Sur Trestanas nos habló.
—Vuestro destino es el concento de Sante Tredegarh —
anunció.
—¿Es un Convox? —preguntó alguien.
—Ahora lo es —respondió. Lo que paralizó la discusión
durante un minuto, mientras asimilábamos la noticia.
—¿Cómo llegaremos hasta allí? —preguntó Tulia.
—Como podáis —dijo Trestanas.
Las exclamaciones surgieron simultáneamente de las
bocas de todos los Evocados. Parte de la leyenda del Voco,
un pequeño consuelo por ser arrancado de todo lo que
conocías, era que te llevaban en algún tipo de vehículo,
como había sido el caso de fra Paphlagon. En vez de eso, a
nosotros nos habían dado zapatillas de deporte.
—No llevaréis el paño ni el cordón a cielo abierto, sea de
noche o de día —añadió Trestanas—. Las esferas deben
tener el tamaño de un puño, o más pequeñas, y no se
deben emplear para producir luz. No debéis salir juntos
por la puerta… saldréis en grupos de dos o tres. Más tarde,
si queréis, podéis reuniros en algún lugar, lejos del
concento. Preferiblemente a cubierto.
—¿Cuál es la resolución de su sistema de vigilancia? —
preguntó Lio.
—No tenemos ni idea.
—Sante Tredegarh está a dos mil millas de aquí —dijo
Barb, por si a alguien le interesaba. A todos nos interesó.
501
—Hay organizaciones locales, relacionadas con las arcas,
que intentan buscar vehículos y conductores para llevaros.
—¿Gente del Guardián del Cielo? —preguntó Arsibalt…
adelantándoseme.
—Algunos —respondió Trestanas.
—¡No, gracias! —gritó alguien—. Durante Apert uno
intentó convertirme. Sus argumentos eran patéticos.
Escuché una carcajada contenida muy cerca de mí.
Me di la vuelta y miré. Era fra Jad, de pie, con la bolsa de
la compra y la mochila. No se reía muy fuerte, así que
nadie más se dio cuenta. Olía a humo. Todavía no se había
molestado en mirar en el interior de la bolsa. Me vio volver
la cabeza y me miró a los ojos. Se divertía.
—Los Poderes Fácticos deben de estar meándose en los
pantalones —dijo— o lo que sea que vistan hoy en día.
Todos los demás estaban demasiado conmocionados por
lo sucedido como para hablar. En ese momento yo tenía
ventaja: me había acostumbrado a estar conmocionado.
Igual que Lio estaba acostumbrado a que le golpeasen en
la cabeza.
Me subí a un banco de piedra que habían colocado para
que los visitantes se pudiesen sentar a admirar el
Planetario.
—Al sur del concento, no lejos de la Puerta de Siglo, al
oeste del río, sobre unos zancos, hay un enorme techo que
cubre un canal. Junto a él hay una sala de máquinas.
Daréis con ella. Es con diferencia la estructura más grande
502
de ese vecindario. Allí podremos reunimos a cubierto. Id
allí en grupos pequeños, como ha dicho sur Trestanas. Nos
reuniremos más tarde y trazaremos un plan.
—¿A qué hora nos congregamos? —preguntó uno de los
Centenos.
Lo pensé.
—Reunámonos cuando toquemos… cuando ellos toquen
Provenir.
503
PEREGRÍN
504
Peregrín: (1) En su uso antiguo, la época que
comienza con la destrucción del templo de Orithena
en ‐2621 y acaba varias décadas más tarde con el
florecimiento de la Edad Dorada de Ethras. (2) Un teor
que sobrevivió a Orithena y vagó por el mundo
antiguo, en ocasiones solo y en ocasiones en compañía
de otros como él. (3) Un diálogo supuestamente de esa
época. Posteriormente muchos fueron puestos por
escrito e incorporados a la literatura del mundo
cenobítico. (4) En el uso moderno, un avoto que, en
condiciones excepcionales, abandona los límites del
cenobio y viaja por el mundo secular mientras intenta
mantener el espíritu, aunque no la letra, de la
Disciplina.
Diccionario, 4ª edición, 3000 a.R.
505
os turnamos para ir a cambiarnos a las cámaras de aseo
N
de hombres y mujeres. De inmediato los zapatos me
volvieron loco. Me los quité a patadas y los aparqué bajo
un banco. Luego di con un lugar despejado en el suelo del
nártex donde pude extender el paño y plegarlo. Tuve que
agacharme y espatarrarme… operaciones complejas
vestido con pantalones. ¡No podía creer que la gente se
vistiese así toda la vida!
Una vez que tuve el paño reducido al tamaño de un libro,
lo envolví con el cordón, lo metí todo en la bolsa de los
grandes almacenes junto con la esfera comprimida, y
luego lo puse todo en el fondo de la mochila. Al otro lado
del nártex, Lio intentaba ejecutar algunos de sus
movimientos de vallelogía con la ropa nueva. Se movía
como si padeciera un desorden neurológico. A Tulia la
ropa no le iba en absoluto y negociaba un intercambio con
una de las sures Centenarias.
«¿Es un Convox?»
«Ahora lo es.»
Sólo se habían celebrado ocho Convoxes. El primero
había coincidido con la Reconstitución. Después, se había
celebrado uno cada milenio para componer la nueva
edición del Diccionario que se emplearía durante los
siguientes mil años, y para ocuparse de otros asuntos
506
relativos a los milésimos. Había habido uno para el Gran
Guijarro y uno al final de cada Saqueo.
Barb se puso nervioso, luego se alteró y a continuación se
volvió inmanejable. Ninguno de los jerarcas sabía cómo
tratarle.
—No le gustan los cambios —me recordó Tulia. El
mensaje tácito era: «es tu amigo, es tu problema».
A Barb tampoco le gustaba estar rodeado, así que Lio y
yo le rodeamos a él. Le acorralamos contra una esquina
donde Arsibalt había acampado con su montón de libros.
—Voco rompe la Disciplina porque el Evocado se marcha
solo, y desde ese momento está inmerso en el mundo
secular —entonó Arsibalt—. Es por eso que no podemos
volver. Convox es diferente. Nos llaman a tantos a la vez
que podemos viajar juntos y mantener la Disciplina dentro
del grupo peregrín.
—Peregrín empieza y termina en un cenobio —dijo Barb,
tranquilizado de pronto.
—Sí, fra Tavener.
—Cuando lleguemos a Sante Tredegarh…
—Celebraremos el auto de Prohijar —le animó Arsibalt—
y…
—Y luego estaremos juntos con los otros avotos del
Convox —fue la suposición de Barb.
—Y luego…
507
—Y luego, cuando hayamos terminado de hacer lo que
sea que quieren que hagamos, haremos Peregrín de vuelta
a Sante Edhar —añadió Barb.
—Sí, fra Tavener —dijo Arsibalt. Noté que luchaba
contra la tentación de añadir «si no nos incinera el rayo
mortal de los alienígenas o nos gasea el Guardián del
Cielo».
Barb se tranquilizó, un estado que no duraría mucho.
Cuando saliésemos por la Puerta de Día nos
encontraríamos continuamente con pequeñas violaciones
de la Disciplina. Barb se daría cuenta y las comentaría.
¿Por qué, oh, por qué le habían Evocado a él? ¡No era más
que un fille recién llegado! Tendría que cuidar de él
durante todo el Convox.
Pero, mientras iba pasando la madrugada y la esfera de
lapislázuli que en el planetario representaba a Arbre se
movía lentamente, me asenté un poco y recordé que la
mitad de lo que ahora sabía sobre teorética se lo debía a
Barb. ¿Qué diría de mi carácter el hecho de que me
desentendiera de él?
Fuera empezaba a haber luz. La mitad de los Evocados
ya se habían ido. Los jerarcas emparejaban Dieces con
Centenos porque la mayoría de estos últimos iban a
precisar ayuda de los primeros para hablar flújico y lidiar
con el Sæculum en general. Llamaron a Lio y se fue con un
par de Centenos. A Arsibalt y a Tulia les dijeron que se
preparasen.
508
Yo no podía marcharme descalzo. Mis zapatos estaban
bajo el banco, junto al planetario. Fra Jad se había
acomodado en ese banco, justo encima de mis zapatos.
Tenía la cabeza inclinada y las manos cruzadas sobre el
regazo. Debía de estar realizando una profunda forma de
meditación milésima. Si le molestaba para recoger los
zapatos me convertiría en salamandra o algo así.
