evidente era
el telescopio reflector que se alzaba sobre un plinto alto
que en su día había sostenido una torre de antena. Lo
visitamos primero. El telescopio parecía un proyecto
artístico que Cord o uno de sus amigos hubiese montado
en el taller con restos metálicos. Pero mirando en su
interior vimos el espejo pulido a mano, de más de doce
pulgadas de diámetro, de aspecto perfecto, al que
supuestamente habían conectado un eje polar fabricado a
partir de motores, engranajes y cojinetes conseguidos
cualquiera sabía dónde. Desde allí nos resultó fácil seguir
el rastro de pruebas por la plataforma hasta una escalera
exterior que conducía a una plataforma inferior del lado
sureste del complejo. La habían equipado con una rejilla
para cocinar carne, polisillas y una polimesa impermeable,
y una enorme sombrilla. Una policaja contenía juguetes
infantiles guardados con una precisión muy poco infantil,
como si los niños anduviesen por allí a menudo pero no
todos los días. Una puerta conectaba ese patio con una
conejera de pequeñas habitaciones, poco más que
armarios de equipo, convertidas en un hogar. Quien
viviese allí no era Orolo. A juzgar por los fototipos de las
paredes, era un hombre mayor con una esposa algo joven
y al menos dos generaciones de descendientes. Los ikonos
eran casi tan numerosos como las instantáneas, así que
evidentemente se trataba de una familia de deólatras.
614
Sacamos esa impresión en pocos segundos, antes de
comprender que habíamos entrado sin permiso en el
hogar de alguien. Luego nos sentimos estúpidos porque
era un error muy propio de avotos. Retrocedimos tan
rápido que casi tropezamos el uno con el otro.
El patio estaba formado por una losa lisa de piedra
sintética. Considerando que Estemard era un enlosador
tan ferviente, parecía raro que no lo hubiese mejorado.
Pero vimos que había una escalera que subía a una cornisa
donde había construido un horno de ladrillo. Dispersos a
su alrededor estaban los restos de muchos años de trabajo:
arcilla, moldes, losa vidriada y miles de losetas y
fragmentos de loseta con el mismo repertorio de formas
geométricas simples que decoraban la Nueva Lavandería
de Sante Edhar. Estemard todavía no había enlosado el
patio porque todavía no había encontrado la
configuración perfecta de losetas. No había resuelto el
Teglón.
—¿Locura manifiesta? —le pregunté a Lio—. ¿O va
camino de resolverlo?
Criscan llegó por otro camino. Al encontrarnos,
mencionó que había dado con otra construcción más
pequeña. Le seguimos recorriendo la parte sur del
complejo.
Instantáneamente supimos lo que era. Tenía todas las
características de un cenobio mínimo. Estaba en una
esquina. Sólo se podía llegar a él siguiendo un camino
615
largo y algo tortuoso, al final del cual había una barrera
simbólica, improvisada recientemente con polilona y
chapa de madera, y una puerta. Al atravesar la puerta nos
encontramos en un entorno que nos resultaba
perfectamente natural. Era otra losa sin techo. Un agente
inmobiliario podría haberlo llamado patio. Para nosotros
era un claustro en miniatura. Con mucho cuidado habían
eliminado cualquier resto de lo secular; sólo quedaban la
antigua piedra limpia y algunos artículos necesarios,
todos fabricados a mano: una silla y una mesa protegidas
por una lona, dispuestas sobre una estructura de madera
que se mantenía unida con muchas vueltas de cuerda. En
una esquina había un bote de pintura oxidado con la tapa
sujeta por una piedra. Lio lo abrió, arrugó la nariz y
declaró que había encontrado la bacinilla de Orolo. El
lugar estaba vacío y seco. Las cenizas del fondo del brasero
estaban frías. La jarra de agua estaba vacía y un armario
de madera, que en su época se había empleado para
guardar comida, se usaba para especias, utensilios de
cocina y fósforos.
Una puerta en mal estado llevaba a la celda de Orolo,
decorada de forma bastante similar. El reloj, sin embargo,
era moderno, con una reluciente pantalla digital que
indicaba las centésimas de segundo. Los estantes,
fabricados con viejos escalones y bloques de albañilería,
soportaban algunos libros impresos a máquina y unas
cuantas hojas escritas a mano. Una pared estaba forrada
616
de hojas: diagramas y notas que Orolo había clavado con
tachuelas. Otra pared estaba forrada de fototipos, en su
mayoría de los distintos esfuerzos realizados por Orolo
para capturar imágenes de la nave de los primos
empleando (suponíamos) el telescopio casero. La imagen
era poco más que una raya blanca y gruesa contra un
fondo de rayas más pequeñas: las estrellas. Pero en la
esquina de aquel mosaico, Orolo había pegado varios
fototipos sin relación que había arrancado de distintas
publicaciones o había impreso con un disposín. A primera
vista, en ellas no había más que un enorme agujero en el
suelo: quizás una mina abierta al aire libre.
El resto de las hojas se solapaban formando un mosaico,
con líneas trazadas de unas a otras formando un sistema
arbóreo de conexiones. La hoja situada más arriba decía:
ORITHENA. Cerca de su parte superior estaba escrito el
nombre «Adrakhones». Una flecha descendía
verticalmente desde éste hasta el nombre de «Diax». Era
un callejón sin salida. Pero una segunda flecha
descendente en diagonal apuntaba al nombre de
«Metekoranes» y, de ahí, el árbol se ramificaba hacia abajo
para incluir nombres de muchos lugares y siglos.
—Vaya —dijo Lio.
—No me da buena espina —admití.
—Es el linaje —terció Criscan.
La puerta se abrió y hubo violencia. No fue prolongada,
duró un segundo, ni intensa, pero fue violencia, y nos
617
apartó tanto del sendero que habían estado siguiendo
nuestras mentes que no tenía sentido volver a él de
inmediato.
Simplemente: un hombre entró por la puerta de la celda
y Lio le derribó. Lio estaba sentado sobre el pecho del
hombre y examinaba, con gran fascinación, un arma de
proyectiles que acababa de sacar de una cartuchera que el
otro llevaba en el muslo.
