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Published by snullbug20, 2019-05-30 18:10:59

La Era Del Diamante - Neal Stephenson

que exhibía una escena animada de Navidad:


Santa bajando por la chimenea, el reno balístico y


los tres soberanos zoroastrianos desmontando de


sus dromedarios frente a un establo. Hubo calma


mientras Hackworth y Fmkle‐McGraw con‐

templaban la pequeña escena; uno de los peligros


de vivir en un mundo lleno de mediatrones era


que las conversaciones siempre quedaban


interrumpidas de esa forma, lo que explicaba por


qué los atlantes intentaban mantener al mínimo


las aplicaciones mediatrónicas. Al entrar en casa


de un tete, todo objeto tiene imágenes en


movimiento, todos se sientan con la boca abierta,

como los ojos fuera de las órbitas ante las figuras


indecentes del papel higiénico mediatrónico o los


elfos de grandes ojos que jugaban al pillapilla en el


espejo del baño...





—Oh, sí —dijo Finkle‐McGraw—. ¿Puedo


escribir encima? Me gustaría dedicárselo a


Elizabeth.


301

—El papel es un subtipo de papel de entrada y


de salida, así que posee todas las características


del tipo de papel sobre el que se puede escribir. En


general esas funciones no se emplean, más allá,

por supuesto, de marcar simplemente donde la


punta de la pluma se mueve por encima.





—Puedes escribir encima —tradujo ásperamente


Finkle‐McGraw—, pero el libro no piensa sobre lo


que se escribe.





—Bien, mi respuesta a esa pregunta debe ser

ambigua —le dijo Hackworth—. El Manual


Ilustrado es un sistema general y muy potente


capaz de autorreconfiguraciones más extensas


que la mayoría. Recuerde que la parte


fundamental de su trabajo es responder al am‐


biente. Si la propietaria cogiese una pluma y


escribiese en una página en blanco, esa entrada






302

iría a la tolva junto con todo lo demás, hablando


mal.





—¿Se lo puedo dedicar a Elizabeth o no? —le


exigió Finkle‐McGraw.




—Por supuesto, señor.





Finkle‐McGraw sacó una pesada pluma de oro


de un estuche de su mesa y escribió en el libro


durante un rato.





—Hecho esto, señor, sólo queda que autorice

un fondo permanente para los ractores.





—Ah, sí, gracias por recordármelo —dijo Finkle‐


McGraw sin demasiada sinceridad—. Uno


pensaría que con todo el dinero invertido en el


proyecto...









303

—Que hubiésemos resuelto el problema del


generador de voz, sí señor —dijo Hackworth—.


Como sabe, realizamos algunos adelantos, pero


los resultados no estaban cerca del nivel exigido. A


pesar de toda nuestra tecnología, los algoritmos de

pseudo‐inteligencia, las vastas matrices de


excepciones, los monitores de portento y


contenido, y todo lo demás, no estamos cerca de


generar una voz humana que tenga un sonido tan


bueno como el que un ractor vivo y real puede dar.





—No se puede decir que me sorprenda —dijo


Fmkle‐McGraw—. Simplemente me gustaría que

fuese un sistema autocontenido.





—A efectos prácticos lo es, señor. En un


momento dado hay diez millones de ractores


profesionales en los escenarios por todo el mundo,


en todas las zonas horarias, listos para ocuparse


de este tipo de trabajo instantáneamente.






304

Planeamos autorizar el pago a una tarifa re‐


lativamente alta, lo que debería atraer sólo a los


mejores talentos. No le defraudará el resultado.








El segundo experimento de Nell con el


Manual; la historia de la Princesa Nell

en resumen





Érase una vez una pequeña princesa llamada


Nell que estaba prisionera en un enorme y


tenebroso castillo situado en una isla en medio de


un gran mar, con un niño llamado Harv, que era


su amigo y protector. Tenía, además, cuatro


amigos especiales llamados Dinosaurio, Oca,


Pedro el Conejo y Púrpura.




La Princesa Nell y Harv no podían abandonar el


Castillo Tenebroso, pero de vez en cuando venía a


visitarles un cuervo y les contaba cosas maravillo‐


sas de la Tierra Más Allá al otro lado del mar. Un


día el Cuervo ayudó a la Princesa Nell a escapar

305

del castillo, pero por desgracia, el pobre Harv era


demasiado grande y tuvo que quedarse atrapado


tras la gran puerta de hierro del castillo con sus


doce cerraduras.


La Princesa Nell quería a Harv como a un

hermano y se negaba a abandonarlo, así que ella y


sus amigos, Dinosaurio, Oca, Pedro y Púrpura,


viajaron por el mar en un pequeño bote rojo,


teniendo muchas aventuras, hasta que llegaron a


la Tierra Más Allá. Ésta estaba dividida en doce


países cada uno gobernado por un Rey Feérico o


una Reina Feérica. Cada Rey o Reina tenía un


maravilloso castillo, y en cada castillo había un

tesoro que contenía oro y joyas, y en cada tesoro


había una llave enjoyada que abría una de las


doce cerraduras de la puerro de hierro del Castillo


Tenebroso.


La Princesa Nell y sus amigos tuvieron muchas


aventuras mientras visitaban cada uno de los doce


reinos y encontraban las doce llaves. Algunas las


obtuvieron por persuasión, algunas por


306

inteligencia, y otras en la batalla. Al final de la


aventura, algunos de los cuatro amigos de Nell


habían muerto, y algunos habían ido por otros


caminos. Pero Nell no estaba sola, se había


convertido en una gran heroína durante sus

aventuras.