Nadie quería molestarle. Tulia y luego Arsibalt se fueron
seguidos de Centenos. Sólo quedábamos tres Evocados:
Barb, Jad y yo. Jad todavía llevaba paño y cordón.
Barb se acercó a Jad. Eché a correr y le alcancé justo
cuando llegaba a su lado.
—Fra Jad debe cambiarse de ropa —anunció Barb,
estirando su orto de primer año hasta el punto de la
ruptura.
Fra Jad alzó la vista. Hasta este momento, yo había creído
que tenía las manos apoyadas en el regazo. Ahora vi que
sostenía una maquinilla de afeitar desechable, todavía
metida en su paquete. Yo tenía una igual en mi bolsa. Era
de una marca común. Fra Jad leía la etiqueta. Los grandes
caracteres eran kinagramas, que él jamás había visto, pero
la letra pequeña estaba impresa en el mismo alfabeto que
usábamos nosotros.
—¿Qué principio explica los poderes que este documento
otorga a la lubricinta Dinaglide? —preguntó—. ¿Es
permanente o ablativo?
—Ablativo —dije.
509
—¡Es una violación de la Disciplina que lo esté leyendo!
—se quejó Barb.
—Cierra la boca —dijo fra Jad.
—No pretendo de ninguna manera ser irrespetuoso —
me aventuré a decir tras una pausa algo larga e
incómoda—, pero…
—¿Es hora de irse? —preguntó fra Jad, y consultó el
planetario como si fuese un reloj de pulsera.
—Sí.
Fra Jad se puso en pie y, con el mismo movimiento, se
sacó el paño por la cabeza. Algunos jerarcas,
boquiabiertos, le dieron la espalda. Durante un rato no
pasó nada. Rebusqué en su bolsa de la compra y di con
unos pantalones, que le pasé.
—¿Debo explicarte su uso? —pregunté, señalando la
cremallera.
Fra Jad tomó la prenda y descubrió cómo manejar la
cremallera.
—La topología es destino —dijo, y se los puso. Una
pierna primero y luego la otra. Era difícil estimar su edad.
Tenía la piel floja y arrugada, pero se mantenía
perfectamente en equilibrio sobre una pierna, luego la
otra, mientras se ponía los pantalones.
El resto del proceso de adecentar a fra Jad transcurrió sin
incidentes notables. Recuperé los zapatos e intenté
recordar cómo atármelos. Barb parecía asombrosamente
contento con seguir la orden de cerrar la boca. Me
510
pregunté por qué nunca antes había probado una táctica
tan simple.
Peleándonos con los zapatos, subiéndonos los
pantalones de vez en cuando, salimos de la Puerta de Día.
La plaza estaba desierta. Recorrimos el camino entre las
fuentes gemelas y entramos en la ciudad de los burgos.
Hasta que yo tuve seis años allí había habido un viejo
mercado. Luego las autoridades habían decidido llamarlo
Mercado de Antaño, lo habían derribado y construido uno
nuevo dedicado a la venta de camisetas y objetos con
imágenes del viejo mercado. Mientras tanto, la gente que
llevaba los pequeños puestos del viejo mercado se había
ido a otro sitio y montado algo en las afueras de la ciudad
que se llamaba el Nuevo Mercado, aunque en realidad era
el viejo mercado. Alrededor del Mercado de Antaño se
habían abierto algunos casinos, con la esperanza de servir
a la gente que venía de visita o que tenía algún asunto de
un tipo u otro relacionado con el concento. Pero nadie
quería visitar un Mercado de Antaño rodeado de casinos,
y la verdad es que el concento no era una atracción tan
grande, así que los casinos estaban sucios y descuidados.
De noche, en ocasiones, podíamos oír la música de las
salas de baile que tenían en los sótanos, pero a aquella hora
estaban silenciosos.
—Ahí podemos desayunar —dijo Barb.
—Los restaurantes de los casinos son caros —objeté.
511
—Tienen un bufé de desayuno gratis. En ocasiones mi
padre y yo comíamos allí.
Me puso triste, pero no podía discutir su lógica, así que
seguí a Barb, y Jad me siguió a mí. El casino era un
laberinto de pasillos idénticos. Ahorraban dinero
reduciendo la iluminación y evitando lavar la moqueta; el
moho nos hizo estornudar. Acabamos en una sala sin
ventanas del subsuelo. Hombres gordos, que olían a jabón,
estaban sentados a solas o por parejas. No había nada que
leer. Había un motus montado en la pared, con las
noticias, el tiempo y los deportes. Era la primera praxis de
imágenes en movimiento que fra Jad hubiese visto y le
llevó un rato acostumbrarse. Barb y yo le dejamos mirar
mientras íbamos a buscar comida. Pusimos las bandejas en
una mesa y luego fui a por fra Jad, que miraba los mejores
momentos de un partido de pelota. Un hombre de una
mesa cercana intentaba mantener con él una conversación
sobre uno de los equipos. Resulta que en la camiseta fra
Jad llevaba el logo de ese mismo equipo, lo que había
inducido al hombre a sacar varias conclusiones erróneas.
Me coloqué entre el rostro de fra Jad y el motus y logré
romper su hechizo. Luego lo acompañé al bufé. Los
Milésimos no comían mucha carne porque en su risco no
había mucho espacio para criar animales. Parecía más que
dispuesto a compensar el tiempo perdido. Intenté hacerle
tomar cereales, pero él sabía bien lo que quería.
512
Mientras comíamos, en una noticia del motus salió una
torre cenobítica de piedra, vista de lejos, de noche,
iluminada desde arriba por un resplandor rojo. La escena
se parecía mucho al aspecto del cenobio milésimo la noche
anterior. Pero yo nunca había visto el edificio de la noticia.
—Es el chapitel milenario del concento de Sante Rambalf
—anunció fra Jad—. He visto dibujos.
Sante Rambalf estaba en otro continente. Sabíamos poco
de él porque no teníamos órdenes en común.
Recientemente me había topado con ese nombre, pero no
podía recordar exactamente dónde…
—Es uno de los Tres Intactos —dijo Barb.
—¿Así los llamáis? —preguntó Jad.
Barb tenía razón. El monumento de nuestra Puerta de
Año tenía una placa que relataba la historia del Tercer
Saqueo y mencionaba los tres cenobios milésimos, de todo
el mundo, que no habían sido asaltados: Sante Edhar,
Sante Rambalf y…
—Sante Tredegarh es el tercero —dijo Barb.
Como si el motus respondiese a su voz, vimos la imagen
de un cenobio que daba la impresión de haber sido tallado
en la cara de un acantilado de piedra. Una luz roja también
lo luminaba desde arriba.
—Es extraño —dije—. ¿Por qué iban los alienígenas a
iluminar los Tres Intactos? Eso es historia antigua.
—Nos están comunicando algo —dijo fra Jad.
513
—¿Qué nos comunican? ¿Que les interesa mucho la
historia del Tercer Saqueo?
—No —dijo fra Jad—, probablemente nos estén
comunicando que fue en Edhar, Rambalf y Tredegarh
donde el Poder Secular almacenó toda la basura nuclear.
Me alegré de que hablase en orto.
Caminamos hasta una estación de combustible de la
carretera principal que salía de la ciudad y compré una
cartabla. Las había de todos los tamaños y estilos. La que
compré tenía más o menos el tamaño de un libro, con las
esquinas y los bordes en relieve a modo de neumáticos de
un vehículo todoterreno. Eso era porque aquella cartabla
estaba destinada a personas que disfrutaban de ese tipo de
cosas. Contenía mapas topográficos. Las cartablas
normales estaban decoradas de otra forma y sólo
mostraban carreteras y centros comerciales.
Salimos y la activé. Al cabo de unos segundos apareció
un mensaje de error y mostró como opción un mapa de
todo el continente. No nos indicó nuestra posición, como
debería haber hecho.
—Eh —le dije al empleado, volviendo a entrar—, está
rota.
—No, no lo está.
—Sí que lo está. No indica nuestra posición.
—Oh, hoy en día ninguna la indica. Créeme. Tu cartabla
funciona bien. Te muestra el mapa, ¿no?
