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Published by razielgdela, 2016-06-10 13:45:56

Leyendas de la Ciudad de Mexico

Leyendas de la Ciudad de Mexico

Coordinador: Ing. Raziel González del Angel.
1ª versión. Junio 2016.
1

Contents

LA CASA DE JUAN CHAVARRÍA . .......................................................................................................... 3
LA DAMA ENSANGRENTADA . ............................................................................................................. 5
El tesoro de la Candelaria ................................................................................................................... 8
Leyenda de la Cruz Verde.................................................................................................................. 10
La Fuente del Tecolote ...................................................................................................................... 14
La Leyenda de Doña Catalina Suárez, la Marcaida............................................................................ 18
Los penitentes de San Hipólito.......................................................................................................... 20
Leyenda de los Volcanes ................................................................................................................... 25
EL AHIJADO DE LA MUERTE............................................................................................................... 27
LA LEYENDA DEL AJOLOTE................................................................................................................. 31
EL INDIO TRISTE................................................................................................................................. 33
EL AHORCADO DE LA CARCEL DE LA ACORDADA.............................................................................. 34
EL AHUIZOTL...................................................................................................................................... 38
EL ALACRAN DE FRAY ANSELMO ....................................................................................................... 40
EL LIBRO NEGRO DEL INQUISIDOR .................................................................................................... 43
El monje negro de la Santa Veracruz ................................................................................................ 47
EL TRIBUNAL DE LOS MUERTOS ........................................................................................................ 51
Un juramento macabro..................................................................................................................... 59
La novia de hierro.............................................................................................................................. 61
La novia del usurero .......................................................................................................................... 63
”La Planchada” .................................................................................................................................. 66
La calle de la venenosa...................................................................................................................... 67
Los ojos del Nazareno. ...................................................................................................................... 71
El Señor del Rebozo........................................................................................................................... 74
Un gran pecado ................................................................................................................................. 76
Los polvos del virrey.......................................................................................................................... 78
Leyenda del difunto ahorcado .......................................................................................................... 82

2

LA CASA DE JUAN CHAVARRÍA .

El Palacio de Chavarría (Justo Sierra 55)
Construida en tezontle y marcos de cantera, de dos pisos, estilo
sobrio y elegante. La fachada posee un nicho que alberga en vez
de albergar un santo hay una mano que sostiene una custodia.
En esta casona vivió alguna el capitán don Juan de Chavarría y
Valero, nacido en la Nueva España y bautizado en el Sagrario
Metropolitano en 1618.

Pasó en tiempo y contrajo nupcias con doña María Luisa Lorenza de Vivero Ircio de Mendoza, con
la cuál tuvieron tres hijos: Juan, Luis y José de Chavarría y Vivero. La pareja de esposos fue patrona
de las monjas agustinas del convento de San Lorenzo, a quienes ayudaron a construir el convento
y el templo; fue tanta la dedicación y el amor que Juan le profesara a esta obra, que hizo su propio
sepulcro en el interior del templo.

No paso mucho tiempo cuando ocurriría aquel acontecimiento que dio origen al escudo que se
puede apreciar en su casa: la noche del 11 de diciembre de 1676 un ladrón llamado Eufrasio
Pedontero, violentó algunas puertas del templo de San Agustín para hurtar las potencias de oro
del Santo Cristo de la Caña.

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Después de haber cometido tal crimen, aquel hombre se sintió
lleno de culpa y congoja y no sabía que hacer; fuera de sus
cabales, se resbaló entre los barrotes arrastrando consigo velas
y ceras, provocando un descomunal incendio que alertó a toda
la población. Las crónicas de la época dicen los siguiente:
“…Noche desgraciada para la Nueva España, ésta del 12 de
diciembre. Se celebra el aniversario de la aparición de la Virgen
de Guadalupe en la Parroquia de San Agustín, cuando un
caballero, vistiendo su traje de capitán, fuerte y robusto, como
de 58 años de edad, se abrió paso entre la multitud y penetró
en la iglesia, cuyo interior era un horno. Y exponiendo su vida,
avanzó más, hasta el altar mayor, y con fuerte mano tomó la
custodia del Divinísimo. Y rápido y decidido como entró, abandonó el templo, casi ahogado y con
las ropas ardiendo. Ese hombre, don Juan de Chavarría y Valero, piadoso y rico, fue el valeroso
militar quien destacó la divina forma…”.
Debido a esta hazaña, el rey le permitió utilizar la mano con la custodia como escudo de su casa.
En el interior de la casona actualmente no queda nada del señorío que tuvo en su tiempo, pero
todavía lo podemos apreciar en su exterior.
El lugar fue remodelado para servir de alojo de oficinas de todo tipo, es propiedad particular y no
se permite la entrada al público.

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LA DAMA ENSANGRENTADA .

La dama ensangrentada (Sucedió en la calle 5 de febrero #157)

Mucho se ha hablado de la
percepción extrasensorial, mientras
unos la niegan, otros la aceptan sin
recelos. La presente leyenda que
data del siglo XVII nos revela que
puede haber comunicación entre los
vivos y los muertos; ahora veamos
este escalofriante suceso ocurrido en
la calle que hoy conocemos como
cinco de febrero, para ser exactos,
nos iremos a la casona marcada con
el número 157.

Cuenta la leyenda que, en el mes de febrero de dicho año, llegó a esa casona ocupada por los
condes de Ferráldez, el joven caballero Miguel de Ubeda y Carmona, que iba como huésped de los
condes, quienes lo recibieron con muestras de gran afecto, y éste su vez fue recíproco.

Aquel joven iba a pasar larga temporada en Nueva España, al menos esas eran sus intenciones;
pero el duende del amor hizo su presencia dos noches después, al descubrir él, en el jardín de la
casa contigua a la de los condes a una bellísima muchacha llamada Margarita.

Noche a noche Miguel admiró la belleza de la joven y empezó a cortejarla, hasta que entre
susurros acordaron reunirse en el jardín la noche siguiente a la misma hora; pero él tenía que ver
el modo de bajar de su ventana para reunirse con su amada.

Al día siguiente el joven enamorado se entregó febrilmente a la fabricación de una escala, y esa
misma noche escaló el grueso muro, mientras Margarita ya lo aguardaba ansiosa.

Durante varias noches, los enamorados pasearon por el jardín iluminado por la luna,
escondiéndose de miradas indiscretas.

Así el tiempo pasó, hasta que llegó el momento de las confidencias de enamorados, en donde la
muchacha le confiesa a su amado que pronto lo iba a dejar de ver porque sus padres la iban meter
de novicia a un convento; el joven le dice que irá a hablar con ellos para que se desposaran en
sagrado matrimonio, pero la muchacha le asegura que eso jamás lo permitirían. Margarita llorosa
y desesperada, corrió hacia el interior de su casa; y momentos después Miguel, en su cama se
revolvía preso de los más diversos pensamientos.

Al día siguiente, el joven miró a todas horas el jardín de la casa de su amada, sin notar signo
alguno de vida. Cerca de las once de las once de la noche, cuando Miguel bajó, quien iba a decirle

5

que por última vez utilizaría aquella escalera; una vez en tierra Margarita pálida y acongojada le
dice que al día siguiente la mandarían sus padres al convento, y por más que intentó convencerlos
de lo contrario, todos sus esfuerzos fueron en vano. Entonces la joven le dice a su amado que el
único camino que hay es que huyan juntos y se casen, mientras ella fingiría estar enferma para
retardar su destino. Se reunirían la noche siguiente a la hora acostumbrada.

El día siguiente, Miguel lo pasó arreglando sus cosas personales y reuniendo su capital, aunque
pidió algún dinero al conde, calló el motivo de su urgencia de oro. Esa noche el joven aguardó
ansioso la hora en que iría al encuentro de su amada, más pronto dícese que hizo inoportuna
aparición el conde de Ferráldez, quién le pidió de favor que le ayudara a hacer unas cuentas. No
pudo negarse a ayudar al conde y menos decirle que le hacía tarde para raptar a Margarita; y
mientras ayudaba a hacer las cuentas, no cesó de mirar aquel reloj de arena que marcaba la hora
en que debería estar aguardando su amada. Continuaron atareados en el libro, el conde y el
ansioso Miguel, cuando se dejaron escuchar fuertes y extraños ruidos en la casa vecina, a lo que el
joven pide permiso para salir a tomar un poco de aire fresco.

Desesperado y nervioso, se situó frente al zaguán de la casa contigua. De pronto, dice la leyenda,
se abrió quedamente zaguán y apareció la dulce figura de la amada, pero al observarla de cerca se
dio cuenta, horrorizado que mientras la mantenía en sus brazos, llevaba un puñal clavado al
pecho.

Ella le dice que pensó que no llegaría a la cita o que la había engañado y por eso decide suicidarse.

Cargó a la sangrante Margarita, pero se encontró con la puerta de la casa cerrada, y con que ni sus
padres ni criados habían salido tras ella; entonces va a toda prisa la casa de los condes y la sube a
sus habitaciones, después la acostó sobre la cama, asegúrose que ella se quejaba débilmente y él,
no había tenido valor para arrancarle el puñal del pecho.

Miguel no comunicó cuanto sucedió al conde Ferráldez, pero cuando regresó acompañado del
doctor, los condes lo recibieron al pie de la escalera y finalmente les contó todo lo que había
pasado; los otros desconcertados le dijeron al joven que no tenían ninguna Margarita por vecina.

El joven insistió en que la vieran, pero cuando ingresaron a la alcoba no había rastro alguno de la
muchacha, la única evidencia de su presencia era la sábana ensangrentada y un prendedor que
portaba en el pecho. Intrigados por los argumentos de Miguel y lo que encontraron, se dirigieron a
la casa de sus vecinos, y al llegar fue el conde quien hablo primero, pero se vio interrumpido por la
esposa del otro caballero, al decir que el joven era el asesino de su hija: la pareja aseguró que él le
había dado muerte a muchacha diez años atrás.

Miguel le aseguró al ofendido padre que había salido hace escasos momentos con un puñal
clavado en el pecho, pero la pareja aseguraba que él era el asesino; entonces se aclaró el asunto
de que al joven que tenían por huésped se llamaba Miguel de Ubeda y Carmona, y el otro era
Miguel Moreda, y solo tenía escasos dos meses de haber llegado a la Nueva España. Sin embargo

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al joven no le creían, hasta que les mostró el prendedor con el que aseguraron sus padres, la
habían enterrado. ¿Qué explicación había ante este fenómeno?
Ya en su aposento, Miguel desesperado cae ante el Cristo, pidiendo le ayudara a resolver este
misterio. A partir de aquel día, lo empezó a invadir una gran melancolía, de una tristeza infinita, la
cual se iba incrementando al paso de los días; entonces los condes viendo esta situación deciden
enviarlo de regreso a España para que con el tiempo y la distancia lograra olvidar su macabra
aventura.
La marcha de Miguel ocasionó otro fenómeno, pues a partir de la noche del día en que partió, se
dejaban escuchar los gemidos agonizantes de una mujer, que después de dirigía a la calle. Fueron
varios los vecinos de la capital de la Nueva España, que vieron aparecer a tal fantasma al que dióse
el nombre de: “La dama ensangrentada”. Y así se conoció por el vulgo la calle que como sabemos
se llamaba también calle de la Joya.
Cuentan las versiones sobre esta leyenda que los ancianos padres de la muerta Margarita, la
vieron también varias noches, pero no todos los seres de este mundo tienen facultad para hablar
con los de ultratumba, entonces llamaron a los frailes exorcizadores; aseguran que gracias a estas
prácticas, Margarita desapareció de la casa y de la calle, que con un grito espantoso se alejó para
perderse en las sombras de esa región, de la dimensión desconocida e inexplicable de los muertos.
En aquel siglo no se encontró explicación a tal fenómeno, pero ahora podemos explicarlo gracias a
que sabemos de la existencia de la percepción extrasensorial; esta no solo permite ver y hablar
con los seres de otro mundo, sino hasta llegar a tocarlos, como aconteció con Miguel de Ubeda y
Carmona en el siglo XVII.

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El tesoro de la Candelaria .

Esta leyenda ocurrió en lo que hoy se
conoce como La Candelaria de los
Patos en el año 1584 en el convento
de la Merced, ahí vivían los monjes
Mercedarios y entre ellos el fraile
llamado Cipriano de Almaraz, que
tenía fama de dormilón y astuto.

Un día, mientras los religiosos se
reunieron para hacer su rezo
vespertino, Cipriano se quedó
dormido y encerrado en el coro de la
iglesia, de pronto, cerca del lugar pasó un caballero, el fray le gritó desde una ventana para que lo
ayudara a salir pero éste hizo caso omiso, segundos después el monje se sorprendió ya que aquel
hombre entró flotando al templo.

El caballero era un fantasma y el viejo Fraile le pidió que no le hiciera nada, el espectro respondió
que tendría que hacerle un favor y lo convenció al decirle que sabía dónde estaba escondido un
tesoro, al oír esto Cipriano se desmayó; al día siguiente encontró a otros frailes y les contó lo que
le había sucedido, no le creyeron, pensaban que había sido un sueño.

Tres noches después, mientras dormían, a Cipriano se le apareció el fantasma de aquél caballero y
le dijo: “Fray ¡Vamos por ese tesoro del que te he hablado! Te llevaré cargando en mí espalda
hasta el puente del rosario y ahí lo verás enterrado”, el viejo fraile accedió, pero al llegar al puente
y ver la laguna, decidió que no lo desenterraría pues sus fuerzas ya no eran suficientes.

Durante tres días seguidos el fantasma llevó a Cipriano al puente, éste no quiso sacar el tesoro.

Días después el fraile cayó enfermó y posteriormente murió, consta en algunos libros que falleció
de espanto y que nunca quiso desenterrar el tesoro.

