volumen 1, nº 1, 2018
issn 2619 - 2381
Memorias
Encuentro de
Metapsicología
Freudiana
III ENCUENTRO
DUELO Y MELANCOLÍA
Bogotá, 25 - 26 de Agosto 2017
III ENCUENTRO DE
METAPSICOLOGÍA
FREUDIANA
Bogotá,
25 - 26 de Agosto 2017
Conferencistas:
José Luis Valls
Héctor Cothros
Hernán Santacruz
Sylvia De Castro
Dalia Riachi
Javier Mazuera
Sergio Castellanos
Pedro González
Juliana Hurtado
Portada: Prof. Sigmund Freud, c. 1921.
Fotografía, Max Halberstadt.
Library of Congress.
Memorias
III Encuentro de Metapsicología
Freudiana
Bogotá, 25 - 26 de Agosto 2017
Duelo y Melancolía
Memorias
III Encuentro de Metapsicología
Freudiana
Bogotá, 25 - 26 de Agosto 2017
Duelo y Melancolía
Memorias
Encuentro de
Metapsicología
Freudiana
III Encuentro 2017 Comisión directiva
duelo y melancolía
Presidente
volumen 1, nº 1, año 2018 Hernán Santacruz Oleas
Bienal Secretaria General
Liliana Henao Gómez
issn 2619-2381
Tesorero
Publicación de la Sociedad Psicoanalítica Javier Mazuera Valencia
Freudiana de Colombia
Carrera 16 # 93-86, Oficina 704 Directora del Instituto
Bogotá, D.C., Colombia Martha Otero Amaris
Correo: [email protected]
Teléfono: +57 (1) 743 8394 Directora Científica
www.sopsifreudiana.com Dalia Riachi González
Coordinación Editorial : Juliana Hurtado Arboleda Comité de Difusión
Diseño: Juan Luis Restrepo Viana Pedro Andrés González
Impresión: La Imprenta Editores S. A.
Noviembre 2018 Comité de Publicaciones y Biblioteca
Juliana Hurtado Arboleda
Comité de Niños y Adolescentes
Camila Gutiérrez de Carvajal
Fiscal
Sergio Castellanos Urrego
ÍNDICE
III Encuentro De Metapsicología Freudiana 7
Duelo y Melancolía 100 Años 9
Dalia Riachi
Melancolía 17
José Luis Valls
La regresión en el duelo y en el sueño como modelo del narcisismo 27
Héctor Cothros
El Papel de la identificación en el Yo del melancólico 43
Pedro Andrés González
El Yo y el principio de realidad 61
Sergio Castellanos
Superyó y duelo 79
José Luis Valls
La Elaboración en el duelo y la melancolía 87
Héctor Cothros
Algunas consideraciones clínicas sobre ‘Duelo y Melancolía’ 109
Javier Mazuera Valencia
Violencia y psicoanálisis 161
Hernán Santacruz Oleas
Un imposible duelo 173
Sylvia De Castro Korgi
Recordar lo perdido, un asunto de humanidad 183
Juliana Hurtado Arboleda
Conferencistas 195
5
6
III ENCUENTRO DE METAPSICOLOGÍA
FREUDIANA
Bogotá, D.C. 25 y 26 de agosto de 2017
Editorial
Esta primera publicación de la Sociedad Psicoanalítica Freudiana de Co-
lombia es producto del deseo de poner a circular ideas psicoanalíticas
freudianas, a razón del valor que ellas tienen para la comprensión del psiquis-
mo humano y porque nos resistimos a que lo valioso se olvide con el paso
del tiempo. Aquí se presentan las once conferencias que tuvieron lugar los
días 25 y 26 de agosto de 2017, en el marco del III Encuentro de Metapsi-
cología Freudiana, en la ciudad de Bogotá. Este Encuentro se realizó con el
fin de discutir Duelo y melancolía1 de Sigmund Freud y de pensar, a partir de
ese mismo texto, la violencia en nuestro país. Cada conferencista abordó el
artículo de Freud desde algún elemento central previamente definido y tuvo
autonomía para la presentación de la conferencia, por lo tanto, algunas confe-
rencias fueron escritas y otras fueron orales, de ahí que no exista uniformidad
en el estilo de las conferencias.
Esta publicación también hace parte de la celebración de los 25
años de la creación del Grupo de Estudio Freudiano y de los 10 años como
Sociedad componente de la IPA. Un tiempo que deja ver la tenacidad de
sus fundadores y el espíritu de compromiso de todos sus miembros. El En-
cuentro y esta publicación se realizaron con esfuerzo, cariño y entusiasmo.
De eso se trata.
Juliana Hurtado Arboleda
1 Freud, S. (2006). Duelo y melancolía. En J. L. Etcheverry (trad.), Obras completas (Vol.14, pp.235-
255). Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original escrito en 1915 y publicado en 1917).
7
8
DUELO Y MELANCOLÍA 100 AÑOS
Dalia Riachi
Melanos: negro. Chole: bilis. Bilis negra, estado anormal caracterizado por
irritabilidad acentuada y depresión mental.
Bienvenidos al tercer encuentro de metapsicología de nuestra Sociedad,
iniciativa que surgió con el ánimo de abrir un espacio de discusión y
enriquecimiento en torno a los artículos así definidos por Freud. Hace cuatro
años revisamos el artículo La represión, en el 2015 Lo inconsciente, y en esta
oportunidad, a propósito de cumplirse 100 años de su publicación, Duelo y
melancolía. La dinámica que ha surgido para los encuentros es la de crear un
grupo de trabajo que estudia el artículo y define el programa. Tratamos de
seguir la secuencia del artículo original identificando los conceptos básicos a
trabajar en cada una de las conferencias.
Freud utiliza el término 'metapsicología' para designar el conjunto de su
concepción teórica y distinguirlo de la teoría psicológica clásica. Consiste en
la elaboración de modelos teóricos que implican la consideración simultánea
de los puntos de vista tópico, dinámico y económico. En el conjunto de estos
artículos Freud nos deja las coordenadas para pensar metapsicológicamente
las vicisitudes de la mente humana. Coordenadas que queremos plantear para
el camino del presente encuentro. Además de los puntos de vista tópico, diná-
mico y económico, es importante recordar las características del inconsciente,
definidas en el artículo precedente: el inconsciente no conoce la contradic-
ción; hace uso de la condensación de ideas y el desplazamiento de afectos de
una idea a otra libremente, con cargas o catexias de energía ligada y ener-
gía móvil en busca de ligazón y descarga; no tiene concepción de tiempo, es
atemporal, vive en perpetuo presente; no tiene relación con la realidad externa
la cual es sustituida por la realidad psíquica.
9
En el libro El autoanálisis de Freud de D. Anzieu, el autor hace una ob-
servación acerca de un sueño de Freud donde su profesor Brücke le ordena
realizar la disección y preparación anatómica de su propia pelvis y piernas.
Analizar este sueño le permite a Freud vencer la inhibición de mostrar su
autoanálisis, expuesto en el libro La interpretación de los sueños, el cual repo-
saba hacía un año en su escritorio. En una parte de la descripción del sueño
dice: “antes había yo andado por aquel suelo escurridizo, continuamente ad-
mirado de poder moverme con tanta facilidad, después de la disección”. Esta
tarea de “diseccionar” los síntomas psíquicos con las coordenadas metapsico-
lógicas es algo habitual en Freud y permite el entendimiento de mecanismos
psíquicos universales. En Duelo y melancolía, por ejemplo, denuncia una ins-
tancia crítica o conciencia moral del yo de carácter autopunitivo con la cual
relaciona el síntoma de los autorreproches del melancólico, lo cual es posible
por la regresión de la libido del objeto al yo. Es probable, dice Strachey, que
haber conceptualizado el narcisismo y el ideal del yo como instancia crítica
haya facilitado el retomar el tema de la melancolía con una mirada más com-
pleta en el trabajo que hoy nos ocupa.
Siguiendo a Strachey, el trabajo sobre la melancolía fue iniciado por Freud
en 1914, finalizado en 1915 y publicado en 1917. La inquietud sobre el tema
de los diferentes estados de depresión rondaba en Freud desde 1894, cuando
escribe el Manuscrito G y se lo envía a su amigo Fliess en enero de 1895. En
éste, el término melancolía incluye cualquier depresión o desazón. En un acer-
camiento inicial, muestra la melancolía como asociada a la anestesia (frigidez),
la plantea como el resultado de una reacción a una excitación sexual. Mujeres
anestésicas y ansiosas pueden virar a la melancolía, esto lo lleva a plantear la
melancolía por aumento de la neurastenia, como un miedo a la impotencia. En
1987 en el Manuscrito N, en anotaciones III, Freud muestra los autorreproches
del duelo -las llamadas melancolías-, como derivados de los impulsos hostiles
primitivos hacia los padres, propone además una base conceptual muy impor-
tante para la comprensión del complejo de Edipo y su relación con el ideal del
yo. En este Manuscrito, Freud afirma: “los impulsos hostiles hacia los padres
salen a la luz como representaciones obsesivas como ideas paranoides hacia las
figuras de autoridad, la enfermedad o muerte de ellos reprime esta hostilidad,
que de nuevo emergen ahora como auto reproches, síntomas histéricos relacio-
10
nados con identificación con la enfermedad del que ha muerto”. En 1910, en la
Sociedad Psicoanalítica en Viena, en un debate sobre el suicidio en escolares,
destaca la necesidad de diferenciar los estados normales del duelo de los de la
melancolía. Aunque el tema venía en gestación, es en 1914 que lo escribe en un
corto periodo de tiempo. Algunos biógrafos relacionan la producción de este
escrito con pérdidas sufridas por Freud. El 28 de julio de 1914, el imperio aus-
trohúngaro declaró la guerra al reino de Serbia. Emanuel, su medio hermano
mayor (23 años), muere en un accidente ferroviario,“podría ser mi padre”había
expresado Freud, también se da la ruptura con Jung. Es una época de pérdidas
al que se le suma el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Magda repite frecuentemente: “si hubiera llegado antes”, “si hubiera con-
testado”, “de pronto he debido ir más rápido”, “no lo supe cuidar”. Pregunta
el terapeuta: “¿y él se cuidaba?”. Ella responde: “no, no, la verdad no y me da
rabia”. Han pasado 3 años de la sorpresiva muerte de su pareja, se observa
delgada, indiferente, pide disculpas constantemente al terapeuta por malgas-
tar su tiempo. Cuando el terapeuta señala su pérdida de peso, dice no tener
apetito, pero se anima contando que aún alista el lugar en la mesa para el ob-
jeto amado, y que ese detalle le permite sentarse a cenar. Ha dejado su trabajo,
habla de sus tres hijos con molestia por instarla a cuidarse, dice no dormir
bien, volvió a fumar, está enferma, pero no le preocupa. Asiste corto tiempo a
terapia, se retira diciendo que no vale la pena. A simple vista no pareciera un
proceso de duelo “normal”.
Dice Freud en Duelo y melancolía: “hubo una elección de objeto una liga-
dura de la libido a una persona determinada, por obra de una afrenta real o un
desengaño de parte de la persona amada sobrevino un sacudimiento de ese
vínculo de objeto. El resultado no fue el normal, que habría sido un quite de
la libido de ese objeto y su desplazamiento a uno nuevo, sino otro distinto que
para producirse parece requerir varias condiciones”. Freud, en este artículo,
sigue la ruta de las comparaciones, similitudes y diferencias, de lo normal a lo
patológico, del sueño al narcisismo, del duelo a la melancolía. Delimita ésta
última: “pequeño número de casos cuya naturaleza psicógena es indubitable”.
Nos ubica en un cuadro sintomático como: “reacción frente a la pérdida de
una persona amada o de una abstracción que haga sus veces como la patria, la
libertad, un ideal, etc.”.
