—No es correcto. La riqueza de Nueva
Atlantis es grande, sí. Pero su población
representa un porcentaje pequeño. El hombre
de éxito de Nueva Atlantis está ocupado y tiene
muy poco tiempo para fantasías guionizadas.
Entiéndelo, tiene más dinero pero menos
oportunidades para gastarlo. No, ese mercado
es importante porque todos los demás, los
hombres de las otras phyles, incluyendo a
muchos de Nipón, quieren ser como los
caballeros Victorianos. Mira a los ashan‐tis, los
judíos, la República Costera. ¿Llevan trajes
tradicionales? A veces. Sin embargo,
normalmente llevan trajes de estilo Victoriano.
Llevan un paraguas de Oíd Bond Street. Tienen
un libro de historias de Sherlock Holmes.
Actúan en los ractivos Victorianos, y cuando
deben dar rienda suelta a sus impulsos
naturales, vienen a mí, y les doy una fantasía
guionizada que fue originalmente pedida por
1051
un caballero que vino de tapadillo por la Altavía
desde Nueva Atlantis. —De forma poco
característica, madame Ping convirtió sus garras
en piernas y las hizo correr sobre la mesa, como
un vicky furtivo que intentase llegar a Shanghai
sin ser detectado por un monitor. Reconociendo
la indirecta, Nell se cubrió la boca con una mano
enguantada y rió disimuladamente.
»De esa forma, madame Ping realiza un truco
de magia: convierte a un cliente satisfecho de
Nueva Atlantis en miles de clientes de todas las
demás tribus.
—Debo confesar que estoy sorprendida —se
aventuró Nell—. Por mi falta de experiencia en
estas materias, había supuesto que cada tribu
tendría preferencias distintas.
1052
—Cambiamos un poco los guiones —dijo
madame Ping—, para tener en cuentas
diferencias culturales. Pero la historia nunca
cambia. Hay muchas gentes y muchas tribus,
pero pocas historias.
Prácticas peculiares en los bosques; la República
Distribuida
Reformada; una extraordinaria conversación en
una cabina
de troncos; CryptNet; los Hackworth parten
Una lenta cabalgada de medio día hacia el este
los llevó hasta las faldas de las Cascadas, donde
las nubes, que fluían eternamente desde el
Pacífico, eran obligadas a ir hacia arriba por el
terreno ascendente y a descargarse de su
inmenso almacén de humedad. Los árboles eran
gigantescos, elevándose sin ramas muy por
encima de sus cabezas, los troncos brillando por
1053
el musgo. El paisaje era un tablero de ajedrez de
bosque viejo alternando con trozos que habían
sido talados en el siglo anterior; Hackworth
intentó guiar a Secuestrador hacia estos últimos,
porque la escasez de raíces y troncos caídos
proporcionaba un camino más suave. Pasaron al
lado de los restos de una ciudad maderera aban‐
donada, la mitad pequeños edificios de tablillas
y la otra mitad hogares móviles cubiertos de
moho y oxidados. A través de las ventanas
sucias podían verse vagamente carteles que
decían ESTE HOGAR DEPENDE DEL DINERO
DE LA MADERA. Árboles jóvenes de tres metros
crecían por entre las aberturas de las calles. Setos
estrechos de arbustos de arándanos y
zarzamoras crecían en los desagües de lluvia de
las casas, y viejos y enormes coches, inclinados
sobre ruedas deshinchadas y rotas, se habían
convertido en soportes para los don diego de
día y otras plantas trepadoras. También pasaron
1054
por un viejo campamento minero que había sido
abandonado mucho antes. En su mayor parte,
los signos de ocupación moderna eran
relativamente sutiles. Las casas tenían allí el
estilo sin pretensiones que era del gusto de los
khans del software de cerca de Seattle y, de vez
en cuando, cierto número de ellas se reunían
alrededor de una plaza central con salones de
juego, cafés, tiendas y otras amenidades. Él y
Piona se detuvieron en uno de esos lugares para
intercambiar umus por café, bocadillos y rollos
de canela.
Los senderos sin señalar y entrecruzados
hubiesen sido confusos para cualquiera que no
fuese un nativo. Hackworth había estado allí
antes. Había obtenido las coordenadas de la
segunda galleta de la fortuna en la guantera de
Secuestrador, que era mucho menos críptica
que la primera que había leído. No tenía forma
1055
de saber si realmente iba a algún sitio. Su fe no
comenzó a vacilar hasta que llegó la tarde, las
nubes eternas cambiaron de plata a gris oscuro,
y notó que la ca‐balina los llevaba más y más
alto hacia zonas menos densamente pobladas.
Luego vio las piedras y supo que había
elegido el sendero correcto. Una pared de
granito marrón, oscura y húmeda por la niebla
condensada, se materializó ante ellos. La
oyeron antes de verla; no producía ningún
ruido, pero su presencia cambiaba la acústica
del bosque. La niebla se cerraba, y apenas
podían ver la silueta de los árboles de montaña
cubiertos de maleza, doblados por el viento y
alineados incómodamente en lo alto del
acantilado.
