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Published by snullbug20, 2019-05-30 18:10:59

La Era Del Diamante - Neal Stephenson

—No es correcto. La riqueza de Nueva


Atlantis es grande, sí. Pero su población


representa un porcentaje pequeño. El hombre


de éxito de Nueva Atlantis está ocupado y tiene


muy poco tiempo para fantasías guionizadas.


Entiéndelo, tiene más dinero pero menos


oportunidades para gastarlo. No, ese mercado


es importante porque todos los demás, los

hombres de las otras phyles, incluyendo a


muchos de Nipón, quieren ser como los


caballeros Victorianos. Mira a los ashan‐tis, los


judíos, la República Costera. ¿Llevan trajes


tradicionales? A veces. Sin embargo,


normalmente llevan trajes de estilo Victoriano.


Llevan un paraguas de Oíd Bond Street. Tienen


un libro de historias de Sherlock Holmes.

Actúan en los ractivos Victorianos, y cuando


deben dar rienda suelta a sus impulsos


naturales, vienen a mí, y les doy una fantasía


guionizada que fue originalmente pedida por



1051

un caballero que vino de tapadillo por la Altavía


desde Nueva Atlantis. —De forma poco


característica, madame Ping convirtió sus garras


en piernas y las hizo correr sobre la mesa, como


un vicky furtivo que intentase llegar a Shanghai


sin ser detectado por un monitor. Reconociendo


la indirecta, Nell se cubrió la boca con una mano


enguantada y rió disimuladamente.




»De esa forma, madame Ping realiza un truco


de magia: convierte a un cliente satisfecho de


Nueva Atlantis en miles de clientes de todas las


demás tribus.





—Debo confesar que estoy sorprendida —se


aventuró Nell—. Por mi falta de experiencia en

estas materias, había supuesto que cada tribu


tendría preferencias distintas.










1052

—Cambiamos un poco los guiones —dijo


madame Ping—, para tener en cuentas


diferencias culturales. Pero la historia nunca


cambia. Hay muchas gentes y muchas tribus,


pero pocas historias.








Prácticas peculiares en los bosques; la República


Distribuida


Reformada; una extraordinaria conversación en

una cabina


de troncos; CryptNet; los Hackworth parten





Una lenta cabalgada de medio día hacia el este


los llevó hasta las faldas de las Cascadas, donde


las nubes, que fluían eternamente desde el


Pacífico, eran obligadas a ir hacia arriba por el


terreno ascendente y a descargarse de su


inmenso almacén de humedad. Los árboles eran


gigantescos, elevándose sin ramas muy por

encima de sus cabezas, los troncos brillando por


1053

el musgo. El paisaje era un tablero de ajedrez de


bosque viejo alternando con trozos que habían


sido talados en el siglo anterior; Hackworth


intentó guiar a Secuestrador hacia estos últimos,


porque la escasez de raíces y troncos caídos


proporcionaba un camino más suave. Pasaron al


lado de los restos de una ciudad maderera aban‐


donada, la mitad pequeños edificios de tablillas

y la otra mitad hogares móviles cubiertos de


moho y oxidados. A través de las ventanas


sucias podían verse vagamente carteles que


decían ESTE HOGAR DEPENDE DEL DINERO


DE LA MADERA. Árboles jóvenes de tres metros


crecían por entre las aberturas de las calles. Setos


estrechos de arbustos de arándanos y


zarzamoras crecían en los desagües de lluvia de

las casas, y viejos y enormes coches, inclinados


sobre ruedas deshinchadas y rotas, se habían


convertido en soportes para los don diego de


día y otras plantas trepadoras. También pasaron



1054

por un viejo campamento minero que había sido


abandonado mucho antes. En su mayor parte,


los signos de ocupación moderna eran


relativamente sutiles. Las casas tenían allí el


estilo sin pretensiones que era del gusto de los


khans del software de cerca de Seattle y, de vez


en cuando, cierto número de ellas se reunían


alrededor de una plaza central con salones de

juego, cafés, tiendas y otras amenidades. Él y


Piona se detuvieron en uno de esos lugares para


intercambiar umus por café, bocadillos y rollos


de canela.





Los senderos sin señalar y entrecruzados


hubiesen sido confusos para cualquiera que no


fuese un nativo. Hackworth había estado allí

antes. Había obtenido las coordenadas de la


segunda galleta de la fortuna en la guantera de


Secuestrador, que era mucho menos críptica


que la primera que había leído. No tenía forma



1055

de saber si realmente iba a algún sitio. Su fe no


comenzó a vacilar hasta que llegó la tarde, las


nubes eternas cambiaron de plata a gris oscuro,


y notó que la ca‐balina los llevaba más y más


alto hacia zonas menos densamente pobladas.





Luego vio las piedras y supo que había


elegido el sendero correcto. Una pared de

granito marrón, oscura y húmeda por la niebla


condensada, se materializó ante ellos. La


oyeron antes de verla; no producía ningún


ruido, pero su presencia cambiaba la acústica


del bosque. La niebla se cerraba, y apenas


podían ver la silueta de los árboles de montaña


cubiertos de maleza, doblados por el viento y


alineados incómodamente en lo alto del

acantilado.