11
Freud define la melancolía en la página 242 del tomo XIV, de la edición
Amorrortu, así: “la melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón
profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior,
la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y
una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en auto-reproches y
auto-denigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo”,
y más adelante continúa: “un enorme empobrecimiento del yo”, “en el duelo
el mundo se ha hecho pobre y vacío, en la melancolía eso le ocurre al yo mis-
mo”. Freud nos lleva entonces al examen de realidad del doliente, acepta o se
resiste a la realidad, alucina al objeto o se sueña con él. ¿Se recuerda al obje-
to?, ¿qué hace el doliente con los recuerdos?, ¿qué se pierde con el objeto? La
pérdida del objeto amado le impone un trabajo al yo del doliente, reorganizar
el amor que le ha sido devuelto por la ausencia del objeto y ¿cómo se da
ese trabajo en el melancólico?, ¿por qué dice Freud que el trabajo del duelo
devora al yo del melancólico? Conectándolo con la teoría de las pulsiones
podemos ver el dolor del duelo como un afecto, como un estado afectivo que
sucede a la pérdida real. Esta expresión del afecto doloroso manifiesta los
movimientos de la pulsión que, ante el duelo, no puede ser descargada como
antes y exige un trabajo, el trabajo del duelo, para procurarse su descarga a
través de un nuevo objeto o de él mismo. La predisposición a la melancolía
o una parte de ella, depende del predominio de la elección de objeto amo-
roso, es decir, al identificar un cuadro de melancolía nos vemos abocados a
pensar la manera de amar de ese individuo, sus cargas de objeto, sus duelos,
su historia amorosa.
Freud enuncia tres premisas de la melancolía: la pérdida del objeto, la
ambivalencia y la regresión de la libido al yo. Otra pieza clave de este artículo
es la regresión libidinal del objeto externo al yo, a la fase de identificación
con el objeto, punto de ubicación que nos da la posibilidad de comprender
la alteración al interior del yo del melancólico. De este retorno narcisista a
la identificación emerge la famosa frase: “la sombra del objeto cae sobre el
yo”. “La identificación como etapa previa de la elección de objeto” nos lleva
a mirar el desarrollo yoico del melancólico en sus primeras fases, la ambiva-
lencia, la hostilidad hacia los objetos, el desarrollo libidinal del melancólico.
Avanzando en el artículo, Freud se cuestiona por los melancólicos que derivan
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a cuadros de manía o los que alternan estas dos manifestaciones y da paso a un
intento de esclarecimiento del cuadro de manía como mecanismo psíquico si-
milar al de la melancolía, ¿es la manía resultado del trabajo del duelo?, ¿por qué
ahora existe “energía de sobra”? Dice Freud que la elaboración del duelo im-
plica “desinvestir” las memorias de objeto perdido, “pieza por pieza”. ¿Cómo
funciona en el melancólico?, ¿cómo lidia con las huellas, las representaciones
conscientes e inconscientes del objeto perdido?, ¿cómo se resuelve el episodio
melancólico? Y para agregar a la discusión, Freud enlaza las identificaciones
regresivas como estructurantes del carácter, por su origen en el sepultamiento
del complejo de Edipo y su evolución como núcleo del superyó, “casi que
dime cómo son tus duelos y te diré que carácter tienes…”. Y es que en el
carácter melancólico hay una constante: la imposibilidad permanente para el
sujeto de elaborar el duelo por lo perdido.
Los suicidas… “En la noche del 23 de mayo de 1896, tras una velada
íntima organizada por doña Vicenta, José Asunción Silva se retiró a su habi-
tación y a la mañana siguiente fue hallado muerto sobre su cama. El poeta se
había suicidado de un tiro en el corazón. Se cuenta que había preguntado a un
médico la localización exacta de dicho órgano. Fue enterrado en Bogotá, en el
cementerio destinado a los suicidas” (E. Santos Molano). Miremos las pér-
didas más significativas de Silva: dos hermanos en la infancia, su amada her-
mana Elvira 5 años menor, su confidente y, al poco tiempo, su padre; además,
pierde su herencia y su obra en un naufragio. Intenta recuperarse montando
una fábrica de baldosines con una novedosa receta y fracasa, poco después se
suicida. La poesía de Silva hace alusión bellamente a la tristeza y a la muerte,
tanto que los estudiosos de su obra dicen que si no aparece la palabra som-
bra, frío o noche no es de su autoría. Su novela De sobremesa muestra, en sus
numerosas amantes, los amores narcisistas del protagonista Fernández. Dice
en la novela: “¿muerta tú, Helena?... No, tú no puedes morir. Tal vez no hayas
existido nunca y seas sólo un sueño luminoso de mi espíritu; pero es un sueño
más real que eso que los hombres llaman la Realidad”. Anota Freud que el
enigma del suicidio vuelve a la melancolía interesante y peligrosa. El yo solo
puede darse muerte si se puede tratar como objeto y así volver la hostilidad
original de los objetos reales hacia sí mismo. Ojalá nos alcance el tiempo para
ahondar en este aspecto.
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Freud se cuestiona el abordaje terapéutico para el melancólico, ubica en-
tonces a la melancolía en las afecciones narcisistas. Hace referencia a Karl
Landauer, psiquiatra y psicoanalista alemán, analizado suyo. Landauer ha-
bía asociado la inmovilidad del durmiente con los estados catatónicos, pero
además, realiza con éxito el tratamiento de pacientes graves, analizando la
hostilidad y evitando analizar la transferencia positiva. Es un buen punto para
pensar. 100 años después, el artículo Duelo y melancolía sigue siendo de gran
valor para la comprensión psicoanalítica de cuadros depresivos graves.
En De guerra y muerte. Temas de actualidad (1915), en el acápite I. La
desilusión provocada por la guerra, Freud afirma: “envueltos en el torbellino
de este tiempo de guerra, condenados a una información unilateral, sin la
suficiente distancia respecto de las grandes trasformaciones que ya se han
consumado o empiezan a consumarse y sin vislumbrar el futuro que va plas-
mándose, caemos en desorientación sobre el significado de las impresiones
que nos asedian y sobre el valor de los juicios que formamos”. Además de este
artículo acerca de la guerra, Freud también escribió La Transitoriedad (1915)
y ¿Por qué la guerra? (1933). 100 años después seguimos en guerras, no solo
en nuestro país, la hostilidad humana es inagotable, lo sabemos, es una de las
vicisitudes de la pulsión sexual y la pulsión no se agota.
La diversidad socioeconómica, étnica, cultural de nuestro país, su histo-
ria, su prehistoria, nos han marcado un camino en verdad violento, de des-
igualdad y hostilidad, “la solución a través de las armas”, “el mejor ejército del
mundo”, “la guerrilla más antigua de latinoamérica”, hablan de los poderes
que nos rigen, “un ataque” es noticia cotidiana y lamentablemente la situación
de violencia, sufrimiento y duelo de nuestro país tiende también a volverse
cotidiana. Continúa Freud en el artículo que nos convoca: “pero es probable
que resintamos con desmedida fuerza la maldad de esta época, y no tenemos
derecho a compararla con la de otras épocas que no hemos vivenciado”. El
acuerdo de paz en fase de implementación con la guerrilla de las FARC,
con todas las dificultades especialmente marcadas por un profundo odio y la
lucha por el poder, ha traído, sin embargo, las ventajas del diálogo a cambio
de las armas, una disminución notoria de muertes en combate, que ahora nos
permite ver otras caras. Trabajos importantes para recuperar la memoria del
sufrimiento de las víctimas, recuperar la historia, recuperar un cuerpo para
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llorar, es parte no solo de la elaboración del duelo de las víctimas, sino de
la construcción de comunidad. Queremos aprovechar el estudio del artículo
Duelo y melancolía, para ver los orígenes de la hostilidad, la comprensión de
la identificación narcisista, un tema que más adelante profundiza Freud en
Psicología de las masas y análisis del yo, y dedicar un espacio de este encuentro
para pensar psicoanalíticamente la situación de violencia de nuestro país. Así
como Freud venció la inhibición de mostrar su autoanálisis gracias al análisis
de su sueño sobre la disección de su propio cuerpo, es importante avocarnos
al sufrimiento de reconocer nuestra violencia, a no perder la memoria y a no
defendernos con manía. Esperamos que sea una tarde de ojos abiertos.
Para finalizar me permito leer el siguiente poema del Dr. Guillermo Ar-
cila, uno de nuestros fundadores, publicado de manera póstuma en la Revista
de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis, además de algunos de sus im-
portantes artículos.
Poemas de invierno. Poema XVIII
No me queda otro alivio
Que socavar la muerte
Volviéndola conocida
Como la vida en el vientre
Como el dormir
Como el viaje
Como una ausencia
Ya no damos más informaciones de palabra
Suspendemos la producción de recuerdos
Convertimos nuestra presencia
En un simple archivo
Organizado en un anaquel
En un rincón abandonado
Que nadie visita
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El poema de Arcila podría leerse como un llamado al duelo consciente, a
la realidad de la muerte.
Duelo y celebración. En julio de 2017 se cumplieron 10 años de ser acep-
tada nuestra Sociedad como componente de la Internacional de Psicoanálisis,
proceso que se había iniciado 15 años antes con la formación del grupo de
estudios freudiano de Colombia. 25 años de un enriquecedor trabajo teórico,
académico, pedagógico, y una ardua labor de los fundadores para sostener y
dar un piso firme a nuestra Sociedad. Como buen grupo psicoanalítico ha
habido acercamientos, alejamientos, separaciones, enfermedades y muertes,
duelos de los cuales somos conscientes que nos impactan como individuos y
como grupo. También tenemos asuntos para celebrar, somos una Sociedad en
crecimiento, con un instituto de formación que privilegia el cuerpo teórico
freudiano, sin desconocer el valor de otros autores que lo desarrollan y enri-
quecen, formando actualmente la octava promoción de candidatos. Venimos
realizando con constancia actividades de difusión de la obra freudiana, conta-
mos con el grupo de estudio, psicoanálisis de grupos, está en curso un diplo-
mado en psicoterapia de orientación psicoanalítica en la ciudad de Armenia y
nos empeñamos en fortalecer los encuentros de metapsicología.
Agradecemos a los conferencistas invitados extranjeros y nacionales
por la excelente disposición para este encuentro. Esperamos lo disfruten,
muchas gracias.
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MELANCOLÍA
José Luis Valls
Para poder hablar con cierta dignidad sobre la metapsicología de la me-
lancolía y sus diferencias con cuadros de alguna manera similares trataré,
como en muchas ocasiones anteriores, de partir de la base teórica en la que
me baso (en lo fundamental freudiana), para desde ahí poder llegar a las dis-
tinciones metapsicológicas.
Según mi manera de interpretar a Freud, la llamada por él pulsión de
muerte no es más que la energía propia del ser vivo que busca descarga (esto
podríamos plantearlo por el principio de inercia del movimiento universal y
también desde la búsqueda de una homeostasis con cierta constancia con el
medio a partir de una diferencia, por ejemplo), el tema fundamental para no-
sotros es que la descarga total de esta energía consiste en la muerte, o sea en la
pérdida de la posibilidad de alguna clase de movimiento desde y en su interior.
La vida tiene que ver con el movimiento, qué duda cabe, de ahí parte Freud
para aplicar las leyes del movimiento universal al psiquismo y su energía.
