reflejaban. Pero no me hizo falta, porque la expresión de
su rostro lo revelaba todo.
Menos de veinticuatro horas después de que hubiese
metido la tablilla en el Ojo de Clesthyra, otra persona del
concento sabía de su existencia.
Sammann se había quedado allí un minuto más,
reflexionando. Luego había doblado el envoltorio, se lo
había guardado en el bolsillo de la túnica, se había dado la
vuelta y se había ido.
Hice avanzar la tablilla hasta una noche nublada y, por
tanto, me quedé yo mismo en casi completa oscuridad,
sentado en el suelo del agujero, intentando recuperarme.
Recordaba la noche pasada alrededor del fuego, cuando
había criticado a Orolo por no ser cauteloso y les había
dicho a mis amigos que yo era mucho más cuidadoso.
¡Vaya un idiota!
Al ver a Sammann recoger el envoltorio y sumar dos y
dos, mi rostro enrojeció y mi corazón se puso a martillear
como si estuviese con él en el Pináculo. Pero no era más
que una grabación de algo sucedido hacía meses. Y no
había pasado nada. Eso sí, Sammann podía contarlo
cuando le apeteciese.
Resultaba inquietante. Pero no podía hacer nada al
respecto. Avergonzarme por un error cometido hacía
meses era perder el tiempo. Era mejor considerar lo que
haría a continuación. ¿Quedarme preocupado en la
401
oscuridad o seguir examinando el contenido de la tablilla?
Planteado de aquel modo el asunto, la decisión no era muy
difícil. La furia que se había acomodado en mis entrañas
era del tipo que exige actuar. No hacía falta que la
actuación fuese súbita o dramática. De haberme unido a
una de las otras órdenes, actuar llevado por la furia podría
haberse convertido en una especie de carrera profesional.
Empleándola como combustible, habría podido pasar los
siguientes diez o veinte años ascendiendo en el escalafón
de los jerarcas, buscando formas de amargar la existencia
a quienes habían perjudicado a Orolo. Pero me había
unido a los edharianos y, por tanto, no tenía ningún poder
en lo que se refería a la política interna del concento. Así
que tendía a pensar en asesinar a fra Spelikon. Tal era mi
furia que durante una breve temporada esa idea tuvo
sentido para mí, y de vez en cuando me encontraba
pensando en cómo ejecutarla. En la cocina había un buen
montón de cuchillos largos.
Qué suerte que tuviera la tablilla y un lugar para verla,
por tanto. Era algo de lo que ocuparme… algo que no
fuese la garganta de fra Spelikon. Si trabajaba lo suficiente
y tenía suerte, quizá consiguiera un resultado que
anunciar una noche en el Refectorio, para humillación de
Spelikon, Trestanas y Statho. Luego podría irme asqueado
del concento antes de darles tiempo a expulsarme.
Y mientras tanto, examinar el objeto satisfacía la petición
de mis entrañas de que hiciese algo en respuesta a lo que
402
le habían hecho a Orolo. Y había descubierto que actuar de
esa forma era el único método para transformar la furia en
pena. Y cuando sentía pena en lugar de furia, los jóvenes
filles ya no me rehuían y mi mente no rebosaba de
imágenes de sangre saliendo a borbotones de la arterias
seccionadas de fra Spelikon.
Así que no tuve más remedio que apartar de mi mente a
Sammann y el envoltorio y concentrarme en lo que el Ojo
de Clesthyra había visto durante la noche. Había
comprobado las condiciones climáticas durante esas
setenta y siete noches: más de la mitad habían sido
nubosas, sólo diecisiete completamente despejadas.
Una vez que los ojos se me hubieron acostumbrado a la
oscuridad, me fue fácil dar con el norte, porque era el polo
alrededor del cual giraban todas las estrellas. Si congelaba
la imagen, o la reproducía a velocidad normal, las estrellas
eran puntos estacionarios de luz. Pero si aceleraba la
reproducción, cada estrella, a excepción de la Polar,
dibujaba un arco centrado en el polo a medida que Arbre
giraba por debajo. Nuestros mejores telescopios disponían
de sistemas de ejes polares, movidos por el reloj, que
resolvían este inconveniente. Esos telescopios rotaban
«hacia atrás» a la misma velocidad que Arbre rotaba
«hacia delante», de forma que las estrellas permanecían
estacionarias. El Ojo de Clesthyra no disponía de tal
mecanismo.
403
Se podía hacer que la tablilla mostrase lo que había
captado de varias formas. Hasta este momento la había
estado usando como un motucaptor, reproduciendo,
parando y avanzando rápido la imagen. Pero podía hacer
cosas imposibles para un motucaptor, como integrar una
imagen en un periodo de tiempo. Era una reminiscencia
de la Era Práxica, cuando en lugar de tablillas como
aquélla los cosmógrafos habían empleado placas
recubiertas de emulsiones químicas fotosensibles. Como
muchos de los cuerpos que observaban eran tan poco
brillantes, solía ser necesario exponer las placas durante
horas. Una tablilla funcionaba de ambas formas. Si
«reproducías» el registro en modo motucaptor, no veías
más que algunas estrellas y un poco de neblina, pero, si lo
configurabas para mostrar la imagen estática integrada en
el tiempo, podía aparecer una galaxia en espiral o una
nebulosa.
Así que mi primer experimento fue seleccionar una
noche despejada y configurar la tablilla para integrar en
una única imagen toda la luz que el Ojo de Clesthyra
hubiese captado esa noche. Los primeros resultados no
fueron muy buenos, porque fijé el tiempo de inicio
demasiado pronto y el tiempo de parada demasiado tarde,
por lo que todo quedaba eclipsado por el brillo del cielo
tras el crepúsculo y antes del amanecer. Pero tras realizar
algunos ajustes obtuve la imagen que buscaba.
404
Era un disco negro con miles de finos arcos concéntricos,
cada uno de los cuales correspondía a la trayectoria de una
estrella o un planeta mientras Arbre giraba por debajo.
Atravesaban la imagen varias líneas de puntos rojos y
vetas blancas: el rastro que habían dejado las luces de las
aeronaves que recorrían nuestro cielo. Las del centro,
producidas por naves que volaban a mucha altura, eran
casi rectas. Hacia un borde, el campo de estrellas estaba
plagado de gruesas curvas blancas: naves que iban a
aterrizar en el aeródromo local, siguiendo más o menos la
misma aproximación. En todo el firmamento sólo había
una cosa que no se movía: la estrella Polar. Si nuestra
hipótesis sobre lo que fra Orolo había estado buscando era
correcta —a saber, algo situado en órbita polar—,
entonces, suponiendo que hubiera sido lo suficientemente
brillante para salir en la tablilla, debería haberse visto
como una línea cercana a la estrella Polar, recta o casi recta,
orientada en ángulo recto a los arcos estelares…
moviéndose de norte a sur mientras que las estrellas lo
hacían de este a oeste.
No sólo eso, sino que tal satélite habría dejado más de
una estela cada noche. Jesry y yo lo habíamos calculado.
Un satélite en órbita baja alrededor de Arbre habría
completado una vuelta en hora y media. Si dejaba una
marca en la tablilla al pasar sobre el polo, digamos a
medianoche, entonces a la una y media habría dejado otra
marca, y otra a la tres y otra a las cuatro y media. Siempre
405
habría permanecido en el mismo plano con respecto a las
estrellas fijas. Pero, durante cada uno de esos intervalos de
noventa minutos, Arbre giraba unos veintidós grados y
medio de longitud. Y, por tanto, las marcas sucesivas de
un satélite no se habrían superpuesto sino que habrían
estado separadas por ángulos de unos veintidós grados y
medio (π/8, tal y como los teoréticos medían los ángulos).
Habría tenido el aspecto de una tarta cortada en porciones:
Mi trabajo ese primer día en el sótano consistió en
conseguir que la tablilla produjese una exposición
406
temporal de la primera noche despejada y realizar una
ampliación posterior cerca de la estrella Polar en busca de
algo que se pareciese a un pastel cortado. Lo conseguí con
tanta facilidad que casi me sentí decepcionado. Como
había más de un satélite en esa órbita, vi un patrón más
complicado:
Pero tras observarlo con suficiente detenimiento me di
cuenta de que consistía en varios patrones de corte de
pastel diferentes superpuestos.
407
—Es una decepción —le dije a Jesry durante la cena. De
alguna forma habíamos logrado evitar a Barb y nos
sentamos juntos en una esquina del Refectorio.
