ración; de otro modo no se explicaría que se produjeran la organización oral y
la anal antes que la genital, e incluso que la organización genital sólo se diera
hacia los cuatro o cinco años (momento en el que a pesar de su inmadurez, el
impulso genital infantil adquiere mayor liderazgo que los demás).
El fin del impulso genital infantil tiene sin embargo una existencia po-
tencial: “un llegar a ser en el no ser aún”. En la medida en que no se puede
descargar produce displacer. Ese displacer es la causa última de la repre-
sión primitiva. El impulso genital infantil intrínsecamente inmaduro hace
intentos de descarga, tiene su propia fuerza que se va incrementando en la
medida en que se desarrolla.
Los impulsos no genitales en la infancia a pesar de ser intrínsecamente ma-
duros (y por tanto placenteros), se tornan angustiosos en función de su enlace
organizacional con el impulso genital infantil. Se produce un desarrollo de
angustias y defensas a través de todo este entretejido de impulsos incipientes.64
La represión primitiva estaría dirigida contra la representación del im-
pulso genital infantil en función de su inmadurez y hacia los otros impulsos
infantiles en función de su conexión asociativa con el impulso genital in-
fantil. Pero la activación del impulso genital infantil no precisa que se haya
llegado a la “organización genital infantil” y tan sólo sería necesario que
entre en acción el respectivo impulso elemental. En la página 384 plantea:
… la existencia de fenómenos de tumescencia desde poco después del na-
cimiento hace pensar en activaciones muy tempranas del impulso sexual
genital inmaduro, aún antes de que empiece a esbozarse una organiza-
ción genital infantil o fálica. Siguiendo nuestra idea diremos que la apa-
rición de la represión primitiva sigue siendo tan temprana como lo sea la
actividad de los impulsos sexuales genitales inmaduros, independiente-
mente de la activación de otros impulsos contemporáneos ya maduros. Es-
tos impulsos maduros (cuando todavía no pertenecen a la organización
genital infantil) originan frustración, agresión, ambivalencia, lo cual
conlleva a mecanismos defensivos distintos de la represión, descritos por
algunos psicoanalistas como más primitivos que ésta. Dada la íntima rela-
ción del proceso de la represión (represión primitiva) y la diferenciación de
64 Ibíd., p. 391.
149
un sistema consciente y de un sistema inconsciente en el aparato psíquico,
hemos de considerar también la posibilidad de una mucho más tempra-
na diferenciación de los sistemas de lo que suele pensarse.65 (Los resalta-
dos son propios)
En un trabajo anterior que titulamos La fijación primitiva,66 planteamos
que si la represión primitiva es un fenómeno universal que se produce en
todos los seres humanos, debe existir alguna vicisitud peculiar de la represión
primitiva que le imprima el carácter patógeno que observamos en muchos
individuos, que estaría íntimamente vinculado con la represión primitiva pero
que se diferenciaría de ella. A esa vicisitud particular la llamamos “Fijación
primitiva”. Planteamos también que las variaciones en la intensidad de las
activaciones de la represión primitiva son de importancia capital en el destino
de la evolución de la libido en cada individuo.
Explicamos también con base en la fijación primitiva el continuo salud-
enfermedad:
La activación del impulso genital inmaduro se da en magnitudes varia-
bles de un sujeto a otro; explicando de este modo el continuo salud-en-
fermedad. Así, en determinadas circunstancias (endógenas o exógenas) se
producen activaciones moderadas de la misma, se producirá una “fijación
primitiva” también moderada y el desarrollo se orientará hacia cuadros neu-
róticos. Ante activaciones más intensas se producirá una fijación primiti-
va importante que derivará en “trastornos de personalidad” más o menos
graves. Si las activaciones tienen una altísima intensidad, se producirá una
fijación primitiva muy severa que se expresará clínicamente en la aparición
de “cuadros psicóticos”. En los individuos “sanos” la fijación primitiva juega
un papel accesorio que no alterará de un modo significativo el desarrollo
libidinal. 67 (Los resaltados son propios).
La intensidad de las activaciones de la represión primitiva sería pues de
importancia capital en el destino de la evolución de la libido en cada indivi-
duo. Para entenderlo mejor es preciso desarrollar más ampliamente las ideas
65 Ibíd., p. 384.
66 J. Mazuera, La fijación primitiva, presentado en la Sociedad Psicoanalítica Freudiana de Colom-
bia, 1999, p. 26.
67 Ibíd., p.27
150
de fijación y regresión, las vías de formación de síntomas y la relación entre
los factores exógenos y endógenos como explicación de los distintos tipos de
psicopatología, de un modo preponderante para el caso, del espectro bipolar.