Entonces, desde el mismo instante del nacimiento y prescindiendo en
este lugar teóricamente de lo heredado y de la vida fetal para poder ceñirme
a cierta brevedad en mi exposición, aunque algo ya he hablado al respecto en
otras ocasiones, vemos que si al bebé recién nacido no se lo ayuda, se muere;
si no participa alguien en ese circuito vida-muerte, la vida es muy corta, no
alcanza con la posible pulsión de vida instintiva que trae desde lo previo para
vivir y expulsar esa energía desde el pataleo y el llanto. Está inerme. Podría-
mos pensar, a partir de eso, que la posibilidad de prolongación de la vida en-
tonces, parte desde lo social, desde el colectivo humano, desde la maternidad,
por lo pronto.
Diremos que cada experiencia vivida con el semejante deja huella y que
todas las vivencias serán referidas desde un principio a él (se lo reconozca o
17
no como otro, proceso que pareciera que en un principio corre por diferente
vía, las que luego por lo general se juntan). Con complejidad cada vez mayor
(trataremos aquí de hablar de esa complejidad), por lo tanto, el semejante es
el centro de nuestra vida, tanto es que si la pulsión de vida fuera determinada
por la representación que deja la huella de la vivencia con el otro, como aquí
postulamos, la pulsión de vida sería en sus fundamentos, social (o más social
que biológica).
La primera experiencia con el otro llamada vivencia de satisfacción, será
fundante de una representación de la cosa que sucede con él, en ella. La hue-
lla que deja en el psiquismo consta de tres partes: a) la de la imagen de un
objeto; b) la de los movimientos básicamente por aquel realizados y c) la de
una sensación placentera (ésta compuesta a su vez por la plenitud producida
por la satisfacción del hambre y por la ternura materna). Esa huella repeti-
da con abundancia en esos momentos y merced a las representaciones que
va dejando, va dándole un destino diferente a la energía (cuantitativamente
traumática y que buscaba la descarga total) a ese que la ocupaba desde un
primer momento. Este destino es nada menos que la vida, pues en ella los
recuerdos gratos pasan a ser el contenido de los deseos, las representaciones
de los hechos del pasado se desearán para el futuro. La imagen del objeto y
el recuerdo de la sensación placentera constituirán la representación de lo
pulsional deseado. La imagen de los movimientos será la manera de llegar
a ella o sea parte del camino identificatorio. La cantidad de energía en un
primer momento traumática, pura cantidad, al unirse a representaciones, irá
generando la subjetividad psíquica.
Podríamos casi decir que la representación dejada por la vivencia con el
otro comenzó a domeñar así a esa energía que buscaba la descarga total, se
mezcló con ella consiguiendo descargas más parciales y de esa forma la hizo
entrar en el principio del placer, el guardián de la vida (búsqueda del placer y
huída del dolor). Nació así la pulsión de vida. La novedad en este escrito quizás
sea el que la energía pensamos que es la misma, no son dos energías diferentes
enfrentadas; la representación surgida de las vivencias con el otro es la que le
otorga un destino diferente a esa energía, destino que de tan diferente pasa a
ser opuesto. Las intenciones distintas dentro de esa energía que busca descar-
ga, luchan en esa energía buscando repetir cosas diferentes y máximamente
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opuestas, una es la descarga total, la otra es el deseo de repetir la vivencia. A
medida que las experiencias (incluso las de dolor dentro de ciertos márgenes)
van dejando representaciones y conexiones entre ellas, la complejidad de la
vida va en aumento y con ella se logra un mayor domeñamiento de la ten-
dencia a la descarga total, la que, sin embargo, siempre permanecerá al acecho
buscando cortocircuitos. La introducción en este esquema de la aparición del
lenguaje, con su representación palabra, le hace cobrar complejidad mucho
mayor aún (diríamos que ya específicamente humana) haciéndolo entrar en
otra dimensión, al agregar la posibilidad de pensamiento a lo pulsional, de las
relaciones lógicas, con lo que otorga mayor factibilidad de domeñamiento a
la pulsión de vida y al ser, además, este aprendizaje en el vínculo con el otro
más o menos contemporáneo, con un dominio sobre la musculatura que da
la posibilidad de dirigir los movimientos y por tanto las acciones. Disminuye
así de manera paulatina la inermidad inicial (ante el mundo exterior y ante la
pulsión de muerte propia) y podríamos decir que deviene de la misma forma
el narcisismo secundario del yo (en el primario no se reconocían yo de mundo
exterior en la medida en que reinara el placer, esto, el placer, definía a lo que
es yo; más allá de que la percepción distinguiera un adentro y un afuera en
base a las sensaciones) y se van reconociendo así a los objetos como ajenos a
él, junto con las angustias concomitantes ya no traumáticas sino subjetivas y
“señales” (como la de pérdida de objeto).
¿Cómo se consigue el domeñamiento? La representación conduce a
la cantidad energética que de por sí busca la descarga total (lo que nunca
abandonará de todos modos y siempre estará al acecho para en los momentos
de cierto caos poder hacerlo), le señala la ruta a seguir, la conduce de manera
escalonada por diferentes caminos cada vez más complejos, caminos que la
acotan: el primero es el que culmina en la alucinación y que Freud llamará
proceso primario, el que busca la identidad de percepción con lo deseado.
Digamos que este pequeño nivel de ligadura de la energía con la representación
no conducirá de por sí a la muerte pero sí a la frustración. Sin embargo puede
servir como demora de aquel otro destino inexorable y mudo, pues tiene
imagen recuerdo de lo que fue percepción del objeto (el problema es que
resulta autoplástica, no cambia su realidad, no realiza una acción específica),
confunde el recuerdo con la percepción. El segundo camino es el que incluye
19
un criterio de realidad que distingue a ésta del recuerdo y lo conduce a bus-
car lo deseado en ella, a realizar una acción aloplástica, a la búsqueda de la
identidad de pensamiento, para la que el lenguaje, la representación palabra,
ha de entrar en otra dimensión, en un nuevo nivel de complejidad. Hay un
tercer camino, el más común, que es un mestizo entre aquellos dos, la fantasía
(consciente o inconsciente), la que tiene palabras y relaciones lógicas entre
ellas, pero que es conducida por el principio de placer y no el de realidad, a
la que no cambia (aunque en ocasiones sublimatorias de ellas puede hacerlo,
como con la literatura y el juego infantil por ejemplo).
La representación, con su subproducto al que a su vez pertenecerá la
identificación (lo que se relaciona con los movimientos y la manera de rea-
lizarlos y el qué hacer con ellos, lo que Freud llama atributos del objeto que
pasan al sujeto), van a ser entonces los valores fundadores del psiquismo y
de la pulsión de vida que lo sostiene y empuja (ahora a mantenerse dentro
de ella, a vivir, con descargas que podríamos llamar parciales, básicamente
con predominio de las placenteras, pero también las displacenteras e incluso
ciertas dolorosas, que también en parte son descargas parciales, el llanto por
ejemplo). Además, las pulsiones parciales sexuales tendrán diferentes desti-
nos, esto es: serán activas o pasivas, por ejemplo, en sus formas de búsqueda
de placer con el objeto.
Pero esto no es todo, diría que falta lo más complejo, la tergiversación de
los valores psíquicos que se produce en el vínculo con la madre y la aparición,
cada vez más importante, de la figura paterna con la problemática del primer
nivel de diferenciación sexual del nivel fálico (fálico-castrado) que va a ir
siempre por detrás o debajo del ulterior femenino-masculino. Por ello, lo que
era placentero por excelencia pasará a ser asqueroso, vergonzoso o inmoral
(además de lo más deseado inconscientemente que sólo se podrán expresar
como retorno a través de condensaciones y desplazamientos) y será condición
para el acceso a lo social la prohibición de lo ahora llamado incestuoso. La
relación con la madre será reducida a la ternura inicial y se resignificará, desde
lo fálico, las formas de placer de todos los niveles anteriores, conduciéndose
de manera paulatina a un camino que pasando por un período de latencia,
más o menos prolongado, se dirige hacia la sexualidad adulta, uno de los
tipos de vínculo más complejos y más acotados con los semejantes (dentro
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de los que habrá algunos diferentes, a la diferencia sexual, me estoy ahora
refiriendo). Como conmemoración de este nivel de la sexualidad infantil
que pasará a ser prácticamente olvidada se instalará una estructura en el
aparato psíquico que resultará de un desprendimiento del yo al que pasará
a enfrentar, llamada superyó.
El yo se va formando de identificaciones con los atributos del objeto (o
sea su manera de realizar las acciones y qué acciones hacer). Así los com-
prenderá, pero además, esto le permitirá ir siendo y teniendo características
propias que surgirán de las características de los diversos objetos con los que
tuvo contacto y en el vínculo que establezca con ellos (básicamente los pa-
dres, pero también los hermanos y demás, sobre los que se irán montando los
posteriores más significativos). El yo propio será un precipitado de estas iden-
tificaciones, la identificación es “la primera forma de amar”, está relacionada
con la categoría del “ser”, el deseo lo está más con la categoría del “tener”.
El yo se va formando desde la superficie hacia la profundidad, tiene que ver
con el contacto con la realidad, realidad de la que el objeto es lo insigne. El
yo surge entonces como una forma de ser y hacer con la energía tratando de
conducirla en la medida en la que se pueda de la manera en que lo hicieron
los que lo circundan, su mundo objetal. El problema con ellos es que estarán
siempre, hasta dentro de su pensamiento (camino por el que se podrá adquirir
una cierta autonomía y hasta creatividad), pero básicamente desde su propia
energía en descarga (que según el grado de ella será pulsión de destrucción o
alguna forma del amor, de la que la máxima, el fin sexual del orgasmo, estará
excluido), se generará en parte por la descarga de cierta mezcla de pulsión de
destrucción con lo sexual llamada sadismo o agresión lisa y llana que puede
participar de la relación social pero lo que más la caracteriza es lo que Freud
llama pulsión de poderío, la necesidad de someter a los demás a los deseos
propios (dentro de lo que participan las acciones y hasta la forma y conteni-
dos del pensar).
Para frenar a la pulsión sexual que entró en conflicto con lo social (inces-
to-parricidio) se van a sumar refuerzos que surgieron del complejo de Edipo,
de la posición paterna en ese complejo, aunque estos vendrán más desde lo
pulsional que desde lo exterior, pese a ser identificaciones secundarias (con
un tono hostil que en las primarias no tenían). Esto constituirá al llamado
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superyó. Freud dice que se llama a la pulsión de muerte (la de destrucción que
se enviaba al exterior a través de la agresión, revuelta ahora contra el yo) para
mantener a raya a la pulsión sexual desobediente. El superyó puede entonces
ser “puro cultivo de pulsión de muerte” como lo es en la neurosis obsesiva y en
la melancolía, pero por momentos también en la “normalidad”, adquiriendo
características de crueldad que provienen más de sus propias pulsiones que de
la historia producida con los padres (aunque éstas también actúen, en especial
por las historias preedípicas sobrevaluadas o resignificadas a posteriori del
Edipo). El individuo, merced a esto logra su “autonomía” y entrará así en lo so-
cial, lo que va a reforzar este aparato defensivo a través de las palabras de todas
las personas e instituciones que tengan cierta autoridad o que el individuo se la
otorgue (héroes, maestros, religión, televisión, propaganda y demás).
Como vemos, existen diversos grados, clases y formas de ligadura. La
pulsión de muerte se la mezcla con la de vida merced a la representación que
genera el deseo. Esta mezcla a su vez puede tener diferentes características,
ya sea por la característica de la representación en sí o del monto de ener-
gía que esta pretende ligar por la que puede llegar a ser superada, según las
circunstancias, produciéndose las llamadas desmezclas, entre las que figuran
el sadismo y el masoquismo (erógeno, femenino y moral) que pueden estar
desexualizadas, como en el caso de la agresión pura en el que la ligadura en
todo caso es narcisista (con lo que de cualquier manera es sexual).