En una gran nave, acompañada por muchos


soldados, sirvientes y ancianos, Nell regresó a


través del mar a la isla del Castillo Tenebroso. Al


aproximarse a la puerta de hierro, Harv la vio


desde lo alto de una torre y bruscamente le dijo


que se fuera, porque la Princesa Nell había


cambiado tanto durante su aventura que Harv ya

no la reconocía.


—He venido a liberarte —le dijo la Princesa


Nell.


Harv le dijo otra vez que se fuese, afirmando


que tenía todo la libertad que quería dentro de las


paredes del Castillo Tenebroso.


La Princesa Nell puso las doce llaves en las doce


cerraduras y comenzó a abrirlas una a una.


307

Cuando la puerta herrumbrosa del castillo se


abrió finalmente, vio a Harv de pie con un arco


listo, y una flecha preparada, apuntando


directamente a su corazón. Harv dejó volar la


flecha, que la golpeó en el pecho y la hubiese

matado si no hubiera sido porque llevaba un


medallón. Al mismo tiempo, Harv fue derribado


por una flecha de uno de los soldados de la


Princesa Nell. Nell corrió al lado de su hermano


caído para confortarlo y lloró sobre su cuerpo


durante tres dias y tres noches. Cuando secó


finalmente sus ojos, vio que el Castillo Tenebroso


se había vuelto glorioso; porque el río de lágrimas

que había salido de sus ojos había mojado la tierra,


y hermosos jardines y bosques habían crecido de


la noche a la mañana, y el Castillo Tenebroso ya no


era negro, sino un faro brillante lleno de cosas


maravillosas. La Princesa Nell vivió en aquel


castillo y gobernó la isla por el resto de sus días, y


cada mañana iba a pasear por el jardín donde


había caído Harv. Tuvo muchas aventuras y se


308

convirtió en una gran Reina, y con el tiempo


conoció a un príncipe y se casó con él, y tuvo


muchos hijos, y vivieron felices.



—¿Qué es una aventura? —dijo Nell.






La palabra estaba escrita en la página. Entonces


ambas páginas se llenaron de imágenes en


movimiento de cosas gloriosas: niñas con


armadura luchando a espada limpia con dragones,


chicas cabalgando unicornios blancos a través de


un bosque, y chicas balanceándose en una


enredadera, bañándose en un océano azul,


pilotando un cohete por el espacio. Nell pasó


mucho tiempo mirando aquellas imágenes y

después de un rato todas las chicas comenzaron a


parecerse a versiones mayores de sí misma.





El juez Fang visita su distrito; la señorita Pao


prepara una


demostración; el caso del libro robado adquiere



309

una profundidad inesperada





Cuando el juez Fang atravesó la Altavía en su


cabalina, acompañado por sus asistentes, Chang y


la señorita Pao, vio que los Territorios Cedidos

estaban inmersos en una niebla mefítica. Las


cumbres esmeraldas de Atlantis/Shanghai flotaban


sobre la mugre. Un grupo de aeróstatos


reflectantes rodeaba el alto territorio,


protegiéndolo de los intrusos mayores y más


evidentes; desde allí, a varios kilómetros de dis‐


tancia, las vainas individuales no eran visibles, pero


podían verse en conjunto como un reflejo sutil en el


aire, una vasta burbuja, perfectamente


transparente, que rodeaba al sacrosanto territorio

de los angloamericanos, deformándose a un lado y


otro bajo el viento cambiante pero sin romperse


jamás.














310

La vista se estropeaba al acercarse a los Territorios


Cedidos y entrar en la niebla eterna. Varias veces


mientras recorrían las calles de los T.C., el juez Fang


realizó un gesto peculiar: doblaba los dedos de la


mano derecha formando un cilindro, como si

agarrase un tallo de bambú invisible. Colocaba la


otra mano debajo, formando una cavidad negra y


cerrada, y luego miraba dentro con un ojo. Cuando


miraba en la burbuja de aire así formada, veía la


oscuridad llena de luz centelleante; algo así como


mirar en una cueva llena de luciérnagas, excepto


que aquellas luces eran de todos los colores, y éstos


eran tan puros y cristalinos como los de las joyas.




La gente que vivía en los T.C. y que realizaba


aquel gesto, frecuentemente era capaz de decir qué


sucedía en el mundo microscópico. Sabía cuándo


pasaba algo. Si el gesto se realizaba durante una


guerra de tóner, el resultado era espectacular.









311

Hoy ni de lejos estaba cerca del nivel de guerra


de tóner, pero era razonablemente intenso. El juez


Fang sospechaba que tenía algo que ver con el


propósito de su salida, que la señorita Pao se había


negado a explicar.




Acabaron en un restaurante. La señorita Pao


insistió en una mesa en la terraza, aunque parecía


que iba a llover. Acabaron mirando a la calle tres


pisos más abajo. Incluso a esa distancia era difícil


distinguir los rostros a través de la niebla.





La señorita Pao sacó un paquete rectangular


envuelto en Nanobar del bolso. Lo desenvolvió y

sacó dos objetos más o menos del mismo tamaño y


forma: un libro y un trozo de madera. Los colocó


uno al Jado del otro sobre la mesa. Luego los


ignoró, volviendo la atención nacía el menú. Siguió


ignorándolos durante varios minutos más,


mientras ella, Chang y el juez Fang bebían té,






312

intercambiaban conversaciones amables, y


comenzaban a comer.





