The words you are searching are inside this book. To get more targeted content, please make full-text search by clicking here.
Discover the best professional documents and content resources in AnyFlip Document Base.
Search
Published by razielgdela, 2016-06-10 13:45:56

Leyendas de la Ciudad de Mexico

Leyendas de la Ciudad de Mexico

El emparedado de la calle de San Francisco

(Sucedió en la calle Madero y Motolinia)

Una de las leyendas más tenebrosas con que se enriquece la historia de la Nueva España,
es ésta sin duda alguna, ocurrió allá por el siglo XVIII en el centro de nuestra capital. La
historia que hoy les relato, ya en 1771, tuvo lugar en lo que era el palacio del Marqués de
Prado Alegre, título que fuera de Don Francisco Fernández de Tejada y Arteaga; fachada de
petatillo de tezontle, puerta rica en relieves, balcón y escudo nobiliario de la rancia familia
y marquesado. Sin embargo, allá por 1766 en que ocurrieron los hechos que el tiempo
convirtió en leyenda, la casona presentaba otro aspecto, era de fábrica menor y aún no
sentaban sus reales, los personajes linajudos de pocos años después.

Ocupaba la casa, que ubicábase en la calle de San Francisco y Callejón del Espíritu Santo,
Doña Lucinda de la Helguera, la acompañaba una tía llamada Doña Clara, que había traído
a Lucinda a casarla en ventaja, pero la joven no deseaba desposarse con aquel hombre
llamado Don Cristóbal de Villalba y Calderón, pues no sentía amor por el; en esos
momentos el caballero se hallaba en el Palacio de los Virreyes haciendo una petición
singular, al entonces virrey de Nueva España, Don Carlos Francisco de Croix, Marqués de
Croix; Don Cristóbal le pidió fuera su padrino de bodas con Doña Lucinda de Helguera,
contento, momentos después el caballero llegaba a la casa de la muchacha, para darle la
buena nueva y fijar la fecha de la boda para el día de San Genaro.

El hombre pone y Dios dispone, nadie puede cambiar el destino de las cosas…aquellos días
eran de época difícil, los monjes jesuitas habían llegado a representar un peligro más para
el gobierno y la sociedad; fundada la compañía de Jesús en 1540, a esa fecha ya se decía de
ella que era una sociedad anticrisitiana, precursora del anticristo. Los jesuitas en la Nueva
España se reunían secretamente, haciendo un balance de sus fuerzas y energías, el clero y
el gobierno sentían profundo temor hacia los jesuitas formados en un poderoso ejército.

Portugal fue el primer país que echó de sus tierras a todos los jesuitas, sus doctrinas se
consideraban heréticas y peligrosa su asociación con legos y particulares de diversas clases
sociales; la noche del tres de septiembre de 1758 había sido asesinado el monarca
portugués, José I, cuando regresaba al palacio de Tacuba, principales cabecillas y
cómplices, fueron el Duque de Abeiro y el Conde de Astougia. Hechas las pesquisas, se
supo que los jesuitas habían inspirado tal asesinato y apresaron a varios culpables, ambos
fueron ejecutados el tres de febrero de 1759, para escarmiento de este temido movimiento
religioso civil, y pocos días después, la inquisición de Lisboa mandó dar muerte en la
hoguera, al padre jesuita Malagrida.

101

Carlos III de España y su ministro el conde de Aranda, decidieron enviar emisarios al Perú,
Guatemala y Nueva España, estos emisarios traían al misión real de investigar a los
jesuitas y procurar su expulsión de las colonias; y quiso el destino que uno de esos
enviados reales, fuese Don Pedro de Villalba y Calderón, hermano de Don Cristóbal.

Por aquel entonces Don Cristóbal vivía en una casona cerca al palacio del real de Moneda,
y hasta allá se fue de inmediato Don Pedro, en busca de su hermano, que no se encontraba
en su casa en ese momento, entonces los sirvientes le informaron que lo podía encontrar
en la vivienda de Doña Lucinda de Helguera; dadas la señales, el caballero se fue a la
casona de San Francisco y Callejón del Espíritu Santo en busca de su hermano.