Entre los árboles se veía la silueta de un ser


humano.



1056

—Tranquila —informó Hackworth


dirigiéndose a su hija, luego hizo que


Secuestrador se detuviese.





La persona en cuestión tenía el pelo muy


corto y vestía una amplia chaqueta hasta la


cintura y pantalones elásticos; por la curva de

las caderas se sabía que era una mujer.


Alrededor de las caderas se había colocado un


dispositivo de cintas de neón verde: un arnés de


escalada. Sin embargo, no llevaba ninguna otra


parafernalia de campo, ni mochila ni casco y,


tras ella, en lo alto del acantilado, podían


distinguir la silueta de un caballo, buscando en


la tierra con el hocico. De vez en cuando ella

miraba el reloj de pulsera.





Una tenue cuerda colgaba de la hinchada


pared del acantilado desde donde estaba la



1057

mujer. Los últimos metros colgaron sueltos en la


niebla frente a un cómodo refugio protegido por


un saliente.





Hackworth se volvió para conseguir la


atención de Piona, luego señaló algo: una


segunda persona, que se movía por la base del


acantilado, fuera de la vista de la mujer.

Moviéndose con cuidado y en silencio, al final


llegó al refugio del saliente. Cautelosamente


cogió el extremo de la cuerda y ató algo,


aparentemente una pieza de equipo fijada a la


roca. Luego se fue por donde había venido,


moviéndose en silencio y quedando cerca del


acantilado.




La mujer permaneció en silencio y quieta


durante varios minutos, mirando la hora con


más y más frecuencia.






1058

Finalmente se echó varios pasos hacia atrás en


el borde del acantilado, sacó las manos de los


bolsillos de la chaqueta, pareció respirar


profundamente un par de veces, luego corrió


hacia delante y se arrojó al espacio. Gritó


mientras lo hacía, un grito para expulsar su


miedo.




La cuerda corrió por una polea fijada a la parte


alta del acantilado. Ella cayó durante unos


metros, la cuerda se tensó, el nudo del hombre


aguantó, y la cuerda, que era de alguna forma


elástica, la trajo a una firme pero no violenta


parada justo por encima de la perversa pila de


escombros y puntas en la base del acantilado.


Colgando al final de la cuerda, se agarró con una

mano y se inclinó hacia atrás, desnudando la


garganta a la niebla, permitiéndose colgar


indiferente durante unos minutos, gozando en


calma.



1059

Una tercera persona, no vista antes, salió de


entre los árboles. Aquél era un hombre de


mediana edad, y vestía una chaqueta con un par


de toques profesionales como una banda en el


brazo y una insignia sobre el bolsillo. Caminó


bajo la mujer colgante y se ocultó durante un


rato bajo el saliente, y al final soltó la cuerda y la

depositó en silencio en el suelo. La mujer se libró


de la cuerda, se quitó el arnés y se implicó en una


discusión seria con el hombre, que sirvió a los


dos bebida caliente de un termo.





—¿Has oído hablar de esa gente? La República


Distribuida Reformada —le dijo Hackworth a


Piona, todavía en voz baja.




—Sólo conozco la Primera.










1060

—La Primera República Distribuida no se


mantiene junta muy bien; en cierta forma, no se


la diseñó para eso. La empezó un grupo de


personas que era casi por completo anarquista.


Y como probablemente has aprendido en la


escuela, se ha dividido en un número terrible de


facciones.




—Tengo algunos amigos en la P.R.D. —dijo


Piona.





—¿Tus vecinos?





—Sí.





—Khans del software —dijo Hackworth—. La

P.R.D. va bien para ellos, porque tienen algo en


común: antiguo dinero del software. Son casi


como Victorianos; muchos se pasan y prestan el


Juramento al hacerse viejos. Pero para la



1061

mayoría de la clase media, la P.R.D. no ofrece


ninguna religión central o identidad étnica.





—Así que se balcaniza.





—Precisamente. Esa gente —dijo Hackworth,


señalando al hombre y a la mujer en la base del


acantilado—, pertenecen a la R.D.R., República

Distribuida Reformada. Muy similar a la P.R.D.,


con una diferencia importante.





—¿El ritual que acabamos de ver?





—Ritual es una buena descripción —dijo


Hackworth—. Hoy por la mañana, el hombre y


la mujer recibieron la visita de mensajeros que

les dieron un lugar y una hora, nada más. En ese


caso, la tarea de la mujer era saltar del acantilado


a una hora determinada. La tarea del hombre era







1062

atar el extremo de la cuerda antes de que ella


saltase. Una tarea muy simple...





—Pero si no lo hubiese hecho ella estaría


muerta —dijo Piona.





