que exhibía una escena animada de Navidad:
Santa bajando por la chimenea, el reno balístico y
los tres soberanos zoroastrianos desmontando de
sus dromedarios frente a un establo. Hubo calma
mientras Hackworth y Fmkle‐McGraw con‐
templaban la pequeña escena; uno de los peligros
de vivir en un mundo lleno de mediatrones era
que las conversaciones siempre quedaban
interrumpidas de esa forma, lo que explicaba por
qué los atlantes intentaban mantener al mínimo
las aplicaciones mediatrónicas. Al entrar en casa
de un tete, todo objeto tiene imágenes en
movimiento, todos se sientan con la boca abierta,
como los ojos fuera de las órbitas ante las figuras
indecentes del papel higiénico mediatrónico o los
elfos de grandes ojos que jugaban al pillapilla en el
espejo del baño...
—Oh, sí —dijo Finkle‐McGraw—. ¿Puedo
escribir encima? Me gustaría dedicárselo a
Elizabeth.
301
—El papel es un subtipo de papel de entrada y
de salida, así que posee todas las características
del tipo de papel sobre el que se puede escribir. En
general esas funciones no se emplean, más allá,
por supuesto, de marcar simplemente donde la
punta de la pluma se mueve por encima.
—Puedes escribir encima —tradujo ásperamente
Finkle‐McGraw—, pero el libro no piensa sobre lo
que se escribe.
—Bien, mi respuesta a esa pregunta debe ser
ambigua —le dijo Hackworth—. El Manual
Ilustrado es un sistema general y muy potente
capaz de autorreconfiguraciones más extensas
que la mayoría. Recuerde que la parte
fundamental de su trabajo es responder al am‐
biente. Si la propietaria cogiese una pluma y
escribiese en una página en blanco, esa entrada
302
iría a la tolva junto con todo lo demás, hablando
mal.
—¿Se lo puedo dedicar a Elizabeth o no? —le
exigió Finkle‐McGraw.
—Por supuesto, señor.
Finkle‐McGraw sacó una pesada pluma de oro
de un estuche de su mesa y escribió en el libro
durante un rato.
—Hecho esto, señor, sólo queda que autorice
un fondo permanente para los ractores.
—Ah, sí, gracias por recordármelo —dijo Finkle‐
McGraw sin demasiada sinceridad—. Uno
pensaría que con todo el dinero invertido en el
proyecto...
303
—Que hubiésemos resuelto el problema del
generador de voz, sí señor —dijo Hackworth—.
Como sabe, realizamos algunos adelantos, pero
los resultados no estaban cerca del nivel exigido. A
pesar de toda nuestra tecnología, los algoritmos de
pseudo‐inteligencia, las vastas matrices de
excepciones, los monitores de portento y
contenido, y todo lo demás, no estamos cerca de
generar una voz humana que tenga un sonido tan
bueno como el que un ractor vivo y real puede dar.
—No se puede decir que me sorprenda —dijo
Fmkle‐McGraw—. Simplemente me gustaría que
fuese un sistema autocontenido.
—A efectos prácticos lo es, señor. En un
momento dado hay diez millones de ractores
profesionales en los escenarios por todo el mundo,
en todas las zonas horarias, listos para ocuparse
de este tipo de trabajo instantáneamente.
304
Planeamos autorizar el pago a una tarifa re‐
lativamente alta, lo que debería atraer sólo a los
mejores talentos. No le defraudará el resultado.
El segundo experimento de Nell con el
Manual; la historia de la Princesa Nell
en resumen
Érase una vez una pequeña princesa llamada
Nell que estaba prisionera en un enorme y
tenebroso castillo situado en una isla en medio de
un gran mar, con un niño llamado Harv, que era
su amigo y protector. Tenía, además, cuatro
amigos especiales llamados Dinosaurio, Oca,
Pedro el Conejo y Púrpura.
La Princesa Nell y Harv no podían abandonar el
Castillo Tenebroso, pero de vez en cuando venía a
visitarles un cuervo y les contaba cosas maravillo‐
sas de la Tierra Más Allá al otro lado del mar. Un
día el Cuervo ayudó a la Princesa Nell a escapar
305
del castillo, pero por desgracia, el pobre Harv era
demasiado grande y tuvo que quedarse atrapado
tras la gran puerta de hierro del castillo con sus
doce cerraduras.
La Princesa Nell quería a Harv como a un
hermano y se negaba a abandonarlo, así que ella y
sus amigos, Dinosaurio, Oca, Pedro y Púrpura,
viajaron por el mar en un pequeño bote rojo,
teniendo muchas aventuras, hasta que llegaron a
la Tierra Más Allá. Ésta estaba dividida en doce
países cada uno gobernado por un Rey Feérico o
una Reina Feérica. Cada Rey o Reina tenía un
maravilloso castillo, y en cada castillo había un
tesoro que contenía oro y joyas, y en cada tesoro
había una llave enjoyada que abría una de las
doce cerraduras de la puerro de hierro del Castillo
Tenebroso.
La Princesa Nell y sus amigos tuvieron muchas
aventuras mientras visitaban cada uno de los doce
reinos y encontraban las doce llaves. Algunas las
obtuvieron por persuasión, algunas por
306
inteligencia, y otras en la batalla. Al final de la
aventura, algunos de los cuatro amigos de Nell
habían muerto, y algunos habían ido por otros
caminos. Pero Nell no estaba sola, se había
convertido en una gran heroína durante sus
aventuras.
