Nell había imaginado que el establecimiento
de madame Ping era refugio de una célula
aislada de Puños, pero ahora quedaba claro que
la mayoría, si no todo el edificio, había sido
ocupado. Es más, todo Pudong podría ser ahora
parte del Reino Celeste. Nell estaba más pro‐
fundamente aislada de lo que había temido.
La piel de sus brazos brilló de un color
amarillo rosado bajo el rayo de la linterna que
venía de abajo. No cometió el error de mirar a la
luz cegadora y no tuvo que hacerlo; la voz
excitada de los Puños le dijo que la habían
descubierto. Un momento más tarde, la luz se
desvaneció cuando un ascensor que subía se
interpuso entre ella y los que la habían visto.
Recordó a Harv y a sus amigos saltando por
los ascensores en su viejo edificio y llegó a la
conclusión de que ése sería un buen momento
1351
para aficionarse a ese deporte. Cuando una
cabina se acercó a ella, saltó de la escalera,
intentando darse impulso suficiente para
igualar la velocidad. Se dio un buen golpe
contra el techo, porque se movía a mayor
velocidad de lo que ella podía saltar. El techo le
golpeó los pies, y se cayó hacia atrás. Colocó los
brazos como Dojo le había enseñado para
absorber el impacto con puños y brazos, no con
la espalda.
Oyó una charla animada dentro del
ascensor. El panel de acceso en el techo se
abrió de pronto, arrancado por una buena
patada. Salió una cabeza por la abertura; Nell
la atravesó con el cuchillo. El hombre cayó
dentro del ascensor. Ya no tenía sentido
esperar; la situación había pasado al modo
violento, que Nell se veía obligada a usar. Se
dobló por las rodillas y dio una patada con
1352
ambos pies en el interior de la abertura, cayó
dentro de la cabina, aterrizó mal sobre ei
cadáver, y se apoyó sobre una rodilla. Se había
golpeado la barbilla con el borde de la abertura
al caer y se había mordido la lengua, por So
que estaba un poco aturdida. Un hombre
desgarbado con una gorra negra de cuero
estaba justo frente a ella sacando una pistola, y
mientras le clavaba el cuchillo en el centro del
tórax, tocó a alguien tras ella. Se puso en pie y
giró, aterrorizada, preparando el cuchillo para
otro golpe, y descubrió a un hombre aún más
aterrorizado vestido con un mono azul, que
estaba al lado de los controles del ascensor, con
las manos frente a la cara y gritando.
Nell se echó atrás y bajó la punta del cuchillo.
El hombre vestía el uniforme de los servicios
del edificio y obviamente lo habían arrancado
de lo que estuviese haciendo y lo habían
1353
puesto a cargo de los controles del ascensor. El
hombre que Nell acababa de matar, el de la
gorra de cuero negra, era algún tipo de oficial
de baja graduación en la rebelión y no podía
esperarse que se rebajase a pulsar él mismo los
botones.
—¡Sigue! ¡Arriba! ¡Arriba! —dijo, señalando
al techo. Lo último que quería era que el
ascensor se detuviese en el piso de madame
Ping.
El hombre se inclinó varias veces en rápida
sucesión e hizo algo con los controles, luego se
volvió y sonrió zalamero a Nell.
Como ciudadano de la República Costera
trabajando en servicios, conocía unas pocas
palabras en inglés, y Nell conocía algunas en
chino.
1354
—Abajo... ¿Puños? —dijo ella.
—Muchos Puños.
—Planta baja... ¿Puños?
—Sí, muchos Puños planta baja.
—Calle... ¿Puños?
—Puños, ejército pelea en calles.
—¿Alrededor de este edificio?
—Puños alrededor de este edificio por todos
lados.
Nell miró a los controles del edificio: cuatro
columnas de botones muy apretados,
1355
codificados por color dependiendo de la
función de cada piso: verde para tiendas;
amarillo, residenciales; rojo, oficinas y azul
para mantenimiento. La mayor parte de los
pisos azules estaba por debajo de la planta baja,
pero uno de ellos era el quinto desde arriba.
—¿Oficinas del edificio? —dijo ella,
señalándolas.
—Sí.
—¿Puños allí?
—No. Puños debajo. ¡Pero Puños en azotea!
—Ve allí.
Cuando el ascensor alcanzó el quinto piso
desde arriba, Nell hizo que el hombre lo
1356
bloquease allí, luego se subió arriba y rompió
los motores para que no pudiese moverse.
Volvió a meterse en el ascensor, sin intentar
mirar a los cuerpos y oler la sangre y otros
fluidos corporales que se habían esparcido por
todas partes, y que ahora salían por las puertas
abiertas y caían por el hueco. No pasaría
mucho antes de que lo descubriesen.
Aun así, tenía algo de tiempo; sólo tenía que
decidir cómo hacer uso de él. El armario de
mantenimiento tenía un compilador de mate‐
ria, igual al que Nell había usado para hacer las
armas, y sabía que podía usarlo para compilar
explosivos y minar la entrada. Pero los Puños
también tenían explosivos y podrían mandar
la parte alta del edificio al cielo.
