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Published by snullbug20, 2019-05-30 18:10:59

La Era Del Diamante - Neal Stephenson

Durante el día vagaba por los prados, hundía los


pies en el río o exploraba los bosques, en


ocasiones llegando hasta la red de seguridad.


Siempre se llevaba el Manual consigo


Últimamente, se había llenado con las aventuras


de la Princesa Nell y sus amigos en la ciudad del


Rey Urraca. Se iba haciendo cada vez más y más


ractivo y menos como una historia, y al final de

cada capítulo estaba agotada por el ingenio que


había empleado en hacer que ella y sus amigos


superasen otro día sin caer en las garras de los


piratas o del mismo Rey Urraca.








Con el tiempo, ella y Pedro inventaron un


plan muy ingenioso para entrar en el castillo,


crear confusión, y coger los libros mágicos que


eran la fuente de poder del Rey Urraca. El plan

falló la primera vez, pero al día siguiente, Nell


volvió atrás y lo intentó de nuevo, en esta



701

ocasión con algunos cambios. Volvió a fallar,


pero no antes de que la Princesa Nell y sus


amigos hubiesen penetrado un poco más en el


castillo. La sexta o séptima vez, el plan funcionó


perfectamente: mientras el Rey Urraca estaba


atrapado en una batalla de acertijos con Pedro el


Conejo (que Pedro ganó), Púrpura usó un


hechizo mágico para derribar la puerta de la

biblioteca secreta, que estaba repleta de libros


aún más mágicos que el Manual ilustrado para


jovencitas. Escondida dentro de uno de esos


libros había una llave enjoyada. La Princesa


Nell cogió la llave, y Púrpura se llevó varios


libros mágicos del Rey Urraca ya que estaba allí.





Realizaron una peligrosa huida a través del río

al siguiente país, donde no podía seguirles el


Rey Urraca, y acamparon en un hermoso prado


durante varios días, descansando. Durante el


día, cuando los otros sólo eran animales de


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peluche, la Princesa Nell miraba algunos de los


libros mágicos que Púrpura había robado.


Cuando lo hacía, las imágenes y las ilustraciones


se acercaban a ella hasta que llenaban la página,


y entonces el Manual se convertía en el libro


mágico hasta que ella decidía dejarlo.





El libro favorito de Nell era un Atlas mágico,

que podía emplear para explorar cualquier país,


real o imaginario. Durante la noche, Púrpura


pasaba casi todo su tiempo leyendo un tomo


enorme, gastado, manchado, quemado y


crujiente titulado Pantechnicon. El libro tenía un


pestillo con candado. Cuando Púrpura no lo


usaba lo bloqueaba. Nell le pidió verlo un par de


veces, pero Púrpura le dijo que era demasiado

joven para saber algunas de las cosas escritas en


el libro.









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Durante ese tiempo, Oca, como siempre, se


ocupó del campamento, recogiendo y


preparando las comidas, lavando la ropa en las


rocas del río, y remendando las ropas que se


rompían durante las aventuras. Pedro se puso


inquieto. Era rápido con las palabras, pero no


había aprendido el truco de leer, por lo que los


libros de la biblioteca del Rey Urraca sólo le

servían para recubrir la madriguera. Adoptó el


hábito de explorar los bosques circundantes, en


especial el que se encontraba al norte. Al


principio se iba unas pocas horas, pero en una


ocasión estuvo fuera toda la noche y no volvió


hasta la tarde siguiente. Luego empezó a hacer


viajes durante varios días.




Pedro desapareció un día en los bosques del


norte, tambaleándose bajo una pesada mochila,


y no volvió.






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Nell estaba un día en el prado, recogiendo


flores, cuando una mujer elegante —una vicky—


vino cabalgando hasta ella a caballo. Cuando se


acercó, Nell se sorprendió al ver que el caballo


era Eggshell y la dama Rita, llevando un traje


largo como las damas vickys, con un sombrero


de montar en la cabeza y con la silla puesta.




—Estás bonita —dijo Nell.





—Gracias, Nell —dijo Rita—. ¿Te gustaría


tener también este aspecto durante un rato?


Tengo una sorpresa para ti.





Una de las damas que vivía en el Molino era


una sombrerera y le había hecho un vestido a

Nell, cosiéndolo todo a mano. Rita había traído


el vestido con ella, y ayudó a Nell a cambiarse,


allí mismo en medio del prado. Luego arregló el


pelo de Nell e incluso le puso una flor silvestre.


705

Finalmente ayudó a Nell a subirse a Eggshell con


ella y comenzó a ir en dirección al Molino.





—Hoy tendrás que dejar el libro —le dijo Rita.





—¿Porqué?