—Cuando Su Señoría pueda —dijo la señorita


Pao—, le invito a examinar estos dos objetos que he

colocado sobre la mesa.





El juez Fang se sorprendió: aunque la apariencia


del trozo de madera no había cambiado, el libro


había quedado cubierto por una gruesa capa de


polvo gris, como si hubiese enmohecido durante


varias décadas.




—Ooooh —soltó Chang, sorbiendo una larga


madeja de tallarines en el buche y sacando los ojos


en dirección a la extraña exhibición.





El juez Fang se levantó, caminó alrededor de la


mesa, y se inclinó para ver mejor. El polvo gris no


estaba distribuido uniformemente; era más grueso


hacia los bordes de la portada del libro. Abrió el


313

libro y se sorprendió al comprobar que el polvo se


había filtrado incluso en el interior de las páginas.





—Este polvo tiene un propósito en la vida —


observó el juez Fang.




La señorita Pao señaló significativamente hacia el


trozo de madera. El juez Fang lo cogió y lo examinó


por todos lados; estaba limpio.





—¡Esta sustancia también discrimina! —dijo el


juez Fang.




—Es tóner confuciano —dijo Chang, tragándose


finalmente los tallarines—. Siente pasión por los


libros.





El juez sonrió tolerante y miró a la señorita Pao


esperando una explicación.









314

—Doy por supuesto que ha examinado esta


nueva especie de bicho.





—Es aún más interesante —dijo la señorita Pao—


. Durante la última semana, han aparecido no una

sino dos nuevas especies de bichos en los


Territorios Cedidos; ambas programadas para


buscar cualquier cosa que parezca un libro —buscó


dentro del bolso y le pasó al maestro una hoja


enrollada de papel mediatrónico.





Una camarera se apresuró a ayudarles a mover a


un lado los platos y las tazas de té. El juez Fang

desenrolló el papel y lo sujetó con varias piezas de


porcelana. El papel estaba dividido en dos paneles,


cada uno con la imagen ampliada de un dispositivo


microscópico. El juez Fang podía ver que ambos


estaban fabricados para navegar por el aire, pero


aparte de eso, apenas podrían haber sido más


diferentes. Uno parecía una obra de la naturaleza;


tenía varios brazos extravagantes y elaborados, y


315

poseía cuatro enormes y muy complejos


dispositivos de recepción separados en ángulos de


noventa grados.





—¡Los oídos de un murciélago! —exclamó

Chang, trazando sus curvas imposibles con la


punta de un palillo.





El juez Fang no dijo nada pero se recordó a sí


mismo que esa clase de aproximación rápida era el


tipo de cosas en las que Chang sobresalía.





—Parece usar la ecolocalización, justo como un

murciélago —admitió la señorita Pao—. El otro,


como puede ver, es de diseño radicalmente


diferente.





El otro bicho parecía una nave espacial concebida


por Julio Verne. Tenía la forma aerodinámica de


una gota, un par de brazos manipuladores


recogidos cuidadosamente contra el fuselaje, y una


316

profunda cavidad cilíndrica en la nariz que el juez


Fang supuso sería un ojo.





—Éste ve la luz en el rango ultravioleta —dijo la


señorita Pao—. A pesar de las diferencias, cada uno

hace lo mismo: busca libros. Cuando encuentra un


libro, aterriza en la portada y va hacia el borde,


luego se mete entre las páginas y examina la


estructura interna del papel.





—¿Qué busca?





—No hay forma de saberlo, a menos que

desensamblemos su sistema computacional


interno y descompilemos el programa... lo cual es


difícil —dijo la señorita Pao, con característica


subestimación—. Cuando descubre que ha estado


investigando un libro normal hecho de viejo papel,


se desactiva y se convierte en polvo.









317

—Por tanto, hay muchos libros sucios en los


Territorios Cedidos —dijo Chang.





—Para empezar, no hay demasiados libros —dijo


el juez Fang. La señorita Pao y Chang rieron, pero

el juez no dio señales de haber hecho un chiste; era


simplemente una observación.





—¿Qué conclusión saca, señorita Pao? —dijo el


juez.





—Dos grupos diferentes están registrando los


Territorios Cedidos buscando el mismo libro —

dijo la señorita Pao.





No tuvo que decir que el blanco de aquella


búsqueda era probablemente el libro robado al


caballero llamado Hackworth.





—¿Puede especular sobre la identidad de esos


grupos?


318

—Por supuesto, ninguno de los dispositivos


lleva la marca de su creador. El de orejas de


murciélago parece del Doctor X; la mayor parte de


sus características parecen producto de la

evolución, no de la ingeniería, y el Circo de Pulgas


del doctor no es más que un esfuerzo por recopilar


todos los bichos evolucionados con características


útiles. A primera vista, el otro dispositivo podría


haber sido producido por un taller de ingeniería


asociado con cualquier phyle importante: Nipón,


Nueva Atlantis, Indostán o la Primera República


Distribuida serían los sospechosos más

importantes. Pero en un examen más profundo


encuentro un nivel de elegancia...





—¿Elegancia?





—Perdóneme, Su Señoría, el concepto no es fácil


de explicar; hay una cualidad inefable en cierta


tecnología, descrita por sus creadores corno


319

ingenio, excelencia técnica o un buen truco; signos


de haber sido producido con gran cuidado por


uno que no sólo estaba motivado sino inspirado.


Es la diferencia entre un ingeniero y un hacker.