—¿Otra?
—Creía que si lograba ver algo situado en la órbita polar
todo acabaría. Se resolvería el misterio, podríamos cerrar
el caso. Pero no es así. En órbita polar hay varios satélites.
Probablemente ha sido así desde la Era Práxica. Los viejos
se estropean y caen. Los Panjandrumes lanzan otros
nuevos.
—No es nada nuevo —me dijo—. Si sales de noche, miras
al oeste y esperas el tiempo suficiente, los distingues a
simple vista pasando sobre el polo.
Mordisqueé un poco de comida mientras intentaba
reprimir las ganas de darle un puñetazo en la nariz. Pero
así se hacían las cosas en teorética. No eran los loritas los
únicos que decían «no es nada nuevo». La gente
reinventaba continuamente la rueda. No tenía nada de
vergonzoso. Si los demás hubiésemos dicho
entusiasmados para que el otro se sintiera bien:
«Estupendo, la rueda. Eso no se le había ocurrido a nadie»,
nunca habríamos logrado avanzar. Pero aun así dolía
arriesgar tanto y trabajar tanto simplemente para que
dijesen que el resultado no era nada nuevo.
—No digo que sea un resultado novedoso —le dije, con
mucha paciencia—. Sólo te hago saber lo que sucedió la
408
primera vez que pude pasar un par de horas con la tablilla.
Y supongo que estoy planteando un interrogante.
—Vale. ¿Cuál es el interrogante?
—Fra Orolo sabía sin duda que hay varios satélites en
órbita polar y que no tiene nada de raro que así sea. Para
un cosmógrafo, tiene tanta importancia como una
aeronave que lo sobrevuela.
—Es una molestia. Una distracción —dijo Jesry,
asintiendo.
—Por tanto, ¿qué quería ver con tantas ganas como para
arriesgarse al Anatema?
—No se limitó a arriesgarse al Anatema. Él…
Hice un gesto con la mano.
—Sabes lo que quiero decir. No es momento de ponerse
kefedokhles.
Jesry miró por encima de mi hombro izquierdo. La
mayoría se hubiesen sentido avergonzados o irritados por
mi comentario. ¡Él no! No podía importarle menos. ¡Cómo
le envidiaba!
—Sabemos que necesitaba un motucaptor para verlo —
dijo Jesry—. A simple vista no era posible hacerlo.
—Tenía que verlo de una forma diferente. Y no podía
hacer exposiciones temporales en una tablilla —añadí.
—Lo único que pudo hacer, cuando cerraron el
astrohenge, fue plantarse en el viñedo y congelarse el culo
mirando la estrella Polar a través del motucaptor,
esperando a que algo pasase por delante de ella.
409
—Cuando apareciese, podría haberlo ampliado en el
visor —dije. Ahora cada uno acababa las frases del otro—
. Pero entonces, ¿qué? ¿Qué habría descubierto?
—La hora —dijo Jesry—. Habría sabido qué hora era. —
Miró la mesa como si fuese el motus de Orolo—. La
apunta. Noventa minutos más tarde vuelve a mirar. Ve el
mismo pájaro darse el paseo por el polo. —Lio llamaba
«pájaros» a los satélites: una jerga militar que había
aprendido en los libros… y que los demás habíamos
adoptado.
—Es tan interesante como mirar la manecilla de la hora
de un reloj —dije.
—Bien, pero, recuerda, hay más de un pájaro —repuso.
—No hace falta que me lo digas. ¡Me he pasado toda la
tarde mirándolos!
Pero Jesry perseguía una idea y no tenía tiempo para mí
ni para mis protestas.
—No todos pueden estar en órbita a la misma altitud —
dijo—. Unos deben estar a más altura que otros… por lo
que en lugar de noventa minutos les podría llevar noventa
y uno o ciento tres minutos volver a aparecer.
Cronometrando las órbitas, fra Orolo hubiese podido, tras
realizar el número adecuado de observaciones, compilar
una especie de…
—Un censo —dije—. Una lista de todos los pájaros de allá
arriba.
410
—Teniendo ese registro, de producirse algún cambio,
cualquier anomalía, se habría dado cuenta. Pero, hasta
completar el censo, como lo llamas…
—Habría estado trabajando a oscuras… en muchos
sentidos, ¿no? —dije—. Habría visto un pájaro pasar sobre
el polo, pero no habría sabido cuál era ni si tenía algo de
raro.
—Así que, si estamos en lo cierto, debemos seguir sus
pasos —dijo Jesry—. Tu primer objetivo debería ser
realizar ese censo.
—A mí me resulta mucho más fácil que a Orolo —dije—
. Simplemente mirando las marcas de la tablilla salta a la
vista que algunas están más espaciadas que otras, son
trozos de pastel más grande. Deben de ser los satélites
situados a gran altitud.
—Una vez que te acostumbres a mirar esas imágenes,
podrás darte cuenta de las anomalías simplemente
guiándote por su apariencia general —especuló Jesry.
A él le resultaba fácil decirlo, ¡porque lo haría yo!
Al final parecía inquieto y aburrido. Dejó de mirarme a
los ojos, observó el Refectorio como si buscase a alguien
más interesante… pero luego se volvió y me miró de
nuevo.
—Cambio de tema —anunció.
—Afirmativo. Diga de qué tema se trata —respondí, pero
si se dio cuenta de que me burlaba de él no lo demostró.
—Fra Paphlagon.
411
—El Centeno Evocado.
—Sí.
—El mentor de Orolo.
—Sí. El Brazo indica que su Evocación y los problemas
de Orolo están relacionados.
—No parece un disparate —dije—. Tengo la impresión
de que lo he estado dando por supuesto.
—Normalmente no tendríamos modo de saber a qué se
dedicaba un Centeno… al menos, no hasta el próximo
Apert Centenario. Pero antes de que Paphlagon fuese al
laberinto superior, hace veintidós años, escribió algunos
tratados que difundió por el mundo durante el Apert
Decenario de 3670. Diez años más tarde, y nuevamente
hace unos pocos meses, nuestra Biblioteca recibió la
entrega habitual decenaria. Bien, pues he estado
repasando todo ese material en busca de alguna referencia
a la obra de Paphlagon.
—Es un procedimiento muy intrincado —dije—.
Tenemos aquí mismo todos los trabajos de Paphlagon,
¿no?
—Sí. Pero no es eso lo que busco —dijo Jesry—. Me
interesaba más saber quién, ahí fuera, prestaba atención a
Paphlagon. ¿Quién leyó sus trabajos de 3670 y pensó que
poseía una mente interesante? Porque…
—Porque alguien —dije, al comprender—, alguien, ahí
fuera, en el mundo secular, debió de pensar: «Paphlagon
es nuestro hombre… ¡sacadlo y traédmelo!»
412
—Exacto.
—Bien, ¿qué has descubierto?
—Bueno, de eso se trata —dijo Jesry—. Resulta que en
cierta forma Paphlagon tenía dos carreras.
—¿A qué te refieres… a algo como un quehacer?
—Podríamos decir que su quehacer era la filosofía. La
metateorética. Los procianos podrían incluso decir que era
una forma de religión. Por una parte era cosmógrafo, hacía
lo mismo que Orolo. Pero en su tiempo libre tenía grandes
ideas y las ponía por escrito… y la gente del exterior les
prestaba atención.
—¿Qué tipo de ideas?
—No quiero hablar de eso ahora —dijo Jesry.
—Bueno, maldita sea…
Levantó una mano para calmarme.
—¡Léelo tú mismo! No me interesa eso. Lo que intento es
averiguar quién le llamó y por qué. Hay muchos
cosmógrafos, ¿no?
—Claro.
—Por tanto, si se le Evocó para responder a preguntas de
cosmografía, cabe preguntarse…
—¿Por qué precisamente a él?
—Sí. Aunque es muy poco habitual trabajar en el
material metateorético que le interesaba.
—Ya veo por dónde vas —dije—. El Brazo nos indica que
su Evocación se debió a eso… no a la cosmografía.
413
—Sí —dijo Jesry—. En cualquier caso, no es que mucha
gente prestase atención a la metateorética de Paphlagon, a
juzgar por lo que hay en las entregas de 3680 y 3690. Pero
hay una sur en Baritoe, llamada Aculoä, que parece
admirarle de veras. Ha escrito dos libros sobre el trabajo
de Paphlagon.