—Vamos a atravesar la red al Enclave de

Nueva Atlantis —dijo Rita—. El condestable


Moore me dijo que bajo ningún concepto debía


permitirte llevar el libro por la red. Dijo que sólo


complicaría las cosas. Sé que estás a punto de


preguntarme por qué, Nell, pero no tengo la


respuesta.





Nell corrió arriba, tropezando con la larga

falda un par de veces, y dejó el Manual en su


pequeño rincón. Luego volvió a subirse en Egg‐


shell con Rita. Cabalgaron sobre un pequeño


puente de piedra sobre la rueda hacia el bosque,


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hasta que Nell pudo oír el ligero zumbido de los


aeróstatos de seguridad. Eggshell redujo la


marcha y atravesó suavemente el campo de


brillantes gotas flotantes. Nell incluso tocó uno,


luego retiró rápidamente la mano, aunque no le


había hecho nada más que empujar. El reflejo de


su cara resbaló hacia atrás sobre aquella vaina al


alejarse.




Cabalgaron durante un tiempo por el


territorio de Nueva Atlantis sin ver nada más


que árboles, flores silvestres, arroyos y una


ardilla o un ciervo ocasional.





—¿Por qué los vickys tienen un enclave tan


grande? —preguntó Nell.




—Nunca los llames vickys —dijo Rita.





—¿Porqué?


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—Es una palabra que la gente a la que no le


gustan los Victorianos emplea de forma ruda y


poco amistosa —dijo Rita.





—¿Como un término peyorativo? —dijo Nell.





Rita rió, más nerviosa que divertida.




—Exactamente.





—¿Por qué los atlantes tienen un enclave tan


grande?





—Bien, cada phyle tiene modos diferentes, y


algunos modos son más adecuados para hacer

dinero que otros, por lo que algunas tienen


muchos territorios y otras no.









708

—¿Qué quieres decir con una forma


diferente?





—Para ganar dinero debes trabajar duro; vivir


tu vida de cierta forma. Los atlantes viven todos


de esa forma, es parte de su cultura. Los nipones


también. Así que los nipones y los atlantes tienen


más dinero que todas las demás phyles juntas.




—¿Por qué no eres una atlante?





—Porque no quiero vivir de esa forma. A


todas las personas en Dovetail les encanta hacer


cosas bonitas. Para nosotros, las cosas que hacen


los atlantes, vestirse con estas ropas, pasar años


y años en la escuela, son irrelevantes. Esos

intereses no nos ayudarían a hacer cosas bonitas,


¿entiendes? Prefiero vestir vaqueros azules y


fabricar papel.





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—Pero el C.M. puede fabricar papel —dijo


Nell.





—No el tipo de papel que prefieren los


atlantes.





—Pero tú ganas dinero por tu papel sólo


porque los atlantes ganan dinero trabajando

mucho —dijo Nell.





La cara de Rita se puso roja y no dijo nada


durante un rato. Luego, con voz controlada,


dijo:


—Nell, deberías preguntarle a tu libro el


significado de la palabra «discreción».




Llegaron a un sendero moteado por grandes


montones de desechos de caballo, y comenzaron


a seguirlo colina arriba. Pronto el camino quedó


bordeado por paredes de piedra, que Rita dijo


710

habían sido fabricadas por uno de sus amigos de


Dovetail. El bosque dio paso al pasto, luego a


césped como un glaciar de jade con una casa en


lo más alto rodeada de setos geométricos y


murallas de flores. El sendero se transformó en


una carretera de piedra que tenía más carriles


cuanto más se adentraban en la ciudad. La


montaña seguía elevándose sobre ellas durante

cierta distancia y, en la cima verde, medio


escondida por la capa de nubes, Nell pudo ver


Fuente Victoria.





Desde los Territorios Cedidos, el Enclave de


Nueva Atlantis había tenido un aspecto limpio


y hermoso, y ciertamente lo era. Pero Nell se


sorprendió al comprobar lo frío que era el

tiempo comparado con los T.C. Rita le había


explicado que los atlantes venían de países del


norte y querían un clima frío, así que pusieron su






711

ciudad lo más alto posible para que fuese más


fría.





Rita giró en un bulevar por el que discurría


un enorme parque con flores. Estaba bordeado


con casas de piedra roja con torreones y gárgolas


y vidrio biselado por todas partes. Hombres con


chisteras y mujeres con largos vestidos

paseaban, empujaban cochecitos de niños,


cabalgaban en caballos o cabalinas. Brillantes


robots verde oscuro, como refrigeradores


colocados de lado, caminaban por las calles a


paso de bebé, poniéndose sobre las pilas de


excrementos y chupándolos. De vez en cuando


se veía un mensajero en bicicleta o unas


personas importantes en un enorme coche

negro.