—¿Tienes cuchillos o algo así? —preguntó Lio, y miró
hacia la puerta. Venía más gente. Barb el primero.
—¡Levántate! —gritó el hombre. Nos llevó un momento
darnos cuenta de que hablaba en orto—. ¡Devuélveme eso!
—Nos dimos cuenta de que era muy mayor, aunque
cuando había entrado por la puerta se movía con el vigor
de un joven.
—Estemard lleva pistola —anunció Barb—. Es una
tradición local. Nadie lo considera una amenaza.
—Bien, entonces estoy seguro de que Estemard no se
sentirá amenazado si yo llevo ésta —dijo Lio. Se levantó
del pecho de Estemard y se puso en pie, con la pistola en
la mano, apuntando al techo.
—Hoy no hay nada para vosotros —dijo Estemard—. Y
en cuanto al arma, será mejor que me dispares o me la
devuelvas.
Lio ni siquiera consideró la idea de devolvérsela.
Bien, durante toda la escena yo había estado tan
conmocionado, y luego tan confuso, que había
618
permanecido inmóvil. Temía hacer nada por miedo a
equivocarme. Pero ver fuera las caras de mis amigos me
impulsó a actuar, ya que no quería dar la impresión de que
no sabía qué decir o de estar indeciso.
—Dado que afirmas que aquí no hay nada para nosotros
—dije—, una afirmación con la que no estamos de
acuerdo, no favorecería nuestros intereses suministrarte
armas.
Para entonces, otros miembros del grupo Peregrín
habían llegado al patio. Fra Jad entró, apartó a Estemard
con el hombro, asimiló el contenido de la celda de un
vistazo y se puso a examinar las hojas y fototipos que
Orolo había puesto en la pared. Eso, mucho más que ser
derribado por Lio o aplanado por mí, hizo que Estemard
comprendiese que le superábamos. Se desinfló y apartó la
vista. Al contrario que los demás, él sólo había tenido unos
minutos para acostumbrarse a estar en presencia de un
Milésimo.
—Lio, aquí mucha gente lleva armas de fuego —dijo
Cord—. Comprendo que te hayas llevado una impresión
equivocada, pero puedes aceptar mi palabra, no os iba a
disparar. —Nadie respondió—. Venga, montones de sacos
tristes, ¡es la hora del picnic!
—¿Picnic?—dije.
—Cuando termina el servicio —dijo Estemard—,
cocinamos en la zona verde, si el tiempo lo permite. —La
intervención de Cord parecía haberle animado un poco.
619
Miré hacia la puerta y vi a Arsibalt en el patio. Arqueó
las cejas. «Sí. Estemard se ha convertido en un deólatra.»
En el concento, nos imaginábamos a los Asilvestrados
como hombres salvajes de pelo largo, pero Estemard
parecía un farmacéutico retirado de vuelta de una
excursión.
Estemard me miró con atención.
—Tú debes de ser Erasmas —dijo. Lo que pareció
resolver alguna duda mental suya. Respiró
profundamente, librándose de los últimos vestigios de la
conmoción sufrida cuando Lio le había derribado—. Sí.
Todos estáis invitados al picnic si prometéis no atacar a
nadie. —Al ver que la objeción iba pasando de mi cerebro
a mi cara, sonrió y añadió—: A la gente que no os haya
atacado primero, claro. Dudo que lo hagan; toleran mejor
a los avotos que vosotros a ellos.
—¿Dónde está Orolo?
Fra Jad, todavía dándonos la espalda, que miraba en ese
momento el fototipo de la mina abierta, nos tomó por
sorpresa haciendo uso de su voz subsónica:
—Orolo ha ido al norte.
Estemard quedó desconcertado; luego volvió a sonreír
lentamente cuando dedujo cómo lo había deducido el
Milésimo.
—Fra Jad tiene razón.
620
—Iremos al picnic —anunció fra Jad, pronunciando con
cuidado la palabra flújica—. Lio, Erasmas y yo bajaremos
los últimos, en el vehículo de Ganelial Crade.
La comitiva llegó al patio. La gente volvió a los vehículos.
Lio sacó el cargador de la pistola y devolvió a Estemard
ambos elementos por separado. Éste se fue, reacio,
acompañado de Criscan. Tan pronto como hubieron
cruzado la puerta improvisada, fra Jad se puso a arrancar
las hojas de las paredes. Lio y yo lo ayudamos y le
entregamos toda la cosecha. Fra Jad dejó la mayoría de los
fototipos, pero se llevó los que mostraban el agujero del
suelo y me los entregó.
El Milésimo salió al claustro de Orolo y metió todas las
hojas en el brasero. Luego buscó en el armario de Orolo y
sacó los fósforos.
—Deduzco por la etiqueta que se trata de praxis para
producir fuego —dijo.
Le enseñamos a usarlos. Prendió las hojas de Orolo. Allí
nos quedamos hasta que se convirtieron en cenizas. Luego
fra Jad revolvió las cenizas con un palo.
—Hora del picnic —dijo.
Mientras bajábamos del cerro, dando tumbos en la parte
trasera abierta del transbor de Ganelial Crade como
botellas en una caja, de vez en cuando podíamos mirar
abajo y ver cómo iban preparando el picnic en la zona
verde de Samble. Por lo visto aquella gente se tomaba los
picnics tan en serio como los servicios religiosos.
621
Fra Jad parecía tener otras cosas en la cabeza, y no dijo
nada hasta que casi llegamos a Samble. Luego golpeó el
techo de la cabina del transbor y, en orto, le preguntó a
Crade si no le importaría esperar unos minutos. En un orto
realmente salvaje y bárbaro, Crade dijo que no había
inconveniente.
Nunca se me había pasado por la cabeza que alguien
como Crade pudiese conocer nuestra lengua. Pero tenía
sentido. Los contrabazianos desconfiaban de los
sacerdotes y demás intermediarios. Creían que todos
debían poder leer las escrituras. Casi todos leían
traducciones al flújico. Pero no era tan descabellado
pensar que una secta especialmente ferviente y aislada,
como la de Samble, aprendiera orto clásico para no tener
que confiar su alma inmortal a los traductores.