En una gran nave, acompañada por muchos
soldados, sirvientes y ancianos, Nell regresó a
través del mar a la isla del Castillo Tenebroso. Al
aproximarse a la puerta de hierro, Harv la vio
desde lo alto de una torre y bruscamente le dijo
que se fuera, porque la Princesa Nell había
cambiado tanto durante su aventura que Harv ya
no la reconocía.
—He venido a liberarte —le dijo la Princesa
Nell.
Harv le dijo otra vez que se fuese, afirmando
que tenía todo la libertad que quería dentro de las
paredes del Castillo Tenebroso.
La Princesa Nell puso las doce llaves en las doce
cerraduras y comenzó a abrirlas una a una.
307
Cuando la puerta herrumbrosa del castillo se
abrió finalmente, vio a Harv de pie con un arco
listo, y una flecha preparada, apuntando
directamente a su corazón. Harv dejó volar la
flecha, que la golpeó en el pecho y la hubiese
matado si no hubiera sido porque llevaba un
medallón. Al mismo tiempo, Harv fue derribado
por una flecha de uno de los soldados de la
Princesa Nell. Nell corrió al lado de su hermano
caído para confortarlo y lloró sobre su cuerpo
durante tres dias y tres noches. Cuando secó
finalmente sus ojos, vio que el Castillo Tenebroso
se había vuelto glorioso; porque el río de lágrimas
que había salido de sus ojos había mojado la tierra,
y hermosos jardines y bosques habían crecido de
la noche a la mañana, y el Castillo Tenebroso ya no
era negro, sino un faro brillante lleno de cosas
maravillosas. La Princesa Nell vivió en aquel
castillo y gobernó la isla por el resto de sus días, y
cada mañana iba a pasear por el jardín donde
había caído Harv. Tuvo muchas aventuras y se
308
convirtió en una gran Reina, y con el tiempo
conoció a un príncipe y se casó con él, y tuvo
muchos hijos, y vivieron felices.
—¿Qué es una aventura? —dijo Nell.
La palabra estaba escrita en la página. Entonces
ambas páginas se llenaron de imágenes en
movimiento de cosas gloriosas: niñas con
armadura luchando a espada limpia con dragones,
chicas cabalgando unicornios blancos a través de
un bosque, y chicas balanceándose en una
enredadera, bañándose en un océano azul,
pilotando un cohete por el espacio. Nell pasó
mucho tiempo mirando aquellas imágenes y
después de un rato todas las chicas comenzaron a
parecerse a versiones mayores de sí misma.
El juez Fang visita su distrito; la señorita Pao
prepara una
demostración; el caso del libro robado adquiere
309
una profundidad inesperada
Cuando el juez Fang atravesó la Altavía en su
cabalina, acompañado por sus asistentes, Chang y
la señorita Pao, vio que los Territorios Cedidos
estaban inmersos en una niebla mefítica. Las
cumbres esmeraldas de Atlantis/Shanghai flotaban
sobre la mugre. Un grupo de aeróstatos
reflectantes rodeaba el alto territorio,
protegiéndolo de los intrusos mayores y más
evidentes; desde allí, a varios kilómetros de dis‐
tancia, las vainas individuales no eran visibles, pero
podían verse en conjunto como un reflejo sutil en el
aire, una vasta burbuja, perfectamente
transparente, que rodeaba al sacrosanto territorio
de los angloamericanos, deformándose a un lado y
otro bajo el viento cambiante pero sin romperse
jamás.
310
La vista se estropeaba al acercarse a los Territorios
Cedidos y entrar en la niebla eterna. Varias veces
mientras recorrían las calles de los T.C., el juez Fang
realizó un gesto peculiar: doblaba los dedos de la
mano derecha formando un cilindro, como si
agarrase un tallo de bambú invisible. Colocaba la
otra mano debajo, formando una cavidad negra y
cerrada, y luego miraba dentro con un ojo. Cuando
miraba en la burbuja de aire así formada, veía la
oscuridad llena de luz centelleante; algo así como
mirar en una cueva llena de luciérnagas, excepto
que aquellas luces eran de todos los colores, y éstos
eran tan puros y cristalinos como los de las joyas.
La gente que vivía en los T.C. y que realizaba
aquel gesto, frecuentemente era capaz de decir qué
sucedía en el mundo microscópico. Sabía cuándo
pasaba algo. Si el gesto se realizaba durante una
guerra de tóner, el resultado era espectacular.
311
Hoy ni de lejos estaba cerca del nivel de guerra
de tóner, pero era razonablemente intenso. El juez
Fang sospechaba que tenía algo que ver con el
propósito de su salida, que la señorita Pao se había
negado a explicar.
Acabaron en un restaurante. La señorita Pao
insistió en una mesa en la terraza, aunque parecía
que iba a llover. Acabaron mirando a la calle tres
pisos más abajo. Incluso a esa distancia era difícil
distinguir los rostros a través de la niebla.
La señorita Pao sacó un paquete rectangular
envuelto en Nanobar del bolso. Lo desenvolvió y
sacó dos objetos más o menos del mismo tamaño y
forma: un libro y un trozo de madera. Los colocó
uno al Jado del otro sobre la mesa. Luego los
ignoró, volviendo la atención nacía el menú. Siguió
ignorándolos durante varios minutos más,
mientras ella, Chang y el juez Fang bebían té,
312
intercambiaban conversaciones amables, y
comenzaban a comer.