—Exactamente. Sacan los nombres de un


sombrero. A los participantes se les advierte con

unas pocas horas de antelación. Aquí, el ritual se


realiza con un acantilado y una cuerda, porque


resulta que hay un acantilado cerca. En otros


nodos de la R.D.R., el mecanismo puede ser


diferente. Por ejemplo, una persona A podría


entrar en una habitación, sacar una pistola de


una caja, cargarla con munición de verdad,


volver a meterla en la caja y luego salir de la

habitación durante diez minutos. Durante ese


tiempo, la persona B se supone que entra en la


habitación y reemplaza la munición real con


balas de fogueo de igual peso. Luego la persona



1063

A vuelve a la habitación, apunta la pistola a su


cabeza y dispara.





—Pero la persona A no tiene forma de saber si


la persona B ha hecho su trabajo.





—Exactamente.




—¿Cuál es el papel de la tercera persona?





—Un procurador. Un funcionario de la R.D.R.


que vigila que los dos participantes no intenten


comunicarse.





—¿Con qué frecuencia debe uno pasar por


este ritual?




—Tantas veces como salgan al azar, quizás


una vez cada par de años —dijo Hackworth—.


Es una forma de crear dependencia mutua. Esas



1064

personas saben que pueden confiar los unos en


los otros. En una tribu como la P.R.D., cuya


visión del universo no contiene absolutos, ese


ritual crea un absoluto artificial.





La mujer acabó la bebida caliente, le dio la


mano al procurador y comenzó a subir por una


escalera de polímero fijada a la roca, que la llevó

de vuelta al caballo. Hackworth hizo que


Secuestrador comenzase a moverse, siguiendo


un sendero paralelo a la base del acantilado, y


que seguía durante medio kilómetro más o


menos hasta que se unía al sendero que venía de


arriba. Unos minutos después, la mujer se


acercó, montando su caballo, un modelo


biológico pasado de moda.




Parecía una mujer saludable, sincera, de


mejillas sonrosadas todavía bajo los efectos de la


adrenalina por su salto a lo desconocido, y los



1065

saludó desde la distancia, sin la reserva de los


neovictorianos.





—¿Cómo está usted? —dijo Hackworth,


quitándose el sombrero.





La mujer apenas miró a Piona. Hizo que el


caballo se detuviese, y fijó los ojos en el rostro de

Hackworth. Parecía distraída.





—Le conozco —dijo—, pero no sé su nombre.





—Hackworth, John Percival, a su servicio.


Ésta es mi hija Piona.





—Estoy segura de que jamás he oído ese

nombre —dijo la mujer.





—Yo estoy seguro de no haber oído jamás el


suyo —dijo Hackworth alegremente.



1066

—Maggie —dijo la mujer—. Esto me está


volviendo loca. ¿Dónde nos hemos conocido?





—Esto puede parecerle extraño —dijo


Hackworth con suavidad—, pero si usted y yo


pudiésemos recordar todos nuestros sueños,


cosa que, por supuesto, no podemos hacer, y si

comparásemos notas durante el tiempo


suficiente, probablemente descubriríamos que


hemos compartido algunos con el paso de los


años.





—Mucha gente tiene sueños similares —dijo


Maggie.




—Perdóneme, pero no me refiero a eso —dijo


Hackworth—. Me refiero a la situación en que


cada uno de nosotros conservaría su punto de


vista personal. Yo la vería a usted. Usted me



1067

vería a mí. Luego podríamos compartir ciertas


experiencias juntos; cada uno viéndolas desde


su propia perspectiva.





—¿Como un ractivo?





—Sí—dijo Hackworth—, por no hay que


pagar por ello. No con dinero, en cualquier caso.




El clima local se prestaba a las bebidas


calientes. Maggie ni se quitó la chaqueta antes de


entrar en la cocina para poner la tetera al fuego.


El lugar era una cabina de troncos, más amplia


de lo que parecía desde fuera, y aparentemente


Maggie la compartía con otras personas que no


se encontraban allí en ese momento. Piona, en el


camino de ida y vuelta al baño, quedó fascinada

al ver evidencias de hombres y mujeres


viviendo, durmiendo y bañándose juntos.








1068

Después de sentarse a tomar el té, Hackworth


convenció a Maggie para que metiese el dedo en


un dispositivo del tamaño de un dedal. Cuando


él se sacó el objeto del bolsillo, Piona tuvo una


fuerte sensación de deja vu. Ella lo había visto


antes, y era importante. Sabía que su padre lo


había diseñado; tenía todas la marcas de su

estilo.





Se sentaron hablando de cosas intrascendentes


durante unos minutos. Piona tenía muchas


preguntas sobre el funcionamiento de la R.D.R.,


que Maggie, una creyente convencida, estuvo


encantada de contestar. Hackworth había


extendido una hoja de papel en blanco sobre la

mesa, y al pasar los minutos, comenzaron a


aparecer en ella imágenes y palabras y subieron


por la página a medida que se llenaba. El dedal,


explicó, había colocado algunos bichos de



1069

reconocimiento en la corriente sanguínea de


Maggie, que habían reunido información,


saliendo por los poros cuando se les llenaban las


cintas, y descargando los datos en el papel.