Volvamos a Freud en su conferencia de Introducción al Psicoanálisis. Lección
XXII. “Puntos de vista del desarrollo y de la regresión. Etiología”. Comienza el
articulo planteando que la libido pasa por un largo desarrollo hasta llegar a la
genitalidad adulta e introduce los conceptos de fijación y regresión:
Creo hallarme de completo de acuerdo con las enseñanzas de la patología
general, admitiendo que dicho desarrollo comporta dos peligros: el de la in-
hibición y el de la regresión. Quiere esto decir que, dada la tendencia a variar,
propia de los procesos biológicos, puede suceder que no todas las fases prepa-
ratorias transcurran con absoluta corrección y lleguen a su término definitivo,
pues ciertas partes de la función pueden estancarse de una manera duradera
en alguna de estas fases y obstruir así la marcha total del desarrollo. 68
Y hablando de la fijación dice más adelante:
En toda tendencia sexual puede, a nuestro juicio, darse el caso de que al-
gunos de los elementos que la componen permanezcan estancados en fases
evolutivas anteriores, cuando otros han alcanzado ya el fin propuesto.” (…)
“Me limitaré, pues, a indicaros por el momento que tal estancamiento de
una tendencia parcial en una temprana fase del desarrollo es lo que hemos
convenido en denominar técnicamente fijación. 69
Y con respecto a la regresión:
El segundo peligro de tal desarrollo gradual es el de que aquellos elemen-
tos que no han experimentado fijación alguna emprenden, en cambio, una
marcha retrógrada y vuelven así a fases anteriores, proceso al que damos el
nombre de regresión, y que se verifica cuando una tendencia llegada ya a
un avanzado estado de desarrollo tropieza en el ejercicio de su función, esto
es, en el logro de la satisfacción que constituye su fin, con graves obstáculos
exteriores. 70
68 S. Freud, “Lecciones introductorias al psicoanálisis. Lección XXII. “Puntos de vista del desarro-
llo y de la regresión. Etiología”, Biblioteca Nueva, Cuarta Edición, Madrid 1981, Tomo II, p.
2334.
69 Ibíd., p. 2335.
70 Ibíd., p. 2335.
151
Establece enseguida relaciones entre la fijación y la regresión:
Todo hace creer que fijación y regresión no son independientes una de otra.
Cuanto más considerable haya sido la fijación durante el curso del desarro-
llo, más dispuesta se hallará la función a eludir las dificultades exteriores por
medio de la regresión, retrocediendo hasta los elementos fijados, y menos
capacidad de resistencia poseerá, al llegar a puntos avanzados de su desa-
rrollo, para vencer los obstáculos exteriores que se opongan a la definitiva
perfección del mismo. 71
Hace una observación sobre la regresión que no explica demasiado pero
que queremos consignar porque resulta de interés para los cuadros de origen
biológico:
Tampoco podemos afirmar que la regresión de la libido sea un proceso pu-
ramente psicológico y no sabríamos asignarle una localización en el aparato
psíquico. Aunque ejerce sobre la vida psíquica una profundísima influencia,
el factor que domina en ellos es el orgánico. 72 (Los resaltados son pro-
pios)
Introduce el concepto de las “series complementarias” que, si bien relacio-
na con las neurosis, es un concepto que se puede aplicar con total suficiencia
a las enfermedades afectivas:
Desde el punto de vista etiológico, las enfermedades neuróticas pueden
ordenarse en una serie en la que los dos factores, constitucional sexual e
influencias exteriores, o si se prefiere, fijación de la libido y frustración, se
hallan representados de tal manera, que cuando uno de ellos crece, el otro
disminuye. En uno de los extremos de esta serie se hallan los casos límites
de los cuales podemos afirmar con perfecta seguridad que, dado el anormal
desarrollo de la libido del sujeto, habría este enfermado siempre, cuales-
quiera que fuesen los sucesos exteriores de su vida y aunque esta se hallase
totalmente desprovista de accidentes. Al otro extremo hallamos los casos
de los que, por el contrario, podemos decir que el sujeto hubiera escapado,
desde luego, a la neurosis si no se hubiera encontrado en una determinada
situación. En los casos intermedios nos hallamos en presencia de combi-
71 Ibíd., p. 2335.
72 Ibíd., p. 2336.
152
naciones tales, que a una mayor predisposición, dependiente de la consti-
tución sexual, corresponde una parte menor de influencias nocivas sufridas
durante el curso de la vida, e inversamente. (…) Para facilitar nuestra labor
de exposiciones daremos a estas series el nombre de ‘series complementa-
rias’ 73 (Los resaltados son propios)
Si bien Freud cuando habla del factor constitucional le agrega el adjeti-
vo calificativo de sexual, consideramos que tales elementos constitucionales
sexuales (vicisitudes de la libido), pueden desarrollarse por factores exógenos
(frustración-trauma) o por factores endógenos (herencia biológica). Para en-
tender mejor cómo se configura la situación traumática volveremos al artí-
culo de Arcila Notas sobre la represión primitiva. En ella plantea que la teoría
constitucional y la traumática pueden conciliarse viendo en la inmadurez in-
trínseca del impulso genital infantil una “específica susceptibilidad al trauma
accidental”, es decir, que así no se produzcan activaciones excesivamente altas
de impulso, la situación traumática se establecería con relativa facilidad .74
Dicho en otros términos, la fijación primitiva puede producirse por factores
endógenos o exógenos y la inmadurez intrínseca del impulso genital infantil
provee un terreno propicio para que ella se dé.
El factor económico juega un papel importante para el establecimiento
de las fijaciones, de un modo preponderante para la fijación primitiva. Este
elemento pudiera ser aún más decisivo en las vicisitudes del desarrollo de la
libido en las enfermedades afectivas. Vamos a transcribir tres citas de la lec-
ción XXIII: “Vías de formación de síntomas”:
Diríase que para el enfermo no ha pasado aún en el momento del trauma
y que sigue siempre considerándolo como presente, circunstancia que me-
rece todo nuestro interés, pues nos muestra el camino hacia la teoría que
pudiéramos calificar de económica, de los procesos psíquicos. En realidad,
ya el término “traumático” no posee sino un tal sentido económico, pues lo
utilizamos para designar aquellos sucesos que, aportando a la vida psíquica,
en brevísimos instantes un enorme incremento de energía, hacen imposible
la supresión o asimilación de la misma por los medios normales y provocan
73 Ibíd., p. 2339.
74 Notas sobre la represión primitiva, óp. cit., pp. 396-397.
153
de este modo duraderas perturbaciones del aprovechamiento de la energía.” 75
Y más adelante:
La importancia patógena de los factores constitucionales depende así mis-
mo del predominio cuantitativo de una determinada tendencia parcial en
la disposición constitucional y puede incluso afirmarse que todas las pre-
disposiciones humanas son cualitativamente idénticas y no difieren entre si
más que por sus proporciones cuantitativas. 76
Y la tercera cita:
No podemos menos que reconocer que sería inexplicable tan regular retor-
no de la libido a la época infantil si entre este periodo no existiera algo que
ejerciera atracción sobre ella. La fijación a ciertos puntos de la trayectoria
evolutiva, carecería de todo contenido si no la concibiéramos como cristali-
zación de una determinada cantidad de energía libidinosa. 77
Tal vez el aporte más decisivo de Freud a la comprensión de la melancolía
fue entender su relación con el narcisismo. Otros expositores se han encar-
gado durante el III Encuentro de Metapsicología de estudiar a profundidad
dicha relación. No queremos pasarla por alto, sin embargo, aunque solo la
tocaremos tangencialmente relacionando el narcisismo con la fijación y en
especial con la fijación primitiva. Escribe en Libido y narcisismo:
Pero ya os expuse que las nociones que hemos adquirido en nuestro estudio
de las neurosis de transferencia nos permite orientarnos también en las
neurosis narcisistas (…) Ambas afecciones poseen numerosos rasgos co-
munes, hasta el punto de que podemos afirmar que en el fondo se trata de
un solo campo de fenómenos. 78 (Los resaltados son propios)
Y más adelante una cita bastante pertinente al tema de las enfermedades
afectivas:
En cambio, puedo exponeros sobre las formas periódicas y cíclicas de la
melancolía algo que seguramente os interesará. En condiciones favorables,
75 S. Freud, “Lecciones introductorias al psicoanálisis. Lección XXIII. Vías de formación de sínto-
mas”, Biblioteca Nueva, Cuarta Edición, Madrid 1981, Tomo II, p. 2356.
76 Ibíd., p. 2356.
77 Ibíd., p. 2349.
78 S. Freud, “Lecciones introductorias al psicoanálisis. Lección XXVI: ‘La teoría de la libido y el
narcisismo’, Biblioteca Nueva, Cuarta Edición, Madrid 1981, Tomo II, p. 2385.
154
que yo he visto en dos ocasiones, resulta posible impedir, merced al trata-
miento analítico aplicado en los intervalos libres de toda crisis, el retorno
del estado melancólico, tanto en la misma tonalidad afectiva como en la
tonalidad opuesta, circunstancia demostrativa de que en la melancolía y en
la manía se trata de una forma especial de solución de un conflicto cuyos
elementos son exactamente los mismos que en las demás neurosis. Vemos,
pues, que el psicoanálisis está llamado a recoger en estos dominios un im-
portantísimo acervo de nuevos datos. 79 (Los resaltados son propios)
En otro pasaje relaciona directamente el narcisismo con los puntos de
fijación:
El retorno hacia el Yo de la libido desligada de los objetos no es directa-
mente patógeno, pues vemos producirse este fenómeno siempre antes del
sueño y seguir una marcha inversa antes de despertar (…) pero cuando
un determinado proceso, muy enérgico, obliga a la libido a abandonar los
objetos, nos hallamos ante un caso muy distinto. La libido, devenida narci-
sista, no puede ya encontrar de nuevo el camino que conduce a los objetos
y esta disminución de su movilidad es lo que resulta patógeno (…) en la
demencia precoz (…) el proceso, a consecuencia del cual la libido desliga-
da de los objetos, halla obstruido el camino cuando quiere volver a ellos,
se aproxima al de la represión y puede ser considerado como paralelo al
mismo, siendo casi idénticas sus condiciones. En ambos procesos parece
existir el mismo conflicto entre las mismas fuerzas, y si el resultado es dis-
tinto (…) ello no puede depender sino de una diferencia en la disposición
del sujeto (…) la fijación decisiva es condición de la formación de sínto-
mas, queda también desplazada, situándose probablemente en la fase del
narcisismo primitivo. 80 (Los resaltados son propios)
Podemos plantear pues que existe un proceso particular que disminuye
la movilidad de la libido y que obstaculiza el camino para retrotraerse a ellos
y que ese proceso es variable de un sujeto a otro, hecho que consideramos de
especial valor para comprender las variaciones en los montos de narcisismo en
las distintas variantes de la enfermedad afectiva. La proporción de narcisismo
primitivo en estos sujetos sería la más alta y la diferencia estaría determi-
79 Ibíd., p. 2389.
80 Ibíd., pp. 2384-2385.
155
nada por las vicisitudes de la fijación. Pero esa fijación deberá ser particu-
larmente enérgica y pensamos que nuestra hipótesis de la existencia de una
“fijación primitiva” explicaría el carácter particular de la fijación en estos ca-
sos. Consideramos que hay una relación directamente proporcional entre la
magnitud de la “fijación primitiva” y los montos del narcisismo primitivo
en cada individuo. Dicho de otra manera, la fijación primitiva está íntima-
mente vinculada con la génesis del narcisismo patológico o patogénico.