Entre los árboles se veía la silueta de un ser
humano.
1056
—Tranquila —informó Hackworth
dirigiéndose a su hija, luego hizo que
Secuestrador se detuviese.
La persona en cuestión tenía el pelo muy
corto y vestía una amplia chaqueta hasta la
cintura y pantalones elásticos; por la curva de
las caderas se sabía que era una mujer.
Alrededor de las caderas se había colocado un
dispositivo de cintas de neón verde: un arnés de
escalada. Sin embargo, no llevaba ninguna otra
parafernalia de campo, ni mochila ni casco y,
tras ella, en lo alto del acantilado, podían
distinguir la silueta de un caballo, buscando en
la tierra con el hocico. De vez en cuando ella
miraba el reloj de pulsera.
Una tenue cuerda colgaba de la hinchada
pared del acantilado desde donde estaba la
1057
mujer. Los últimos metros colgaron sueltos en la
niebla frente a un cómodo refugio protegido por
un saliente.
Hackworth se volvió para conseguir la
atención de Piona, luego señaló algo: una
segunda persona, que se movía por la base del
acantilado, fuera de la vista de la mujer.
Moviéndose con cuidado y en silencio, al final
llegó al refugio del saliente. Cautelosamente
cogió el extremo de la cuerda y ató algo,
aparentemente una pieza de equipo fijada a la
roca. Luego se fue por donde había venido,
moviéndose en silencio y quedando cerca del
acantilado.
La mujer permaneció en silencio y quieta
durante varios minutos, mirando la hora con
más y más frecuencia.
1058
Finalmente se echó varios pasos hacia atrás en
el borde del acantilado, sacó las manos de los
bolsillos de la chaqueta, pareció respirar
profundamente un par de veces, luego corrió
hacia delante y se arrojó al espacio. Gritó
mientras lo hacía, un grito para expulsar su
miedo.
La cuerda corrió por una polea fijada a la parte
alta del acantilado. Ella cayó durante unos
metros, la cuerda se tensó, el nudo del hombre
aguantó, y la cuerda, que era de alguna forma
elástica, la trajo a una firme pero no violenta
parada justo por encima de la perversa pila de
escombros y puntas en la base del acantilado.
Colgando al final de la cuerda, se agarró con una
mano y se inclinó hacia atrás, desnudando la
garganta a la niebla, permitiéndose colgar
indiferente durante unos minutos, gozando en
calma.
1059
Una tercera persona, no vista antes, salió de
entre los árboles. Aquél era un hombre de
mediana edad, y vestía una chaqueta con un par
de toques profesionales como una banda en el
brazo y una insignia sobre el bolsillo. Caminó
bajo la mujer colgante y se ocultó durante un
rato bajo el saliente, y al final soltó la cuerda y la
depositó en silencio en el suelo. La mujer se libró
de la cuerda, se quitó el arnés y se implicó en una
discusión seria con el hombre, que sirvió a los
dos bebida caliente de un termo.
—¿Has oído hablar de esa gente? La República
Distribuida Reformada —le dijo Hackworth a
Piona, todavía en voz baja.
—Sólo conozco la Primera.
1060
—La Primera República Distribuida no se
mantiene junta muy bien; en cierta forma, no se
la diseñó para eso. La empezó un grupo de
personas que era casi por completo anarquista.
Y como probablemente has aprendido en la
escuela, se ha dividido en un número terrible de
facciones.
—Tengo algunos amigos en la P.R.D. —dijo
Piona.
—¿Tus vecinos?
—Sí.
—Khans del software —dijo Hackworth—. La
P.R.D. va bien para ellos, porque tienen algo en
común: antiguo dinero del software. Son casi
como Victorianos; muchos se pasan y prestan el
Juramento al hacerse viejos. Pero para la
1061
mayoría de la clase media, la P.R.D. no ofrece
ninguna religión central o identidad étnica.
—Así que se balcaniza.
—Precisamente. Esa gente —dijo Hackworth,
señalando al hombre y a la mujer en la base del
acantilado—, pertenecen a la R.D.R., República
Distribuida Reformada. Muy similar a la P.R.D.,
con una diferencia importante.
—¿El ritual que acabamos de ver?
—Ritual es una buena descripción —dijo
Hackworth—. Hoy por la mañana, el hombre y
la mujer recibieron la visita de mensajeros que
les dieron un lugar y una hora, nada más. En ese
caso, la tarea de la mujer era saltar del acantilado
a una hora determinada. La tarea del hombre era
1062
atar el extremo de la cuerda antes de que ella
saltase. Una tarea muy simple...
—Pero si no lo hubiese hecho ella estaría
muerta —dijo Piona.