Es más, probablemente estaban en alguna
habitación de control en el sótano vigilando el
1357
tráfico en la red de Toma del edificio. Usar el
C.M. simplemente les indicaría su posición;
cortarían la Toma y luego vendrían a por ella
despacio y con cuidado.
Dio un repaso rápido a las oficinas,
buscando recursos. Mirando por las ventanas
panorámicas de la mejor oficina, apreció el
nuevo estado de cosas en las calles de Pudong.
Muchos de los rascacielos habían estado
conectados a líneas de las Tomas extranjeras y
ahora estaban a oscuras, aunque en algunos
sitios salían llamas de las ventanas rotas,
emitiendo una primitiva iluminación sobre las
calles trescientos metros por debajo. Esos
edificios habían sido evacuados en su
mayoría, por lo que las calles estaban ocupadas
por muchas más personas de las que realmente
podían contener. La plaza que rodeaba ese
edificio en particular había sido cercada por un
1358
pelotón de Puños y se encontraba
relativamente libre.
Encontró una habitación sin ventanas con
paredes mediatrónicas que exhibían una gran
variedad de imágenes: flores, detalles de cate‐
drales europeas y templos sintoístas, paisajes
chinos, imágenes amplificadas de insectos y
polen, diosas hindúes de muchos brazos,
planetas y lunas del sistema solar, dibujos
abstractos del mundo islámico, gráficas de
ecuaciones matemáticas, cabezas de modelos
femeninos y masculinos. Aparte de eso, la
habitación estaba vacía exceptuando un
modelo del edificio situado en el centro de la
habitación, como de la altura de Nell. La
superficie del modelo era mediatrónica, como
la superficie del edificio real, y en aquel
momento representaba (supuso) las imágenes
que se veían en el exterior del edificio: en su
1359
mayoría paneles de anuncio, aunque algunos
Puños aparentemente habían subido allá
arriba y habían escrito algunos grafitos.
En lo alto del modelo había un estilete —
simplemente una barra negra con una punta a
un lado— y una paleta, cubierta por una rueda
de colores y otros controles. Nell los cogió, tocó
con la punta del estilete el área verde en la
paleta, y la pasó sobre la superficie del modelo.
Una brillante línea verde apareció en el camino
del estilete, desfigurando el anuncio de una
línea de naves aéreas.
Aparte de cualquier otra cosa que Nell
pudiese hacer con el tiempo que le quedaba,
había algo que podía hacer allí con rapidez y
facilidad. No sabía con seguridad por qué lo
hacía, pero la intuición le dijo que podría ser
útil; o quizás era el impulso artístico de crear
1360
algo que la sobreviviría, aunque fuese por
pocos minutos. Comenzó borrando todos los
paneles de anuncios grandes en la parte alta del
edificio. Luego realizó un simple dibujo lineal
con colores primarios: un escudo de armas
azul, y dentro de él, un timbre que
representaba un libro abierto en rojo y blanco;
llaves cruzadas en oro; y una semilla en ma‐
rrón. Hizo que la imagen apareciese en todos
los lados del edificio, entre los pisos cien y
doscientos.
Luego intentó pensar en una forma de salir
de allí. Quizás había naves aéreas en la azotea.
Seguro que habría Puños de guardia allá arriba,
pero quizá con una combinación de sigilo y
rapidez podría reducirlos. Usó las escaleras de
emergencia para llegar a la siguiente planta,
luego a la siguiente y luego a la siguiente. Dos
tramos por encima, podía oír a los guardias
1361
Puños apostados en la azotea, hablando unos
con otros y jugando al ma‐jong. Por debajo,
podía oír a los Puños subiendo la escalera
tramo a tramo cada vez, buscándola.
Meditaba su siguiente movimiento cuando
los guardias por encima de ella fueron
rudamente interrumpidos por órdenes que
salían de las radios. Varios Puños bajaron la
escalera, gritando animadamente. Nell,
apartada en la escalera, se preparó para saltar
sobre ellos cuando se le acercasen, pero en lugar
de eso se quedaron en el piso alto y se dirigieron
hacia los ascensores. En un minuto o dos, llegó
un ascensor y se los llevó. Nell esperó un
momento, escuchando, y ya no podía oír al
contingente que se aproximaba por debajo.
Trepó el último tramo de escalera y salió a la
azotea del edificio, tan alegre por el aire fresco
1362
como por descubrir que estaba completamente
desierta. Caminó hasta el borde del tejado y
miró hacia abajo, casi un kilómetro, a la calle. En
las ventanas negras de un rascacielos muerto al
otro lado, podía ver la imagen del escudo de la
Princesa Nell.
Después de un minuto o dos, notó que algo
similar a una onda de choque se abría paso por
la calle muy abajo, moviéndose a cámara lenta,
cubriendo un bloque cada par de minutos. Los
detalles eran difíciles de distinguir en la
distancia: era un grupo muy organizado de
peatones, todos llevando la misma ropa negra,
abriéndose paso por la fuerza entre la multitud
de refugiados, forzando a los bárbaros muertos
de pánico hacia la línea del pelotón de los
Puños o hacia las entradas de los edificios
muertos.