Fra Jad me indicó que me apeara. Salté de la parte de
atrás del transbor y le ayudé a bajar, más por respeto que
por otra cosa, ya que no parecía precisar mucha ayuda.
Caminamos unos cientos de pasos hasta un recodo de la
carretera desde el que se disfrutaba de una vista
especialmente agradable del desierto hasta las montañas,
que en algunos puntos todavía estaban nevadas, moteadas
por las sombras de las nubes.
—Somos como Protas, mirando a Ethras —comentó.
Sonreí pero no me reí. Muchos consideraban que la obra
de Protas era vergonzosamente ingenua. Apenas se la
mencionaba, excepto para hacer una gracia o con ironía.
622
Pero desdeñarla de aquella forma era una moda que había
ido y venido cien veces, y yo no podía saber qué postura
tenía fra Jad, ya que su cenobio llevaba aislado 690 años.
Cuanto más tiempo pasaba allí de pie, mirándole a él y
siguiendo su mirada hacia las nubes y las sombras que
proyectaban en los flancos de las montañas, más me
alegraba de no haberme reído.
—¿Qué crees que vio Orolo, cuando miró desde aquí? —
preguntó fra Jad.
—Apreciaba enormemente la belleza y le encantaba
mirar las montañas desde el astrohenge —dije.
—¿Crees que veía belleza? Es una respuesta segura, ya
que es ciertamente hermoso. Pero ¿qué pensaba? ¿Qué
conexiones le permitía ver la belleza?
—No puedo responder a eso.
—No respondas. Plantéatelo.
—Concretamente, ¿qué quieres que haga?
—Ve al norte —dijo—. Sigue a Orolo y encuéntrale.
—Tredegarh está al sur y al este.
—Tredegarh —repitió, como si se despertase de un
sueño—. Allí iremos los demás después del picnic.
—Viniendo aquí ya he infringido bastante las reglas —
dijo—. Hemos perdido un día…
—Un día. ¡Un día! —A fra Jad, el Milésimo, le pareció
muy gracioso que a mí me preocupase un día.
623
—Perseguir a Orolo me llevaría meses —dije—. Podrían
expulsarme por llegar tan tarde. O al menos me asignarían
más capítulos.
—¿A qué capítulo has llegado?
—Al cinco.
—Al nueve —dijo fra Jad. Durante un momento creí que
me corregía. Luego temí que me estuviese sentenciando.
Al final comprendí que él era quien había llegado al
capítulo nueve.
Debía de haber invertido años.
¿Por qué? ¿Qué le había causado tantos problemas?
¿Le había vuelto loco?
Pero si estaba loco o era incorregible, ¿por qué le habían
Evocado a él de entre todos los Milésimos? Después de su
Voco, ¿por qué habían cantado así sus fras y sures… como
si les hubiesen arrancado el corazón?
—Tengo muchas preguntas —dije.
—La forma más eficaz de obtener respuestas es ir al
norte.
Abrí la boca para repetir mi objeción, pero levantó la
mano para detenerme.
—Haré todo lo posible para lograr que no te castiguen.
La verdad es que no tenía nada claro que fra Jad tuviese
tal poder en un Convox gigantesco, pero no tenía la fuerza
de voluntad para decírselo a la cara. A falta de esa fuerza,
sólo tenía una forma de terminar la conversación.
624
—Vale. Después del picnic partiré al norte. Aunque no
comprendo para qué.
—Entonces, no dejes de ir al norte hasta que lo
comprendas —dijo fra Jad.
625
ASILVESTRADO
626
Retícula: (1) En proto orto, orto antiguo y orto
medio, una bolsa o cesta pequeña, como una redecilla.
(2) En orto práxico temprano, una rejilla de líneas o
cables finos de un dispositivo óptico. (3) En orto
práxico tardío y nuevo orto, dos o más dispositivos
sintácticos que se pueden comunicar entre sí.
Reticulum: (1) Si no está en mayúscula, una retícula
formada por la interconexión de dos o más retículas
pequeñas. (2) En mayúsculas, la mayor retícula, que
une lo preponderante de todas las retículas del
mundo. En ocasiones se abrevia como Ret.
Diccionario, 4ª edición, 3000 a. R.
627
o tenía sentido intentar convencer a Cord de que no me
N
acompañase. Tan pronto como terminó el picnic nos
subimos a su transbor y nos pusimos en marcha. Tuvimos
que retroceder treinta millas para dar con una carretera en
dirección al norte que no desapareciese tras las montañas.
En el primer pueblo agoté mi tarjeta de dinero comprando
combustible, comida y ropa caliente. Luego agoté la de fra
Jad.
Mientras cargábamos el transbor, llegó Ganelial Crade. A
su lado iba Sammann. Los dos sonreían, lo que era una
novedad en ambos casos. No tuvieron que decirnos que
irían con nosotros y no tuvimos que discutirlo. Se
atarearon en comprar lo mismo que nosotros acabábamos
de comprar. Crade tenía una lata de munición llena de
monedas, y Sammann llevaba en su cismex información
que hacía el efecto del dinero; tuve la impresión de que los
dos habían conseguido fondos de sus respectivas
comunidades. No me alegraba de volver a ver a Crade. Si
era cierto que obtenía el dinero para el viaje de la gente de
Samble, se me plateaban muchas preguntas sobre lo que
tramaba realmente.
Crade había vuelto a colocar el triciclo en la parte
posterior de su transbor, así que no le quedaba mucho
sitio; cargamos la mayor parte de los suministros
voluminosos en el transbor de Cord. No teníamos ni idea
628
de adonde íbamos ni de qué nos encontraríamos, pero
aparentemente todos barajábamos la misma idea, a saber,
que Orolo había tenido alguna razón para ir a las
montañas. Allí haría frío y tal vez tuviésemos que
acampar, así que nos hicimos con sacos de dormir de
invierno, tiendas, fogones y combustible. Sammann creía
que podría seguir a Orolo, y Crade planeaba preguntar a
correligionarios suyos que encontrásemos por el camino.
Subimos a los vehículos y nos dirigimos al norte.