—¿O entre un ingeniero y un Artifex? —dijo el


juez Fang.





Una ligera sonrisa pasó por el rostro de la


señorita Pao.





—Me temo que he metido a esa niña en


problemas más complejos de lo que suponía—dijo

el juez Fang.





Enrolló el papel y se lo devolvió a la señorita Pao.


Chang volvió a colocar la taza del juez frente a él y


le sirvió más té. Sin pensar en ellos, el juez juntó el


pulgar y las puntas de los dedos y golpeó


ligeramente sobre la mesa varias veces.





320

Era un antiguo gesto en China. La historia decía


que a uno de los primeros emperadores le gustaba


vestirse de persona común y viajar por el Reino


Medio para ver cómo les iba a los campesinos.


Frecuentemente, cuando él y su equipo estaban

sentados en una mesa en alguna posada, él les


servía el té a todos. No podían hacerle una


reverencia sin dejar clara su identidad, por lo que


hacían aquel gesto, usando las manos para imitar


el acto de arrodillarse. Ahora los chinos lo usaban


para darse las gracias los unos a los otros en la


mesa. De vez en cuando, el juez Fang se descubría


haciéndolo, y meditaba sobre lo curioso que era ser

chino en un mundo sin Emperador.





Se quedó sentado, con las manos ocultas en las


mangas, y meditó sobre aquel y otros temas


durante varios minutos, viendo cómo se elevaba


el vapor del té formando una niebla que se


condensaba alrededor de los cuerpos de los


micro‐aerostatos.


321

—Pronto impondremos nuestra presencia ante


el señor Hackworth y el Doctor X y


descubriremos más observando sus reacciones.


Consideraré la forma correcta de hacerlo.

Mientras tanto, preocupémonos de la niña.


Chang, visite su apartamento y vea si hay


problema allí... personajes sospechosos en los


alrededores.





—Señor, con todos los respetos, cualquiera que


viva en el edificio de la niña es un personaje


sospechoso.




—Sabe lo que quiero decir —dijo el juez Fang


con aspereza—. El edificio debería tener un


sistema para filtrar bichos del aire. Si el sistema


funciona correctamente, y si la niña no saca el


libro del edificio, tendría que pasar desapercibida


a éstos —el juez hizo una marca en el polvo sobre


la portada del libro y se llenó los dedos de tóner—


322

. Hable con el encargado del edificio, y hágale


saber que el sistema de filtrado de aire va a ser


inspeccionado, y que va en serio y no se trata de


una petición de soborno.




—Sí, señor —dijo Chang. Echó la silla hacia


atrás, se levantó, hizo un saludo y salió del


restaurante, deteniéndose sólo para sacar un pali‐


llo de dientes del dispensador en la entrada.


Hubiese sido aceptable que acabase su almuerzo,


pero, en el pasado, Chang había demostrado


preocupación por la seguridad de la niña, y


aparentemente no quería malgastar el tiempo.




—Señorita Pao, coloque dispositivos de


vigilancia en el piso de la chica. Al principio


cambiaremos y verificaremos las cintas una vez al


día. Si el libro no es detectado pronto,


empezaremos a cambiarlas una vez por semana.









323

—Sí, señor —dijo la señorita Pao. Se colocó las


gafas fenomenos‐cópicas. Una luz de colores se


reflejaba en la superficie de sus ojos mientras se


perdía en algún tipo de interfaz. El juez Fang llenó


su taza, la colocó entre las palmas, y paseó por el

borde de la terraza. Tenía cosas más importantes


de qué preocuparse que una niña y su libro; pero


sospechaba que a partir de ahora en eso sería en lo


único en lo que pensaría.








Descripción del viejo Shanghai; situación del


Teatro Parnasse; la ocupación de


Miranda





Antes de que los europeos anclasen en ella,

Shanghai había sido una villa fortificada en el río


Huangpu, pocos kilómetros al sur de su


confluencia con el estuario del Yangtsé. La mayor


parte de su arquitectura era estilo dinastía Ming


muy sofisticado: jardines privados para las familias


ricas, una calle de tiendas aquí y allá para ocultar

324

los barrios bajos, un salón de té raquítico y


vertiginoso que se elevaba desde una isla en el


centro de un estanque. Más recientemente la


muralla había sido derribada y se había construido


un camino de circunvalación sobre sus cimientos.

La vieja concesión francesa había rodeado el lado


norte, y en ese vecindario, en una esquina que


miraba a la carreta anular dentro de la vieja ciudad,


se había construido el Teatro Parnasse a finales del


siglo XIX. Miranda había trabajado allí durante


cinco años, pero la experiencia había sido tan


intensa que a menudo le parecían más bien cinco


días.




El Parnasse había sido construido cuando los


europeos se tomaban en serio su europeidad y no


se disculpaban por ella. La fachada era clásica: un


pórtico de tres cuartos en la esquina, soportado por


columnas corintias, todo fabricado con caliza


blanca. El pórtico estaba rodeado por una


marquesina blanca, del año 1990, rodeada por


325

tubos de neón púrpuras y rosas. Hubiese sido muy


fácil arrancarla y sustituirla por algo mediatrónico,


pero disfrutaban sacando las escaleras de bambú y


colocando las letras de plástico negro en su sitio,


anunciando lo que hiciesen esa noche. A veces

bajaban la gran pantalla mediatrónica y pasaban


películas, y los occidentales venían de todo el Gran


Shanghai, vestidos con esmóquines y trajes de


noche, y se sentaban en la oscuridad viendo


Casablanca o Bailando con lobos. Y al menos dos


veces por mes, la Compañía Parnasse se subía de


veras al escenario y lo hacía: se convertían en


actores en lugar de ractores por una noche, luces,

pintura y disfraces. Lo más difícil era adoctrinar a


la audiencia; a menos que fuesen aficionados al


teatro, siempre querían subirse al escenario e


interactuar, lo que lo alteraba todo. El teatro en


vivo era un gusto antiguo y peculiar, más o menos


al mismo nivel que escuchar cantos gregorianos, y


no pagaba las facturas. Pagaban las facturas con


ractivos.