Días más tarde, en una noche fría mientras un indio cazaba patos en la laguna del puente Rosario,
se le apareció el fantasma y le dijo; “Estoy aquí para ayudarte, yo te haré inmensamente rico”, le
explicó cómo sería esto y lo llevó a donde estaba el tesoro enterrado. Le pidió que sacara el dinero
puntualizándole que la mitad de lo que había ahí sería su recompensa, la otra mitad se la daría al
clero para que hicieran misas en su nombre y así su alma pudiera encontrar el eterno descanso.

El fantasma desapareció y el indio, al encontrarse solo ignoró las instrucciones que el ente le había
dado, sacó un poco de dinero y lo despilfarró.

Las noches siguientes el hombre regresaba para sacar más dinero, gusto que le duró poco, porque
un día, al dirigirse al cofre, escuchó una voz que le decía “¡No toques más ese cofre, no seguirás

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robando mí oro!” A lo que él respondió: “Ahora sí cumpliré la promesa”, el fantasma le dijo:
“Antes de eso cárgame en tu espalda y llévame hasta una iglesia”.

En el lugar el indio escuchó nuevamente al fantasma: “No me bajaré de ti hasta que le entregues al
padre del templo la mitad del dinero y le digas que haga las misas en mí nombre o de lo contrario
te pesará”.

La mente del indio comenzó a trabajar y pensó que no cumpliría las indicaciones de esa alma
maligna, sólo le pediría al padre que hiciera las misas y el dinero sería para él, el fantasma leyó su
mente y le dijo; “¡No, ni lo pienses, debes cumplir con todo lo que prometiste! O jamás me bajaré
de ti”. El indio corrió por las calles asustado y gritaba: “¡Quítenme este fantasma, por el amor de
Dios!”, la gente pensaba que estaba loco, pero un día el indio no aguantó más, quedó inmóvil y
murió.

El fantasma deambulaba cerca
del puente, unos dicen que
cuidando su tesoro y otros que
en espera de que alguien
desenterrara el cofre para
ponerle fin a su eterno penar;
por este motivo los Frailes
decidieron construir una capilla
frente al puente y así alejar al
fantasma, los indios no dejaron
de cazar patos en ese lugar,
pero después los habitantes de
la Candelaria fueron azotados
por la mala época conocida como: el Matlazahuatl o viruela negra.

Según la historia esa zona quedó insalubre y deshabilitada. Fueron tantos los muertos que el clero
decidió construir ahí un cementerio y en 1737 la Candelaria de los patos se convirtió en un campo
santo, hoy conocido como San Lázaro. Siempre quedó la incógnita de que si quienes enterraban a
los muertos habían encontrado el cofre, se dice que posiblemente nadie lo encontró o que quedó
enterrado en alguna parte de la candelaria de los patos.

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Leyenda de la Cruz Verde

(Esquina de las calles Correo Mayor y Regina)

La entrada en México de los virreyes enviados por España era siempre un día solemne, las
calles y avenidas de la antigua ciudad de México se llenaban de gente para ver a la comitiva y
la personalidad del noble español enviado por los monarcas hispanos. Por eso no es de
extrañar que el 17 de septiembre de 1556 fuera de regocijo ya que, a las once de la mañana,
haría su entrada triunfal el Excelentísimo Señor Don Gastón de Peralta, nombrado Virrey de la
Nueva España por Felipe II.

Brillante fue el cortejo de nobles y caballeros que montaban briosos caballos rodeando la
persona del Virrey. Entre ellos se distinguía por su elegante porte, un joven como de
veintiocho años, rubio, de barba cerrada, mirada alegre, elegantemente vestido y admirado
por las muchas damas que presenciaban el solemne desfile.

Aquel noble y arrogante caballero se llamaba don Álvaro Villadiego y Manrique, quien
acompañado de su paje se dio a recorrer las calles tomando parte en tanta alegría. Su paseo
hubiese sido largo si no se hubiera detenido en una esquina de cierta calle en la cual vio,
asomada al balcón de su casa, una preciosa doncella cuyos encantos penetraron muy adentro
del corazón del noble hispano. Preguntando por doquier en los alrededores, supo que la ya
dueña de su albedrío se llamaba doña María de Aldarafuente y Segura, hija de un empleado
de la Real Hacienda, por cierto de los más modestos.

El doncel, varias veces pasó por debajo de aquel balcón; la dama bien pronto comprendió que
la rondaba pero, como sus padres no le permitían hablar con nadie, se hizo difícil el
comunicarse a los enamorados, porque doña María ya sentía algo más que simple curiosidad
por su constante rondador.

He aquí que una enfermedad de la madre de la joven, quebrantó la dura vigilancia en que se
la tenía puesta, y amorosa carta llegó a poder de la interesada. En la carta el enamorado le
decía; que si el amor que ella ofrecía era correspondido, pintara una cruz verde en el balcón.

Siglos le parecieron los transcurridos sin que apareciese la dicha cruz, hasta que una mañana
vio la anhelada señal, lo cual era la realización de todas sus apasionadas esperanzas.

Un virtuoso sacerdote intervino desde entonces en los preliminares de aquellas relaciones, y
venciendo las consabidas resistencias de los padres de la novia, tuvo efecto la ceremonia
nupcial, asistiendo lo más granado de la nobleza virreinal invitada por el novio que no cabía en
sí de gozo.

En memoria de aquella señal que había indicado el principio de sus dichas, don Álvaro de
Villadiego y Manrique mandó que se pusiera en el ángulo de la casa, desde el suelo hasta el
nivel del balcón, una gran cruz verde de piedra, que hasta el presente existe y puede verse en
la esquina de Regina y Correo Mayor.

*Revista Ritos Retos del Centro Histórico, núm. 4,1999.

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Otra versión de la misma Leyenda de la Cruz Verde

Durante la época de la colonia se acostumbraba que
al construir una casa, se colocara en su fachada la
imagen de una cruz o de un santo al que la familia le
tuviera devoción, este ornamento religioso era
elaborado en cantera o mármol, siempre y cuando los
habitantes contaran con los recursos económicos
para costearlo.
Por lo general la imagen era colocada en la parte
central de la fachada, y algunas veces se le ponía un
pie de gallo elaborado en hierro, desempeñando la
función de poder colgar un farol para que durante la
noche el nicho donde permanecía la imagen pudiera
ser contemplado por los habitantes de la capital. Si la
familia era de alcurnia, en vez de tener imágenes
religiosas llegaban aponer su escudo de armas. Sin
embargo, la mayoría los habitantes de la capital de
Nueva España prefirieron tener en la fachada de sus
hogares una cruz, pero no podían poner la efigie nada más porque se les antojaba hacerlo,
pues por si no lo sabías, las autoridades eclesiásticas regulaban todos estos menesteres; y
esto lo prueba una Junta Eclesiástica que se llevó a cabo en 1539, en la que se llegó al
acuerdo de mandar tirar muchas cruces existentes, en especial las que se encontraban en
casas de indios, eso sí, los españoles tenían autorizado colocar estas imágenes con absoluta
libertad.
Con el paso del tiempo la Santa Inquisición se percató de que las casas que tenían una cruz
en su fachada ya eran numerosas, para lo que se volvió a llevar a cabo otra Junta
Eclesiástica a finales del siglo XVII, comisionando a un funcionario para que fuera a
recorrer las calles de la ciudad y revisara si los habitantes de las casonas contaban con la
debida autorización.
La gente hizo caso omiso de estas leyes y continuó colocando cruces a placer, incluso se
llegaron a contar dos en varias casonas, como una en la calle de la Aduana Vieja y San
Jerónimo; además también cuentan las crónicas que la cruz colocada en frente de la casa
marcada con el número 5 de la calle de Jesús María, era de color blanco tranzada sobre
tezontle negro y tenía grabadas las imágenes de la Pasión de Cristo.
La Calle de la Cruz Verde se encontraba ubicada de poniente a oriente, después de la calle
del Corazón de Jesús, pero conocida por el vulgo como de San Camilo y que antes se
llamase de Pachito; se encontraba una casa situada en la calle de Migueles y Cruz Verde,
donde se colocara una cruz de ese color, pero no fue de bulto ni en nicho alguno. De
dimensiones grandes, fue tallada en el muro del cuerpo del edificio, de tal forma que su pie
formó la esquina y los brazos se doblaban, quedando uno para la calle de la Cruz Verde y el
otro para la calle de Migueles.

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Según las crónicas, a la calle de que nos ocupa se le llamó así por la imagen de la cruz, pero
la leyenda nos cuenta otra cosa diferente. ¿Quieres saber qué es? Sigue leyendo.
El 17 de septiembre de 1556 arribó a tierras mexicanas Don Gastón de Peralta, que fuese
nombrado por el rey Felipe II, virrey de la Nueva España. Durante aquella época la llegada
de un virrey era todo un acontecimiento de gran solemnidad, con las calles abarrotadas de
gente para no perderse la llegada de dicha autoridad.
El cortejo que acompañaba al joven virrey era muy solemne, pues estuvo acompañado por
las personas más importantes de la Nueva España, quienes iban montados en hermosos
corceles rodeando a su excelencia, que hacía su triunfal entrada por la ciudad.
Entre estas celebridades había un joven de 27 años de cabello rubio, barba espesa y unos
ojos verdes que emanaban amor y alegría por la vida; este caballero traía por vestimenta
una trusa blanca bordada en oro, su espalda la cubría un capote de color azul con orlas
blancas, y para completar llevaba ceñida a la cintura un hermosa espada con empuñadura
de plata. El joven montaba un precioso caballo árabe con una montura bordada en plata;
así lo veían los asistentes al evento, como un mancebo guapo, arrogante y por las damas
solteras.

El joven caballero llevaba por nombre Don Álvaro Villafuerte y Mancera, quien iba
acompañado de su paje, su recorrido podía haber sido más largo, sino se hubiera detenido
en la esquina de una calle a ver a una hermosa dama asomada en su balcón, quien ante los
ojos de él apareció con una mirada seductora, sintiendo el corazón dándole vuelcos de
emoción. Tan impresionado quedo con esta mujer, que se dio a la tarea de averiguar quién
era la que le había robado el aliento; tiempo después se enteró de que llevaba por nombre
Doña María Alcántara y Sánchez, y era hija de un funcionario de la Real Hacienda pero sin
llegar a un jerarquía muy alta.
EL joven comenzó a rondar la casa de su amada, sin embargo los padres de ella la tenían a
buen reguardo, sabiendo que a su edad se suelen cometer errores irreparables, y por tal
motivo a los enamorados se les dificultaba poderse comunicar, no cabe duda que ambos
habían encontrado a su alma gemela.
Don Álvaro se sentía frustrado de no poder encontrar alguna oportunidad de conocer a su
amada; pero tiempo después para su buena suerte, la madre de Doña María cayó
gravemente enferma, por lo que la vigilancia no era tan estricta y por fin pudo llegar a
manos de la doncella una carta de amor de Don Álvaro, quien le escribía con una profunda
pasión y su deseo de contraer nupcias con ella tal y como lo dicta la Santa Madre Iglesia.
El caballero le suplicó a la dama que si su sentimiento hacia él era correspondido y que si
aceptaba ser su esposa; además también le indicó en la carta que si no podía enviarle la
respuesta por la vigilancia tan estricta, le hiciera saber que no aceptaba esa propuesta
colgando una cruz blanca, pero por el contrario, si la muchacha aceptaba debía de colgar
una cruz verde, y la otra opción era responder las cartas del pretendiente.
Los días pasaron y el angustiado caballero no obtenía respuesta alguna, quien todos los
días pasaba por la calle de la casa de la dama acompañado de un paje, esperando aquella

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tan ansiada respuesta; hasta que un buen día temprano por la mañana observó la tan
anhelada señal y para su regocijo era de color verde, que era el símbolo de la esperanza.
Ante tal respuesta, Don Álvaro ayudado de un sacerdote intervino con los reacios padres de
la muchacha para que aceptaran el compromiso; finalmente cedieron y tiempo después se
llevó a cabo la ceremonia nupcial, a la cual asistió la más alta sociedad de la Nueva España,
invitada por Don Álvaro, quien según nos cuenta la leyenda, en su pecho no cabía la
felicidad.
Aquella señal que fue el motivo de felicidad del joven caballero, hizo que mandara colocar
una cruz de piedra color verde en aquella casa, misma que todavía se conserva hasta
nuestros días un poco deteriorada por el implacable paso del tiempo. Si deseas ver la cruz
que dio origen a esta leyenda, solo tienes que ir a las calles de Correo Mayor y Regina.

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La Fuente del Tecolote

(Sucedió en Belisario Domínguez)

El convento de la Concepción fue de los primeros
fundados en la nueva España y dio nombre al barrio
donde fue edificado; casi frente a ella había una plazuela a
cuyas espaldas se encontraba una casa muy grande y
suntuosa que había pertenecido a don Andrés de Tapia,
conquistador venido con Hernán Cortés. Muy interesantes
la historia de dicha casa, pero por hoy la dejaremos de
lado para ocuparnos de cierta leyenda que mucho se
comentó y qué sucedió en la plazuela, más bien en una de
su fuentes, que se creía de construcción indígena todavía.

Nadie reparaba en ella, ya que estaba algo apartada del
paso de los transeúntes y medio oculta entre unos
arbustos, y posiblemente nadie se hubiera ocupado de
ella nunca, de no empezar a ocurrir allí cosas extrañas y
sobrecogedoras.

Cierta nocho una mujer y su criada iban cruzando la plazoleta para encaminar sus pasos rumbo al
templo de la Concepción, pero a medio camino se encontraron a un tecolote de aspecto siniestro,
las dos mujeres pensando que era el mismísimo demonio, apresuraron el paso para alejarse de la
oculta fuentecilla, oyendo el lúgubre graznido del avechucho casi sobre ellas; Pascuala y su ama
corrían despavoridas, mientras el tecolote parecía perseguirlas, la patrona acabo desmayándose
presa del miedo y quiso el destino que en esos momentos anduviera cerca un caballero, quien se
precipitó a auxiliarla, mientras el pajarraco seguía su vuelo sin ocuparse más de ellos y se perdía
entre los árboles de la plaza.

