mayoría solas, se encontraban las personas con las que
más deseaba hablar: Orolo, Jesry, Tulia y Haligastreme.
La cena se hizo muy larga y no muy ascética. No hacían
más que volver a llenarme la copa. Sentí que se ocupaban
muy bien de mí.
—Que alguien lo lleve a su palé —oí decir a un fra—, está
acabado.
Me agarraron por los brazos, ayudándome a ponerme en
pie. Dejé que me escoltasen hasta el Claustro antes de
librarme de ellos.
Mi periodo en la Seo me había hecho muy consciente de
qué zonas del concento no se veían desde las ventanas de
la Guardiana Regulante. Di varias vueltas al Claustro para
aclararme la cabeza, y luego me dirigí al jardín y me senté
en un banco oculto a la vista.
—¿En este momento eres un ser inteligente o debo
esperar hasta mañana? —me preguntó una voz. Alcé la
vista para ver a Tulia uniéndose a mí. Estaba
completamente seguro de que me había despertado.
—Por favor —dije, tocando el banco.
Tulia se sentó, pero se mantuvo a distancia, para poder
colocar mejor un muslo sobre el banco y mirarme de lado.
—Me alegra que estés libre —dijo—. Han pasado muchas
cosas.
—Eso he deducido. ¿Hay alguna forma de resumirlo con
rapidez?
—Ha sucedido algo… raro con Orolo. Nadie sabe qué.
301
—¡Venga! ¡Han cerrado el astrohenge! ¿Qué más hace
falta?
—Eso es evidente —dijo, algo incordiada por mi tono de
voz—, pero nadie sabe por qué. Sospechamos que Orolo
lo sabe, pero no lo cuenta.
—Vale. Lo siento.
—Eso ha alterado Eliger. Algunos filles que se esperaba
que se uniesen a los edharianos lo han hecho a otras
órdenes.
—Me he dado cuenta. ¿Por qué? ¿Qué lógica tiene?
—No estoy segura de que sea una cosa lógica. Hasta
Apert, todos los filles sabían exactamente lo que querían
hacer. Pero de pronto pasaron muchas cosas
simultáneamente: los inquisidores, tu penitencia, el cierre
del astrohenge, la evocación de fra Paphlagon. Todo eso
alteró a la gente… les hizo replanteárselo todo.
—¿Replanteárselo en qué sentido?
—Se pusieron a pensar desde el punto de vista político.
Tomaron decisiones que posiblemente no habrían tomado
en otras circunstancias. Para empezar, les hizo dudar de la
conveniencia de unirse a los edharianos.
—Quieres decir… ¿porque están políticamente en
decadencia?
—Siempre están políticamente en decadencia. Pero,
viendo lo que te pasó a ti, la gente se puso a pensar que no
era muy inteligente dar la espalda a ese lado del concento.
302
—Ya voy comprendiendo —dije—. Así que un tipo como
Arsibalt, al ir con los Antiguos Faanianos Reformados, que
le desean desesperadamente…
—Puede convertirse, de inmediato, en alguien
importante entre los Antiguos Faanianos Reformados.
—Ya me he dado cuenta de que servía el plato principal
de la cena. —Era un honor que habitualmente se reservaba
para los fras de mayor edad.
—Podría convertirse en un FAE. O en jerarca. Incluso
quizás en Primado. Y podría luchar contra algunas de las
idioteces recientes.
—Por tanto, los que han estado uniéndose a los
edharianos…
—Son lo mejor de lo mejor.
—Como Jesry.
—Exacto.
—Nosotros vamos a protegeros a vosotros, a los
edharianos, vamos a protegeros en el frente político, para
que tengáis libertad de hacer lo que mejor se os da —dije.
—Bien, básicamente eso… pero ¿quiénes son esos
«nosotros» y «vosotros» de los que hablas?
—Evidentemente, esto concluirá mañana cuando tú te
unas a los edharianos y yo me una al Nuevo Círculo.
—Eso es lo que esperan todos. No es lo que va a suceder,
Raz.
—¿Habéis… me habéis reservado un espacio entre los
edharianos?
303
—Es una forma extremadamente cruda de expresarlo.
—No puedo creer que los edharianos me ansíen tanto.
—No tanto.
—¿¡Qué!?
—Si celebrasen una votación secreta, bien, no está claro
que te votasen más a ti que a mí. Lo siento, Raz, pero debo
ser sincera. En particular, muchas sures quieren que me
una a ellos.
—¿Por qué no unirnos los dos?
—Es imposible. Desconozco los detalles… pero
Corlandin y Haligastreme han llegado a algún tipo de
acuerdo. Está decidido.
—Si los edharianos no me quieren, ¿por qué estamos
hablando de esto? —pregunté—. ¿No has visto el barrilete
con el que me ha recompensado el Nuevo Círculo? Me
quieren para ellos. Por tanto, ¿por qué no me uno yo a ellos
y tú aceptas el abrazo cariñoso de las sures del capítulo
edhariano?
—Porque no es lo que quiere Orolo. Dice que te necesita
como parte de su equipo.
Esa declaración me afectó de tal forma que, acompañada
del vino, casi me hizo llorar. Permanecí en silencio durante
un rato.
—Bien —dije—. Orolo no sabe todo lo que pasa.
—¿De qué hablas?
Miré a mi alrededor. El Claustro era demasiado pequeño
y demasiado silencioso para mi gusto.
304
—Vamos a dar un paseo —dije.
No añadí nada hasta que no estuvimos al otro lado del
río, paseando a la sombra que la luna arrancaba de la
muralla, y luego le conté lo que había hecho durante Voco.
—¡Bien! —dijo tras un largo silencio—. Con eso ya está
decidido.
—¿El qué?
—Debes ir con los edharianos.
—Tulia, primero, nadie lo sabe excepto Lio y tú.
Segundo, probablemente jamás se me ocurra ninguna
forma de recuperar la tablilla. Tercero, ¡probablemente no
contenga información útil!
—Detalles —se burló—. Pierdes de vista lo importante.
Lo que hiciste demuestra que Orolo tiene razón. Debes
estar en su equipo.
—¿Qué hay de ti? ¿Dónde debes estar tú, Tulia?
Le incomodó la pregunta. Tuve que hacerla de nuevo.
—Lo sucedido, en la Décima Noche, sucedió. Todos
tomamos decisiones. Quizá más tarde nos parezca lo
mejor.
—¿Y en qué medida se considera culpa mía?
—¿Eso a quién le importa?
—A mí me importa. Me gustaría haber podido salir de la
celda para convenceros de lo contrario.
—No me gusta tu forma de plantear la situación —dijo—
. Es como si los demás nos hubiésemos convertido en
adultos mientras estabas allá arriba… y tú no.
305
Lo que me obligó a detenerme y resoplar. Tulia avanzó
unos pasos más y luego me miró.
—¿En qué medida se considera culpa mía? —dijo,
imitándome—. ¿A quién le importa? Lo hecho, hecho está.
Es agua pasada.
—Me importa porque tendrá su efecto en cómo me verán
los demás edharianos…
—Deja de preocuparte —dijo—, o al menos deja de
mencionarlo.
—Vale —contesté—, lo siento, pero siempre te he
considerado una persona con la que los demás podían
hablar de ese tipo de sentimientos…
—¿Crees que quiero pasar el resto de la vida siendo esa
persona? ¿Para todos los miembros del concento?
—Por lo visto, no.
—Vale. Hemos terminado. Ve a buscar a Haligastreme.
Yo iré a buscar a Corlandin. Les diremos que mañana nos
uniremos a sus respectivas órdenes.
—Vale —dije con un encogimiento de hombros de falsa
despreocupación, y me volví hacia el puente. Tulia me dio
alcance y caminó a mi lado. Permanecí en silencio un
rato… algo distraído por la idea de unirme a un capítulo
que no me quería, muchos de cuyos miembros podrían
echarme en cara haber ocupado el lugar de Tulia.
Una parte de mí quería odiar a Tulia por ser tan dura
conmigo. Pero, cuando hubimos cruzado el río, esa voz,
me alegro de poder decirlo, se había callado. En el futuro
306
volvería a oírla ocasionalmente, pero haría lo posible por
no hacerle caso. Me aterrorizaba unirme a los edharianos
en esas circunstancias. Pero seguir adelante y hacerlo sin
apoyarme en el hombro de Tulia, ni el de nadie, me
parecía mejor… me parecía lo correcto. Como cuando
sabes que vas por el buen camino con una prueba teorética
y el resto son detalles. A través de la oscuridad me llegaba
un fragmento de la belleza sobre la que me había hablado
Orolo, e iba a seguirla como si fuese una guía en el camino.