Rita detuvo a Eggshell frente a una casa y


pagó a un chico para que sostuviese las riendas.


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De la alforja sacó un fajo de papel nuevo, todo


envuelto en un papel especial que también había


fabricado ella misma. Subió los escalones y


llamó a la puerta. La casa tenía una torre


redonda al frente, con una serie de ventanas


dobladas con fragmentos de vidrio coloreado


por encima, y a través de las ventanas y las corti‐


nas Nell podía ver, en los distintos pisos,

candelabros de cristal y platos bonitos y


estanterías de madera marrón oscura con miles


y miles de libros.





Una asistenta dejó pasar a Rita. Por la ventana,


Nell podía ver a Rita poner su tarjeta de visita en


una bandeja de plata sostenida por la sirvienta;


una salvilla la llamaban. La sirvienta se la llevó,

luego volvió a salir unos minutos más tarde y


dirigió a Rita hacia la parte interior de la casa.









713

Rita tardó media hora en salir. Nell deseó tener


el Manual para entretenerse. Habló con el chico


durante un rato; su nombre era Sam, vivía en los


Territorios Cedidos, y se ponía un traje y cogía el


autobús todas las mañanas para estar en la calle


y aguantar los caballos de la gente y realizar


otros pequeños encargos.




Nell se preguntó si Tequila trabajaba en


alguna de aquellas casas, y si se encontrarían por


accidente. Siempre se le encogía el pecho cuando


pensaba en su madre.





Rita salió de la casa.





—Lo siento —dijo—. Salí todo lo rápido que

pude, pero tuve que quedarme y ser sociable. Ya


sabes, el protocolo.





—Explica protocolo —dijo Nell.


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Así le hablaba siempre al Manual.





—Al lugar al que vamos tendrás que vigilar tus


formas. No digas «explica esto» o «explica


aquello».





—¿Sería una imposición excesiva en su

tiempo proveerme con una explicación concisa


del término «protocolo»? —dijo Nell.





Rita volvió a soltar aquella risa nerviosa y miró


a Nell con una expresión que parecía de alarma


mal disimulada. Al bajar por la calle Rita habló


un poco sobre protocolo, pero Nell realmente no


escuchaba, intentaba entender el por qué, de

pronto, era capaz de asustar a adultos como Rita.





Recorrieron la parte más urbanizada de la


ciudad, donde los edificios, jardines y estatuas


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eran todos magníficos, y ninguna calle era igual:


algunas eran en forma de arco, otras eran patios,


circulares u ovales, o plazas rodeadas de césped,


e incluso las calles largas serpenteaban de ese


modo, y cosas así. De ahí pasaron a un área


menos urbanizada con muchos parques y


campos de juego y finalmente se detuvieron


delante de un edificio elegante con torres

adornadas rodeado por una verja de hierro y un


seto. Sobre la puerta decía ACADEMIA DE LAS


TRES GRACIAS DE LA SEÑORITA


MATHESON.





La señorita Matheson las recibió en una


pequeña habitación cómoda. Tenía entre


ochocientos o novecientos años, estimó Nell, y

bebía té en elegantes tazas del tamaño de dedales


con imágenes. Nell intentó sentarse recta y


prestar atención, emulando a ciertas chicas bien


educadas sobre las que había leído en el Manual,


716

pero sus ojos vagaban continuamente al


contenido de los estantes, a las imágenes pinta‐


das en el servicio de té y a la pintura sobre la


pared por encima de la cabeza de la señorita


Matheson, que representaba a tres damas saltan‐


do de alegría por un bosquecillo con una


vestimenta muy diáfana.




—Nuestro cupo está lleno, las clases ya han


empezado, y no cumples ninguno de los


requisitos. Pero tienes recomendaciones muy


poderosas —dijo la señorita Matheson después


de examinar largamente a su pequeña visitante.





—Perdóneme, señora, pero no entiendo —dijo


Nell.




La señorita sonrió, llenando de arrugas su


cara.





717

—No es importante. Baste decir que te hemos


hecho sitio. Nuestra institución tiene la


costumbre de aceptar un pequeño número de


estudiantes que no son ciudadanas de Nueva


Atlantis. La propagación de los memes atlantes


es parte central de nuestra misión, como escuela


y como sociedad. Al contrario que otras phyles,


que se propagan por conversión o a través de

explotación indiscriminada de capacidades


biológicas naturales compartidas, para bien o


para mal, por todas las personas, nosotros nos


dirigimos a las facultades racionales. Todos los


niños nacen con facultades racionales, que sólo


requieren, desarrollo. Nuestra academia ha


recibido recientemente varias señoritas de origen


no atlante, y esperamos que en su momento

presten el juramento.