Esa misma noche el caballero se encontraba en profundo sueño, el cual se vio interrumpido
cuando su esposa Elena escuchó un golpeteó que le sobrecogió el corazón, entonces don Eduardo
siguió el lúgubre golpeteó que se escuchaba en la habitación contigua, entrando decido a abrir la
ventana, y eso le permitió ver la silueta del avechucho que aleteaba en los cristales, al quedar
contra la luz de la Luna. Sin quererlo, aquella le causó un estremecimiento; pero sin darle
importancia, se armó con un palo y con sus manos temblando ligeramente, descorrió los cerrojos
que aseguraban la ventana. Doña Elena oyó el ruido y los gritos de su marido, acto seguido corrió a
auxiliarlo porque el ave le quería sacar los ojos, y armándose de valor logró ahuyentar al maligno
avechucho.

El tecolote salió por la ventana, pero antes de alejarse volteó la cabeza hacia la asustada pareja y
les lanzó una siniestra mirada con aquellos ojos como brasas. Don Eduardo veía un gran parecido
con el búho que tenía el difunto tío de Elena en su cuarto; por lo que llegó a pensar que aquel

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hombre había vuelto en forma ave porque nunca estuvo de acuerdo con el amor entre ellos, pues
murió maldiciéndolos. Don Eduardo no habló más del tema, pero su esposa tuvo que recordar sus
palabras, experimentando gran inquietud por la supuesta reencarnación de su tío Nicolás.

Nicolás de Villegas había adoptado
desde pequeña a Elena, hija de un
lejano pariente suyo muerto en
tierras filipinas, había ido a sacarla
de un convento donde cuidaban
niñas huérfanas, para llevarla a
vivir a su casa y tratarla como si
fuera su propia hija. Don Nicolás
fue como un padre para ella, hasta
que cumplió los dieciocho años,
cuando le regaló un hermoso collar
de piedras preciosas; fue la primera
vez que ella advirtió una luz
extraña en los ojos de su tío, pero
en su inocencia de doncella no le dio importancia.

Elena nunca se había preocupado por saber a qué se dedicaba su tío por las noches, cuando todo
mundo se recogía en sus habitaciones, tenía remotas noticias de que era un hombre sabio, que
realizaba ciertas investigaciones extrañas, y que tenía que hacerlo ocultamente para evitar a la
Santa Inquisición que tanto perseguía a todo lo que pudiera parecer herejía. Lo curioso era que
siempre se encerraba con su querido búho Sócrates, para hablar sobre sus deseos de volver a ser
joven para poder ¡casarse con su sobrina!, pues a toda costa quería retenerla a su lado por
siempre. Lo que menos se imaginaba don Nicolás era que Elena se veía desde hace tiempo con
cierto apuesto y noble galán, a quien invitó al baile del Virrey para presentarlo antes su tío y el
joven aprovecharía para pedirle la mano de su amada. La enamorada pareja logró cambiarse un
beso furtivo, mientras la sirvienta que acompañaba a doña Elena se distraía, y luego se
acomodaron en aquella fuentecita semioculta entre los arbustos del jardín de la Concepción, para
seguir diciéndose ternezas.

Don Nicolás estaba realmente ilusionado el día del baile, por eso es fácil imaginar lo que sintió al
advertir el galanteo de don Eduardo de Alquisiras, en torno de Elena durante el sarao, y no faltó
quien le felicitara cordialmente por aquello. El galán en cuestión era uno de los solteros más
codiciados en Nueva España, tenía grandes propiedades que solo podían recorrerse a caballo y el
Mayorazgo de los Alquisirias. En esos momentos don Eduardo va a hablar con don Nicolás para
acordar el día en que le haría una visita formal a su casa, y tuvo que hacer grandes esfuerzos para
morderse la lengua para no lanzar un improperio. Quedando fijado el día, el joven se alejó del
anciano, quien sentía morirse de rabia, a toda costa iba a conseguir que Elena fuera suya y solo
suya.

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La doncella nada advirtió cuando más tarde regresaban del baile, iba absorta en su felicidad.
Cuando llegaron a la casa, don Nicolás fue directamente al sótano, donde trabajó por varias horas,
sin más compañía que la de Sócrates, revisando libros, mezclando sustancias y hasta pronunciando
conjuros, hasta que finalmente creyó haber encontrado la fórmula que le devolvería la juventud.

Mientras el tecolote graznaba
lúgubremente, el anciano se apuró a beber
la infernal sustancia, pero apenas lo hubo
hecho comenzó a gemir y gritar. Elena y los
criados despertaron abruptamente al
escuchar aquellos gritos, fueron
rápidamente al sótano, y un búho salió
graznando de modo sobrecogedor, el
mayordomo intentó bajar las escaleras,
pero en el acto aparece don Nicolás para
impedirle la entrada. Doña Elena no pudo
evitar que se escapase de su garganta un
grito de horror, pues su tío estaba
profiriendo maldiciones y con la mayor desesperación pintada en el rostro, caminó tambaleante
hacia la puerta de la calle, en vano fue que quisieran detenerlo. Seguido del Sócrates salió de la
casa y corriendo, cayendo, levantándose, caminó sin rumbo hasta llegar al parque de la
Concepción, llegó entonces a la fuentecilla, testigo del romance de Elena y Don Eduardo, y quiso
beber de su agua.

Al poco tiempo don Eduardo recibía un mensaje de su amada para avisarle que su tío estaba
moribundo, y en acto se dirige a su casa para darle apoyo. El joven hizo acudir a un sacerdote que
bendijo el laboratorio del anciano, y donde se enteraron de todos sus secretos al leer un diario
donde anotaba todo.

Mientras tanto, don Nicolás comenzaba a tener un aspecto extraño, y cuenta la leyenda que
mientras se bendecía y destruía todo lo de su laboratorio, él se agitaba y gritaba con la
desesperación de un condenado. Al mismo tiempo que se acabó con lo que había en el sótano,
mientras el sacerdote cerraba sus puertas para que nadie entrara allí, Don Nicolás entró en los
estertores de la muerte, maldiciendo varias veces a la pareja; después de proferir un espantoso
alarido, dejó de existir.

Aquella historia de don Nicolás de Villegas, misma que doña Elena recordó mientras curaba las
heridas de su marido, a quien veló toda la noche, y al amanecer se dirigió al templo para contarle
al sacerdote lo sucedido con el búho. Mucho se hizo para ahuyentar al tecolote de la casa del
joven matrimonio, pero parecía especialmente empeñado en perseguir a don Eduardo; noche con
noche aparecía, primero en la fuentecilla del parque de la Concepción, y luego emprendía el vuelo
hacia la casa para golpear con su sobrecogedor alteo en los cristales de las ventanas.

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Con el auxilio del sacerdote, doña Elena impregnó de agua bendita la madera de las puertas y los
cristales de todas las ventanas de la casa, y desde entonces solo se le vio volar en los alrededores
de la casa, pero sin acercarse; sin embargo, la gente que acertaba pasar ya oscurecido, por la
fuente de la Concepción, veía aquel búho de ojos de fuego en el borde. Muchos murieron de
horror al verlo, pues a su lado alcanzaban a ver el espectro de don Nicolás, y no fueron pocos los
que al querer huir despavoridos, sucumbían bajo sus garras, pues los perseguía con saña inaudita.
¿Qué cómo se acabó con la infernal amenaza? ¡Imposible saberlo! En ninguna parte está
consignado. Y como el parque aún existe, en la actual calle de Belisario Domínguez, frente al
templo de la Concepción, quizá aún se aparezca el tecolote en sus alrededores.

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La Leyenda de Doña Catalina Suárez, la Marcaida.

Doña Catalina tuvo por padres a don Diego
Suárez Pacheco y a doña María Marcaida. En
1509, sus padres emigraron a la isla La Española
como acompañantes del séquito de Diego
Colón. Catalina y sus hermanos les dieron
alcance un año después. Al poco tiempo, doña
Catalina dejó la isla para trasladarse a Cuba
como dama de compañía de María de Cuéllar,
prometida de Diego Velázquez de Cuéllar, el
conquistador de Cuba. En Cuba, doña Catalina
vivía en la casa de su hermano Juan, en
Baracoa. Conoció a Hernán Cortés y, aun
cuando carecía de dote, el futuro Capitán la
esposó en el año de 1515, a regañadientes.
Cuando Cortés se marchó a explorar México y
traicionó a Diego Velázquez, Catalina fue despojada de las propiedades de su marido y quedó en
mala situación económica.

Pasada la conquista de México, Cortés se encontraba cómodamente instalado en su casa de
Coyoacán, cuando decidió traer a su esposa de Cuba, a pesar de encontrarse rodeado de bellas
mujeres, como una de las hijas de Moctezuma. En México, la Marcaida llevaba una buena vida
plena de diversiones y ociosidades, entre bailes, suntuosos vestidos y costosas joyas. Cortés la
obsequió con tierras y esclavos. Parecían un feliz matrimonio, en apariencia...

La Marcaida era sana, guapa, bien vestida, pero infeliz en su matrimonio. Una noche de Todos
Santos, la pareja ofreció una cena a sus amigos en su casona de Coyoacán. Catalina estaba
contenta y quizá un poco achispada con el vino que había bebido. En un momento dado, la
Marcaida reclamó al capitán Solís de tomarse la libertad de mandar sobre sus propios esclavos sin
consultarla.

El capitán, apenado, respondió que el que los ocupaba no era él sino don Hernán. Catalina retrucó
que en adelante nadie se metería con sus cosas. Al oír los dicho, Hernán contestó medio en chanza
y riendo: -¿Con lo vuestro, señora? ¡Yo no quiero nada de lo vuestro! Ante estas palabras,
Catalina, enojada, abandonó la mesa y a los comensales. La fiesta siguió. En sus aposentos la
Marcaida lloraba junto a su camarera Ana Rodríguez, y le confiaba que era muy infeliz. Al terminar
la reunión, Cortés subió a la recámara matrimonial y trató de consolar a Catalina sin mucho éxito.
Se apagaron las luces y todos se recogieron en sus habitaciones. A la media noche, una esclava
india avisó a doña Ana que algo sucedía en la alcoba del matrimonio. Ésta acudió a la recámara,
abrieron la puerta y vieron que el Capitán sostenía en sus brazos el cuerpo inerte de la Marcaida,
que presentaba moretones en la garganta; las cuentas de su collar de oro yacían sobre la cama

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deshecha. Ana preguntó a qué se debían esos moretones, a lo que Hernán respondió que la
sostuvo del collar cuando su esposa se había desvanecido. Pero las sospechas de que Cortés la
había matado surgieron, máxime que en Cuba le había dado malos tratos y hasta golpeado.
Al otro día, Catalina presentaba: “…los ojos abiertos, e tiesos, e salidos de fuera, como persona
que estaba ahogada: e tenía los labios gruesos y negros; e tenía asimesmo dos espumarajos en la
boca, uno de cada lado, e una gota de sangre en la toca encima de la frente, e un rasguño entre las
cejas, todo lo cual parecía que era señal de ser ahogada la dicha doña Catalina e no ser muerta de
su muerte” ( así está escrito originalmente ) .
Al ser acusado de haberla matado, Cortés respondió: -¡Quién lo dice, vaya por bellaco, porque no
tengo de dar cuentas a nadie!
Así, quedó impune otro crimen más del conquistador.

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Los penitentes de San Hipólito

(Sucedió en la hoy Avenida Hidalgo y Alameda Central)

Real verídico e histórico, es este
relato que los siglos han convertido
en una escabrosa y espantable
leyenda; los hechos abarcan los siglos
XVI y XVII, sus datos fueron extraídos
de libracos y antiguos documentos
coloniales.

Allá por el primer cuarto del siglo XVI
o sea en 1524, llegó a la capital de
Nueva España un joven aventurero
llamado Bernardino Álvarez, hijo de
cuna humilde no traía bienes ni
fortuna, sino un deseo de vivir y de
aventura; era natural de Utrera
España y tenía la edad de 20 años, de
regular apostura y agradable talante,
súpose que allá en su tierra y en
Sevilla había dejado deudas de
amores, dinero y otras cosillas con la
justicia. Así es que huido
propiamente de España, venía a la
capital en busca de amores,
aventuras y fortuna, Bernardino
Álvarez parecía oler la aventura y los
fáciles amores, así es que entró
confiado a una hostería de “El oso y
el cisne” en busca de placer algo
nuevo; se le acercó una tabernera para tomar su orden, después ésta se alejó moviendo las
caderas y con otros movimientos igualmente provocativos, el joven consideró que aquella era su
hembra, así que a su regreso con el vino comenzó la faena que había premeditado con pedir
hospedaje, la hostelera que era conocida como la Bernarda, instaló al joven Bernardino en la
mejor habitación de la hostería.

El vivaz Bernardino no tardó en llamar a la fogosa tabernera, el joven le ofrecía caricias mientras
ella pagaba con besos, también con vinos y alimentos; todo iba bien hasta que una noche el
marido de la Bernarda los sorprendió en el lecho, dejando embarcada con el problema a la
hostelera, el hombre huyó del “Oso y el cisne” para siempre. Poco después, huyendo de otros

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amores y varias deudas que tenía, decidió conseguir plaza de soldado, y quiso la suerte que fuera
enviado lejos de la capital a la región de Zacatecas, donde era necesaria la milicia, no apenaba
Bernardino la jornada, antes bien, apresuraba el paso para alejarse lo más pronto de la capital.
¿Pero, que iba a hacer de soldado en Zacatecas un joven loco, aventurero y desleal como él?