—Parece que usted y yo tenemos conocidos


comunes, Maggie —dijo él después de unos


minutos—. Llevamos en nuestra sangre muchas

tupias iguales. Sólo pueden extenderse por


ciertas formas de contacto.





—Quiere decir, ¿por intercambio de fluidos


corporales? —dijo Maggie categórica.





Piona pensó brevemente en la viejas


transfusiones y probablemente no hubiese

deducido el significado real de la frase si su


padre no se hubiese ruborizado y no la hubiese


mirado momentáneamente.






1070

—Creo que nos entendemos mutuamente—


dijo Hackworth.





Maggie pensó sobre ello un momento y


pareció molestarse, al menos, en la medida en


que una persona feliz y generosa puede


molestarse. Se dirigió a Hackworth pero miraba


a Piona al intentar construir su siguiente frase.




—A pesar de lo que los atlantes puedan


pensar de nosotros, no duermo... es decir, no


practico el s... no tengo tantos compañeros.





—Lamento haber dado la falsa impresión de


haberme formado una idea negativa sobre sus


estándares morales —dijo Hackworth—. Por

favor, tenga por seguro que no me considero a


mí mismo en posición de juzgar a otros en ese


aspecto. Sin embargo, si tuviese la amabilidad







1071

de decirme con quién, o quiénes, en el último


año más o menos...





—Sólo uno —dijo Maggie—. Ha sido un año


lento —luego dejó el vaso de té sobre la mesa


(Piona se había sorprendido ante la falta de


platillos) y se inclinó hacia atrás, mirando a


Hackworth en alerta— Es raro que le esté

contando estas cosas... a usted, un extraño.





—Por favor, permítame que le recomiende que


confíe en sus instintos y que no me considere un


extraño.





—Tuve un asunto. Hace meses y meses. Eso


es todo.




—¿Dónde?










1072

—Londres —una ligera sonrisa pasó por el


rostro de Maggie—. Pensarían que viviendo


aquí iría a un sitio cálido y soleado. Pero fui a


Londres. Supongo que hay un pequeño


Victoriano en el interior de todos nosotros.





»Fue un tío —siguió diciendo Maggie—.


Había ido a Londres con un par de amigas. Una

de ellas era otra ciudadana de la R.D.R. y la otra,


Trish, abandonó la R.D.R. hace tres años y


cofundó un nodo local de CryptNet. Tienen una


pequeña presencia en Seattle, cerca del mercado.





—Perdone que la interrumpa —dio Piona—,


pero, ¿tendría la amabilidad de explicarme la


naturaleza de CryptNet? Una de mis viejas

amigas del colegio parece haberse unido a ellos.





—Es una phyle sintética. Exclusiva en extremo


—le dijo Hackworth.



1073

—Cada nodo es independiente y


autogobernado —dijo Maggie—. Podrías fundar


un nodo mañana si quisieses. Los nodos están


definidos por contratos. Firmas un contrato en


el que te comprometes a prestar ciertos servicios


cuando te lo pidan.




—¿Qué tipo de servicios?





—Normalmente, entregan datos a tu sistema.


Procesas los datos y los pasas a otro nodo.


Parecía natural para Trish porque era codifica‐


dora, como yo y mis compañeros y la mayor


parte de la gente de por aquí.




—Entonces ¿los nodos tienen ordenadores?





—La gente misma tiene ordenadores,


normalmente sistemas insertados —dijo Maggie



1074

masajeándose inconscientemente el mastoides


tras su oído.





—Entonces ¿un nodo es sinónimo de una


persona?





—En muchos casos —dijo Maggie—, pero a


veces son varias personas con sistemas

implantados quienes están contenidos dentro


del mismo límite de confianza.





—¿Puedo preguntarle qué nivel había


alcanzado el nodo de su amiga Trish? —dijo


Hackworth.


Maggie pareció incierta.




—Ocho o quizá nueve. En cualquier caso,


fuimos a Londres. Mientras estuvimos allí,


decidimos ir a unos espectáculos. Quería ver las







1075

grandes producciones. Ésas estaban bien... Vimos


un buen Doctor Faustus en el Olivier.





—¿El de Marlowe?





—Sí. Pero Trish tenía la habilidad de encontrar


todos esos pequeños teatros alternativos que yo


nunca hubiese encontrado ni en un millón de

años; no estaban señalados, y realmente no se


anunciaban por lo que pude ver. Vimos material


muy radical... realmente radical





—Imagino que no usa el adjetivo en el sentido


político —dijo Hackworth.