No siempre es posible resolver todas las fijaciones de un sujeto determi-
nado en el proceso psicoanalítico, queremos para ilustrarlo traer una cita de
Análisis terminable e interminable:
Casi siempre quedan fenómenos residuales, una secuela parcial (…) de modo
que siempre persisten fragmentos de la antigua organización al lado de la más
reciente, y aún en la evolución normal de la trasformación nunca es completa,
y en la configuración final pueden persistir todavía residuos de fijaciones
libidinosas anteriores (…) hemos obtenido la trasformación, pero con fre-
cuencia solo parcialmente: fragmentos de los viejos mecanismos quedan
inalterados por el trabajo analítico. 81 (Los resaltados son propios)
Queremos traer también una cita de La represión que nos permite en-
tender la gran variabilidad psicopatológica de las enfermedades del afecto,
pero también la enorme variabilidad de las ramificaciones que no indican
patología:
No es posible indicar, en general, la amplitud que han de alcanzar la defor-
mación y el alejamiento de lo reprimido para lograr vencer la resistencia de
lo consciente.Tiene aquí efecto una sutil valoración cuyo mecanismo se nos
oculta; pero cuya forma de actuar nos deja adivinar que se trata de hacer
alto ante determinada intensidad de la carga de lo inconsciente, traspa-
sada la cual se lograría la satisfacción. La represión labora, pues, de un
modo altamente individual. Cada una de las ramificaciones puede tener
su destino particular, y un poco más o menos de deformación hace variar
por completo el resultado. 82(Los resaltados son propios)
81 S. Freud, “Análisis terminable e interminable”, Biblioteca Nueva, Cuarta Edición, Madrid 1981,
Tomo II, p. 3352.
82 S. Freud, “La represión”, Biblioteca Nueva, Cuarta Edición, Madrid 1981, Tomo II, p. 2055.
156
Cerraremos con apoyo de la literatura:
“Navego en el cristal de la madrugada,
en la dureza del frío reflejado,
donde la voz ensordece, laminada,
bajo el peso de la noche y el gemido.
Abre el cristal en nube desmayada,
huye la sombra, el silencio y el sentido
de la nocturna memoria sofocada
por el murmullo del día amanecido.”
AMANECER
José Saramago
157
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159
160
VIOLENCIA Y PSICOANÁLISIS
Hernán Santacruz Oleas
La agresividad tiene las mismas posibilidades, vicisitudes y destinos que
tiene la sexualidad, porque si no, estaríamos pensando no psicoanalíti-
camente acerca de la agresividad. Entonces, la agresividad puede expresarse
de manera adulta, digamos. Puede reprimirse, sublimarse, volverse contra el
propio sujeto. No veo por qué no tendría que estar sometida a las mismas
vicisitudes y destinos que la función sexual. Ese modelo, digamos, es útil, en-
tonces, para acercarnos a un segundo punto del preludio teórico de esta charla
y tendríamos que hablar de una agresividad infantil, que está unida íntima-
mente a la sexualidad infantil, y que podría ser entendida y tratada igual, con
las mismas fases del desarrollo de la sexualidad infantil, sin que rompamos el
modelo. En este momento lo que me preocupa es no romper el modelo; si el
modelo se rompe, que se rompa solo, pero no lo rompo yo. Entonces, ¿qué
quiero decir con esto?
Hay una agresividad oral, sí, listo, ¿cómo es? En términos infantiles es
mordiendo el pecho de la madre, es devolviendo la comida, es vomitando, es
haciendo gestos de nausea, en fin. Y tiene entonces una posibilidad, hay una
posibilidad de ser agresivo anal u oralmente. En las dos etapas, para devol-
verme a Abraham, puedo querer dejar seco el pecho de mi madre hasta que
no quede nada, mejor dicho, lo voy a voltear como un calcetín y me lo voy a
comer para siempre, así no salga leche para nadie más y menos para los as-
querosos de mis hermanitos, listo. Agresión, la voy a dejar seca. Y las mamás
dicen, ¡tú como comías!, me dejabas seca. Algunos niños son más voraces que
otros. ¿Qué más? Podría ser una agresividad, digamos, anal. Claro que sí, por
ejemplo, el control del otro, el controlar al otro todo el tiempo. Incluso eso
puede estar disfrazado de amor, ¿usted dónde estaba?, ¿con quién estaba?,
¿qué estaba haciendo?, ¿a qué hora salió?, ¿por qué se demoró tanto?, de la
universidad acá se demoran veinte minutos con trancón, entonces, me tiene
161
que explicar, estaba angustiadísimo. El papá con el hijo o con la hija, contro-
lando al otro, impidiéndole la libertad, literalmente inmovilizándolo del recto.
Reteniéndolo, nunca te vas a ir, y el día que te vayas te expulso para siempre, te
vuelves mierda. Así funcionan muchas veces las relaciones padres hijos, ¿no?,
signadas por el manejo neurótico de la agresión, porque estamos hablando de
agresividad neurótica, o sea, de la nuestra, agresividad pasable, ahí, simpática,
incluso.
Y hay agresividad fálico-edípica, sí claro, ¿cuál es la expresión de la agre-
sividad fálico-edípica? El machismo. El machismo en el individuo y el ma-
chismo en la cultura, porque todo esto puede ser transferido a la cultura.
Cuando hablamos de agresividad, inmediatamente estamos pensando todos,
por lo menos los que aquí somos colombianos, en la agresividad nuestra, y en
lo que tenemos, y la carga que tenemos de agresividad. Entonces, el machis-
mo es una forma institucionalizada culturalmente de agresión fálico-edípica.
El mundo está dividido, hijo mío, en dos grandes partes: machos y hembras.