718

—Perdóneme, señora, pero ¿cuál de ellas es


Aglaya? —dijo Nell, mirando la pintura por


encima del hombro de la señorita Matheson.





—¿Disculpa? —dijo la señorita Matheson, e


inició el proceso de girar la cabeza para mirar,


lo que a su edad era un desafío de ingeniería


civil de increíble complejidad y duración.




—Como el nombre de la escuela es Las Tres


Gracias, he aventurado la suposición de que la


pintura a su espalda representa el mismo te‐


ma—dijo Nell—, ya que tienen más aspecto de


Gracias que de Furias o Parcas. Me preguntaba


si tendría la amabilidad de informarme cuál de


las damas representa a Aglaya, o la luz.




—¿Y las otras dos son...? —dijo la señorita


Matheson, hablando por un lado de la boca ya






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que para entonces casi se había vuelto por


completo.





—Eufrosine, o la alegría, y Talía, o la


fertilidad —dijo Nell.





—¿Aventuraría una opinión? —dijo la


señorita Matheson.




—La de la derecha lleva flores, por lo que


quizá sea Talía.





—Diría que es una suposición razonable.





—La de en medio parece tan feliz que debe de


ser Eufrosine, y la de la izquierda está iluminada

por rayos de sol, por lo que quizá sea Aglaya.





—Bien, como puedes ver, ninguna de ellas


lleva el nombre, así que debemos conformarnos


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con conjeturas —dijo la señorita Matheson—.


Pero no veo ningún fallo en tu razonamiento. Y


no, no creo que sean las Parcas o las Furias.





—Es un internado, lo que significa que las


alumnas viven allí. Pero tú no vivirás allí porque


no es apropiado —dijo Rita mientras volvía a


casa cabalgando a Eggshell a través del bosque.




—¿Por qué no sería apropiado?





—Porque huiste de casa, lo que plantea


problemas legales.





—¿Fue ilegal que escapase de casa?




—En algunas tribus, los niños se consideran


como bienes económicos de los padres. Así que


si una phyle da cobijo a un refugiado de otra






721

phyle, eso tiene un posible impacto económico


cubierto bajo el P.E.C.





Rita miró a Nell, observándola con frialdad.





—Tienes el apoyo de algún tipo de Nueva


Atlantis. No sé quién. No sé por qué. Pero


parece que esa persona no puede arriesgarse a

ser blanco de una acción legal de P.E.C. Por


tanto, se han tomado decisiones para que


permanezcas en Dovetail por ahora.





»Ahora bien, sabemos que algunos de los


novios de tu madre te maltrataron, por lo que


en Dovetail el sentimiento es adoptarte. Pero o
n

podemos mantenerte en la comunidad del

Molino, porque si tenemos una reyerta con el


Protocolo, eso podría afectar a la relación con


los clientes de Nueva Atlantis. Así que hemos






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decidido que te quedes con la única persona en


Dovetail que no tiene clientes aquí.





—¿Quién es ése?





—Ya le conoces —dijo Rita.





La casa del condestable Moore estaba

pobremente iluminada y tan llena de cosas


viejas que incluso Nell tenía que andar de lado


en algunos sitios. Largas tiras de papel de arroz


amarillento, salpicadas de grandes caracteres


chinos y firmadas con marcas rojas, colgaban de


las molduras que recorrían el salón casi medio


metro por debajo del techo. Nell siguió a Rita


por una esquina a una habitación incluso más

pequeña, oscura y abarrotada, cuyo adorno


principal era una gran pintura de un tipo furioso


con bigotes de Fu Manchú, perilla y patillas que


salían de sus oídos y le caían por debajo de las


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axilas, vistiendo una elaborada armadura y una


cota de malla decoradas con rostros de león.


Nell se alejó de aquella feroz pintura sin poder


evitarlo, tropezó con una gaita tirada en el suelo,


y aterrizó en un enorme cubo de cobre de algún


tipo, que hizo un ruido tremendo. La sangre


fluyó tranquila de un corte limpio en su pulgar,


y vio que el cubo se empleaba como depósito

para una colección de viejas espadas de distinto


tipo.





—¿Estás bien? —dijo Rita. Estaba iluminada


de espaldas por la luz azul que venía de un par


de puertas de cristal. Nell se metió el pulgar en


la boca y se levantó.




Las puertas de vidrio daban al jardín del


condestable Moore, una confusión de geranios,


cola de zorra, glicina y cagadas de perro. Al otro


lado del pequeño estanque de color caqui había


724

una pequeña casa de jardín. Como aquélla,


estaba construida con bloques de piedra marrón


rojizo y el techo eran planchas irregulares de


pizarra gris. El propio condestable Moore podía


apreciarse tras una pantalla de rododendros


algo grandes, concentrado en su labor con una


pala, acosado continuamente por los corgis


mordedores de tobillos.