1363
Nell se quedó varios minutos paralizada por
la visión. Luego miró a otra calle y vio allí el
mismo fenómeno. Dio una vuelta rápida al
tejado del edificio. En total, varias columnas
avanzaban inexorablemente hacia la base del
edifico donde estaba Nell.
En su momento, una de aquellas columnas se
liberó de los últimos refugiados que obstruían
su paso y llegó al borde de la plaza abierta que
bordeaba la base del edificio de Nell, donde se
enfrentó a las defensas de los Puños. La
columna se detuvo de pronto y en ese punto
esperó unos minutos, recuperándose y
esperando a que las otras columnas la
alcanzasen.
Nell había supuesto que aquellas columnas
podrían ser tropas de refuerzo de Puños que
convergían sobre el edificio, que claramente
1364
iban a usar como cuartel general en el asalto
final a la República Costera. Pero pronto quedó
claro que los recién llegados venían por otra
razón. Después de unos minutos de
insoportable tensión que pasaron en casi
perfecto silencio, de pronto las columnas, con la
misma señal silenciosa, asaltaron la plaza. Al
salir de las estrechas calles, se expandieron en
formaciones de muchos frentes, situándose con
precisión militar profesional y cargaron contra
los de pronto desorganizados y asustados
Puños, lanzando un tremendo grito de batalla.
Cuando el sonido recorrió doscientos pisos
hasta los oídos de Nell, sintió que los pelos se le
ponían de punta, porque no era el grito
profundo y lujurioso de un hombre sino el
chillido agudo de miles de chicas jóvenes,
agudo y penetrante como el sonido de una
masa de gaitas.
1365
Era la tribu de Nell, y había venido a por su
líder. Nell se dio la vuelta y fue a la escalera.
Para cuando llegó a la planta baja y salió, poco
sabiamente, al vestíbulo del edificio, las chicas
habían roto las paredes en varios lugares y
habían atacado el resto de las defensas. Se
movían en grupos de cuatro. Una chica (la más
grande) se dirigía al oponente, sosteniendo un
palo de bambú afilado apuntando al corazón.
Con su atención fijada, dos chicas (las más
pequeñas) convergían por los lados. Cada chica
se abrazaba a una pierna y, actuando juntas, lo
levantaban del suelo. La cuarta chica (la más
rápida) para entonces había corrido a su
alrededor y lo atacaba por detrás, clavando un
cuchillo u otra arma en la espalda de la víctima.
Durante la media docena m.ás o menos de
aplicaciones de esa técnica que Nell presenció,
1366
no falló nunca, y ninguna de las chicas sufrió
más que ligeras contusiones.
De pronto sintió un momento de pánico
cuando pensó que se lo estaban haciendo a ella;
pero después de que la levantasen en el aire, no
llegó ningún ataque por delante o por detrás,
aunque muchas chicas vinieron corriendo de
todos lados, cada una añadiendo su pequeña
fuerza al fin importante de elevar a Nell en el
aire. Incluso cuando se perseguía a los últimos
restos de los Puños en las esquinas y recovecos
del vestíbulo, Nell era llevada a hombros por
sus pequeñas hermanas a través de la puerta
principal del edificio y hacia la plaza, donde
unas donde unas cien mil chicas ‐Nell no podía
contar todos los regimientos y brigadas‐ se
hincaron de rodillas al unísono, como
golpeadas por el aliento divino, y presentaron
sus estacas de bambú, cuchillos, tuberías de
1367
plomo y nunchacos. Las comandantes
provisionales de sus divisiones estaban al
frente, así como las ministras provisionales de
defensa, estado e investigación y desarrollo,
todas inclinándose ante Nell, no con el saludo
chino o Victoriano, sino algo que habían
inventado y caía más o menos a medio camino.
Nell debería haber estado paralizada y sin
habla por el asombro, pero no fue así; por
primera vez en su vida comprendió por qué
estaba sobre la tierra y se sintió cómoda en su
posición. En un momento, su vida había sido
un aborto sin sentido, y al siguiente todo tenía
un significado glorioso. Comenzó a hablar, las
palabras salían de su boca con la misma
facilidad que si las leyese de una página del
Manual. Aceptada la lealtad del Ejército
Ratonil, las felicitó por sus grandes triunfos, y
levantó los brazos por encima de la plaza, por
1368
encima de las cabezas de sus pequeñas
hermanas, hacia los miles y miles de residentes
temporales atrapados de Nueva Atlantis,
Nipón, Israel y todas las otras Tribus
Exteriores.
—Nuestro primer deber es protegerles —
dijo—. Mostradme el estado actual de la ciudad
y de todos los que estén en ella.
Querían llevarla, pero saltó a las piedras de la
plaza y se alejó caminando del edificio, hacia
sus fuerzas, que se apartaron para dejarle paso.
Las calles de Pudong estaban llenas de
refugiados hambrientos y aterrorizados, y a
través de ellos, con simples ropas de campesino
manchada con. su sangre y la de otros, cadenas
rotas colgando de las muñecas y seguida por
sus generales y ministras, caminó la princesa
bárbara con su libro y su espada.