Tardaríamos dos horas en llegar al pie de las montañas,
donde Crade conocía lugares para acampar. Nos guio. Era
una compulsión en su caso, y yo estaba cansado de luchar
contra ella. Cord se contentaba con seguirlos. Crade,
sentado erguido a los controles, y Sammann, inclinado
sobre la pantalla luminosa de su supercismex, nos daban
la impresión de ocuparse ellos dos de todos los detalles.
No me hubiera sentido cómodo dejándome guiar por
ninguno de los dos, pero juntos jamás llegarían a ningún
acuerdo, así que lo consideré prudente.
Lamenté separarme de personas como Arsibalt o Lio, con
las que podía hablar. Pero una vez que avanzamos hacia
las montañas, dejé de lamentarme y sentí alivio. Durante
las últimas veinticuatro horas se me había revelado tanto
—no sólo sobre la nave de los primos sino todavía más
cosas sobre el mundo en el que había vivido durante diez
años y medio— que era incapaz de darle sentido de una
tacada. Por poner un ejemplo, los techos de hierba sobre
629
los cilindros de residuos nucleares… si me hubiese
enterado en el concento, me habría llevado un tiempo
hacerme a la idea. Era mucho más relajado sentarme junto
a mi frater, mirando por el parabrisas, con la única
responsabilidad de perseguir por el desierto a un fra
salvaje. La noche anterior, en el monasterio baziano, el
simple hecho de dormir había acomodado en mi mente
ciertos hechos extraños. Ahora estaba ejecutando un truco
similar: haciendo durante unos días algo completamente
diferente alcanzaría una comprensión mejor que
arrodillándome en una celda y concentrándome, o
manteniendo una conversación detallada en una sala de
tiza.
Y aunque me equivocase por completo, no me
importaba. Me hacía falta el descanso.
Cord pasó mucho tiempo hablando por el cismex con
Rosk. Le había dado un beso de despedida en la hierba de
Samble. Debía volver a casa, a trabajar. Ahora tenían otros
asuntos que resolver. No mantuvieron una única y larga
conversación por el cismex, sino que establecieron y
rompieron el contacto diez veces o más. Me exasperaba y
estaba deseando llegar a una zona remota donde no
funcionase su conexión. Pero con el tiempo me
acostumbré y comencé a preguntarme que, si Rosk y Cord
tenían que mantenerse en constante comunicación para
superar unos días de separación, ¿qué indicaba eso en lo
que a mí y a Ala se refería? No podía sacarme de la cabeza
630
la expresión desolada de Tulia cuando nos habíamos
separado la tarde anterior. Y en parte se debía, estoy
seguro, a que pensaba que me estaba portando mal con
Ala.
—¿Hay algún mecanismo para enviar cartas? —le
pregunté a Cord en una pausa entre microconversaciones
con Rosk.
—Desde aquí costará, pero la respuesta es que sí —dijo.
Luego sonrió de oreja a oreja—. ¿Quieres escribirle a una
chica, Raz?
Considerando que nunca le había mencionado a Ala y
que le había planteado la pregunta de una forma tan sosa,
me impresionó y luego me irritó que lo hubiese deducido
con tan poco esfuerzo. Cord todavía se mofaba de la
expresión de mi cara cuando su cismex pió otra vez y tuve
unos minutos para recuperar la compostura.
—Háblame de ella —me exigió Cord tan pronto como
desconectó.
—Ala. La conoces. Es la que…
—Me acuerdo de Ala. ¡Me gusta!
—¿En serio? No me había dado cuenta.
—De eso y de otras muchas cosas —dijo Cord, tan
despreocupadamente y con una voz tan inocente que casi
se me pasó. Luego tuve que pasar un minuto silencioso y
digno.
631
—Ella y yo nos habíamos odiado toda la vida —dije—.
Últimamente más que nunca. Luego empezamos algo. Fue
repentino, pero maravilloso.
Cord me sonrió agradecida y casi se salió de la carretera.
—Al día siguiente la Evocaron. Eso fue antes de que
supiésemos que aquello iba a convertirse en Convox, por
lo que desde ese momento a todos los efectos estaba
muerta para mí. Lo que fue, supongo, un gran trastorno.
Me dediqué al trabajo para quitármelo de la cabeza.
Luego, ayer, cuando me Evocaron, lo que ahora me parece
que pasó hace diez años, se me planteó la posibilidad de
volver a verla. Pero unas horas después decidí tomar este
pequeño desvío… que se acaba de convertir en un desvío
todavía mayor. De hecho, técnicamente ahora soy un
Asilvestrado y es posible que no vuelva a verla por la
forma en que he dejado que fra Jad me controle. Podría
decirse que la situación es complicada. No sé cuánto
tiempo tendríamos que pasar al cismex para aclararla.
Cord respondió a otra llamada de Rosk y, cuando
terminó, yo ya tenía más que decir:
—Que quede claro que no estoy quejándome de mi
situación. Todo es confuso. Estamos pasando por el mayor
trastorno desde el Tercer Saqueo. Están pasando tantas
cosas raras… casi es una burla de la Disciplina.
—Pero tu camino no es un simple conjunto de reglas —
dijo Cord—. Es quien eres… sigues ese camino por
razones más elevadas. Y siempre que seas fiel a esas
632
razones, la confusión de la que hablas acabará pasando
por sí sola.
Cosa que yo habría aceptado de no haber sido por un
problema: aquello era propio de la mentalidad que la
gente que creía lo del linaje que nos había contado Criscan
nos acusaba de tener a los edharianos. Así que el instinto
me indicó que no dijese nada.
Luego Cord cerró la trampa.
—Igualmente podrías volverte loco intentando resolver
todos esos detalles de tu relación con Ala, pero si le
escribes una carta, que es una idea estupenda, no debes
hablar de eso. Sáltatelo.
—¿Que me lo salte?
—Sí. Sólo dile lo que sientes.
—Me siento sacudido de un lado al otro. Así me siento.
¿Quieres que le cuente eso?
—No, no, no. Dile lo que sientes por ella.
Miré el cismex que descansaba en el asiento, entre
nosotros, en silencio por una vez.
—¿Estás segura de no haber recibido llamadas de Tulia?