514
—Sí, pero…
—Tiene razón —dijo otro cliente, un conductor que
acababa de llegar en un drumón de larga distancia. Los
satélites están desactivados. La mía tampoco indica la
posición. Ninguna puede. —Rio—. ¡Has escogido un mal
día para comprar una nueva cartabla!
—Entonces, ¿esto empezó a pasar anoche?
—Sí, como de madrugada. No te preocupes. ¡Los Poderes
Fácticos dependen de esas cosas! Los militares. No saben
arreglárselas sin ellas. En nada lo habrán solucionado.
—Me pregunto si tendrá alguna relación con las luces
rojas que anoche iluminaban los… relojes —repuse, sólo
para ver qué dirían—. Lo he visto en el motus.
—Eso fue uno de sus festivales… es un ritual o algo —
dijo el dependiente—. Es lo que he oído.
Lo que fue novedad para el otro cliente, y por tanto le
pregunté al dependiente dónde lo había oído. Tocó un
cismex que llevaba colgado de una cinta alrededor del
cuello.
—La emisión matutina de mi arca.
La pregunta lógica a continuación hubiese sido:
«¿Guardián del Cielo?» Pero manifestar algo más de
curiosidad podría haberme identificado cómo un huido
del concento. Así que me limité a asentir y salí de la
estación de combustible. Luego guie a Barb y a Jad en
dirección a la sala de máquinas.
515
—Los alienígenas están trasteando con los satélites de
navegación —anuncié.
—¡O quizá los hayan derribado! —dijo Barb.
—Entonces, compremos un sextante —propuso fra Jad.
—Hace cuatro mil años que no los fabrican —le dije.
—Entonces, lo construimos.
—No tengo ni idea de las piezas necesarias para construir
un sextante.
Le pareció un comentario divertido.
—Yo tampoco. Daba por supuesto que lo diseñaríamos a
partir de los rudimentos.
—¡Sí! —intervino Barb—. ¡No es más que geometría
aplicada, Raz!
—En la era actual, este continente está cubierto por una
tupida red de carreteras de superficie dura repletas de
señales y otras ayudas para la navegación —anuncié.
—Oh —dijo fra Jad.
—Entre eso y esto —agité la cartabla— podremos dar con
el camino a Sante Tredegarh sin tener que diseñar un
sextante a partir de conocimientos básicos.
Fra Jad pareció un poco decepcionado. Pero un minuto
más tarde pasamos frente a una tienda de suministros de
oficinas. Entré corriendo y compré un transportador de
ángulos. Se lo entregué a fra Jad para que fuese el primer
componente de su sextante casero. Quedó profundamente
impresionado. Comprendí que era lo primero que veía
extramuros que para él tenía sentido.
516
—¿Es un templo de Adrakhones? —me preguntó
mirando a la tienda.
—No —dije, y le di la espalda al establecimiento para
irme—. Es práxico. Hace falta la trigonometría primitiva
para construir cosas como rampas para sillas de ruedas y
pisapapeles.
—Aun así —‐dijo, colocándose a mi lado y mirando atrás
con ansia— deben de poseer alguna percepción…
—Fra Jad —dije—, no tienen ninguna conciencia del
Mundo Teorético de Hylaea.
—Oh. ¿En serio?
—En serio. Cualquiera de aquí fuera que empiece a
entrever el MTH lo oculta, se vuelve loco o acaba en Sante
Edhar. —Me volví para mirarle—. ¿De dónde crees que
vinimos Barb y yo?
Una vez que lo dejamos claro, Barb y Jad estuvieron
encantados de seguirme hablando de sextantes mientras
yo los llevaba describiendo un amplio arco alrededor de
Sante Edhar hasta la sala de máquinas.
—Vienes y vas en momentos interesantes; debo admitirlo
—fue el recibimiento de Cord.
Habíamos interrumpido a Cord y a sus compañeros en
medio de algún tipo de reunión. Todos nos miraban. Sobre
todo un hombre de más edad.
—¿Quién es ése y por qué me odia? —pregunté,
mirándole.
517
—Es el jefe —dijo Cord. Me di cuenta de que tenía la cara
mojada.
—Oh. Claro. No se me había ocurrido que tuvieses jefe.
—Aquí fuera la mayoría de la gente tiene jefe, Raz —
dijo—. Cuando un jefe te mira así, se considera de mala
educación devolverle una mirada como la tuya.
—Oh, ¿es algún tipo de gesto de dominación social?
—Sí. Además, también se considera de mala educación
interrumpir una reunión privada en el lugar de trabajo de
otra persona.
—Bien, ya que tengo la atención de tu jefe, quizá debería
hacerle saber que…
—¿Que has convocado un gran encuentro aquí, a
mediodía?
—Sí.
—O, tal y como lo ve él, tú, un completo extraño, has
invitado a otro montón de completos extraños a reunirse
en su propiedad… un lugar de actividad industrial repleto
de mucho material peligroso… sin consultárselo antes.
—Bien, es muy importante, Cord. Y no será mucho
tiempo. ¿Es por eso que tú y tus colegas os reuníais?
—Era el primer punto del día.
—¿Crees que va a atacarme físicamente? Porque sé algo
de vlog. No tanto como Lio pero…
—Sería una forma muy poco habitual de enfrentarse a la
situación. Aquí fuera sería una disputa legal. Pero
vosotros tenéis vuestro propio sistema legal, así que no se
518
os puede hacer nada. Y da la impresión de que los Poderes
Fácticos le presionan para que lo permita. Ya negociará
una compensación con ellos. También está negociando con
la compañía de seguros para asegurarse de que nada de
esto anule su póliza.
—Caramba. Aquí fuera las cosas son complicadas.
Cord miró hacia el Præsidium y sorbió por la nariz.
—¿Y no lo son… ahí dentro?
Lo pensé un momento.
—Supongo que mi desaparición durante la Décima
Noche probablemente te resultase tan extraña como a mí
me lo parece lo de la póliza de seguros de tu jefe.
—Exacto.
—Bien, no fue nada personal. Y me duele mucho. Quizá
tanto como este desastre te duele a ti.
—No es muy probable —dijo Cord—, ya que me han
despedido diez segundos antes de que entrases.
—¡Qué comportamiento más irracional! —protesté—.
Incluso para los estándares de extramuros.
—Sí y no. Sí, es una locura que me despidan por una
decisión que tú tomaste sin mi conocimiento. Pero, no, en
cierta forma no lo es, porque yo aquí soy la rara. Soy una
mujer. Uso las máquinas para fabricar joyas. Fabrico
piezas para los Ati y me pagan en botes de miel.
—Bien, lo siento de veras…
—Déjalo ya.
519
—Si hay algo que pueda hacer… si quisieras unirte al
cenobio…
—¿El cenobio del que acaban de echarte?
—Me refiero a que si hay algo que pueda hacer para
compensarte…
—Dame una aventura. —Cord se dio cuenta
inmediatamente de que esa frase sonaba rara y perdió el
aplomo. Levantó las manos—. No hablo de una gran
aventura. Simplemente una que haga que ser despedida
sea algo sin importancia. Algo que recordar cuando sea
vieja.
En ese momento, por primera vez, repasé todo lo
sucedido en las últimas doce horas. Me sentí algo
mareado.
—¿Raz? —dijo Cord después de un rato.
—No sé predecir el futuro —dije—, pero, guiándome por
lo poco que sé hasta ahora, me temo que será una gran
aventura o nada.
—¡Genial!
—Probablemente de esas aventuras que acaban en una
fosa común.
Lo que la tranquilizó un poquito. Pero al cabo de un
momento dijo:
—¿Hace falta transporte? ¿Herramientas? ¿Material?
—Nuestro oponente es una nave espacial alienígena
cargada de bombas atómicas —dije—. Tenemos un
transportador de ángulos.
520
—Vale. Iré a casa y veré si puedo conseguir una regla y
un trozo de cuerda.
—Eso sería estupendo.
—Nos vemos al mediodía. Si me dejan entrar otra vez,
claro.
—Me aseguraré de que te dejen. Eh, Cord…
—¿Sí?
—Probablemente no sea el mejor momento… pero
¿podrías hacerme un favor?
Pasé a la sombra del gran techo sobre el canal y me senté
en un montón de palés de madera, saqué la cartabla y
deduje cómo usar su interfaz. Me llevó más tiempo de lo
que esperaba porque no estaba diseñada para personas
educadas. No pude avanzar nada con sus funciones de
búsqueda debido a todos sus esfuerzos desencaminados
por ayudarme.