—¿Quieres hablar con Orolo? —me preguntó fra
Haligastreme después de darle la noticia. No se
sorprendió. No estaba exultante, sólo parecía cansado. El
simple hecho de mirarle a la cara, iluminada por las velas
de la Vieja Casa Capitular, me dejó claro lo agotadoras que
para él habían sido las últimas semanas.
Lo pensé. Ir a hablar con Orolo parecía lo obvio, pero no
lo hice. Teniendo en cuenta cómo había ido la
conversación con Tulia, ya no tenía ganas de pasar media
noche despierto contándoles mis sentimientos a los
demás.
—¿Dónde está?
—Creo que está en el prado, con Jesry, realizando
observaciones a simple vista.
—Entonces creo que no le molestaré —dije.
Haligastreme pareció extraer fuerzas de mis palabras. «El
fille empieza a comportarse como corresponde a su edad.»
307
—Tulia opina que Orolo me quiere… aquí —dije, y miré
la Vieja Casa Capitular: simplemente una zona ancha de
la galería del Claustro, raramente usada excepto para
propósitos ceremoniales… pero aun así el corazón de la
orden mundial, donde el propio sante Edhar se había
paseado de un lado a otro, desarrollando su teorética.
—Tulia tiene razón —dijo Haligastreme.
—En ese caso, aquí es donde quiero estar, aunque la
recepción sea tibia.
—Si así te lo parece, es en gran medida por preocupación
por tu bienestar —dijo.
—No estoy seguro de creerlo.
—Vale —dijo, un tanto irritado—. Quizás algunos no te
quieren por otras razones. Has usado la palabra «tibia», no
«fría» u «hostil». Me refiero exclusivamente a los tibios.
—¿Y tú eres uno de ellos?
—Sí. A nosotros, los tibios, sólo nos preocupa…
—Que no esté a la altura.
—Exacto.
—Bien, si así acaba siendo, siempre podéis recurrir a mí
si necesitáis conocer algún decimal de Π.
Haligastreme tuvo la cortesía de reír.
—Mire —dije—. Sé que está preocupado. Haré que salga
bien. Se lo debo a Arsibalt, Lio y Tulia.
—¿Yeso?
—Han sacrificado algo para hacer que el concento
funcione mejor en el futuro. Quizá para que la siguiente
308
generación de jerarcas sea mejor que la que tenemos
ahora… y lograrán que los edharianos puedan trabajar en
paz.
—A menos que… —dijo fra Haligastreme—, que
convertirse en jerarcas los cambie.
309
ANATEMA
310
eis semanas después de unirme a la orden edhariana, me
S
quedé desesperadamente atascado en un problema que
uno de los adoradores de rodillas de Orolo me había
asignado como forma de demostrarme que realmente no
comprendía qué significaba que dos hipersuperficies
fuesen tangentes. Fui a dar un paseo. Sin proponérmelo en
realidad, crucé el río helado y me interné en el bosque de
árboles de páginas que crece en la elevación que hay entre
la Puerta de Década y la Puerta de Siglo.
A pesar de todos los esfuerzos de los secuenciadores que
habían creado esos árboles, sólo una de cada diez hojas era
una buena página, adecuada para el libro típico de tamaño
cuartilla. Las taras más habituales eran pequeñez o
irregularidad, de forma que, cuando la hoja se colocaba en
el marco de corte, no daba un rectángulo. Así sucedía con
unas cuatro de cada diez hojas, más durante los años fríos
o secos, menos si la estación de crecimiento había sido
favorable. Los agujeros de los insectos o las venas gruesas
que dificultaban escribir en el dorso hacían que una hoja
fuese inservible excepto como abono. Estas taras eran
especialmente frecuentes en las hojas que crecían cerca del
suelo. La mejor producción se encontraba en las ramas
centrales, no demasiado alejadas del tronco. Los
arbotectos los habían dotado de ramas fuertes en la
sección media, fáciles de escalar para los jóvenes. Todos
311
los otoños, cuando era fille, me había pasado una semana
en lo alto de esas ramas, recogiendo las mejores hojas y
lanzándolas abajo para que avotos de mayor edad las
apilasen en cestos. Posteriormente, el mismo día, las
atábamos por los peciolos formando hileras que iban de
un árbol a otro, y dejábamos que se secasen a medida que
iba haciendo más frío. Después de la primera helada las
metíamos dentro, las apilábamos y les poníamos encima
toneladas de piedras planas. Hacía falta como un siglo
para que envejeciesen adecuadamente. Por lo que, una vez
que habíamos colocado bajo la piedra la cosecha del año,
nos centrábamos en los montones similares preparados
cien años antes, y si parecían a punto quitábamos las
piedras y separábamos las hojas. Las buenas las
colocábamos en el marco de corte y las convertíamos en
páginas en blanco para su distribución por el concento o
para encuadernarlas formando libros.
Rara vez había ido al bosque después de la cosecha.
Recorrerlo en esa estación era recordar que sólo habíamos
recogido una pequeña parte de las hojas. Las demás se
doblaban y caían. Todas esas hojas en blanco hacían ruido
cuando las pisaba buscando un árbol especialmente
majestuoso al que me había encantado trepar. La memoria
me falló y vagué perdido unos minutos. Cuando al fin di
con él, no me pude resistir a trepar a las ramas más bajas.
Cuando lo hacía de niño, me imaginaba que estaba en un
inmenso bosque, lo que resultaba mucho más romántico
312
que estar encerrado tras los muros de un cenobio rodeado
de casinos y tiendas de neumáticos. Pero, con las ramas
desnudas, quedaba claro que me encontrada cerca del
límite oriental del bosque. A la vista tenía las ruinas
cubiertas de trepadoras de la tación de Shuf. Me sentí
como un tonto: Arsibalt podía verme desde una ventana.
Así que bajé y eché a caminar hacia allí. Arsibalt se pasaba
en aquel lugar casi todos los días. Me había estado
incordiando para que fuese a visitarle y yo había estado
poniéndole excusas. Ya no podía escaquearme.
Tuve que pasar por encima de un seto bajo que
delimitaba el bosque. Apartando el follaje lo noté
totalmente frío, y sentí dolor un instante después. En
realidad era un muro de piedra que se había convertido en
espaldera para cualquier cosa que estuviese dispuesta a
crecer. Salté por encima y pasé un rato para soltar el paño
y el cordón de las plantas. Estaba de pie en la maraña de
alguien, en aquel momento, marrón y retorcida. La tierra
negra estaba llena de hoyos allí donde la gente había
estado cavando para recoger las últimas patatas de la
temporada. Pasar por encima del muro me hizo sentir
como si estuviese entrando sin permiso. Probablemente
ésa había sido la razón del linaje de Shuf para levantar el
muro. Y explicaba por qué los que se habían encontrado
en el lado equivocado de ese muro se habían acabado
hartando y habían deshecho el linaje. Derribar el muro
hubiera sido demasiado trabajoso, así que se lo habían
313
dejado a las hormigas y las trepadoras. Los Antiguos
Faanianos Reformados desde hacía poco usaban ese lugar
como retiro, y en vista de que nadie ponía ninguna
objeción, poco a poco se habían ido acostumbrando.
Brazo de Gardan: Una regla informal atribuida a fra
Gardan (‐1110 a ‐1063) que afirma que, cuando se
comparan dos hipótesis, es preciso colocarlas en los
extremos de un brazo metafórico (una especie de
balanza primitiva, compuesta por un brazo móvil y
un fulcro central) y dar preferencia a la que se «eleva
más», presumiblemente porque pesa menos; la idea es
que las hipótesis más simples, más «ligeras», son
preferibles a las más «pesadas», es decir, las más
complejas. También llamada Brazo de Sante Gardan
o, simplemente, el Brazo.
Diccionario, 4ª edición, 3000 a.R.