No llevaba camisa, pero sí vestía una falda: a


cuadros rojos. Nell apenas notó esa


incongruencia porque los corgis oyeron que Rita


giraba el pomo de las puertas de cristal y se


dirigieron hacia ella ladrando, y eso llamó la


atención del condestable, quien se les acercó


mirando a través del cristal oscuro, y una vez

que salió de detrás de los rododendros, Nell


pudo ver que había algo raro en la piel de su


cuerpo. En general estaba bien proporcionado,


musculoso y algo redondo en el medio, y


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evidentemente tenía buena salud. Pero su piel


era de dos colores, lo que le daba cierto aspecto


marmóreo. Era como si los gusanos hubiesen


devorado su torso, abriendo una red de pasillos


internos que luego se habían llenado con algo


que no encajaba.





Antes de poder ver mejor, él cogió una camisa

del respaldo de una silla y se la puso. Luego


sometió a los corgis a unos minutos o dos de


órdenes, empleando una zona de baldosas como


lugar para la parada, y criticó duramente su


comportamiento en un tono lo suficientemente


alto como para penetrar las puertas de vidrio.


Los corgis fingieron escuchar atentamente. Al


final de la representación, el condestable Moore

atravesó las puertas de vidrio.













726

—Estaré con vosotras dentro de un momento


—dijo, y desapareció en una habitación durante


un cuarto de hora.





Cuando regresó vestía un traje de franela y un


jersey de tosco tejido sobre una elegante camisa


blanca. Ese último artículo parecía demasiado


fino para impedir que los otros dos fuesen

intolerablemente picantes, pero el condestable


Moore había alcanzado la edad en que los


hombres pueden someter sus cuerpos a las


peores irritaciones —whisky, cigarrillos, ropas


de lana, gaitas— sin sentir nada, o, al menos, sin


demostrarlo.





—Sentimos haber entrado —dijo Rita—, pero

nadie contestó al timbre.





—No importa —dijo el condestable Moore de


forma no enteramente convincente—. Hay una


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razón por la que no vivo allá —señaló hacia


arriba en la dirección vaga del Enclave de Nueva


Atlantis—. Sólo intento encontrar el origen de


las raíces. Me temo que podría ser kudzú. —El


condestable cerró los ojos al decir estas palabras,


y Nell, no sabiendo qué era kudzú, supuso que


si kudzú era algo que podía atacarse con una


espada, quemarse, ahogarse, aplastarse o

volarse no tenía ni una oportunidad en el jardín


del condestable Moore; una vez, eso sí, que él se


pusiese a ello.





—¿Puedo ofreceros un té? ¿O —eso en


dirección a Nell— algo de chocolate caliente?





—Suena muy bien, pero no puedo quedarme —

dijo Rita.





—Entonces deje que la acompañe a la puerta —


dijo el condestable Moore, poniéndose de pie.


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Rita pareció sorprendida por esa brusquedad,


pero en un momento se había ido, cabalgando a


Eggshell de vuelta al Molino.





»Una dama agradable —murmuró el


condestable Moore desde la cocina—. Fue muy


amable por su parte hacer lo que ha hecho por


ti. Una dama realmente decente. Quizá no del

tipo que se relaciona bien con los niños.


Especialmente con niños peculiares.





—¿Voy a vivir ahora aquí? —dijo Nell.





—En la casa del jardín —dijo él, entrando en


la habitación con una bandeja humeante y


señalando con la cabeza fuera de la ventana

hacia el jardín—. Ha estado libre durante un


tiempo. Poco espacio para un adulto, perfecta


para una niña. La decoración de esta casa —dijo






729

mirando a su alrededor—, no es realmente


adecuada para una jovencita.





—¿Quién es ese hombre terrible? —dijo Nell


señalando a la gran Pintura.





—Guan Di. Emperador Guan. Antes un


soldado llamado GuanYu. Nunca fue realmente

emperador, pero luego se convirtió en el dios de


la guerra chino, y le dieron el título para ser


respetuosos. Muy respetuosos los chinos; ésa es


su mejor y peor cualidad.





—¿Cómo puede un hombre convertirse en


dios? —preguntó Nell




—Viviendo en una sociedad extremadamente


pragmática —dijo el condestable Moore


después de pensarlo un poco, y no dio más


explicaciones—. Por cierto, ¿tienes el libro?


730

—Sí, señor.





—¿No lo llevaste a Atlantis?





—No, señor, según sus instrucciones.