1369
Cari Hollywood se da una vuelta por el
paseo de la orilla
Cari Hollywood se despertó por un sonido de
campanas en los oídos y una quemadura en la
mejilla que resultó ser un fragmento de vidrio
de unos dos centímetros que se le había clavado
en la cara. Cuando se sentó, la cama hizo ruidos
y se rompieron cristales, deshaciéndose de una
gran carga de vidrios rotos, mientras una
exhalación fétida entraba por la ventana rota
directamente hacia su cara. Los viejos hoteles
tenían sus encantos, pero también sus
desventajas; como ventanas fabricadas con
materiales antiguos.
Afortunadamente, algún viejo instinto de
Wyoming había hecho que dejase las botas al
lado de la cama durante la noche. Le dio la vuelta
1370
a cada una y cuidadosamente comprobó que no
contenían cristales antes de ponérselas. Sólo
cuando se hubo vestido por completo y recogido
las cosas se fue a mirar por la ventana.
El hotel estaba cerca de la orilla del Huangpu.
Mirando al otro lado del río, podía ver que
grandes secciones de Pudong estaban a oscuras
frente al cielo índigo de antes de la mañana.
Algunos edificios, conectados a las Tomas
indígenas, todavía estaban iluminados. En su
lado del río la situación no era tan simple;
Shanghai, al contrario que Pudong, había
sobrevivido a muchas guerras y, por tanto, la
habían edificado para ser robusta: en la ciudad
abundaban las fuentes energéticas secretas,
viejos generadores diesel, Fuentes y Tomas
privadas, depósitos de agua y cisternas. La gente
todavía criaba pollos para comer a la sombra de
la Corporación Bancaria de Hong Kong y
1371
Shanghai. Shanghai soportaría mucho mejor el
asalto de los Puños que Pudong.
Pero como blanco, Cari Hollywood podría no
superarlo nada bien. Era mejor estar al otro lado
del río, en Pudong, con el resto de las Tribus
Exteriores.
De allí al paseo de la orilla había unas tres
manzanas; pero ya que era Shanghai, aquellos
tres bloques estaban fraguados con lo que en
otra ciudad serían tres millas de complicaciones.
El problema principal iba a ser los Puños; ya
podía oír los gritos de «¡Sha! ¡Sha!» que venían
de las calles, y usando la linterna de bolsillo
desde la baranda del balcón pudo ver muchos
Puños, envalentonados por la destrucción de las
Tomas extranjeras, corriendo con los cinturones
y bandas escarlata expuestos al mundo.
1372
Si no midiese casi dos metros de alto y tuviese
ojos azules, probablemente hubiese intentado
disfrazarse de chino y escabullirse a la orilla, y
probablemente le saldría mal. Fue al armario y
sacó el gran abrigo, que le caía casi hasta los
talones. Era a prueba de balas y de la mayoría de
los proyectiles nanotecnológicos.
Había una gran pieza de equipaje que había
metido en el armario sin abrir. Al oír los
informes sobre problemas, había tenido la
precaución de traerse aquellas reliquias con él:
un rifle grabado del 44 con una mira de baja
tecnología y, algo así como último recurso, un
revólver Colt. Aquellas armas eran
innecesariamente gloriosas, pero mucho tiempo
atrás se había deshecho de todas las armas que
no tenían valor histórico o artístico.
1373
Se oyeron dos disparos dentro del edificio,
muy cerca de él. Momentos más tarde, alguien
llamó a la puerta. Cari se envolvió en el abrigo,
en caso de que alguien decidiese disparar a
través de la puerta, y miró por la mirilla. Para su
sorpresa, vio a un caballero anglo de pelo blanco
con un bigote como un manillar, agarrado a una
semiautomática. Cari lo había conocido ayer en
el bar del hotel; estaba allí intentando arreglar
algún negocio antes de la caída de Shanghai.
Abrió la puerta. Los dos hombres se miraron
brevemente.
—Alguien podría pensar que hemos venido a
una convención de armas antiguas —dijo el
caballero por encima del bigote—. Bueno, siento
mucho haberle molestado, pero pensé que le
gustaría saber que hay Puños en el hotel —
señaló hacia el corredor con la pistola. Cari sacó
1374
la cabeza y descubrió a un botones muerto
tirado frente a una puerta abierta, todavía
agarrando un cuchillo.
—Resulta que ya estaba levantado —dijo Cari
Hollywood—, y estaba considerando dar un
paseo por la orilla. ¿Le apetece unirse a mí?
—Me encantaría. Coronel Spence, Reales
Fuerzas Unidas, retirado.
—Cari Hollywood.
Bajando las escaleras, Spence mató a dos
empleados más del hotel a quienes había, con
pruebas bastante ambiguas, identificado como
Puños. Cari fue escéptico en ambos casos hasta
que Spence les abrió las camisas para revelar
cinturones escarlata debajo.
1375
—No es que realmente sean Puños, entienda
—le explicó Spence con jovialidad—. Es sólo
que cuando los Puños vienen, este tipo de
tonterías se pone de pronto de moda.
Después de intercambiar más humor negro
sobre si debían pagar las facturas antes de irse,
y qué propina se debía dar a un botones que
venía hacia ti blandiendo un cuchillo, llegaron a
la conclusión de que sería más seguro salir por
la cocina. Media docena de Puños estaban
tendidos en el suelo, y sus cuerpos estaban
destrozados por marcas de ralladores. Al llegar
a la salida encontraron a otros dos clientes,
ambos israelíes, mirándolos con la vista fija que
implicaba la presencia de pistolas craneales.