—Cuando Su Señoría pueda —dijo la señorita
Pao—, le invito a examinar estos dos objetos que he
colocado sobre la mesa.
El juez Fang se sorprendió: aunque la apariencia
del trozo de madera no había cambiado, el libro
había quedado cubierto por una gruesa capa de
polvo gris, como si hubiese enmohecido durante
varias décadas.
—Ooooh —soltó Chang, sorbiendo una larga
madeja de tallarines en el buche y sacando los ojos
en dirección a la extraña exhibición.
El juez Fang se levantó, caminó alrededor de la
mesa, y se inclinó para ver mejor. El polvo gris no
estaba distribuido uniformemente; era más grueso
hacia los bordes de la portada del libro. Abrió el
313
libro y se sorprendió al comprobar que el polvo se
había filtrado incluso en el interior de las páginas.
—Este polvo tiene un propósito en la vida —
observó el juez Fang.
La señorita Pao señaló significativamente hacia el
trozo de madera. El juez Fang lo cogió y lo examinó
por todos lados; estaba limpio.
—¡Esta sustancia también discrimina! —dijo el
juez Fang.
—Es tóner confuciano —dijo Chang, tragándose
finalmente los tallarines—. Siente pasión por los
libros.
El juez sonrió tolerante y miró a la señorita Pao
esperando una explicación.
314
—Doy por supuesto que ha examinado esta
nueva especie de bicho.
—Es aún más interesante —dijo la señorita Pao—
. Durante la última semana, han aparecido no una
sino dos nuevas especies de bichos en los
Territorios Cedidos; ambas programadas para
buscar cualquier cosa que parezca un libro —buscó
dentro del bolso y le pasó al maestro una hoja
enrollada de papel mediatrónico.
Una camarera se apresuró a ayudarles a mover a
un lado los platos y las tazas de té. El juez Fang
desenrolló el papel y lo sujetó con varias piezas de
porcelana. El papel estaba dividido en dos paneles,
cada uno con la imagen ampliada de un dispositivo
microscópico. El juez Fang podía ver que ambos
estaban fabricados para navegar por el aire, pero
aparte de eso, apenas podrían haber sido más
diferentes. Uno parecía una obra de la naturaleza;
tenía varios brazos extravagantes y elaborados, y
315
poseía cuatro enormes y muy complejos
dispositivos de recepción separados en ángulos de
noventa grados.
—¡Los oídos de un murciélago! —exclamó
Chang, trazando sus curvas imposibles con la
punta de un palillo.
El juez Fang no dijo nada pero se recordó a sí
mismo que esa clase de aproximación rápida era el
tipo de cosas en las que Chang sobresalía.
—Parece usar la ecolocalización, justo como un
murciélago —admitió la señorita Pao—. El otro,
como puede ver, es de diseño radicalmente
diferente.
El otro bicho parecía una nave espacial concebida
por Julio Verne. Tenía la forma aerodinámica de
una gota, un par de brazos manipuladores
recogidos cuidadosamente contra el fuselaje, y una
316
profunda cavidad cilíndrica en la nariz que el juez
Fang supuso sería un ojo.
—Éste ve la luz en el rango ultravioleta —dijo la
señorita Pao—. A pesar de las diferencias, cada uno
hace lo mismo: busca libros. Cuando encuentra un
libro, aterriza en la portada y va hacia el borde,
luego se mete entre las páginas y examina la
estructura interna del papel.
—¿Qué busca?
—No hay forma de saberlo, a menos que
desensamblemos su sistema computacional
interno y descompilemos el programa... lo cual es
difícil —dijo la señorita Pao, con característica
subestimación—. Cuando descubre que ha estado
investigando un libro normal hecho de viejo papel,
se desactiva y se convierte en polvo.
317
—Por tanto, hay muchos libros sucios en los
Territorios Cedidos —dijo Chang.
—Para empezar, no hay demasiados libros —dijo
el juez Fang. La señorita Pao y Chang rieron, pero
el juez no dio señales de haber hecho un chiste; era
simplemente una observación.
—¿Qué conclusión saca, señorita Pao? —dijo el
juez.
—Dos grupos diferentes están registrando los
Territorios Cedidos buscando el mismo libro —
dijo la señorita Pao.
No tuvo que decir que el blanco de aquella
búsqueda era probablemente el libro robado al
caballero llamado Hackworth.
—¿Puede especular sobre la identidad de esos
grupos?
318
—Por supuesto, ninguno de los dispositivos
lleva la marca de su creador. El de orejas de
murciélago parece del Doctor X; la mayor parte de
sus características parecen producto de la
evolución, no de la ingeniería, y el Circo de Pulgas
del doctor no es más que un esfuerzo por recopilar
todos los bichos evolucionados con características
útiles. A primera vista, el otro dispositivo podría
haber sido producido por un taller de ingeniería
asociado con cualquier phyle importante: Nipón,
Nueva Atlantis, Indostán o la Primera República
Distribuida serían los sospechosos más
importantes. Pero en un examen más profundo
encuentro un nivel de elegancia...
—¿Elegancia?
—Perdóneme, Su Señoría, el concepto no es fácil
de explicar; hay una cualidad inefable en cierta
tecnología, descrita por sus creadores corno
319
ingenio, excelencia técnica o un buen truco; signos
de haber sido producido con gran cuidado por
uno que no sólo estaba motivado sino inspirado.
Es la diferencia entre un ingeniero y un hacker.
—¿O entre un ingeniero y un Artifex? —dijo el
juez Fang.