—¿Dónde demonios está el Cerro de Bly? —le pregunté
a Arsibalt en cuanto apareció. Faltaba media hora para el
mediodía. Como la mitad de los Evocados ya habían
llegado, había empezado a formarse una pequeña flota de
transbores y mobes: robados, prestados o donados, no
tenía ni idea.
—Ya lo había previsto —dijo Arsibalt.
—Todas las reliquias de Bly están en Sante Edhar —le
recordé.
—Estaban —me corrigió.
521
—¡Excelente! ¿Qué robaste?
—Una representación del cerro tal y cómo era hace mil
trescientos años.
—¿Y algunas de sus notas cosmográficas?
No hubo suerte: la cara de Arsibalt era toda curiosidad.
—¿Para qué ibas a querer las notas cosmográficas de
Sante Bly?
—Porque habría apuntado la longitud y la latitud del
lugar desde el que realizaba las observaciones.
Luego recordé que, de todas formas, no teníamos forma
de determinar la latitud y la longitud. Pero quizás esa
información estuviese enterrada en el interfaz de usuario
de la cartabla.
—Bien, quizá sea mejor así —dijo Arsibalt con un
suspiro.
—¿¡Qué!?
—Se supone que debemos ir directamente a Sante
Tredegarh. El Cerro de Bly no está entre aquí y ese lugar.
—No creo que esté muy apartado.
—¿No me acabas de decir que no sabes dónde está?
—Tengo una idea aproximada.
—Ni siquiera puedes estar seguro de que Orolo haya ido
al Cerro de Bly. ¿Cómo vas a convencer a diecisiete avotos
para que se desvíen ilícitamente en busca de un hombre
Anatematizado hace pocos meses?
522
—Arsibalt, no te entiendo. ¿Por qué te molestaste en
robar las reliquias de Bly si no tenías intención de ir en
busca de Orolo?
—Cuando las robé —me dijo—, no sabía que era un
Convox.
Me llevó un momento entender su lógica.
—No sabías que íbamos a regresar.
—Exacto.
—Supusiste que una vez que terminásemos con lo que
sea que quieren que hagamos…
—Podríamos ir en busca de Orolo y vivir como
Asilvestrados.
Muy interesante. En cierta forma conmovedor. Pero no
nos servía para resolver el problema que teníamos entre
manos.
—Arsibalt, ¿has notado algún patrón en la vida de los
santes?
—Muchos. ¿En qué patrón quieres que me concentre?
—Muchos de ellos son expulsados antes de que nadie se
dé cuenta de que son santes.
—Suponiendo que tengas razón —dijo Arsibalt—,
todavía falta mucho para la canonización de Orolo;
todavía no es sante.
—Disculpa —dijo un hombre que llevaba un rato a
nuestro alrededor con las manos hundidas en los
bolsillos—, ¿eres el jefe?
523
Me miraba a mí. Naturalmente, miré a mi alrededor para
ver en qué problemas se habían metido Barb y Jad. Barb
estaba no muy lejos, observando unos pájaros que habían
anidado en las vigas de acero que sostenían el techo.
Llevaba así una hora entera. Jad estaba en una zona de
tierra, dibujando diagramas con una llave rota. Poco
después de nuestra llegada, fra Jad se había metido en la
sala de máquinas y descubierto cómo activar un torno. El
antiguo jefe de Cord casi me había atacado a mí. Desde
entonces, tanto Jad como Barb se habían comportado
razonablemente bien. Por tanto, ¿qué hacía aquel extra
preguntándome si yo era el jefe? No parecía furioso ni
asustado. Más bien… perdido.
Supuse que fingiendo ser el jefe conseguiría que algunas
cosas se hiciesen como yo quería, al menos durante un
tiempo, hasta que se diesen cuenta de que fingía.
—Sí —dije—. Me llamo fra Erasmas.
—Oh, encantado de conocerte. Ferman Beller —dijo y me
ofreció la mano dubitativo… no estaba seguro de si
nosotros usábamos ese saludo. La tomé con firmeza y se
relajó. Era un hombre corpulento en su quinta década de
vida—. Buena cartabla.
Me pareció un comentario muy extraño, hasta que
recordé que a los extras se les permitía tener más de tres
pertenencias y que éstas a menudo servían como punto de
inicio de las conversaciones.
—Gracias —le ofrecí—. Es una pena que no funcione.
524
Rio.
—No te preocupes. ¡Os llevaremos! —Supuse que era
uno de los ciudadanos que se habían ofrecido voluntarios
para llevarnos—. Una cosa, hay un tipo que quiere hablar
contigo. No sabíamos si debíamos permitirle… ya sabes,
acercarse.
Miré y vi a un hombre con una chimenea negra sobre la
cabeza, de pie al sol, mirándome con furia.
—Por favor, que venga Sammann —dije.
—¡No puedes hablar en serio! —me susurró Arsibalt en
cuanto Ferman se alejó.
—Lo mandé llamar.
—¿Cómo puedes tú llamar a un Ati?
—Le pedí a Cord que lo hiciese.
—¿Está Cord aquí? —preguntó, con otro tono de voz.
—Supongo que ella y su novio aparecerán en cualquier
momento —dije, y salté del montón de palés—. Mira, he
deducido la posición del Cerro de Bly. —Le pasé la
cartabla.
Las campanas de Provenir activaron circuitos de mi
cerebro, como si fuese uno de esos pobres perros que los
santes de antaño conectaban para sus experimentos
psicológicos. Al principio me sentí culpable: ¡volvía a
llegar tarde! Luego mis piernas y brazos ansiaron el
trabajo de dar cuerda al reloj. Luego llegaría el hambre por
525
la comida de mediodía. Finalmente, me sentí dolido
porque hubiesen logrado dar cuerda al reloj sin nosotros.
—Vamos a hablar sobre todo en orto porque muchos de
nosotros no hablamos flújico —anuncié a todo el grupo
desde mi podio formado por el montón de palés: diecisiete
avotos, un Ati y un grupo de personas de extramuros que
crecía y se reducía según el aguante de su atención y el uso
del cismex, pero que de media era de una docena—. Sur
Tulia traducirá algunas de las cosas que digamos, pero
gran parte sólo será interesante para los avotos. Así que
podéis mantener vuestra propia conversación sobre
logística… sobre el almuerzo, por ejemplo. —Vi que
Arsibalt asentía.
Luego me puse a hablar en orto. Tardé un poco en entrar
en materia, porque no dejaba de esperar que alguien
comentase que realmente yo no era el jefe, pero yo había
convocado la reunión y yo estaba de pie en el montón de
palés.
Y yo era un Diece. Nuestro jefe tenía que ser un Diece
capaz de hablar flújico y relacionarse con el mundo de
extramuros. No es que yo fuese un experto, pero un
Centeno lo habría hecho todavía peor. Fra Jad y los
Centenos no podían escoger qué Diece iba a ser el jefe,
porque nos habían conocido unas horas antes. Sin
embargo, durante años nos habían visto a mí y a mi equipo
dar cuerda al reloj, por lo que Lio, Arsibalt y yo
contábamos con la ventaja de que conocían nuestras caras.
526
Jesry, el líder natural, se había ido. Yo me había ganado la
lealtad de Arsibalt nombrando la comida. Lio era
demasiado patoso y raro. Por lo que caía por su propio
peso que yo era el jefe. Y no tenía ni idea de lo que iba a
decir.
—Tenemos que repartirnos entre varios vehículos —dije,
para ganar tiempo—. Por ahora seguiremos con los
mismos grupos de Dieces y Centenos a los que nos
asignaron esta mañana en el nártex. Lo haremos porque es
lo más fácil —añadí, porque veía que fra Wyburt, un Diece
mayor que yo, estaba preparándose para poner una
objeción—. Más adelante, agrupaos como queráis. Pero
cada Diece es responsable de garantizar que sus Centenos
no acaban atrapados en un vehículo sin nadie que hable
orto. Creo que todos podemos asumir esa responsabilidad
—dije, mirando a los ojos a fra Wyburt. Parecía dispuesto
a aplanarme, pero decidió echarse atrás por razones que
no pude comprender—. ¿Cómo distribuiremos esos
grupos en los vehículos? Mi frater, Cord, la joven del
chaleco con herramientas, se ha ofrecido a llevar a algunos
de nosotros en su transbor. Es una palabra del flújico. Es
ese vehículo de aspecto industrial que parece una caja con
ruedas. Quiere que yo vaya con ella y su compañero de
connubio, Rosk, el tipo grande de pelo largo. Fra Jad y fra
Barb vienen conmigo. He invitado a Sammann, el Ati, a
unirse a nosotros. Sé que algunos no estáis de acuerdo. —
527
Ya estaban objetando—. Por eso irá en el transbor
conmigo.