—No, me refiero a la forma en que estaba

representado. En una representación


caminamos por un viejo edificio bombardeado


en Whi‐techapel, lleno de gente moviéndose


alrededor, y comenzaron a pasar todo tipo de



1076

cosas extrañas y, al cabo de un rato,


comprendimos que algunas de las personas eran


actores y otras, audiencia, y que todos éramos las


dos cosas simultáneamente. Era genial...


supongo que cosas así pueden cogerse en la red


en cualquier momento, en un ractivo, pero era


mucho mejor que fuese real, con cuerpos reales


alrededor. Me sentí feliz. De cualquier forma, él

iba al bar a por una pinta, y se ofreció a traerme


una. Empezamos a hablar. Una cosa llevó a otra.


Era realmente inteligente, realmente sexy. Un


tipo africano que sabía mucho de teatro. El lugar


tenía habitaciones traseras. Algunas con camas.





—Después de acabar —dijo Hackworth—,


¿experimentó alguna sensación inusual?




Maggie echó la cabeza atrás y rió, pensando


que aquél era un detalle de humor por parte de


Hackworth. Pero él hablaba en serio.



1077

—¿Después de que acabásemos? —dijo ella.





—Sí. Digamos, unos minutos después.





De pronto Maggie pareció desconcertada.





—Sí, de hecho —dijo—. Me puse caliente. Muy

caliente. Tuve que irme, porque pensé que tenía


la gripe o algo así. Volvimos al hotel, y yo me


quité la ropa y salí al balcón. Tenía una fiebre de


cuarenta grados. Pero a la mañana siguiente me


sentía bien. Y he estado bien desde entonces.





—Gracias, Maggie —dijo Hackworth,


levantándose y guardando la hoja de papel.

Piona también se levantó, siguiendo el ejemplo


de su padre—. Antes de su viaje a Londres,


¿había sido activa su vida social?






1078

Maggie se puso un poco colorada.





—Relativamente activa durante unos años, sí.





—¿Qué tipo de gente? ¿Tipos de CryptNet?


¿Gente que pasaba mucho tiempo en el agua?





Maggie negó con la cabeza.




—¿En el agua? No lo entiendo.





—Pregúntese a sí misma por qué ha estado tan


inactiva, Maggie desde su relación con el señor...


—Beck. Señor Beck.





—Con el señor Beck. ¿No podría ser que

encontró la experiencia un poco alarmante?


¿Intercambio de fluidos corporales seguido de


un violento aumento de la temperatura?






1079

Maggie tenía cara de póquer.





—Le recomiendo que investigue el tema de la


combustión espontánea —dijo Hackworth. Y sin


más ceremonia, recogió su sombrero y paraguas


de la entrada y guió a Piona de vuelta al bosque.





Hackworth dijo:




—Maggie no te lo contó todo sobre CryptNet.


Para empezar, se cree que tiene muchas


conexiones desagradables y son un foco cons‐


tante de investigación de Defensa del Protocolo.


Y —Hackworth rió triste— es claramente falso


que diez sea el máximo nivel.




—¿Cuál es el fin de la organización? —


preguntó Piona.










1080

—Se presenta a sí misma como un colectivo de


proceso de datos de éxito moderado. Pero sus


fines reales sólo pueden ser conocidos por


aquellos incluidos en la élite de confianza del


nivel trigesimotercero —dijo Hackworth,


hablando más despacio al intentar recordar


cómo sabía esas cosas—. Se rumorea que, dentro


de ese selecto círculo, cualquier miembro puede

matar a cualquier otro simplemente pensando


en ello.





Piona se inclinó hacia delante y pasó los brazos


cómodamente alrededor del cuerpo de su padre,


colocó la cabeza entre los hombros y apretó.


Pensaba que el tema CryptNet estaba cerrado;


pero un cuarto de hora más tarde, mientras

Secuestrador los llevaba seguros por entre los


árboles hacia Seattle, su padre habló de nuevo,


siguiendo la frase donde la había dejado, como


si sólo se hubiese detenido para respirar. Su voz



1081

era lenta y parecía en trance, las memorias


fluyendo hacia fuera desde el almacenamiento


profundo, con poca participación de su mente


consciente.





—El verdadero deseo de CryptNet es la


Simiente; una tecnología que, en sus diabólicos


esquemas, algún día sustituirá a la Toma , sobre
6
la que se basa nuestra sociedad y muchas otras.


Para nosotros, el Protocolo nos ha traído la paz


y la prosperidad; para CryptNet, sin embargo,


es un despreciable sistema de opresión. Creen


que la información tiene un poder casi místico


para fluir libre y autorreplicarse, como el agua


busca su nivel o las llamas van hacia arriba; y


careciendo de un código moral, confunden

inevitabilidad con Razón. Desde su punto de


vista, algún día, en lugar de Tomas que acaban


en compiladores de materia, tendremos



6 En el original, las palabras (Peed) y Simiente (Seed) se diferencian sólo en la primera letra. No he podido, o no he sabido,
traducir ese juego de palabras. (N. del T.)
1082

Simientes que, plantadas en la tierra, crecerán


para convertirse en casas, hamburguesas, naves


espaciales y libros; que la Simiente será un


desarrollo inevitable a partir de la Toma, y que


sobre ella se creará una sociedad mucho más


evolucionada.