Segundos después, se les unieron dos zulúes
consultores de administración que llevaban
largos bastones telescópicos con nanocuchillas
en los extremos. Los usaban para destruir todas
1376
las luces a su paso. Le llevó a Cari un minuto
entender el plan: estaban a punto de meterse en
un callejón a oscuras y necesitarían la visión
nocturna
La puerta comenzó a temblar en el hueco
produciendo un estampido tremendo. Cari se
adelantó v atisbo por la mirilla; era un par de
chicos de la calle atacándola con un hacha de
incendios. Se alejó de la puerta, colocándose el
rifle sobre el hombro, cargó una bala y disparó a
través de la puerta, apuntando lejos de los
chicos. El estampido se apago, y oyeron la hoja
del hacha sonar como una campana al golpear
el suelo.
Uno de ios zulúes le dio una patada a la puerta
y saltó al callejón, moviendo la hoja en un arco
tatal como la hélice de un helicóptero, cortando
los cubos de basura pero sin tocar a nadie.
1377
Cuando Cari salió de golpe unos segundos
después, vio a un par de jóvenes gamberros
perdiéndose al final del callejón, esquivando a
varias docenas de refugiados, azotacalles, y
gente de la calle que señalaron esperanzados a
sus espaldas, asegurándose de que quedase
claro que su única razón para estar en el callejón
en esa ocasión era para actuar de vigilantes para
los visitantes gwado.
Sin discutirlo mucho, adoptaron una
formación improvisada en el callejón, donde
tenían espacio para maniobrar. Los zulúes
fueron al frente, haciendo girar los bastones
sobre la cabeza y soltando algún tipo de grito de
batalla tradicional que apartó a muchísimos
chinos de su camino. Uno de los judíos fue
detrás de los zulúes, empleando la pistola
craneal para atacar a cualquier Puño que cargase
contra ellos. Luego venía Cari Hollywood,
1378
quien, por su altura y rifle, parecía haber
acabado con el trabajo de reconocimiento y
defensa a distancia. El coronel Spence y el otro
israelí iban detrás, caminando de espaldas casi
todo el tiempo.
Eso les permitió recorrer gran parte del
callejón sin problemas, pero ésa era la parte fácil;
cuando llegaron a la calle, ya no eran el único
foco de acción sino meros granos en una
tormenta de arena. El coronel Spence disparó
casi todo un cargador al aire; las explosiones
eran casi inaudibles en el caos, pero los
fogonazos de luz del arma llamaron algo la
atención, y la gente en su vecindad inmediata
llegó incluso a apartarse de su camino. Cari vio
que uno de los zulúes le hizo algo muy
desagradable con su arma y apartó la vista;
luego reflexionó que el trabajo del zulú era abrir
camino y el suyo centrarse en las amenazas
1379
lejanas. Miró a su alrededor lentamente
mientras caminaba, intentando ignorar la
amenazas que estaban sólo a un brazo de
distancia y ver la escena completa.
Se habían metido en medio de una lucha
callejera completamente desorganizada entre
las fuerzas de la República Costera y los Puños
de la Recta Armonía, que no quedaba nada clara
por el hecho de que muchos costeros habían
desertado atándose tiras de tela roja en los
brazos de los uniformes, y que muchos de los
Puños no llevaban ninguna marca en absoluto,
y que muchos de los otros que no tenían afilia‐
ción se aprovechaban de la situación para
saquear las tiendas y eran rechazados por
guardias de segundad; muchos de los
saqueadores eran a su vez asaltados por bandas
organizadas.
1380
Estaban en Nanjing Road, una avenida ancha
que llevaba directamente al Bund y al Huangpu,
bordeada de edificios de cuatro y cinco pisos de
forma que muchas ventanas daban a la calle y
cualquiera de ellas podría haber contenido un
francotirador.
Algunas realmente cobijaban francotiradores,
comprendió Cari, pero muchos de ellos
disparaban al otro lado de la calle a otros fran‐
cotiradores, y los que disparaban a la calle
podrían haber dado a cualquiera. Cari vio a un
tipo con un rifle de mira láser vaciando cargador
tras cargador en la calle, y decidió que eso
constituía un peligro definitivo y claro; por eso,
cuando sus progresos se detuvieron momentá‐
neamente, mientras los zulúes esperaban a que
se resolviese frente a ellos una lucha
costeros/Puños especialmente desesperada,
Cari plantó los pies, se puso el rifle al hombro,
1381
apuntó, y disparó. En la débil luz producida por
los disparos y las linternas, pudo ver polvo
saltar de la ventana justo por encima de donde
estaba del francotirador. El francotirador se echó
atrás, luego comenzó a barrer la calle con el
láser, buscando la fuente de la bala.
Alguien tropezó con Cari por detrás. Era
Spence, al que le habían acertado y había
perdido el uso de una pierna. Había un Puño
sobre la cara del coronel. Cari hundió la culata
del rifle en la barbilla del hombre, echándolo de
vuelta a la pelea con los ojos en blanco. Luego
cargó de nuevo, se puso el arma al hombro e
intentó encontrar la ventana de su amigo el
francotirador.