Una ligera sonrisa pasó por el rostro de la
señorita Pao.
—Me temo que he metido a esa niña en
problemas más complejos de lo que suponía—dijo
el juez Fang.
Enrolló el papel y se lo devolvió a la señorita Pao.
Chang volvió a colocar la taza del juez frente a él y
le sirvió más té. Sin pensar en ellos, el juez juntó el
pulgar y las puntas de los dedos y golpeó
ligeramente sobre la mesa varias veces.
320
Era un antiguo gesto en China. La historia decía
que a uno de los primeros emperadores le gustaba
vestirse de persona común y viajar por el Reino
Medio para ver cómo les iba a los campesinos.
Frecuentemente, cuando él y su equipo estaban
sentados en una mesa en alguna posada, él les
servía el té a todos. No podían hacerle una
reverencia sin dejar clara su identidad, por lo que
hacían aquel gesto, usando las manos para imitar
el acto de arrodillarse. Ahora los chinos lo usaban
para darse las gracias los unos a los otros en la
mesa. De vez en cuando, el juez Fang se descubría
haciéndolo, y meditaba sobre lo curioso que era ser
chino en un mundo sin Emperador.
Se quedó sentado, con las manos ocultas en las
mangas, y meditó sobre aquel y otros temas
durante varios minutos, viendo cómo se elevaba
el vapor del té formando una niebla que se
condensaba alrededor de los cuerpos de los
micro‐aerostatos.
321
—Pronto impondremos nuestra presencia ante
el señor Hackworth y el Doctor X y
descubriremos más observando sus reacciones.
Consideraré la forma correcta de hacerlo.
Mientras tanto, preocupémonos de la niña.
Chang, visite su apartamento y vea si hay
problema allí... personajes sospechosos en los
alrededores.
—Señor, con todos los respetos, cualquiera que
viva en el edificio de la niña es un personaje
sospechoso.
—Sabe lo que quiero decir —dijo el juez Fang
con aspereza—. El edificio debería tener un
sistema para filtrar bichos del aire. Si el sistema
funciona correctamente, y si la niña no saca el
libro del edificio, tendría que pasar desapercibida
a éstos —el juez hizo una marca en el polvo sobre
la portada del libro y se llenó los dedos de tóner—
322
. Hable con el encargado del edificio, y hágale
saber que el sistema de filtrado de aire va a ser
inspeccionado, y que va en serio y no se trata de
una petición de soborno.
—Sí, señor —dijo Chang. Echó la silla hacia
atrás, se levantó, hizo un saludo y salió del
restaurante, deteniéndose sólo para sacar un pali‐
llo de dientes del dispensador en la entrada.
Hubiese sido aceptable que acabase su almuerzo,
pero, en el pasado, Chang había demostrado
preocupación por la seguridad de la niña, y
aparentemente no quería malgastar el tiempo.
—Señorita Pao, coloque dispositivos de
vigilancia en el piso de la chica. Al principio
cambiaremos y verificaremos las cintas una vez al
día. Si el libro no es detectado pronto,
empezaremos a cambiarlas una vez por semana.
323
—Sí, señor —dijo la señorita Pao. Se colocó las
gafas fenomenos‐cópicas. Una luz de colores se
reflejaba en la superficie de sus ojos mientras se
perdía en algún tipo de interfaz. El juez Fang llenó
su taza, la colocó entre las palmas, y paseó por el
borde de la terraza. Tenía cosas más importantes
de qué preocuparse que una niña y su libro; pero
sospechaba que a partir de ahora en eso sería en lo
único en lo que pensaría.
Descripción del viejo Shanghai; situación del
Teatro Parnasse; la ocupación de
Miranda
Antes de que los europeos anclasen en ella,
Shanghai había sido una villa fortificada en el río
Huangpu, pocos kilómetros al sur de su
confluencia con el estuario del Yangtsé. La mayor
parte de su arquitectura era estilo dinastía Ming
muy sofisticado: jardines privados para las familias
ricas, una calle de tiendas aquí y allá para ocultar
324
los barrios bajos, un salón de té raquítico y
vertiginoso que se elevaba desde una isla en el
centro de un estanque. Más recientemente la
muralla había sido derribada y se había construido
un camino de circunvalación sobre sus cimientos.
La vieja concesión francesa había rodeado el lado
norte, y en ese vecindario, en una esquina que
miraba a la carreta anular dentro de la vieja ciudad,
se había construido el Teatro Parnasse a finales del
siglo XIX. Miranda había trabajado allí durante
cinco años, pero la experiencia había sido tan
intensa que a menudo le parecían más bien cinco
días.
El Parnasse había sido construido cuando los
europeos se tomaban en serio su europeidad y no
se disculpaban por ella. La fachada era clásica: un
pórtico de tres cuartos en la esquina, soportado por
columnas corintias, todo fabricado con caliza
blanca. El pórtico estaba rodeado por una
marquesina blanca, del año 1990, rodeada por
325
tubos de neón púrpuras y rosas. Hubiese sido muy
fácil arrancarla y sustituirla por algo mediatrónico,
pero disfrutaban sacando las escaleras de bambú y
colocando las letras de plástico negro en su sitio,
anunciando lo que hiciesen esa noche. A veces
bajaban la gran pantalla mediatrónica y pasaban
películas, y los occidentales venían de todo el Gran
Shanghai, vestidos con esmóquines y trajes de
noche, y se sentaban en la oscuridad viendo
Casablanca o Bailando con lobos. Y al menos dos
veces por mes, la Compañía Parnasse se subía de
veras al escenario y lo hacía: se convertían en
actores en lugar de ractores por una noche, luces,
pintura y disfraces. Lo más difícil era adoctrinar a
la audiencia; a menos que fuesen aficionados al
teatro, siempre querían subirse al escenario e
interactuar, lo que lo alteraba todo. El teatro en
vivo era un gusto antiguo y peculiar, más o menos
al mismo nivel que escuchar cantos gregorianos, y
no pagaba las facturas. Pagaban las facturas con
ractivos.