Muy cómodo, como comprobé al subir los escalones y
abrir la puerta (luchando una vez más contra la sensación
de ser un intruso). Carpinteros de los AFR habían dotado
el cascarón de piedra de suelos de madera y paredes
forradas. En realidad, «ebanista» era más apropiado que
«carpintero» para describir a los avotos que elegían como
quehacer el trabajo de la madera, por lo que aquel sitio
314
estaba encajado y unido con licencias que hubiesen sido la
envidia de Cord. Era una gran estancia cúbica de diez
pasos cuadrados forrada de libros. A mi derecha ardía un
fuego en el hogar; a mi izquierda, la límpida luz
septentrional entraba por una ventana en saledizo tan
grande que creaba un espacio propio, tan ancho,
redondeado y confortable como Arsibalt, que estaba
sentado en su centro leyendo un libro tan antiguo que
tenía que pasar las páginas con pinzas. Así que después de
todo no me había visto subir al árbol. Podría haberme
escabullido. Pero me alegraba no haberlo hecho. Era
agradable verle.
—Podrías ser el mismísimo Shuf —dije.
—Calla —me ordenó, y miró a su alrededor—. La gente
se mosqueará si hablas de esa forma. Oh, todas las órdenes
tienen sus escondrijos. Islas de lujo que hacen que sante
Cartas se revuelva en su sarcófago de calcedonia.
—Ahora que lo pienso, un sarcófago bastante lujoso…
—Déjalo, en invierno es frío como el infierno.
—De ahí la expresión «frío como el sarcófago de
Cartas…».
—Calla —repitió.
—¿Sabes, Arsibalt?, si el capítulo edhariano tiene un
escondrijo lujoso, todavía no me lo han enseñado.
—Son los raros —dijo, poniendo los ojos en blanco. Me
miró de arriba abajo—. Quizá cuando alcances cierta
posición…
315
—Bien, ¿qué eres tú, a los diecinueve años? ¿El PEI de los
Antiguos Faanianos Reformados?
—El capítulo y yo nos hemos sentido mutuamente
cómodos en muy poco tiempo, sí. Apoyan mi proyecto.
—¿Cuál? ¿La reconciliación con los deólatras?
—Algunos miembros de los Antiguos Faanianos
Reformados incluso creen en Dios.
—¿Y tú, Arsibalt? Vale, vale… —añadí, cuando se
disponía a hacerme callar por tercera vez. Al final se
movió. Me guio por una visita, mostrándome algunos de
los artefactos de los grandes días de la tación: copas de oro
y tapas de libros con incrustaciones de piedras preciosas,
todo ello protegido bajo vidrio. Acusé a su orden de tener
más cosas de ésas ocultas en algún lado para beber y
enrojeció.
Luego, ya que tanto hablar de utensilios le había dado
hambre, guardó el libro. Dejamos atrás la tación de Shuf y
fuimos a la comida del mediodía. Los dos nos habíamos
saltado Provenir, un lujo que sólo era posible porque unos
días por semana algunos fras jóvenes habían empezado a
sustituirnos dando cuerda al reloj.
Cuando abandonásemos completamente la obligación de
dar cuerda al reloj, lo que sucedería al cabo de dos o tres
años, tendríamos suficiente tiempo libre para decidirnos
por un quehacer: algo práctico que se pudiese realizar
para mejorar la vida en el concento. Entretanto, nos
316
dábamos el lujo de probar diferentes actividades, a ver si
nos gustaban.
Fra Orolo, por ejemplo, conversaba continuamente con la
uva bibliotecaria. Estábamos demasiado al norte. Las uvas
no estaban contentas. Pero teníamos una pendiente que
miraba al sur, entre los árboles de páginas y el muro
exterior del concento, donde se dignaban crecer.
—La apicultura —me dijo Arsibalt cuando le pregunté
qué le interesaba.
Me reí imaginándome a Arsibalt rodeado de una nube de
abejas.
—Siempre me ha parecido que acabarías haciendo un
trabajo bajo techo —dije—, con cosas inanimadas. Pensaba
que encuadernarías libros.
—En esta época del año, la apicultura es un trabajo de
interior con cosas muertas —dijo—. Quizá cuando las
abejas dejen de hibernar ya no me guste tanto. ¿Qué hay
de ti, fra Erasmas?
Aunque Arsibalt no lo sabía, era un tema delicado. Había
otra razón para tener un quehacer: si resultaba que eras
incapaz de hacer cualquier otra cosa, podías renunciar a
los libros, las salas de tiza y los diálogos y ser un obrero el
resto de tu vida. Se llamaba «quedarse atrás». Había
muchos avotos en esa situación, preparando comida,
elaborando cerveza, tallando piedras, y no era un secreto
de quiénes se trataba.
317
—Tú puedes escoger una curiosidad como la apicultura
—dije— y nunca será más que una afición excéntrica…
porque tú nunca tendrás posibilidad de quedarte atrás. No
a menos que los AFR recluten de pronto a un montón de
genios. En mi caso, las probabilidades de quedarme atrás
son algo mayores y debo escoger algo que pueda hacer
durante ochenta años sin volverme loco.
En ese momento Arsibalt malgastó la oportunidad de
garantizarme que era muy listo y que eso jamás pasaría.
No me importó. Después de la conversación cruda con
Tulia de seis semanas antes, yo me dedicaba a pasar
menos tiempo dando vueltas a las cosas y más tiempo
intentando lograrlas.
—Hay alguna posibilidad de hacer que los instrumentos
del astrohenge funcionen correctamente.
—Posibilidad que mejoraría mucho si realmente tuvieses
acceso al astrohenge —dijo. No había peligro en que
hablase de esa forma porque atravesábamos el bosque de
los árboles de páginas y no había nadie cerca, a menos que
sur Trestanas estuviese escondida en un montón de hojas
con la mano en la oreja.
Me detuve y alcé la barbilla.
—¿Esperas que un inquisidor caiga de un árbol? —me
preguntó Arsibalt.
—No, sólo lo miraba —le dije, refiriéndome al
astrohenge. Desde aquella pequeña elevación se veía bien.
Pero, como nos encontrábamos en medio del bosque, sería
318
difícil que nos vieran desde la Seo, por lo que me parecía
seguro contemplarlo un rato. El gran telescopio de Sante
Mithra y Sante Mylax se encontraba en la misma posición
en que, tres meses antes, más o menos, lo habíamos
dejado: vuelto en dirección al cielo septentrional.
»Estaba pensando que, si Orolo empleaba el M y M para
mirar algo que ellos no querían que viese, entonces
podríamos obtener alguna pista de la posición en la que lo
colocó la última vez que tuvo acceso a él. Quizás esa noche
tomó alguna imagen que nadie ha visto todavía.
—¿Puedes sacar alguna conclusión de hacia dónde
apunta ahora el M y M? —preguntó Arsibalt.
—Sólo que Orolo quería mirar a algo sobre el polo.
—¿Y qué hay sobre el polo… aparte de la estrella polar?
—Eso es —dije—. Nada.
—¿Qué quieres decir? Debe de haber algo.
—Pero destroza mi hipótesis.
—Te lo ruego, ¿qué es? ¿Y puedes explicármelo mientras
caminamos hacia un lugar caliente con comida?
Volví a ponerme en marcha y le hablé a la nuca de
Arsibalt mientras le dejaba abrir el paso por entre las hojas.
—Mi suposición es que era una roca.
—Es decir, un asteroide —dijo.
—Sí. Pero las rocas no vienen del polo.
—¿Cómo puedes decir algo así? ¿No vienen de cualquier
dirección?
319
—Sí, pero en general su inclinación es baja… están en el
mismo plano que los planetas. Así que miras cerca de la
eclíptica, que llamamos el plano.
—Pero no es más que un argumento estadístico —dijo—
. Podría tratarse de una roca poco común.
—No cumple el Brazo.
—El Brazo de Sante Gardan es una guía útil. Montones
de cosas no cumplen esa regla —dijo Arsibalt—, incluidos
tú y yo.
Orolo se sentó con nosotros. Era la primera vez que
hablaba con él desde hacía una eternidad. Se situó donde
podía mirar las montañas por la ventana, con el mismo
estado de ánimo que tenía yo unos minutos antes al mirar
al astrohenge. Era un día despejado y los picos destacaban;
daban la impresión de estar a un tiro de piedra.
—Me pregunto cómo será esta noche la vista desde el
Cerro de Bly —dijo suspirando—. ¡Desde luego, mejor que
desde aquí!