Pero el destino tenía ya atrapados a los personajes de la historia; Lucinda fue la que abrió
la puerta al joven caballero, durante unos minutos quedaron estupefactos, mirándose
mutuamente, embelesados, entre flotaba un aire de misterio, de atracción, de interés, que
estalló como tempestad interna; al fin el acertó a preguntar por su hermano, el cual tenía
poco de haberse ido; la tía de Lucinda recibió muy amablemente al caballero y le habló
sobre los dos jóvenes comprometidos. Pero los dos jóvenes había quedado prendados uno
del otro, sintiendo que ya no podrían estar uno sin el otro, todavía no se llevaba a cabo el
matrimonio y en ese lapso de tiempo pueden pasar muchas, muchas cosas…, pensando en
esa posibilidad, los enamorados ambos las miradas y lo que no dijeron sus labios, lo
expresaron ardientemente sus ojos; si Lucinda había subyugado con su belleza a Don
Pedro, el también había hecho vibrar las cuerdas de su corazón a ella, y fueron acercado
sus cuerpos y sus rostros, como embrujados por un soplo pasional, hasta que la tía
interrumpió aquel momento, llamando a gritos a su sobrina; afortunadamente no se dio
cuenta de nada, en ese momento Don Pedro se despidió y se fue.

Al despedirse el caballero, llevaba la decisión de volver a ver a Doña Lucinda, pero no para
saludarla solamente, sino para tratar de lograr su cariño, y hacerle saber el amor que en el
había despertado de una manera rotunda.

Los dos hermanos se estrecharon y conversaron largamente de lo que habían hecho
durante el tiempo que estuvieron alejados; el tiempo trascurrió y la noche llegó y Don
Pedro se dirigió a la casa de Doña Lucinda, y se situó bajo el balcón de la hermosa dama,
ansiando verla y recibir una mirada de sus ojos, ella, que la esperaba la llegada de aquel
hombre que le había cautivado, se asomó a la ventana y se cambiaron suspiros y se dijeron
frases de amor ardiente que la noche cobijó entre sus sombras; y así noche tras noche,
fueron diciéndose sus amores, haciéndose promesas y finalmente, la petición…

Doña Lucinda arrojó una soga para que Don Pedro escalara hacia el balcón de la dama, ella
cayó en brazos del feliz amante y ambos dieron rienda suelta a su pasión irrefrenable, en
ese momento no hubo remordimientos y temores, se amaron y continuaron amándose
hasta casi cuando llegaba el alba, acto seguido Don Pedro partió en su caballo, para que
aquel amor se mantuviera en secreto. Convertidos en ardorosos amantes, Doña Lucinda y
Don Pedro vieron pasar juntos en el lecho varias noches, su pasión arrebatadora crecía y
crecía, sin importarles que la fecha del matrimonio con Cristóbal se acercara; entregados
así a ese desenfreno traidor, nunca trataron de cuidarse de una mala sorpresa, y así una

102

noche, fueron sorprendidos por el mismísimo Don Cristóbal, éste enfurecido al ver tal
escena desenvainó su espada, retando en un duelo a muerte a su hermano; finalmente Don
Pedro fue el vencedor y por petición de su amante de darle muerte, obedeció aquella orden
cruel, Don Pedro hundió varias veces el acero en el pecho de su hermano, hasta que
finalmente falleció; para ocultar el cuerpo los dos amantes lo llevaron al sótano y acto
seguido se retiraron.

Al día siguiente, Doña Lucinda sacó a la tía para que Don Pedro su amante, pudiera
emparedar al muerto, febrilmente, el joven dio término a su macabra obra de emparedar a
su propio hermano. Al saber la desaparición de Don Cristóbal, el virrey montó en cólera y
ordenó buscarle por toda Nueva España, días después, Don Pedro llevó su casa a Lucinda,
como amante y a la tía Clara, para darle amparo.