326
El edificio era alto y estrecho, sacándole todo el
provecho al caro suelo de Shanghai, así que el
proscenio era casi cuadrado, como los viejos
televisores. Encima de él se encontraba el busto de
una olvidada actriz francesa, apoyada en alas
doradas, flanqueada por ángeles con trompetas y
coronas de laurel. El techo era un fresco circular
que representaba a las musas entreteniéndose con
etéreas togas. Colgaba un candelabro del centro;
las bombillas incandescentes habían sido reem‐
plazadas por cosas nuevas que no se agotaban, y
ahora iluminaba por igual las filas de pequeños
asientos colocados muy juntos en la platea. Había
tres balcones y tres pisos de palcos individuales,
dos en el lado izquierdo y dos en el lado derecho
de cada nivel. Las partes delanteras de los palcos y
los balcones estaban pintadas con imágenes de la
mitología clásica, el color predominante allí y en
otras partes era un azul de huevo de petirrojo muy
francés. El teatro estaba lleno de escayolas, así que
327
los rostros de querubines, cansados dioses
romanos, troyanos desapasionados y similares,
estaban siempre sobresaliendo de columnas,
plafones y cornisas, cogiéndote por sorpresa. La
mayor parte de la decoración estaba astillada por
las balas de los fogosos Guardias Rojos durante los
tiempos de la Revolución Cultural. Exceptuando
los agujeros de bala, el Parnasse estaba en una
forma bastante decente aunque, en ocasiones, en el
siglo XX, se habían colocado tuberías de hierro
negro verticales alrededor de los palcos y
horizontalmente frente a los balcones para poder
sujetar las luces. Actualmente las luces tenían el
tamaño de monedas —dispositivos de fase con sus
propias baterías— y podían pegarse en cualquier
sitio y controlarse por radio. Pero los tubos todavía
estaban allí, algo que requería muchas
explicaciones cuando venían los turistas.
Cada uno de los doce palcos tenía su propia
puerta, y una cortina alrededor de la parte
328
delantera para que los ocupantes pudiesen tener
algo de intimidad entre actos. Habían guardado
las cortinas con naftalina y las habían sustituido
por pantallas móviles a prueba de ruido, también
habían sacado los asientos y los habían colocado en
el sótano. Ahora cada palco era una habitación
privada en forma de huevo del tamaño justo para
servir de escenario corporal. Esos doce escenarios
generaban el setenta y cinco por ciento de los
ingresos del Teatro Parnasse.
Miranda comprobó su escenario media hora
antes para realizar un diagnóstico de su rejilla
tatuada. Los ʹsitos no duraban para siempre; la
electricidad estática o los rayos cósmicos podían
sacarlos de su posición, y si dejabas que tu
instrumento de trabajo se arruinase por pura
vagancia, no merecías llamarte ractor.
Miranda había decorado las paredes muertas de
su propio escenario con pósters y fotos de modelos,
329
en su mayoría actrices de los pasivos del siglo
veinte. Tenía una silla en una esquina para papeles
que exigían sentarse. También había una pequeña
mesa de café donde colocó su latte triple, una
botella de dos litros de agua mineral y una caja de
pastillas para la garganta. Luego se quitó la ropa y
se quedó en leo‐tardos y mallas negras, colgando la
ropa de calle tras la puerta. Otro ractor se hubiese
quedado desnudo, hubiese vestido ropas de calle o
hubiese intentado encajar el traje con el papel que
interpretaba, si era lo suficientemente afortunado
para saberlo por adelantado. En esa época, sin
embargo, Miranda nunca lo sabía. Tenía pujas para
Kate en la versión ractiva de La fierecilla domada
(que era una carnicería, pero popular entre cierto
tipo de usuario masculino); Escarlata OʹHara en el
ractivo Lo que el viento se llevó; una agente doble
llamada Usa en un thriller de espionaje situado en
un tren que atravesaba la Alemania nazi; y Rhea,
una damisela neovictoriana en apuros en Ruta, de
la seda, una comedia romántica de aventuras
330
situada en el lado equivocado del Shanghai
contemporáneo. Ella misma había creado el papel.
Después de que llegasen los buenos comentarios
(«¡un retrato sorprendentemente Rhea‐lista por
parte de la recién llegada Miranda Red‐path!»)
había interpretado poco más durante un par de
meses, aunque su tarifa era tan alta que la mayoría
de los usuarios optaban por una suplente o se
contentaban con mirar pasivamente por una
décima parte del precio. Pero el distribuidor había
hecho una chapuza con la publicidad cuando
intentaron llevarla más allá del mercado de
Shanghai, y ahora Ruta de la seda se encontraba en
el limbo mientras rodaban varias cabezas.