Afecto al juego de azar, Bernardino inducía a otros soldados a jugar a los naipes y no gustaba de
perder, sino de ganar y para eso hacía trampa y pedía prestado, desencadenando las pendencias y
reyertas que a veces resultaban trágicas, dolorosas y sangrientas. El castigo de Bernardino por
todos sus problemas legales, amoríos, riñas y deudas, era pasar largos periodos en el calabozo.
Pero si sus malos modos y trampas hicieron víctimas entre la milicia, lo mismo o peor ocurrió entre
los civiles, dejando a muchos heridos en alcobas conyugales y oscuros callejones. Habían
transcurrido varios meses y el joven creyó que sus hazañas y engañifas estaban olvidadas, desertó
del ejército español y regresó a la capital, pero más tardó en arribar que en volver a las andadas,
aunque ahora con menos suerte, pues se le alcanzó a capturar por el robo de joyas a una dama, al
que Bernardino dio su declaración de la manera más cínica y elocuente, argumentando que el
pago era justo ya que las caricias que le había dado eran jóvenes y fuertes, considerando justo el
pago.

Y ocurrió que la anciana madre de Bernardino, que acababa de llegar de España siguiendo al hijo,
lo encontró en prisión, él le prometió a la pobre mujer que saliendo de su encierro se volvería un
hombre de bien y de trabajo, pero pese a los ruegos y lágrimas de su madre, el joven no entendió
y continuó en las andadas, sobre todo en aventuras de adulterio, pero así como en sus fechorías
otras no tuvo suerte, en el terreno amatorio tampoco, pues cuando fue descubierto por el esposo
junto con la mujer en el lecho, el primero venía dispuesto a limpiar su honra, pero al fin tenso,
joven y vigoroso Bernardino logró desarmar al ofendido marido y herirlo con el puñal. Escapaba el
joven a toda velocidad, cuando a los gritos del amo acudieron los criados y detuvieron al burlador
y heridor, fue arrestado no solo bajo el cargo de lesiones, sino por el adulterio de que lo acusó el
marido ofendido; y Bernardino fue a dar de nueva cuenta a la cárcel, esta vez según se pensó que
por un largo tiempo, pero la prisión no contuvo por muchos días al joven, pues inesperadamente
fue puesto en libertad.

Y la mujer, su amante orgullosa de que el disputara con el puñal su amor, le ayudó a salir de la
prisión pagando la fianza y gracias a las influencias que tenía en la corte, la mujer además de su
libertad le entregó dos talegos llenos de monedas de oro, para que su amado pudiera un negocio
o una hacienda para marcharse y vivir a su lado, cosa que Bernardino estaba muy lejos de hacer.

Y así fue cuando por fin tuvo una fortuna en sus manos, creyó que no era tiempo de echarse
compromisos, con el oro en sus manos, el joven hacía planes mientras se dirigía a la humilde casa
de su madre. Una vez en su casa, le dijo a su progenitora de sus intenciones de ¡marcharse al Perú
en busca de la fortuna que no logró hacer en Nueva España!, la mujer conociendo las mañas de su
hijito sabía que a donde quiera que fuera iba a hacer exactamente lo mismo, preocupada trató de
persuadirlo para que se reformara y fuera hombre de bien, cosa que no pudo lograr; pero antes de
partir su señora madre le hizo cumplir el siguiente juramento a su debido momento: el día que él

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hubiera cambiado, irían ambos a una procesión a dar gracias a Dios, la cuál debería ser la más
solemne, aquella en que se ofrece en sufragio de soldados y conquistadores muertos. Tal vez ese
juramento fue dicho con sinceridad, o sin ganas de cumplirlo, nadie lo sabe, pero lo que si era un
hecho es que debía de cumplir su promesa estuviera donde estuviera.

Bernardino Álvarez se instaló en el Perú a todo lujo, dándose una vida regalada y de gran señor;
pronto vio que había oro en abundancia en esas tierras, comprándole y cambiándole a los indios
peruanos muchos quintales de oro, de este modo enriquecido, comenzó a dilapidar en orgías y
ruidosas francachelas. Tenía criados y sirvientas, solía pasear por Lima dentro de una de las
carrozas más lujosas del lugar, tuvo como amantes a las más bellas mujeres, a las que regalaba con
largueza oro y joyas; larga y dispendiosa fue su vida de crápula y de vicios, hasta que un día le llegó
una carta de su amada madre.

Bernardino creyendo que algo malo ocurría a su anciana madre, abrió la carta y la leyó con avidez,
y a medida que avanzaba en su lectura, sus manos temblaban de emoción y sus ojos se llenaban
de lágrimas, era una carta conmovedora que lo hizo estremecerse hasta lo más profundo de su
alma, el joven oprimió con amor, con dolo mezclados aquella carta conmovedora de su madre y
sintió aborrecer a su amante que se encontraba con él en ese momento, y acto seguido la hecho
de su alcoba de muy mal modo. Una vez que hubo salido la incrédula mujer, Bernardino hundió la
cara entre la almohada y comenzó a gemir y a llorar dolientemente, arrepentido de la vida que
había llevado, decidió por fin enderezar el camino y volverse un hombre de bien.

Nadie supo en realidad el contenido de la carta dela anciana, pero el hecho es que al día siguiente
el joven era otra persona completamente diferente; comenzó repartiendo limosnas a los
mendigantes, gran parte de su fortuna amasada con el robo y el engaño fue a dar a manos de
frailes y seglares, no hubo mejor ni más generoso protector de enfermos y hospitales para pobres.

Algunos meses debieron pasar antes de que Bernardino repartiera entre los pobres, enfermos y
religiosos su fortuna, cuando terminó de hacerlo dejó Lima y se dirigió como humilde peregrino
hacia el puerto de Callao, allí aguardó a que un navío español hiciera rumbo al puerto de Acapulco,
embarcándose con destino a la Nueva España, dispuesto a demostrar a su anciana madre que
había cambiado, que el milagro estaba hecho.

Cuando llegó, lo primero que hizo fue ir a la casa en donde vivía su progenitora, pero se encontró
con que estaba cerrada y sin la anciana, abandonada y sin nadie en la capital de Nueva España,
entonces unos vecinos le informaron que hacía meses que su madre había muerto sola y
abandonada, con el alma lacerada de dolor, Bernardino se alejó por la calleja triste y sola.

Arrepentido de sus culpas y de su vida disipada y de no haber visto morir a su madre, Bernardino
se dedicó a curar enfermos ingresando como curandero voluntario en el entonces Hospital de la
Purísima Concepción de Nuestra Señora (Hoy Hospital de Jesús); no hubo mano más cariñosa y
dispuesta a calmar el dolor de los enfermos, que aquel ex pecador, y fue tanta caridad y amor al
prójimo, que las órdenes religiosas se lo disputaron para que entrase a su convento.

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Finalmente en 1566, cuando ya Bernardino tenía 62 años de edad, vio coronados anhelos con la
protección de los linajudos don Miguel Dueñas y Doña Isabel de Ojeda, obtuvo en compra un solar
cerca de la Ermita de Juan Garrido; esta ermita fue levantada por Juan Garrido con la ayuda de los
conquistadores para honrar la muerte de los mártires hispanos, pues a los soldados caídos se les
tuvo con este concepto, debido a la aciaga noche de derrota hispana conocida como “La Noche
Triste”. Fundó allí Bernardino lo que llamó asilo para dementes, los envidiosos los llamaron “El
Hospital de Locos de Bernardino”, porque este hombre ya anciano daba albergue a los dementes
en ese sitio; también admitía en ese asilo a hombres humildes y aventureros llegados de España y
a quien llamaba “Polizontes”, paternalmente el anciano les buscaba trabajo o los convencía para
que regresaran a España, pues Nueva España ya no era tierra de conquista.

Y un buen día el benefactor de locos, el aventurero, el cínico, el arrepentido Bernardino Álvarez
falleció, su alma se elevó al cielo, perdonado por haberse hecho bueno ya no alcanzó a ver su
anciana madre; y cuenta la leyenda que entre sus labios ya difuntos, adivinábase un juramento,
una frase que no escuchó a quien iba dirigida. Sin lujos ni pompas, casi sin lloros fue sepultado
aquel hombre fundador y creador del hospital para locos.

Los años pasaron, el hospital
fue reedificado y la ermita pasó
a ser Templo de San Hipólito,
que podemos ver hoy en día
sobre la Avenida Hidalgo;
entonces para celebrar la
conquista de la gran
Tenochtitlán, cada 13 de agosto
se llevaba a cabo una solemne
procesión encabezada por el
virrey, la cual partía desde las
casas de Cabildo y concluía en
el Templo de San Hipólito
donde se celebraban los oficios
religiosos, tocaba a un
distinguido caballero portar el pendón y aquel año de 1666 le tocó al corregidor, pero este año
sería diferente a todos. ¿Por qué? Sigue leyendo.

Un alguacil mirando que una pareja no alzaba la vista ni cantaba ni rezaba en voz alta, osó
llamarles la atención, pero cuando estas personas levantaron el rostro, el terror del alguacil fue
mayúsculo al ver que se trataba de nada menos que de ¡muertos!; aterrorizado huyó del grupo
lanzando horribles gritos. El bullicio de rezos , gritos y rezos opacaron los gritos del alguacil, y
madre e hijo, que no eran nada menos que Bernardino y su progenitora, se dispusieron a entrar al
templo.

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Y como había jurado, la madre y el arrepentido transformado cumplieron su promesa. El anciano
fray Tomás de Orantes fue el que escuchó de las bocas descarnadas de los muertos su secreto,
solo así se supo más tarde que esos horribles penitentes de San Hipólito, habían sido Bernardino
Álvarez y su madre. Muchos vieron salir a las pareja de cabizbajos penitentes, que después de
confesar al fraile abandonaron el templo y se perdieron en las sombras de la calle para siempre…
su misión en este mundo estaba terminada.
La construcción que aún podemos ver y que tiene el número 107 de la hoy Avenida Hidalgo data
del año 1739, con algunas reformas y ampliaciones fue estrenada o inaugurada oficialmente en 20
de enero de 1777; el edificio que antes fuera asilo para locos, ha tenido muchos usos: fue
alternativamente cuartel, se alquilaron accesorias, hospital militar, sanatorio municipal, escuela de
medicina, tabacalera y actualmente existen locales comerciales.
Tal es la historia de un edificio hospitalario de un hombre que se redimió como otros santos
varones, y de un juramento arrancado en un momento en que el lama de un pecador tal vez
estaba dispuesto al arrepentimiento y al perdón de Dios.

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Leyenda de los Volcanes

Los dos cerros de Puebla tienen una historia que ha pasado a la posteridad como uno de los mitos
y leyendas de Mexico más romántico.
Cuando los aztecas dominaban aún el valle de México, vivieron Iztaccihuatl y Popocatepetl, dos
jóvenes que se amaban intensamente.
Un día, el cacique de Tlaxcala harto de pagar tributo a los aztecas, decidió pelear por la libertad de
su pueblo y se inició una terrible guerra entre aztecas y tlaxcaltecas.
Popocatepetl tuvo que ir a pelear a la guerra pero le juro a su amada que volvería.
Peleó intensamente en el campo de batalla y como protegido por los dioses, siempre consiguió la
victoria pensando sólo en su amada.
Mientras, Iztaccihuatl esperaba impaciente a su amado; un día, mientras hacía sus labores, un
hombre malvado se acercó a ella y la engañó diciéndole que su amado había muerto en batalla.
Ella lloró días y noches su pérdida y aquel hombre, aprovechándose de su dolor, la obligó a casarse
con él.
El tiempo pasó y un día los guerreros volvieron del campo de batalla.
Iztaccihuatl vio llegar a Popocatepetl y avergonzada de lo que había hecho, corrió a un lugar
solitario y bebió una extraña poción que la durmió por siempre.

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Al encontrarla Popocatepetl lleno de dolor tomó su espada y colocándose justo al lado de su
amada se quitó la vida. Los dioses, conmovidos por la historia de estos dos amantes, hicieron caer
una gran ventisca que cubrió ambos cuerpos con nieve y los convirtió en dos montes: El
Popocatepetl, que siempre estaría despierto para admirar a su gran amor, y El Iztaccihuatl,
conocido también como la mujer dormida.
De esa manera, los dos amantes estarían juntos por la eternidad.

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EL AHIJADO DE LA MUERTE

(Calles de Tacuba y Motolinia)

Hay personas con especial disposición y que han visto a la muerte, que pueden sentir, observar y
hablar, con almas que vagan penando entre los vivos, pero en verdad es escalofriante lo sucedido
en una temporada del siglo XVIII. Muchísimos vieron aquella escalofriante escena.
Esta increíble aparición la vieron tantos y tantos, que el pavor cundió en la virreinal capital de la
Nueva España, y motivó la intervención de la autoridades coloniales y del Santo Oficio; este
escalofriante relato fue escrito por fray Joaquín Bolaños, que participara en las investigaciones.
Esta historia comienza en la casona de don Serapión Garcés Pimentel de la Mata y doña Escotofina
Zaragoza, en la que ahora conocemos como calle de Tacuba, precisamente frente al callejón de
Motolinía, hoy esta casa a grado tal reformada y cubierta de anuncios comerciales, que pasa
desapercibida, pero en la época de la colonia fue notoria por dos cosas: la riqueza de su
arquitectura y lujo de sus interiores, y por haber nacido ahí el personaje central de nuestra
leyenda.
Por aquellos días en todos los actos cotidianos la magia intervenía, hechizos y creencias paganas
se mezclaban, en el caso de nuestros personajes se trataba de un ritual para que el hijo de don
Serapión naciera sano alejando a todos los malos espíritus, pero lo que vio la sirvienta mientras
ejecutaba sus hechizos la dejo paralizada de miedo: ¡era la mismísima muerte!, que se encontraba
en la cabecera de la cama de doña Escotofina; la mujer alarmada le señaló a su patrón hacia donde
estaba la aparición, pero el caballero no veía nada porque su espíritu no era lo suficientemente
fuerte para soportar aquella horrible aparición. Al poco tiempo fueron distraídos por la madre que

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estaba a punto de parir, la sirvienta corrió a atender a la mujer mientras el caballero esperaba
afuera del aposento hecho un manojo de nervios, y tenía razón porque su hijo nació
perfectamente sano, pero su esposa falleció en la labor. La sirvienta vio claramente como la
muerte se llevaba el alma de la mujer, y el caballero le preguntó cómo se veía, a lo que ella le
contestó que era como la flamita de una lámpara de aceite, pero de color blanco, fría, como si no
se pudiera quemar.