Todavía estaba allí, trazando pacientemente
una línea roja rubí sobre la burbujeante
1382
superficie de la multitud. Cari respiró profunda‐
mente, exhaló con cuidado y apretó el gatillo. El
rifle le golpeó el hombro, y al mismo tiempo vio
el rifle del francotirador caer de la ventana,
girando sobre sí mismo, el rayo láser barriendo
el humo y el vapor como la línea de una pantalla
de radar.
Todo aquello probablemente había sido una
mala idea; si cualquiera de los otros
francotiradores había visto su acto, querrían
deshacerse de él, cualquiera que fuese su
afiliación. Cari cargó de nuevo y dejó que el rifle
le colgase de la mano, apuntando hacia la calle,
donde no sería tan evidente. Las puntas del
bigote de Spence se agitaban mientras él
continuaba con su interminable e imperturbable
charloteo; Cari no podía oír ni una palabra pero
asentía para darle ánimo. Ni siquiera el
neovictoriano más literal podía creerse
1383
seriamente lo de mantener la compostura sin
demostrar que uno está asustado; Cari
comprendió que eso ahora se hacía con un
asentimiento y un guiño. Aquélla no era la
forma del coronel Spence de decir que no estaba
asustado; era más bien un código, una forma de
salvar la cara mientras admitía que estaba
completamente aterrorizado, y para Cari era la
oportunidad de poder admitir lo mismo.
Varios Puños les atacaron simultáneamente;
los zulúes se cargaron a dos, el israelí de delante
de encargó de otro, pero otro llegó y lanzó el
cuchillo contra la chaqueta a prueba de cuchillos
del israelí. Cari levantó el rifle, la culata entre el
cuerpo y el brazo, y disparó desde la cadera. El
retroceso casi le arrancó el arma de la mano; el
Puño prácticamente dio un salto hacia atrás.
1384
No podía creer que todavía no hubiesen
llegado al paseo de la orilla; habían estado
haciendo aquello durante horas. Algo le golpeó
con fuerza por la espalda, haciendo que cayese
hacia delante; miró por encima del hombro y vio
a un hombre que intentaba atravesarle con una
bayoneta. Otro hombre vino corriendo e intentó
quitarle el rifle. Cari, demasiado anonadado
para responder por un momento, soltó final‐
mente a Spence, se lanzó y le metió los dedos en
los ojos al atacante. Sonó una gran explosión en
su oído, y miró para ver que Spence se había
dado la vuelta y disparado al atacante que
llevaba la bayoneta. El israelí que había estado
guardando la espalda simplemente se había
desvanecido. Cari levantó el rifle hacia la gente
que convergía sobre ellos por la espalda; eso y la
pistola de Spence abrieron un agradable espacio
tras ellos. Pero algo más aterrador y poderoso
empujaba a la gente hacia ellos por los lados, y
1385
al intentar Cari ver de qué se trataba, vio que un
montón de chinos estaba ahora entre él y los
zulúes. Tenían caras de dolor y pánico; no
estaban atacando, estaban siendo atacados.
De pronto, todos los chinos desaparecieron.
Cari y el coronel Spence se encontraron
reunidos con una docena más o menos de
bóers; no sólo hombres, sino mujeres, niños y
viejos, todo un laager en movimiento. Todos se
movían hacia delante instintivamente y reabsor‐
bieron la vanguardia del grupo de Cari. Estaban
a una manzana de la orilla.
El líder de los bóers, un hombre robusto, que
Cari Hollywood identificó como líder,
redistribuyó rápidamente las fuerzas que tenían
para el asalto final al paseo de la orilla. Lo único
que Cari recordaba de esa conversación era al
hombre diciendo:
1386
—Bueno. Tienen zulúes.
Los bóers en vanguardia llevaban algún tipo
de arma automática que disparaba proyectiles
de explosivo nanotecnológico de gran potencia
que, usados indiscriminadamente, podrían
haber convertido toda la multitud en una
muralla de carne picada; pero ellos disparaban
las armas de forma disciplinada incluso cuando
los Puños penetraban a una distancia menor que
la de una espada. De vez en cuando, uno de ellos
levantaba la cabeza y barría una fila de ventanas
con fuego automático continuo; los tiradores
salían de la oscuridad y caían a la calle como
muñecas de trapo. Los bóers debían de estar
usando algún tipo de dispositivo de visión
nocturna. El coronel Spence se cayó con todo su
peso en el brazo de Cari, y éste comprendió que
debía de estar inconsciente o cerca de estarlo.
1387
Cari se echó el rifle al hombro, se inclinó, y
agarró a Spence con una maniobra de bombero.
Llegaron a la orilla y establecieron un
perímetro defensivo. La siguiente pregunta era:
¿había algún bote? Pero aquella parte de China
estaba medio cubierta por el agua y parecía que
había tantos botes como bicicletas. La mayoría
parecía que se habían abierto paso hasta
Shanghai durante el gradual asalto de los Puños.