326

El edificio era alto y estrecho, sacándole todo el


provecho al caro suelo de Shanghai, así que el


proscenio era casi cuadrado, como los viejos


televisores. Encima de él se encontraba el busto de

una olvidada actriz francesa, apoyada en alas


doradas, flanqueada por ángeles con trompetas y


coronas de laurel. El techo era un fresco circular


que representaba a las musas entreteniéndose con


etéreas togas. Colgaba un candelabro del centro;


las bombillas incandescentes habían sido reem‐


plazadas por cosas nuevas que no se agotaban, y


ahora iluminaba por igual las filas de pequeños

asientos colocados muy juntos en la platea. Había


tres balcones y tres pisos de palcos individuales,


dos en el lado izquierdo y dos en el lado derecho


de cada nivel. Las partes delanteras de los palcos y


los balcones estaban pintadas con imágenes de la


mitología clásica, el color predominante allí y en


otras partes era un azul de huevo de petirrojo muy


francés. El teatro estaba lleno de escayolas, así que


327

los rostros de querubines, cansados dioses


romanos, troyanos desapasionados y similares,


estaban siempre sobresaliendo de columnas,


plafones y cornisas, cogiéndote por sorpresa. La


mayor parte de la decoración estaba astillada por

las balas de los fogosos Guardias Rojos durante los


tiempos de la Revolución Cultural. Exceptuando


los agujeros de bala, el Parnasse estaba en una


forma bastante decente aunque, en ocasiones, en el


siglo XX, se habían colocado tuberías de hierro


negro verticales alrededor de los palcos y


horizontalmente frente a los balcones para poder


sujetar las luces. Actualmente las luces tenían el

tamaño de monedas —dispositivos de fase con sus


propias baterías— y podían pegarse en cualquier


sitio y controlarse por radio. Pero los tubos todavía


estaban allí, algo que requería muchas


explicaciones cuando venían los turistas.





Cada uno de los doce palcos tenía su propia


puerta, y una cortina alrededor de la parte


328

delantera para que los ocupantes pudiesen tener


algo de intimidad entre actos. Habían guardado


las cortinas con naftalina y las habían sustituido


por pantallas móviles a prueba de ruido, también


habían sacado los asientos y los habían colocado en

el sótano. Ahora cada palco era una habitación


privada en forma de huevo del tamaño justo para


servir de escenario corporal. Esos doce escenarios


generaban el setenta y cinco por ciento de los


ingresos del Teatro Parnasse.





Miranda comprobó su escenario media hora


antes para realizar un diagnóstico de su rejilla

tatuada. Los ʹsitos no duraban para siempre; la


electricidad estática o los rayos cósmicos podían


sacarlos de su posición, y si dejabas que tu


instrumento de trabajo se arruinase por pura


vagancia, no merecías llamarte ractor.





Miranda había decorado las paredes muertas de


su propio escenario con pósters y fotos de modelos,


329

en su mayoría actrices de los pasivos del siglo


veinte. Tenía una silla en una esquina para papeles


que exigían sentarse. También había una pequeña


mesa de café donde colocó su latte triple, una


botella de dos litros de agua mineral y una caja de

pastillas para la garganta. Luego se quitó la ropa y


se quedó en leo‐tardos y mallas negras, colgando la


ropa de calle tras la puerta. Otro ractor se hubiese


quedado desnudo, hubiese vestido ropas de calle o


hubiese intentado encajar el traje con el papel que


interpretaba, si era lo suficientemente afortunado


para saberlo por adelantado. En esa época, sin


embargo, Miranda nunca lo sabía. Tenía pujas para

Kate en la versión ractiva de La fierecilla domada


(que era una carnicería, pero popular entre cierto


tipo de usuario masculino); Escarlata OʹHara en el


ractivo Lo que el viento se llevó; una agente doble


llamada Usa en un thriller de espionaje situado en


un tren que atravesaba la Alemania nazi; y Rhea,


una damisela neovictoriana en apuros en Ruta, de


la seda, una comedia romántica de aventuras


330

situada en el lado equivocado del Shanghai


contemporáneo. Ella misma había creado el papel.


Después de que llegasen los buenos comentarios


(«¡un retrato sorprendentemente Rhea‐lista por


parte de la recién llegada Miranda Red‐path!»)

había interpretado poco más durante un par de


meses, aunque su tarifa era tan alta que la mayoría


de los usuarios optaban por una suplente o se


contentaban con mirar pasivamente por una


décima parte del precio. Pero el distribuidor había


hecho una chapuza con la publicidad cuando


intentaron llevarla más allá del mercado de


Shanghai, y ahora Ruta de la seda se encontraba en

el limbo mientras rodaban varias cabezas.