—¿Es ahí donde los imizares se comieron el hígado de
sante Bly? —pregunté.
—Ahí mismo.
—¿Está por aquí cerca? Creía que estaba en otro
continente o algo así.
—Oh, no. ¡Bly era hombre de Sante Edhar! Puedes
buscarlo en la Crónica… por alguna parte tenemos sus
reliquias conservadas en sal.
320
—¿Realmente pretendes dar a entender que allí hay un
observatorio? ¿O es una broma?
Orolo se encogió de hombros.
—No tengo ni idea. Estemard construyó un telescopio
allí, después de renunciar a sus votos y salir a toda prisa
por la Puerta de Día.
—¿Y Estemard es…?
—Uno de mis dos profesores.
—¿Paphlagon era el otro?
—Sí. Casi al mismo tiempo los dos se hartaron de estar
aquí. Estemard se fue. Una noche, después de la cena,
Paphlagon se dirigió al laberinto superior y durante un
cuarto de siglo no volvimos a verle hasta… bien… ya
sabes. —Se le ocurrió una idea—. ¿Qué hacías tú durante
el Voco de Paphlagon? En ese momento todavía eras
invitado de Autipete.
Autipete era una figura de la mitología antigua que se
había acercado sigilosamente a su padre dormido y le
había arrancado los ojos. Nunca había oído comparar a sur
Trestanas con esa Autipete. Me mordí el labio y agité la
cabeza consternado mientras Arsibalt echaba sopa por la
nariz.
—No es justo —dije—, se limita a obedecer órdenes.
Orolo se cuadró para aplanarme.
—¿Sabes?, durante el Tercer Heraldo era habitual que
quienes habían cometido crímenes horribles…
321
—Dijesen que se limitaban a obedecer órdenes. Todos lo
sabemos.
—Fra Erasmas sufre del síndrome de Sante Alvar —dijo
Arsibalt.
—Esos personajes del Tercer Heraldo usaban
excavadoras para arrojar niños a los hornos —dije—. Y en
lo que se refiere a sante Alvar… bien, fue el único
superviviente de su concento durante el Tercer Saqueo y
estuvo prisionero tres décadas. Cerrar la puerta de los
telescopios no está a la misma altura, ¿verdad?
Orolo aceptó la precisión con un guiño.
—Mi pregunta sigue en pie. ¿Qué hiciste durante el
Voco?
Por supuesto, me encantaría habérselo dicho. Así que lo
hice… pero bromeando.
—Mientras no me vigilaban, subí corriendo al astrohenge
para realizar observaciones. Por desgracia, hacía sol.
—¡Ese maldito orbe luminoso! —soltó Orolo. Luego se le
pasó algo por la cabeza—. Pero sabes que nuestro equipo
puede captar algunas cosas de día, si son muy brillantes.
Dado que Orolo había decidido seguirme la broma, no
habría estado bien por mi parte dejarlo.
—Por desgracia, el M y M apuntaba en la dirección
incorrecta —dije—. No tuve tiempo de orientarlo.
—¿La dirección incorrecta para qué? —preguntó Orolo.
—Para enfocar algo brillante… como un planeta o… —
Vacilé.
322
Jesry ocupó una mesa libre cercana, mirándonos a mí y a
Orolo, y se quedó inmóvil, pasando de su comida. De
haber sido un lobo, habría tenido las orejas rectas y
orientadas hacia nosotros.
—¿Te incomodaría mucho terminar decentemente la
frase? —terció Orolo.
Arsibalt parecía tan alterado como me sentía yo. Aquella
conversación había empezado en broma. Ahora, fra Orolo
intentaba hablar de algo serio, pero no podía deducir qué.
—Exceptuando una supernova, los objetos muy
brillantes tienden a estar cerca, dentro del Sistema Solar…
y los objetos del Sistema Solar generalmente se limitan al
plano de la eclíptica. Por tanto, fra Orolo, en esta fantasía
absurda en la que corro al astrohenge para mirar al cielo a
plena luz del día, tendría que apartar el M y M de su
orientación polar actual y llevarlo al plano de la eclíptica
para poder ver algo.
—Simplemente quiero que tu absurda fantasía sea
consistente —me explicó fra Orolo.
—Bien, ¿ya estás contento?
Se encogió de hombros.
—Has razonado bien. Pero no desprecies tanto los polos.
Allí convergen muchas cosas.
—¿Como qué? ¿Los paralelos? —me burlé.
Arsibalt dijo, con el mismo espíritu:
—¿Aves migratorias?
Jesry propuso:
323
—¿La aguja de las brújulas?
Momento en el que intervino una voz aguda:
—Órbitas polares.
Nos volvimos y vimos a Barb, que se acercaba con una
bandeja de comida. Seguramente mientras hacía cola nos
prestaba atención con un oído. Ahora nos daba la
respuesta al acertijo empleando una voz preadolescente
que podrían haber oído en el Cerro de Bly. Había sido una
frase tan extraña que las cabezas se habían vuelto por todo
el Refectorio.
—Por definición —añadió, con la voz cantarina que
empleaba cuando declamaba algo que había memorizado
de algún libro—, un satélite en órbita polar debe pasar por
encima de cada polo durante cada vuelta alrededor de
Arbre.
Orolo se encajó en la boca un trozo de pan mojado en
salsa para ocultar su contento. Barb se encontraba justo a
mi lado con la bandeja, a unas pocas pulgadas de mi oreja,
pero no mostraba intención de sentarse.
Tenía la sensación de que me vigilaban. Miré a fra
Corlandin, sentado a unas mesas de distancia, y vi que
apartaba la vista. Pero todavía podía oír a Barb:
—Un telescopio orientado hacia el norte tendría muchas
probabilidades de detectar…
Le tiré de un pliegue suelto del paño. Bajó un brazo. Toda
la comida se desplazó en la bandeja y la desequilibró.
Todo cayó al suelo.
324
Las cabezas se volvieron hacia nosotros. Barb estaba
anonadado.
—¡Sobre mi brazo ha actuado una fuerza de origen
desconocido! —afirmó.
—Lo siento muchísimo, ha sido culpa mía —contesté. A
Barb le fascinaba el desastre del suelo. Sabía cómo
funcionaba su mente, así que me puse en pie, me cuadré
frente a él y lo agarré de los hombros—. Barb, mírame —
dije.
Me miró.
—Ha sido culpa mía. Me he enredado en tu paño.
—Deberías limpiarlo tú, si ha sido culpa tuya —repuso
con total naturalidad.
—Estoy de acuerdo y es lo que haré ahora mismo —dije.
Me fui a buscar un cubo. A mi espalda oí a Jesry plantearle
a Barb una pregunta sobre secciones cónicas.
Calca: (1) En proto orto y orto antiguo, tiza o
cualquier sustancia similar empleada para dejar
marcas sobre una superficie dura. (2) En orto medio y
orto posterior, un cálculo, sobre todo uno que
consume grandes cantidades de tiza debido a su
naturaleza tediosa y detallada. (3) En orto práxico y
orto posterior, una explicación, definición o lección
que es importante para el desarrollo de un tema de
325
mayor calado pero que, debido a su naturaleza
extremadamente técnica o abstrusa, ha sido apartada
del cuerpo principal del diálogo y encapsulada en una
nota al pie o en un apéndice, para que no desvíe la
atención del argumento principal.
Diccionario, 4ª edición, 3000 a.R.
Una forma de trabajo pesado llevó directamente a otra
cuando sur Ala me recordó amablemente que ese día me
tocaba limpiar la cocina tras la comida del mediodía. No
llevaba mucho tiempo con ello cuando me di cuenta de
que Barb estaba conmigo, siguiéndome, sin ayudarme en
absoluto. Al principio me molestó: otro caso más de
ineptitud social casi perfecto. Pero, una vez superada esa
sensación, decidí que era mejor así. Hay cosas que es más
fácil hacer a solas. Comunicarse y coordinarse con otros
suele ser más complicado que limitarse a hacerlas. Aun
así, muchos intentaban ayudar porque creían que era lo
cortés, o porque era una forma de cohesión social. La
mente de Barb no se perdía en tales consideraciones. Me
habló, que es mi forma preferida de «ayuda».