Las mismas palabras de la comadrona fueron repetidas contantemente durante meses por don
Serapión enloquecido por la muerte de su esposa, el padre del caballero mandó llamar a los
médicos para que dieran su veredicto y finalmente se decidió mandar tapiar su habitación para no
ser víctima de la vergüenza pública. Más la voluntad del anciano padre no se cumplió, pues al día
siguiente hallaron muerto por su propia mano a don Serapión, quien días más tarde fue sepultado;
el pobre señor abandonó aquella casa pensando que así la muerte se quedaría entre sus muros,
pero ni fue así, iba sentada cómodamente en el pescante del carruaje.

Semanas después el niño era bautizado sin pompa que habían pensado padres y abuelos, quienes
deseaban que su nieto ejerciera el oficio de médico y por eso llevaría el nombre de Rafael. Y así,
Rafael Quirino Pimentel de la Mata, que en un futuro iba a curar, desde niño se le inculcó la
disciplina dela medicina, pero todos los incidentes en la vida del pequeño resultaban contrarios a
las normas médicas de ayudar a la conservación de la vida, y además aquel niño tenía la cualidad
de atraer a la muerte; uno de estos ejemplos lo tenemos cuando Rafael y su amigo huían por unos
viejos muros después de haber matado un gato con una pedrada, Rafael salió ileso al subir, pero
su amigo resbala y cae sin vida, unas personas pasan en ese momento y ven el cuerpo inerte, pero
nadie en esos momentos vio a la muerte cubriendo al niño, quizás porque sus espíritus no estaban
predispuestos.

Semanas después Rafaelito jugaba en el jardín al cuidado de una nana negra, quien lo vio jugando
con un cuchillo y acto seguido le exigió se lo diera para ponerlo en un lugar seguro, pero la nana
tuvo el mal tino de tropezar y enterrarse le cuchillo en el pecho, accidente que le provocara la
muerte.

Cuando Rafael tenía 12 años su abuelo cae gravemente enfermo y momentos antes sus muerte en
la habitación se sintió una corriente helada, ahí estaba la parca en la cabecera de la cama, sin que
Rafael la pudiera ver porque su espíritu todavía no estaba lo suficientemente firme para
presenciar aquella horrible figura.

Al cumplir los 18 años el ahora joven, fue admitido en el Real Proto Medicato, sin embargo el
gusto no le duraría mucho tiempo al obligar a uno de sus compañeros a beber uno de sus
brebajes, más bien lo había tomado, el muchacho cae al suelo presa de violentos estertores que lo
llevaron a la muerte. Rafael nunca fue estudiante, ni parecía tener disposición para el ejercicio de
la medicina, pero el joven estaba decido a ejercer esta profesión; y en vano buscó ayuda, fue inútil
que derramara ríos de oro, y así fue como decidió buscar otra clase aliados: ¡la muerte!

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La dama blanca, la inexorable parca se presentó ante aquel que la llamaba, y cual no fue la
sorpresa del joven al saber de la misma aparición, que su apellido de Mata era el símbolo de su
misión en el mundo, y podría ser médico pero todos sus pacientes morirían, la única manera de
que pudiera ser médico era llevar a la muerte a su lado en todo momento, a donde quiera que
fuera. El joven aceptó las condiciones que le dio la dama blanca y de ahora en adelante sería su fiel
aliado.

Y así fue con la ayuda de la muerte, Rafael Quirino Pimentel de la Mata, llegó a ser médico, y la
primera noche que salió a atender a un paciente, el joven vio a su lado a nada menos a que ¡a la
muerte!; y cuando entró a la habitación del enfermo, este se dio cuenta de la compañía que traía
aquel doctor, los demás no se percataron de tal cosa. Y a partir de entonces, algunos espíritus
aptos para ver esas cosas, vieron al doctor llevando en ancas a la muerte, quien siguiera
atendiendo a enfermos y ninguno sanaba, todos y cada uno de esos pobres infelices que se ponían
en sus manos morían. Pronto corrió la voz de este entre los habitantes de la virreinal capital, y el
doctor Mata fue objeto de una ardua investigación, y al no haberse comprobado nada, Rafael salió
libre y continuó con su oficio, pero su mala fama fue creciendo.

Tiempo después el que caería gravemente enfermo sería el obispo Salazar, religioso piadoso y
bueno quien también estaba destinado a morir apenas llegara el nuevo día, mientras había que
aguardar toda la noche, ¿Qué mejor manera de matar el tiempo que jugando a las cartas?

El obispo no veía a la muerte porque aún no se le llegaba su hora, así el médico y la parca se
enfrascaban en el juego de los naipes, pero se vieron interrumpidos cuando fray Trigueros aceptó
jugar una partida de tres rondas con la dama blanca, si el religioso le ganaba, el obispo podría
seguir viviendo, pero si perdía tendría que morir.

El primer juego es ganado por la muerte, el tiempo avanza inexorablemente, las manos
descarnadas de la parca parecen temblar de emoción, mientras el padre Trigueros le reza a Dios
decide prolongar la última partida hasta el amanecer pues aunque perdiera no se podría llevar al
señor obispo; las horas pasan y entonces se escucha el canto del gallo y con él llega la luz del
nuevo día, acto seguido el padre hace que el médico y su acompañante se retiren del aposento, en
ese momento el obispo se incorpora y ve salir a la muerte con el médico.

El religioso se guarda sus comentarios con el obispo de lo sucedido, temeroso de que su razón
fuera puesta en duda, mientras tanto muerte y doctor hacen un nuevo pacto, en el cuál el doctor
Rafael Soto, quien fuera profesor del doctor Mata, cae gravemente enfermo y esto
definitivamente lo llevaría a su muerte, pero el joven estaba decidido a curarlo porque su maestro
podría seguir formando más doctores y en cambio el solo llevaría la muerte a donde quiera que
fuera; ante la petición de Rafael la parca acepto, pero a cambio él tendría que dar su vida de
inmediato porque nadie podría ser borrado de la lista de muertos.

Por única vez, el doctor Mata llegó al lado de su paciente sin la macabra compañía de la muerte, el
profesor al no ver a la dama blanca accedió a que su exalumno le curara, y horas después de la
caída de la noche, el doctor de Soto estaba completamente sano, entonces llegó la hora del joven

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médico de cumplir lo pactado con la muerte bebiendo su espíritu de ésta. Rafael estaba contento
de aceptar pagar este precio porque por primera vez había podido ejercer su profesión, y cuenta la
leyenda que la parca atrajo contra su regazo a aquel que había sido su fiel servidor, llorando por
él; y cuentase también que desde ese día muerte y doctor montando en esquelético caballo,
recorrían la ciudad buscando los lugares donde alguien iba a morir.
El Santo Oficio y las autoridades abrieron de nueva cuenta el proceso al doctor Mata, y se dieron a
la búsqueda de algo que terminara con tan horrible visión, pero en tanto, y por mucho tiempo, los
dos aliados sembraron la pavura.
¿Cuánto tiempo duró vagando por las calles de la capital de la Nueva España aquella visión
macabra? ¿Cuándo dejó de verse?
El relato de fray Bolaños dice que por siglos y siglos perdurará esa visión, ese aviso que señala el
fin de nuestra existencia. Debemos estar tranquilos sin embargo, de saber que no todos los
espíritus son fuertes y capaces de presenciar esa aparición.

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LA LEYENDA DEL AJOLOTE

Hace mucho tiempo se reunieron los dioses y en Teotihuacán dijeron:

–¿Quién creará la luz, quién alumbrará el mundo?

Tecuciztécatl, "Plumas de Quetzal", se adelantó y dijo:

–Yo me haré cargo.

E inmediatamente los dioses se preguntaron:

–¿Quién será el otro?

Todos temían ser sacrificados. Entonces los dioses se acordaron de Nanahuatzin, "El Llagado", un
dios que casi no hablaba. Le solicitaron que él fuera el que alumbrara. Nanahuatzin aceptó de
buena gana.

Entonces se dispuso una enorme hoguera en "El Hogar Divino".

Durante cuatro días Nanahuatzin y Tecuciztécatl hicieron penitencia en unos montes llamados "El
lugar del encierro". Después los adornaron y dijeron:

–¡Venga Tecuciztécatl! ¡Entra al fuego!

Pero le ganó el miedo y se echó atrás. Volvió a intentarlo, cuatro veces, el límite permitido por los
dioses... Entonces se volvieron hacia Nanahuatzin y le dijeron:

–¡Venga Nanahuatzin! ¡Entra al fuego!

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E inmediatamente se lanzó a la hoguera. Comenzó a crujir en el fuego, y fue cuando Tecuciztécatl
también se arrojó.
Los dioses esperaban que saliera Nanahuatzin.
De repente todo se puso colorado, como si en todos lados estuviera amaneciendo.
Entonces ciertos dioses, como Quetzalcóatl, "Serpiente Emplumada", miraron al oriente y dijeron:
–Por aquí ha de salir el Sol.
Después de Nanahuatzin, en el mismo lugar, apareció Tecuciztécatl. Y los dioses se preguntaron:
–¿Acaso está bien que vayan parejos los dos?
–¡No! –se contestaron.
Y uno de los dioses lanzó un conejo a Tecuciztécatl, con lo que le redujo el resplandor, y la Luna
quedó como es ahora.
La historia dice que hubo un dios, Xólotl, el "Precioso", gemelo de Quetzalcóatl, que se rehusaba a
morir.
Xólotl dijo: –Oh, dioses, ¡que no muera yo!
Huyó hacia las milpas y se escondió en los maizales. Ahí se convirtió en el pie de maíz que tiene
dos tallos, que los campesinos llaman xólotl.
Y cuando lo descubrió el viento echó a correr y se escondió entre los magueyes, convirtiéndose en
lo que se conoce como mexólotl, maguey doble; de nuevo fue descubierto, y volvió a huir... para
finalmente sumergirse en el agua, donde se convirtió en axólotl, el ajolote.
Allí fue capturado y muerto para consagrarse como uno de los manjares predilectos de los
príncipes aztecas.
FUENTE: http://rincondelecturas.com/…/…/20100-axolotl-el-ajolote.php

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EL INDIO TRISTE

(ahora 1ª y 2ª del Correo Mayor y 1ª del Carmen)

"Y cuéntase que algunos le acorrían, pero otros,
indignados, le escupían y le humillaban al pasar por
aquella esquina, donde siempre estaba como atornillado
en el suelo, en cuclillas, inmóvil, con los brazos cruzados,
flaco, enfermo, desolado, acabando la gente por llamarle
el indio triste. Y lo era el desdichado, que de eso murió
allí de tristeza y de abandono, de hambre y de
indiferencia, sepultándosele en el cementerio de la
iglesia de Santiago Tlaltelolco."
Se cuenta que, como escarmiento para los demás
naturales, el virrey mandó labrar una estatua con la
figura de aquel "indio triste" la cual mandó colocar en el
lugar mismo donde murió el infortunado.
Ya en un terreno más histórico tenemos que la escultura
pasó de aquel cruce a la Academia de Bellas Artes donde
la vió el capitan Dupaix en 1794 y después al Museo
Nacional en el Salón de Monolitos que es lo que vemos
en la fotografía de anticuario. La versión de algunos historiadores dice que la escultura proviene
del Palacio de Axayácatl donde servía de porta estandartes o del Templo de Huitzilopochtli donde
tuvo la misma función, esta última versión la refuerza una lámina del Códice Durán (Historia de Las
Indias de La Nueva España).
En el Museo del Templo Mayor existe una de similares características aunque sin ser la misma que
se encontró en el sitio y refuerza la tesis de que eran portaestandartes del Templo de
Huitzilopochtli, aunque desconozco el destino de esta escultura.
Fuente: Crónicas de la Nueva España, Francisco Cervantes de Salazar.
Imagen: "El Indio Triste", Museo Nacional en el Salón de Monolitos.

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EL AHORCADO DE LA CARCEL DE LA ACORDADA

(Estuvo situada en la antigua calle del Calvario, que hoy forma parte de la avenida
Juárez, con su fachada hacia el norte de la manzana, limitada al oriente por la
calle de la Acordada, hoy Balderas, y al occidente por un terreno en que se formó
la primera calle de Humbolt)

Cuántos crímenes espeluznantes, cuantas escenas de terror ocurrieron en el interior de la
tenebrosa prisión de "La Acordada". Este relato que enmarca una leyenda tenebrosa, tiene todo lo
suficiente para llenarnos el espíritu de horror; será difícil saber en dónde empieza y en donde
acaba lo sobrenatural.
A principios del siglo XVIII, salteadores y bandidos infestaban todo el territorio de la Nueva España
cometiendo mil desmanes, a pleno día, en las afueras de la capital, se cometían robos y asaltos,
cientos de crímenes fueron cometidos en esa época cruenta. El bandidaje tomaba cada día un
auge peligroso; tanto en la capital como en la provincia se cometieron actos de robo con violencia;
en su osadía, los bandidos llegaron hasta entrar a casas habitadas. Ante la terrible situación, el
virrey duque de Linares, llamó a la Audiencia de la Nueva España, para ver qué se "acordaba" al
respecto, y de aquella reunión entre estos personajes, nació el Tribunal de la Acordada; y se
"Acordó" también levantar unos galerones, que fue la primitiva cárcel de "La Acordada"; éstos
estuvieron en Chapultepec.
Pero como sabía "Acordado" levantar un edificio propio para encerrar a los ladrones y asaltantes
de camino, se comenzó a edificar este en parte de lo que fue elegido de la Concha, su frente daba
a la antigua calle que el Calvario (o en Avenida Juárez), su costado oriente hacia lo que hoy es
Balderas, y su parte poniente halago y calle de Humboldt. En el año de 1751 quedó terminado el
tétrico edificio de piedra roja basáltica, con molduras, ambas pilastras y cornisas de recinto y

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cantería; se le llamó cárcel de "La Acordada", como derivados de aquella "Acordada" obsesión
tenida entre el virrey duque de Linares y Audiencia.