Las hembras son inferiores a los machos, ¿por qué?, porque los machos son
machos y las hembras son hembras. Ahí está la típica tautología que expli-
ca todos esos mitos de instauración temprana. Las mujeres son inferiores
a los hombres, y las mujeres también lo dicen: yo quiero un niño, ojalá sea
un niño. Está ahí, eres menos. ¿Por qué? Porque eres mujer. ¿Y por qué eres
mujer? Porque así lo quiso Dios. Resígnate a tu destino, estás castrada, estás
destinada a un segundo plano, estás destinada a sufrir, y a llorar, y a padecer,
y a aguantar. Para eso eres mujer. Entonces, siguiendo con el modelo, yo po-
dría decir, bueno, y cuando la agresividad se pervierte, ¿qué pasa? Cuando la
agresividad se pervierte se vuelve violencia. O sea, cuando la agresividad se
vuelve crueldad tenemos la violencia. Pero es que la crueldad es inseparable
de la agresión, es el lado perverso de la agresión. Es un acto agresivo matar un
animal para comérnoslo. Pero una cosa es pegarle un puntillazo en el bulbo
raquídeo al toro y despresarlo y comérnoslo, y otra cosa es cortarle primero
una pata, después el rabo, después, ¿no? O sea, ser cruel. Y los matarifes ubi-
can, claramente, cuál de sus compañeros es mala persona porque muchos de
los que ahí trabajan detectan que hay algunos de ellos que hacen sufrir los
animales. Y los hacen sacar del trabajo.
Bueno, entonces, ahí ya el modelo empieza a quebrarse, me entiende.
162
Porque, qué tengo que hacer ahí. Tengo que decir, hombre, esa crueldad que
genera la violencia necesariamente tiene que estar unida a algunos de los as-
pectos que ya conocemos de la evolución de la sexualidad infantil. O sea, al
deseo canibalístico, con mordisco y lesión, ¿no es cierto?, al deseo de volver
mierda al otro, literalmente, al deseo de mutilar al otro, y de quitarle sus atri-
butos masculinos, porque en el ejercicio práctico de la violencia colombiana,
la castración y la emasculación eran asunto de todos los días. Nadie habla
mucho de eso, pero así es, de muchas maneras. Yo no sé si ustedes saben pero
en algún momento de mi trasegar por la psiquiatría en tantos sitios, yo estuve
asesorando unas semanas a colegas de la sanidad militar que tenían alrede-
dor de ciento cincuenta soldados en ese momento, que habían sido víctimas
de minas antipersona y que todos tenía lesiones genitales. Cuando uno pisa
la mina antipersona, pues siempre está caminando, sino no la puede pisar,
entonces, uno pisa y al pisar va con las piernas separadas, entonces, estalla la
mina y le vuela, pues, la pierna con la que piso. Pero las esquirlas, porque eso
es chiquito, (una mina tiene poquito explosivo), las esquirlas se llevan los ge-
nitales y lesionan el periné, siempre. O sea, ningún país tiene más experiencia
fuera de China en reparación de lesiones genitales masculinas que Colombia.
Ese es otro de nuestros honores. O sea, invitan a los cirujanos del Hospital
Militar a todas partes del mundo, a los urólogos, para que expliquen cómo
hacen para reconstruir un pene.
Bueno, entonces, la violencia implica la presencia de crueldad. ¿De cuál
crueldad? Pues, hay tres modelos de crueldad, entonces. Hay una crueldad
oral, hay una crueldad anal, hay una crueldad fálica. Y hay una crueldad edí-
pica, en el sentido particular de matar al padre, de eliminar al padre o lo que
este signifique en la mente.
Hay una agresividad sana también. O sea, existe una agresividad sana,
y uno tiene que decirlo con la boca llena, así suene feo en una cultura cuya
historia cristiana tiene ese matiz desagradable y ridículo de que hay que poner
el otro cachete cada vez que le peguen. El que ponga el otro cachete cuando
le pegaron la primera palmada tiene un nombre, eso se llama cobardía. El
que le pega a uno una cachetada se lleva dos y las vueltas. Así no es, uno no
se deja hacer nada, por qué hay lobos, porque hay ovejas. Y, entonces dicen,
pero qué horror ese discurso, es un discurso violento. No, es que el asunto es
163
que no debemos ser ni lobos ni ovejas, sino humanos, que es el detallito que
se nos olvida.
¿Qué más les digo yo sobre esto? Creo que está más o menos claro. Hay
una expresión de la agresividad que es perversa, que es dañina, que es tanática,
que no está al servicio de la vida, que no está al servicio de la supervivencia
individual ni de la defensa de las crías ni de la defensa de la fuente de agua o
de la comida, sino que es una agresividad que se vuelve violencia porque tiene
elementos de la sexualidad infantil metidos ahí con el signo de lo cruel. O sea,
de lo maligno, de lo dañino, de lo tanático. Ahí termina la introducción que
quería hacer.
Y a continuación, voy a contarles el caso de una paciente que yo atendí. Y
que atendí de manera reñida con la técnica, porque no vivía aquí. Entonces,
yo la recibí remitida por un colega, por un colega psiquiatra de una ciudad del
interior de la costa. Era una mujer bonita, de unos cuarentas tempranos. Que
viene porque después de un largo tratamiento con distintos antidepresivos,
finalmente hace un episodio que es calificado de psicótico y, entonces, la hos-
pitalizan en una unidad de salud mental, perdón, en una clínica psiquiátrica
aquí en Bogotá. Y entonces, un colega me la remite luego de eso porque está
en desacuerdo con el manejo que hicieron en la clínica psiquiátrica del caso.