El yo funciona básicamente con energía desexualizada (eso le permite
pensar sin compulsión la acción inmediata, para planearla más eficazmente, su
libido está coartada en su fin, sublimada) cuando el pensamiento se sexualiza
se desliza hacia la acción o a la fantasía mestiza de satisfacción sexual objetal
(marcada por el punto de fijación) o narcisista. La llamada pulsión de poderío
enmarca los vínculos sociales, sexualizados o desexualizados, como la necesi-
dad de doblegar al otro en más o en menos (por eso puede estar incluida en
el sadismo) de una u otra manera; el machismo y la existencia de los estratos
sociales en donde unos tuercen el brazo a otros, aparecen en esas luchas que
en ocasiones toman ribetes asesinos (guerras, invasiones, revoluciones, delin-
cuencia, criminalidad, por ej.) liberándose pulsión de destrucción. En todos
estos casos el superyó extrema su accionar sobre el del yo azuzándolo merced
a sus identificaciones y aportándole “justificación ética” o ideológica sobre lo
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que está bien o mal (lo que resulta una caricatura de lo ético, por cierto) a su
accionar (en la forma de racionalización y demás).
En lo que respecta al individuo y su relación con los demás, hablaremos de
algunas patologías que pueden sumarse, oponerse, mezclarse y demás relaciones
posibles, pero que diferenciaremos metapsicológicamente en aras de su com-
prensión. Comenzaremos por la neurosis obsesiva y la melancolía, también a
ésta, como hace Freud, la deslindaremos de un proceso normal, el duelo.
En la neurosis obsesiva el yo está a merced de la pulsión sádica a la que
consigue desconocer merced a una forma de represión (la formación reactiva)
por la que el yo aparece con un carácter contrario al de su pulsión sádico-anal,
la que, sin embargo, se percibe como obsesiones que retornan (palabras cuyo
contenido no es aceptado como pensamiento propio, pero no son alucinacio-
nes), éstas pueden ser pulsionales (ideas asesinas sobre otros) o superyoicas,
como autorreproches (por lo general como consecuencia de aquellas). El yo
puede ser arrastrado a realizar ceremoniales a la manera de contrainvestiduras
para tener a raya con su pensamiento mágico (proceso primario esencialmen-
te) y su expresión en la acción. Surge entonces esta lucha interior ante la que
el yo permanece aterrorizado como si fuera un niño ante sus fantasmas enor-
mes y cargando espanto en sus bolsas. La representación objetal permanece
investida y en todo caso el sadismo se puede expresar como temor de que le
suceda algo a sus seres queridos (es decir, agredirlos de manera indirecta), lo
que no llega por lo general a ocurrir pero que lo tortura permanentemente.
Su vida así deviene martirio y el superyó está en ella a sus anchas cumpliendo
su misión, la que no busca la muerte en este caso pero sí la tortura. Cuando más
que la neurosis como retorno de lo reprimido triunfa el carácter obsesivo, esta
tortura suele ser compartida con sus seres queridos (mientras éstos lo toleran).
En el duelo hay una pérdida de algo valioso o querido por el sujeto (por
lo común un ser querido, pero puede ser una derrota, una idea, el fin de una
etapa de la vida y demás). Esto puede producir distintos niveles de dolor
psíquico y el trabajo del duelo consiste en despegar los rastros del objeto
en todos los lugares que puedan remitir a él, a su recuerdo a los momentos
compartidos, a las esperanzas y deseos perdidos, que ya no podrán satisfa-
cer y que se tornan dolorosos en ese proceso de despegue libidinal de cada
representación en la que aquél reaparezca. Paulatinamente los atributos del
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objeto pasan a ser propios, instalándose como identificación en el yo tornán-
dose características propias. Luego la libido quedará libre para buscar nuevas
relaciones de objeto. El trabajoso esfuerzo psíquico que demanda el duelo
suele producir desinterés de toda índole por el medio y el resto de los objetos
durante ese período de paulatino despegue libidinal (nunca del todo exitoso,
pero el suficiente para seguir viviendo y estableciendo nuevos vínculos que en
algo remitan a aquél perdido).
La melancolía es una patología narcisista con una característica diferente
de otras, producida por un vínculo previo con el objeto de índole ambivalente
y una elección básicamente narcisista de él.
No tiene alteraciones del lenguaje ni de su contenido ahora centrado en
la crítica cruel de su propio yo. Es un trastorno narcisista que puede llegar a
tener ribetes psicóticos por las características fuera de lo posible de su auto-
crítica, pero no olvidemos que una disminución de la autoestima pertenece a
todo neurótico, lo que puede confundir. Podríamos decir que había un vínculo
endeble con el objeto con el que se rompió desde el inconsciente y que desde
ese objeto se hizo extensible a todos los objetos, a las investiduras de deseo
de ellos. Esto produjo un aislamiento del mundo objetal, una anestesia en
el vínculo con los demás, una retracción libidinal y un traslado del vínculo
hostil previo a una identificación con el objeto en cuestión, pero no respecto
de sus atributos que pasan a ser propios, sino como una represión del odio
hacia aquél, volviéndolo ahora contra esa identificación a la manera de una
representación ubicada en el yo. El superyó está cargado de la vuelta de la
pulsión de destrucción que había sido expulsada ahora reconvertida a pulsión
de muerte, apuntando hacia el yo. El odio entonces toma características ma-
yores pero expresado contra el sujeto mismo, llegando a tener características
delirantes y en ocasiones puede ser llevado a la acción (suicidio), ejecutando
la pena de muerte, o sea la descarga total buscada desde un principio por la
energía, claro que ahora conducida desde el mundo representacional rendido
a sus pies. La melancolía, por sus características narcisistas es un cuadro re-
belde a la psicoterapia y de no muy buen pronóstico.
En el caso de la esquizofrenia el proceso es similar al principio, se produ-
ce la desinvestidura libidinal de la representación inconsciente del objeto, con
ello el desinterés por los objetos con connotaciones angustiantes expresadas
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por la vivencia de fin de mundo y la hipocondría, la aparición del lenguaje
de órgano por pérdida de la base cosa de la palabra (su significado final) con
lo que la palabra comienza a funcionar en proceso primario como lo hacía la
cosa en el inconsciente. Todo esto es seguido luego por un intento de recons-
trucción del mundo pero que ya pasa a ser diferente más regido por el prin-
cipio de placer que el de realidad y las palabras así van generando un delirio
sobre su propio ser, que consigue mantener en estado precario a la invasión de
la angustia automática o traumática, la pura cantidad. El superyó puede ser
proyectado y retornar a través de la alucinación oída y amenazante, pero ya no
sentida ni expresada como autocastigo sino como amenaza desde el exterior.
La evolución de estos cuadros es diferente, por supuesto, pero pueden
evolucionar de manera sórdida y cambiable hacia la cronicidad, con brotes
periódicos. La neurosis obsesiva puede aparecer por algún factor desenca-
denante en una personalidad obsesiva previa y larvada como retorno de lo
reprimido, pero suele remitir con un buen tratamiento psicoterapéutico que
en especial logre develar el contenido histórico de sus síntomas y sus puntos
de fijación. La esquizofrenia evoluciona por brotes que llevan a un paulatino
deterioro de la estructura psíquica y una desligadura gradual de la pulsión de
muerte, merced al desligamiento de lo destructivo y lo autodestructivo, a la
pérdida de los domeñamientos pulsionales que había logrado con la estruc-
tura del aparato. La desestructuración psíquica avanza (o retrocede) hasta
el autoerotismo.
La melancolía puede también mantenerse en forma más o menos larvada
como carácter, también puede tener brotes agudos donde corre peligro la vida
del paciente o que alternan con períodos de manía, que en algunos casos se
dan en ciclos. No hay deterioro psíquico en cada brote melancólico. En la ma-
nía se ha triunfado sobre el objeto y se corre tras él de una manera totalmente
opuesta al de la melancolía, el ritmo es vertiginoso y la flojedad del vínculo se
encuentra en lo transitorio, en su necesidad de cambio permanente como si la
pesadez y enlentecimiento del melancólico hubiera roto sus cadenas transfor-
mándose ahora delirantemente en el ideal exigido por el superyó y así hubiera
adquirido esta repentina libertad, cargada de exaltación, que de todas maneras
resulta peligrosa porque la liberación también lo es de la pulsión de muerte y
ya sabemos lo que ella busca. De cualquier manera siempre el conocimiento
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que pueda hacer el paciente en los momentos de transferencia positiva van a
ayudarlo y dar armas a su yo para defenderse de su superyó asesino y el sólo
hecho de poder mantener un vínculo terapéutico con cierto sostenimiento
temporal, disminuirán la investidura pulsional de esa estructura que procura
la autodestrucción.
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LA REGRESIÓN EN EL DUELO Y EN EL SUEÑO
COMO MODELO DEL NARCISISMO
Héctor Cothros
Muchas gracias, agradezco a la Sociedad psicoanalítica de Colombia y a
las personas que he conocido y con las que más cercano trato he tenido
en estos días, a Dalia, a Pedro, a Hernán. También esto me ha hecho conocer
Colombia, Bogotá mejor dicho, yo no la conocía y es una ciudad que me ena-
moró apenas estuve en ella, y un agradecimiento también para José Luis que
tuvo la amabilidad de sugerir mi nombre para esta invitación.
Tengo que hablar de dos temas, uno es elaboración del duelo, y otro es
el modelo del narcisismo que podemos construir a partir del duelo o de la
melancolía y el sueño, son dos temas que están sumamente relacionados, im-
plicados entre sí de tal manera que sería conveniente que los tratase simultá-
neamente porque necesariamente la remisión de uno a otro va a ser constante.
Siendo estas unas jornadas metapsicológicas, es una elección muy feliz la del
duelo y melancolía, no sólo por los problemas metapsicológicos que tiene la
elucidación de esa sección, sino también por otra razón: porque no se realiza
la construcción del aparato psíquico sino existe algo del orden de la pérdida, es
decir, que no sólo posee una importancia clínica el duelo y la melancolía, sino
que también hay otro flanco de este artículo que tiene una cabal importancia,
reitero, poniendo el peso en la metapsicología, y que se refiere a que para la
construcción del aparato psíquico es necesaria la presencia de la pérdida.
En este artículo Freud comenta que él y los amigos, uno de los cuales era
un poeta laureado, en realidad ese poeta es Rainer Maria Rilke, se paseaban
por los prados cubiertos de flores, y Rilke dice que lamenta mucho no poder
disfrutar de la belleza del paisaje puesto que sabe que por ejemplo las flores
son perecederas, es decir, necesariamente van a morir. Freud le responde que
justamente, dado este carácter perecedero, de algo bello, se da una exaltación
de su valor, es más valioso precisamente por su carácter perecedero. Pero agre-
ga algo más, y es lo que nos interesa hoy a nosotros, esto algo más que agrega
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Freud es que si Rilke no podía entregarse plenamente al disfrute de algo, ante
el temor de que eso lo va a perder, es porque existía algo así como el aviso
de que cualquier cosa que uno pueda disfrutar necesariamente va a terminar.
¿Esto qué quiere decir?, quiere decir que en el aparato psíquico hay algo así
como un temor a una pérdida. Pero esto que es obvio y es evidente, nos va
remitiendo a que en el origen mismo del aparato psíquico debe haber alguna
pérdida fundamental, y digo fundamental en el doble sentido del término,
como fundamento y además para realzar su importancia, es decir, Freud se
pregunta si no habrá en el origen mismo del aparato psíquico alguna pérdi-
da de carácter fundamental. Recuerden lo que hablábamos hace un rato con
respecto a que tenía gran importancia este artículo ya que en la construcción
misma del aparato psíquico es necesaria la pérdida. Tenemos esta cuestión
entonces, la construcción del aparato psíquico y pérdida por un lado, y por
otro la construcción o la metapsicología de Duelo y melancolía.