—Exactamente. Sacan los nombres de un
sombrero. A los participantes se les advierte con
unas pocas horas de antelación. Aquí, el ritual se
realiza con un acantilado y una cuerda, porque
resulta que hay un acantilado cerca. En otros
nodos de la R.D.R., el mecanismo puede ser
diferente. Por ejemplo, una persona A podría
entrar en una habitación, sacar una pistola de
una caja, cargarla con munición de verdad,
volver a meterla en la caja y luego salir de la
habitación durante diez minutos. Durante ese
tiempo, la persona B se supone que entra en la
habitación y reemplaza la munición real con
balas de fogueo de igual peso. Luego la persona
1063
A vuelve a la habitación, apunta la pistola a su
cabeza y dispara.
—Pero la persona A no tiene forma de saber si
la persona B ha hecho su trabajo.
—Exactamente.
—¿Cuál es el papel de la tercera persona?
—Un procurador. Un funcionario de la R.D.R.
que vigila que los dos participantes no intenten
comunicarse.
—¿Con qué frecuencia debe uno pasar por
este ritual?
—Tantas veces como salgan al azar, quizás
una vez cada par de años —dijo Hackworth—.
Es una forma de crear dependencia mutua. Esas
1064
personas saben que pueden confiar los unos en
los otros. En una tribu como la P.R.D., cuya
visión del universo no contiene absolutos, ese
ritual crea un absoluto artificial.
La mujer acabó la bebida caliente, le dio la
mano al procurador y comenzó a subir por una
escalera de polímero fijada a la roca, que la llevó
de vuelta al caballo. Hackworth hizo que
Secuestrador comenzase a moverse, siguiendo
un sendero paralelo a la base del acantilado, y
que seguía durante medio kilómetro más o
menos hasta que se unía al sendero que venía de
arriba. Unos minutos después, la mujer se
acercó, montando su caballo, un modelo
biológico pasado de moda.
Parecía una mujer saludable, sincera, de
mejillas sonrosadas todavía bajo los efectos de la
adrenalina por su salto a lo desconocido, y los
1065
saludó desde la distancia, sin la reserva de los
neovictorianos.
—¿Cómo está usted? —dijo Hackworth,
quitándose el sombrero.
La mujer apenas miró a Piona. Hizo que el
caballo se detuviese, y fijó los ojos en el rostro de
Hackworth. Parecía distraída.
—Le conozco —dijo—, pero no sé su nombre.
—Hackworth, John Percival, a su servicio.
Ésta es mi hija Piona.
—Estoy segura de que jamás he oído ese
nombre —dijo la mujer.
—Yo estoy seguro de no haber oído jamás el
suyo —dijo Hackworth alegremente.
1066
—Maggie —dijo la mujer—. Esto me está
volviendo loca. ¿Dónde nos hemos conocido?
—Esto puede parecerle extraño —dijo
Hackworth con suavidad—, pero si usted y yo
pudiésemos recordar todos nuestros sueños,
cosa que, por supuesto, no podemos hacer, y si
comparásemos notas durante el tiempo
suficiente, probablemente descubriríamos que
hemos compartido algunos con el paso de los
años.
—Mucha gente tiene sueños similares —dijo
Maggie.
—Perdóneme, pero no me refiero a eso —dijo
Hackworth—. Me refiero a la situación en que
cada uno de nosotros conservaría su punto de
vista personal. Yo la vería a usted. Usted me
1067
vería a mí. Luego podríamos compartir ciertas
experiencias juntos; cada uno viéndolas desde
su propia perspectiva.
—¿Como un ractivo?
—Sí—dijo Hackworth—, por no hay que
pagar por ello. No con dinero, en cualquier caso.
El clima local se prestaba a las bebidas
calientes. Maggie ni se quitó la chaqueta antes de
entrar en la cocina para poner la tetera al fuego.
El lugar era una cabina de troncos, más amplia
de lo que parecía desde fuera, y aparentemente
Maggie la compartía con otras personas que no
se encontraban allí en ese momento. Piona, en el
camino de ida y vuelta al baño, quedó fascinada
al ver evidencias de hombres y mujeres
viviendo, durmiendo y bañándose juntos.
1068
Después de sentarse a tomar el té, Hackworth
convenció a Maggie para que metiese el dedo en
un dispositivo del tamaño de un dedal. Cuando
él se sacó el objeto del bolsillo, Piona tuvo una
fuerte sensación de deja vu. Ella lo había visto
antes, y era importante. Sabía que su padre lo
había diseñado; tenía todas la marcas de su
estilo.
Se sentaron hablando de cosas intrascendentes
durante unos minutos. Piona tenía muchas
preguntas sobre el funcionamiento de la R.D.R.,
que Maggie, una creyente convencida, estuvo
encantada de contestar. Hackworth había
extendido una hoja de papel en blanco sobre la
mesa, y al pasar los minutos, comenzaron a
aparecer en ella imágenes y palabras y subieron
por la página a medida que se llenaba. El dedal,
explicó, había colocado algunos bichos de
1069
reconocimiento en la corriente sanguínea de
Maggie, que habían reunido información,
saliendo por los poros cuando se les llenaban las
cintas, y descargando los datos en el papel.