—Diece o…
—No, de eso se trata. Es Unaria. Lleva siéndolo treinta y
cuatro años.
Así que era una profesora. No había ninguna otra razón
para pasar más que unos pocos años en el cenobio unario.
—Evenedriciana tardía —dijo Jesry, respondiendo a mi
siguiente pregunta antes de que se la plantease.
—No sé mucho sobre esa orden.
—Bien, ¿recuerdas cuando Orolo nos contó que sante
Evenedric trabajó en algo diferente durante la segunda
mitad de su carrera?
—En realidad, creo que fue Arsibalt el que nos lo contó,
pero…
Jesry se encogió de hombros desestimando la
puntualización.
—Los evenedricianos tardíos están precisamente
interesados en eso.
—Vale —dije—, ¿supones por tanto que sur Aculoä
toqueteó a Paphlagon?
—En absoluto. Es profesora de filosofía, una…
—Sí, ¡pero en uno de los Tres Grandes!
414
—De eso se trata precisamente —dijo Jesry un poco
irritado—. Muchos seculares importantes pasan algunos
años de su juventud en los Tres Grandes cenobios… antes
de dar comienzo a su carrera.
—Crees que esa sur tuvo un fille, hace diez o quince años,
que se convirtió en Panjandrum. Aculoä le enseñó al fille
lo maravilloso y sabio que era fra Paphlagon. Y ahora, algo
ha pasado…
—Algo que hizo que ese antiguo fille dijese: «¡Decidido,
necesitamos a Paphlagon de inmediato!» —dijo Jesry,
asintiendo con confianza.
—Pero ¿qué podría ser ese algo?
Jesry se encogió de hombros.
—Es la pregunta fundamental, ¿verdad?
—Quizás encontremos alguna pista examinando los
escritos de Paphlagon.
—Eso es evidente —dijo Jesry—. Pero es muy difícil si
Arsibalt los usa de semáforo.
Me llevó un momento entenderlo.
—El montón de libros de la ventana…
Jesry asintió.
—Arsibalt se llevó a la tación de Shuf todos los escritos
de Paphlagon.
Me reí.
—Bien, ¿qué hay de los de sur Aculoä?
—Tulia se los está leyendo —dijo Jesry—, intentando
descubrir si tuvo algún fille que llegase a algo.
415
Valle Tintineante: (1) Un valle montañoso famoso
por los muchos riachuelos que descienden por sus
paredes rocosas desde los glaciares, emitiendo un
sonido musical parecido al de las campanas. También
conocido como Valle de los Arroyos o (poéticamente)
Valle de los Mil Arroyos. (2) Un cenobio fundado allí
en el 17 a.R., especializado en el estudio y desarrollo
de las artes marciales y temas relacionados (véase
vallelogía).
Vallelogía: En nuevo orto, un término general
referido a las artes marciales con y sin armas, la
historia militar, la estrategia y la táctica, todo ello muy
asociado, en el mundo cenobítico, con los avotos del
Valle Tintineante, que han convertido esos temas en
una especialidad desde la fundación en ese lugar de
su cenobio, en el año 17 a.R. Nota: en el habla informal
y en flújico, en ocasiones se usa la contracción vlog.
Sin embargo, debe entenderse que esa variante da
prioridad a las artes marciales de la vallelogía en
detrimento de aspectos más académicos o
burocráticos. Extramuros, vlog es un género de
entretenimiento y (para los seculares que practican
artes marciales en lugar de limitarse a mirar) una
escuela.
416
Diccionario, 4ª edición, 3000 a.R.
Trabajar en el agujero me había dejado al margen de
todos esos tejemanejes. Pero, ahora que Jesry me había
hecho saber lo duro que trabajaban mis fras y sures,
redoblé mis esfuerzos con la tablilla. Allí almacenadas
estaban las diecisiete noches despejadas. Una vez que le
hube pillado el tranquillo, me llevaba como media hora de
trabajo configurar la tablilla para que me ofreciese la
exposición temporal de una determinada noche. Luego,
empleando un transportador, pasaba otra media hora,
más o menos, midiendo los ángulos entre líneas. Como
había predicho Jesry, algunos pájaros habían dejado
ángulos ligeramente mayores que otros, correspondientes
a periodos más largos, pero el ángulo de un pájaro en
concreto siempre era igual, en todas las órbitas, todas las
noches. Así que en cierto sentido sólo hizo falta la
observación de una noche para tener una versión
preliminar del censo. Pero lo hice igualmente de las
diecisiete noches despejadas, para ser preciso y porque
francamente no se me ocurría qué hacer a continuación.
Acababa una noche, en ocasiones dos, cada vez que podía
bajar al sótano. Pero no tenía ocasión de hacerlo todos los
días.
Cuando terminé, habían pasado casi tres semanas. Había
capullos en los árboles de páginas. Los pájaros volaban al
norte. Los fras y las sures rebuscaban en sus marañas,
417
discutiendo si era hora de plantar. La horda herbácea
bárbara se congregaba en la orilla del río y se preparaba
para invadir las fértiles praderas de Thrania. Arsibalt
había leído dos tercios de su montón de Paphlagon. En
unos días llegaría el equinoccio vernal. Apert había
comenzado la mañana del equinoccio otoñal… ¡hacía
medio año! No entendía qué había sido del tiempo.
Se había ido al mismo sitio que los miles de años
anteriores. Yo lo había pasado trabajando. No importaba
que mi trabajo fuese secreto, ilícito y que por él pudieran
expulsarme. Al concento no le importaba. A ciertas
personas les hubiese importado mucho. Pero ése era un
lugar donde los avotos podían pasar la vida trabajando en
proyectos como aquél. Y ahora que yo tenía un proyecto,
formaba parte del concento como nunca, y era el lugar
adecuado para mí.
Dado que Arsibalt, Jesry y Tulia estaban ocupados en
otro proyecto, no les conté lo de Sammann. Era un tema
reservado para Lio, cuando estábamos juntos en el prado
convenciendo a la estelaflor para crecer en la dirección
correcta. O, puesto que se trataba de Lio, haciendo lo
último que se le hubiese metido en la cabeza.
Habíamos reaccionado de formas diferentes a la pérdida
de Orolo. En mi caso, con sanguinarias fantasías de
venganza que me guardaba para mí. Lio, por su parte, se
había quedado fascinado con variedades todavía más
extrañas de vlog. Dos semanas antes, había intentado que
418
me interesase por vlog de rastrillo, inspirado según
supuse en la historia de Diax expulsando a los entusiastas.
Rechacé la propuesta alegando que no quería sufrir una
infección sanguínea… un rastrillo usado como arma podía
producir muchas heridas simultáneamente. La semana
anterior había desarrollado un profundo interés por el
vlog de pala, y habíamos pasado mucho tiempo
agachados en la orilla, afilando las palas con piedras.
Cuando un día me llevó otra vez al río, supuse que era
para más de lo mismo. Pero no dejaba de mirar por encima
del hombro mientras me llevaba más lejos. De fille yo
había participado en tantas expediciones furtivas como
para saber que comprobaba las líneas de visión desde las
ventanas de la Guardiana Regulante. Los viejos hábitos
regresaron; me mantuve en silencio y me moví de un lugar
en sombras al otro hasta llegar a uno donde el recodo del
río recortaba la orilla para formar un saliente protegido de
cualquier mirada. Por suerte, en ese preciso momento allí
no había nadie manteniendo un connubio. En cualquier
caso, para eso era mal sitio: suelo húmedo, muchos bichos,
grandes probabilidades de ser interrumpidos por avotos
paseándose en bote por el río.
Lio se volvió para mirarme. Casi me preocupaba que me
hiciese proposiciones.
Pero no. Hablamos de Lio.
—Me gustaría que me dieses un puñetazo en la cara —
dijo, como si me hubiese pedido que le rascase la espalda.
419
—No es que no lo haya soñado muchas veces —dije—,
pero ¿por qué quieres eso?
—El combate cuerpo a cuerpo siempre ha sido un
elemento común en el entrenamiento militar de todas las
épocas —proclamó, como si yo fuese un fille—. Hace
mucho tiempo se descubrió que los reclutas,
independientemente de lo mucho que se hubiesen
entrenado, tendían a olvidar todo lo que sabían la primera
vez que recibían un puñetazo en la cara.
—Quieres decir, ¿la primera vez en su vida?
—Sí. En sociedades prósperas y pacíficas donde las
peleas no se ven con buenos ojos, es un problema habitual.