Bueno, entonces, esta mujer llega y yo la recibo. Yo le pido que me cuente
qué le pasa. Y me dice que ha estado muy enferma, y que ha estado muy mal,
y que le pasan cosas terribles, y que no duerme hace muchas semanas, y cuan-
do duerme, duerme mal. Ella me pregunta a mí, ella quiere que le quiten los
medicamentos, que si yo le voy a quitar los medicamentos. Y yo le digo que,
pues, que cuáles medicamentos quiere ella dejar de tomar. Entonces, me dice
el nombre de uno de ellos, y le digo, bueno, déjeselo de tomar. Pues no tengo
ni idea de qué le pasa a usted, ni tengo idea de porqué se lo mandaron, pero
si usted no quiere tomárselo, pues, no se lo tome. Venga aquí todos los días
y hablamos. Y empiezo a tratarla y, pues, ahí, sesiones, cuarenta y cinco mi-
nutos, muchas. ¿Por qué? porque ella tenía un límite, tenía que estar un mes
aquí en Bogotá. Entonces, la vi cinco y a veces seis veces por semana. Estaba
muy mal. Estaba flaca, ojerosa, ansiosísima. Entonces, me cuenta lo siguien-
te. Veinte años atrás, no, dieciocho años atrás, no, espérate, veinticinco años
atrás. Ella tiene dieciséis, si, y está estudiando en un colegio en una ciudad
164
en el interior de la costa caribe y se enamora, a los dieciséis años, del profesor
de matemáticas. El profesor de matemáticas es un hombre de cuarenta años,
soltero, que es una persona muy brillante y es objeto de gran admiración en el
colegio donde ella estudia, que es un colegio de monjas, y ella se enamora del
profesor. Y el profesor de ella. Y, entonces, deciden escaparse y casarse. Se van
a Cartagena y en Cartagena se casan. Un cura, amigo de él, los casa. Salen los
hermanos de ella a buscarla y tal, para matar al profesor, y entonces, ella sale
y les muestra el certificado de matrimonio eclesiástico. Y entonces, con esto
ellos ya se calman. Pero el padre de ella dice que no la va volver a ver nunca
más y que es una […], que si pudiera quitarle el apellido se lo quitaba, dice
el papá. Hay un detalle allí que hay que anotar, y es que el profesor de mate-
máticas es un hombre negro, sí, de origen chocoano, que estudia matemáticas
y hace licenciatura de matemáticas en la Universidad Pedagógica, aquí en
Bogotá, y que es desde siempre, aparentemente, un líder de los profesores.
Es un líder del movimiento sindical de los maestros. Entonces, a él lo botan,
por supuesto, del trabajo, ahí donde las monjas. Lo echan del colegio y tienen
que salir. Y se van a vivir a un pueblo pequeño, también de la costa y consigue
trabajo en un colegio público. Y él empieza a hacerse cargo de un montón más
de materias. No solo de matemáticas sino de otras cosas que también enseña.
Y él tiene, digamos, una creciente influencia en el movimiento sindical de
los maestros del caribe. Y entonces, asciende y es una persona notoria en el
movimiento sindical. Y entonces, un día llega un aviso, a la casa. Bueno, ellos
mientras tanto tienen dos niñas, él sigue trabajando ahí, en el pueblito este, y
él sigue creciendo sindicalmente. Ella, que sigue enamorada de su marido y
que estuvo siempre muy enamorada de él, le ayuda cosiendo cosas, haciendo
ropa y cosiendo cosas en casa. Entonces, llegó el aviso diciéndole que se fuera
de allí, que renunciara, que se largara, que lo iban a matar, y él dice que no,
que él no se va. Mientras tanto, han pasado como diez años, desde que se ca-
saron, ya es un hombre cincuentón y está cercano por privilegios sindicales a
la posibilidad de jubilarse. Y entonces, le dice, quedémonos aquí hasta que yo
cumpla cincuenta y cinco para poderme pensionar y nos vamos. Porque ella le
dice asustada, vámonos de aquí. En ese momento esa zona está llena de vio-
lencia, o sea, está la guerrilla, están los paramilitares, están los militares y eso
es un infierno. Entonces, ella le dice muchas veces, mijo no, deje de ir a esas
165
cosas, deje de hablar, para qué tiene que ir a Cartagena, para qué tiene que
ir a Barranquilla a hablar allá. Cállese, mijo, lo van a matar. Y bueno, un día,
vienen tres tipos en una Toyota, de vidrios polarizados, sacan a este hombre
en pijama y se lo llevan. Y tres días después, aparece un muchachito del cam-
po, de ahí cerca, y le dice, usted es la mujer del profesor fulano, entonces, dice,
si, apareció, si, está en una zanja, venga conmigo. Y la llevan y estaba muerto
allá. Le habían cortado las manos, si, la cabeza, el pene se lo habían cortado
previamente y estaba en la boca de él, y le habían cortado la cabeza con una
motosierra, y ya. Entonces, en ese momento había, no sé podía salir de noche.
Entonces, ella coge a su marido, lo mete en un carro que le prestan y se va
para la casa y le avisa a la gente. Toda la gente del pueblo ya sabía que estaba
muerto el profesor. Y entonces, ella dice, ¿cómo lo van a velar así? Entonces,
lo cosió, lo arregló, le cosió las manos, le cosió bien el cuello. Y entonces, me
decía ella: "quedaba chilingueando, y entonces, yo le metí un pedazo de palo
de escoba en el guargüero y ahí se lo puse y ahí quedó firme, y lo enterramos".