—Parece que usted y yo tenemos conocidos
comunes, Maggie —dijo él después de unos
minutos—. Llevamos en nuestra sangre muchas
tupias iguales. Sólo pueden extenderse por
ciertas formas de contacto.
—Quiere decir, ¿por intercambio de fluidos
corporales? —dijo Maggie categórica.
Piona pensó brevemente en la viejas
transfusiones y probablemente no hubiese
deducido el significado real de la frase si su
padre no se hubiese ruborizado y no la hubiese
mirado momentáneamente.
1070
—Creo que nos entendemos mutuamente—
dijo Hackworth.
Maggie pensó sobre ello un momento y
pareció molestarse, al menos, en la medida en
que una persona feliz y generosa puede
molestarse. Se dirigió a Hackworth pero miraba
a Piona al intentar construir su siguiente frase.
—A pesar de lo que los atlantes puedan
pensar de nosotros, no duermo... es decir, no
practico el s... no tengo tantos compañeros.
—Lamento haber dado la falsa impresión de
haberme formado una idea negativa sobre sus
estándares morales —dijo Hackworth—. Por
favor, tenga por seguro que no me considero a
mí mismo en posición de juzgar a otros en ese
aspecto. Sin embargo, si tuviese la amabilidad
1071
de decirme con quién, o quiénes, en el último
año más o menos...
—Sólo uno —dijo Maggie—. Ha sido un año
lento —luego dejó el vaso de té sobre la mesa
(Piona se había sorprendido ante la falta de
platillos) y se inclinó hacia atrás, mirando a
Hackworth en alerta— Es raro que le esté
contando estas cosas... a usted, un extraño.
—Por favor, permítame que le recomiende que
confíe en sus instintos y que no me considere un
extraño.
—Tuve un asunto. Hace meses y meses. Eso
es todo.
—¿Dónde?
1072
—Londres —una ligera sonrisa pasó por el
rostro de Maggie—. Pensarían que viviendo
aquí iría a un sitio cálido y soleado. Pero fui a
Londres. Supongo que hay un pequeño
Victoriano en el interior de todos nosotros.
»Fue un tío —siguió diciendo Maggie—.
Había ido a Londres con un par de amigas. Una
de ellas era otra ciudadana de la R.D.R. y la otra,
Trish, abandonó la R.D.R. hace tres años y
cofundó un nodo local de CryptNet. Tienen una
pequeña presencia en Seattle, cerca del mercado.
—Perdone que la interrumpa —dio Piona—,
pero, ¿tendría la amabilidad de explicarme la
naturaleza de CryptNet? Una de mis viejas
amigas del colegio parece haberse unido a ellos.
—Es una phyle sintética. Exclusiva en extremo
—le dijo Hackworth.
1073
—Cada nodo es independiente y
autogobernado —dijo Maggie—. Podrías fundar
un nodo mañana si quisieses. Los nodos están
definidos por contratos. Firmas un contrato en
el que te comprometes a prestar ciertos servicios
cuando te lo pidan.
—¿Qué tipo de servicios?
—Normalmente, entregan datos a tu sistema.
Procesas los datos y los pasas a otro nodo.
Parecía natural para Trish porque era codifica‐
dora, como yo y mis compañeros y la mayor
parte de la gente de por aquí.
—Entonces ¿los nodos tienen ordenadores?
—La gente misma tiene ordenadores,
normalmente sistemas insertados —dijo Maggie
1074
masajeándose inconscientemente el mastoides
tras su oído.
—Entonces ¿un nodo es sinónimo de una
persona?
—En muchos casos —dijo Maggie—, pero a
veces son varias personas con sistemas
implantados quienes están contenidos dentro
del mismo límite de confianza.
—¿Puedo preguntarle qué nivel había
alcanzado el nodo de su amiga Trish? —dijo
Hackworth.
Maggie pareció incierta.
—Ocho o quizá nueve. En cualquier caso,
fuimos a Londres. Mientras estuvimos allí,
decidimos ir a unos espectáculos. Quería ver las
1075
grandes producciones. Ésas estaban bien... Vimos
un buen Doctor Faustus en el Olivier.
—¿El de Marlowe?
—Sí. Pero Trish tenía la habilidad de encontrar
todos esos pequeños teatros alternativos que yo
nunca hubiese encontrado ni en un millón de
años; no estaban señalados, y realmente no se
anunciaban por lo que pude ver. Vimos material
muy radical... realmente radical
—Imagino que no usa el adjetivo en el sentido
político —dijo Hackworth.