Pronto comenzaron a
llegar remesas de
bandidos y criminales
para recibir el castigo
acorde a sus delitos;
entonces se nombró
alcalde y jefe de
Omnímodo de la
tenebrosa prisión, a don
Miguel de Velázquez
que era cruel
perseguidor de
bandidos, la fama de
este hombre
sanguinario fue
tremenda, se le temía y
hasta los hombres más perversos temblaban ante su presencia. Como única condición para
gobernar la prisión, de Velázquez pidió al virrey que se le dieran amplias facultades: sería juez y
verdugo de los criminales.

Poco se le hacía el tiempo a aquel hombre para golpear brutalmente a los criminales y mandarlos
al patíbulo; todos los días por la mañana y por la noche visitaba los prisioneros para castigarlos.
Como lo hacía el cruel alcalde y verdugo, nunca antes una horca trabajo tanto como entonces. En
cuanto a castigos, nunca tampoco los hubo más crueles, desde azotes, cadenas y hasta ratas que
se devoraban vivas a las víctimas.

Contando con 2000 hombres armados, de las que salía a perseguir a los bandidos fuera de la
capital, y así iba limpiando, dejando vestigios macabros de su paso, el cruel y sanguinario
perseguidor de bandoleros; después de hacer justicia, el feroz sujeto no sentía la menor carga en
la conciencia. Cuando llegaban nuevos envíos de hombres a la tenebrosa prisión los hacinaban
materialmente; entonces don Miguel ordena una limpieza de cuerpos para recibir a las nuevas
víctimas, y para llevar a cabo esta tarea, en el fondo de la cárcel existió un foso que se llenó varias
veces al año como huesos y carroña. Allí fueron arrojados sin piedad, moribundos y viejos,
enfermos y los que morían de hambre. A veces, a propósito para que vieran de cerca "su justicia",
de Velázquez dejaba los huesos descarnados colgados de los muros.

Años después, el virrey mandó llamar al verdugo sanguinario para confiarle una delicada misión: la
custodia de un importante personaje, que era el marqués de Torrecillas, que estaba próximo a
llegar del Perú; tenía que traerlo con su esposa y servidores, sanos y salvos a la capital de Nueva
España. Don Miguel con 11 hombres valientes y disciplinados, partió hacia el puerto de Acapulco,

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era seguro que nadie iba a estorbar la misión, pero en un lugar cercano a lo que hoy es Iguala, un
soldado explorador regresó nervioso y les dijo que cinco jinetes se aproximaban. Don Miguel
meditó un momento, y después impartir las órdenes a sus soldados, tendientes a sorprender a los
cinco desconocidos jinetes, todo se ocultaron entre el follaje y tras las peñas; pronto aparecieron
por el camino cuatro jinetes españoles y un monje negro de la orden de "Los Tenebrarios", venían
deprisa, como si les urgiese llegar a un sitio determinado y no se dieron cuenta de la presencia de
Velázquez. Cuando estuvieron aquellos desconocidos dentro del cerco de soldados, saltaron al
camino; tomando siempre la ventaja, don Miguel les ordenó a los jinetes que desmontaran y se
identificaran, y así lo hicieron, todos eran los hermanos García de Pimentel, y se dirigían a la
capital de la Nueva España en busca del doctor de Silva, para que curara a su enferma madre.

Uno de los principales atributos de Velázquez era la desconfianza y la rapidez de movimientos, en
instantes tomó la decisión de decir que aquel doctor no existía, y que ellos eran solamente unos
bandoleros que pretendían asaltar y robar la diligencia del marqués de Torrecillas, y por lo tanto
ordenó a sus guardias aprehenderlos y buscar un árbol para colgarles.

Sin información de causa, sin escuchar razonamientos, don Miguel es sanguinario ordenó colgar a
los cinco. Muertos los que se decían hermanos, le tocó el turno al fraile negro de la orden de los
Tenebrarios, entonces en esos momentos en los ojos del fraile se cruzó una luz siniestra de
venganza y abrió los labios para gritarles que aguardaran un momento, y en un rápido inesperado
movimiento el religioso le arrojó a Velázquez un extraño medallón de plata redondo, con el
símbolo de la eternidad, que lo perseguiría y conduciría hasta la muerte; echando una maldición lo
lanzó lejos. Don Miguel y sus hombres galoparon hacia Acapulco, quedando atrás el fraile muerto,
con su índice macabro apuntando hacia ellos. De Velázquez y sus hombres trajeron a la capital al
marqués de Torrecillas y lo escoltaron hacia Veracruz; el ilustre viajero y su séquito no tuvieron
contratiempo alguno y pudieron embarcarse rumbo a España que era su destino.

Transcurrió el tiempo... cierta noche un carcelero entró presuroso a dar un informe insólito al
verdugo sanguinario: ¡tenían cinco prisioneros demás! El carcelero la aseguró que los había
contado varias veces, y siempre le sobraban cinco. Dispuesto a sacarlo del error, don Diego decide
ir el mismo, y para su asombro confirmar la cuenta. Al día siguiente se volvió a confirmar que era
el mismo número, llevándose a cabo la misma operación durante siete días, pero siempre daba el
mismo resultado; entonces para que las cuentas le salieran bien, ordenó que se sacaran a cinco
prisioneros y se les colgaran. Esa misma tarde se llevaron a cabo las ejecuciones ordenadas por
aquel cruel hombre, para corregir un error en la población de presos.

Tres días después don Miguel se hallaba repasando las notas de su libro de presidio, cuando uno
de los carceleros le interrumpió para decirle que había cinco prisioneros más nuevamente, y para
darle fin a esta broma de una buena vez manda construir una macis ahorca para colgar a los
prisioneros excedentes; la construcción duró varios días, según órdenes de Velázquez se recubrió
con planchas de plomo. Esa noche el verdugo pensó estrenar la nueva horca, cuando creyó
escuchar una voz siniestra que le decía que él mismo estrenaría su horca; creyendo que era

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alguien que quiere atemorizarlo, comenzó gritar y a blasfemar. Creyendo que era un sueño,
alucinaciones y como la voz favor escucharse, se volverá dormir.

Al día siguiente muy temprano, don Miguel fue a recrearse con su horca terminada. ¡Ansiaba
ponerla pronto en servicio! Conforme en iniciar sus ahorcamientos hasta el día siguiente, el
verdugo se puso a hacer una lista de los que serían ajusticiados, pero en esos momentos penetró
un frío helado, como de muerte, haciendo volar los papeles; mientras los recogía se dio cuenta de
la presencia de cinco personajes, el viento había apagado las velas. Al momento levantó la vista
para quedar frente a cinco espectrales formas que parecían confundirse con las sombras, uno de
ellos habló con cavernosa voz, para decirle que venían en pos de justicia, de las que sintió en
extraño escalofrío ¿en dónde había escuchado esa voz y cuándo? Entonces el espectro negro le
volvió a hablar, ¡era el mismo que noches anteriores había venido a decirle que el estrenaría la
horca! El verdugo quiso gritar, mas no pudo, un nudo en la garganta se le hizo y apenas balbuceó.

Don Miguel bajó la vista y descubrió horrorizado que tenía sobre su pecho aquel maldito amuleto
que le lanzara el fraile, fuera de sí, abatirá su alma de horror, comenzó a retroceder; mientras
lanzaba gritos espantosos, alaridos que extrañamente nadie escucho, los cinco espectros
arrastraron hacia afuera a Velázquez, hasta que lo llevaron al pie de la horca revestida de plomo.
El fantasma del fraile negro se quitó el cordón de su hábito para utilizarlo de soga, y con fuerza su
romana los espectros arrastraron al horrorizado Velázquez por las escaleras, le colocaron la cuerda
alrededor del cuello y jalaron fuertemente. Para los seres de ultratumba nada hay imposible.

Al día siguiente los ojos profundos y apagados de los prisioneros, vieron colgado a su verdugo en la
horca nueva, nadie pudo explicarse lo sucedido y menos cómo y por qué se ahorcó con un cordón
viejo y podrido del hábito de un fraile tenebrario. Muerto Miguel de Velázquez, la prisión de la
Acordada continuó funcionando bajo un régimen menos severo, pero igual de injusto y arbitrario.

Se aseguran documentos históricos que continuaron las ratas y el foso, llenándose de la carne de
moribundos y muertos; y asientan que en 1774 cuando se inauguró el "Hospicio de Pobres", niños
y maestros frailes, comenzaron a escuchar gritos y lamentos de ultratumba, procedentes de la
anexa cárcel de la Acordada. Luego en el año de 1788 ocurre un terremoto que causó grandes
daños a dicha prisión, al grado de que todos creyeron que era un castigo divino; así la tétrica
prisión casi fue reducida a escombros, cayeron sus muros y sus rejas, sepultando a muchos
infelices.

Aunque se reconstruyó la macabra prisión, ya no funcionó igual, sino como una cárcel ordinaria y
común; y años después los reos fueron trasladados a la cárcel de Belem y los años hicieron lo
demás.

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EL AHUIZOTL

A despecho de su parvedad, tal vez
el más atroz de de las criaturas
acuática que estaban por los lagos,
después de la Tlilcoatl, la Xicalcoatl
y el Atotolin, entre otros. "Es del
tamaño de un perrillo, tiene el pelo
muy lezne (algo así como el
terciopelo) y pequeño, tiene las
orejas pequeña y puntiagudas,
tiene cuerpo negro y muy liso, tiene
cola larga y en el cabo de la cola
una como mano de mona [...] y las
manos y los pies como de mona.
Habita este animal en los profundos
manantiales de las aguas; y si alguna persona llega a la orilla del agua donde él habita, luego le
arrebata con la mano de la cola, y le mete bajo el agua lo lleva a lo profundo". Y con la misma
mano caudal "hace vertir y levantar olas, parece que es tempestad del agua y las olas quiebran en
las orillas y hacen espuma, y luego salen muchos peces y ranas de lo profundo del agua y andan
sobre el haz del agua, y hacen alboroto en el agua."

La victima aparecía a los pocos días "y sale sin ojos y sin dientes y sin las uñas, (que) todo se lo
quitó el ahuizotl, el cuerpo sin ninguna llaga trae, sino todo lleno de cardenales (marcas de cuando
te aprietan con fuerza, con la mano o con un mecate). Aquel cuerpo nadie lo osaba tocar,
hacían(lo) saber a los sacerdotes de los Tlaloqueh, y ellos lo sacaban, porque decían que los demás
no eran dignos de tocarle, si alguno le tocaba igual caía y se ahogaba o enfermaba de gota
artérica. Y también decían que aquel que fue ahogado, los Tlaloqueh habían enviado su anima al
Tlalocan; y los deudos consolábanse con saber que el difunto estaba con los Tlaloqueh en su
morada, el Tlalocan, y que por él habrían de ser ricos y prósperos en este mundo. El cuerpo era
llevado en andas, con gran veneración a uno de los adoratorios que se llamaban Ayauhcalco -casa
de la niebla-, adornaban las andas con espadañas e iban tañendo flautas."

La causa de la elección de la victima por los Tlaloqueh podía ser por dos motivos: o fue elegido por
estimación de las dichas deidades o bien se guardaba chalchihuites para sí, lo cual las deidades del
agua veían como una ofensa -además de un acto ilícito porque sólo los pipiltin pueden portarlas si
era macehual el portador de ellas-.

Para atrapar a los incautos, el Ahuizotl o bien simulaba el llanto de un bebé o con la mano caudal
empezaba a juntar peces y ranas para los pescadores codiciosos, para lo primeros en cuanto se
metían entre las juncias -o tulares- sacaba la mano, lo atrapaba y lo jalaba al agua; en el segundo

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la mano salía entre uno de los huecos de la red de pesca que aventaba el pescador y de igual
modo lo jalaba al agua.
Dicen que una vieja logró atrapar a uno de estos animales dentro de un cántaro tapándolo con su
huipil y fue con los principales a enseñar su hazaña. En cuanto lo vieron ellos amonestaron a la a
vieja con que había pecado (entiendan pecado por transgredir el orden) al atrapar a uno de los
Tlaloqueh, mandándola de inmediato a devolver al Ahuizotl a donde lo había tomado
Fte. Bernardino de Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España, Libro XI, cap. IV

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EL ALACRAN DE FRAY ANSELMO

Durante la época de la colonia vivió un hombre
llamado Lorenzo Baena, quien después de ser rico y
acaudalado, pasó no tener centavo alguno, la miseria
lo había atropellado con furia; el infortunado era una
persona buena, sencilla, afectuosa y solicita, y a pesar
de la situación tan terrible por la que atravesaba
siempre se reflejaba en su rostro dulzura y suave
bondad. Siempre tenía una sonrisa para regalar al
prójimo, de manera humilde inclinaba la cabeza
abriendo los brazos, y decía: “¡qué le vamos a hacer,
qué le vamos a hacer!”. De sus labios nunca salía una
palabra de amargura, todo era siempre perdón y
misericordia, dedicaba su vida a Dios de manera
apacible, tranquila y resignada. ¿Cómo la vida de don
Lorenzo cambio de la noche a la mañana?

La historia comienza cuando Baena renta un barco, para cargarlo con abundante ropa de China
para el Perú, pero por desgracia la mercancía fue robada por piratas y la embarcación fue a dar así
a una borrasca; mandó una conducta cargada de plata hacia las Provincias Internas de Occidente,
la cual fue asaltada por indios bárbaros. En dicha conducta iba su hijo Jorge rumbo a Querétaro,
para entregar a los cofrades de Santa Rosa una opulenta reja de calaín y tumbago, que gracias a
las influencias de don Lorenzo pudo ser mandado fundir a Macao de la China, como el retoño era
rubio y esbelto, fue muerto por los indios.