Cuatro papeles principales era todo lo que podía


mantener en la cabeza simultáneamente. Los


apuntadores hacían posible interpretar cualquier


papel sin haberlo visto antes, si no te importaba


quedar como una idiota. Pero Miranda tenía ahora


una reputación y no podía permitirse malos


331

trabajos. Para llenar los huecos cuando las cosas


iban lentas, tenía otra tarifa bajo otro nombre, para


trabajos más fáciles: en su mayoría trabajos de


narración, más cualquier cosa que tuviese que ver


con niños. No tenía hijos propios, pero todavía se

comunicaba con los que había cuidado durante sus


días de institutriz. Le encantaba ractuar con niños,


y, además, era un buen ejercicio para la voz, reci‐


tando esas pequeñas rimas de la forma adecuada.





—Practicar Kate de La fierecüla —dijo, y la


constelación en forma de Miranda fue


reemplazada por una mujer de pelo oscuro con fe‐


linos ojos verdes, vestida con un traje que era el

concepto que tenía un diseñador de lo que una


mujer rica de la Italia del Renacimiento querría


vestir. Miranda tenía grandes ojos de conejo


mientras que Kate tenía ojos de gato, y los ojos de


gato se usaban de forma distinta a los ojos de


conejo, especialmente cuando se lanzaba alguna


frase ingeniosa. Cari Hollywood, el fundador de la


332

compañía y dramaturgo, que se había sentado


pasivamente en su Fierecilla, le había sugerido que


necesitaba más trabajo en esa área. No muchos


clientes disfrutaban de Shakespeare o siquiera


sabían quién era, pero los que sí lo sabían tendían

a estar en la zona de ingresos más alta y valía la


pena dirigirse a ellos. Normalmente ese tipo de


motivación no surtía efecto en Miranda, pero había


descubierto que algunos de aquellos caballeros


(idiotas esnobs, sexistas y ricos) eran muy buenos


ractores. Y todo profesional sabía que era un


extraño placer ractuar con alguien que sabía lo que


hacía.





El Turno comprendía el prime time de Londres,

la Costa Este y la Costa Oeste. En hora de


Greenwich, comenzaba alrededor de las nueve de


la tarde, cuando los londinenses acababan de cenar


y buscaban algo para entretenerse, y acababa a las


siete de la mañana cuando los californianos se iban


a la cama. No importaba en qué zona horaria



333

viviesen, todos los ractores intentaban trabajar


durante esas horas. En la zona horaria de


Shanghai, El Turno iba desde las cinco de la madru‐


gada hasta la tarde, y a Miranda no le importaba


pasarse un poco si algún californiano bien situado

quería estirar un ractivo hasta bien entrada la


noche. Algunos de los ractores en su compañía no


llegaban hasta la tarde, pero Miranda todavía


soñaba con vivir en Londres e intentaba llamar la


atención de los sofisticados clientes de esa ciudad.


Por tanto, siempre iba a trabajar temprano.








Cuando acabó su calentamiento y entró,


encontró una oferta esperándola. El agente de

casting, que era un software semiautónomo, había


reunido una compañía de nueve clientes,


suficientes para ractuar en los papeles invitados de


Primera clase a Ginebra, que trataba de intrigas


entre ricos en un tren en la Francia ocupada por los


nazis, y que era a los ractivos lo que La ratonera al



334

teatro pasivo. Era una pieza colectiva: nueve


papeles invitados asumidos por los clientes, tres


papeles algo mayores y llenos de glamour


asumidos por ractores como Miranda. Uno de los


personajes era, sin que los demás lo supiesen, un

espía aliado. Otro era un coronel de incógnito de las


SS, otro era un judío en secreto, otro era un agente


de la Cheka. A veces había un alemán que


intentaba escapar al lado aliado. Pero nunca se


sabía quién era quién cuando comenzaba el


ractivo; el ordenador cambiaba los papeles al azar.





Se pagaba bien por el alto ratio pagador/pagado.

Miranda aceptó provisionalmente la oferta. Otro


de los papeles todavía no había sido ocupado, así


que mientras esperaba, pujó y ganó un trabajo de


relleno. El ordenador la transformó en la cara de


una adorable joven cuyo rostro y pelo tenía el


aspecto de la moda de Londres en ese momento;


llevaba el uniforme de una agente de billetes de la


British Airways.


335

—Buenas tardes, señor Oremland —dijo efusiva,


leyendo el apuntador. El ordenador produjo una


voz aún más animada y realizó sutiles correcciones


en su acento.




—Buenas tardes, esto... Margaret —dijo el


británico con papada mirando fuera del panel del


mediatrón. Llevaba gafas y tuvo que entrecerrar


los ojos para leer su nombre en la tarjeta que


llevaba prendida al pecho. Llevaba la corbata


suelta sobre el pecho, un gin tonic en una mano


peluda, y le gustaba el aspecto de aquella Margaret.

Eso estaba casi garantizado, ya que Margaret había


sido creada por el ordenador de marketing en


Londres, que sabía más sobre los gustos de los


caballeros en materia de chicas de lo que a ellos les


hubiese gustado creer.





—¿¡Seis meses sin vacaciones!? Qué aburrido —


dijo Miranda/Margaret—. Debe de estar haciendo


336

algo terriblemente importante —siguió diciendo,


graciosa sin ser desagradable, compartiendo un


chiste‐cito entre los dos.





—Sí, supongo que incluso ganar mucho dinero se

hace aburrido con el tiempo —contestó el hombre,


más o menos en el mismo tono.





Miranda miró la hoja de personajes de Primera


clase a Ginebra. Estaba jodida si ese señor


Oremland se pasaba hablando y la obligaba a dejar


el papel importante. Aunque parecía de esa clase


de tíos inteligentes.