—No, me refiero a la forma en que estaba
representado. En una representación
caminamos por un viejo edificio bombardeado
en Whi‐techapel, lleno de gente moviéndose
alrededor, y comenzaron a pasar todo tipo de
1076
cosas extrañas y, al cabo de un rato,
comprendimos que algunas de las personas eran
actores y otras, audiencia, y que todos éramos las
dos cosas simultáneamente. Era genial...
supongo que cosas así pueden cogerse en la red
en cualquier momento, en un ractivo, pero era
mucho mejor que fuese real, con cuerpos reales
alrededor. Me sentí feliz. De cualquier forma, él
iba al bar a por una pinta, y se ofreció a traerme
una. Empezamos a hablar. Una cosa llevó a otra.
Era realmente inteligente, realmente sexy. Un
tipo africano que sabía mucho de teatro. El lugar
tenía habitaciones traseras. Algunas con camas.
—Después de acabar —dijo Hackworth—,
¿experimentó alguna sensación inusual?
Maggie echó la cabeza atrás y rió, pensando
que aquél era un detalle de humor por parte de
Hackworth. Pero él hablaba en serio.
1077
—¿Después de que acabásemos? —dijo ella.
—Sí. Digamos, unos minutos después.
De pronto Maggie pareció desconcertada.
—Sí, de hecho —dijo—. Me puse caliente. Muy
caliente. Tuve que irme, porque pensé que tenía
la gripe o algo así. Volvimos al hotel, y yo me
quité la ropa y salí al balcón. Tenía una fiebre de
cuarenta grados. Pero a la mañana siguiente me
sentía bien. Y he estado bien desde entonces.
—Gracias, Maggie —dijo Hackworth,
levantándose y guardando la hoja de papel.
Piona también se levantó, siguiendo el ejemplo
de su padre—. Antes de su viaje a Londres,
¿había sido activa su vida social?
1078
Maggie se puso un poco colorada.
—Relativamente activa durante unos años, sí.
—¿Qué tipo de gente? ¿Tipos de CryptNet?
¿Gente que pasaba mucho tiempo en el agua?
Maggie negó con la cabeza.
—¿En el agua? No lo entiendo.
—Pregúntese a sí misma por qué ha estado tan
inactiva, Maggie desde su relación con el señor...
—Beck. Señor Beck.
—Con el señor Beck. ¿No podría ser que
encontró la experiencia un poco alarmante?
¿Intercambio de fluidos corporales seguido de
un violento aumento de la temperatura?
1079
Maggie tenía cara de póquer.
—Le recomiendo que investigue el tema de la
combustión espontánea —dijo Hackworth. Y sin
más ceremonia, recogió su sombrero y paraguas
de la entrada y guió a Piona de vuelta al bosque.
Hackworth dijo:
—Maggie no te lo contó todo sobre CryptNet.
Para empezar, se cree que tiene muchas
conexiones desagradables y son un foco cons‐
tante de investigación de Defensa del Protocolo.
Y —Hackworth rió triste— es claramente falso
que diez sea el máximo nivel.
—¿Cuál es el fin de la organización? —
preguntó Piona.
1080
—Se presenta a sí misma como un colectivo de
proceso de datos de éxito moderado. Pero sus
fines reales sólo pueden ser conocidos por
aquellos incluidos en la élite de confianza del
nivel trigesimotercero —dijo Hackworth,
hablando más despacio al intentar recordar
cómo sabía esas cosas—. Se rumorea que, dentro
de ese selecto círculo, cualquier miembro puede
matar a cualquier otro simplemente pensando
en ello.
Piona se inclinó hacia delante y pasó los brazos
cómodamente alrededor del cuerpo de su padre,
colocó la cabeza entre los hombros y apretó.
Pensaba que el tema CryptNet estaba cerrado;
pero un cuarto de hora más tarde, mientras
Secuestrador los llevaba seguros por entre los
árboles hacia Seattle, su padre habló de nuevo,
siguiendo la frase donde la había dejado, como
si sólo se hubiese detenido para respirar. Su voz
1081
era lenta y parecía en trance, las memorias
fluyendo hacia fuera desde el almacenamiento
profundo, con poca participación de su mente
consciente.
—El verdadero deseo de CryptNet es la
Simiente; una tecnología que, en sus diabólicos
esquemas, algún día sustituirá a la Toma , sobre
6
la que se basa nuestra sociedad y muchas otras.
Para nosotros, el Protocolo nos ha traído la paz
y la prosperidad; para CryptNet, sin embargo,
es un despreciable sistema de opresión. Creen
que la información tiene un poder casi místico
para fluir libre y autorreplicarse, como el agua
busca su nivel o las llamas van hacia arriba; y
careciendo de un código moral, confunden
inevitabilidad con Razón. Desde su punto de
vista, algún día, en lugar de Tomas que acaban
en compiladores de materia, tendremos
6 En el original, las palabras (Peed) y Simiente (Seed) se diferencian sólo en la primera letra. No he podido, o no he sabido,
traducir ese juego de palabras. (N. del T.)
1082
Simientes que, plantadas en la tierra, crecerán
para convertirse en casas, hamburguesas, naves
espaciales y libros; que la Simiente será un
desarrollo inevitable a partir de la Toma, y que
sobre ella se creará una sociedad mucho más
evolucionada.