—Eso está bien. La habilidad de seguir

ordenes es útil, especialmente si vives con un


tipo acostumbrado a darlas. —Viendo que Nell


tenía una expresión terriblemente seria en la


cara, el condestable resopló y pareció


exasperado—. ¡No te preocupes! No importa


realmente. Tienes amigos en sitios altos. Es sólo


que intentamos ser discretos. —El condestable


Moore le dio a Nell una taza de cacao. Ella

necesitaba una mano para el plato y otra para la


taza, así que se sacó la mano de la boca.





—¿Qué te has hecho en la mano?


731

—Me he cortado, señor.





—Déjame verla. —El condestable cogió la


mano y apartó el pulgar de la palma—. Un buen


cortecito. Parece reciente.





—Me lo hice con sus espadas.




—Ah, sí. Las espadas son así —dijo ausente el


condestable, luego inclinó las cejas y se volvió


hacia Nell—. No lloraste —dijo—, ni tampoco te


quejaste.





—¿Les quitó todas esas espadas a los


ladrones? —dijo Nell.




—No... eso hubiese sido relativamente fácil —


dijo el condestable Moore. La miró durante un


rato, meditando—. Nell, tú y yo nos llevaremos


732

bien —dijo—. Déjame traer el botiquín de


primeros auxilios.








Las actividades de Cari Hollywood en


elParnasse;


conversación con un batido; explicación del


sistema de


comunicación; Miranda percibe la futilidad de


su búsqueda




Miranda encontró a Cari Hollywood sentado


en la quinta fila del centro del Parnasse,


sosteniendo una hoja de pliego inteligente en el


que había dibujado el diagrama de bloques de


su próxima producción en vivo. Aparentemente


lo tenía con referencias cruzadas a una copia del


guión, porque al acercase por el pasillo, Miranda


pudo oír una voz que leía mecánicamente las


líneas, y al aproximarse pudo ver las pequeñas

equis y oes que representaban a los actores

733

moviéndose sobre el diagrama del escenario que


Cari había dibujado.








El diagrama también incluía algunas flechas


alrededor de la periferia, todas dirigidas hacia


dentro. Miranda supuso que las flechas debían

de ser pequeñas luces montadas en la pane


delantera de los balcones, y que Cari


Hollywood estaba programando.





Miranda movió el cuello de un lado a otro


tratando de desentumecerlo, y miró al techo.


Los ángeles, musas o lo que fuesen, formaban


allá arriba acompañados de algunos


querubines. Miranda pensó en Nell. Siempre


pensaba en Nell.




El guión llegó al final de una escena, y Cari


hizo una pausa.



734

—¿Tienes alguna pregunta? —preguntó él un


poco ausente.





—Te he visto trabajar desde mi caja.





—Chica mala. Deberías estar ganando dinero


para nosotros.




—¿Dónde has aprendido a hacer eso?





—¿Qué..., dirigir obras?





—No. Los detalles técnicos: programar las


luces y demás.




Cari se volvió para mirarla.





—Puede que esto choque con tus nociones


sobre cómo aprende la gente —dijo—, pero tuve


735

que aprenderlo todo por mí mismo. Casi nadie


hace ya teatro en vivo, así que tuvimos que


desarrollar nuestra propia tecnología. He


inventado todo el software que estaba usando.





—¿Inventaste las pequeñas luces?





—No, no soy tan bueno con el nanomaterial.

Un amigo mío en Londres las inventó.


Intercambiamos material todo el tiempo... mi


mediaware por su matterware.





—Bien, quiero invitarte a cenar —dijo


Miranda—, y quiero que me expliques cómo


funciona todo esto.




—Ésa es mucha responsabilidad —dijo Cari


con calma—, pero acepto la invitación.










736

—Bien, ¿quieres la base completa de todo el


asunto, empezando con la máquina de Turing, o


qué? —dijo Cari amablemente siguiéndole el


juego. Miranda decidió no indignarse. Se


encontraban en un apartado de vinilo rojo en un


restaurante cerca del Bund que presuntamente


simulaba un restaurante americano la víspera


del asesinato de Kennedy. Chinos bien, tipos

clásicos de la República Costera con sus cortes


de pelo caros y trajes elegantes, se alineaban en


las banquetas rotatorias a lo largo del


mostrador, sorbiendo refrescos y lanzando


sonrisas a las mujeres que entraban.





—Supongo que sí—dijo Miranda.




Cari Hollywood se echó a reír y agitó la


cabeza.









737

—Estaba siendo gracioso. Tienes que decirme


qué quieres saber exactamente. ¿Por qué te


interesas de pronto por estas cosas? ¿No eres


feliz simplemente ganándote la vida con ello?