Porque tengo la sensación de que vosotras tenéis una
retícula privada. Como…
—¿Como los Ati? —Lo que habría sido insultante de
haberlo dicho yo, pero a ella le pareció hilarante. Los dos
miramos la silueta de la cabeza de Sammann contra la
pantalla de su cismex—. Así es —dijo Cord—, ¡somos los
633
Ati de las chicas y, si no haces lo que te decimos, te vamos
a arrojar el Libro!
Cord tenía un cuaderno que empleaba como registro de
mantenimiento de su transbor, así que utilicé una hoja en
blanco para empezar una carta a Ala. Me salió tan mal
como puede salir un escrito. La arranqué y empecé otra.
No me acostumbraba al modo en que la polipluma
desechable soltaba tinta pastosa sobre el liso papel
fabricado a máquina. La arranqué y empecé otra vez.
Tuve que dejarlo en el cuarto borrador porque Ganelial
Crade nos había sacado de la carretera pavimentada e iba
por una pista de tierra más adecuada para su transbor que
para el de Cord. Las laderas inferiores de las montañas
estaban cubiertas de plantaciones de árboles de
combustible y llenas de pistas de tierra como aquélla, para
que transitaran los camiones de troncos que lo arrasaban
todo, polvorientas y peligrosas para nosotros. Invertimos
una media hora desagradable en recorrer la zona. Luego
ascendimos hasta donde la estación de cosecha era
demasiado corta y las cuestas demasiado empinadas para
aquella industria, o para cualquier otra actividad
económica excepto la recreativa.
Nos guio hasta un hermoso lugar de acampada a orillas
de un lago, en las colinas. En otoño la gente iba allí a cazar,
nos dijo, pero aquel día no había un alma. Todo nuestro
equipo era nuevo y tuvimos que sacarlo de las cajas y
deshacernos de envoltorios, etiquetas y manuales de
634
instrucciones, que usamos para encender la hoguera que
mantuvimos con leña. A medida que el sol bajaba, el fuego
se fue convirtiendo en un lecho de brasas sobre las que
cocimos las hamburguesas con queso. Cord se acostó en
su transbor y los tres hombres nos dispusimos a compartir
una tienda. Me quedé despierto hasta tarde para terminar
mi carta a Ala a la luz del fuego, que era una forma genial
de hacerlo; el séptimo borrador era corto y simple. No
dejaba de preguntarme: si el destino decidiese que no
podríamos volver a vernos, ¿qué tendría que decirle
imperiosamente?
El día siguiente empezó refrescantemente carente de
grandes acontecimientos, personas nuevas o revelaciones
asombrosas. Nos levantamos poco a poco en el ambiente
frío, encendimos el fogón, calentamos algunas raciones y
nos echamos a la carretera. Crade estaba encantado. No
era su naturaleza sentirse así, pero allí y en aquel momento
se sentía feliz, pavoneándose de un lado a otro,
indicándonos cuál era la mejor forma de guardar los sacos
y ocupándose de todos los detalles del fogón de acampada
como si de un reactor nuclear se tratara. Pero el trato con
él era mejor en esas circunstancias, ya que tenía algo a lo
que dedicar toda su energía. Decidí que era un hombre
demasiado inteligente para sus circunstancias y que
debería haber tenido la oportunidad de ser avoto. De
haber nacido entre los imizares habría acabado en un
concento. En lugar de eso, había caído en una secta que
635
valoraba demasiado su cerebro para dejarle marchar pero
donde su cerebro no servía para nada. En cualquier caso,
estaba acostumbrado a ser la única persona inteligente en
cien millas a la redonda y ahora que había acabado con
otras personas inteligentes ya no sabía cómo comportarse.
Sammann estaba completamente fuera de su entorno,
porque apenas podía recibir nada por cismex, pero se las
arreglaba bien, como si el sufrimiento prolongado formase
parte del conjunto de herramientas normales de un Ati.
Llevaba una bolsa al hombro, que era para él lo que el
chaleco para Cord, y no hacía más que sacar de ella
herramientas y artilugios útiles. O eso me parecía a mí,
que no estaba acostumbrado a poseer cosas.
Cord guardaba silencio a menos que yo la mirase,
momento en que se ponía gruñona. Estaba aburrido e
impaciente. Cuando al final nos pusimos otra vez en
marcha, estimé que debía ser como mediodía. Pero según
el reloj del transbor de Cord faltaban todavía tres horas
para mediodía.
Subimos las montañas. Era una novedad para mí.
Cualquier viaje hubiera sido una novedad para mí. Siendo
niño, antes de ser recolectado, abandoné la ciudad en muy
pocas ocasiones… acompañando a personas mayores en
viajes de visita a amigos o familiares de zonas cercanas.
Tras unirme al concento, claro está, no había viajado en
absoluto. Y no lo había echado de menos, porque
desconocía lo que hubiese podido echar de menos.
636
Subiendo por esas colinas y montañas, viendo vías
naturales de espacio abierto a través de bosques, prados
de un verde claro, viejas carreteras, fortalezas
abandonadas, cabañas decrépitas, palacios en ruinas,
empecé a pensar en otros lugares a los que podía ir si tenía
tiempo de parar y dar un paseo. En ese aspecto el paisaje
era completamente diferente al concento, ya que todos los
senderos de este último habían sido recorridos durante
miles de años y descender al sótano de la tación de Shuf
parecía un acto intrépido. Lo que me hizo preguntarme
adonde podría llevarme mi mente y adonde podrían
llevarme los acontecimientos ahora que las circunstancias
me habían obligado a abandonar el concento y
aventurarme a esos lugares.
Cord cambió la música. En aquel sitio no eran apropiadas
las canciones populares que había puesto el día anterior.
Sus partes hermosas no podían ni compararse con lo que
se veía por la ventanilla, y las partes toscas desentonaban.
Cord tenía una grabación de la música del concento que
vendíamos en el mercado, junto a la Puerta de Día, con la
miel y el aguamiel. Empezó reproduciendo fragmentos de
modo aleatorio, empezando por un lamento por el Tercer
Saqueo. Para Cord, no era más que la selección número 27.
Para mí era nuestra pieza musical más emotiva. La
cantábamos sólo una vez al año, al final de una semana
que pasábamos ayunando y recitando los nombres de los
muertos y los títulos de los libros quemados. En cierta
637
forma, era la sensación adecuada: si los primos resultaban
ser hostiles, podrían saquear el mundo.