Cuatro papeles principales era todo lo que podía
mantener en la cabeza simultáneamente. Los
apuntadores hacían posible interpretar cualquier
papel sin haberlo visto antes, si no te importaba
quedar como una idiota. Pero Miranda tenía ahora
una reputación y no podía permitirse malos
331
trabajos. Para llenar los huecos cuando las cosas
iban lentas, tenía otra tarifa bajo otro nombre, para
trabajos más fáciles: en su mayoría trabajos de
narración, más cualquier cosa que tuviese que ver
con niños. No tenía hijos propios, pero todavía se
comunicaba con los que había cuidado durante sus
días de institutriz. Le encantaba ractuar con niños,
y, además, era un buen ejercicio para la voz, reci‐
tando esas pequeñas rimas de la forma adecuada.
—Practicar Kate de La fierecüla —dijo, y la
constelación en forma de Miranda fue
reemplazada por una mujer de pelo oscuro con fe‐
linos ojos verdes, vestida con un traje que era el
concepto que tenía un diseñador de lo que una
mujer rica de la Italia del Renacimiento querría
vestir. Miranda tenía grandes ojos de conejo
mientras que Kate tenía ojos de gato, y los ojos de
gato se usaban de forma distinta a los ojos de
conejo, especialmente cuando se lanzaba alguna
frase ingeniosa. Cari Hollywood, el fundador de la
332
compañía y dramaturgo, que se había sentado
pasivamente en su Fierecilla, le había sugerido que
necesitaba más trabajo en esa área. No muchos
clientes disfrutaban de Shakespeare o siquiera
sabían quién era, pero los que sí lo sabían tendían
a estar en la zona de ingresos más alta y valía la
pena dirigirse a ellos. Normalmente ese tipo de
motivación no surtía efecto en Miranda, pero había
descubierto que algunos de aquellos caballeros
(idiotas esnobs, sexistas y ricos) eran muy buenos
ractores. Y todo profesional sabía que era un
extraño placer ractuar con alguien que sabía lo que
hacía.
El Turno comprendía el prime time de Londres,
la Costa Este y la Costa Oeste. En hora de
Greenwich, comenzaba alrededor de las nueve de
la tarde, cuando los londinenses acababan de cenar
y buscaban algo para entretenerse, y acababa a las
siete de la mañana cuando los californianos se iban
a la cama. No importaba en qué zona horaria
333
viviesen, todos los ractores intentaban trabajar
durante esas horas. En la zona horaria de
Shanghai, El Turno iba desde las cinco de la madru‐
gada hasta la tarde, y a Miranda no le importaba
pasarse un poco si algún californiano bien situado
quería estirar un ractivo hasta bien entrada la
noche. Algunos de los ractores en su compañía no
llegaban hasta la tarde, pero Miranda todavía
soñaba con vivir en Londres e intentaba llamar la
atención de los sofisticados clientes de esa ciudad.
Por tanto, siempre iba a trabajar temprano.
Cuando acabó su calentamiento y entró,
encontró una oferta esperándola. El agente de
casting, que era un software semiautónomo, había
reunido una compañía de nueve clientes,
suficientes para ractuar en los papeles invitados de
Primera clase a Ginebra, que trataba de intrigas
entre ricos en un tren en la Francia ocupada por los
nazis, y que era a los ractivos lo que La ratonera al
334
teatro pasivo. Era una pieza colectiva: nueve
papeles invitados asumidos por los clientes, tres
papeles algo mayores y llenos de glamour
asumidos por ractores como Miranda. Uno de los
personajes era, sin que los demás lo supiesen, un
espía aliado. Otro era un coronel de incógnito de las
SS, otro era un judío en secreto, otro era un agente
de la Cheka. A veces había un alemán que
intentaba escapar al lado aliado. Pero nunca se
sabía quién era quién cuando comenzaba el
ractivo; el ordenador cambiaba los papeles al azar.
Se pagaba bien por el alto ratio pagador/pagado.
Miranda aceptó provisionalmente la oferta. Otro
de los papeles todavía no había sido ocupado, así
que mientras esperaba, pujó y ganó un trabajo de
relleno. El ordenador la transformó en la cara de
una adorable joven cuyo rostro y pelo tenía el
aspecto de la moda de Londres en ese momento;
llevaba el uniforme de una agente de billetes de la
British Airways.
335
—Buenas tardes, señor Oremland —dijo efusiva,
leyendo el apuntador. El ordenador produjo una
voz aún más animada y realizó sutiles correcciones
en su acento.
—Buenas tardes, esto... Margaret —dijo el
británico con papada mirando fuera del panel del
mediatrón. Llevaba gafas y tuvo que entrecerrar
los ojos para leer su nombre en la tarjeta que
llevaba prendida al pecho. Llevaba la corbata
suelta sobre el pecho, un gin tonic en una mano
peluda, y le gustaba el aspecto de aquella Margaret.
Eso estaba casi garantizado, ya que Margaret había
sido creada por el ordenador de marketing en
Londres, que sabía más sobre los gustos de los
caballeros en materia de chicas de lo que a ellos les
hubiese gustado creer.
—¿¡Seis meses sin vacaciones!? Qué aburrido —
dijo Miranda/Margaret—. Debe de estar haciendo
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algo terriblemente importante —siguió diciendo,
graciosa sin ser desagradable, compartiendo un
chiste‐cito entre los dos.
—Sí, supongo que incluso ganar mucho dinero se
hace aburrido con el tiempo —contestó el hombre,
más o menos en el mismo tono.
Miranda miró la hoja de personajes de Primera
clase a Ginebra. Estaba jodida si ese señor
Oremland se pasaba hablando y la obligaba a dejar
el papel importante. Aunque parecía de esa clase
de tíos inteligentes.