Se detuvo un momento, respiró

profundamente y pareció despertar; entonces


habló de nuevo, con voz más clara y fuerte.





—Por supuesto, no podemos permitirlo: la


Toma no es un sistema de control y opresión,


como mantiene CryptNet. Es la única forma


de mantener el orden en una sociedad


moderna: si todos poseyesen una Simiente,

cualquiera podría producir armas cuyo poder


destructivo rivalizaría con el de las armas


nucleares isabelmas. Por eso Defensa del







1083

Protocolo considera tan oscuras las


actividades de CryptNet.





Los árboles se abrieron para revelar un largo


lago azul bajo ellos. Secuestrador encontró el


camino a una carretera, y Hackworth lo puso


a medio galope. En unas horas, padre e hija se


acostaban en los camastros de un camarote de

segunda clase en la nave aérea Islas Malvinas,


con destino a Londres.







Del Manual, las actividades de la Princesa


Nell como duquesa

de Turing; el Castillo de las Compuertas; otros


castillos; el Mercado


de los Códigos; Nell se prepara para su viaje


final





La Princesa Nell permaneció en el Castillo


Turing durante varios meses. En su búsqueda



1084

de las doce llaves, había entrado en muchos


castillos, engañado a muchos centinelas, abierto


muchas cerraduras, y robado sus tesoros; pero


el Castillo Turing era un lugar completamente


diferente, un lugar que seguía reglas y


programas diseñados por un hombre y que


podían ser reescritos por otro que fuese adepto


al lenguaje de los unos y los ceros. No tenía por

qué contentarse con entrar, coger las chucherías


y huir. El Castillo Turing era suyo. Sus tierras se


convirtieron en el reino de la Princesa Nell.


Primero dio un entierro decente al duque de


Turing. Luego estudió sus libros hasta que los


dominó. Se familiarizó con los estados en que


los soldados y el duque mecánicos, podían


programarse. Entró un nuevo programa

principal en el duque y luego volvió a dejar


girar el enorme Eje que movía al castillo. Sus


primeros esfuerzos no tuvieron éxito, porque su


programa contenía muchos errores. El propio



1085

duque original lo había sufrido; los llamaba


bugs, en referencia a un enorme escarabajo que


se había quedado atrapado en una de las


cadenas durante uno de los primeros


experimentos y que había bloqueado


violentamente la primera máquina de Turing .
7

Pero con mucha paciencia, la Princesa Nell


arregló todos los bugs y convirtió al duque

mecánico en un devoto sirviente. A su vez, el


duque tenía la habilidad de transmitir un único


programa a todos los soldados, por lo que una


orden dada por Nell se esparcía con rapidez


por todo el ejército.


Por primera vez en su vida, la Princesa Nell


tenía un ejército y sirvientes, pero no era un


ejército que sirviese para conquistar, porque los

resortes en las espaldas de los soldados perdían










7 «Bug», literalmente «bicho», es el nombre que se da en informática a los errores de programación. Se hace en este párrafo referencia
a una historia real sucedida en el ordenador Harvard Mark II del Centro Naval de Guerra de Superficie en 1947. Por otra parte, el
uso de la palabra «bug» en inglés para referirse a defectos en el diseño mecánico se remonta hasta al menos el siglo XIX. (N. del T.)
1086

fuerza con rapidez, y carecían de la adap‐


tabilidad de los soldados humanos. Aun así, era


una fuerza efectiva tras las paredes del castillo y


la aseguraban contra cualquier posible agresor.


Siguiendo procedimientos de mantenimiento


que habían sido establecidos por el duque


original, la Princesa Nell hizo que los soldados


engrasasen las ruedas, reparasen los ejes

estropeados y los cojinetes gastados, y que


construyesen nuevos soldados a partir de las


piezas almacenadas.


Le reconfortó su éxito. Pero el Castillo Turing


era sólo uno de los siete estados ducales en


aquel reino, y sabia que le quedaba mucho


trabajo por hacer.


El territorio alrededor del castillo estaba lleno

de bosques, pero cumbres cubiertas de hierba se


elevaban a varios kilómetros de distancia, y


sobre los muros del castillo con el telescopio del


duque original, Nell podía ver allí caballos



1087

salvajes paciendo. Púrpura le había revelado los


secretos para amaestrar caballos salvajes, y Oca


le había enseñado a ganarse su afecto, por lo que


Nell montó una expedición a aquellos prados y


volvió una semana más tarde con dos hermosos


mustangs, Café y Crema. Los equipó con una


fina silla de los establos del duque marcada con


la T, porque ese símbolo era ahora suyo y podía

llamarse con justicia duquesa de Turing.


También trajo una silla normal y sin marcar para


poder pasar por persona común si lo necesitaba;


aunque la Princesa Nell se había hecho tan


hermosa con los años y había desarrollado una


figura tan elegante que pocas personas podían


ahora confundirla con una persona normal,


incluso si se vistiese con harapos y caminase

descalza.