—Las órbitas son tan divertidas como lo que haces ahora
—comentó con seriedad, viéndome de rodillas con el
brazo hasta el codo en un desagüe atascado por la grasa.
—Supongo que la gransur Ylma te las ha estado
enseñando —gruñí. Limpiar el desagüe me permitía
disimular mi disgusto. Yo no había aprendido nada sobre
326
órbitas hasta el segundo año. Ése era el segundo mes de
Barb.
—¡Muchas equis y zetas! —exclamó, lo que me hizo reír.
—Sí —dije—, bastantes.
—¿Quieres saber qué es estúpido?
—Claro, Barb. Cuéntame —dije, tirando de un puñado
de verdura cortada para sacarla del desagüe contra la
presión contraria de veinte galones de agua de fregar
acumulada. El desagüe hizo gárgaras y empezó a vaciarse.
—Cualquier imizar podría plantarse de noche en el
prado y ver algunos satélites en órbita polar y otros
satélites en órbita alrededor del ecuador, ¡y sabría que son
dos tipos diferentes de órbitas! —exclamó—. Pero, si
resuelves las ecuaciones con sus variables, ¿sabes qué?
—¿Qué?
—¡Parecen una sopa de letras y no es evidente que
algunas órbitas son polares y otras ecuatoriales como le
resultaría evidente a cualquier imizar tonto que mirase al
cielo!
—Es peor aún —dije—, mirar las variables ni siquiera te
indica que sean órbitas.
—¿Qué quieres decir?
—Una órbita es estacionaria, estable —dije—. Por
supuesto, el satélite no deja de moverse, pero siempre de
la misma forma. Pero esa estabilidad no se manifiesta
mirando las equis y las zetas.
327
—¡Sí! ¡Es como si conocer la teorética nos volviese más
estúpidos! —Rio emocionado y echó una mirada teatral
por encima del hombro, como si estuviésemos
dedicándonos a algo tremendamente travieso.
—Ylma te está obligando a hacerlo de la forma más
trabajosa posible —dije—, empleando las coordenadas de
Sante Lesper, para que cuando te enseñe cómo se hace de
verdad, te parezca mucho más fácil.
Barb se quedó estupefacto. Añadí:
—Es como si te golpean la cabeza con un martillo… Es
muy agradable cuando dejan de hacerlo. —Era el chiste
más viejo del mundo, pero Barb no lo había oído nunca y
le hizo tanta gracia que se emocionó físicamente y tuvo
que correr varias veces por la cocina para descargar la
energía. Una semanas antes esa reacción me habría
alarmado y habría intentado tranquilizarle, pero ya estaba
acostumbrado y sabía que si intentaba retenerle sería
mucho peor.
—¿Cuál es la forma correcta de hacerlo?
—Con elementos orbitales —dije—. Seis números que te
indican todo lo que se puede saber sobre el movimiento de
un satélite.
—Pero ya tengo esos números.
—¿Cuáles son? —pregunté, probándole.
—La posición del satélite en los ejes x, y y z de Sante
Lesper. Son tres números. Y la velocidad en cada uno de
esos ejes. Tres más. Seis números.
328
—Pero, como ya comentaste, si miras esos seis números
sigues sin poder visualizar la órbita, sin siquiera saber que
es una órbita. Lo que te digo es que con algo de teorética
puedes convertirlos en una lista de seis números
diferentes, los elementos orbitales, que son infinitamente
más fáciles de manipular, y que de un vistazo te indican si
la órbita pasa sobre los polos o alrededor del ecuador.
—¿Por qué gransur Ylma no empezó con ellos?
No podía decirle, «porque aprendes demasiado rápido,
demonios». Pero si intentaba ser excesivamente
diplomático, Barb se daría cuenta y me aplanaría.
Momento en el que tuve una altavisión: era
responsabilidad mía, como lo era de Ylma, enseñar a los
filles lo adecuado en el momento adecuado.
—Ya estás preparado para dejar de trabajar con las
coordenadas de Sante Lesper —anuncié— y ponerte a
trabajar en otros tipos de espacios, como hacen los
teoréticos adultos.
—¿Eso son como dimensiones paralelas? —me preguntó
Barb, quien por lo que parecía antes de su ingreso había
estado viendo el mismo tipo de motus que yo.
—No. Esos espacios a los que me refiero no son espacios
físicos que se puedan medir con una regla y por los que te
puedas mover. Son espacios teoréticos abstractos que
obedecen a reglas diferentes, llamadas principios de
acción. Un espacio que gusta a los cosmógrafos tiene seis
dimensiones: una por cada elemento orbital. Pero en ese
329
caso es una herramienta especial, que sólo se emplea en
esa disciplina. A principios de la Era Práxica, sante Hemn
desarrolló uno más general… —Y seguí hablando para
2
hacerle a Barb un calca sobre los espacios de Hemn, o
espacios de configuración, que Hemn había inventado
cuando, al igual que Barb, se había hartado de la sopa de
letras.
Irse a la centena: (jerga despectiva). Perder la
cabeza, volverse mentalmente inestable, apartarse
irremediablemente del sendero de la teorética. La
expresión se remonta al Apert del Tercer Centenario,
cuando las puertas de varios cenobios centenos se
abrieron para revelar resultados sorprendentes: en
Sante Rambalf, un suicidio en masa que había tenido
lugar momentos antes. En Sante Terramore nada en
absoluto… ni siquiera restos humanos. En Sante
Byadin, una secta religiosa desconocida hasta ese
momento que se hacía llamar los matarrhitas (todavía
existe). En Sante Lesper, una especie anteriormente
desconocida de primates superiores arbóreos. En
Sante Phendra, un tosco reactor nuclear en un sistema
de catacumbas subterráneas. Percances como ésos o
similares llevaron a fundar la Inquisición y la
2 Véase calca (2).
330
institución de los jerarcas tal y como se conocen en la
actualidad, incluidos los Guardianes Regulantes, con
el poder de inspeccionar todos los cenobios e imponer
la Disciplina.
Diccionario, 4ª edición, 3000 a.R.
A última hora de la tarde di con fra Orolo cuando salía
de una sala de tiza. Nos quedamos de pie entre casilleros
llenos de páginas y charlamos. Sabía que no debía
preguntarle a qué venía lo de antes, esa extraña discusión
sobre cosmografía diurna. Una vez que decidía
enseñarnos de esa forma, no había forma de conseguir que
diese una respuesta directa. En cualquier caso, me
preocupaba más lo que había comentado antes.
—No estarás pensando en irte, ¿verdad?
Adoptó una expresión divertida pero no dijo nada.
—Siempre me ha preocupado que te fueses por el
laberinto y te convirtieras en Centeno. Eso ya sería de por
sí una tragedia. Pero lo que has dicho me ha dado la
impresión de que ibas a volverte un Asilvestrado, como
Estemard.
Lo que dijo a continuación Orolo era para él sinónimo de
una respuesta:
—¿Qué significa que te preocupes tanto?
Suspiré.
—Describe «preocupación» —añadió.
—¿¡Qué!?
331
—Finjamos que soy alguien que jamás se ha preocupado
por nada. Estoy confundido. No lo comprendo. Dime
cómo es preocuparse.
—Bien… supongo que el primer paso es imaginar una
secuencia de acontecimientos tal y como podrían suceder
en el futuro.
—Lo hago continuamente. Y sin embargo, no me
preocupo.
—Es una secuencia de acontecimientos con un mal final.
—Por tanto, ¿te preocupa que un dragón rosa vuele sobre
el concento y nos mate con el gas nervioso de sus pedos?
—No —dije con una risita nerviosa.
—No lo comprendo, entonces —afirmó Orolo muy
serio—. Es una secuencia de acontecimientos con un mal
final.
—Pero es una tontería. No hay dragones rosa que se tiren
pedos de gas nervioso.
—Vale —dije—, entonces azul.
Jesry se nos había acerado y se dio cuenta de que
manteníamos un diálogo, así que se aproximó, pero no
demasiado, y adoptó la posición de espera: con las manos
ocultas en el paño, la barbilla hundida, sin mirarnos a los
ojos.
—No depende del color del dragón —protesté—. Los
dragones que se tiran pedos de gas nervioso no existen.
—¿Cómo lo sabes?
—Nunca se ha visto uno.
332
—Y a mí nunca se me ha visto abandonar el concento…
pero eso te preocupa.