—¡Es irrespetuoso juntar a un Ati con un Milésimo! —
dijo sur Rethlett, otro Diece.
—Fra Jad —dije—, me disculpo por hablar como si no
estuvieses presente. No hace falta decir que eres libre de
elegir el vehículo que desees.
—¡Se supone que durante Peregrín debemos mantener la
Disciplina! —nos recordó Barb.
—Eh, chicos, estamos dando miedo a los extras. —
Pretendía ser una broma, porque cuando miré por encima
de las cabezas de mis fras y sures vi que los extramuros
parecían inquietos por nuestra discusión.
Tulia tradujo este último comentario. Los extras se rieron.
Ninguno de los avotos lo hizo, pero se tranquilizaron un
poco.
—Fra Erasmas, si puedo… —dijo Arsibalt. Asentí.
Arsibalt miró a Barb, pero habló en voz muy alta para que
todos le oyesen—. Nos han dado dos instrucciones
contradictorias entre sí. Una, la antigua orden de
mantener la Disciplina mientras estamos en Peregrín. La
otra, llegar a Sante Tredegarh por cualquier medio. No nos
han proporcionado vehículos sellados ni de ningún otro
tipo que puedan servirnos como claustro móvil. O usamos
pequeños vehículos privados o nada. Y no sabemos
conducir. Yo digo que la orden nueva se impone a la
anterior, y que debemos viajar en compañía de extras. Y
528
viajar con un Ati ciertamente no es peor. Yo digo que es
mejor, ya que el Ati comprende la Disciplina tan bien
como nosotros.
—Sammann irá conmigo en el transbor de Cord —
concluí, antes de que Barb pudiese disparar las objeciones
que hubiesen llenado su carcaj mientras Arsibalt
hablaba—. Fra Jad irá con quien prefiera.
—Viajaré de la forma que has propuesto y me cambiaré
si no resulta satisfactoria —dijo fra Jad. Lo que acalló por
un momento al resto de los diecisiete, por el simple hecho
de que era la primera vez que muchos de ellos oían su voz.
—Podría no serlo de inmediato —le dije—, porque el
primer destino del transbor de Cord será el Cerro de Bly,
donde intentaré encontrar a Orolo.
Ahora los extras sí que tuvieron razones para
preocuparse, porque los avotos se pusieron furiosos a dar
voces, y mi breve periodo como autoproclamado jefe
parecía haber terminado. Pero, antes de que me diesen de
baja y me Anatematizasen, le hice un gesto a Sammann,
que avanzó. Le tendí la mano y tomé la suya para ayudarle
a subir a mi lado. La imagen novedosa de un fra tocando
a un Ati desconcentró momentáneamente a los demás.
Luego Sammann empezó a hablar, lo que resultó tan
llamativo que, después de unas pocas palabras, contó con
un público silencioso y casi embelesado. Un par de sures
Centenarias se taparon las orejas y cerraron los ojos en
protesta silenciosa; otras tres le dieron la espalda.
529
—Fra Spelikon me dijo que fuese al telescopio de Sante
Mithra y Sante Mylax y recuperase una tablilla
fotomnemónica que fra Orolo había colocado allí horas
antes de que la Guardiana Regulante cerrase el astrohenge
—anunció Sammann en un orto correcto pero de extraño
acento—. Obedecí. No me dio ninguna orden relacionada
con la seguridad de la tablilla. Por tanto, antes de
entregársela, la copié. —Sammann sacó una tablilla
fotomnemónica de una bolsa que llevaba al hombro—.
Contiene una única imagen que fra Orolo creó pero que
nunca llegó a ver. Ahora mostraré la imagen —dijo,
manipulando los controles—. Fra Erasmas la ha visto hace
unos minutos. Los demás podéis mirarla si queréis. —Se
la pasó al avoto más cercano. Otros se reunieron a su
alrededor, aunque algunos todavía se negaban siquiera a
reconocer la presencia de Sammann.
—Debemos ser discretos y no mostrársela a los extras,
porque creo que no saben a qué nos enfrentamos —dije,
refiriéndome a todo Arbre.
Pero nadie me prestó atención, porque para entonces
todos miraban la imagen de la tablilla.
Lo que mostraba la tablilla no impulsó a nadie a darme
la razón, pero distrajo a todos de la discusión que
habíamos estado manteniendo. Los que estaban
inclinados a darme la razón quedaron convencidos. Los
demás perdieron las fuerzas.
530
Llevó una hora decidir quién iría en cada vehículo. No
podía creer que fuese tan complicado. La gente no hacía
más que cambiar de opinión. Se formaban alianzas, las
alianzas se rompían y se disolvían los grupos. Las
coaliciones dentro de las alianzas aparecían y
desaparecían como partículas virtuales. En el enorme
transbor de Cord, que disponía de tres filas de asientos,
iríamos ella, Rosk, Barb, Jad, Sammann y yo. Ferman
Beller disponía de un mobe grande diseñado para
moverse sobre superficies irregulares. Llevaría a Lio,
Arsibalt y a tres Centenos que habían decidido venirse con
nosotros. Creíamos haber aprovechado bien dos de los
vehículos más grandes, pero en el último momento otro
extra que había estado realizando muchas llamadas de
cismex anunció que él y su transbor se unirían a la
caravana. El hombre se llamaba Ganelial Crade y era
evidentemente un deólatra de algún arca contrabaziana…
aunque todavía no sabíamos si Guardián del Cielo o no.
Su vehículo era un transbor de caja abierta casi
completamente ocupada por un triciclo motorizado de
grandes ruedas con bultitos. En la cabina sólo cabían tres
personas. Nadie quería ir con Ganelial Crade. Me dio
vergüenza aquella situación, aunque no tanta como para
estar dispuesto a subir a su vehículo. En el último minuto,
un joven ayudante suyo se presentó, echó una bolsa de
lona a la parte de atrás y se subió a la cabina. Lo que
completó el contingente del Cerro de Bly.
531
El contingente «directos a Tredegarh» estaba compuesto
por cuatro mobes, cada uno con un propietario/conductor
y un Diece: Tulia, Wyburt, Rethlett y Ostabon. Los otros
asientos de esos vehículos los ocuparon Centenos que no
querían formar parte de la expedición de Orolo o
cualquier otro extra que se hubiese ofrecido voluntario
para el viaje.
A excepción de Cord y Rosk, todos los extras parecían
pertenecer a grupos religiosos, lo que incomodaba en
mayor o menor grado a todos los avotos. Supuse que, de
haber una basé militar en la zona, el Poder Secular podría
haber ordenado a algunos soldados que se vistiesen de
civiles y nos llevasen; pero, como no la había, se les había
ocurrido la idea de confiar en organizaciones formadas
por personas dispuestas a ofrecerse voluntarias, lo que en
esa época y ese lugar eran las arcas. Cuando lo expliqué
de esa forma, se tranquilizaron un poco. Los Dieces más o
menos lo comprendían. A los Centenos les resultaba
bastante difícil de entender y no dejaban de querer saber
más sobre las teologías de sus futuros conductores, lo que
de ninguna forma aceleraba el proceso de meterlos en los
vehículos.
Ganelial Crade probablemente estaba en su cuarta
década, pero parecía más joven porque era esbelto y no
llevaba pelo en la cara. Anunció que sabía dónde estaba el
Cerro de Bly, que nos guiaría hasta allí y que debíamos
seguirle. Luego se subió a su transbor y arrancó. Ferman
532
Beller se le acercó y le sonrió hasta que abrió la ventanilla.
Se pusieron a hablar. Pronto me quedó claro que estaban
en desacuerdo sobre algo… sobre todo si uno se fijaba en
el pasajero de Crade, que miraba a Beller furibundo.
Volví a sentirme avergonzado. Ganelial Crade había
hablado con tanta confianza que yo había dado por
supuesto que estaba de acuerdo con Ferman Beller y
ambos coincidían en seguir el mismo plan. Estaba claro
que no era así. Yo había estado dispuesto a seguir a Crade
a donde nos llevase.