Todo transcurrieron lo días y los meses, hasta que cierto día, Don Pedro clavó horrorizado
sus ojos, sobre su mano había aparecido una mancha escarlata, corrió a la fuente y metió la
mano para lavar aquel estigma sangriento, pero al día siguiente allí estaba nuevamente
aquella marca infamante de la sangre de su hermano, pero ésta vez, la marca sangrienta no
se borró, permaneció allí roja y fresca y para poderla ocultar se puso un guante y así,
ocultando la marca infamante de su crimen, Don Pedro fue a cumplir su misión; se
echaron de sus conventos a los jesuitas, comprobándose que la riqueza de esa compañía de
religiosos era excesiva; 22 colegios, misiones en Sonora y California, 123 fincas, edificios
urbanos y grandes sumas de oro les fueron confiscadas, varios caballeros y familias ricas,
pagaban fuertes sumas de dinero como tributo a los jesuitas…se les conocía como jesuitas
de capa corta y formaban parte de la poderosa fuerza de esa orden religiosa. El 22 de
noviembre de 1771, Carlos III de España, concedió junto con el vizcondado de Tejada, al
alcalde de México, que era Don Francisco Fernández de Tejada y Arteaga, quien
reconstruyó la casona que habitaba Doña Lucinda de la Helguera; y fue cuando al hacer las
reparaciones interiores, se descubrió el esqueleto de Don Sebastián de Villalba y Calderón;
en ese momento el esqueleto pidió a los trabajadores le hicieran un favor a cambio de un
poco de oro, les contó su triste historia y su gran deseo de vengarse de los amantes.

Armados de valor, los albañiles oyeron las instrucciones dadas por el amarillento
esqueleto, y esa misma noche, aquellos hombres cumplieron, no sin temor, con la petición
del esqueleto, dejándolo a la entrada de la casona donde vivían los amantes; Don Cristóbal
le dio a los albañiles todo su dinero y joyas, y sin resistir más su nerviosismo, los
trabajadores se alejaron de allí a toda prisa.

El esqueleto entró al cuarto de la pareja, pero de la muerte que por horror sufrieron los
amantes, nadie fue testigo. Al día siguiente Doña Clara reconoció en seguida, por sus
carcomidas ropas, a Don Cristóbal, el que fuera el prometido de Lucinda, el esqueleto
mostraba una risa burlona entre sus dientes amarillos y helados; Doña Clara los descubrió
así, muertos, con un rictus de pavor en sus rostros descompuestos.

103

La calle de la Joya

(Hoy 5 de Febrero)

La florida leyenda colonial que nos
habla de una maldita joya
ensangrentada, clavada sobre una recia
puerta, dio nombre a la que hoy es calle
5 de febrero, desde finales del siglo
XVIII la gente la conoció como: la Calle
de la Joya. Durante años aquella joya
estuvo expuesta sin que nadie osara
robarla, pero un día un sujeto quiso
quitarla de su sitio y entonces se le
apareció el demonio.

¿Qué poderoso maleficio pesaba sobre
aquella joya ensangrentada? Algunos historiadores y gentes ancianas, dicen haber visto
todavía el agujero que hizo el puñal sobre la madera, pero muy pocos fueron testigos de los
momentos en que el Cabildo ordenó abrir las puertas de aquella casa, para ver lo que en su
interior había.

Empieza nuestra historia allá por las calles de Mesones, donde felices de su amor un nido
habían formado, don Gaspar y doña Violante, compañera fiel y de limpio corazón; mas era
tanta la belleza de la esposa, que Gaspar la tenía rodeada de espinas, altos muros y de
rosas, para protegerla de las miradas de los hombres. La inmaculada mujer veía así pasar
las horas, presa entre flores y el canto de su aves.

Don Gaspar, de las intrigas de la corte ajeno, sabía que su tesoro estaba allá escondido, y
que de salones palaciegos, mejor era el tibio perfume de su nido. Toda la gente de la
colonia sabía que aquel hombre tenía a su mujer encerrada por temor a la infidelidad.
Cuanto más demoraba don Gaspar en la calle, más tardaba en regresar al lado de su esposa
amada. En tanto la azafata de Violante, una negra atrevida llamada Maravatía, y tan prieta
como tunante, aprovechando la ausencia del patrón, la mujer la tentó como el diablo lo
hizo con Lucía, para que saliera a la calle y la acompañara a la casa de la gitana. Vacila la
dama, pero finalmente acepta y sube al lujoso carruaje, tirado por finos caballos de negro
pelaje, y en ese carro Violante y la negra fueron en aquella ocasión a preguntarle a la
adivina las cosas del corazón; la bella mujer se detiene ante la puerta, asustada del talante
de una gitana tuerta, quien le hace la predicción de que en poco tiempo vendrá un
caballero que prendado de su belleza perderá a tal punto la cabeza, y acabará matándola.
Espantada por aquellas palabras de la vieja, Violante la negra corren prestas a la calle.