—Vale. Corrección: la idea de un dragón así es
incoherente. No hay precedentes evolutivos.
Probablemente en toda la naturaleza no haya caminos
metabólicos capaces de generar gas nervioso. Los
animales de ese tamaño no pueden volar debido a leyes
fundamentales de escala. Y así sucesivamente.
—Hummm, muchas razones de biología, química,
teorética… por tanto, los imizares, que no saben nada de
eso, ¿se preocupan continuamente de dragones rosa que
se tiran pedos de gas nervioso?
—Probablemente se les podría convencer para que les
preocupase. Pero no, hay… Se activan otro tipo de
filtros… —Reflexioné un momento y lancé una mirada a
Jesry, invitándole a unirse al diálogo.
Tras unos momentos sacó las manos y avanzó.
—Si te preocupan los rosa —dijo—, también tienes que
preocuparte de los azules, verdes, negros, a topos y a
rayas. Y no sólo por los que se tiran pedos de gas nervioso,
sino también por los que arrojan bombas y los que eructan
fuego.
—No sólo por los dragones, sino por los gusanos, las
tortugas gigantescas, los lagartos… —añadí.
—Y no sólo por entidades físicas, sino por dioses,
espíritus y demás —dijo Jesry—. Tan pronto como la
puerta se abre lo suficiente para permitir la entrada de los
333
dragones rosa que se tiran pedos de gas nervioso, debes
permitir también la entrada de las otras posibilidades.
—Entonces, ¿por qué no preocuparse por ellas? —
preguntó fra Orolo.
—¡Yo me preocupo! —afirmó Arsibalt, que nos había
visto hablar y se había acercado a ver de qué.
—Fra Erasmas —dijo Orolo—, hace un minuto has dicho
que sería posible convencer a los imizares para que se
preocupasen de dragones rosa que se tiran pedos de gas
nervioso. ¿Cómo lo harías?
—Bien, no soy prociano. Pero, si lo fuese, supongo que
les contaría a los imizares una historia convincente que
explicase el origen de los dragones. Y cuando terminara
estarían muy preocupados. Pero si Jesry me interrumpiera
con advertencias sobre tortugas a rayas que eructan fuego,
bien, ¡se lo llevarían al manicomio!
Todos rieron… incluso Jesry, a quien por lo general no le
gustaban las bromas a su costa.
—¿Qué haría que la historia fuese convincente? —
preguntó Orolo.
—Bien, tendría que ser internamente consistente. Y
también debería ser consistente con lo que los imizares ya
saben sobre el mundo real.
—¿Cómo?
Lio y Tulia iban de camino a la cocina del Refectorio,
donde les tocaba preparar la cena. Lio, tras oír las ultimas
frases, intervino:
334
—¡Podrías decir que las estrellas fugaces son pedos de
dragón en llamas!
—Muy bueno —dijo Orolo—. En ese caso, cada vez que
un imizar alzase la vista y viese una estrella fugaz, creería
que corrobora el mito del dragón rosa.
—Y podría refutar a Jesry —añadió Lio— diciéndole:
«Idiota, ¿qué tienen que ver las tortugas a rayas que
eructan fuego con las estrellas fugaces?»
Todos rieron de nuevo.
—Eso procede directamente de los últimos escritos de
sante Evenedric —dijo Arsibalt.
Todos callaron. Hasta este momento creíamos que
simplemente tonteábamos.
—Fra Arsibalt se nos adelanta —dijo Orolo, protestando
un poco.
—Evenedric era teor —dijo Jesry—. No escribía sobre
algo así.
—Al contrario —replicó Arsibalt empecinado—, al final
de su vida, tras la Reconstitución, él…
—Si no te importa —dijo Orolo.
—Claro que no —contestó Arsibalt.
—Limitándonos a los dragones que se tiran pedos de gas
nervioso, ¿cuántos colores creéis que podríamos
distinguir?
Las opiniones variaban entre ocho y cien. Tulia creía que
podría distinguir más, Lio menos.
335
—Digamos diez —dijo Orolo—. Ahora, admitamos la
posibilidades de dragones a rayas de dos colores.
—Entonces tendríamos cien combinaciones —dije.
—Noventa —me corrigió Jesry—. No podemos contar
rojo/rojo y demás.
—Aceptando distintos anchos de raya, ¿podríamos llegar
a un millar de combinaciones distintas? —preguntó Orolo.
El acuerdo general fue que sí—. Ahora pasemos a los
topos. A cuadros. Combinaciones de topos, cuadros y
rayas.
—¡Cientos de miles! ¡Millones! —decían varios.
—¡Y sólo hablamos de dragones que se tiran pedos de gas
nervioso! —nos recordó Orolo—. ¿Qué hay de los lagartos,
las tortugas, los dioses…?
—¡Eh! —exclamó Jesry y echó una mirada a Arsibalt—.
Esto empieza a convertirse en el tipo de argumento que
plantearía un teor.
—¿Cómo es eso, fra Jesry? ¿Dónde radica el contenido
teorético?
—En las cifras —dijo Jesry—, es la profusión de
diferentes posibilidades.
—Explícate, por favor.
—Una vez que aceptas esos casos hipotéticos que no
tienen consistencia interna, rápidamente acabas
examinando un abanico de posibilidades que bien podría
ser infinito —dijo Jesry—. Por lo que la mente las rechaza
por ser igualmente inválidas y no se preocupa de ellas.
336
—¿Y eso vale tanto para los imizares como para sante
Evenedric? —preguntó Arsibalt.
—Así debe ser —dijo Jesry.
—Por tanto, esa capacidad de filtrado es un rasgo
intrínseco de la conciencia humana.
A medida que Arsibalt adquiría confianza, Jesry,
presintiendo que le atraían a una trampa, se volvió más
cauteloso.
—¿Capacidad de filtrado? —preguntó.
—¡No te hagas el tonto, Jesry! —le gritó sur Ala, que
también se presentaba para trabajar en la cocina—. Tú
mismo has dicho que la mente rechaza la gran mayoría de
las posibilidades hipotéticas, y por tanto no se preocupa
por ellas. Si eso no es una «capacidad de filtrado», ¡no sé
qué lo es!
—¡Lo siento! —respondió Jesry con retintín, y nos miró a
mí, a Lio y a Arsibalt como si le hubiesen atracado y
buscase testigos.
—¿Cuál es entonces el criterio que aplica la mente para
escoger una minoría infinitesimal de resultados posibles
de los que preocuparse? —preguntó Orolo.
«Plausibilidad», «posibilidad» murmuraban algunos,
pero nadie parecía tener la confianza para comprometerse.
—Antes, fra Erasmas ha mencionado que tiene relación
con ser capaz de contar una historia coherente.
337
—Es un argumento del espacio de Hemn, un espacio de
configuración —solté antes de haberlo pensado bien—.
Ésa es la conexión con Evenedric el teor.
—¿Harías el favor de explicarte? —pidió Orolo.
No habría sido capaz de no ser porque acababa de hablar
con Barb de lo mismo.
—No hay forma de llegar desde el punto en el espacio de
Hemn donde nos encontramos ahora a uno que incluya
dragones rosa que se tiran pedos de gas nervioso
siguiendo un principio de acción plausible… que no es
más que un término técnico para referirse a una historia
coherente que relacione un momento con el siguiente. Si
tiras por la ventana los principios de acción, le concedes al
mundo la libertad de ir a donde le plazca en el espacio de
Hemn, de producir cualquier resultado sin limitación.
Todo carecería de sentido. La mente, incluso la mente
imizar, sabe que hay un principio de acción que controla
la forma en que el mundo pasa de un momento al
siguiente, un principio que restringe los caminos del
mundo a aquellos que crean una historia internamente
consistente. Así que centra sus preocupaciones en
resultados más plausibles, como el de que tú te vayas.
—¿¡Se va!? —exclamó Tulia, espantada. Otros que se
habían unido tarde al diálogo reaccionaron de forma
similar. Orolo rio y yo expliqué el inicio del diálogo… y lo
hice a toda prisa, antes de que pudiesen irse a difundir
rumores.
338
—No creo que te equivoques, fra Erasmas —dijo Jesry,
una vez que todos se calmaron—, pero creo que hay un
problema de Brazo. Introducir el espacio de Hemn y los
principios de acción parece una forma innecesariamente
pesada de explicar el hecho de que la mente posee el
instinto de determinar qué resultados son lo bastante
plausibles como para preocuparse por ellos.