—¿No recibir muchos puñetazos en la cara es un
problema?
—Lo es si te unes al ejército y acabas combatiendo sin
armas contra alguien que intenta matarte —dijo Lio.
—Pero, Lio —dije—, a ti te han golpeado en la cara.
Sucedió en Apert. ¿Recuerdas?
—Sí —dijo—, y he intentando aprender de esa
experiencia.
—Por tanto, ¿para qué quieres que te vuelva a dar un
puñetazo en la cara?
—Para descubrir si he aprendido.
—¿Por qué yo? ¿Por qué no Jesry? Parece una tarea más
adecuada para él.
—Ése es el problema.
—Comprendo. Entonces, ¿por qué no Arsibalt?
420
—No lo haría de veras… y luego se quejaría de que le
hice daño en la mano.
—¿Qué vas a contar si te presentas en la cena con la cara
hinchada?
—Que me he enfrentado a unos malvados.
—Prueba otra vez.
—Que practicaba caídas y fallé.
—¿Qué pasa si no quiero hacerme daño en la mano?
Sonrió y sacó un par de gruesos guantes de trabajo de
piel.
—Ponte trapos en los nudillos si eso te preocupa —me
sugirió mientras me los ponía.
Las gransures Tamura e Ylma aparecieron en una batea.
Fingimos arrancar hierbas hasta que hubieron pasado.
—Vale —dijo Lio—, mi objetivo es derribarte…
—¡Oh, y ahora me lo dices!
—Nada que no hayamos hecho cien veces —dijo, como
si eso pudiese tranquilizarme—. Por eso hemos venido
aquí. —Pisoteó la tierra húmeda de la orilla—. Terreno
blando.
—¿Porqué…?
—Si levanto las manos para defenderme la cara, no podré
lograr mi objetivo.
—Comprendo.
De pronto, me atacó y me derribó.
—Pierdes —proclamó, levantándose.
—Vale. —Suspiré y me puse en pie como pude.
421
Giró de inmediato y me volvió a derribar. Lancé contra
su cabeza, demasiado tarde, un golpe sin mala intención.
Esta vez me tiró con mucha más violencia. Sentía todos los
músculos de mi cabeza como si me los hubiesen tensado.
Me plantó una mano sucia en la cara y se apartó
poniéndose en pie. El mensaje era inequívoco.
La vez siguiente lo intenté de verdad, pero no había
plantado los pies con firmeza y no pude golpear con
mucha fuerza. Además, entré demasiado bajo.
La siguiente, situé bajo el centro de gravedad, plante los
pies en el lodo, conecté de la cadera al puño y le di justo
en la mejilla.
—¡Bien! —gimió inclinándose hacia mí—. Pero mira a
ver si puedes hacerme retroceder… de eso se trata,
¿recuerdas?
Creo que lo hicimos unas diez veces más. Como yo estaba
sufriendo bastante más que él, perdí la cuenta. Lo máximo
que logré fue despistarlo un momento… y aun así me
derribó.
—¿Cuánto tiempo vamos a seguir? —pregunté, tendido
en el lodo, en el fondo de un cráter en forma de Erasmas.
Si me negaba a levantarme, no podría derribarme.
Recogió con las manos agua del río y se la echó a la cara,
limpiándose la sangre de nariz y cejas.
—Con esto basta —dijo—. He descubierto lo que quería.
—¿Que es? —pregunté, atreviéndome a sentarme.
—Que me he adaptado desde lo sucedido en Apert.
422
—¿Nos tomamos todas estas molestias para eso? —
exclamé, poniéndome de rodillas.
—Si quieres verlo de esa forma —dijo, y cogió más agua.
Nunca tendría una oportunidad igual, por lo que rodé,
puse el pie contra su espalda y lo empujé al río.
Más tarde, mientras Lio se concentraba en la
comparativamente normal y cuerda actividad de afilar la
pala, volví a sacar el tema de lo que había estado viendo
en la tablilla: concretamente, el comportamiento de
Sammann durante las visitas de mediodía.
Una vez que superé la nauseabunda sensación de haber
sido descubierto, me puse a reflexionar sobre otras
cuestiones. ¿Era simple coincidencia que el Ati que había
descubierto la cubierta fuese el mismo que había visitado
a Cord en el taller? Llegué a la conclusión de que era una
simple coincidencia o de que ese tal Sammann era un
personaje de alto rango entre los Ati y que, por tanto, era
responsable de actividades importantes relacionadas con
el astrohenge. En cualquier caso, no me daba para
elucubrar.
—¿Ja intentao comuicarse contio? —preguntó Lio con los
labios hinchados.
—¿Te refieres a entrar de tapadillo en el cenobio una
noche para dejarme una nota?
A Lio le confundió mi respuesta. Lo manifestó de la
forma habitual: corrigiendo su postura. El roce de la
423
piedra contra la pala se detuvo un momento. Luego cayó
en la cuenta.
—No, no me refiero a en tiempo real —dijo—. Quiero
decir, en la tablilla, él… ya sabes.
—No, Gorgojo, debo confesar que no tengo ni la más
remota idea.
—Si alguien sabe de vigilancia son esos tíos —dijo Lio.
—Claro, si aceptas la Afirmación de Sante Patagar.
Lio pareció decepcionado de que yo fuese tan ingenuo
como para no creer en ella. Volvió a trabajar con la piedra.
El roce me exasperaba, pero supuse que también
molestaría a cualquier espía que pudiese estar
husmeando.
Aparentemente, mi nuevo papel en el concento de Sante
Edhar era convertirme en el inocente protegido. Dije:
—Bien, respóndeme. Si nos vigilan continuamente,
deben saberlo todo sobre mí y la tablilla, ¿verdad?
—Bien, sí, eso parece.
—Por tanto, ¿por qué no ha pasado nada? —le
pregunté—. No es que yo les caiga muy bien a Spelikon y
Trestanas.
—No me sorprende —insistió—. Creo que no tiene nada
de raro.
—¿Por qué?
Hizo una pausa tan larga que me quedó claro que se
estaba inventando la respuesta sobre la marcha. Hundió
en el río la piedra de afilar.
424
—El Ati no está contándole todo lo que sabe a la
Guardiana Regulante. Para asimilar tanta información,
Trestanas se tendría que pasar con los Ati todos los
minutos de cada día. Los Ati deben decidir qué transmiten
y qué se guardan.
Lo que Lio decía planteaba todo tipo de posibilidades
interesantes sobre las que tendría que reflexionar. No
quería quedarme allí con la boca abierta más de lo que ya
lo había estado, así que me incliné y agarré el mango de la
pala. No iba a conseguir afilarla más. Miré a mi alrededor
buscando una mata de bayacorte que precisase una
decapitación. No me llevó mucho tiempo dar con una. Fui
por ella y Lio me siguió.
—Eso es otorgar a los Ati mucha responsabilidad —dije,
alzando la pala para hundirla en las raíces de la bayacorte.
Varias ramas cayeron. Muy satisfactorio.
—Asumamos que son tan inteligentes como nosotros —
dijo Lio—. ¡Venga! Se ganan la vida manejando complejos
dispositivos sintácticos. Crearon el Reticulum. Nadie sabe
mejor que ellos que el conocimiento es poder. Empleando
estrategias y tácticas con lo que dicen y lo que no, deben
de poder lograr lo que quieren.
Me cargué una yarda cuadrada entera de bayacorte
mientras reflexionaba sobre lo que me había dicho.
—Estás diciendo que hay todo un mundo de política
Ati/jerarcas del que no sabemos nada.
—Debe de haberlo… o no serían humanos —dijo Lio.
425
Luego empleó contra mí la Transcuestación
Hipotroquiana: cambió de tema de una forma que daba a
entender que el asunto estaba zanjado… que él había
ganado y yo perdido.
—Bien, volviendo a mi pregunta: ¿en la tablilla Sammann
hace algo que te comuniqué un mensaje… o al menos deje
claro que sabe que se está grabando su imagen? —Lanzó
su piedra de afilar al río.
La respuesta correcta a la Transcuestación
Hipotroquiana era: «¡Eh, no tan rápido!» Pero la pregunta
de Lio resultaba tan interesante que no dije nada.
—No lo sé —tuve que admitir después de pasar un
minuto más cargándome bayacorte placenteramente—.
Pero me aburro de medir trozos de pastel. Y francamente,
no sé qué más mirar. Así que echaré un vistazo.