Así que, cuando llegaron al agua, encontraron
miles de personas con botes, deseosas de
realizar negocios. Pero como señaló
correctamente el líder bóer, sería un suicidio
separar al grupo en varios botes pequeños y sin
potencia; los Puños pagaban buenas
recompensas por las cabezas de los bárbaros.
Era mucho más seguro esperar una de las
grandes naves del canal para ir al otro lado, en
1388
cuyo caso podrían llegar a un acuerdo con el
capitán y subir a bordo como grupo.
Varias naves, desde yates a motor hasta
traineras, ya competían por ser la primera en
llegar a un acuerdo, abriéndose paso
inexorables a través de la masa orgánica de
pequeños botes que ocupaba la orilla.
Un golpe rítmico había comenzado a resonar
en los pulmones. Al principio parecían
tambores, pero al acercarse se convirtió en el
sonido de cientos o miles de voces humanas que
cantaban al unísono: «¡Sha! ¡Sha! ¡Sha! ¡Sha!».
Nanjing Road comenzó a vomitar una gran
multitud de personas arrojadas al Bund como
los gases expulsados por un pistón. Se
apartaron inmediatamente, dispersándose a un
lado y a otro de la orilla.
1389
Un ejército de hoplitas —guerreros
profesionales en traje de batalla— marchaba
hacia el río, en filas de a veinte, ocupando todo
el ancho de Nanjing Road. Aquéllos no eran
Puños; eran las tropas regulares, la vanguardia
del Reino Celeste, y Cari Hollywood se
horrorizó al ver que lo único que había entre
ellos y su marcha a tres niveles hacia la orilla del
Huangpu era Cari Hollywood, su 44 y un
puñado de civiles ligeramente armados.
Un yate de muy buen aspecto se había
acercado a unos metros de la orilla. El israelí que
quedaba, que hablaba bien el mandarín, ya ha‐
bía comenzado a negociar con el capitán.
Uno de los bóers, una abuela huesuda con un
moño blanco sobre la cabeza y encima un gorro
negro primorosamente sujeto con alfileres, habló
1390
brevemente con el líder bóer. El asintió una vez,
luego le tomó la cara entre las manos y la besó.
Ella se puso de espaldas a la orilla y comenzó
a caminar hacia la cabeza de la columna de
celestes que avanzaba. Los pocos chinos, lo
suficientemente locos para permanecer a lo
largo de la orilla, respetando su edad y posible
locura se apartaron para dejarle paso.
Las negociaciones sobre el barco parecían
haber encontrado algunas dificultades. Cari
podía ver hoplitas individuales saltando dos o
tres pisos en el aire, entrando con los puños por
delante en las ventanas del Hotel Cathay.
La abuela bóer se abrió paso hacia delante
hasta estar en medio del Bund. El líder de la
columna de celestes se adelantó, cubriéndola
con algún tipo de arma de proyectiles colocada
1391
en un brazo del traje y le indicó con el otro que
se apartase. La mujer bóer se puso cuidado‐
samente de rodillas en medio del camino, unió
sus manos para rezar e inclinó la cabeza.
Entonces se convirtió en una perla de luz
blanca en la boca de un dragón. En un instante
la perla creció hasta el tamaño de una nave aé‐
rea. Cari Hollywood tuvo la presencia de ánimo
para cerrar los ojos y volver la cabeza, pero no
tuvo tiempo de echarse al suelo; la onda de
choque se encargó de eso, aplastándole tan
largo como era sobre el granito del paseo de la
orilla y arrancándole la mitad de la ropa del
cuerpo.
Pasó algún tiempo antes de volver a la
consciencia; sentía que había sido una media
hora, aunque todavía caían escombros a su
alrededor, así que era más probable que fueran
1392
cinco segundos. El casco del yate blanco estaba
abierto por un lado y la mayoría de la
tripulación estaba esparcida por el río. Pero un
minuto más tarde, una trainera se acercó y
subió a los bárbaros a bordo sólo con
negociaciones superficiales. Cari casi se olvidó
de Spence y casi lo abandonó; descubrió que ya
no tenía fuerzas para levantar el cuerpo del
coronel, así que lo arrastró a bordo con ayuda
de un par de jóvenes bóers; gemelos idénticos,
vio, quizá de trece años. Al atravesar el
Huangpu, Cari Hollywood se tiró sobre un
montón de redes de pesca, cansado y débil co‐
mo si todos sus huesos estuviesen rotos,
mirando al cráter de treinta metros de diámetro
en el centro del Bund y mirando a las habitacio‐
nes del Hotel Cathay, que había sido
limpiamente cortado por la mitad por la bomba
en el cuerpo de la mujer bóer.
1393
Quince minutos después, estaban libres en las
calles de Pudong. Cari Hollywood encontró el
camino al campamento atlante local, donde se
presentó, y pasó unos minutos escribiendo una
carta a la viuda del coronel Spence; el coronel
se había desangrado hasta morir por una
herida en la pierna durante el viaje a través del
río.
Luego extendió las páginas en el suelo frente a
él y volvió al propósito que le había ocupado en
la habitación del hotel durante los últimos días,
es decir, la búsqueda de Miranda. Había
comenzado la búsqueda a petición de lord
Finkle‐McGraw, y la había continuado con
creciente pasión durante los últimos días al
haber empezado a entender que había echado
de menos a Miranda, y ahora seguía haciéndolo
desesperadamente; porque había comprendido
que en esa búsqueda podría residir la única
1394
esperanza para la salvación de decenas de miles
de ciudadanos exteriores ahora atrapados en las
calles muertas de la Zona Económica de
Pudong.