Pocos meses han pasado desde aquel vaticinio de la bruja, y la mujer con labores de la
aguja, pasa el tiempo con su esposo amado; olvidada estalla la gitana, lejos muy lejos sus
temores, cuando se escuchan redobles de tambores, cuyo eco traspasa la ventana. Al

104

escuchar tal cosa, ambos corrieron asomarse a la ventana; llegaba el capitán Diego Fajardo,
doncel de noble cuna poseedor de gran fortuna y de un porte muy gallardo, y quiso el
destino ¡oh desdichada! Que el mancebo mirara la hermosura de Violante allí asomada.
Montado en su yegua Jerezana, cuenta la leyenda que desde aquel instante no pudo
arrancar su corazón de la ventana; entonces detuvo el paso, la miró extasiado y fuese
volviendo el rostro a cada instante, mientras que Gaspar confuso y agitado quería
desbaratar aquel semblante; desde ese instante el capitán Fajardo sentía encajado como
dardo, la sublime belleza de Violante. Y a su gente plática de aquella que le absorbido la
mente, y poco le importó saber que la mujer era casada, estaba dispuesto a conseguir su
amor al que tuviera que pagar con su propia vida.

Desde entonces, las sombras protectoras rondando aquella calle le envolvían y unas tras
otras, siempre las auroras en el mismo lugar le sorprendían, buscando de Violante los
favores siempre se topaba con el muro cubierto de cardos y de flores. Al fin desesperado un
día decidió atentar a la infiel Maravatía dándole una buena cantidad de oro para que le
entregara una esquela. La astuta negra metió bajo la puerta aquella esquela llena de
ternura, más para la honesta y fiel bella Violante, era más que letra muerta aquella petición
de una aventura. No obstante así, el galán no se cansaba de rondar la casa de la bella, y a
veces pensaba que sería más fácil para el echar mano a una estrella, hasta que una noche la
azafata impía, al galán se acerca cautelosa para ofrecerle la llave de la puerta a cambio de
una muy buena cantidad de oro. Tres noches más tarde la maldita condujo al enamorado
galán hasta los aposentos; de súbito la dama se estremece, cuando se abre la puerta y a sus
ojos, el capitán Fajardo se aparece, y va a apostarse ante sus pies para pedirle calme esta
pasión que inflama su pecho, pero ante aquel caballero suplicante, la honesta de Violante
con encaje el llanto enjuga y le ordena salir de su aposento. Todito el capitán corrido salió
de la casa de la dama.

Más no faltó ni infame, quien a don Gaspar dijera que su esposa le era infiel con don
Fajardo, y dos días después hizo sus planes, inventando que salía aquella noche y fingiendo
alejarse en raudo coche. Brillaba el pomo de su espada cuando Fajardo entró en pos del
amor de la casada, pero obtuvo una vez más la misma respuesta de rechazo. Ya que no le
podía pagar a la dama a un pecado, entonces sería por su honestidad: un brazalete de oro
cincelado que vierte vivos resplandores, en el que con diamantes se ha formado el escudo
condal de sus mayores.

En tanto Gaspar entre la negra sombra, mira salir al hombre de su casa, y cuando junto a él
airado pasa le reconoce y hasta nombra en voz alta. Como león que su melena agita, lanzó
un rugido y a su mansión se precipita; trémulo, vacilante, loco, ciego, siente del odio el
espantoso fuego, al descubrir la joya de Fajardo en las manos de aquel ángel silencioso.
Está celoso, entonces descubre aquella daga con que Violante estaba dispuesta a defender
su nombre, ni la inquiere ni la insulta; pero en tremenda cólera desechó 100 veces el puñal
sobre el honrado pecho de su esposa. Aunque la mujer lo mira con ternura, más el odio en
su corazón se inflama; y la sangre en ardorosa llama, tiñe de rojo la blancura. Muerta ya,
así sin clemencia, la pálida Violante parece pregonar más su inocencia; entonces su marido
recoge con crispada mano aquella joya que dejó el villano, y la ve llena de sangre, tibia,

105

ardiente de la esposa que así cobró una infamia según el punto, solamente alcanza a pensar
a devolver la joya, y consumar en sangre la venganza.