Voy a dar dos o tres complementos nada más a lo que habló José Luis,
con respecto a la construcción del aparato psíquico, imprescindible para bus-
car e intentar dilucidar la metapsicología de este artículo y la metapsicología
de la construcción del aparato psíquico. Dos o tres detalles. El primero que
es fundamental, se refiere a la constitución misma del deseo. Todos estamos
acostumbrados en el Proyecto de Psicología, el capítulo VII, a decir que el deseo
es la tendencia psíquica a reinvestir la huella mnémica de la experiencia de
satisfacción. Ahora bien, estos conceptos de Freud, tanto del Proyecto como de
la Interpretación de los sueños, fueron escritos antes de Introducción del narcisis-
mo, antes del 14. Ya con la Introducción del narcisismo 1914 se resignifica esta
concepción que se tiene del deseo, ¿por qué? por lo siguiente: no podemos
hablar en los tiempos aurorales, en los tiempos inaugurales, en los tiempos
iniciales de la construcción del aparato psíquico, no podemos hablar de la
existencia de un objeto placiente como discriminado del yo. No existe yo y
el pecho, y que yo deseo al pecho, puesto que el pecho y yo somos la misma
cosa. Esto lo recordaba José Luis recién. Y aún decirlo en estos términos es
un abuso del lenguaje porque no hay ni yo ni pecho, hay un todo podríamos
decir, que representa esa experiencia placentera que podemos ubicar metoní-
micamente en el pecho, pero que en verdad engloba todo, engloba miradas,
ternuras, experiencia cenestésica, etc. Un conglomerado de vivencias placen-
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teras que nosotros ubicamos en la palabra pecho, pero que es simplemente
una abreviatura taquigráfica, casi un símbolo que en sí mismo engloba toda
una experiencia que trasciende la sola lactancia. Entonces, en este momen-
to que se llama autoerotismo, narcisismo primario, esto es de acuerdo a las
interpretaciones que puedan darse, se llama también ello yo indiferenciado,
se llama también sentimiento oceánico, se llama también vida intrauterina,
no importa las interpretaciones, son distintos vértices para ver este mismo
fenómeno. Si lo queremos ver desde la evolución de la libido lo llamamos
autoerotismo, si lo queremos ver desde la teoría estructural, la segunda tópica,
decimos ello yo indiferenciado, si lo queremos analizar desde la vivencia de-
cimos sentimiento oceánico, si lo vemos desde la protofantasía decimos vida
intrauterina, que no necesariamente se va a referir a las vivencias del feto en
el vientre materno. Vida intrauterina es una metáfora excelente para hablar
de un narcisismo primario, después de todo recuerden ustedes que el mismo
Freud en Inhibición, síntoma y angustia, dice que no hay una cesura tan pro-
funda como creemos, entre la vida intrauterina y el nacimiento, como que en
el nacimiento se continúa o se intenta continuar con las vivencias de la vida
intrauterina, es decir, no importa cómo lo llamemos pero esta vivencia en la
cual se vive un protosujeto se identifica con todo el placer. Esta vivencia Freud
la llama también un estado autístico en Los dos principios del suceder psíquico es
esto que llama Freud, en ese mismo trabajo, la tranquilidad psíquica. Entonces
lo que tenemos que decir es que, cuando hay una búsqueda de la repetición de
una experiencia de satisfacción, puesto que no existe un objeto discriminado
como el pecho, en realidad lo que se quiere repetir es esa experiencia. El ob-
jeto perdido del deseo no es el pecho, el objeto perdido de deseo es un estado
anterior de nuestra mente, y acá podemos agregar una cosa más, indispensable
para lo que queremos decir luego, esa otra cosa es que ese estado es imposible
de reconstruir, ninguna sumatoria de objetos parciales de pecho, de nalga, de
heces, de pene, ninguna sumatoria de objetos parciales puede reconstruir ese
estado magmático indiscriminado inicial, esa totalidad en la cual sólo existe
lo placentero. Por consiguiente, el deseo que intenta retornar a ese estado
se va a ir apoyando en distintos objetos parciales, en el pecho, en las heces
etc., se irá apoyando en distintos objetos parciales para la reconstrucción, la
reanudación vivencial de aquel estado. Pero esto es imposible, es decir, que
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en última instancia, el objeto de deseo de estado previo de nuestra mente es
imposible de satisfacer, pero no por prohibición como sucederá después que
se va a sobre agregar la prohibición, por estructura es imposible de satisfacer,
por su misma constitución, pues como decía, ninguna agregación de objetos
parciales reconstruye ese estado. Esto hace que el deseo insista permanente-
mente. Este estado monádico, narcisismo primario, o como ustedes quieran
llamarlo, autoerotismo etc., sería el escalón, como un primer retén que retiene
a la energía en su marcha hacia la descarga. Después vamos a ahondar en esto
luego, cuando hablemos del narcisismo. Después del yo de placer en la cual el
yo se identifica con lo placentero y proyecta lo displacentero, viene un estado
en el cual Freud dice que el objeto se ve como parte de una persona. Si bien el
objeto inicialmente se constituye obligatoriamente como objeto parcial, como
este pecho, sabiendo que pecho es simplemente una abreviatura, un símbolo
de una experiencia totalizante, decimos que finalmente este pecho se ve como
parte de un objeto que es la madre, que es en última instancia la dueña del
pecho, aquella que lo dona o que no lo dona.
Como consecuencia de ello se dan las experiencias o bien de amor hacia
ese objeto, amor entre comillas, o bien de odio hacia ese objeto. La energía ini-
cial, esa libido que investía inicialmente ese estado monádico inicial, después
se biparte en algo dirigido al objeto, no ya a sí mismo, en algo dirigido al objeto
como amor entre comillas, o bien como odio. Bueno, el melancólico está fijado
a este último estado, a este último estado en el cual se reconoce que el pecho
ya forma parte de un objeto, forma parte de un objeto externo que puede darlo
o puede quitarlo, de ahí la ambivalencia con respecto a este objeto. Y ¿por qué
es una elección narcisística? Es una elección narcisística por dos razones, en
primer lugar, puesto que el objeto es elegido como lo que yo fui, porque si yo
fui omnipotente cuando estaba en ese estado monádico irrepresentable si me
encontraba en ese estado y era omnipotente, era omnipotente ¿por qué? por-
que apenas deseaba algo lo alucinaba, alucinaba mi propio placer, alucinaba
que yo era mi propio placer. Los tres elementos que hay en el aparato psíqui-
co y que son la representación, el deseo o la energía, y el afecto, tenían una
coalescencia. La representación era placentera inmediatamente era animada
por el deseo, no bien surgía en in statu nascendi y en ese mismo acto esto era
acompañado por placer, entonces era una coalescencia que nunca más se va a
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producir en los subsiguientes estadios de la mente, o sea, esta coalescencia de
la representación, el deseo y el afecto, todo bajo el signo del placer. Entonces,
decíamos que el sujeto melancólico está fijado es a este estado, en el estado
monádico, el estado del yo del placer, y este estado en el cual ya ve el pecho, no
como un objeto parcial desligado de toda persona, sino como perteneciente a
un objeto, y en la medida en que es perteneciente a un objeto puede darlo o
no darlo, lo cual ocasiona la típica ambivalencia del vínculo narcisístico. Pero
nos quedamos diciendo por qué es narcisístico el objeto.
Primero es lo que yo fui, así como fui omnipotente, como sólo tengo la
categoría de la omnipotencia, una vez que tengo que reconocer que yo no soy
todo lo placentero y tengo que reconocer que hay un objeto externo, como
Freud dice, cuando el pecho como tan a menudo sucede, le falta al niño, eso
implica reconocer algo externo a mí. Cuando tengo que reconocer algo exter-
no es como si eso externo asumiera esa omnipotencia de lo que yo fui. Por lo
tanto, es algo de lo que yo fui, y elegir un objeto de acuerdo con lo que yo fui,
en este caso la omnipotencia, no hace sino responder a una de las caracterís-
ticas que Freud da para la elección narcisística de objeto, lo que soy, lo que fui
y lo que quiero ser, lo que fue una parte de mí. También es narcisístico porque
fue una parte de mí, cuando Freud dice, cuando el yo encuentra un mundo,
es decir, cuando sale de este estado en el cual él es el mundo, sabiendo que no
hay ni mundo ni él, en esta totalidad indiscriminada, cuando el yo encuentra
al mundo, en realidad no encuentra un mundo, sino sólo lo saca de sí mismo
porque él originariamente era ese mundo, por lo tanto, ese mundo, eso que se
ve allí, fue parte de sí mismo. Ni más ni menos, salvando las diferencias, que
un bebé con respecto a la mamá, que integró, que fue parte de sí mismo, y de
pronto aparece como un objeto externo, de la misma manera lo reconoce el
sujeto, es decir, que ese objeto externo, ahora la madre dueña del pecho, que
lo puede donar o puede privar al infante de él, ese objeto fue parte de mí
mismo, antes era yo, pero también ese objeto ahora asume la omnipotencia
que yo tenía.
Entonces, en primer lugar, es por eso una elección narcisística de objeto,
pero en segundo lugar, es también una elección narcisística de objeto porque
las satisfacciones que yo tengo con ese objeto me sostienen la autoestima,
¿qué quiere decir esto?, significa, y todavía rige el yo del placer, ese yo de pla-
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cer que dijimos que venía a continuación del estado monádico, va rigiendo,
por supuesto eclipsándose progresivamente hasta llegar a la fase fálica, va
eclipsándose progresivamente, pero sigue rigiendo, pero mis relaciones con el
mundo implican que son sobre todo introyectivas y proyectivas. En esta fase
englobaría la fase canibalística y la fase anal sádica primaria, en esta fase yo
tomo al objeto, lo introyecto y lo eyecto, como si fuesen heces, pero también
porque no lo puedo introyectar analmente, es decir, mi relación con el objeto
es de introyección y de proyección. Ahora bien, en esa satisfacción pulsional,
en la medida que yo introyecto al objeto, introyecto también la omnipotencia
que estaba afuera, primero yo era omnipotente y después digo vos sós el
omnipotente, pero después, en la medida que me relaciono introyectando el
objeto, de alguna manera vuelvo a restaurar ese estado de autoestima origi-
nario. ¿Se entiende hasta aquí?, ¿quieren preguntarme algo?
Les decía hace un rato que la significación metapsicológica que tenía
Duelo y melancolía, era que era imposible de pensar la construcción del aparato
psíquico sin asumir una pérdida, antes que nada una pérdida fundamental,
¿cuál es esta pérdida fundamental y fundante? ésta pérdida fundamental y
fundante es la pérdida de este estado monádico. Todas las otras pérdidas van
a ir aludiendo a ese estado, pero he aquí lo importante, si ese estado monádico
como veíamos, era el objeto del deseo, ese estado anterior de mi mente era
lo que yo quería una y otra vez infructuosamente reconstruir, a través de los
objetos parciales, etc., van a ver que constantemente el aparato psíquico va a
tender hacia el cierre, hacia la clausura, por eso yo introyecto lo placentero y
proyecto lo displacentero, en la medida en que introyecte lo placentero, de al-
guna manera en este movimiento desiderativo reconstruyo algo de ese estado
primario.