Se detuvo un momento, respiró
profundamente y pareció despertar; entonces
habló de nuevo, con voz más clara y fuerte.
—Por supuesto, no podemos permitirlo: la
Toma no es un sistema de control y opresión,
como mantiene CryptNet. Es la única forma
de mantener el orden en una sociedad
moderna: si todos poseyesen una Simiente,
cualquiera podría producir armas cuyo poder
destructivo rivalizaría con el de las armas
nucleares isabelmas. Por eso Defensa del
1083
Protocolo considera tan oscuras las
actividades de CryptNet.
Los árboles se abrieron para revelar un largo
lago azul bajo ellos. Secuestrador encontró el
camino a una carretera, y Hackworth lo puso
a medio galope. En unas horas, padre e hija se
acostaban en los camastros de un camarote de
segunda clase en la nave aérea Islas Malvinas,
con destino a Londres.
Del Manual, las actividades de la Princesa
Nell como duquesa
de Turing; el Castillo de las Compuertas; otros
castillos; el Mercado
de los Códigos; Nell se prepara para su viaje
final
La Princesa Nell permaneció en el Castillo
Turing durante varios meses. En su búsqueda
1084
de las doce llaves, había entrado en muchos
castillos, engañado a muchos centinelas, abierto
muchas cerraduras, y robado sus tesoros; pero
el Castillo Turing era un lugar completamente
diferente, un lugar que seguía reglas y
programas diseñados por un hombre y que
podían ser reescritos por otro que fuese adepto
al lenguaje de los unos y los ceros. No tenía por
qué contentarse con entrar, coger las chucherías
y huir. El Castillo Turing era suyo. Sus tierras se
convirtieron en el reino de la Princesa Nell.
Primero dio un entierro decente al duque de
Turing. Luego estudió sus libros hasta que los
dominó. Se familiarizó con los estados en que
los soldados y el duque mecánicos, podían
programarse. Entró un nuevo programa
principal en el duque y luego volvió a dejar
girar el enorme Eje que movía al castillo. Sus
primeros esfuerzos no tuvieron éxito, porque su
programa contenía muchos errores. El propio
1085
duque original lo había sufrido; los llamaba
bugs, en referencia a un enorme escarabajo que
se había quedado atrapado en una de las
cadenas durante uno de los primeros
experimentos y que había bloqueado
violentamente la primera máquina de Turing .
7
Pero con mucha paciencia, la Princesa Nell
arregló todos los bugs y convirtió al duque
mecánico en un devoto sirviente. A su vez, el
duque tenía la habilidad de transmitir un único
programa a todos los soldados, por lo que una
orden dada por Nell se esparcía con rapidez
por todo el ejército.
Por primera vez en su vida, la Princesa Nell
tenía un ejército y sirvientes, pero no era un
ejército que sirviese para conquistar, porque los
resortes en las espaldas de los soldados perdían
7 «Bug», literalmente «bicho», es el nombre que se da en informática a los errores de programación. Se hace en este párrafo referencia
a una historia real sucedida en el ordenador Harvard Mark II del Centro Naval de Guerra de Superficie en 1947. Por otra parte, el
uso de la palabra «bug» en inglés para referirse a defectos en el diseño mecánico se remonta hasta al menos el siglo XIX. (N. del T.)
1086
fuerza con rapidez, y carecían de la adap‐
tabilidad de los soldados humanos. Aun así, era
una fuerza efectiva tras las paredes del castillo y
la aseguraban contra cualquier posible agresor.
Siguiendo procedimientos de mantenimiento
que habían sido establecidos por el duque
original, la Princesa Nell hizo que los soldados
engrasasen las ruedas, reparasen los ejes
estropeados y los cojinetes gastados, y que
construyesen nuevos soldados a partir de las
piezas almacenadas.
Le reconfortó su éxito. Pero el Castillo Turing
era sólo uno de los siete estados ducales en
aquel reino, y sabia que le quedaba mucho
trabajo por hacer.
El territorio alrededor del castillo estaba lleno
de bosques, pero cumbres cubiertas de hierba se
elevaban a varios kilómetros de distancia, y
sobre los muros del castillo con el telescopio del
duque original, Nell podía ver allí caballos
1087
salvajes paciendo. Púrpura le había revelado los
secretos para amaestrar caballos salvajes, y Oca
le había enseñado a ganarse su afecto, por lo que
Nell montó una expedición a aquellos prados y
volvió una semana más tarde con dos hermosos
mustangs, Café y Crema. Los equipó con una
fina silla de los establos del duque marcada con
la T, porque ese símbolo era ahora suyo y podía
llamarse con justicia duquesa de Turing.
También trajo una silla normal y sin marcar para
poder pasar por persona común si lo necesitaba;
aunque la Princesa Nell se había hecho tan
hermosa con los años y había desarrollado una
figura tan elegante que pocas personas podían
ahora confundirla con una persona normal,
incluso si se vistiese con harapos y caminase
descalza.