Tomamos una curva y nos enfrentamos a una pared de
piedra púrpura que se alzaba hasta desaparecer en una
capa de nubes, a una milla por encima de nuestras
cabezas. Llevaba allí un millón de años. Viéndola mientras
oía el lamento, sentí lo que sólo puede describirse como
patriotismo por mi planeta. Hasta ese momento de la
historia semejante sentimiento no había sido necesario,
porque no había habido nada más allá de Arbre excepto
algunos puntos de luz en el cielo. La situación había
cambiado, y en lugar de pensar en mí mismo como
miembro del equipo Provenir, o del cenobio decenario, o
de la Orden Edhariana, me sentía ciudadano del mundo y
me enorgullecía estar poniendo mi granito de arena para
protegerlo. Me sentía cómodo siendo un Asilvestrado.
Casinos y motus no eran la única experiencia nueva que
se podía tener saliendo extramuros. También si viajabas
en solitario por lugares inhóspitos, incluso si jamás veías
un centro comercial y nunca oías una palabra en flújico,
obtenías información. No información sobre el mundo
secular, sino sobre el mundo que ya estaba allí antes de
eso, el estado fundamental del que surgían todas las
culturas y civilizaciones y al que volvían. La fuente de
mundo secular… pero también del mundo cenobítico. El
origen desde el cual, hacía siete mil años, ambos mundos
se habían separado.
638
Mar de Mares: Un cuerpo relativamente pequeño
pero complejo de agua salada que en tres puntos está
conectado, por medio de estrechos, con los grandes
océanos de Arbre. Se considera la cuna de la
civilización clásica.
Diccionario, 4ª edición, 3000 a.R.
Cruzando el paso llegamos a una pequeña ciudad,
Norslof. Me sorprendió. La había visto en la cartabla. Pero
en mi mapa de fantasía mental las montañas llegaban
mucho más lejos.
No habíamos encontrado a Orolo, pero sí dado un paso
sobre el paisaje. Por el camino habíamos ido apuntando
algunos lugares a los que podía haber ido. Para mí el más
prometedor era un pequeño cenobio ruinoso construido
en una torre de vigilancia originalmente usada para
localizar incendios forestales. Se encontraba a pocas millas
de la carreteras y a unos cuantos miles de pies de altura.
Lo habíamos visto una vez llegados a lo más alto del paso
de montaña. De haberse tratado de un concento de tamaño
normal, no habría querido tener nada que ver con alguien
como Orolo, pero un cenobio tan apartado podía dar la
bienvenida a un vagabundo que hablase orto y trajese
nuevas ideas.
639
Paramos para comer y usar los aseos de una enorme
estación de combustible para drumones, a varias millas
del centro comercial de Norslof. Se podían alquilar
habitaciones y estaba permitido dormir en el vehículo. Se
me ocurrió la idea de usarla como base desde la que volver
a las montañas y buscar a Orolo. Cambié de opinión
cuando entramos en el comedor lleno de vapor que
apestaba a carnes curadas y todos los operadores de
drumón de largo recorrido se volvieron para mirarnos.
Estaba claro que no tenían muchos clientes como nosotros
y que así querían que fuese. En parte se debía a que éramos
un grupo de cuatro en un local lleno de personas solas.
Pero habríamos atraído las miradas incluso de haber
entrado de uno en uno. Sammann vestía ropa normal de
extramuros, pero su barba y su pelo largos no eran lo
habitual y la estructura ósea de su cara le marcaba
étnicamente. Los hombres del local no hubiesen podido
identificarlo como Ati —suponiendo que supiesen qué era
un Ati—, pero tenían claro que no era uno de ellos. Cord
no se vestía ni se movía como sus mujeres. Su repertorio
de gestos y expresiones faciales era completamente
diferente al suyo. Ganelial, siendo extra, debería haber
encajado… pero de alguna forma no era así. Pertenecía a
una comunidad religiosa que hacía lo posible por
mantenerse alejada de la línea base cultural, y el porte y la
mirada de Ganelial así lo proclamaban. Y yo: no tengo ni
idea de qué aspecto tenía. Después de abandonar el
640
concento había pasado casi todo el tiempo rodeado de
extras que sabían que yo era un avoto en Peregrín. Allí
intentaba hacerme pasar por algo que no era, y por lo visto
se me daba fatal.
Podríamos haber llamado más la atención de no ser
porque el local estaba abarrotado de motus. Colgaban del
techo, orientados hacia las mesas. Todos reproducían
simultáneamente lo mismo. Cuando entramos era una
casa ardiendo en la noche, rodeada de personal de
emergencias. En un primer plano se veía a una mujer
asomada a una ventana del primer piso, que vomitaba
humo negro. Se había envuelto la cara en una toalla. Dejó
caer a un bebé. Yo seguí mirando para ver qué pasaba
luego, pero en lugar de eso el motus volvió atrás y mostró
la caída del bebé a cámara lenta dos veces más. Luego la
escena desapareció, sustituida por la imagen de un
jugador de pelota ejecutando una jugada inteligente. Pero
luego mostró al mismo jugador rompiéndose la pierna en
un momento posterior del partido. También lo repitieron
varias veces a cámara lenta, para que se viese bien la
pierna doblándose por el punto de fractura. Cuando
llegamos a la mesa, los motus mostraban a la policía
arrestando a un hombre extraordinariamente guapo
vestido con ropa cara. Mis compañeros echaban de vez en
cuando ojeadas a las imágenes y seguidamente apartaban
la vista. Parecían haber desarrollado una especie de
inmunidad a ellas. Yo no podía apartar la vista, así que
641
intenté sentarme de tal forma que no tuviese un motus
justo delante. Aun así, cada vez que la emisión cambiaba
de escena, los ojos se me iban. Era como un mono subido
a un árbol, prestando atención a lo que fuese que se
moviese rápido en mi entorno.
Nos sentamos en una esquina, pedimos comida y
hablamos en voz baja. La sala, que había enmudecido a
nuestra entrada, se descongeló lentamente y se restableció
el murmullo normal de la conversación. Se me ocurrió que
no deberíamos haber escogido mesa en una esquina
porque nos impediría levantarnos rápido si había
problemas.