Piensen en lo que Freud dice en Introducción del narcisismo, cuando dice
que el desarrollo psíquico consiste en el alejamiento del narcisismo primario,
y en la tendencia a retornar a él. Todos los movimientos que se van haciendo
en el desarrollo psíquico son movimientos en los cuales hay una ruptura mo-
nádica, después un intento de reconstruirla, pero ya en otro nivel, y después
un nuevo intento de reconstruirla, pero ya en otro nivel, y así sucesivamente,
como en una helicoide dialéctica en la cual voy teniendo pérdidas y la nueva
situación a la cual me tengo que acomodar, a la cual tengo que investir, bueno,
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contiene algo de la anterior y algo de lo nuevo. Este movimiento dialéctico,
este movimiento en espiral, que significa que cada vez intentó recuperar lo
nuevo pero a través de un proceso cada vez más alejado, que va haciendo
como un trayecto más prolongado, este movimiento que Freud identifica con
el movimiento mismo de Eros. Todos los arabescos estos de las representa-
ciones de la complejidad psíquica etc., que van generando caminos, trayectos
cada vez más infructuosos para llegar hasta la descarga final, pero van produ-
ciendo ese retardando del cual Freud habla, pero este movimiento significa
rupturas constantes que se van ocasionando de ese estado monádico. Se rom-
pe el estado monádico o el yo de placer introyecta lo placentero, bueno, más
o menos lo reconstruyo, ahora hay algo displacentero que lo proyecto y digo,
esto no soy yo, después reconozco un objeto externo, pero ese objeto externo
es omnipotente como yo era antes, entonces si lo introyecto recupero algo de
mi estado omnipotente en el estado monádico, pero como ven cada vez hay
un reconocimiento.
Si bien hay un intento de restaurar el estado previo, ese intento se va
haciendo progresivamente a partir de plataformas distintas y cada vez más
elaboradas, por consiguiente, si solamente hay construcción del aparato psí-
quico subsecuente a estas pérdidas, Duelo y melancolía adquiere otra dimen-
sión, ¿por qué?, porque en última instancia aquello que llamamos melancolía
va a ser quizás la expresión máxima de una inercia del aparato psíquico a no
aceptar ninguna pérdida o una pérdida sustancial. Y un detalle más, o dos
detalles más que nos van a servir para describir el proceso metapsicológico de
la melancolía. Hay que tener presente que estas pérdidas sucesivas, que van
llevando una complejización progresiva del aparato psíquico, este Eros que
llamamos, se van haciendo siempre sobre la diferencia, es decir, cada pérdida
lo que instaura es un sistema diferente. Si yo primero soy todo y soy todo lo
placentero y luego tengo que reconocer que yo no soy todo, que hay un objeto
externo que es placiente y que por ser un objeto externo no está bajo mi poder
omnipotente, ahí hay una discriminación entre el yo y el otro.
En última instancia, todas estas pérdidas, toda esta complejización pro-
gresiva del aparato psíquico, se va realizando sobre el eje de las diferencias. La
separación va a ser substancial, y en Freud hay muchos sistemas de diferen-
cia, pero rescato en este momento tres sistemas de diferencias, esos sistemas
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de diferencias son entre yo y el otro, la diferencia de sexos y la diferencia
de generaciones. Entonces, mónada psíquica, ruptura de la mónada psíqui-
ca, aparición de las diferencias como consecuencia intento de retornar a lo
anterior, pero ya en un estado donde se aceptó cierta diferencia, y avance y
construcción y complejización del aparato a partir de estos datos. Y una o dos
cuestiones más. Todo esto es atinente a la dilucidación de la metapsicología
de la melancolía. En el complejo de Edipo aparecen todas estas pérdidas jun-
tas, aparece la diferencia de sexos, la diferencia de generaciones, y la diferencia
entre yo y el otro, porque si no hay diferencia entre yo y el otro no habría
ningún deseo incestuoso. Fíjense, hay una carta de Freud que él envía a lo
que llamaba el círculo del anillo, Freud había dado un anillo a su círculo más
selecto. En esta carta que dirige a sus discípulos más cercanos, a propósito de
los trabajos de Rank y Ferenczi, Freud dice lo siguiente en esta carta que es
del 27, Freud dice: en última instancia el fundamento del complejo de Edipo
es retornar al seno materno. Es decir, ahí estaba diciendo esto que estábamos
hablando, quiero retornar al seno materno, a la vida intrauterina, a ese esta-
do monádico, introyectándolo, después cuando veo que la introyección ya no
es factible, dominándolo, o bien penetrándolo al objeto o siendo penetrado
por el objeto, en cualquiera de estas formas, en última instancia, el fin al cual
apunta el deseo es restaurar ese estado.
El complejo de Edipo necesariamente es traumático ¿por qué? Porque en
cada una de estas vueltas, cada una de estas complicaciones que va realizado el
aparato psíquico, que se van haciendo siempre sobre el eje de las diferencias,
el eje de las diferencias es traumático, al parecer esta diferencia es traumática.
Piensen en el Ford Da, en éste el bebé se da cuenta que la mamá no es de él, él
no es la mamá, la mamá se va cuando quiere, su deseo está más allá del arbitrio
de él. Hay una diferencia también entre yo y el otro, pero quizá también allí
esté anudada una diferencia de sexos y de generación, qué hace mamá cuando
no está conmigo, a dónde va, tal vez allí es la fantasía del chico, está presente
la escena primaria. Por consiguiente, el complejo de Edipo necesariamente es
traumático, e incluso, el sentido más primario, más narcisista, de castración, es
el contacto con la diferencia.
Desde el polo monádico en donde hay indiferenciación hasta el comple-
jo de Edipo que hay contacto con las diferencias, todo este movimiento del
34
aparato psíquico está jalonado por sucesivas traumatizaciones, por sucesivas
pérdidas, por sucesivas separaciones, por sucesivos contactos con la diferencia
hasta llegar al complejo de Edipo que implica el contacto con todas las dife-
rencias plenamente desarrolladas. Y necesariamente es traumático. La ame-
naza de castración no hace más que asegurar que esta búsqueda que el sujeto
hace de retorno al seno materno no siga una línea expresa, una escala, sino
que mantenga las escalas que va realizando. Pero quizá en un sentido más pri-
mario, la castración sea en este contacto con la diferencia. ¿Quieren preguntar
algo hasta acá?, ¿Entienden todo?... (Pregunta)
No, no son conscientes ni inconscientes porque todavía no están consti-
tuidas estas instancias. No, porque en ese momento no podemos discriminar
como una constitución plenamente dada de esos sistemas… Ulteriormente si
vos preguntabas van a ser procesos del ello, pero es más y esto es lo importan-
te, ni siquiera es reprimido esto, por qué, porque es irrepresentable, no es que
no tenga representación, tiene representación, sino no es psíquico. Cuando
decimos que es irrepresentable es que es irrepresentable para las instancias
ulteriores del aparato psíquico, cuando el aparato psíquico ya se incluye en
el ámbito de la diferencia, como decíamos, no puede reconstruir ese estado
indiferenciado previo, le es imposible, por eso está en el ámbito de lo indis-
criminado y en el ámbito de lo irrepresentable. Tiene representación psíquica,
pero es irrepresentable para las instancias ulteriores de la psiquis.
Dos cosas nada más quería decirles. (Pregunta…) Claro que hay repre-
sentación de eso, en este estado hay representación de la madre, este estado
tiene representación, de lo contrario carecería del estatuto de psíquico, tiene
representación, lo que pasa en esa representación no es que reconoce a la ma-
dre. Ese ruido cardiaco que resultan familiares, esa sensación de calidez en la
piel, esa vivencia de la leche desplazándose por su garganta, todo eso soy yo,
y en realidad, reitero esto es un abuso del lenguaje porque no hay yo todavía,
solamente cuando falla la alucinación, en este estado primigenio, es cuando
el sujeto empieza a tener que reconocer la existencia de un objeto externo
como dice Freud. Primero lo reconoce como un objeto parcial, no soy yo pero
inmediatamente me identifico con él y proyecto todo mi placer en un objeto
parcial, después lo puede poner en posesión de una persona, entonces es mi
mamá y ahí es cuando surge la ambivalencia… (Pregunta)…
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Si dice mamá está diciendo yo, es imposible que diga mamá si no aparece
también simultáneamente yo, cuando dice mamá es cuando se rompió ese
estado, porque está hablando de un objeto que tiene, aunque más no sea un
comienzo, un germen de discriminación, pero inmediatamente en que se dice
mamá se está diciendo yo, en la medida que se dice tú se dice yo, entonces,
en este estado inicial no hay discriminación, no hay representación de mamá,
tampoco hay representación correlativamente de yo, es una representación de
lo placentero, todo lo que podemos decir no es sino metafóricamente abusan-
do del lenguaje, yo soy todo lo placentero, no hay ni mamá ni nada, cuando
aparece la madre, bueno, ya se rompió este estado, cuando fracasa la alucina-
ción, cuando se rompe este estado es cuando a partir de ese momento puede
aparecer la representación de la madre y una representación de sí mismo.
Quería decirles dos o tres cosas, todo esto indispensable para dar cuenta
de la metapsicología de la melancolía. Esto que yo estoy hablando, que apa-
recía en esta referencia, en esta carta de Freud, en última instancia el Edipo
es para reunirse y ser uno con la madre, está dando cuenta del movimiento
fundamental del deseo que a lo que apunta es hacia este estado de indiscrimi-
nación imposible. Pero fíjense, existirían dos polos en el aparato psíquico, por
un lado la indiscriminación de este estado monádico, y en el otro extremo la
plena discriminación entre el yo y el otro, diferencia de sexos y la diferencia
de generaciones.
Pues bien, esto es lo que Freud llamaba protofantasías. Y decía, eran vida
intrauterina, seducción, castración y escena primaria. Y fíjense qué casuali-
dad que de estas cuatro protofantasías, a veces se puede agregar también la
novela, pero de estas cuatro protofantasías, hay tres que son traumáticas. La
seducción es traumática, traumática porque provoca una elevación tal de la
carga que el aparato psíquico no puede tramitar, la castración es traumática,
la escena primaria, y hay otra que no es traumática que es vida intrauterina.
Si, como decíamos previamente, vida intrauterina no es sino una metáfora
que puede designar este estado primario, monádico, autoerótico, narcisístico
primario, como quieran llamarlo, aparece este estado, y por el otro lado que no
es traumático, y por el otro lado, ese estado en el cual hay seducción, es decir,
origen del deseo, escena primaria un objeto al cual apunta a ese deseo genera-
do por la seducción, y hay castración, es decir, impedimento de la satisfacción
36
del objeto. Castración, escena primaria y seducción trabajan en consuno, no
son fantasías aisladas, sino que una necesariamente llama a la otra. Para que
haya deseo tiene que haber seducción.
En la escena primaria se muestra de alguna manera un camino, una ruta
hacia el deseo y la castración muestra ese deseo como obstaculizado. Enton-
ces, fíjense que en última instancia Freud que las llamó protofantasías, bueno
él las llamaba así porque eran de origen filogenético, esto es insostenible,
pero podemos decirlo las llamó ur-fantasías, la palabra Ur en alemán quiere
decir lo fundante, lo que está en el fundamento, lo mismo que arché en griego,
arqueología, es decir, lo que está en el fundamento no es nada más lo prima-
rio cronológicamente, sino lo primario lógicamente. Ese Ur, eso fundante, lo
llamó protofantasía porque sin eso no hay sujeto. Si no hay una estructura en
la cual hay deseo, hay un objeto obviamente del deseo, y hay un impedimen-
to a la satisfacción del deseo, es imposible que exista un sujeto. Pero escena
primaria, castración y seducción se van a recordar también como traumáticas,
van en adquirir ese carácter traumático sobre el fondo de un estado de indife-
renciación, y de un estado de esa mítica plena satisfacción como sería la vida
intrauterina. En última instancia quiero decirles, cuando Freud dice que en el
seno del ello están las protofantasías, lo que está diciendo es que allí Narciso
y Edipo están, porque vida intrauterina es narcisismo, y castración, seducción
y escena primaria son los pilares, los ladrillos fundamentales del complejo de
Edipo. Entonces Narciso y Edipo es eso que habita en el seno del ello.