—Lo acepto —dije.
Pero Arsibalt estaba alicaído, decepcionado por mi
retirada sin lucha.
—Recuerda que surgió en relación con sante Evenedric
—dijo Arsibalt—, un teor que pasó la primera mitad de su
vida realizando cálculos rigurosos sobre principios de
acción en distintos espacios de configuración. No creo que
estuviese hablando poéticamente cuando propuso que la
conciencia humana es capaz de…
—¡No te vayas a la centena! —bufó Jesry.
Arsibalt enmudeció, boquiabierto, poniéndose rojo.
—Por ahora es suficiente con haber sacado el tema —
decretó Orolo—. Aquí no lo resolveremos… ¡al menos, no
con el estómago vacío!
Comprendiendo la indirecta, Lio, Tulia y Ala se fueron a
la cocina. Ala le lanzó a Jesry una mirada helada por
encima del hombro, para luego acercarse a Tulia y hacerle
unos comentarios. Yo sabía exactamente de qué se
quejaba: Jesry había sido quien había sacado el tema de la
profusión de resultados… pero, cuando Arsibalt había
339
intentado desarrollarlo, se había acobardado y se había
echado atrás, incluso se había mofado de Arsibalt. Intenté
sonreírle a Ala, pero no se dio cuenta. Estaban pasando
demasiadas cosas. Al final me quedé allí sonriendo al
vacío, como un idiota.
Arsibalt siguió a Jesry por el Claustro, discutiendo.
—Volviendo a donde estábamos —dijo Orolo—. ¿Por
qué te preocupas tanto, Erasmas? Es tan productivo como
preocuparse por dragones rosa que se tiran pedos de gas
nervioso. ¿O posees un don especial para seguir los
futuros posibles por el espacio de Hemn… hasta llegar
aparentemente a conclusiones inquietantes?
—Podrías ayudarme a responder diciéndome si estás
considerando irte —le respondí.
—Pasé extramuros casi todo Apert —dijo Orolo con un
suspiro, como si finalmente le hubiese atrapado—. Creía
que sería un desierto. Un osario cultural e intelectual. Pero
no fue eso lo que encontré. Fui a ver motus. ¡Los disfruté!
Fui a bares y mantuve conversaciones razonablemente
interesantes. Con imizares. Me gustaron. Algunos me
resultaron muy interesantes. Y no me refiero a interesantes
para ponerlos bajo el microscopio. Me han
impresionado… son personajes que siempre recordaré.
Durante un tiempo me sedujo. Luego, una noche,
mantuve una conversación especialmente animada con un
imizar tan inteligente como cualquier persona de este
concento. Y no sé cómo, al final, salió a colación que creía
340
que el Sol giraba alrededor de Arbre. Me quedé patidifuso.
Intenté convencerle de lo contrario. Se mofó de mis
argumentos. Me hizo recordar cuántas observaciones
cuidadosas y cuánta labor teorética hace falta para
demostrar algo tan simple como que Arbre gira alrededor
del Sol. La deuda que tenemos con los que vinieron antes
de nosotros. Y eso me hizo pensar que, después de todo,
vivía en el lado correcto de la muralla. —Calló un
momento, mirando con ojos entrecerrados hacia las
montañas, como si estuviese evaluando si contarme lo
siguiente. Finalmente me vio mirándolo expectante e hizo
un gesto de rendición—. A mi regreso, encontré un
paquete de viejas cartas de Estemard —dijo.
—¡Vaya!
—Las había estado enviando desde el Cerro de Bly más
o menos una vez al año. Por supuesto, sabía que no las
recibiría hasta el siguiente Apert. Me contaba algunas
observaciones que había realizado con un telescopio que
había construido, puliendo espejos a mano y demás.
Buenas ideas. Una lectura interesante. Pero ciertamente no
el trabajo de calidad que había estado produciendo aquí.
—Pero a él se le permitía ir ahí arriba —dije, haciendo un
gesto hacia el astrohenge.
A Orolo le hizo gracia.
—Claro. Y confío en que nosotros podamos regresar
dentro de poco.
341
—¿Por qué? ¿Cómo? ¿En qué te basas? —debía
preguntarlo, aunque sabía que no me respondería.
—Digamos simplemente que yo también estoy dotado de
esa facultad tuya para imaginar cómo se desarrollarán las
cosas.
—¡Muchas gracias!
—Oh, y además puedo hacer funcionar dicha facultad
para imaginarme cómo sería ser un Asilvestrado —dijo—
. Las cartas de Estemard dejan bien claro que es una forma
de vida muy dura.
—¿Crees que escogió correctamente?
—No lo sé —dijo Orolo sin vacilación—. Es una pregunta
con muchas implicaciones. ¿Qué ansia el organismo
humano? Me refiero más allá de comida, agua, refugio y
reproducción.
—Supongo que felicidad.
—Que es algo que se puede conseguir, aunque
superficialmente, simplemente comiendo la comida que
sirven ahí fuera —dijo Orolo señalando—. Y aun así la
gente extramuros ansia cosas. No hace más que unirse a
arcas diferentes. ¿Qué sentido tiene?
Pensé en la familia de Jesry y en la mía.
—Supongo que a la gente le gusta pensar que no sólo
vive, sino que además propaga su forma de vida.
—Eso es cierto. La gente tiene la necesidad de sentirse
parte de un proyecto sostenible. Algo que seguirá sin ellos.
Eso crea sensación de estabilidad. Creo que esa necesidad
342
de estabilidad es tan básica y desesperada como las otras
necesidades más obvias. Pero hay más de un modo de
satisfacerlas. Puede que no tengamos en mucha estima la
subcultura imizar, ¡pero hay que admitir que es estable! A
su modo, los burgos tienen un tipo de estabilidad
completamente diferente.
—Como nos pasa a nosotros.
—Como nos pasa a nosotros. Y sin embargo a Estemard
no le sirvió. Quizá creyó que cubriría sus necesidades
mucho mejor viviendo en un cerro.
—O quizá no tenía tantas como algunos de nosotros —
propuse.
El reloj dio la hora.
—Vas a perderte una charla fascinante de sur Fretta —
dijo Orolo.
—Eso suena a cambio de tema —dije.
Orolo se encogió de hombros. «Los temas cambian. Será
mejor que te adaptes.»
—Bien —dije—, vale. Asistiré a su charla. Pero, si vas a
irte, no salgas de este lugar sin decírmelo, por favor.
—Prometo advertirte de antemano acerca de todo lo que
me sea posible si algo así fuese a suceder —dijo con
indulgencia, como si estuviese hablando con un
desequilibrado mental.
—Gracias.
343
Luego me fui a la sala de tiza de Sante Grod y me senté
en el gran espacio vacío que, como era habitual, rodeaba a
Barb.
Técnicamente, se suponía que debíamos llamarle fra
Tavener, que era el nombre que había escogido al jurar sus
votos. Pero a algunas personas les lleva más que a otras
hacerse a su nombre avoto. Arsibalt había sido Arsibalt
desde el primer día; ya nadie recordaba su nombre
extramuros. Pero la gente llamaría Barb a Barb durante
mucho tiempo.
Se llamara como se llamase, ese chico iba a ser mi
salvación. Había muchas cosas que no sabía, pero no había
nada sobre lo que temiese preguntar y preguntar y
preguntar, hasta haberlo comprendido a la perfección.
Había decidido convertirlo en mi fille. La gente creería que
lo hacía por caridad. Alguno incluso pensaría que me
preparaba para que cuidar de Barb fuese mi quehacer.
¡Que lo pensasen! En realidad, lo mío era sobre todo
egoísmo. En seis semanas había aprendido más teorética
simplemente estando dispuesto a sentarme junto a Barb
de la que había aprendido en los seis meses anteriores a
Apert. Ahora comprendía que en mi deseo de saber
teorética había tomado atajos que, al igual que los atajos
sobre el mapa, habían resultado ser caminos más largos.