Tendida sobre el camastro en el dormitorio de
madame Ping, leyendo aquellas palabras en una
1088
página que brillaba suavemente en medio de la
noche, Nell se sorprendió ante ese comentario.
Las princesas no eran genéticamente diferentes
de las personas normales.
Al otro lado de una pared razonablemente
delgada podía oír el agua corriendo en media
docena de lavabos donde las jóvenes realizaban
sus abluciones crepusculares. Nell era la única
guionista que vivía en el dormitorio de madame
Ping; las otras eran intérpretes y regresaban
ahora de un largo y vigoroso turno, poniéndose
linimento en los hombros, irritados de blandir
palos contra los traseros de los clientes, o
respirando grandes cargas nasales de bichos
programados para buscar sus traseros
inflamados y ayudar a reparar durante la noche
los capilares dañados. Y por supuesto, muchas
otras actividades más tradicionales, como
1089
ducharse, quitarse el maquillaje, hidratarse y
demás Las chicas realizaban esos movimientos
con rapidez, con la eficacia tan poco
autoconsciente que todos los chinos parecían
compartir, discutiendo los sucesos del día en el
seco dialecto shanghainés. Nell llevaba viviendo
un mes con las chicas y empezaba a entender
algunas palabras. De cualquier forma, todas
hablaban inglés.
Se quedó hasta tarde leyendo el Manual en la
oscuridad. El dormitorio era un buen sitio para
ello; las chicas de madame Ping eran
profesionales y después de unos minutos de
murmullos, risas, y mandarse a callar
escandalizadas unas a otras, siempre se
dormían.
Nell presentía que se acercaba al final del
Manual.
1090
Eso hubiese sido evidente incluso si no se
estuviese acercando a Coyote, el duodécimo y
último Rey Feérico. En las últimas semanas,
desde que Nell había entrado en los dominios
del Rey Coyote, el carácter del Manual había
cambiado. Antes, sus Amigos Nocturnos y otros
personajes habían actuado con mentes propias,
incluso si Nell se limitaba a estar pasiva. Leer el
Manual siempre había implicado ractuar con los
otros personajes en el libro mientras pensaba en
la forma de salir de varias situaciones
interesantes.
Recientemente, ese elemento había estado
ausente. El Castillo Turing había sido un buen
ejemplo de los dominios del Rey Coyote: un
lugar con pocos seres humanos, aunque repleto
de lugares y situaciones fascinantes.
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Recorrió en solitario los dominios del Rey
Coyote, visitando un castillo tras otro, y
encontrando un enigma diferente en cada uno.
El segundo castillo (después de Castillo Turing)
estaba edificado en la pendiente de una montaña
y poseía un elaborado sistema de irrigación en el
que el agua de una fuente era dirigida a través
de un sistema de compuertas. Había miles de
aquellas compuertas, y estaban conectadas unas
con otras en grupos pequeños, por lo que la
apertura o cierre de una afectaba, de alguna
forma, a las otras en el grupo. Aquel castillo
cultivaba su propia comida y sufría una
hambruna terrible porque posiblemente la
disposición de compuertas se había estropeado.
Un caballero misterioso y oscuro había ido a
visitar el lugar y aparentemente había salido a
escondidas de su dormitorio en medio de la no‐
che para alterar las conexiones entre algunas
compuertas de forma qu el agua ya no fluía a los
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campos. Luego había desaparecido, dejando
una nota diciendo que arreglaría el problema a
cambio de un gran rescate en oro y joyas.
La Princesa Nell invirtió algo de tiempo en
estudiar el problema y finalmente notó que el
sistema de compuertas era realmente una ver‐
sión muy sofisticada de una de las máquinas del
duque de Turing. Una vez que comprendió que
el comportamiento de las compuertas era or‐
denado y predecible, no pasó mucho tiempo
antes de ser capaz de programar su
comportamiento y localizar los bugs que el
caballero negro había introducido en el sistema.
Pronto, el agua volvió a fluir por el sistema de
irrigación, y la escasez se alivió.
Las gentes que vivían en el castillo se sentían
agradecidas, lo que ya había esperado. Pero
luego le colocaron una corona sobre la cabeza y
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la convirtieron en su jefa, y eso no lo había
esperado.
Sin embargo, pensándolo, la cosa tenía
sentido. Morirían a menos que su sistema
funcionase adecuadamente. La Princesa Nell era
la única persona que sabía cómo funcionaba;
tenía el destino de aquellas gentes en sus manos.
La única elección que tenían era someterse a su
mando.
Y así fue, mientras la Princesa Nell iba de
castillo en castillo, inadvertidamente se encontró
a la cabeza de una rebelión en toda regla contra
el Rey Coyote. Cada castillo dependía de algún
tipo de dispositivo programado que era
ligeramente más complicado que el anterior.