—Sabe, es una buena época para visitar Allantan
Oeste en África, y la nave aérea Gold Coast saldrá
en dos semanas... ¿le reservo un cuarto para usted?
¿Quizá con una acompañante?
El señor Oremland parecía dubitativo.
337
—Llámame pasado de moda —dijo—, pero
cuando dice África, pienso sida y parásitos.
—Oh, no en África Oeste, señor, no en las nuevas
colonias. ¿Le gustaría un tour rápido?
El señor Oremland le dio a Miranda/Margaret
un largo y escrutador vistazo sexual, suspiró,
comprobó la hora y pareció recordar que ella era
un ser imaginario.
—Gracias igualmente —dijo y la cortó.
Justo a tiempo; la hoja de Ginebra acababa de
llenarse. Miranda sólo tenía unos segundos para
cambiar de contexto y meterse en el personaje de
Use antes de encontrarse sentada en un vagón de
primera clase, en un tren de pasajeros de mediados
del siglo veinte, mirando en el espejo a una diosa
de hielo rubia de ojos azules y mejillas altas.
338
Abierta sobre la mesa había una carta escrita en
yiddish.
Así que esa noche ella era la judía de incógnito.
Rompió la cana en trozos pequeños y los tiró por la
ventana, luego hizo lo mismo con un par de
estrellas de David que sacó del joyero. Aquello era
un racti‐vo total y no había nada que impidiese a
cualquier otro personaje el entrar en su coche y
registrar todas sus posesiones. Luego acabó de
ponerse el maquillaje y elegir traje, y fue al coche
comedor para cenar. Casi todos los demás
personajes estaban ya allí. Los nueve amateurs
estaban rígidos y envarados como siempre, los
otros dos profesionales circulaban a su alrededor
intentando soltarlos un poco, romper su
autoconsciencia y colocarlos en sus personajes.
Ginebra, acabó durando tres horas. Uno de los
clientes casi la echa abajo, ya que claramente se
había apuntado exclusivamente con el propósito
339
de llevarse a Use a la cama. Él resultó ser el coronel
secreto de las SS; pero estaba tan obsesionado con
follarse a Use que pasó toda la tarde fuera de su
personaje. Finalmente Miranda lo atrajo a la coci‐
na en la parte trasera del coche comedor, le metió
un cuchillo de carnicero de un pie de largo, y lo
dejó en el refrigerador. Había interpretado aquel
papel un par de cientos de veces y conocía la
posición de cada objeto potencialmente letal en el
tren.
Después de un ractivo se consideraba buenas
maneras ir a la Habitación de Invitados, un pub
virtual donde charlar fuera del personaje con los
otros ractores. Miranda pasó de eso porque sabía
que aquel desgraciado estaría esperándola.
Luego hubo una pausa de una hora más o
menos. El prime time en Londres ya había
pasado, y los neoyorquinos estaban cenando.
340
Miranda fue al baño, comió un poco, y cogió un
par de trabajos infantiles.
Los chicos de la Costa Oeste volvían de la
escuela y se metían directamente en los caros
ractivos educacionales que los padres ponían a su
disposición. Esas cosas creaban una plétora de
papeles extremadamente cortos pero divertidos;
en rápida sucesión el rostro de Miranda se
transformó en un pato, un conejo, un árbol
parlante, la eternamente elusiva Carmen
Sandiego, y el repulsivamente empalagoso
Doogie el Dinosaurio. Cada uno representaba un
par de líneas como mucho:
—¡Eso es! ¡B es por balón! Me gusta jugar con
balones, ¿y a ti, Matthew?
—¡Vamos, Victoria! ¡Puedes hacerlo!
341
—Las hormigas soldado tienen mandíbulas
mayores y más fuertes que las obreras y
representan un papel importante en la defensa del
hormiguero contra los depredadores.
—¡Por favor, no me arrojes en ese zarzal, Brʹer
Fox!
—¡Hola, Roberta! Te he echado de menos todo el
día. ¿Cómo fue tu viaje a Disneylandia?
—Las naves aéreas del siglo veinte estaban llenas
de hidrógeno inflamable, o aire caliente ineficaz,
pero nuestras versiones modernas están
literalmente llenas de nada en absoluto. Las
nanoestructuras de alta resistencia hacen posible
sacar todo el aire de la envoltura de una nave aérea
y llenarla de vacío. ¿Has estado alguna vez en una
nave aérea, Thomas?
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Nell sigue experimentando con el
Manual; el origen de la Princesa
Nell
—Érase una vez una pequeña princesa llamada
Nell que estaba prisionera en un enorme y
tenebroso castillo situado en una isla...
—¿Porqué?
—Nell y Harv habían sido encerrados en el
castillo por su malvada madrastra.
—¿Por qué no los dejó salir su padre del Castillo
Tenebroso?
—Su padre, que los había protegido de los
caprichos de la malvada madrastra, había salido a
navegar por el mar y no había vuelto nunca.
—¿Por qué no volvió nunca?
343
—Su padre era pescador. Salía en su barca todos
los días. El mar es un lugar vasto y peligroso, lleno
de monstruos, tormentas y otros peligros. Nadie
sabe qué le sucedió. Quizá fue un tonto al navegar
en aquel tiempo, pero Nell sabía que era inútil
lamentar cosas que no se Podían cambiar.
—¿Por qué tenía una madrastra malvada?