Tras lo cual pasó casi una semana antes de que pudiese
volver al sótano. El concento se preparaba para las
celebraciones del equinoccio y tenía prácticas de canto. La
guerra de hierba entraba en una fase que requería que
hiciese al menos un dibujo. Tenía que plantar mi maraña.
Cuando estaba libre, siempre parecía haber otra gente en
la tación de Shuf. ¡Se estaba poniendo de moda!
—Hay que tener cuidado con lo que se desea —se me
quejó Arsibalt una tarde. Yo ayudaba a llevar al taller un
montón de marcos de colmena—. Invitamos a todos a usar
la tación… Ahora lo hacen y ya no puedo trabajar allí.
426
—Ni yo tampoco —le dije.
—¡Y ahora esto! —Tomó un cuchillo corto, que yo estaba
bastante seguro de que no era la herramienta adecuada
para el trabajo, y se puso a sacar distraídamente un trozo
de madera podrida de una esquina de un marco—. ¡Un
desastre!
—¿Sabes algo del trabajo de la madera? —pregunté.
—No —admitió.
—¿Y sobre los trabajos metateoréticos de fra Paphlagon?
—Sobre eso sé algunas cosas —dijo—. Y lo que es más,
creo que Orolo quería que nosotros las conociésemos.
—¿Cómo es eso?
—¿Recuerdas nuestro último diálogo con él?
—Sobre dragones rosa que se tiran pedos de gas
nervioso. Claro.
—Tenemos que pensar en algo más decente antes de
ponerlo por escrito —dijo Arsibalt con una mueca—. En
cualquier caso, creo que Orolo nos alentaba a pensar en
alguna de las ideas que eran… que son importantes para
su mentor.
—Es curioso que en esa ocasión no mencionase a
Paphlagon —dije—. Recuerdo que hablamos sobre los
últimos trabajos de sante Evenedric, pero…
—Uno conduce al otro. A su debido tiempo hubiésemos
encontrado el camino a Paphlagon.
—Quizá —dije—. ¿De qué va? —Era una pregunta
inocua, pero Arsibalt se estremeció.
427
—De la clase de cosas por las que nos odian los
procianos.
—¿Como el Mundo Teorético de Hylaea? —pregunté.
—Así lo llamarían, para insinuar que somos unos
ingenuos. Pero, ya desde los tiempos de Protas, la idea del
MTH se convirtió en una metateorética más compleja.
Podríamos decir que el trabajo de Paphlagon es al
pensamiento clásico de Protas lo que la moderna teoría de
grupos es a contar con los dedos.
—Pero ¿están relacionados?
—Por supuesto.
—Estoy recordando mi conversación con el inquisidor.
—¿Varax?
—Sí. Me preguntaba si su interés en el tema…
—Corrección: a él le interesaba saber si nosotros
estábamos interesados —dijo Arsibalt.
—Sí, exacto… si eso podría considerarse una prueba más
de la existencia del Hipotético e Importante Fille de Sur
Aculoä.
—Creo que deberíamos tener cuidado con elucubrar
sobre el HIFSA hasta que sur Tulia encuentre alguna
prueba de su existencia —dijo Arsibalt—. En caso
contrario, se nos ocurrirán cosas que jamás superarían el
Rastrillo.
—Bien, sin contarme todo lo que sabes —le dije—,
¿podrías darme alguna pista de por qué alguien en el
428
mundo secular podría pensar que el trabajo de Paphlagon
tiene importancia práctica?
—Sí —dijo—, si reparas la colmena por mí.
—¿Conoces los revienta‐átomos? ¿Los aceleradores de
partículas?
—Claro —dije—. Son instalaciones de la Era Práxica.
Enormes y caras. Usadas para comprobar teorías sobre
partículas elementales y fuerzas.
—Sí —dijo Arsibalt—. Si no puedes comprobarlo, no es
teorética… es metateorética: una rama de la filosofía. Por
tanto, si quieres verlo de este modo, nuestro equipo de
pruebas define el límite que separa la teorética de la
filosofía.
—Caray —dije—. Estoy seguro de que los filósofos se te
echarían a la garganta por decir algo así. Es como decir que
la filosofía no es más que teorética de mala calidad.
—Hay algunos teores que lo dirían —admitió Arsibalt—
. Pero esa gente realmente no habla de la filosofía como la
definirían los filósofos. Más bien… más bien están
hablando de algo que los teores se ponen a hacer cuando
llegan al límite de lo que pueden demostrar empleando el
equipo del que disponen. Vuelven locos a los filósofos al
decir que es filosofía o metateorética.
—¿De qué estamos hablando?
—Bien, elucubran sobre cómo podría ser la próxima
teoría. Desarrollan la teoría e intentan usarla para realizar
429
predicciones que se puedan comprobar. En la Era Práxica
tardía, eso habitualmente implicaba construir un
acelerador de partículas más grande y más caro.
—Y luego se produjeron los Hechos Horribles —dije.
—Sí, y después dejó de haber juguetes caros para los
teores —dijo Arsibalt—. Pero no está claro que tuviese
demasiadas consecuencias. Las grandes máquinas de esa
época ya estaban cerca del límite de lo que se podía
construir en Arbre con una cantidad razonable de dinero.
—Eso no lo sabía —dije—. Siempre tiendo a dar por
supuesto que ahí fuera hay una cantidad infinita de
dinero.
—Bien podría ser así —dijo Arsibalt—, pero la mayor
parte se lo gastan en pornografía, agua azucarada y
bombas. No ahorran mucho para aceleradores de
partículas.
—Por tanto el Giro hacia la Cosmografía podría haberse
producido incluso sin la Reconstitución.
—Ya se estaba produciendo —dijo Arsibalt—, a medida
que los teores de la Era Práxica tardía iban aceptando el
hecho de que mientras vivieran no se construiría ninguna
máquina capaz de demostrar las teoréticas a las que
dedicaban la vida.
—Así que esos teores no tuvieron más alternativa que ir
a buscar los datos en el cosmos.
—Sí —dijo Arsibalt—. Y mientras tanto tenemos a gente
como fra Paphlagon.
430
—¿Qué quieres decir? ¿Era teor y filósofo a la vez?
Se lo pensó.
—Estoy intentando atenerme a tu petición inicial de no
enrollarme con Paphlagon —me explicó, cuando vio que
le miraba—, pero esto me obliga a enrollarme más.
—Lo justo es justo —dije, agitando la sierra que había
estado usando.
—Podría considerarse que Paphlagon y Orolo, supongo,
son descendientes de gente como Evenedric.
—Teores —dije—, que se pasaron a la filosofía al
detenerse la teorética.
—Al ralentizarse —me corrigió Arsibalt—, esperando a
tener resultados de lugares como Sante Bunjo.
Bunjo era un cenobio milenario construido alrededor de
una mina de sal vacía situada a dos millas bajo tierra. Sus
fras y sures se turnaban, sentados en la más completa
oscuridad, esperando ver destellos de luz emitidos por
una vasta red de detectores de partículas cristalinas. Cada
mil años publicaban sus resultados. Durante el Primer
Milenio estaban convencidos de haber visto destellos en
tres ocasiones diferentes; pero, desde entonces, nada.
—Por tanto, mientras esperaban, ¿se pusieron a jugar con
las ideas que se le ocurrían a gente como Evenedric al
llegar al límite de la teorética?
—Sí —dijo Arsibalt—. Hay todo un abanico de ideas
desarrolladas en la época de la Reconstitución, todas ellas
variantes del tema del policosmos.
431
—La idea de que nuestro cosmos no es el único.
—Sí. Y sobre eso escribe Paphlagon cuando no estudia
este cosmos.
—Ahora estoy un poco confuso —dije—, porque me da
la impresión de que hace un minuto me has dicho que
trabajaba en el MTH.
—Bien, podrías considerar el Protismo, la idea de que
hay otra región poblada por formas puras teoréticas, como
la primera y más simple de las teorías policósmicas —dijo.
—Porque postula la existencia de dos cosmos —dije,
intentando mantenerme a la altura—, uno para nosotros y
otro para los triángulos isósceles.
—Sí.
—Pero las teorías policósmicas que conozco, las
desarrolladas en la época de la Reconstitución, son
completamente diferentes. En esas teorías hay múltiples
cosmos distintos al nuestro… pero similares. Llenos de
materia, energía y campos. Siempre cambiantes. Sin
triángulos eternos.