Bueno, una cosa más quería decirles, o dos cosas más. Siempre pensando
en la metapsicología de la melancolía. Decíamos que el punto de fijación
narcisística de la melancolía era ese momento oral canibalístico, primera fase
anal expulsivo para seguir con esta división clásica de las fases, en la cual
si bien el objeto ya se discrimina como diferente de mí y ya no constituyo
el objeto solamente como objeto parcial, sino como que hay un objeto que
posee esos objetos parciales y que me relaciono con esos objetos proyectiva
e introyectivamente, por eso es también narcisista. En la introyección y en
la proyección el otro soy yo y yo soy el otro, y a través de esos movimientos
restauro la autoestima. Ahora pensemos ¿qué pasa si se dan especiales frus-
traciones en esta posición?. Si se dan especiales frustraciones en esta posición
lo que hago es obviamente incrementar la intensidad de la pulsión, es decir,
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las mociones orales canibalísticas, las anales expulsivas, se incrementan en
su intensidad. Pero esto no bastaría para dar la fijación a la melancolía. La
fijación en la melancolía y esto es lo que se ve clínicamente además, se da
por lo siguiente, y acá viene una vuelta metapsicológica un poco complicada,
que es lo siguiente: hasta ahora estuvimos hablando del narcisismo, pero es
necesario articular esto y lamento esta complejidad, con el masoquismo, sobre
todo con el masoquismo primario. Freud dice que el dolor hasta cierto nivel
genera la posibilidad de obtener satisfacción en él, ahora bien, pensemos unas
frustraciones en esta situación y hagamos una esquematización totalmente
impropia, pero hagamos una esquematización en la cual el bebé inicialmente
redobla la intensidad, la fuerza de sus pulsiones orales canibalísticas, se devora
el objeto y al mismo tiempo lo expele anal, sádicamente anal, expulsivamente.
Pero y ¿si esto no cesa?, ¿si el malestar no cesa? No existe entonces la
tentación de que hasta este momento él podía mantener al sujeto como un
objeto en la cual él activamente lo devoraba, pero ¿si esto no cesa? No existe
la tentación, también como último recaudo para obtener cierta ligadura de
este estado, de que ahora el objeto, no sea yo el devorador del objeto, no sea
yo el que expulsa el objeto, sino en merced a ese placer sexual que obtuve en
mi displacer, se invierta la situación y sea el objeto el que me devora, el objeto
el que me expulsa. Es decir, que sí es narcisista porque en un nivel que yo de-
vore al objeto, que sea devorado el objeto, de cualquier manera retorno a ese
estado originario, somos uno, pero va a ser la diferencia esto, en la cual estoy
fijado no solamente a una fase ambivalente canibalística, sino a una fase en la
cual merced probablemente a un displacer que no cesa, a un objeto que no es
capaz de realizar acciones específicas tales que permitan la anulación de este
displacer, se va sexualizando ese displacer progresivamente. Cada vez más, esa
sexualización inicial que estaba que yo con el displacer obtenía cierto placer
sexual, con el dolor obtenía cierto placer sexual, ahora se va sexualizando, ya
estoy fijado al objeto que me devora y al objeto que me expulsa, tanto es así
que después van a aparecer en mi remordimientos, y yo también voy a ser
expulsado de ese objeto.
El ejemplo típico es el suicidio en el cual yo me trato como si fuese he-
ces, carente de todo valor y absolutamente expulsable. Entonces la fijación es
eso, de la melancolía, desde una perspectiva narcisística porque retorno a ese
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estado inicial monádico a través de procesos de introyección – proyección, a
través de un objeto que elegí narcisísticamente, que era parte de mí, y además
es lo que yo quiero ser, pero además, vista desde otra perspectiva, desde otro
vértice, son fijaciones no sólo narcisísticas, sino masoquísticas de objeto, por
supuesto en este estado en el cual reina el narcisismo la situación se puede ver
de derecha izquierda o de izquierda a derecha, pero lo que va a predominar es
este ser devorado y éste ser expulsado, pero a ver ¿quieren preguntar algo?...
(Preguntas) Si… bueno si queremos ponerlo de una manera concreta con
el fin de poder entenderlo mejor, sí podemos perfectamente decirlo en los
términos que vos decís de que la mamá le da y le quita o no le da, le quita, o no
le da cuando lo necesita, entonces, para ponerlo en esos términos, sufro tanto
que no me queda más que seguir sexualizando este sufrimiento como última
barrera para que sea tolerable. Si sufro y gozo con eso se me hace más pasable,
reitero esto es una esquematización y una simplificación, pero en última ins-
tancia como vos decías, puede entenderse en esos términos, pero por supuesto
la relación con la madre rebasa ampliamente esto de la lactancia, va mucho
más allá de la lactancia y no es un episodio traumático. Lo traumatizante más
que un episodio, es siempre un modo de relación. El trauma que es eficaz-
mente patógeno tiene esta cualidad, más que de ser algo único, de tener este
carácter acumulativo, de estar el sujeto entrampado en una red relacional que
es en sí misma patógena, en este caso porque constantemente es frustrante,
solo deja la posibilidad, solo deja la vertiente, de la sexualización del displacer
como una última barrera, una forma de ligadura de esta situación. Y lo dra-
mático es que ahora va a gozar sufriendo, ahora va a gozar siendo devorado,
ahora va a gozar siendo expulsado.
Bueno, digo en estos cinco minutos un ingrediente más de lo que hace
falta como para terminar de elaborar en la próxima charla estas cuestiones. Lo
que quiero decir es lo siguiente: decíamos que cuando el sujeto lleva el Edipo,
se enfrenta con todas las diferencias, etc., el único problema es lo siguiente,
surge el superyó ante la amenaza de castración, etc., pero si fuera así todos los
sujetos serían cuasi-schreberianos porque este padre, esta madre a partir de la
cual se construye el superyó, hablan, por supuesto, pero ellos se transforman
en amos del sentido, porque las cosas son como ellos dicen que son. Un chico
cuando aprende a hablar, en última instancia utiliza lo que los padres dicen
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que son, si esto se llama botella, se llama botella, pero el padre puede decir
esto es mesa y esto, que es una esquematización y una simplificación, implica
que la totalidad de los valores, la totalidad de los pensamientos están determi-
nados por lo que el padre dice, es decir, que los padres se transforman en esta
etapa en amos del sentido, hasta que el chico pueda pensar que el padre tiene
superioridad física, que efectivamente la tiene, pero en última instancia, esa
superioridad física no es sino un efecto de sentido, es el padre el que acepta
que el chico le diga que es omnipotente y para todo chico el padre es omni-
potente, porque es la categoría que tiene, él trabaja con la categoría de la om-
nipotencia, no tiene un principio de la realidad firmemente establecido, para
esto necesita el lenguaje, pero aquí en el Edipo, el lenguaje es sólo lo que los
padres dicen que las cosas son, el lenguaje no es público, solamente se puede
hablar de lenguaje cuando se transforma en algo público, para que efectiva-
mente ocurra esto es necesario un movimiento que es la desidealización de
los padres, que es simplemente lo que hace el noventa y pico por ciento de
los padres: que diga bueno, esto es así, no por lo que yo digo, esta prohibición
no la establezco por mi voluntad, tipo padre de Schreber, en última instancia
porque me remito a un se, es decir, a un ámbito público al cual en última ins-
tancia tengo que obedecer, pero que no fue creado por mí.
Este movimiento de desidealización de los padres implica precisamente
que haya una posibilidad mayor de elaboración del complejo de Edipo. Ahí
cuando el lenguaje se termina de establecer como público, ahí cuando el yo
realidad definitivo, que no es definitivo porque siempre está en formación,
comienza a establecerse, ahí se dan las posibilidades de elaboración del com-
plejo de Edipo. El superyó siempre se constituye en el amo del sentido, es
necesario que los padres se destituyan de esta posición para que haya alguna
elaboración posible del complejo de Edipo.
¿Por qué digo esto? Digo esto simplemente porque como vamos a ver en
la melancolía, una de las condiciones no es simplemente las fijaciones narci-
sísticas/masoquísticas de las cuales hablamos, sino que también para que exis-
ta melancolía va a ser necesario que esta función de los padres, desidealizante,
como que pierde digamos su estatuto del sentido, no se cumple plenamente,
y es precisamente por eso que el complejo de Edipo y la elaboración de él en-
cuentra tales dificultades, y no tiene más remedio que ir por ese tobogán, por
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ese despeño que lo lleva a la identificación narcisística. Para decirlo de otra
manera, ustedes recuerdan que Freud tiene una teoría de los lugares psíquicos
que está en Psicología de las masas, que dice que el objeto siempre ocupa uno o
varios de estos lugares simultáneamente y lo llama modelo, objeto sexual, ob-
jeto hostil o ayudante. En el complejo de Edipo, el superyó, en la elaboración
del complejo de Edipo, se constituye con los padres como el lugar del modelo.
También por las distintas identificaciones que van construyendo al superyó,
por ese mosaico identificatorio que es el superyó en parte se construye con el
padre como modelo, en parte con el padre y la madre no como objeto sexual,
en parte como objeto hostil, pero el padre ayudante es en última instancia el
que sostiene, o la madre ayudante, que sostiene al hijo desde el holding más
elemental hasta la donación del lenguaje. Este lugar de ayudante que no va
al superyó, que va al yo, este lugar de ayudante está dado por el proceso en el
cual los padres se desidealizan y abren al chico a un mundo común con lo cual
el lenguaje puede constituirse como tal y el yo de realidad como tal. Esto va a
ser una de las condiciones para que aparezca la melancolía, esto la seguimos
la próxima vez. Muchas gracias.
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EL PAPEL DE LA IDENTIFICACIÓN
EN EL YO DEL MELANCÓLICO
Pedro Andrés González
Vivir en recuerdo lo que no se vivió nunca en emoción
ni en visión; tener un pasado que no fue un presente.
Macedonio Fernández
Cirugía Psíquica de Extirpación
El trabajo que voy a presentarles el día de hoy tiene varios objetivos: ver la
preeminencia de la identificación en la manera como el aparato psíquico
tramita las pérdidas a través del duelo o de la melancolía; notar cómo ciertas
vicisitudes en el proceso de identificación pueden ocupar tal espacio en el
psiquismo que entorpece dinámica, económica y tópicamente el funciona-
miento del individuo y cómo esto se traduce clínicamente en la inhibición, la
apatía, la inacción, la paralización. También veremos las características de las
fijaciones en la represión primaria cuando las vivencias con el objeto se dan de
manera traumática y su incorporación en la construcción de representaciones
es detenida; finalmente, cómo la labor analítica de estos cuadros melancóli-
cos implica no la elaboración como en el duelo, sino que el analista permita
al paciente el trabajo de la restauración. Adicionalmente, espero que puedan
ser atraídos de alguna manera a la obra de Rulfo. Utilizaré la historia de la
novela Pedro Páramo1 y su autor Juan Rulfo, como “material clínico”, que nos
ayudará a desarrollar el trabajo sobre el papel de la identificación en el yo del
melancólico.
Juan Rulfo fue un escritor nacido en Latinoamérica. Universal. Tanto su
vida como su obra, aunque él lo negara en lo referente a lo último, estuvieron
signadas por la violenta muerte de su padre y sus tíos a la edad de seis años,
1 Rulfo, J. (2015). Pedro Páramo. Madrid: Cátedra.
Nota: todas las citas de Rulfo harán referencia a esta edición.