La esposa de don Lorenzo se fue consumiendo en su tristeza lentamente, hasta que llegó el día en
que tuvo que entregarle cuentas al Señor, los acontecimientos negativos iban uno tras otro, pero
aun así no perdía aquella serenidad que le bañaba el alma, resignado aceptaba lo que el destino le
ponía en su camino.

la mala suerte lo seguía como una nube negra en su vida, una fiel compañera que no se despegaba
de él, pues poco tiempo después tuvo que vender sus muebles, todas sus pertenencias materiales
y su casa, de donde sólo se llevó el retrato de su amada esposa; no paraba de llorar al
contemplarlo. Don Lorenzo se fue a vivir entonces fuera de la traza de la ciudad en un cuartucho
de dos por dos, teniendo a duras penas un bocado para llevarse a la boca. Viéndose en esta
situación, el buen nombre fue con aquellos que creyó que eran sus amigos para pedirles ayuda,
pero ellos al ver lo pobre y desventurado le dieron la espalda, embozándose altivos en su egoísmo;
también fue a pedir trabajo a los que él hiciera ricos y se lo negaron con aspereza. Don Lorenzo
cada vez se encontraba peor, su paso era arrastrado y titubeante, le costaba trabajo recordar y
terminaba diciendo cosas incoherentes.

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Un día por la mañana sin saber cómo, sus pies fueron a dar al convento de San Diego de la
descalcez franciscana, mientras su mente ocupada pensando en que ese mismo día su esposa
había cumplido dos años de muerta, e iría a implorar a un padre que por amor de Dios dijese una
misa para ella. Fue a ver a fray Anselmo de Medina, quien en un religioso bondadoso y feliz, un
alma llena de compasión y suave ternura; el religioso ponía matiz tan especial en sus palabras, tan
fraternal, que sonaba como una extraña dulzura que anegaba de bien los corazones. ¿Qué dolor,
que preocupación, no podía haber para qué fray Anselmo no acudiera apresurado?

Al religioso se le tenía por santo y como Santo se le veneraba; se le veía hacer largas caminatas,
con lluvia, con calor o con frío, para pedir limosnas que serían derramadas hacia los pobres.
Regresaba al convento con los pies llenos de llagas, con su hábito hecho jirones, escurriendo
sangre por muchas partes de su cuerpo, y con extrema delgadez debido a los constantes ayunos y
rigores; a este hombre también se le considera un serafín humano, una celeste criatura de Dios,
con un amor y caridad tan grandes que no le cabían en el pecho.

La celda de fray Anselmo era blanca, humilde y pulcra como su espíritu, con una mesa tosca y
renegrida, un sillón viejo, unas tablas que servían a modo de cama y una piedra por cabezal, y por
último un Cristo agonizante lleno de sangre y de angustia, en una cruz sobre la blanca pared.

Don Lorenzo entró a la celda del fraile, y con desesperante angustia le pidió que le ayudara en su
difícil situación prestándole quinientos para adquirir mercancía que pidiera a su vez vender, el
religioso tenía toda la voluntad del mundo para ayudarlo, pero no tenía centavo alguno, entonces
pidió suplicante al Cristo le permitiera socorrer a esta alma tan buena; entonces en ese momento
fray Anselmo vio que empezó a bajar por la pared un alacrán largo y rubio, cuando lo tuvo a su
alcance lo cogió con suavidad y lo envolvió en un papel, acto seguido se la entregó a don Lorenzo y
le dijo que lo llevara al Monte de Piedad de Ánimas para que le dieran unas monedas por él.

El hombre dirigió sus pasos hacia la calle del Colegio de San Pedro y San Pablo, durante el camino
iba temblando. ¿Cómo iba a empeñar aquello?, le van a tomar como un loco o que iba a burlarse,
tal vez hasta lo enviarían a la cárcel. ¡Pero el fraile le dijo que empeñara el alacrán! Bueno, pues
entregaría el pequeño envoltorio, no tenía nada que perder; al dárselo al empleado, el pobre
hombre se sintió el ser más insignificante de este mundo, sus ojos reflejaban una muda
imploración de piedad.

El dependiente tomó el paquete y al abrirlos se llenó de azoro, con asombro veía don Lorenzo de
arriba abajo. El hombre pensaba que mínimo le iban a dar una paliza por haberse atrevido a traer
semejante bicho, cerró los ojos y empezó esperar el golpe rezando un avemaría, pero los abrió
cuando escucho lo que le dijeron:

- ¿Cuánto quiere, señor, por esta maravilla?

Don Lorenzo se quedó atónito, tembloroso lanzó un largo grito de estupor al ver que el empleado
tenía entre sus manos un hermoso alacrán de filigrana de oro, rutilante de pedrería, esmeraldas,
rubíes, topacios, amatistas, e infinidad de diamantes esplendorosos.

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- Le daré tres mil pesos, ¿quiere?
El hombre lleno de regocijo como el dinero, salió esa misma tarde para San Diego de Acapulco. La
nave acababa de llegar, compró tafetantes, anafallas, sirgos, noblezas, pitiflores, lampotes,
zarazas, damascos, pequines, chitas, cambayas, deslumbrantes camocanes, hermosas telas
provenientes de la China, entre varias cosas más. regresó a México, y ante los ojos de damas y
caballeros abrió los baúles de cuero rojo con bella ornamentación de clavos dorados, vendiendo
toda su mercancía al doble y al triple de su costo original.
a partir de aquel día, la situación de don Lorenzo iba mejorando rápidamente; después adquirió
churlas de canela, barricas de vino, bocoyes de tabaco, cacao, índigo y grana, y lo llevó a la feria de
San Juan de los Lagos, donde su venta fue todo un éxito. Después adquirió paños de raja, picotes,
angaripolas, creas, limistes y bellorines, condobanes y cobre chileno, para llevarlos a la feria que se
hacía Jalapa, metiendo con las ventas abundante dinero a sus arcas. Luego con poro o trigo, y
antes de la cosecha sembró maíz, y para su buena suerte vino una gran escasez, aumentado de
sobremanera sus ganancias.
Don Lorenzo volvió a ser rico, y a tener amigos que le decían bonitas palabras y dulces halagos;
cualquier cosa que se le ocurriera hacer se le regresaba de manera positiva con creces, todas sus
desgracias pasadas se le hicieron flores.
Gracias a fray Anselmo de Medina él había logrado salir de aquella terrible miseria, tenía que
recompensar ampliamente al religioso, entonces fue al Monte de Piedad para sacar el alacrán de
oro, lo envolvió cuidadosamente y se lo llevó como regalo al fraile.
El religioso se encontraba en su celda junto a la ventana, tenía en su mano un pajarito que cantaba
hermosamente, veía al fraile con sus ojitos negros e inquietos; al entrar don Lorenzo el ave voló y
se fue a lo alto de una rama a entonar sus cánticos. El recién llegado le dijo efusivas palabras de
agradecimiento a fray Anselmo, le besaba las manos y lo veía con gran ternura; entonces le
entrego la preciada joya, la desenvolvió y tomándola con suavidad, se acercó a la pared y puso el
alacrán en el mismo sitio de donde lo había tomado antes, y acariciándolo, le dijo:
- Anda, sigue tu camino, criaturita de Dios. Y el alacrán, largo y rubio, empezó a caminar lento,
ondulante, por la blanca pared. El pájaro vino al alféizar de la ventana y empezó a cantar de alegría

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EL LIBRO NEGRO DEL INQUISIDOR

La década comprendida entre 1570 y 1580,
fue testigo de muchos acontecimientos
trascendentales, como el establecimiento
del tribunal de la Inquisición en 1571.

En 1576 tuvo lugar el primer auto de fe; el
Santo Oficio había declarado guerra sin
cuartel a herejes y judaizantes. Uno de los
casos más extraordinarios, por
espeluznante y sobrenatural, fue el que
tuvo como protagonista al inquisidor fray
Alonso de Figueroa y Bermúdez, llegado
por el año de 1578. Era rígido, a veces en
demasía, su obsesión de acabar con los
brujos, lo había llevado a
hacer concienzudos estudios de libros
prohibidos y jeroglíficos cabalísticos.
Considerado experto en aquellos
menesteres, fue comisionado para un caso especial: se le encomendó la misión de
presidir una orden de cateo en la morada de cierto hechicero llamado Bulmaro
Álvarez; era un espectáculo sobrecogedor, ver a los inquisidores en procesión
cuando se dirigían a la casa de algún acusado. Terminada la procesión llegaron a la
casa del hechicero, éste sorprendido abrió la puerta, fue sujetado por dos guardias
que acompañaban a los inquisidores en su misión y acto seguido procedieron al
cateo volviendo al revés la casa, sin consideración alguna.

Fray Alonso permanecía a la expectativa, y pudo ver como Álvarez palidecía
intensamente al observar que uno de los frailes descubría un compartimento
secreto en cierto armario; la desesperación de Bulmaro llegó al máximo cuando el
inquisidor encontró un pequeño libro negro, similar a un misal.

El pobre hombre empezó a gritar desesperado, implorando que no se llevaran ese
libro y advirtiendo de los horrores de éste; sin escuchar los gritos de desesperación
de Álvarez, fray Alonso se colocó al frente de la procesión y salió de la casa rezando
a gritos el padre nuestro.

Bulmaro Álvarez fue confinado en una oscura y húmeda galera, donde siguió
gritando hasta enloquecer a los guardias, entraron su celda y lo golpearon,
dejándolo medio inconsciente. Los reclusos de las celdas contiguas a la de Álvarez
empezaron a oír poco después de que los guardias salieron a tomar un poco de
vino, espantosos alaridos del nuevo preso.

Los celadores, una vez que saciaron su sed, regresaron a su puesto, percibiendo
fuerte olor a quemado al acercarse a la celda de Bulmaro Álvarez. Lo que el guardia

43

vio al asomarse al interior de aquella mazmorra le erizó los cabellos, su compañero
le preguntó que pasaba, pero no pudo articular palabra, solo señalaba asustadísimo
el cerrojo de la puerta y su compañero sacó la llave para abrir; ante sus ojos apreció
un espectáculo inusitado: Bulmaro estaba totalmente quemado.

Asustados los guardias, pensando que esto era cosa del diablo, fueron a dar aviso a
la Inquisición.

Los inquisidores se presentaron poco después en el lugar de los hechos, los
guardias los miraban recelosos; fray Alonso justificó los hechos como justicia
divina. Dejó el lúgubre recinto ordenando que fuera bendecido y sellado por unos
días, sin recordar al parecer las advertencias que le había hecho el hechicero.

El fraile procedió esa noche a examinar los pergaminos y el libro negro encontrado
en la casa de Bulmaro Álvarez, recorrió página por página aquel volumen, sin poder
entender una palabra de los escritos en esos raros caracteres, y al llegar a la página
final, vio el retrato hecho a pluma de un hombre de extraña expresión, en la que
destacaba una mirada luminosa y penetrante, no pudo resistir la contemplación de
aquella figura y cerró el libro de golpe, perturbado por la imagen decidió rezar unas
oraciones para ahuyentar los aires malignos que habían impregnado la celda. Al
dejar su mesa para arrodillarse en el oratorio, fray Alonso sintió una presencia
extraña a sus espaldas, volteó y lo que vio le hizo pegar un alarido de terror; una
figura fantasmal lo miraba con los mismos ojos penetrantes y luminosos del
hombre del retrato de la última página del libro.

Sin pronunciar palabra, solo sin dejar de verlo, el horrible espectro lo seguía
continuamente, mientras fray Alonso buscaba alguna manera de librarse de su
horrísima presencia; de nada le sirvió que le mostrara la cruz, la aparición no se
desvanecía, y seguro de que era obra de una maleficio del libro, lo acercó a la flama
de una vela, pero la llama chisporroteó y se apagó sin haber quemado ni un ápice
de aquel volumen infernal. Sintió entonces que el ser espectral que lo acompañaba
se estremecía, y al mirarlo, lo vio reír; acto seguido, el fraile metió el libro una caja
que contenía sándalo bendito, teniendo la esperanza de que el espectro se
esfumara, pero ni cuando el extraño objeto estuvo encerrado en aquella caja, cesó
la aparición.

Decidió a librarse para siempre de aquello, salió de la celda y fue en busca del padre
superior, quien miró asombrado el aspecto singular que presentaba fray Alonso,
sus ojos parecían de un enajenado y daba la impresión de haber envejecido de
pronto veinte años; el fraile suplicó al padre se hiciera cargo del objeto para que
fuera destruido cuanto antes.

Dejando la cajita sobre la mesa del superior, fray Alonso regresó a la celda, aunque
sin haberse librado aún de su fantasmal compañía. El superior prosiguió sus
oraciones, y de pronto algo llamó su atención: la cajita de sándalo estaba en llamas
y al mismo tiempo un angustioso alarido se escuchó en la celda de fray Alonso. Los
inquisidores acudieron a ver lo que pasaba y minutos después llegaron al aposento

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del padre superior comunicándole que el fraile había muerto. El reverendo,
alarmado, se apersonó en la celda del padre Figueroa y lo encontró carbonizado en
su camastro, después recordó la cajita de sándalo en llamas, pensando que la
pesadilla había terminado para siempre.

El superior dispuso las exequias del infortunado fray Alonso, y regresó a su celda,
donde vio algo que lo paralizó de terror: el libro se encontraba intacto, sin rastro
alguno de quemaduras. Temblando de miedo lo tomó en sus manos, y sin atreverse
a abrirlo salió de la celda con intensiones de destruirlo muy lejos de allí; no había
dado arriba de diez pasos fuera del edificio, cuando tropezó con la ronda,
pidiéndole arrojase en una acequia lejana aquel siniestro libro. El religioso regresó
a la casa, seguro de haber acabado con el maléfico poder del misterioso libro.

El capitán miró y remiró el pequeño volumen, mientras uno de sus hombres le
advirtió los horrores ocurridos a causa de éste, su superior le hizo caso omiso
guardándolo en uno de sus bolsillos, sin saber que después iba a lamentarlo.