—No tan similares como crees —dijo Arsibalt—.
Paphlagon pertenece a una tradición que creía que el
Protismo clásico no era más que otra teoría policósmica.
—¿Cómo es posible que tú…?
—No puedo explicártelo sin contártelo todo —dijo
Arsibalt, levantando las manos carnosas—. Lo que intento
que comprendas es que él cree en alguna forma de Mundo
432
Teorético de Hylaea. Y que hay otros cosmos. Ésos son los
temas que interesan a sur Aculoä.
—Por tanto, si el HIFSA existe realmente… —dije.
—Convocó a Paphlagon porque, por alguna razón, el
policosmos se convirtió en un tema de interés.
—Y debemos suponer que lo que lo convirtió en
interesante también provocó el cierre del astrohenge.
Arsibalt se encogió de hombros.
—Bien, ¿qué podría ser? —le pregunté.
Volvió a encogerse de hombros.
—Esa pregunta es para Jesry y para ti. Pero no olvidéis
que podría ser que los Panjandrumes simplemente
estuviesen equivocados.
Al fin, un día, llegué al sótano de la tación de Shuf y pasé
tres horas viendo a Sammann almorzar. Iba casi todos los
días, pero no siempre a la misma hora. Si hacía buen
tiempo y era la hora adecuada, se sentaba en el parapeto,
ponía comida sobre un trapo extendido y disfrutaba de la
vista mientras almorzaba. A veces leía un libro. No pude
identificar todos los bocados y las delicias, pero parecían
mejores que lo que almorzábamos nosotros. En ocasiones,
si el viento soplaba del noreste, olíamos lo que los Ati
cocinaban. Daba la impresión de que se burlaban de
nosotros.
—¡Resultados! —proclamé ante Lio la siguiente vez que
nos vimos a solas en el prado—. Más o menos.
433
—¿Sí?
—Creo que tenías razón.
—¿Sobre qué tenía razón? —Había pasado tanto tiempo
que había olvidado nuestra primera conversación sobre
Sammann. Tuve que recordársela. Luego, se quedó
pasmado—. Caray —dijo—, es grandioso.
—Podría serlo. Todavía no sé cómo tomármelo —‐dije.
—¿Qué hace? ¿Planta un cartel frente al Ojo? ¿Usa la
lengua de signos?
—Sammann es demasiado listo para hacer algo así —dije.
—¿Qué dices? Parece que hables de un viejo amigo.
—A estas algunas casi lo considero un amigo. Él y yo
hemos almorzado juntos muchas veces.
—Bien, ¿cómo te habla… te habló?
—Durante los primeros sesenta y ocho días es todo muy
aburrido —dije—. Luego, el día sesenta y nueve, pasa
algo.
—¿Día sesenta y nueve? ¿Qué significa eso para los
demás?
—Bien, es como dos semanas después del solsticio y
nueve días antes de que expulsasen a Orolo.
—Vale. ¿Qué hace Sammann el día sesenta y nueve?
—Bien, normalmente, cuando llega arriba de las
escaleras, se quita una bolsa del hombro y la cuelga de un
bulto de piedra que sobresale del parapeto. Limpia el
sistema óptico. Luego va a sentarse en el parapeto, una
434
superficie plana de como un pie de ancho, saca el
almuerzo de la bolsa, lo distribuye y se lo come.
—Vale. ¿Qué pasa en el día sesenta y nueve?
—Además de la bolsa al hombro, en la mano lleva algo
parecido a un libro. Lo primero que hace es dejarlo en el
parapeto. Luego se dedica a la rutina habitual.
—Por tanto, lo deja a la vista del Ojo.
—Exacto.
—¿Puedes ampliarlo?
—Claro.
—¿Puedes leer el título?
—Resulta que no es un libro, Lio. Es otro envoltorio…
igual que el que Sammann encontró el primer día, pero
lleno porque contiene…
—¡Otra tablilla! —exclamó Lio. Luego se tomó tiempo
para pensar—. Me pregunto qué significa.
—Bien, cabe suponer que la recogió de algún otro punto
del astrohenge.
—Supongo que no la deja allí.
—No, al terminar de comer se la lleva.
—Me preguntó por qué escogió precisamente ese día
para coger la tablilla.
—Bien, me da la impresión de que fue más o menos en el
día sesenta y nueve cuando la investigación de fra
Spelikon sobre Orolo realmente se puso fea. Bien, debes
recordar que cuando me escabullí allá arriba durante el
Anatema, el día setenta y ocho, miré en el M y M…
435
—Y lo encontraste vacío —dijo Lio asintiendo—. Bien. En
el día sesenta y nueve, es probable que Spelikon le
ordenase a Sammann que recogiese la tablilla que Orolo
había dejado en el M y M. Cosa que Sammann hizo. Pero
Spelikon no sabía de la que tú habías colocado en el Ojo
de Clesthyra, así que no la solicitó.
—Pero Sammann sí que sabía de su existencia —le
recordé—. Se dio cuenta el segundo día.
—Y había decidido no contárselo a Spelikon. Pero el día
sesenta y nueve no intentó ocultar que había recogido la
tablilla de Orolo. —Lio sacudió la cabeza—. No lo
comprendo. ¿Por qué iba a arriesgarse a hacértelo saber?
Alcé las manos.
—Quizá para él no sea ningún riesgo. Ya es Ati. ¿Qué
podrían hacerle?
—Buen argumento. Ellos no pueden temer tanto a la
Guardiana Regulante como nosotros.
Me irritó un poco que me recordase que teníamos miedo,
pero, considerando todas las precauciones que habíamos
estado tomando recientemente, no podía discutírselo.
Comprendí que estaba mejorando. Recuperándome de la
pérdida de fra Orolo. Olvidando lo triste y furioso que me
sentía. Y cuando Lio mencionó a la Guardiana Regulante,
me lo recordó.
En cualquier caso, se produjo un largo silencio mientras
Lio asimilaba todo aquello. Incluso trabajamos un poco.
Me refiero a las hierbas.
436
—Bien —dijo al fin—, ¿qué pasa después?
—Día setenta, nublado. Día setenta y uno, nieva. Día
setenta y dos, nieva. No se ve nada porque la lente está
cubierta de nieve. Día setenta y tres, un tiempo
espléndido. Cuando llega Sammann, la mayor parte de la
nieve se ha fundido. Limpia y almuerza. Lleva gafas
oscuras.
—¿Como gafas de sol?
—Más grandes y más gruesas.
—¿Como las que llevan los montañeros?
—Es lo que pensé al principio —dije—. En realidad, tuve
que repasar varias veces el día setenta y tres antes de
comprenderlo.
—¿Comprender qué? —preguntó Lio—. Había mucha
luz, había nieve, se puso gafas oscuras.
—Oscuras de verdad —dije—. No creo que fuesen
normales, como las que se pondría alguien en la montaña.
Yo ya las había visto. Cuando vi a Cord y a Sammann en
la sala de máquinas, durante Apert, las llevaban para
protegerse los ojos del arco. Y el arco era tan brillante como
el sol.
—Pero ¿por qué Sammann iba a ponerse de pronto
semejante cosa para limpiar las lentes?
—La verdad es que no las lleva mientras limpia. Le
cuelgan del cuello —dije—. Se las pone y se come el
almuerzo, como siempre. Pero mientras come no deja de
mirar directamente al sol. Sammann observa el sol.
437
—¿Y nunca lo hizo antes del día sesenta y nueve?
—No. Nunca.
—Por tanto, ¿crees que descubrió algo…?
—Quizás algo en la tablilla de fra Orolo —dije—. O algo
que Spelikon le contó. O quizá lo supo por otro Ati de otro
concento, hablando, o lo que sea que hagan, por el
Reticulum.
—¿Por qué observar el sol? Es algo completamente
diferente a lo que hemos estado haciendo, ¿no es así?
—Totalmente. Pero es algo. Es una pista colosal. Un
regalo de Sammann.
—Por tanto, ¿también te has puesto a observar el sol?
—No tengo gafas —le recordé—, pero tengo veintitantos
días soleados registrados en esa tablilla. Por lo que
mañana mismo puedo echar un vistazo a lo que el sol
hacía hace tres o cuatro meses.
Tres Grandes: Los concentos de Sante Muncoster,
Sante Tredegarh y Sante Baritoe, geográficamente
próximos y que poseen muchas características
comunes, a saber: fueron fundados en el 0 a.R., están
relativamente poblados, espléndidamente dotados y
disfrutan de una posición privilegiada debido a logros
pasados.