Echaba mucho de menos a Lio. Él habría valorado la
amenaza, de haberla, y pensado cómo contrarrestarla. Y
habría podido equivocarse por completo, como le había
pasado con Estemard y su arma. Pero al menos él se habría
ocupado de esas cuestiones, dejándome a mí libertad para
preocuparme de otras.
Pongamos a Sammann como ejemplo. Cuando se unió a
nosotros, me alegré de su compañía, ya que sabía muchas
cosas que yo desconocía. Lo que estaba bien cuando
estábamos los cuatro acampados junto a un lago. Pero, una
vez inmersos en el mundo secular, recordaba el antiguo
tabú que impedía el contacto entre avotos y Ati, un tabú
que no podríamos haber violado de forma más flagrante.
¿Esa gente lo conocía? Si era así, ¿comprendía a qué se
debía en su origen? En otras palabras, ¿estábamos
642
agitando recuerdos y despertando antiguos terrores? ¿La
policía nos protegería de una multitud… o se uniría a ella?
Ganelial Crade se puso a localizar a sus hermanos de la
zona en el cismex. Nos molestaba, y cuando se dio cuenta
de que le mirábamos mal se marchó a una mesa libre. Le
pedí a Sammann si podía buscar información sobre el
cenobio de la torre de vigilancia y se puso a mirar en el
cismex mapas y fotos de satélite mucho mejores que los
almacenados en la cartabla. Yo rara vez había visto algo
igual, que era más o menos lo que los primos podían ver
de Arbre desde su nave. Eso respondía a una pregunta que
me incordiaba desde la mañana anterior.
—Eh —dije—, creo que Orolo miraba imágenes como
ésas. Colgó algunas de la pared de su celda.
—Qué pena que no me lo hayas dicho antes —dijo
Sammann cortante. No por primera vez, tuve la impresión
de que los avotos éramos niños y que los Ati, lejos de ser
una casta de servidores, eran nuestros cuidadores. Estuve
a punto de disculparme. Luego tuve la impresión de que,
una vez que empezase a disculparme, ya no podría parar.
No sé cómo pero logré reprimir la vergüenza antes de que
alcanzase la fase «barro en la cabeza».
(En el motus: un antiguo edificio volando por los aires;
gente celebrándolo.)
—Vale, bien, ahora que lo mencionas, fra Jad se aseguró
de que yo me las llevara —dije, y saqué del bolsillo los
fototipos del gran agujero en el suelo. Los puse sobre la
643
mesa. Tres cabezas convergieron y se inclinaron. Incluso
Ganelial Crade, que se había decidido por pasear de un
lado a otro mientras parloteaba por su cismex, se detuvo a
echar un vistazo. Pero su rostro no manifestó ninguna
señal de reconocer el lugar.
—Parece una mina. Probablemente esté en la tundra —
dijo, sólo por decir algo.
—El sol la ilumina casi directamente desde el cenit —
comenté.
—No puede estar a mucha altitud.
Ahora le tocaba a Crade sentir vergüenza. Se giró y fingió
estar muy concentrado en la conversación del cismex.
(En el motus: fototipos de un niño secuestrado, imágenes
borrosas de cómo un hombre con un sombrero grande
sacaba al niño de un casino.)
—Me preguntaba —le dije a Sammann— si podrías, no
sé, usar el cismex para examinar el planeta y buscar este
lugar. Sé que sería como dar con una aguja en un pajar.
Pero si lo hacemos sistemáticamente, y si trabajamos por
turnos, entonces…
Sammann respondió a mi idea básicamente con el mismo
espíritu que yo ante la sugerencia de Crade de que aquel
lugar estaba en la tundra. Sostuvo el cismex sobre la
imagen y tomó un fototipo del fototipo. Luego invirtió
unos segundos en interactuar con la máquina para
mostrarme seguidamente lo que había salido en la
pantalla: una imagen diferente del mismo agujero en el
644
suelo. Sólo que ahora era una emisión en vivo desde el
Reticulum.
—Lo has encontrado —dije, porque quería ir despacio y
comprender lo que estaba pasando.
—Lo ha encontrado un programa sintáctico disponible
en el Reticulum —me corrigió—. Resulta que está muy
lejos de aquí… en una isla del Mar de Mares.
—¿Puedes decirme el nombre de la isla?
—Ecba.
—¿¡Ecba!? —exclamé.
—¿Hay alguna forma de saber qué es? —preguntó Cord.
Sammann lo amplió. Pero era bastante innecesario.
Ahora que sabía que se trataba de Ecba, ya no tendía a ver
ese agujero como una mina abierta. Era una excavación…
completamente rodeada por la tierra acumulada que
habían sacado. Una rampa descendía en espiral hasta el
fondo plano. Era todo demasiado ordenado, demasiado
preciso para ser una mina. Su fondo llano estaba
cuidadosamente divido por una rejilla.
—Es una excavación arqueológica —dije—. Enorme.
—¿Qué hay que excavar en Ecba? —preguntó Cord.
—Lo puedo buscar —dijo Sammann, y se dispuso a
hacerlo.
—¡Espera! Aléjate. Otra vez… una vez más —le pedí.
Vimos la excavación como una cicatriz desvaída sur‐
sureste en una enorme y solitaria montaña que surgía de
un mar encrespado. La parte superior de la montaña
645
estaba cubierta de nieve, pero la cumbre había
desaparecido: una caldera.
—Eso es Orithena —dije.
—¿La montaña? —preguntó Cord.
—No. La excavación —dije—. ¡Alguien ha estado
excavando el templo de Orithena! En el año ‐2621 una
erupción lo sepultó.
—¿Quién haría algo así y por qué? —preguntó Cord.
Sammann volvió a ampliar la imagen. Ahora que sabía
dónde mirar, vio que toda la excavación estaba rodeada
por un muro. En un punto había una puerta. Dentro del
recinto habían levantado varias estructuras alrededor de
un patio rectangular… un claustro. De una se elevaba una
torre.