Recorre la ciudad con talante fiero, descubre al fin la casa del artero en lo que hoy es 5 de
febrero, sus ojos encendidos de fuego, son ojos de un ente poseído por el diablo; su pecho
se agita en 1000 espasmos y la sangre se agolpan sus venas. Ante la puerta de la casa
aquella, siente que flaquea, que va a caer y que su corazón estalla, entonces toma la joya
ensangrentada y clavel filoso puñal; la gruesa puerta de madera cruje y las piedras
preciosas a la luz de la luna, iluminan el rostro del hombre cruel. Echa mano al pomo de su
espada, pues a cobrar con sangre va lo que supone una afrenta, pero quiere el cielo que el
celoso Gaspar que de allí muerto, es víctima de un ataque y no termina lo que su venganza
sería.

Encuentran con gran desconcierto a don Gaspar muerto, ante la casa de Fajardo, y la joya
ensangrentada pendiente del puñal en la puerta ya clavado; por temor y por respeto a los
representantes de la leí aguardaron hasta que el capitán salió, y se da cuenta con pavura de
la joya ensangrentada, adivinando de Violante su fin. El llanto enjuga y sus ojos se tornan
fieros, y ordena la ronda ir a la casa de la bella mujer para que le informaran de todo lo que
hubiera pasado. De los funerales de tan bella como casta dama, encargóse el audaz capitán,
causante indirecto de tan triste drama, y ordenó que del portón de su casa nunca fuera
arrancado el puñal, ni la joya manchada de sangre. Desde entonces el capitán Fajardo no
abandonó su casa, embargada como el de honda tristeza, no comía, no dormía y se oía
gemir dolientemente, la culpa no lo dejaba vivir; y dice la crónica y el cuento que después
de llorar su desventura, fue a sepultarse un convento.

Lejos del mundo y sus mentidas galas, a Cristo Jesús tendió sus alas, mientras la gente que
pasaba por su casa miraba con codicia la joya; más cuando alguien trató de robar la joya,
como por arte de magia comenzaba de nuevo a llenarse de sangre, y a muchos les marchó
el rostro; otros al tratar de tomar aquella alhaja, vieron que su sombra se perfilaba al
diablo. Tiempo hacía que ni guardia había, y aquella casa por maldita se tenía, y es de
creerse que algún maleficio hubo, pues muchos fueron los que tomar la joya creyeron,
otros aseguraron que quedar presos parecieron cuando afianzaban aquella maldita joya, y
no faltó quien dijese que la guardia que antes un soldado hizo, Lucifer ocupaba después.
Hasta cronos frailes mandados por el Santo Oficio, desprendieron el puñal y la joya de la
puerta de la casa de Fajardo, y la autoridad abrió la casa, encontrando en su interior joyas y
dinero diseminados por doquier. Aquí termina este colonial cuento, y según el Provincial
Montoya que vivió con Fajardo en el convento, por esto se le dio el nombre de la Calle de
la Joya, que hoy es 5 de febrero.

106

EL ÁRBOL BENDITO EN LA COLONIA SAN MIGUEL CHAPULTEPEC

(Leyenda de la ciudad de México)

Érase un fraile, cuyo nombre
está olvidado, que
diariamente hacía viajes de
México a Tacubaya,
posiblemente a la sede del
arzobispado que estaba
situada en lo alto de esta
población. Antes de
emprender la subida, que
por la edad del caminante
era en verdad fatigosa, solía
descansar unos minutos
para luego reanudar su
camino. Un día de tantos,
después de atravesar por la
hacienda de los condes de
Miravalle, que era parte de su acostumbrado trayecto, al caer la tarde fue sorprendido por
un aguacero torrencial. Leyenda de Magali López.