Tendida sobre el camastro en el dormitorio de


madame Ping, leyendo aquellas palabras en una





1088

página que brillaba suavemente en medio de la


noche, Nell se sorprendió ante ese comentario.


Las princesas no eran genéticamente diferentes


de las personas normales.






Al otro lado de una pared razonablemente


delgada podía oír el agua corriendo en media


docena de lavabos donde las jóvenes realizaban


sus abluciones crepusculares. Nell era la única


guionista que vivía en el dormitorio de madame


Ping; las otras eran intérpretes y regresaban

ahora de un largo y vigoroso turno, poniéndose


linimento en los hombros, irritados de blandir


palos contra los traseros de los clientes, o


respirando grandes cargas nasales de bichos


programados para buscar sus traseros


inflamados y ayudar a reparar durante la noche


los capilares dañados. Y por supuesto, muchas


otras actividades más tradicionales, como





1089

ducharse, quitarse el maquillaje, hidratarse y


demás Las chicas realizaban esos movimientos


con rapidez, con la eficacia tan poco


autoconsciente que todos los chinos parecían


compartir, discutiendo los sucesos del día en el


seco dialecto shanghainés. Nell llevaba viviendo


un mes con las chicas y empezaba a entender


algunas palabras. De cualquier forma, todas

hablaban inglés.





Se quedó hasta tarde leyendo el Manual en la


oscuridad. El dormitorio era un buen sitio para


ello; las chicas de madame Ping eran


profesionales y después de unos minutos de


murmullos, risas, y mandarse a callar


escandalizadas unas a otras, siempre se

dormían.





Nell presentía que se acercaba al final del


Manual.



1090

Eso hubiese sido evidente incluso si no se


estuviese acercando a Coyote, el duodécimo y


último Rey Feérico. En las últimas semanas,


desde que Nell había entrado en los dominios


del Rey Coyote, el carácter del Manual había


cambiado. Antes, sus Amigos Nocturnos y otros


personajes habían actuado con mentes propias,

incluso si Nell se limitaba a estar pasiva. Leer el


Manual siempre había implicado ractuar con los


otros personajes en el libro mientras pensaba en


la forma de salir de varias situaciones


interesantes.





Recientemente, ese elemento había estado


ausente. El Castillo Turing había sido un buen

ejemplo de los dominios del Rey Coyote: un


lugar con pocos seres humanos, aunque repleto


de lugares y situaciones fascinantes.






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Recorrió en solitario los dominios del Rey


Coyote, visitando un castillo tras otro, y


encontrando un enigma diferente en cada uno.


El segundo castillo (después de Castillo Turing)


estaba edificado en la pendiente de una montaña


y poseía un elaborado sistema de irrigación en el


que el agua de una fuente era dirigida a través


de un sistema de compuertas. Había miles de

aquellas compuertas, y estaban conectadas unas


con otras en grupos pequeños, por lo que la


apertura o cierre de una afectaba, de alguna


forma, a las otras en el grupo. Aquel castillo


cultivaba su propia comida y sufría una


hambruna terrible porque posiblemente la


disposición de compuertas se había estropeado.


Un caballero misterioso y oscuro había ido a

visitar el lugar y aparentemente había salido a


escondidas de su dormitorio en medio de la no‐


che para alterar las conexiones entre algunas


compuertas de forma qu el agua ya no fluía a los
e


1092

campos. Luego había desaparecido, dejando


una nota diciendo que arreglaría el problema a


cambio de un gran rescate en oro y joyas.





La Princesa Nell invirtió algo de tiempo en


estudiar el problema y finalmente notó que el


sistema de compuertas era realmente una ver‐


sión muy sofisticada de una de las máquinas del

duque de Turing. Una vez que comprendió que


el comportamiento de las compuertas era or‐


denado y predecible, no pasó mucho tiempo


antes de ser capaz de programar su


comportamiento y localizar los bugs que el


caballero negro había introducido en el sistema.


Pronto, el agua volvió a fluir por el sistema de


irrigación, y la escasez se alivió.




Las gentes que vivían en el castillo se sentían


agradecidas, lo que ya había esperado. Pero


luego le colocaron una corona sobre la cabeza y



1093

la convirtieron en su jefa, y eso no lo había


esperado.





Sin embargo, pensándolo, la cosa tenía


sentido. Morirían a menos que su sistema


funcionase adecuadamente. La Princesa Nell era


la única persona que sabía cómo funcionaba;


tenía el destino de aquellas gentes en sus manos.

La única elección que tenían era someterse a su


mando.





Y así fue, mientras la Princesa Nell iba de


castillo en castillo, inadvertidamente se encontró


a la cabeza de una rebelión en toda regla contra


el Rey Coyote. Cada castillo dependía de algún


tipo de dispositivo programado que era

ligeramente más complicado que el anterior.