Cuando había visto a Jesry adelantárseme, había
interpretado las ecuaciones de una forma que en su
momento parecía simplificar las cosas pero que, más
344
adelante, las complicaba… no, las volvía irresolubles. Barb
no tenía miedo de que otros fuesen más rápidos; tenía un
cerebro incapaz de interpretar la cara de los demás. Y no
tenía el mismo deseo de alcanzar una meta lejana. Era
completamente egoísta y miope. Sólo deseaba
comprender ahora, hoy, el problema o la ecuación escrita
en la pizarra que tenía delante, fuese o no conveniente
para quiénes le rodeaban. Estaba más que dispuesto a
ponerse en pie y preguntar hasta después de la cena e
incluso de la hora de acostarse.
Ahora que lo pensaba, Ala y Tulia habían inventado
hacía tiempo una forma similar de aprender. «La criatura
de dos espaldas» era el término que Jesry había inventado
para describir a las dos chicas cuando se juntaban en la
puerta de una sala de tiza discutiendo interminablemente
acerca de lo que acababan de oír. No era suficiente que una
de ellas comprendiese algo. Ni que cada una lo
comprendiese de forma diferente. Las dos debían
comprenderlo de la misma forma. Oírlas explicarse
mutuamente las cosas nos daba dolor de cabeza. Sobre
todo cuando éramos más jóvenes, siempre nos tapábamos
las orejas con las manos y salíamos corriendo en cuanto
veíamos a la criatura de las dos espaldas. Pero a ellas les
funcionaba.
La predisposición de Barb a hacer las cosas de la forma
más difícil a corto plazo hacía que su avance hacia la meta
345
lejana, a pesar de no tenerla, fuese más rápido y seguro
que el mío. Y ahora yo avanzaba en sincronía con él.
Como posible quehacer, enseñaba a cantar a la nueva
cosecha. Extramuros, todos escuchaban música, pero sólo
unos pocos sabían producirla. Había que enseñárselo
todo. Era espantoso. Yo ya sabía que no se convertiría en
mi quehacer. Nos reuníamos tres tardes por semana en un
espacio de nuestra nave.
Un día, a la salida de uno de esos ensayos, me topé con
fra Lio, que venía a hacer lo que fuese que hacía en el patio
del Guardián Fensor.
—Sube conmigo —me ofreció—. Quiero mostrarte algo.
—¿Un nuevo pinzamiento de un nervio?
—No, nada de eso.
—¿Sabes?, se supone que no debo mirar desde los pisos
superiores.
—Bien, todavía no he pasado la instrucción de jerarca…
así que yo tampoco —dijo—. No es eso lo que quiero
enseñarte.
Así que le seguí por las escaleras. Mientras subíamos, me
puse nervioso al pensar en llevar a cabo un plan para
entrar en el astrohenge. Luego recordé lo que Orolo había
dicho sobre preocuparse demasiado e intenté sacármelo
de la cabeza.
—Se supone que no debes mirar más allá de los muros —
me recordó, a medida que nos acercábamos a la parte
346
superior de la torre suroeste—, pero se te permite recordar
lo que viste durante Apert, ¿cierto?
—Supongo que sí.
—Bien, ¿te fijaste en algo?
—¿Perdona?
—Extramuros, ¿te fijaste en algo?
—¿Qué clase de pregunta es ésa? Me fijé en montones de
cosas —le solté.
Lio se volvió y me dedicó una sonrisa de oreja a oreja,
para indicarme que estaba usando su tonto sentido del
humor. Humor vlog.
—Vale —dije—, ¿en qué se supone que debía fijarme?
—¿Crees que la ciudad crece o que se hace más pequeña?
—Más pequeña. No hay duda.
—¿Por qué estás tan seguro? ¿Consultaste los datos del
censo? —Otra sonrisa.
—Claro que no. No sé. Una sensación. Por algún detalle
de su aspecto.
—¿Qué aspecto?
—Como… está invadida de hierba. Llena de maleza.
Se volvió y alzó el dedo índice, como una estatua de
Thelenes declamando en el Periklyne.
—Conserva esa idea mientras atravesamos territorio
enemigo —dijo.
Miramos la cancela cerrada y atrancada, pero no dijimos
nada. Atravesamos el puente hasta el patio Regulante y
seguimos el camino central hasta las escaleras. Cuando
347
llegamos a territorio seguro, junto a la estatua de
Amnectrus, dijo:
—Estaba pensando que mi quehacer podría ser la
jardinería.
—Bien, teniendo en cuenta toda la hierba que has
arrancado a lo largo de los años como penitencia por
darme palizas, estás más que cualificado —dije—. Pero
¿por qué?
—Deja que te enseñe lo que ha estado pasando en el
prado —dijo, y me guio hasta la cornisa Fensor. Un par de
centinelas hacían ronda, envueltos en pesados paños de
invierno y con los pies enfundados en mukluks calentitos.
Lio y yo nos habíamos acalorado subiendo las escaleras,
así que el frío no nos molestaba. Dedicamos un momento
a cubrirnos con la capucha. Era una forma de demostrar
respeto a la Disciplina. Nuestros paños, colocados muy
por delante de la cara, nos ofrecían una visión de túnel. Al
acercarnos al parapeto e inclinar la cabeza veíamos el
concento, pero no el mundo más allá.
Lio señaló un límite del prado. La tación de Shuf se
alzaba justo al otro lado del río. Con la excepción de unos
cuantos arbustos perennes, allá abajo todo era de color
marrón y estaba muerto. Era fácil ver que, cerca de la
ribera, los tréboles que cubrían la mayor parte del prado
escaseaban, invadidos por algo más oscuro y basto:
hierbas que preferían la tierra arenosa de la orilla. Al borde
del río había un claro donde el campo de trébol cedía
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completamente a las malas hierbas: bayacorte y otras
parecidas. Más allá se veían ocasionales manchas de
verde; algunas plantas eran tan resistentes que ni siquiera
una tremenda helada habría podido matarlas.
—Supongo que el tema de hoy son las hierbas. Pero no
entiendo qué pretendes —dije.
—Allá abajo, en primavera, voy a reproducir la Batalla de
Trantae —anunció.
—En el año ‐1472 —respondí mecánicamente, porque se
trataba de una de las fecha grabadas en la cabeza de todo
fille—. ¿Y quieres que haga del hoplita que recibe una
flecha sarthiana en la oreja? ¡No, gracias!
Negó impaciente con la cabeza.
—Con gente no —dijo—, con plantas.
—¿Cómo?
—Tuve la idea durante Apert, cuando vi que las hierbas
e incluso los árboles invadían la ciudad. Se la arrebatan a
los humanos tan despacio que éstos no se dan ni cuenta.
El prado será las fértiles planicies de Thrania, el granero
del Imperio baziano —dijo Lio—. El río será el río
Chontus, que las separaba de las provincias norteñas. En
el año ‐1474 hace tiempo que éstas han caído en manos de
los Arqueros a Caballo. Sólo unos pocos puestos
avanzados fortificados contienen la oleada bárbara.
—¿Podemos imaginar que la tación de Shuf es uno de
ellos?
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—Si te apetece. No importa. En cualquier caso, durante
el frío invierno de ‐1473, las hordas de las estepas,
comandadas por el clan Sarthian, cruzan el río helado y
establecen una cabeza de puente en la orilla thraniana.
Para cuando se inicia la campaña, tienen tres ejércitos
completos dispuestos para salir. El general Oxas depone
al imperator baziano en un golpe de Estado y marcha con
la promesa de arrojar a los sarthianos al río y ahogarlos
como ratas. Tras semanas de maniobras, las legiones de
Oxas se enfrentan al fin a las sarthianas en terreno llano,
cerca de Trantae. Los sarthianos fingen una retirada. Oxas
pica como un imbécil integral y se mete en la pinza. Queda
rodeado…
—Y tres meses más tarde Baz arde. Pero ¿cómo vas a
hacer todo eso con hierbas?
—Permitiremos que las especies de la orilla invadan los
tréboles. La estelaflor corre por el suelo como la caballería
ligera… es increíble lo rápido que avanza. La bayacorte es
más lenta, pero se le da mejor conservar sus posiciones…
como a la infantería. Finalmente llegan los árboles que
hacen permanente la invasión. Con un poco de limpieza y
poda, podemos hacer que todo sea como en Trantae,
excepto que harán falta unos seis meses.
—Es la mayor locura que he oído en mi vida —dije—.
Sufres alguna forma de trastorno mental.
—¿Prefieres ayudarme o seguir intentando enseñar a
esos niñatos a cantar una melodía?
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