Diccionario, 4ª edición, 3000 a.R.
438
A la mañana siguiente, tras una clase de teorética, Jesry,
Tulia y yo fuimos a pasear por el prado. Era el primer día
realmente agradable de primavera y todo el mundo
paseaba, por lo que me pareció que podíamos hacerlo sin
llamar la atención.
—Creo haber encontrado al IFSA, sin hache —anunció
Tulia.
—¿Al IFSA sin hache? —preguntó Jesry.
—Si Tulia ha localizado a esa persona, ya no es
«hipotética» —dije.
—Acepto la corrección —dijo Jesry—. ¿Quién es el fille
importante?
—Ignetha Foral —respondió Tulia.
—El apellido me resulta vagamente familiar —dijo Jesry.
—Es el de una familia rica desde hace unos cientos de
años, lo que para estándares seculares equivale a antigua
y prestigiosa. Poseen muchos lazos con el mundo
cenobítico… sobre todo con Baritoe.
Sante Baritoe estaba situado en un terreno que constituía
una excelente bahía cuando el nivel del mar se portaba
bien, cuando no quedaba enterrado bajo el hielo y cuando
el río que desembocaba allí no se secaba o era desviado.
Como, durante un tercio del tiempo transcurrido desde la
Reconstitución, alrededor de los muros de Baritoe había
habido una gran ciudad —evidentemente, no siempre la
misma—, tenía reputación de ser un lugar cosmopolita,
439
con muchas relaciones con familias como, por lo visto, los
Foral. Allí los procianos eran muy poderosos, y en su
cenobio unario educaban a muchos jóvenes seculares que
más tarde se dedicaban a las leyes, la política y el
comercio.
—¿Qué se nos permite saber de ella? —preguntó Jesry.
La pregunta era pertinente. Una vez al año, durante el
Apert Anual, nuestros Unarios repasaban los resúmenes
de noticias del mundo secular del año recién terminado.
Luego, una vez cada diez años, justo antes del Apert
Decenario, repasaban los diez resúmenes anuales
anteriores y preparaban un resumen decenario. El único
criterio para que una noticia se incluyese en un sumario
era que todavía resultase interesante. Lo que constituía un
buen filtro de todas las noticias de periódicos y emisiones
diarias del mundo secular. Jesry le preguntaba a Tulia qué
había hecho Ignetha Foral que resultase tan interesante
como para ser incluido en el resumen decenario más
reciente.
—Ocupó un puesto importante en el Gobierno… era una
de las doce personas de más rango. Se opuso al Guardián
del Cielo y se deshicieron de ella.
—¿La mataron?
—No.
—¿La encerraron en un calabozo?
440
—No. Sólo la despidieron. Supongo que ahora tiene otro
trabajo con todavía el poder suficiente como para lograr
que Evoquen a alguien como Paphlagon.
—Bien, ¿era fille de sur Aculoä?
—Ignetha Foral pasó seis años en el cenobio unario de
Baritoe y escribió un tratado comparando el trabajo de
Paphlagon con el de algunos otros… eh…
—Pensadores como Paphlagon —dijo Jesry con
impaciencia.
—Sí, de siglos anteriores.
—¿Lo has leído?
—No hemos recibido ninguna copia. Quizá dentro de
diez años. Ya he ido al laberinto inferior y he pasado una
petición por la rejilla.
Alguien de Baritoe —presumiblemente un fille Unario—
tendría que copiar a mano el tratado de Foral y
enviárnoslo. Si un libro era muy popular, los filles lo
copiaban sin que nadie se lo pidiese, y las copias
circulaban por los otros cenobios.
—Uno diría que una familia rica hubiese hecho imprimir
copias mecánicas —dijo Jesry.
—Demasiado vulgar —dijo Tulia—. Pero sé el título:
Pluralidad de mundos: un estudio comparativo de las ideas
policósmicas de los halikaarnianos.
—Uf. Me siento como un bicho bajo la lupa de los
procianos —dije.
441
—Baritoe está dominado por los procianos —me recordó
Tulia—. No iba a conseguir nada titulándolo Por qué los
halikaarnianos son mucho más listos que nosotros. —
Demasiado tarde, recordé que Tulia pertenecía a una
orden prociana.
—Bien, así que le interesaba el policosmos —terció Jesry
antes de que nos peleásemos—. ¿Qué podría haber pasado
que fuese relevante para el policosmos y observable desde
el astrohenge? —Era el tipo de pregunta que Jesry jamás
habría planteado a menos que ya conociese la respuesta,
que nos ofreció de inmediato—: Apuesto a que algo anda
mal en el Sol.
Iba a burlarme, pero me contuve. Después de todo,
Sammann había estado observando el Sol.
—Algo visible a simple vista.
—Manchas solares. Erupciones. Afectan al clima y
demás. Y desde la Era Práxica la atmósfera no nos protege
de ciertas cosas.
—Bien, si se trataba de eso, ¿por qué Orolo observaba el
Polo Norte?
—La aurora —dijo Jesry, como si de verdad supiese de
qué hablaba—. Se ve afectada por las erupciones solares.
—Pero no hemos tenido ni una aurora decente en todo
este tiempo —señaló Tulia con una expresión gatuna de
satisfacción.
—Que hayamos podido ver a simple vista —respondió
Jesry—. Esa tablilla nuestra sería el instrumento perfecto,
442
no sólo para observar las auroras sino también el disco
solar.
—Me he dado cuenta de que es «nuestra» tablilla ahora
que contiene algo bueno —comenté.
—Si sur Trestanas da con ella, volverá a ser «tu» tablilla
—dijo Tulia.
Ella y yo nos reímos, pero Jesry estaba decidido a no
divertirse.
—En serio —añadió Tulia—. Esa hipótesis no explica por
qué Evocaron a Paphlagon. Cualquier cosmógrafo puede
observar las erupciones solares.
—¿Preguntas cuál es la relación con el policosmos? —dijo
Jesry.
—Exacto.
—Quizá no la haya —elucubré yo—, quizás Ignetha Foral
quería un cosmógrafo y recordó el nombre de Paphlagon.
—Quizá la juzgan por hereje y sacó a Paphlagon para que
le quemen también —propuso Jesry.
Y discutimos esa idea un minuto antes de descartarla a
favor de la hipótesis de que a Paphlagon lo habían
escogido por alguna buena razón.
—Bien —dijo Jesry—, los teores empezaron a hablar de
policosmos cuando se ocuparon de las estrellas: de su
formación y lo que pasa dentro.
—La formación de los núcleos atómicos y demás —dijo
Tulia.
443
—Y no sólo de eso sino de cómo, al morir la estrella, esos
núcleos se dispersan por el espacio para formar planetas
y…
—A nosotros —dije.
—Sí —convino Jesry—. Eso plantea la pregunta de cómo
es que todos esos procesos están tan perfectamente
ajustados para producir vida. Una pregunta peliaguda.
Los deólatras dirían: «Ah, sí, Dios creó el cosmos para
nosotros.» Pero la respuesta policósmica es: «No, debe de
haber muchos cosmos, algunos adecuados para la vida, la
mayoría no… Nosotros sólo vemos un cosmos en el que
podemos existir.» Y de ahí surge todo el material filosófico
que le gusta estudiar a sur Aculoä.
—Creo que ya comprendo por dónde vas cuando
supones que algo le pasa al Sol —dije—. Quizás alguna
nueva observación solar contradiga lo que creíamos saber
sobre la teorética de lo que sucede en el núcleo de las
estrellas. Y quizás eso tenga consecuencias que llegan
hasta las teorías policósmicas que interesan a Paphlagon.
—O lo que es más probable… Ignetha Foral
erróneamente lo cree, por lo que hizo salir a Paphlagon y
ahora lo envía a una misión de locos —dijo Jesry.
—Creo que es muy lista —objetó Tulia.
Jesry no la oyó porque estaba tomando una decisión. Se
volvió hacia mí.
—Quiero bajar y verla contigo —dijo—. O sin ti, si estás
ocupado.
444
Odié la idea por una docena diferente de razones, pero
no podía decirlo sin dar la impresión de que pretendía
monopolizar la tablilla.
—Bien —dije.
—¿Estáis seguros de que es buena idea? —dijo Tulia, de
un modo que daba a entender que no estaba segura de que
lo fuera.