—Es un cenobio —dije—. Ahora que lo pienso, una vez
oí la historia, posiblemente me la contase Arsibalt, de que
alguna orden había ido a Ecba y se había puesto a excavar
para llegar al templo de Orithena. Pero pensaba que eran
unos cuantos fras excéntricos con palas y carretillas.
—No veo equipamiento pesado —dijo Crade—. Unas
cuantas personas con palas pueden cavar semejante
agujero si disponen del tiempo suficiente.
Lo que me irritó un poco, ya que tendría que haberme
resultado evidente; después de todo, nuestra Seo se había
construido de esa misma forma. Pero Crade tenía razón y
yo no podía hacer más que dársela vigorosamente para
que no lo explicase más.
646
—Esto es muy interesante —dijo Sammann—, pero
probablemente para nosotros sea un callejón sin salida.
—Estoy de acuerdo —dije. Ecba estaba en otro
continente; o, para ser exactos, estaba en el Mar de Mares,
al otro lado del mundo entre cuatro continentes.
—Orolo no está en las montañas —anunció Ganelial
Crade, guardándose el cismex—. Pasó por aquí y siguió
avanzando.
(En el motus: dos personas muy hermosas casándose.)
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Sammann. Me alegré.
Crade estaba tan seguro de sí mismo que me agotaba
plantearle incluso las preguntas más simples. Sammann
parecía obtener un placer malvado en hacerlo.
Crade se enfrentó al desafío.
—Vino hasta aquí con una gente de Samble que pasaba
por este lugar. Anteanoche se quedó en la parte posterior
del transbor de mi primo, a sólo un par de millas de aquí.
—¿En la parte posterior de su transbor? ¿Tu primo no
tiene una cama extra? —preguntó Sammann.
—Yulassetar viaja mucho —respondió Crade—. La parte
posterior de su transbor es más acogedora que su casa.
—¿Dices que eso pasó anteanoche? —pregunté—. ¡No
tenía ni idea de que estuviésemos tan cerca!
—El rastro se enfría a cada minuto que pasa… Ayer por
la mañana Yulassetar le ayudó a equiparse y luego Orolo
consiguió que un drumón le llevase hacia el norte.
—¿Iba equipado cómo? —preguntó Cord.
647
—Con ropa para el frío —dijo Crade—. La ropa más
aislante. Es algo sobre lo que Yul sabe mucho. Así se gana
la vida. Estoy seguro de que fue por eso por lo que Orolo
vino a buscarle a Norslof.
—¿Por qué iba Orolo a querer seguir avanzando hacia el
norte? —dije—. Allí no hay nada, ¿no es cierto?
Sammann se apoderó de mi cartabla, que tenía una
pantalla más grande que su cismex; alejó la imagen y se
desplazó al norte y al este.
—Prácticamente no hay nada excepto taiga, tundra y
hielo entre este punto y el polo Norte. En lo que se refiere
a la actividad económica, durante los primeros cientos de
millas hay plantaciones de árboles de combustible.
Después, nada, excepto algunos campamentos de
extracción de recursos.
La imagen de la cartabla parecía contradecirle, ya que
estaba llena de carreteras que convergían en lugares con
nombre, muchos de ellos rodeados de circunvalaciones
concéntricas. Pero todos eran del marrón pálido que se
usaba para indicar las ruinas.
(En el motus: el violento lanzamiento de un cohete desde
un pantano ecuatorial.)
—¡Orolo va a Ecba! —proclamó Cord.
—¿De qué hablas? —preguntó Crade.
—Ecba no está en este continente, ¡hay que ir volando! —
le dije.
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—Va a sobrevolar el polo —nos explicó Cord—. Se dirige
al puerto de trineos Ochenta y Tres Norte.
Teníamos la costumbre de referirnos al Poder Secular
como si fuese una única entidad perdurable a lo largo del
tiempo. Algunos extras lo encontraban ingenuo e incluso
insultante… aunque ellos hacían esencialmente lo mismo
cuando se referían a los Poderes Fácticos. Evidentemente,
sabíamos que se trataba de una simplificación extrema.
Pero para nosotros era una convención útil.
Independientemente del imperio, la república, la
dictadura, el papado, la anarquía o el desierto que se
encontrara más allá de nuestros muros en un momento
dado, podíamos asignarle ese nombre y estimar ciertos
detalles.
Lo que lees no aspira a detallar la estructura del Poder
Secular de mi época. Esa información se puede conseguir
en cualquier parte. Podría incluso ser interesante si no
sabes nada de la historia del mundo hasta los Hechos
Horribles; pero, si ya lo has estudiado, todo lo sucedido
desde entonces te resultará repetitivo y todos los detalles
sobre la organización del Poder Secular en mi época te
recordarán más o menos a sus antecesores antiguos, pero
con menos majestad y claridad porque los antiguos lo
hacían por primera vez y creían haber dado con algo
importante.
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Pero en este punto debo ocuparme de uno de esos
detalles. El Poder Secular de mi época era una federación.
Se dividía en unidades políticas que, más o menos, se
correspondían con los continentes de Arbre. Se podía
viajar con libertad dentro de la mayoría de esas unidades,
pero para pasar de una a otra era preciso tener
documentos. Los documentos no eran difíciles de
obtener… a menos que fueses un avoto.
Desde la Reconstitución, existíamos completamente
aparte del sistema legal del Poder Secular. No nos tenían
registrados, no tenían jurisdicción sobre nosotros ni
responsabilidad sobre nosotros; no podían recluíamos en
sus ejércitos, gravarnos con impuestos, ni siquiera
atravesar nuestras puertas excepto en Apert. Igualmente,
no nos ofrecían ayuda de ningún tipo, excepto para
protegernos, si les apetecía, del asalto directo de
muchedumbres o ejércitos. No recibíamos pensiones ni
cuidados médicos del Poder Secular… y desde luego no
nos daban documentos de identidad.
Mientras escribo este texto, me ha quedado claro que
algún día podrían leerlo personas de otros mundos. Así
que diré que considerábamos que teníamos diez
continentes pero que los primos, o cualquiera que llegase
del más allá y mirase Arbre con ojos prístinos, dirían que
sólo teníamos siete… y con razón. Contábamos diez
porque el recuento original lo habían realizado
exploradores que partían del Mar de Mares y que sólo
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