—Sabe, es una buena época para visitar Allantan


Oeste en África, y la nave aérea Gold Coast saldrá


en dos semanas... ¿le reservo un cuarto para usted?


¿Quizá con una acompañante?





El señor Oremland parecía dubitativo.





337

—Llámame pasado de moda —dijo—, pero


cuando dice África, pienso sida y parásitos.





—Oh, no en África Oeste, señor, no en las nuevas


colonias. ¿Le gustaría un tour rápido?




El señor Oremland le dio a Miranda/Margaret


un largo y escrutador vistazo sexual, suspiró,


comprobó la hora y pareció recordar que ella era


un ser imaginario.





—Gracias igualmente —dijo y la cortó.




Justo a tiempo; la hoja de Ginebra acababa de


llenarse. Miranda sólo tenía unos segundos para


cambiar de contexto y meterse en el personaje de


Use antes de encontrarse sentada en un vagón de


primera clase, en un tren de pasajeros de mediados


del siglo veinte, mirando en el espejo a una diosa


de hielo rubia de ojos azules y mejillas altas.






338

Abierta sobre la mesa había una carta escrita en


yiddish.





Así que esa noche ella era la judía de incógnito.


Rompió la cana en trozos pequeños y los tiró por la

ventana, luego hizo lo mismo con un par de


estrellas de David que sacó del joyero. Aquello era


un racti‐vo total y no había nada que impidiese a


cualquier otro personaje el entrar en su coche y


registrar todas sus posesiones. Luego acabó de


ponerse el maquillaje y elegir traje, y fue al coche


comedor para cenar. Casi todos los demás


personajes estaban ya allí. Los nueve amateurs

estaban rígidos y envarados como siempre, los


otros dos profesionales circulaban a su alrededor


intentando soltarlos un poco, romper su


autoconsciencia y colocarlos en sus personajes.





Ginebra, acabó durando tres horas. Uno de los


clientes casi la echa abajo, ya que claramente se


había apuntado exclusivamente con el propósito


339

de llevarse a Use a la cama. Él resultó ser el coronel


secreto de las SS; pero estaba tan obsesionado con


follarse a Use que pasó toda la tarde fuera de su


personaje. Finalmente Miranda lo atrajo a la coci‐


na en la parte trasera del coche comedor, le metió

un cuchillo de carnicero de un pie de largo, y lo


dejó en el refrigerador. Había interpretado aquel


papel un par de cientos de veces y conocía la


posición de cada objeto potencialmente letal en el


tren.





Después de un ractivo se consideraba buenas


maneras ir a la Habitación de Invitados, un pub

virtual donde charlar fuera del personaje con los


otros ractores. Miranda pasó de eso porque sabía


que aquel desgraciado estaría esperándola.





Luego hubo una pausa de una hora más o


menos. El prime time en Londres ya había


pasado, y los neoyorquinos estaban cenando.






340

Miranda fue al baño, comió un poco, y cogió un


par de trabajos infantiles.





Los chicos de la Costa Oeste volvían de la


escuela y se metían directamente en los caros

ractivos educacionales que los padres ponían a su


disposición. Esas cosas creaban una plétora de


papeles extremadamente cortos pero divertidos;


en rápida sucesión el rostro de Miranda se


transformó en un pato, un conejo, un árbol


parlante, la eternamente elusiva Carmen


Sandiego, y el repulsivamente empalagoso


Doogie el Dinosaurio. Cada uno representaba un

par de líneas como mucho:





—¡Eso es! ¡B es por balón! Me gusta jugar con


balones, ¿y a ti, Matthew?





—¡Vamos, Victoria! ¡Puedes hacerlo!









341

—Las hormigas soldado tienen mandíbulas


mayores y más fuertes que las obreras y


representan un papel importante en la defensa del


hormiguero contra los depredadores.




—¡Por favor, no me arrojes en ese zarzal, Brʹer


Fox!





—¡Hola, Roberta! Te he echado de menos todo el


día. ¿Cómo fue tu viaje a Disneylandia?





—Las naves aéreas del siglo veinte estaban llenas


de hidrógeno inflamable, o aire caliente ineficaz,

pero nuestras versiones modernas están


literalmente llenas de nada en absoluto. Las


nanoestructuras de alta resistencia hacen posible


sacar todo el aire de la envoltura de una nave aérea


y llenarla de vacío. ¿Has estado alguna vez en una


nave aérea, Thomas?










342

Nell sigue experimentando con el


Manual; el origen de la Princesa


Nell





—Érase una vez una pequeña princesa llamada

Nell que estaba prisionera en un enorme y


tenebroso castillo situado en una isla...





—¿Porqué?





—Nell y Harv habían sido encerrados en el


castillo por su malvada madrastra.





—¿Por qué no los dejó salir su padre del Castillo


Tenebroso?




—Su padre, que los había protegido de los


caprichos de la malvada madrastra, había salido a


navegar por el mar y no había vuelto nunca.





—¿Por qué no volvió nunca?



343

—Su padre era pescador. Salía en su barca todos


los días. El mar es un lugar vasto y peligroso, lleno


de monstruos, tormentas y otros peligros. Nadie


sabe qué le sucedió. Quizá fue un tonto al navegar

en aquel tiempo, pero Nell sabía que era inútil


lamentar cosas que no se Podían cambiar.





—¿Por qué tenía una madrastra malvada?