El capitán acabó su jornada de trabajo y se dirigió a su casa; al desvestirse, sus
manos palparon el duro objeto que había guardado en el bolsillo, lo hojeó en su
totalidad, hasta llegar a la última página, encontrándose con el retrato a pluma del
hombre misterioso, no bien cerró el libro, tuvo la sensación de no encontrarse solo
en la habitación, se volvió rápidamente y al verse ante el ser infernal que lo
acompañaba, dejó escapar un grito. El prodigio se repetía, no hubo manera de que
el capitán se librara de la compañía de aquella aparición que no hablaba, pero
sonreía malignamente.

Sin haber podido dormir, el militar salió a la calle y fue en busca del dominico que
le había dado el libro. El padre superior vio sorprendido llegar al capitán, que
empezaba a presentar el mismo aspecto del desdichado fray Alonso; reclamó y
pidió al padre le ayudara con ese libro maldito, pues el pobre hombre no quería
sufrir el mismo destino que los demás; el religioso le dijo que lo único que podía
hacer para no sufrir el mismo fin era que nunca debería separarse de aquel objeto.
El capitán fue a buscar por otra parte alguien que le pudiera ayudar. Consultó a un
brujo allá por el barrio de Romita, habitado casi en su totalidad por indígenas y
mulatos, pero el “nahual” miró el libro y abrió la primera página, para arrojarlo
lejos de si aterrorizado.

El capitán se alejó de ahí y se dice que vagó desde entonces por las calles de la
cuidad, presentando cada vez un aspecto más extraño y sobrecogedor, siempre
acompañado de aquel siniestro libro bajo el brazo, con el temor de sufrir una
espantosa muerte.

Un día, hallándose el capitán en una taberna, un apuesto comerciante llamado Don
Julián de Villa y Gómez, ávido de aventuras y placer, se acercó al militar con
intenciones de divertirse un poco a costa suya. Se acomodó en un asiento contiguo
al del capitán, sin disimular una divertida sonrisa al advertir que este trataba de
ocultar el libro que descansaba sobre la mesa; como el militar se negaba a contar lo

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que le atormentaba, Don Julián le invitó a beber. Los vapores del alcohol le
soltaron la lengua, haciéndole hablar del libro y la desgracia que los perseguía, el
capitán bebió hasta quedar inconsciente. Don Julián aprovechó el momento y se
llevó el libro.

Momentos después las manos del capitán se ennegrecieron, acto seguido se
despertó lanzando un horrible alarido, mientras un fuego interno parecía
consumirlo; todos los presentes miraron petrificados la escena, hasta que los
gemidos de aquel hombre se extinguieron.

Don Julián cometió el mismo error que sus antecesores, pero al aparecer el
horrendo espectro, que después adoptó la forma de Lucifer, le relató su historia: en
vida fue un mortal como cualquier otro, hasta que vendió su alma al diablo a
cambio de poseer sus secretos, pero cometió el error de escribirlos, ganándose el
castigo de vagar por el mundo para impedir que esa información sea conocida,
condenándole a morir si alguna vez desea reconciliarse con Dios.

A partir de ese día Don Julián se dedicó vivir disipadamente, sin recato, para
cometer toda clase de horribles pecados: violando doncellas y matando inocentes.
En los duelos el siempre salía victorioso. Con el tiempo su rostro empezó a adquirir
un aspecto extraño y sobrecogedor.

Pero cierto día su destino daría un giro repentino. Su corazón quedó prendado de
una virtuosa y hermosa joven, trato de cortejarla, pero sus esfuerzos eran en vano.
Si no podía tener aquella hermosa doncella por su voluntad, la tendría por la
fuerza.

Don Julián montó guardia permanente cerca de ella, hasta que se le presentó la
oportunidad: como ave de rapiña, se lanzó sobre ella, matando a la criada que le
acompañaba. Se llevó en sus brazos a la aterrorizada doncella, si poder gritar por el
susto; de repente ocurrió algo extraordinario: el hombre dejó caer a su presa y acto
seguido lanzó un sobrecogedor alarido, sus manos se ennegrecieron y sufrió el
mismo destino del capitán.

Según cuenta la crónica, consignada en los archivos de la Inquisición, al parecer
unos ladrones habían entrado en la casa de Don Julián y hurtaron el libro.
Las autoridades eclesiásticas mandaron pregonar la historia del libro, exhortando
al que lo había hurtado, que lo devolviese para evitarse males mayores, pero nadie
acudió al llamado, ignorándose el paradero del libro. ¿Habría sido destruido al fin y
el maléfico habrá cesado?, ó quizá aún anda de mano en mano con su siniestro
espectro, acosando al que lo posee. No está por demás advertir que, si llegas a ver
algún día un libro como ese, ¡no lo abras!, puede ser el del inquisidor fray Alonso
de Figueroa.

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El monje negro de la Santa Veracruz

(Sucedió en la Avenida Hidalgo)

Sobre el tráfico nocturno de nuestra gran
capital, suelen escucharse lamentos de
este lego fantasmal que recorre las
cercanías de la Santa Veracruz, pidiendo
ser castigado, ¿Quién sería capaz de
azotar a esta alma en pena que se
asegura desde hace siglos vaga por aquí?
La historia de este hecho sobrenatural y
aterrador, comenzó en los primeros
tiempos de la Colonia, siendo la iglesia de
la Santa Veracruz una de las primeras
construcciones de la época; su primer
sacristán el lego Crispín González Bretón,
a quien recibió fray Juan de Toledo
encargado del templo.

En el lugar, todavía hacían falta muchas
cosas por hacer para tener orden, por
eso los frailes y el lego se dispusieron a
colocar el famoso Cristo del Perdón, que
regalara a la iglesia Hernán Cortés, y que aún puede verse en este templo, finalmente después de
una ardua labor, el Cristo quedó en su lugar; después había que seguir colocando más imágenes,
pero al desempacar una de estas, se dieron cuenta de que un ángel había sufrido un deterioro, a lo
que el lego se ofreció a repararlo.

Transcurrieron los días y semanas, y el lego se ocupaba de sus deberes como sacristán, y hay
constancias de que nunca hubo motivo de queja contra él ni de los frailes encargados de la iglesia.
Un día el religioso dio la sorpresa a fray Juan Antonio y a fray Juan, mostrándoles la talla de un
ángel que había hecho, a los primeros les extrañó de sobremanera de que el escultor no hubiera
seguido avanzando en sus labores religiosas, pues el argumentaba que su espíritu era débil, así los
frailes comprendieron que el lego tenía motivos para no haber seguido el camino del sacerdocio.

Con el paso del tiempo, la iglesia era muy visitada por las damas y caballeros hispanos, y mucho
llamaba la atención de los fieles el ángel tallado por el lego González de Bretón, y los frailes
dándose cuenta de ello, una noche lo mandaron llamar para que confeccionara una imagen de la
Virgen Dolorosa, que llevarían en procesión durante los festejos del la Semana Santa hasta el
Templo del Calvario.

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Una vez que hubo conseguido la madera de cedro blanco, el lego escultor se dedicó a su tarea,
pero al llegar al rostro de la Virgen, se encontró con la pequeña dificultada de ¡no recordar el
rostro de la imagen! A partir de entonces el religioso se la pasó largas horas delante de la escultura
inconclusa, noches y días se pasó con las herramientas en la mano, sin atreverse a moldear la
carita. Al fin un día, cuando el tiempo se le venía encima, ocurrió el hecho que desencadenó los
acontecimientos que formarían esta leyenda.

El lego vio asombrado el rostro excepcional de una mujer que oraba frente al altar del Cristo del
Perdón, la dueña de ese rostro dulce y bello era doña Catalina, y fue esposa de don Felipe

Bracamontes Castillejos; desde
ese momento el religioso
comprendió que aquella dama
debía ser su modelo,
comenzando a seguirla desde
ese día. Durante las misas no
quitaba los ojos de doña
Catalina, tratando de grabarse
su rostro; y una mañana
cuando el lego comenzó a
tallar el rostro de la Virgen,
que no era otro que el de la
dama, pero le faltaba el toque
final: sus hermosos ojos.

Entonces se le ocurrió algo
que nunca se hubiera imaginado: espiarla en su casa; y esa misma noche pudo llegar hábilmente a
la azotea del edificio frontero, desde donde se puso a espiar a la mujer, pero no tenía allí media
hora, cuando vio que un caballero escalaba la ventana.

Furioso el religioso bajó de su escondite y corrió hasta el taller, dispuesto a destruir el rostro de la
Virgen, pero cuando levantaba el martillo, recapacitó al contemplar el trabajo plasmado en su
escultura, y se cuenta que desde esa noche vio perturbada su mente y asaltada su alma por
mundanos pensamientos. El viernes siguiente por la tarde el lego volvió a ver a doña Catalina, pero
esta vez estaba llorando, entonces los ojos del lego se posaron en el cristo del Perdón y habló casi
sin darse cuenta, pidiéndole que los pecados de la mujer se los pasara a él.

Finalmente el religioso terminó la escultura de la Dolorosa, y cargando una petición al Cristo del
Perdón, los frailes contemplaron su rostro, que les recordaba a alguien, se olvidaron del asunto y
llevaron a la virgen en procesión; fieles y religiosos se aglomeraron para dar comienzo al evento, y
cuenta la leyenda que la bella y frívola Catalina, advirtió con agrado el enorme parecido que el
rostro de la virgen guardaba con ella, y no falto quienes consideraran como un sacrilegio el hecho
de que el escultor hubiera tallado el rostro de la dama para la Virgen.

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Y la mujer halagada en su vanidad, acudió al lego para felicitarlo, y en agradecimiento lo invitó a
cenar a su casa. Tres noches más tarde cenaba el religioso en casa de la pecadora, quien había
advertido la admiración y el deseo que despertaba en él, coqueteando bien y bonito.

Después de aquella
invitación, el lego
visitaba con frecuencia a
la dama, que ya poseída
por los demonios había
planeado conquistarlo,
hasta que finalmente
hizo tropezar al
religioso, convidándolo
de terrible pecado; y fue
tanto el amor, la pasión
que en él despertó la
pecadora, que este
insistió ante el Cristo del
Perdón pagar las culpas de ambos. Finalmente ella se cansó del lego y lo alejó con mentiras
piadosas, y después con escarnios y burlas. Después tuvo noches de tormento, bulléndole en su
cerebro horribles ideas, que desembocaron en un vulgar crimen pasional.

Si bien es cierto que tratóse de guardar reserva sobre el escandaloso asunto, los detalles de los
amoríos de Catalina con el religioso, del conocimiento fueron de toda la Colonia. El pobre lego fue
juzgado, llevando minuciosa relación de lo sucedido, y finalmente se pronunció la siniestra
sentencia: sería sometido a tortura para expiar sus pecados y después sería quemado en leña
verde; el cadáver de la pecadora sería enterrado en tierra maldita y su cuerpo azotado 80 veces
con soga mojada en sal y vinagre. Al condenado se le colocó su hábito negro de penado y se le
encerró en una celda de la cárcel de la Corte; once días después el carcelero notó que la celda
estaba vacía, pero lo más curioso fue que el cadáver de ella también había desaparecido.

Durante meses ambos fueron buscados inútilmente, y al fin una noche la ronda descubrió al lego
en el campanario de la mismísima iglesia de la Santa Veracruz. Rápidamente los soldados fueron a
aquel sitio para detenerlo, pero cuando llegaron al campanario, solo hallaron la soga que se
balanceaba al compás de badajo, entonces escucharon proveniente de las escaleras carcajadas
burlonas, siguieron el ruido hasta que llegaron a una puertita que se encontraba muy escondida;
se dispusieron a ir y se dieron cuenta de que estaban en la entrada de un túnel oscuro y macabro,
y como era de noche los guardias decidieron venir a investigar cuando hubiera luz de sol.

Al día siguiente, con antorchas y faroles los soldados y el capitán recorrieron el túnel, sin encontrar
al lego, hasta que finalmente llegaron a la salida, habían pasado por debajo del sitio que hoy ocupa
el hemiciclo a Benito Juárez. Intrigados los soldados por la desaparición del religioso, decidieron

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montar guardia día y noche en la puertita escondida y a la salida del túnel, estuvieron por varios
días, sin que apareciera por allí la figura del lego.
Transcurrieron así cuatro años, ya nadie se acordaba del reo prófugo, hasta que una noche se
apareció un religioso con la cabeza totalmente cubierta y con una soga en la mano, quien le pidió a
un transeúnte que le diera los 80 azotes por los que andaba penando en este mundo desde hace
varios años; y como era de esperarse, el peatón salió huyendo como alma que lleva el diablo.
Aquella horrenda aparición se les presentó a varios caballeros desde entonces, y una noche pasó
ante la iglesia un tipo llamado Bernáldez, que tenía fama de ebrio y de canalla, y un día tuvo el tino
de pasar cerca de la iglesia y escuchó aquella petición de ultratumba, a lo que este hombre aceptó
encantado de la vida. A los veinticinco azotes el hombre se detuvo, pues pensó que el raquítico
religioso no sobreviviría, pero cuál no fue su sorpresa cuando vio su rostro descarnado.Al día
siguiente encontráronse el cadáver del Bernálvedez recargado contra el muro del lado sur de la
iglesia.
Durante varios años la espantable y aterradora figura se apareció por los alrededores del templo,
llegando incluso hasta la época porfiriana, y estos se vuelven más frecuentes antes o después de la
Semana Santa. Muchos aseguran que hoy sigue penando, y hay todavía varias preguntas que
siguen sin ser contestadas: ¿El lego se robó el cadáver de su amante?, ¿Cómo logró escapar?,
¿Cómo se alimentó durante su vida en los tenebrosos túneles?
Son preguntas que se contestarían si el lego hubiera sido detenido. ¿Les gustaría investigarlo?
Entonces los invito a que vayan en busca del espectro, quizás se topen con él. ¿Podrían aplicarle el
castigo a ese ser ultraterreno para que deje de penar?

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