Ahora comprendía que eso de ser el jefe iba a ser un
incordio, porque la gente no dejaría de intentar que hiciera
lo incorrecto o librarse completamente de mí.
—¡Menudo jefe! —dije, refiriéndome a mí.
—¿Eh? —preguntó Lio.
—No me dejes hacer más tonterías —le ordené a Lio,
quien me miró perplejo. Eché a caminar hacia el transbor
de Crade. Lio y Arsibalt me siguieron a cierta distancia. En
realidad no quería inmiscuirme, pero me habían
arrinconado.
El problema, comprendí, era que Crade afirmaba poseer
conocimientos que nosotros no teníamos sobre la
localización del Cerro de Bly. Era culpa mía. Había
cometido el error de admitir que no sabía exactamente
dónde estaba. Dentro del concento daba igual confesar
ignorancia, porque ése es el primer paso en el camino
533
hacia la verdad. Allí fuera, la gente como Crade lo
aprovechaba para obtener poder.
—¡Disculpad! —grité. Beller y Crade dejaron de discutir
y me miraron—. Uno De mis hermanos ha traído del
concento unos documentos antiguos que nos indican
adonde ir. Esos documentos, unidos a la habilidades de
nuestro Ati y los mapas topográficos de la cartabla, nos
ayudarán a encontrar el camino.
—Sé exactamente adonde fue tu amigo —dijo Crade.
—Nosotros no —dije—, pero, como ya he dicho,
podemos deducirlo mucho antes de llegar.
—No tenéis más que seguirme…
—No es un plan muy seguro. Si te perdemos en el tráfico
quedaremos atascados.
—Pero si me perdéis en el tráfico podéis llamarme al
cismex.
Me dolió, porque Crade estaba siendo más racional que
yo, pero ya no podía echarme atrás.
—Señor Crade, puede ir por delante si quiere, y tener la
satisfacción de llegar antes, pero, si mira por el retrovisor
y no nos ve, es porque hemos decidido escoger por nuestra
cuenta el método para llegar.
Crade y su pasajero me odiarían para siempre, pero al
menos ya habíamos acabado.
Ese plan, sin embargo, requirió modificaciones que nos
colocaron a Sammann y a mí con Arsibalt en el vehículo
de Ferman Beller. Los tres haríamos de copilotos. Lio y un
534
Centeno se trasladaron al transbor de Cord para equilibrar
la carga; irían detrás. Ganelial Crade nos lanzó una lluvia
de grava cuando salió disparado con su transbor.
—Ese hombre se comporta tanto como el villano de una
obra literaria que es casi divertido —comentó Arsibalt.
—Sí —dijo uno de los Centenos—, es como si no supiese
que hay que mantener la intriga hasta el final.
—Probablemente es así —dije—. Pero no debemos
olvidar que nuestro conductor es el único extra de este
vehículo; tengamos la cortesía de hablar en flújico al
menos parte del tiempo.
—Adelante —dijo el Centeno—, y veremos si soy capaz
de entenderlo.
Fra Carmolathu, como se llamaba este Centeno, era un
poco imbécil, pero se había ofrecido voluntario para ir a
recoger a Orolo, así que no podía ser malo del todo. Era
unos cinco o diez años mayor que Orolo, y yo barruntaba
que era amigo de Paphlagon.
—¿Cuántas carreteras llevan al noreste, paralelas a las
montañas? —le pregunté a Beller. Esperaba que dijese que
sólo una.
—Varias —dijo—. ¿Cuál tomamos, jefe?
—Por definición, un cerro está aislado… no forma parte
de una cadena montañosa —dijo Arsibalt en orto.
—Se alza de una meseta, al sur de las montañas —
anuncié en flújico—. No tenemos que seguir una carretera
de montaña.
535
Beller metió la marcha y salimos. Le hice un gesto de
despedida a Tulia. Nos observaba partir con cierta
conmoción. Nuestra partida fue abrupta, pero yo temía
que si esperábamos más se produjera otra crisis. Tulia
había decidido ir directamente a Tredegarh para intentar
encontrar a Ala. Quizá yo debiera haber hecho lo mismo.
Pero no era una elección fácil y creía haber escogido la
opción correcta. Si todo salía bien, llegaríamos a
Tredegarh sólo un par de días después que el contingente
de Tulia. Ella los guiaría con seguridad.
Antes de abandonar la ciudad nos detuvimos, o más bien
redujimos la marcha, en un lugar donde podíamos
conseguir comida sin malgastar mucho tiempo.
Recordaba de mi infancia ese tipo de restaurantes, pero
para los Centenos era nuevo. No pude evitar verlo como
lo veían ellos: la conversación ambigua con la camarera
invisible, las bolsas de comida grasienta y caliente
entregadas por una ventanilla, condimentos en
paquetitos, intentar comer mientras corríamos por una
autopista, restos que parecían ocupar todo el espacio vacío
del mobe, y un olor que flotó en el aire más de lo deseado.
Ortodoxia baziana: La religión oficial del Imperio
baziano, que sobrevivió a la Caída de Baz, creó,
durante el periodo posterior a ésta, un sistema
536
cenobítico paralelo e independiente al fundado por
Cartas, que sigue siendo una de las confesiones más
importantes de Arbre.
Contrabaziana: Religión basada en las mismas
escrituras, y que honra a los mismos profetas, que la
ortodoxia baziana, pero que explícitamente rechaza la
autoridad y ciertas enseñanzas de esta última.
Diccionario, 4ª edición, 3000 a. R.
Cuando terminamos de comer ya no podíamos ver el
Præsidium. Habíamos dejado atrás la mayoría de los
barrios imizares y atravesábamos una «franja de marea»
que era parte de la ciudad cuando ésta era grande y parte
del campo cuando no lo era. Donde una franja de marea
hubiese tenido madera llegada flotando, peces muertos y
algas arrancadas, ésta tenía grupos de árboles raquíticos,
animales que los vehículos habían matado y saltadoras
alborotadas. Donde la franja de marea hubiese estado
llena de botellas vacías y botes, en ésta había botellas
vacías y transbores abandonados. Lo único de cierta
importancia era un complejo en el que los árboles de
combustible llegados de las montañas eran triturados y
procesados. Allí quedamos atrapados unos minutos, en un
atasco de drumones tanque. Pero pocos seguían nuestra
ruta y pronto los dejamos atrás y entramos en el distrito
de jardines y frutales que se extendía más allá.
537
En mi vehículo, conmigo y Ferman Beller, iban Arsibalt,
Sammann, los dos fras Centenos, Carmolathu y Haarbret.
En el otro vehículo iban Cord, Rosk, Lio, Barb, Jad y otro
edhariano del cenobio centeno: fra Criscan. Me di cuenta
de una curiosidad estadística: sólo había una mujer, era mi
frater, y además muy poco corriente en lo que a mujeres
se refería. Intramuros no eran habituales los porcentajes
tan apartados de la media. Extramuros, claro está,
dependían de la religión y costumbres sociales
prevalentes en ese momento. Naturalmente, me pregunté
cómo se había llegado a esa situación, y pasé un buen rato
repasando los recuerdos de la larga hora que habíamos
pasado asignando gente a los vehículos. Por supuesto, el
factor determinante para saber quién iba con qué grupo
era la opinión que tuviese de Orolo y la misión de
encontrarle. Quizás algo de esta aventura atrajese a los
hombres y repeliese a las mujeres.
Éramos doce, sin contar a Ganelial Crade: el número
habitual de un equipo de atletismo o de una unidad
militar pequeña. Durante mucho tiempo se había barajado
la idea de que había sido el tamaño natural de un grupo
de caza de la Edad de Piedra, y que los hombres estaban
predispuestos a sentirse cómodos en grupos de más o
menos ese tamaño. En cualquier caso, ya se tratase de una
anomalía estadística o un comportamiento primitivo
programado en nuestras secuencias, así habíamos
acabado. Pasé algunos minutos preguntándome si Tulia y
538
alguna de las otras sures del contingente «directos a
Tredegarh» me odiaban por haber permitido que pasase,
para luego olvidarlo porque había que pensar en
orientarse.