Asalto final de los Puños; victoria del Reino
Celeste; refugiados en los dominios de los
Tamborileros; Miranda
El Huangpu detuvo el avance del Ejército
Celeste hacia el mar, pero atravesando el río
más hacia el interior, continuaron moviéndose
en dirección norte hacia la península de Pudong
a ritmo de paseo, empujando frente a ellos a un
montón de campesinos hambrientos como los
que habían sido sus emisarios en Shanghai.
Los ocupantes de Pudong —una mezcla de
bárbaros, chinos de la República Costera que
temían la persecución a mano de sus primos
1395
celestes, y las pequeñas hermanas de Nell, un
tercio de millón por lo menos y que constituían
una phyle por sí mismas— se encontraban, por
tanto, atrapados entre los celestes al sur, el
Huangpu al oeste, el Yangtsé al norte y el
océano al este. Todas las conexiones con las islas
artificiales en el mar se habían roto.
Los geotectólogos de Tectónica Imperial, en
sus templos clásicos y góticos en lo alto de
Nueva Chusan, realizaron varios esfuerzos por
construir puentes provisionales entre su isla y
Pudong. Era muy simple tender un armazón o
un puente flotante sobre el mar, pero los
celestes tenían ahora la tecnología para volar
cosas así con mayor rapidez que la de su
construcción. Durante el segundo día del
asalto, hicieron que la isla se conectase con
Pudong por medio de un pseudopodo estrecho
de coral inteligente, anclado al fondo del
1396
océano. Pero había límites simples y claros a la
velocidad con que podía crecer, y mientras los
refugiados seguían atestando las estrechas calles
del bajo Pudong, trayendo informes cada vez
más terribles sobre el avance de los celestes,
todos tuvieron claro que el puente terrestre no
se completaría a tiempo.
Los campamentos de las distintas tribus se
desplazaban al norte y al este al ser obligados
por la presión de los refugiados y el miedo a los
celestes, hasta que varios kilómetros de costa
habían sido reclamados y ocupados por
diversos grupos. El lado sur, a lo largo de la
costa, había sido ocupado por los nuevos
atlantes, que se habían preparado para rechazar
cualquier asalto por la playa. La cadena de
campamentos se extendía hacia el norte,
doblándose por el océano y luego al este por
las orillas del Yangtsé hacia el lado opuesto,
1397
que estaba ocupado por Nipón, preparada
contra cualquier asalto desde las zonas de ma‐
rea. Toda la parte central de la línea estaba
protegida contra un asalto por el ejército/tribu
de la Princesa Nell compuesto por niñas de
doce años, que gradualmente cambiaban sus
palos por armas más modernas compiladas en
Fuentes portátiles de los nipones y los nuevos
atlantes.
A Cari Hollywood se le había asignado
labores militares tan pronto como se presentó
ante las autoridades de Nueva Atlantis, a pesar
de su esfuerzo por convencer a sus superiores
de que podría ser más útil siguiendo su actual
línea de investigación. Pero entonces llegó un
mensaje de los niveles más altos del gobierno de
Su Majestad. La primera parte felicitaba a Cari
Hollywood por sus acciones «heroicas» al sacar
al fallecido coronel Spence de Shanghai y
1398
sugería que un título nobiliario podría estarle
esperando cuando saliese de Pudong. La se‐
gunda parte lo nombraba en cierta forma
enviado especial ante Su Alteza Real, la
Princesa Nell.
Leyendo el mensaje, a Cari le sorprendió
momentáneamente que su Soberana le diese
una posición equivalente a Nell; pero al
reflexionar vio que era un acto
simultáneamente justo y pragmático. Durante
su estancia en las calles de Pudong, había visto
lo suficiente del Ejército Ratonil (como, por
alguna razón, se autodenominaban) para saber
que, de hecho, constituían una especie de
nuevo grupo étnico, y que Nell era su líder
incuestionable. La estima de Victoria por la
nueva soberana estaba bien fundada. Y al
mismo tiempo, el Ejército Ratonil estaba
ayudando a proteger a muchos atlantes para
1399
que no fuesen hechos prisioneros o algo peor
por el Reino Celeste, lo que convertía aquel
reconocimiento en un acto eminentemente
pragmático.
Le tocó a Cari Hollywood, que había sido
miembro de su tribu adoptiva durante sólo
unos meses, el transmitir los saludos y felicita‐
ciones de Su Majestad a la Princesa Nell, una
chica de la que sabía a través de Miranda pero
que nunca había conocido y que apenas podía
imaginar. No necesitó reflexiones muy
profundas para ver la mano de lord Alexander
Chung‐Sik Finkle‐McGraw tras todo aquello.
Liberado de las responsabilidades diarias, se
dirigió al norte desde el campamento de Nueva
Atlantis en el tercer día de sitio, siguiendo la
línea de la marea. Cada pocos metros se
encontraba con una frontera tribal y presentaba
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