—La madre de Nell murió una noche cuando un
monstruo salió del mar y entró en su granja para
llevarse a Nell y Harv, que eran sólo bebés. Ella
luchó con el monstruo y lo mató, pero al hacerlo
sufrió terribles heridas y murió al día siguiente con
sus hijos adoptivos arropados en su regazo.
—¿Por qué vino el monstruo del mar?
‐—Durante muchos años, el padre y la madre de
Nell habían deseado mucho tener hijos pero no
344
habían sido bendecidos hasta un día, cuando el
padre atrapó una sirena en la red. La sirena le dijo
que si le dejaba marchar le concedería un deseo, así
que él pidió dos hijos, un niño y una niña.
»A1 día siguiente, mientras pescaba, se le acercó
la sirena con un capazo. En el capazo había dos
bebés, justo como él había pedido, envueltos en una
sábana de oro. La sirena le advirtió que m él ni su
mujer debían permitir que los niños llorasen de
noche.
—¿Por qué estaban envueltos en una sábana de
oro?
—Eran realmente una princesa y un príncipe
que habían estado en un naufragio. El barco se
hundió, pero el capazo que contenía a los dos bebés
flotó como un corcho en el océano hasta que
llegaron las sirenas y los rescataron. Cuidaron de
ellos hasta encontrar unos buenos padres.
345
»É1 volvió con los dos niños a la granja y se los
enseñó a su mujer, que saltaba de alegría. Vivieron
felices durante algún tiempo, y en cuanto uno de
los bebés lloraba, uno de los padres se levantaba y
lo confortaba. Pero una noche, el padre no volvió
a casa, porque una tormenta había empujado su
barca roja de pesca hasta el interior del mar. Uno
de los bebés empezó a llorar, y la madre se levantó
para confortarlo. Pero cuando el otro empezó a
llorar también, no había nada que pudiese hacer, y
pronto llegó el monstruo.
»Cuando el pescador volvió a casa al día
siguiente, encontró el cuerpo de su mujer tendido
al lado del monstruo, y ambos bebés sin daño. Su
pena fue muy grande, y emprendió la difícil tarea
de criar a dos niños.
»Un día, una desconocida llegó a su puerta. Decía
que había sido expulsada por Reyes y Reinas
346
crueles de la Tierra Más Allá y que necesitaba un
lugar para dormir y que realizaría cualquier trabajo
a cambio. Al principio dormía en el suelo y
cocinaba y limpiaba para el pescador todo el día,
pero a medida que Nell y Harv crecían, comenzó a
darles más y más trabajos, hasta el día en que su
padre desapareció, ellos trabajaban del alba a la
noche, mientras su madrastra no levantaba ni un
dedo.
—¿Por qué el pescador y los bebés no vivían en
el castillo para protegerse del monstruo?
—El castillo era un lugar oscuro y prohibido en
lo alto de una montaña. Al pescador le había dicho
su padre que había sido construido mucho tiempo
atrás por trolls, que se decía que todavía vivían allí.
Y él no tenía las doce llaves.
—¿Tenía la malvada madrastra las doce llaves?
347
—Las mantenía escondidas enterradas en un
lugar secreto mientras el pescador andaba por allí
pero, después de que éste saliera a navegar para no
volver, hizo que Nell y Harv las desenterrasen,
junto con un montón de joyas y oro que había
traído con ella desde la Tierra Más Allá‐ Se cubrió
con el oro y las joyas, luego abrió las puertas de
hierro del Castillo Tenebroso y engañó a Nell y
Harv para que entrasen dentro. Tan pronto como
lo hicieron, cerró las puertas con las doce cerra‐
duras. «¡Cuando se ponga el sol, los trolls os
comerán!», dijo riendo.
—¿Qué es un troll?
—Un monstruo terrible que vive en agujeros en
la tierra y sale en la oscuridad.
Nell empezó a gritar. Cerró el libro de un golpe,
corrió a su cama, cogió a todos los animales de
peluche en los brazos, comenzó a morder la manta
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y lloró durante un rato, meditando el asunto de los
trolls.
El libro se agitó. Nell vio por el rabillo del ojo que
el libro se abría y miró con cuidado, temiendo ver
la imagen de un troll. Pero en su lugar, vio dos
imágenes. Una era la Princesa Nell sentada sobre la
hierba con cuatro muñecas en los brazos. Enfrente
estaba la imagen de cuatro criaturas: un gran
dinosaurio, un conejo, una oca, y una mujer con un
vestido púrpura y pelo púrpura.
El libro dijo:
—¿Te gustaría oír la historia de cómo la Princesa
Nell hizo amigos en el Castillo Tenebroso, donde
menos lo esperaba, y cómo entre todos mataron a
los trolls y lo convirtieron en un lugar seguro para
vivir?
349
—¡Sí! —dijo Nell, y patinó por el suelo hasta
colocarse sobre el libro.
El juez Fang visita el Reino Celeste; se sirve el té en
un lugar antiguo; un encuentro «casual»
con el Doctor X
El juez Fang no se veía afectado por la
incapacidad occidental para pronunciar el nombre
del hombre conocido como Doctor X, a menos que
una combinación de acentos cantones y
neoyorquino pudiese considerarse un
impedimento del habla. Aun así, en sus
discusiones con sus leales subordinados había
adoptado el hábito de llamarle Doctor X.
Nunca había tenido razones para pronunciar su
nombre hasta recientemente. El juez Fang era un
magistrado de distrito para los Territorios Cedidos,
350