Miranda se quedó muy quieta durante un


momento, hipnotizada por los colores de la vieja


máquina de discos.




—Tiene relación con la Princesa Nell, ¿no? —


dijo Cari.





—¿Es tan evidente?





—Sí. Ahora ¿qué quieres saber?




—Quiero saber quién es —dijo Miranda.


Aquélla era la forma más suave en que podía


expresarlo. No suponía que ayudase el llevar a


Cari hasta lo más profundo de sus emociones.


738

—Quieres rastrear a un cliente —dijo Cari.





Sonaba terrible cuando se traducía a ese tipo


de lenguaje.





Cari sorbió con fuerza su batido durante un


rato, mirando sobre los hombros de Miranda al

tráfico del Bund.





—La Princesa Nell es una niña pequeña, ¿no?





—Sí. Estimo que tiene entre anco y siete años.





Cari giró los ojos para fijarlos en ella.




—¿Puedes ser tan precisa?





—Sí —dijo, en un tono que le indicaba que no


tenía que hacer más preguntas.


739

—Así que probablemente no es ella quien paga


las facturas. Tienes que rastrear a quien paga y


desde ahí, de alguna forma, buscar a Nell. —


Cari rompió el contacto visual de nuevo, agitó la


cabeza, e intentó sin éxito silbar con los labios


congelados—. Incluso el primer paso es


imposible.




Miranda estaba sorprendida.





—Eso es muy definitivo. Esperaba oír


«difícil» o «caro». Pero...





—No. Es imposible. O quizá —Cari lo pensó


un momento— quizás «astronómicamente

improbable» sería una forma mejor de decirlo —


luego su expresión pareció ligeramente


alarmada al ver el cambio en la cara de






740

Miranda—. No puedes seguir una conexión


hacia atrás. No funciona así.





—¿Cómo funciona entonces?





—Mira por la ventana. No hacia el Bund...


mira hacia Yanʹan Road.




Miranda giró la cabeza para mirar por la gran


ventana, que estaba parcialmente pintada con


un colorido anuncio de Coca‐Cola y des‐


cripciones de los platos especiales. Yanʹan Road,


como todas las avenidas importantes de


Shanghai, estaba llena, desde los escaparates de


un lado hasta los escaparates del otro, de gente


en bicicleta y autopatines. En muchos lugares, el

tráfico era tan denso que podía irse más rápido


caminando. Algunos vehículos estaban


inmóviles, promontorios pulidos en medio de


una corriente marrón.


741

Era tan normal que Miranda realmente no vio


nada.





—¿Qué debo buscar?





—¿Ves como nadie tiene las manos vacías?


Todos llevan algo.




Cari tenía razón. Como mínimo, todos tenían


una pequeña bolsa de plástico con algo en ella.


Mucha gente, como los ciclistas, llevaba cargas


mayores.





—Ahora mantén esa imagen en la cabeza


durante un momento, y piensa en cómo

establecer una red de telecomunicaciones


global.





Miranda rió.


742

—No tengo la base para pensar en algo así.





—Sí que la tienes. Hasta ahora, has estado


pensando desde el punto de vista del sistema


telefónico como en los viejos pasivos. En ese


sistema, cada transacción tiene dos


participantes; dos personas que mantienen una

conversación. Y están conectados por un cable


que pasa a través de una centralita. Así que,


¿cuáles son las características más importantes


de ese sistema?





—No lo sé... te lo pregunto —dijo Miranda.





—Número uno, sólo dos personas, o

entidades, pueden interactuar. Número dos,


utiliza una conexión especializada, que se


establece y luego se rompe, expresamente para


esa conversación. Número tres, es


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inherentemente centralizada: no puede


funcionar a menos que tengas una centralita.





—Vale, creo que te sigo hasta ahora.





—Nuestro sistema actual, del que tú y yo


vivimos, desciende del sistema telefónico sólo


en que esencialmente lo usamos para los mis‐

mos propósitos, y otros muchos más. Pero el


punto clave a recordar es que es totalmente


diferente al viejo sistema telefónico. El viejo sis‐


tema telefónico, y sus primos tecnológicos,


como la televisión por cable, falló. Se hundió y


quemó hace mucho tiempo, y tuvimos que em‐


pezar virtualmente de la nada.




—¿Por qué? Funcionaba, ¿no?





—En primer lugar, teníamos que permitir las


interacciones entre más de una entidad. ¿Qué


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quiero decir con entidad? Bien, piensa en los


ractivos. Piensa en Primera, dase a Ginebra.