A partir de los dibujos suministrados por Arsibalt, que
mostraban en la distancia el perfil de una cordillera
montañosa, de pistas extraídas de la historia de sante Bly
tal y como estaba registrada en las Crónicas, y a partir de
cosas que Sammann había buscado en una especie de
supercismex suyo, identificamos en la cartabla tres
montañas aisladas diferentes, cualquiera de las cuales
podía ser el Cerro de Bly. Formaban un triángulo de unas
veinte millas de lado, a un par de millas de donde nos
encontrábamos ahora. No parecía muy lejos, pero cuando
se lo enseñamos a Ferman nos dijo que no esperásemos
llegar hasta el día siguiente; las carreteras de esa zona, nos
explicó, eran de «nueva gravilla» y el avance sería lento.
Podíamos llegar ese mismo día, pero de noche, cuando no
podríamos hacer nada. Era mejor encontrar un lugar en el
que parar que estuviese cerca y proseguir por la mañana
temprano.
No comprendí lo de la «nueva gravilla» hasta varias
horas más tarde, cuando abandonamos la carretera
principal y pasamos a una que en su época había estado
pavimentada. Casi hubiéramos ido más rápido
conduciendo directamente sobre la tierra que intentando
539
encontrar el camino entre aquella locura de piezas de
puzle.
Arsibalt se sentía incómodo en compañía de Sammann,
de lo que yo me daba cuenta porque le trataba con extrema
cortesía. Quejándose de mareo, se trasladó junto a Ferman
y le habló en flújico. Yo me senté detrás de él e intenté
dormir. De vez en cuando, cuándo dábamos con un bache
en la carretera, se me abrían los párpados y, adormilado,
entreveía los fetiches religiosos que colgaban del panel de
control. Yo no era ningún experto en arcas, pero estaba
casi seguro de que Ferman era baziano ortodoxo. En cierta
forma, eso no era menos demencial que creer en lo que
fuese que Ganelial Crade creyese, pero era bastante más
tradicional y, por tanto, una locura predecible.
Aun así, si un grupo de fanáticos religiosos hubiese
querido secuestrar a un buen montón de avotos, no podría
haberlo hecho mejor. Por eso desperté cuando oí a Ferman
Beller mencionar a Dios.
Hasta entonces había evitado hacerlo, cosa que yo no
lograba entender. Si sinceramente creías en Dios, ¿cómo
podías formar una idea, pronunciar una frase, sin
mencionarle? En lugar de eso, los deólatras como Beller
pasaban horas sin sacar a Dios a colación. Quizá su Dios
estuviese muy alejado de nuestros actos. O, lo que era más
probable, quizá la presencia de Dios eran tan evidente
para él que no tenía ninguna necesidad de señalarla
540
continuamente, de la misma forma que no comentas que
respiras aire.
La voz de Beller denotaba frustración, no amargura ni
furia. Era la frustración cortés y cordial de un tío que no
logra que su sobrino entienda algo. Parecíamos
inteligentes. ¿Por qué no creíamos en Dios?
—Seguimos la Disciplina Roscónica —le dijo Arsibalt
encantado, y algo aliviado, de tener la oportunidad de
aclarar ese punto.
Pensé que era demasiado optimista, que confiaba
excesivamente en lograr que Beller lo viese como nosotros.
—No es lo mismo que no creer en Dios —aseguró—. Pero
—añadió con rapidez— comprendo por qué lo parece si
uno desconoce el pensamiento roscónico.
—Creía que vuestra Disciplina era de sante Cartas —dijo
Beller.
—Efectivamente. Se puede trazar una línea directa desde
los principios cartasianos de la Antigua Era Cenobítica
hasta muchas de nuestras prácticas. Pero se han añadido
muchos detalles y se han eliminado algunos.
—Por tanto, ¿Rosco fue otro sante que añadió algo?
—No, un rosco es un producto de pastelería.
Beller se rio con esa risa forzada y torpe de los extras
cuando alguien cuenta un chiste sin gracia.
—Hablo en serio —dijo Arsibalt—. El Rosconismo debe
su nombre a unos pastelitos para el té. Es un sistema de
pensamiento descubierto como a medio camino entre el
541
Resurgimiento y los Hechos Horribles. En el punto álgido
de la civilización de la Era Práxica, podría decirse. Un par
de cientos de años antes se habían abierto las puertas de
los antiguos cenobios, los avotos habían partido y se
habían mezclado con los seculares… en su mayoría
seculares con dinero y posición. Lores y damas. A esas
alturas el planeta estaba totalmente explorado y
cartografiado. Se habían descubierto las leyes de la
dinámica y ya empezaban a tener usos práxicos.
—La Era Mecánica —probó Beller, rescatando palabras
que le habían obligado a memorizar hacía mucho tiempo
de algún subvid.
—Sí. En esa época la gente inteligente podía ganarse la
vida simplemente yendo a los salones, hablando de
metateorética, escribiendo libros, dando clases a los hijos
de los nobles y los industrialistas. Fue la relación más
armoniosa entre… eh…
—¿Vosotros y nosotros? —propuso Beller.
—Sí, que se ha dado desde la Edad Dorada de Ethras. En
cualquier caso, había una gran dama, llamada Baritoe, que
tenía por marido a un idiota mujeriego. No le importaba,
porque se aprovechada de sus ausencias para mantener un
salón en casa. Todos los mejores metateoréticos sabían que
debían reunirse allí en cierto momento del día, cuando los
roscos empezaban a salir de los hornos. La gente iba y
venía con el paso de los años, así que la dama Baritoe era
la única constante. Escribió libros, pero, como ella misma
542
tenía cuidado de recordar, las ideas que contienen no se
pueden atribuir a ninguna persona en particular. Alguien
lo bautizó como pensamiento roscónico y el nombre se le
quedó.
—¿Y un par de años después acabó siendo vuestra
Disciplina?
—Sí, pero no formalmente. Más bien era un conjunto de
hábitos. Hábitos de pensamiento que muchos de los
nuevos avotos ya comparten cuando entran por las
puertas.
—¿Como no creer en Dios? —preguntó Beller.
Y en ese momento, aunque íbamos por terreno llano y
despejado, me sentí como si fuésemos por una carretera de
montaña con un abismo de mil pies a cada lado, al que
Beller nos podía arrojar con un pequeño toque de los
controles. Pero Arsibalt estaba tranquilo, cosa que me
maravilló, porque podía ponerse muy nervioso con
cuestiones mucho menos peligrosas.
—Estudiarlo es una especie de concurso de comer
pasteles —dijo Arsibalt.
Se trataba de una expresión flújica que Lio, Jesry, Arsibalt
y yo empleábamos para referirnos a un largo e ingrato
paseo por un montón de libros. Confundió totalmente a
Beller, quien pensó que hablábamos de los roscos, y por
tanto Arsibalt tuvo que invertir un minuto o dos en
separar las dos referencias a productos de pastelería.
543
—Intentaré resumirlo —siguió diciendo Arsibalt, una
vez que recuperó el hilo—. El pensamiento roscónico era
una tercera vía entre dos alternativas inaceptables. Para
entonces se sabía bien que pensamos con el cerebro —se
tocó la cabeza—, y que el cerebro recibe estímulos de ojos,
orejas y otros órganos sensoriales. La posición ingenua es
que el cerebro opera directamente con el mundo real. Miro
este botón del panel de control, alargo la mano y lo
palpo…
—¡No lo toques! —le advirtió Beller.
—Veo que tú lo ves y posees ideas sobre esa situación, y
yo concluyo que realmente está ahí, tal y como mis ojos y
dedos me lo presentan, y que cuando pienso en él estoy
pensando en el objeto real.
—Parece bastante evidente —dijo Beller.
Se produjo un silencio incómodo, que Beller rompió al fin
diciendo con buen humor:
—Supongo que es por eso que la llamas ingenua.
—En el extremo opuesto están los que argumentan que
todo lo que creemos saber sobre el mundo fuera de
nuestro cráneo es una ilusión.
—Suena más bien a que alguien se pasaba de listo —dijo
Beller tras pensarlo un rato.
—A los roscónicos tampoco les impresionó demasiado.
Como he dicho, desarrollaron una tercera posición.