Dado que las casas de los barrios de Santiago y San Miguel estaban retiradas, tuvo que
conformarse con el relativo albergue de las ramas de un frondoso árbol, bajo las cuales se
detuvo a esperar que amainara la lluvia, pero en vez de disminuir, a cada momento
seguía con más fuerza, acompañada de relámpagos y truenos que se oían caer en
lugares cercanos, con desatada furia. Como el lugar estaba situado en la bajada de la
pendiente llegó una corriente de agua a tal grado abundante que era imposible transitar
en ella. Puesto que la lluvia parecía interminable y se aproximaba la noche, el fraile, lleno
de pavor, imploró al cielo porque le sacara con bien de ese lugar. Leyenda encontrada en
un blog de Homero Adame.

Al poco tiempo cesó la lluvia, quedando el fraile ileso y seco de ropas porque el follaje del
árbol lo había protegido. Minutos más tarde pasó la corriente y el caminante pudo seguir
su marcha, no sin antes bendecir el árbol, profetizando que se conservaría fresco y
lozano.

Narra la leyenda que de sus raíces brotó un arroyo y muchos años se dijo misa abajo de
sus frondas.

Esta leyenda del árbol bendito es recordada por los habitantes de mayor edad de la
colonia, no poniéndose de acuerdo en la actual ubicación del susodicho. Unos afirman
que se encuentra en el interior de una casa particular, otros que se encuentra en la parte
de atrás de la iglesia de San Miguel Arcángel y unos más aseguran que se encuentra
abandonado en la calle de Vicente Eguia.

107

El Callejón de la Condesa

(a espaldas de la Casa de los Azulejos)

Cuentan las consejas que cierta vez entraron por los extremos del callejón, dos
hidalgos, cada uno en su coche, y que por la estrechez de la vía se encontraron frente
a frente sin que ninguno quisiera retroceder, alegando que su nobleza se ajaría si
cualquiera de los dos tomaba la retaguardia.
Por fortuna, como asienta un grave autor, la sangre no
llegó al arroyo ni mucho menos, y ni siquiera hirvió en
las venas de los dos Quijotes; pero a falta de
cuchilladas sobró paciencia a los hidalgos quienes se
estuvieron en sus coches tres días de claro en claro y
tres noches de turbio en turbio.
De no intervenir la autoridad, de seguro se momifican los hidalgos. El Virrey les
previno, pues, que los dos coches retrocedieran hasta salir uno hacia la calle de San
Andrés y otro hasta la Plazuela de Guardiola.

108

La Leyenda de la Llorona

Es una de las más famosas Leyendas
Mexicanas, que ha ha dado la vuelta al
mundo, se trata de la de La Llorona, la
cual tiene sus orígenes desde el tiempo
en que México fue establecido, junto a
la llegada de los españoles.

Se cuenta que existió una mujer
indígena que tenía un romance con un
caballero español, la relación se
consumó dando como fruto tres bellos
hijos, a los cuales la madre cuidaba de
forma devota, convirtiéndolos en su
adoración.

Los días seguían corriendo, entre mentiras y sombras, manteniéndose escondidos de los demás
para disfrutar de su vinculo, la mujer viendo su familia formada, las necesidades de sus hijos por
un Padre de tiempo completo comienza a pedir que la relación sea formalizada, el caballero la
esquivaba en cada ocasión, quizás por temor al qué dirán, siendo él un miembro de la sociedad
en sus más altos niveles, pensaba mucho en la opinión de los demás y aquel nexo con una
indígena podría afectarle demasiado su estatus .

Tras la insistencia de la mujer y la negación del caballero, un tiempo después, el hombre la dejó
para casarse con una dama española de alta sociedad. La mujer Indígena al enterarse, dolida
por la traición y el engaño, totalmente desesperada, tomó a sus tres hijos, llevándolos a orillas
del rio, abrazándolos fuertemente con el profundo amor que les profesaba, los hundió en el
hasta ahogarlos. Para después terminar con su propia vida al no poder soportar la culpa de los
actos cometidos.

Desde ese día, se escucha el lamento lleno de dolor de la mujer en el río donde esto ocurrió. Hay
quienes dicen haberla visto vagando buscando desesperada, con un profundo grito de dolor y
lamento que clama por sus hijos.

La culpa no la deja descansar, su lamento se escucha cerca de la plaza mayor, quienes miran a
través de sus ventanas ven una mujer vestida enteramente de blanco, delgada, llamando a sus
hijos y que se esfuma en el lago de Texcoco.

109

110


Click to View FlipBook Version