Después del Castillo de las Compuertas, llegó a
un castillo con un magnífico órgano, movido
por la presión del aire y controlado por una
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desconcertante red de barras, que podía tocar
música almacenada en una cinta de papel con
agujeros. Un misterioso caballero negro había
programado el órgano para tocar una tonada
triste y deprimente, hundiendo al lugar en una
profunda depresión, de forma que nadie
trabajaba y ni siquiera salía de la cama. Con
algunas pruebas, la Princesa Nell estableció que
el comportamiento del órgano podía simularse
con una disposición extremadamente sofisticada
de compuertas, lo que significaba, a su vez, que
podía reducirse igualmente a un increíblemente
largo y complejo programa para una máquina
de Turing.
Cuando hizo que el órgano funcionase
adecuadamente y que los residentes se
alegrasen, fue a un castillo que funcionaba según
reglas escritas en un gran libro, en un lenguaje
peculiar. Algunas páginas del libro habían sido
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arrancadas por el misterioso caballero negro, y la
Princesa Nell tuvo que reconstruirlas,
aprendiendo el lenguaje, que era
extremadamente conciso y usaba muchos
paréntesis. Ya que estaba, demostró lo que era
una conclusión inevitable, es decir, que el sistema
para procesar aquel lenguaje era esencialmente
una versión más compleja del órgano mecánico,
por tanto, una máquina de Turing en esencia.
Luego vino un castillo dividido en muchas
habitaciones pequeñas, con un sistema para
pasar mensajes entre habitaciones por medio de
tubos neumáticos. En cada habitación había un
grupo de personas que respondía a los mensajes
siguiendo ciertas reglas establecidas en libros, lo
que normalmente implicaba enviar más
mensajes a otras habitaciones. Después de
familiarizarse con algunos de los libros de reglas
y establecer que el castillo era otra máquina de
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Turing, la Princesa Nell arregló un problema en
el sistema de envío de mensajes que había sido
creado por el fastidioso caballero negro, recogió
otra corona de estado ducal, y fue al castillo
número seis.
Aquel lugar era completamente diferente. Era
mucho mayor. Era mucho más rico. Y al
contrario que los otros castillos en los dominios
del Rey Coyote, funcionaba. Al aproximarse al
castillo, aprendió a mantener el caballo en el
borde del camino, porque los mensajeros pa‐
saban continuamente a su lado a todo galope en
ambas direcciones.
Era un vasto mercado abierto con miles de
puestos, llenos de carros y recaderos llevando
productos en todas direcciones. Pero allí no se
veían vegetales, peces, especias o forraje; el
único producto era información escrita en
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libros. Los libros se llevaban de un lugar a otro
en carretillas y transportados aquí y allá sobre
grandes cintas transportadoras de triste aspecto
hechas de cáñamo y arpillera. Los cargadores de
libros chocaban unos con otros, comparaban
notas sobre qué libros llevaban y adonde iban,
e intercambiaban unos libros por otros. Pilas de
libros se vendían en grandes subastas
estridentes; y se pagaban no con oro sino con
otros libros. Bordeando el mercado había
puestos donde los libros se cambiaban por oro,
y más allá, unos pocos callejones donde el oro
podía cambiarse por comida.
En medio de ese tumulto, la Princesa Nell vio
a un caballero negro en un negro caballo,
pasando las páginas de uno de aquellos libros.
Sin más dilación, corrió con el caballo y sacó la
espada. Lo derrotó en singular combate, allí
mismo en medio del mercado, y los libreros se
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limitaron a echarse atrás e ignorarlos mientras
la Princesa Nell y el caballero negro se atacaban
mutuamente. Cuando el caballero negro cayó
muerto y la Princesa Nell guardó la espada, la
conmoción volvió a cerrarse sobre ella, como las
aguas turbulentas de un río que se cierran sobre
una piedra caída.
Nell recogió el libro que el caballero negro
había estado leyendo y descubrió que sólo
contenía un galimatías. Estaba escrito en algún
tipo de cifra.
Pasó algún tiempo haciendo reconocimientos,
buscando el centro del lugar, y no encontró
ningún centro. Un puesto era igual al anterior.
No había torre, salón del trono, ningún sistema
claro de autoridad.
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Examinando los puestos del mercado con
mayor detalle, vio que cada uno incluía un
hombre que no hacía nada sino sentarse tras una
mesa y descifrar libros, escribiendo el resultado
en largas hojas de papel que daba a otra gente,
que leía el contenido, consultaba libros de
reglas, y dictaba una respuesta al hombre con la
pluma, que la cifraba y la escribía en libros que
eran colocados en el mercado para su entrega.
Los hombres con las plumas, notó, siempre
llevaban llaves enjoyadas colgando de cadenas
alrededor del cuello; la llave era aparentemente
la insignia del gremio de cifradores.
Aquel castillo resultó muy difícil de entender,
y Nell pasó unas semanas trabajando en él. Parte
del problema era que se trataba del primer
castillo visitado por la Princesa Nell que
realmente funcionaba como se suponía; el
caballero negro no había podido estropearlo,
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