«Cuando pensamos en el mundo, o en cualquier cosa,
realmente estamos pensando en un conjunto de datos que
544
han llegado a nuestro cerebro a través de ojos, oídos y
demás.» Volviendo al ejemplo, yo capto una imagen visual
del botón y capto un recuerdo de la sensación de tocarlo,
pero eso es todo lo que tengo para manejar en lo que al
botón se refiere… Es imposible, impensable, que mi
cerebro se ocupe del botón real y físico en sí mismo por el
simple hecho de que mi cerebro no puede acceder a él. Mi
cerebro sólo puede trabajar con la imagen y el tacto… con
datos enviados por nuestros nervios.
—Bien, supongo que lo entiendo. Más de sabihondos
todavía que las otras, me parece —dijo Beller.
—No es así —dijo Arsibalt—. Y aquí empieza el concurso
de comer pasteles si uno quiere comprender por qué no lo
es. Porque, partiendo de esa idea, los roscónicos
desarrollaron todo un sistema metateorético. Tan
influyente que, desde entonces, nadie ha podido hacer
metateorética sin lidiar con él. Toda metateorética
posterior es una refutación, una corrección o una
ampliación del pensamiento roscónico. Y una de las
conclusiones más importantes a las que se llega, si llegas
al final del concurso de comer pasteles, es que…
—¿Dios no existe?
—No, algo distinto y más difícil de resumir: algunos
temas simplemente no tienen cabida. La existencia de Dios
es uno de ellos.
—¿Qué quieres decir con eso de que no tienen cabida?
545
—Llevando hasta el extremo los argumentos lógicos del
sistema roscónico, se llega a la conclusión de que nuestra
mente simplemente no puede pensar de forma productiva
o útil sobre Dios, si por Dios uno entiende el de la
ortodoxia baziana, que no es espaciotemporal… es decir,
que no existe en el espacio y el tiempo.
—Pero Dios existe en todas partes en todo momento —
dijo Beller.
—Pero ¿qué significa eso exactamente? Tu Dios es más
que estas carreteras, esas montañas y todos los objetos
físicos del universo juntos, ¿no?
—Claro. Por supuesto. En caso contrario, no seríamos
más que adoradores de la naturaleza.
—Por tanto, un punto crucial de tu definición de Dios es
que es algo más que un montón de cosas.
—Por supuesto.
—Bien, ese «más» está por definición fuera del espacio y
el tiempo. Y los roscónicos demostraron que,
simplemente, no podemos pensar de forma útil sobre
nada que, en principio, no se pueda experimentar con los
sentidos. Y ya veo por la expresión de tu cara que no estás
de acuerdo.
—¡No estoy de acuerdo! —dijo Beller.
—Pero eso no importa. Lo importante es que, a partir de
los roscónicos, la gente que se dedicaba a la teorética y la
metateorética dejó de hablar sobre Dios y otros temas
como el libre albedrío y lo que existía antes del universo.
546
Y a eso me refiero cuando hablo de Disciplina Roscónica.
Cuando se produjo la Reconstitución, ya había arraigado.
Se incorporó a nuestra Disciplina sin demasiada
resistencia, sin que fuésemos demasiado conscientes de
ello.
—Bien, con todo el tiempo libre que tenéis, sentados en
los concentos, en cuatro mil años, ¿no podría alguien
haberse tomado la molestia de tenerlo en cuenta, de
ponerlo en discusión?
—Tenemos menos tiempo libre del que imaginas —dijo
Arsibalt con cortesía—, pero, aun así, mucha gente ha
pensado mucho en la cuestión y se han fundado órdenes
dedicadas a negar a Dios, o a creer en él, y las corrientes
de pensamiento se han ido moviendo entre los cenobios.
Pero nadie parece haberse apartado demasiado de la
postura fundamental de los roscónicos.
—¿Crees en Dios? —le preguntó Beller directamente.
Me incliné hacia delante, fascinado.
—Recientemente he estado leyendo mucho sobre cosas
que no son espaciotemporales pero se cree que existen.
Yo sabía que se refería a los objetos matemáticos del
Mundo Teorético de Hylaea.
—¿No va eso en contra de la Disciplina Roscónica? —
preguntó Beller.
—Sí —dijo Arsibalt—, pero no hay ningún problema,
siempre que uno no sea ingenuo… actuando como si la
dama Baritoe no hubiese escrito nada. Una queja habitual
547
contra los roscónicos es que no sabían mucho sobre
teorética pura. Muchos teoréticos, repasando la obra de
Baritoe, dicen: «Un momento, aquí falta algo… podemos
tratar directamente con objetos no espaciotemporales
cuando demostramos teoremas y demás.» Lo que he leído
recientemente trata sobre eso.
—Por tanto, ¿haciendo teorética se puede ver a Dios?
—No a Dios —dijo Arsibalt—, no un Dios que un arca
pudiese reconocer.
Después de lo cual logró cambiar de tema. Él, como yo,
se preguntaba qué podrían haberles dicho los Poderes
Fácticos a Ferman y a los otros cuando habían pedido
voluntarios.
La respuesta era: no mucho. El Poder Secular precisaba
resolver un rompecabezas… el tipo de problema que se les
daba bien a los avotos. Había que mover a algunos fras y
sures del Punto A al Punto B para que trabajasen en el
acertijo. La gente como Ferman Beller sentía una
curiosidad natural por nosotros. En sus subvides habían
aprendido cosas sobre la Reconstitución, y comprendían
que teníamos un papel concreto, aunque esporádico, en el
funcionamiento de su civilización. Se sentían fascinados
de ver ese mecanismo en marcha, al menos una vez en la
vida, y se sentían orgullosos de formar parte del mismo
aunque no supiesen por qué se había puesto en marcha.
Durante las horas más calurosas de la tarde nos
refugiamos a la sombra de una hilera de árboles que en
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otra época había servido como cortaviento para un
complejo de granjas, ya en ruinas. Hacía horas que no
veíamos a Crade, pero el transbor de Cord estaba justo
detrás de nosotros. Algunos caminamos un poco y otros
dormitamos. Las montañas oscurecían el cielo por el
noroeste, y si uno no sabía lo que eran habría podido
confundirlas con un frente tormentoso. En la cara opuesta
de aquellas montañas quedaba atrapada buena parte de la
humedad que llegaba del océano y que se vertía en el río
que atravesaba el concento. En consecuencia, el lado en
que estábamos era desértico. Sólo había hierbas en matas
aisladas y arbustos pequeños y aromáticos que crecían por
iniciativa propia. En algunas épocas el Poder Secular
irrigaba el terreno y la gente vivía allí cultivando cereales
y legumbres, pero nos encontrábamos en la decadencia de
uno de esos ciclos, como quedaba de manifiesto por el
estado de las carreteras, las granjas y lo que en la cartabla
se registraba como pueblos. Los viejos canales de riego
estaban llenos de lo que estuviese dispuesto a crecer, sobre
todo arbustos espinosos y desperdicios. Lio y yo dimos un
paseo por uno, pero no hablamos demasiado porque
estábamos atentos a las serpientes.
Sammann tenía cara de querer decir algo. Nos decidimos
por un cambio: él y yo fuimos en el transbor de Cord,
mientras que Lio y Barb fueron en el mobe de Ferman.
Barb quería quedarse con Jad, pero todos sabíamos que
Jad debía de estar cansándose de su compañía, por lo que
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insistimos. Cord estaba cansada de conducir, así que Rosk
se puso a los controles.
—Ferman Beller se está comunicando con una instalación
baziana que hay en una de esas montañas —me dijo
Sammann.
Lo que no dejaba de ser extraño, porque Baz había sido
saqueada hacía cinco mil doscientos años.
—¿Quieres decir de la ortodoxia baziana? —pregunté.
Sammann hizo un gesto de exasperación.
—Sí.
—¿Una institución religiosa?
—O algo así.
—¿Cómo lo sabes?
—Eso no importa. Simplemente me ha parecido que
querrías saber que Ganelial Crade no es el único que tiene
planes propios.
Consideré preguntarle a Sammann cuáles eran sus
planes, pero decidí dejarlo. Probablemente se estaba
preguntando cómo tratarían a un Ati un montón de
sacerdotes bazianos.
Mi plan era mirar la tablilla fotomnemónica, que todos
los presentes en el vehículo —exceptuando a Cord, que
había estado conduciendo— debían de haber examinado
ya. Antes sólo había podido echarle un vistazo. Cord y yo
nos sentamos en la parte de atrás. Como hacía mucho sol,
nos cubrimos la cabeza con una manta y nos apretujamos
en la oscuridad como niños jugando a los campamentos.
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