Pero antes de que aquello se convirtiese en una pelea en
toda regla, nos dimos cuenta de que se nos acercaba sur
Ala, cruzando el prado directamente hacia nosotros.
—Problemas —dijo Jesry.
Había algo extraño en el aspecto de sur Ala que yo jamás
había logrado determinar; en ocasiones me descubría
mirándola durante las clases o Provenir, intentando dar
sentido a su cara. Tenía una cabeza redonda sobre un
cuello esbelto, acentuado por un corte de pelo que se había
hecho durante Apert; desde entonces, una de las otras
sures se lo había mantenido. Tenía unos ojos enormes, una
delicada nariz afilada y una boca ancha. Era pequeña y
huesuda donde Tulia era generosa. En cualquier caso, algo
en su aspecto físico reflejaba su alma.
Ni siquiera malgastó tiempo en saludarnos.
—Por octingentésima vez en los últimos tres meses, fra
Erasmas se encuentra en el centro de una conversación
agitada. Bien lejos, para que los otros no la oigan. Aliñada
con miradas expresivas al cielo y a la tación de Shuf —dijo
445
para empezar—. No os molestéis en intentar explicarlo, sé
que tramáis algo. Lo sé desde hace semanas.
Nos quedamos inmóviles un momento. El corazón se me
salía del pecho. Ala se había plantado frente a nosotros
tres, examinando nuestras caras con esos ojos que eran
como focos.
—Vale —dijo Jesry—, no nos molestaremos. —Pero no
añadió nada más.
Se produjo otro largo silencio. Esperaba que la cara de
Ala adoptase una expresión de furia, que nos amenazase
con la Inquisición. En lugar de eso, el rostro se le
descompuso lentamente. Momentáneamente pensé que
manifestaría alguna otra emoción… no sabía cuál. Pero
adoptó una expresión neutra de decisión, nos dio la
espalda y se alejó caminando. Había dado unos pasos
cuando Tulia fue tras ella, dejándonos a Jesry y a mí a
solas.
—Esto ha sido de lo más raro —comentó él.
Yo no sabía qué responder. Le espantosa sensación que
me había mantenido despierto en la celda la noche en que
Ala se había unido al Nuevo Círculo me invadió de nuevo.
—¿Crees que se chivará? —le pregunté. Intenté parecer
incrédulo, en plan «¿de verdad eres tan estúpido como
para creer que se chivaría de nosotros?», pero Jesry se lo
tomó al pie de la letra.
—Sería una forma fantástica de ganar puntos con la
Guardiana Regulante.
446
—Pero ha tenido el cuidado de acercársenos cuando no
había nadie más —dije.
—¿Quizás espera llegar a un acuerdo con nosotros?
—¿¡Qué podríamos ofrecerle!? —bufé.
Jesry lo pensó y se encogió de hombros.
—¿Nuestro cuerpo?
—Te estás poniendo odioso. ¿Por qué no dices «nuestro
afecto» si quieres hacer semejante chiste?
—Porque no creo sentir ningún afecto por Ala —dijo
Jesry—, y no creo que ella lo sienta por mí.
—Venga, no es tan mala.
—¿Cómo puedes decir algo así después del espectáculo
que nos ha ofrecido?
—Quizás intentaba advertirnos de que llamábamos
demasiado la atención.
—Bien, es posible que en eso tenga razón —admitió
Jesry—. Deberíamos dejar de hablar en espacios abiertos,
donde nos puede ver todo el cenobio.
—¿Tienes una idea mejor?
—Sí. El sótano de la tación de Shuf, la próxima vez que
Arsibalt nos envíe la señal.
Lo que sucedió cuatro horas más tarde. Todo salió bien…
en apariencia. Arsibalt envió la señal. Jesry y yo nos dimos
cuenta desde lugares diferentes y convergimos en la tación
de Shuf. Allí no había nadie más que Arsibalt. Jesry y yo
bajamos y nos pusimos a trabajar.
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Pero, por lo demás, todo fue mal desde el comienzo.
Cuando me dirigía a la tación de Shuf, tomaba una ruta
indirecta por detrás del bosque de árboles de páginas.
Nunca seguía dos veces el mismo camino. Jesry, por su
parte, se limitó a cruzar el puente directamente. Pero no
podía afirmar que su camino fuese peor que el mío,
porque ese día me encontré con no menos de cuatro
personas, o grupos de personas, que paseaban
aprovechando el buen tiempo. A un tiro de piedra de la
tación casi tropiezo con sur Tary y fra Branch, que
disfrutaban de un momento íntimo envueltos en los paños
de ambos.
Cuando al fin llegué al edificio, fue con la intención de
anular la cita. Pero Jesry no estaba dispuesto a irse. Me
convenció para bajar mientras Arsibalt vigilaba, cada vez
más horrorizado, con los ojos saltando de la puerta a la
ventana, de la ventana a la puerta. Así que bajamos y nos
encajamos en el diminuto espacio donde había pasado
tantas horas solo. Pero no era lo mismo estando con él. Yo
me había acostumbrado a la distorsión geométrica de las
lentes; él no, y pasó mucho tiempo ampliando cosas
simplemente para ver qué eran. No era muy diferente a lo
que yo había hecho en mis primeras sesiones, pero me
daban ganas de gritar. No parecía comprender que no
teníamos tiempo para eso. Cuando algo le interesaba de
veras, hablaba demasiado alto. Los dos tuvimos que salir
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a orinar; tuve que enseñarle la señal de «despejado» con
respecto a la puerta.
Me dio la impresión de que habían pasado dos o tres
horas cuando nos pusimos a observar el Sol. Para ese uso
la tablilla era tan efectiva como para mirar las estrellas
distantes. Había un límite a la luz que podía generar, y por
tanto el Sol aparecía no como una bola de fuego
termonuclear, sino como un disco claramente recortado…
el objeto más brillante de la tablilla, efectivamente, pero no
tanto que no pudieses mirarlo. Si lo ampliabas y reducías
el brillo, distinguías las manchas solares. La verdad es que
no sabía si su número era excepcional. Tampoco Jesry.
Bloqueando el disco solar y observando el espacio que lo
rodeaba, podíamos buscar erupciones solares, pero no
veíamos nada raro. No es que fuésemos expertos en esas
cosas. Nunca antes habíamos prestado demasiada
atención al Sol, que considerábamos una odiosa estrella
caprichosa que interfería con nuestras observaciones de
otras estrellas.
Después de desilusionarnos y convencernos de que la
hipótesis sobre Sammann y las gafas era errónea, y de que
habíamos malgastado toda la tarde, intentamos irnos y
descubrimos que la puerta de las escaleras estaba cerrada.
Había alguien más en el edificio; no era seguro salir.
Esperamos media hora. Quizás Arsibalt hubiese cerrado
la puerta por error. Me acerqué y pegué la oreja. Allá
arriba mantenía una conversación con alguien, y cuanto
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más escuchaba las voces apagadas más seguro estaba de
que la otra persona era sur Ala. ¡Nos había seguido hasta
allí!
Jesry hizo comentarios no muy amables sobre ella
cuando bajé a comunicarle la noticia. Media hora más
tarde todavía no se había marchado. Nos moríamos de
hambre. Arsibalt debía de estar sufriendo un ataque de
terror animal.
Estaba claro que nuestro secreto ya no era tal, o que
pronto dejaría de serlo, al menos para una persona.
Agachados en la oscuridad, atrapados como ratas,
tuvimos tiempo de sobra para considerar lo que
implicaba. Salir como si nada hubiese pasado habría sido
una estupidez. Por tanto, sin nada que hacer, recogimos la
polilona del suelo y la usamos para envolver la tablilla.
Luego maniobramos, nos adentramos en el lugar más
remoto que pudimos encontrar —la frontera más lejana de
las exploraciones de Arsibalt —y usamos su pala para
enterrar la tablilla a cuatro pies de profundidad. Hecho
esto, y con tierra de los pies a la cabeza, regresé a la puerta
a escuchar. No oí ninguna conversación. Pero la puerta
seguía cerrada.
—Creo que Arsibalt nos ha abandonado para ir a cenar
—le dije a Jesry—. Pero apuesto a que Ala sigue ahí arriba.
—No sería propio de ella irse ahora —dijo Jesry.
—Vaya, es lo más bonito que has dicho jamás sobre ella.
—¿Qué crees que deberíamos hacer, Raz?
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