—La madre de Nell murió una noche cuando un


monstruo salió del mar y entró en su granja para


llevarse a Nell y Harv, que eran sólo bebés. Ella

luchó con el monstruo y lo mató, pero al hacerlo


sufrió terribles heridas y murió al día siguiente con


sus hijos adoptivos arropados en su regazo.





—¿Por qué vino el monstruo del mar?





‐—Durante muchos años, el padre y la madre de


Nell habían deseado mucho tener hijos pero no


344

habían sido bendecidos hasta un día, cuando el


padre atrapó una sirena en la red. La sirena le dijo


que si le dejaba marchar le concedería un deseo, así


que él pidió dos hijos, un niño y una niña.




»A1 día siguiente, mientras pescaba, se le acercó


la sirena con un capazo. En el capazo había dos


bebés, justo como él había pedido, envueltos en una


sábana de oro. La sirena le advirtió que m él ni su


mujer debían permitir que los niños llorasen de


noche.





—¿Por qué estaban envueltos en una sábana de

oro?





—Eran realmente una princesa y un príncipe


que habían estado en un naufragio. El barco se


hundió, pero el capazo que contenía a los dos bebés


flotó como un corcho en el océano hasta que


llegaron las sirenas y los rescataron. Cuidaron de


ellos hasta encontrar unos buenos padres.


345

»É1 volvió con los dos niños a la granja y se los


enseñó a su mujer, que saltaba de alegría. Vivieron


felices durante algún tiempo, y en cuanto uno de


los bebés lloraba, uno de los padres se levantaba y

lo confortaba. Pero una noche, el padre no volvió


a casa, porque una tormenta había empujado su


barca roja de pesca hasta el interior del mar. Uno


de los bebés empezó a llorar, y la madre se levantó


para confortarlo. Pero cuando el otro empezó a


llorar también, no había nada que pudiese hacer, y


pronto llegó el monstruo.




»Cuando el pescador volvió a casa al día


siguiente, encontró el cuerpo de su mujer tendido


al lado del monstruo, y ambos bebés sin daño. Su


pena fue muy grande, y emprendió la difícil tarea


de criar a dos niños.





»Un día, una desconocida llegó a su puerta. Decía


que había sido expulsada por Reyes y Reinas


346

crueles de la Tierra Más Allá y que necesitaba un


lugar para dormir y que realizaría cualquier trabajo


a cambio. Al principio dormía en el suelo y


cocinaba y limpiaba para el pescador todo el día,


pero a medida que Nell y Harv crecían, comenzó a

darles más y más trabajos, hasta el día en que su


padre desapareció, ellos trabajaban del alba a la


noche, mientras su madrastra no levantaba ni un


dedo.





—¿Por qué el pescador y los bebés no vivían en


el castillo para protegerse del monstruo?




—El castillo era un lugar oscuro y prohibido en


lo alto de una montaña. Al pescador le había dicho


su padre que había sido construido mucho tiempo


atrás por trolls, que se decía que todavía vivían allí.


Y él no tenía las doce llaves.





—¿Tenía la malvada madrastra las doce llaves?





347

—Las mantenía escondidas enterradas en un


lugar secreto mientras el pescador andaba por allí


pero, después de que éste saliera a navegar para no


volver, hizo que Nell y Harv las desenterrasen,


junto con un montón de joyas y oro que había

traído con ella desde la Tierra Más Allá‐ Se cubrió


con el oro y las joyas, luego abrió las puertas de


hierro del Castillo Tenebroso y engañó a Nell y


Harv para que entrasen dentro. Tan pronto como


lo hicieron, cerró las puertas con las doce cerra‐


duras. «¡Cuando se ponga el sol, los trolls os


comerán!», dijo riendo.




—¿Qué es un troll?





—Un monstruo terrible que vive en agujeros en


la tierra y sale en la oscuridad.





Nell empezó a gritar. Cerró el libro de un golpe,


corrió a su cama, cogió a todos los animales de


peluche en los brazos, comenzó a morder la manta


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y lloró durante un rato, meditando el asunto de los


trolls.





El libro se agitó. Nell vio por el rabillo del ojo que


el libro se abría y miró con cuidado, temiendo ver

la imagen de un troll. Pero en su lugar, vio dos


imágenes. Una era la Princesa Nell sentada sobre la


hierba con cuatro muñecas en los brazos. Enfrente


estaba la imagen de cuatro criaturas: un gran


dinosaurio, un conejo, una oca, y una mujer con un


vestido púrpura y pelo púrpura.





El libro dijo:




—¿Te gustaría oír la historia de cómo la Princesa


Nell hizo amigos en el Castillo Tenebroso, donde


menos lo esperaba, y cómo entre todos mataron a


los trolls y lo convirtieron en un lugar seguro para


vivir?









349

—¡Sí! —dijo Nell, y patinó por el suelo hasta


colocarse sobre el libro.











El juez Fang visita el Reino Celeste; se sirve el té en


un lugar antiguo; un encuentro «casual»

con el Doctor X





El juez Fang no se veía afectado por la


incapacidad occidental para pronunciar el nombre


del hombre conocido como Doctor X, a menos que


una combinación de acentos cantones y


neoyorquino pudiese considerarse un


impedimento del habla. Aun así, en sus


discusiones con sus leales subordinados había


adoptado el hábito de llamarle Doctor X.







Nunca había tenido razones para pronunciar su


nombre hasta recientemente. El juez Fang era un


magistrado de distrito para los Territorios Cedidos,


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