Cuando ella avisa a su familia que eso pasó, el papá le dice que se venga
a la casa, que él la perdona, que la recibe con sus niñitas, que dice él, que son
lindas aunque sean cafecitas y llega allá, a su familia. Y hace un duelo terrible,
muy aterrorizada, porque ella tiene miedo de que le pase algo a ella, porque
ella, pues, es testigo. Y la familia la protege, la invisibiliza, a las niñas las man-
dan a estudiar a Barranquilla. Y ella está de luto mucho tiempo, está muy tris-
te, me decía ella, pero estaba bien. Finalmente pasó el duelo, todo iba como
bien, las chicas crecieron y tal, y más o menos cinco o seis años después, va a
un espectáculo en el colegio de una de las niñas en Barranquilla, donde pre-
sentan un ventrílocuo. Un ventrílocuo venezolano que era muy famoso, que
tenía un muñeco malcriado, que ya no me acuerdo cómo se llamaba, pero yo
lo vi en la televisión también. Entonces, él sienta ahí al muñeco y el muñeco
contesta. Cuando ella ve eso, le produce una gran angustia y se sale del teatro
del colegio y se va para la casa. Esa noche sueña por primera vez que el ma-
rido quiere decirle algo, y que el marido hace gestos y no puede decirle algo
que el marido le quiere decir. Y estos sueños se van volviendo cada vez más
frecuentes, más intensos. Empieza a dejar de dormir, empieza a buscar ayuda,
le dan rivotril, y es peor, y a deja de comer, empieza, dice, a perder la memoria.
Y entonces, deja de hacer las costuras que seguía haciendo, y finalmente el
166
resto del cuento ya se los conté. Hace un episodio de características medio
psicóticas porque dice que un día en la madrugada, ya despierta, después de
haber soñado lo mismo, porque el sueño es exactamente el mismo siempre, ya
despierta oye que el marido hace humm humm humm, así como que quiere
hablarle, pero ya despierta. Entonces, ahí si ya se asusta mucho, le dice a una
hermana suya que está volviéndose loca. Oigo, oigo a Ismael que me quiere
decir algo, como te he contado de los sueños pero lo oí despierta. Pero ¿cómo
va ser? Vamos a ver. Y lo que eran era palomas que hacía urrru urrru urrru
porque tenían palomas en la casa. Entonces, eso no es estrictamente hablan-
do una alucinación. Es una ilusión, en términos psiquiátricos. Bueno y ahí la
hospitalizan y ahí la tomo yo en análisis.
La tuve tres meses, sí. Con cuatro y cinco sesiones semanales, al comienzo
más. La veía hasta los domingos, todo mal, el encuadre pésimo, todo, bueno,
una desgracia. Y entonces, esta mujer se va mejorando. A medida que vamos
trabajando ciertas cosas. Primero, el padre la quería a ella muchísimo, la so-
breprotegía porque era la niña, y era muy linda, la menorcita, la amada del
padre. Y dormía con el papá a veces, era muy del cariño del padre. Cuando
ella se va con este hombre, que es un tipo que podría ser el papá de ella, como
se lo decían todo el tiempo sus amigos, "podría ser tu papá", ella decía que
no tiene nada que ver, que el papá de ella era mucho más viejo y que no era
así, que el papá de ella era exigente, bravo, malgeniado, y que en cambio, este
señor era amoroso y querido y tierno con ella y que le explicaba todo. Ella se
enamoró mucho de él por su sapiencia. Porque ella, como todos los alumnos
del colegio o las alumnas de ese colegio lo admiraban porque sabía de todo,
lo que dice ella.
Finalmente, esta mujer fue mejorando, no podía vivir en Bogotá, entonces
venia cada mes o cada tres semanas. Y yo le hacía dos sesiones el viernes, otra
sesión el sábado por la mañana y otra el sábado por la tarde. Y despachaba el
cupo de la semana así. Y ella se iba otra vez y volvía a las dos semanas. Yo le
quité toda la medicación y le dije: mire, usted no puede pensar por el rivotril.
El rivotril tiene una, o sea, no la deja pensar. Y usted tiene que venir aquí a
pensar, así le duela y así sufra, tenemos que ver qué pasó ahí, y qué hay en todo
eso. Por supuesto todo lo que hay ahí se complica aún más porque el padre de
ella era conocido cercano del jefe de las autodefensas de la zona. Que era un
167
terrateniente muy importante y tal, que ahora está preso en Estados Unidos.
Eso es, y ahora ¿y yo qué? La invasión transferencial o contratransferen-
cial que eso produce es brutal. A mí que me den diez trasferencias eróticas
no sublimadas y no me muevo ni un pelo de ahí, pero eso es otra cosa, eso
lo parte a uno, es terriblemente doloroso para uno. Es dificilísimo no tomar
partido, es dificilísimo no empezar a maldecir, como hacía ella. Porque ella
lloraba, y tal, y maldecía, insultaba. Ella sabía quiénes habían sido. Porque esa
gente contrataba gente que salía de las cárceles y tal. Y había ex-miembros del
ejército que estaban metidos ahí. Eran las Autodefensas Unidas de Colombia.