Después del Castillo de las Compuertas, llegó a


un castillo con un magnífico órgano, movido


por la presión del aire y controlado por una



1094

desconcertante red de barras, que podía tocar


música almacenada en una cinta de papel con


agujeros. Un misterioso caballero negro había


programado el órgano para tocar una tonada


triste y deprimente, hundiendo al lugar en una


profunda depresión, de forma que nadie


trabajaba y ni siquiera salía de la cama. Con


algunas pruebas, la Princesa Nell estableció que

el comportamiento del órgano podía simularse


con una disposición extremadamente sofisticada


de compuertas, lo que significaba, a su vez, que


podía reducirse igualmente a un increíblemente


largo y complejo programa para una máquina


de Turing.





Cuando hizo que el órgano funcionase

adecuadamente y que los residentes se


alegrasen, fue a un castillo que funcionaba según


reglas escritas en un gran libro, en un lenguaje


peculiar. Algunas páginas del libro habían sido



1095

arrancadas por el misterioso caballero negro, y la


Princesa Nell tuvo que reconstruirlas,


aprendiendo el lenguaje, que era


extremadamente conciso y usaba muchos


paréntesis. Ya que estaba, demostró lo que era


una conclusión inevitable, es decir, que el sistema


para procesar aquel lenguaje era esencialmente


una versión más compleja del órgano mecánico,

por tanto, una máquina de Turing en esencia.





Luego vino un castillo dividido en muchas


habitaciones pequeñas, con un sistema para


pasar mensajes entre habitaciones por medio de


tubos neumáticos. En cada habitación había un


grupo de personas que respondía a los mensajes


siguiendo ciertas reglas establecidas en libros, lo

que normalmente implicaba enviar más


mensajes a otras habitaciones. Después de


familiarizarse con algunos de los libros de reglas


y establecer que el castillo era otra máquina de



1096

Turing, la Princesa Nell arregló un problema en


el sistema de envío de mensajes que había sido


creado por el fastidioso caballero negro, recogió


otra corona de estado ducal, y fue al castillo


número seis.





Aquel lugar era completamente diferente. Era


mucho mayor. Era mucho más rico. Y al

contrario que los otros castillos en los dominios


del Rey Coyote, funcionaba. Al aproximarse al


castillo, aprendió a mantener el caballo en el


borde del camino, porque los mensajeros pa‐


saban continuamente a su lado a todo galope en


ambas direcciones.





Era un vasto mercado abierto con miles de

puestos, llenos de carros y recaderos llevando


productos en todas direcciones. Pero allí no se


veían vegetales, peces, especias o forraje; el


único producto era información escrita en



1097

libros. Los libros se llevaban de un lugar a otro


en carretillas y transportados aquí y allá sobre


grandes cintas transportadoras de triste aspecto


hechas de cáñamo y arpillera. Los cargadores de


libros chocaban unos con otros, comparaban


notas sobre qué libros llevaban y adonde iban,


e intercambiaban unos libros por otros. Pilas de


libros se vendían en grandes subastas

estridentes; y se pagaban no con oro sino con


otros libros. Bordeando el mercado había


puestos donde los libros se cambiaban por oro,


y más allá, unos pocos callejones donde el oro


podía cambiarse por comida.





En medio de ese tumulto, la Princesa Nell vio


a un caballero negro en un negro caballo,

pasando las páginas de uno de aquellos libros.


Sin más dilación, corrió con el caballo y sacó la


espada. Lo derrotó en singular combate, allí


mismo en medio del mercado, y los libreros se



1098

limitaron a echarse atrás e ignorarlos mientras


la Princesa Nell y el caballero negro se atacaban


mutuamente. Cuando el caballero negro cayó


muerto y la Princesa Nell guardó la espada, la


conmoción volvió a cerrarse sobre ella, como las


aguas turbulentas de un río que se cierran sobre


una piedra caída.




Nell recogió el libro que el caballero negro


había estado leyendo y descubrió que sólo


contenía un galimatías. Estaba escrito en algún


tipo de cifra.





Pasó algún tiempo haciendo reconocimientos,


buscando el centro del lugar, y no encontró


ningún centro. Un puesto era igual al anterior.

No había torre, salón del trono, ningún sistema


claro de autoridad.










1099

Examinando los puestos del mercado con


mayor detalle, vio que cada uno incluía un


hombre que no hacía nada sino sentarse tras una


mesa y descifrar libros, escribiendo el resultado


en largas hojas de papel que daba a otra gente,


que leía el contenido, consultaba libros de


reglas, y dictaba una respuesta al hombre con la


pluma, que la cifraba y la escribía en libros que

eran colocados en el mercado para su entrega.


Los hombres con las plumas, notó, siempre


llevaban llaves enjoyadas colgando de cadenas


alrededor del cuello; la llave era aparentemente


la insignia del gremio de cifradores.





Aquel castillo resultó muy difícil de entender,


y Nell pasó unas semanas trabajando en él. Parte

del problema era que se trataba del primer


castillo visitado por la Princesa Nell que


realmente funcionaba como se suponía; el


caballero negro no había podido estropearlo,



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