Estás en un tren; y también otro par de docenas


de personas. Algunas de esas personas están


siendo ractuadas, por lo que en ese caso las


entidades resultan ser seres humanos. Pero


otras, como el camarero y los porteadores, son


simples robots de software. Más aún, el tren está

lleno de elementos: joyas, dinero, pistolas,


botellas de vino. Cada uno de ellos es un


programa apañe... una entidad separada. En la


jerga los llamamos objetos. El tren mismo es un


objeto, y también lo es el paisaje por el que viaja.








»El paisaje es un buen ejemplo. Resulta ser un

mapa digital de Francia. ¿De dónde ha salido el


mapa? ¿Los autores de Primera, clase a Ginebra


enviaron a su propio equipo de ingenieros para


levantar un nuevo mapa de Francia? No, por


745

supuesto que no. Emplearon datos existentes:


un mapa digital del mundo que está disponible


para los autores de ractivos que lo necesitan, por


un precio por supuesto. Ese mapa digital es un


objeto separado. Reside en la memoria de un


ordenador en algún sitio. ¿Dónde exactamente?


No lo sé. Tampoco lo sabe el ractivo. No importa.


Los datos podrían estar en California, podrían

estar en París. Puede que estén bajando la calle...


o podrían estar distribuidos por todos esos


lugares y muchos más. No importa. Porque


nuestro sistema ya no funciona como el viejo


sistema: cables especializados que pasan por una


centralita. Funciona como eso —Cari señaló de


nuevo al tráfico de la calle.




—¿Así que cada persona en la calle es como


un objeto?









746

—Posiblemente. Pero una analogía mejor es


que ¡os objetos son gente como nosotros,


sentados en varios edificios frente a las calles.


Supon que queremos enviar un mensaje a


alguien en Pudong. Escribimos el mensaje en un


trozo de papel, y salimos a la puerta y se lo da‐


mos a la primera persona que pasa y le decimos,


«llévaselo al señor Gu en Pudong». Y él se

desliza por la calle durante un rato y encuentra


a alguien en bicicleta que parece que se dirige a


Pudong, y le dice, «lleva esto al señor Gu». Un


minuto más tarde, esa persona se queda


atrapada en el tráfico y se lo pasa a ur peatón que


puede moverse algo mejor, y así continuamente,


hasta que finalmente llega al señor Gu. Cuando


el señor Gu quiere responder, envía el mensaje

de la misma forma.





—Por lo que no hay forma de recorrer el


camino hacia atrás.


747

—Exacto. Y la situación real es mucho más


complicada. La red mediatrónica fue diseñada


desde abajo para dar seguridad, para que la


gente pudiese usarla para transferir dinero. Ésa


es una de las razones por las que colapso el


sistema de las naciones‐estado: tan pronto como


la red mediatrónica estaba funcionando, las

transacciones monetarias ya no podían ser


monitorizadas por los gobiernos, y el sistema de


impuestos se jodio. Por lo que si Hacienda, por


ejemplo, no podía seguir esos mensajes,


entonces no hay forma de que tú puedas


encontrar a la Princesa Nell.





—Vale, supongo que eso responde a mi

pregunta —dijo Miranda.





—Bien —dijo Cari alegre. Era evidente que él


estaba encantado de haber podido ayudar a


748

Miranda, así que ella no le dijo cómo le habían


hecho sentir realmente sus palabras. Miranda lo


consideró como un reto de actriz. ¿Podía


engañar a Cari Hollywood, que conocía todos


los trucos de actor mejor que nadie, haciéndole


creer que se sentía bien?





Aparentemente sí. Cari la escoltó a su piso, en

un edificio de cien plantas al otro lado del río,


en Pudong, y ella pudo aguantar lo suficiente


para despedirse, quitarse la ropa y correr al


baño. Luego se metió en el agua caliente y se


disolvió en triste llanto de lágrimas de auto‐


compasión.





Finalmente, recuperó el control. Tenía que

conservar la perspectiva. Todavía podía


interactuar con Nell y todavía lo hacía, cada día.


Y si prestaba atención, más tarde o más


temprano, encontraría una forma de atravesar


749

la cortina. Aparte de eso, empezaba a entender


que Nell, fuera quien fuese, había sido señalada


de alguna forma, y que con el tiempo se


convertiría en una persona muy importante. En


unos años, Miranda esperaba leer sobre ella en


el periódico. Sintiéndose mejor, salió del baño y


se metió en la cama; después de una buena


noche de sueño estaría lista para seguir

cuidando de Nell.








Descripción general de la vida con el


condestable; sus ocupaciones y


otras peculiaridades; una visión perturbadora;


Nell aprende


sobre su pasado; una conversación durante la


cena





La casa del jardín tenía dos habitaciones, una


para dormir y otra para jugar. La habitación de

jugar tenía una puerta doble, hecha de muchas

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