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su madre murió de melancolía años después del asesinato de su esposo, en
las guerras Cristeras. Rulfo vivió en hospicios, reformatorios, correccionales,
realizó diversos trabajos en el D.F. y Jalisco. Su obra literaria, como el tema
de la melancolía, es de una economía en la palabra sobrecogedora. Publicó un
libro de cuentos, El llano en llamas y su novela, Pedro Páramo. García Márquez
mencionaba sobre este autor, “la obra de Juan Rulfo me dio, por fin, el camino
que buscaba para continuar mis libros”, confesó el Nobel (El País, edición
digital 20 sept. de 2003).
El papel de la identificación y la pérdida del objeto
Freud nos menciona el papel de la identificación a lo largo de su obra: la
naturaleza de la identificación inicialmente oral y canibalística del desarrollo
de la libido, los hijos en el acto de la devoración del padre consumaban la
identificación con él (Tótem y tabú). Se refiere a la identificación como “la
etapa previa de la elección de objeto… el primer modo como el yo distingue
al objeto… querría incorporárselo en verdad por la vía de la devoración, de
acuerdo con la fase oral o canibalística del desarrollo de la libido” (Tres ensayos
de teoría sexual). Nos dice: “la identificación es algo que precede la investidura
de objeto y se distingue de ella” (Psicología de las masas). En El yo y el ello, “la
identificación con los padres no parece ser, en el comienzo, el resultado o el
desenlace de una investidura de objeto; es una identificación directa e inme-
diata, y más temprana que cualquier investidura de objeto”. Una característica
de la melancolía es que la investidura de objeto es reemplazada por la iden-
tificación.
Vayamos acá a la historia de la novela Pedro Páramo. Juan Preciado, el
personaje de la novela, vuelve a la tierra de su madre Dolores, después de
la muerte de ésta, para conocer a su padre Pedro Páramo. Le dice la madre
antes de morir: “No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo
obligado a darme y nunca me dio… el olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbra-
selo caro”. Iniciado el viaje el protagonista dice: “yo imaginaba ver aquello a
través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros.
Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió.
Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que miró estas cosas, porque
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me dio sus ojos para ver… Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara
consigo misma… Mi madre”. Mientras en el duelo hay una pérdida del objeto
como tal, en la melancolía hay una vivencia de la pérdida de sí, por la identi-
ficación con el objeto perdido, la identificación directa del hijo con la madre.
Juan Preciado es como una casa habitada por su madre. En el duelo, el objeto
es como un arrendatario que puede entregar la habitación, en la melancolía el
arrendatario actúa como dueño y se le tolera como tal. El ir a Comala devela
un elemento del narcisismo de Juan Preciado, ser como su madre y cumplir
sus deseos como los propios. Aparece el padre y nos preguntamos: ¿se puede
hacer una identificación a través de un objeto que no se conoce o con el que
no se ha tenido alguna vivencia? Apelamos entonces a que el padre existe, por
la vivencia con subrogados del padre en familiares maternos masculinos o una
madre fálica que aporta lo masculino infantil desde su bisexualidad, es decir,
una identificación incompleta con el padre ausente a través de las vivencias de
otros con él: la madre.
Además, una de las características de la pulsión es el objeto, el objeto esta
esbozado en la pulsión. Juan Preciado le pregunta por su padre al arriero que
lo orienta en el camino y resulta ser su medio hermano: “¿conoce usted a Pe-
dro Páramo? - le pregunté. Me atreví a hacerlo porque vi en sus ojos una gota
de confianza. ¿Quién es? -volví a preguntar. -Un rencor vivo- me contestó él.”
Freud nos señala en su artículo Duelo y melancolía2: “La pérdida del objeto
de amor es una ocasión privilegiada para que campee y salga a la luz la ambi-
valencia de los vínculos de amor”. Más adelante, “Si el amor por el objeto se
refugia en la identificación narcisista, el odio se ensaña con ese objeto susti-
tuto, insultándolo, denigrándolo, haciéndolo sufrir. Una satisfacción sádica”.
La relación de Juan Preciado con la madre no le permite ningún reproche
a su madre que funciona por identificación como el ideal del yo. Su padre
como figura ausente puede ser odiado, así como su madre no puede ser odia-
da, el padre tampoco puede ser amado. La natural ambivalencia que reina en
las relaciones objetales se encuentra sustraída de la conciencia de Juan Pre-
ciado. Al arribar a Comala, el pueblo, dice: “y aunque no había niños jugando,
ni palomas, ni tejados azules, sentí que el pueblo vivía. Y que si yo escuchaba
2 Freud, S. (2006). Duelo y melancolía. En J. L. Etcheverry (trad.), Obras completas (Vol.14, pp.235-
255). Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original escrito en 1915 publicado en 1917).
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solamente el silencio, era porque mi cabeza venía llena de ruidos y de voces…
Me acordé de lo que me había dicho mi madre: allá me oirás mejor.Estaré más
cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de la de mi
muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido voz. Mi madre… la viva” .
Freud nos explica, en el artículo sobre la pérdida del objeto: “la investidura de
objeto resultó poco resistente, fue cancelada pero la libido libre no se desplaza a
otro objeto sino que se retira sobre el yo. Pero ahí no encontró un uso cualquiera,
sino que sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado.
La sombra del objeto cayó sobre el yo, quien, en lo sucesivo, pudo ser juzgado por
una instancia particular, como un objeto como el objeto abandonado. De esa ma-
nera la pérdida del objeto hubo de mudarse en una pérdida del yo, y el conflicto
entre el yo y la persona amada, en una bipartición entre el yo crítico y el yo altera-
do por identificación”. Juan Preciado ingresa a Comala identificado con su madre
y el camino regresivo que caracteriza una pérdida y se simboliza en su viaje a la
tierra de sus padres, lo lleva a un empobrecimiento de su yo donde las voces del
mundo se apagan por la retracción libidinal que acaece. La novela es un recorrido
de la agonía del psiquismo que lo lleva a su extinción.
Encuentro con el arriero: “me había encontrado con él en los encuentros,
donde se cruzaban varios caminos. Me estuve allí esperando, hasta que al fin
apareció este hombre”. Como si hubiera existido la posibilidad de decidir para
Juan Preciado. En la medida que estos aspectos de identificación dominan su
psiquismo está más determinado y tiene menor margen de acción su sentido
de realidad y está más signado por un destino que por unas regresiones que
los llevan a sus puntos de fijación y le permiten hacer en ocasiones consciencia
del ir repitiendo, recordando y elaborando al decir de Freud. El mismo arriero
le dice: “Comala. Aquello está sobre las bases de la tierra, en la mera boca del
Infierno. Con decirle que muchos de los que allí mueren, al llegar al infier-
no regresan por su cobija”. En la melancolía, como en la génesis del carácter,
se encuentra esta característica de la identificación primaria que tiene tanta
fuerza que nos hace necesariamente pensar en las series complementarias y
en cómo el acervo de libido individual es un elemento biológico que juega un
papel fundamental en la vida individual. En la novela, el infierno es más frío
que Comala para designar el espacio donde se recrean las pulsiones.
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La identificación y las investiduras de objeto
Aunque se piense que Juan Preciado quiere mucho a su madre, lo que se
observa es que existe una fuerte fijación al objeto de amor con una escasa re-
sidencia de la investidura de objeto (poca libido objetal). No es el cuerpo de la
madre que se descompone y orgánicamente desaparece, sino su permanencia
en el psiquismo del hijo lo que la mantiene viva, paradójicamente la revive
a través de la encarnación de sus deseos, acciones y características en él, por
eso afirma: “mi madre la viva” (libido narcisista). Tenemos que entrar aquí a
hablar del proceso de identificación. Cuando hablamos de la identificación
directa o primaria tenemos que ver qué sucedió en las primeras vivencias con
las figuras parentales. Valls afirma: “cuando existieron severas alteraciones en
el vínculo primario, el aparato psíquico, ante nuevas frustraciones, puede vol-
ver a usar aquellos mecanismos por los que se distinguían las representaciones
del yo de las del objeto, ya que le es así imposible establecer vínculos en los
que el objeto deseado sea reconocido como tal”.3
En esta identificación primaria no existe una categoría del tener, sino todo
es ser. Aquí tenemos que hacer claridad, en el funcionamiento incipiente del
ser se encuentra un yo corporal con un predominio del principio de placer y
con un funcionamiento muy claro de placer yo, displacer no yo. Esto es muy
importante, ya que una característica de la pulsión es el objeto, es decir, el objeto
está en potencia en la pulsión, no afuera sino adentro representado en el fin, la
perentoriedad. Cuando el bebé no tiene esa vivencia temprana con el objeto
madre, muere física y psíquicamente; pero si la relación temprana no se da en
ausencia, sino en precariedad, por un lado por lo constitucional en los montos
de la pulsión (cantidad de excitación) del individuo que es lo que se ha llama-
do la viscosidad de la libido, o porque la vivencia con el objeto externo genera
pobres gratificaciones como cuando está deprimida la madre, la identidad de
percepción que está constituida por el monto de afecto y las huellas mnémicas
generadas, serán un molde que no se presta fácilmente para que haya derivados
de libido objetal para construir aparato psíquico, derivados psíquicos que dan
cuenta de lo reprimido y de lo represor. Aquí estamos hablando de las caracte-
rísticas en la estructuración del aparato psíquico a través de la represión.
3 Valls J. L. (2008). Diccionario Freudiano. Buenos Aries: GabyEdiciones, p. 311.
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Después de las vivencias con el objeto, Valls afirma:
En el primer tipo de funcionamiento psíquico según la hipótesis freudia-
na (el proceso primario), cuando se reactiva el deseo, éste es directamente
percibido como realizado. Se percibe, pues, el objeto como alucinación, y se
realizan los movimientos de descarga. Pero lo que no hay, por supuesto, es
sensación de descarga: por el contrario, la cantidad de excitación crece… La
identidad de percepción, entonces, es un hipotético mecanismo primitivo
fallido que forzaría al aparato psíquico a pasar a otro nivel de funciona-
miento más complejo, el proceso secundario (...) Las pulsiones sexuales
son más renuentes al proceso secundario porque tienen el autoerotismo y
el narcisismo. La identidad de percepción la podemos pesquisar en el con-
tenido de los sueños, síntomas neuróticos, en algunos actos fallidos y desde
luego en la psicosis, todos los diferentes grados de falla en la instauración
del proceso secundario. 4
El peso de la relación de Juan Preciado con su madre es tan fuerte que, en
la lectura de la novela, tanto el interés del yo como las pulsiones sexuales, se
encuentran imbuidas completamente en la madre que encarna Juan Preciado.
Vemos hermosamente ilustrado el desvanecimiento del sentido de realidad
que lleva a la abolición de un marco temporo espacial secuencial, es decir, al
desvanecimiento del proceso secundario.
En la novela Pedro Páramo, Juan Preciado ingresa a un pueblo que al ini-
cio se describe desértico y posteriormente deshabitado, las presencias se vuel-
ven etéreas y los seres descritos son reminiscencias de deseos insatisfechos.
En el encuentro con Eduviges Dyada, antigua amiga de Dolores, la madre de
Juan Preciado, Eduviges le cuenta sobre Inocencio Osorio, el amansador de
la media luna:
mi compadre Pedro decía que estaba que ni mandado a hacer para amansar
potrillos, pero lo cierto es que él tenía otro oficio: el de ‘provocador’. Era
provocador de sueños. Eso es lo que era verdaderamente. Y a tu madre la
enredó como lo hacía con muchas. Entre otras conmigo. Una vez que me
sentí enferma se presentó y me dijo: ‘te vengo a pulsear para que te alivies’.
Y todo aquello consistía en que se soltaba sobándola a una, primero en la
4 Ibid., p.309.
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