Y bueno, ya, eso es. Entonces, yo sí creo que ahora retomo algunas de las cosas
que Héctor dijo esta mañana y ayer. Y algunas otras que dijo Javier Mazuera
también. O sea, el psicoanálisis no es ajeno a nada de lo humano. Ni siquiera
eso, que no parece humano. Pero es que no hay nada más humano que eso. O
sea, no hay ningún animal que le corte el pene a su enemigo, no, y se lo meta
a la boca. No hay ningún animal que haga lo que nosotros hacemos. Cuando
uno dice, como dicen los propagandistas de la derecha, que esos son animales,
que son bestias, que son no sé qué, o que son dementes, están insultando a
los pobres dementes que jamás harían una cosa así, porque ellos no tienen ni
forma de hacerlo. Y están insultando a los animales también. El único que
hace eso es el ser humano, el único que es capaz de esos niveles de crueldad y
de perversión de la agresividad, que debería ser tan sana como la sexualidad
y tan ejercida sanamente como la sexualidad, cuando eso lo exige. Y eso daña
y pervierte la esencia misma de lo humano que todos tenemos. Y una de las
formas en que ese daño es causado es a través, por ejemplo, de la polarización
de la afirmación constante, de las distancias de que tal. Imagínese lo que dijo
uno de los amigos del padre, si quiera mataron a ese negro hijueputa que se
llevó a Marcelita. Porque él era visto como un seductor perverso que se había
llevado la niña. Y eso no era así, la que lo sedujo fue ella. Claro que era menor
de edad y ante la ley eso era inadmisible. Pero ella lo sedujo y ella me lo dijo
a mí. No es que lo dijera el tío de ella, ella me lo dijo a mí: "a mí me gustaba,
a mí me gustaba el olor de él, y yo me hacía la boba para acercarme, para que
él se me arrimara porque se echaba una loción". Que después ella no puede
volver a oler, después de la muerte del marido. Me entienden, ella se siente
enamorada de él. Por supuesto muy edípicamente, la diferencia de edad, el
168
padre profesor, todo, todo lo que ustedes quieran. Ahora porqué nos pasa eso,
en Colombia llevamos cincuenta años así. Y uno piensa psicoanalíticamente,
hace el esfuerzo, ¿qué tendremos nosotros? Yo he oído decir tantas idioteces
que estoy cada vez más convencido que hay mucha gente idiota. La inteli-
gencia tiene un límite, yo he conocido también mucha gente inteligente, pero
aún los más inteligentes que yo he conocido tienen un límite, la estupidez es
infinita. Yo oí decir en la Academia Nacional de Medicina a un académico,
que éramos violentos, nosotros los colombianos, porque éramos producto de
una serie de mestizajes indeseable, que éramos violentos porque nos había-
mos mezclado en mala hora con pijaos, panches y caribes, feroces y tal. Que
de ahí venía esa cosa nuestra tan maligna. Eso es una infamia. Mejor dicho,
los indios son mucho más tranquilos, mucho menos agresivos que los que se
llaman así mismos en este país blancos. O sea, los mayores, los más feroces
capitanes de la crueldad desencadenada son gente, pues, blanca, pero entre
nosotros, para los gringos cafés claros.
Entonces, hay muchas cosas que uno puede decir ahí. La primera que
hay que decir es la siguiente, en relación a nosotros, hasta 1974, en que
fue posible en Colombia el matrimonio civil, porque antes solo podía uno
casarse en Colombia por la Iglesia, y no había divorcio. La estadística que
era una estadística fiable hecha por la misma Iglesia que es muy juiciosa en
asentamientos de los datos de los bautizos. El cuarenta por ciento de los
niños que nacían en Colombia hasta 1974 no tienen padre conocido. Son
como decía la Iglesia, hijos naturales, ilegítimos o adulterinos, que esa es
la peor calificación. O sea, marginales. Acuérdense que la Iglesia asienta el
bautismo del hijo no nacido de matrimonio por fuera de la página, en el
margen. Por eso se llama marginal a la gente que está por fuera. Yo sí creo
que eso tiene que ver, aquí no hay padre, no hay quien te ofrezca la ley. No
hay, es que no está. Y las madres que echan mano de un padre hipotético,
ese padre hipotético en nuestra cultura siempre era Dios o el Estado. Uno y
otro igualmente lejanos, igualmente incompetentes, igualmente insensibles.
Entonces, eso es, ahí hay una raíz, yo sí creo, pues, ahí si soy muy freudiano,
que uno necesita un papá o un substituto de papá. Por supuesto, un buen
abuelo, o un tío pueden hacer las veces de padre, un hermano mayor. Incluso
un maestro cariñoso y firme puede ser un buen papá. Incluso una institu-
169
ción que lo eduque a uno firmemente con afecto y sin perversión puede
hacer de papá bastante bien.
Otra cosa que pasa también y que tiene que ver con nuestra violencia es la
infinita brecha que hay entre los que son más pobres y los que tienen. Y eso no
puede ser tapado. Y entre los que son más pobres, y que son más ignorantes,
y por ello mismo son víctimas de todos los sistemas de creencias absurdas y
delirantes. O sea, una cosa que decía el texto de Javier Mazuera esta mañana,
decía que el psicoanálisis está en todas partes y nombraba los actos fallidos,
los sueños, las fantasías, y de último, dejó, muy prudente él, las religiones. Pues
sí, yo pondría de primero a las religiones como las depositarias de todo el
pensamiento primitivo, de toda la represión, de toda la crueldad. Miren, una
religión cuyo acto central es la tortura y asesinato de un inocente que se repite
cada año, para que al año siguiente vuelva a nacer chiquito para ser adorado,
eso solo ya es una perversión, me entienden. Eso solo ya es una negación,
el horror. Cuando a uno lo torturan, lo cuelgan, lo escupen, lo balancean, le
quiebran las patas, finalmente eso no resucita, nunca más, me entienden. Y
eso sí que lo saben bien los paracos de este país. Pero bueno, ya, ahí está el caso
clínico. Ahí están unos pocos avances acerca de la teoría y de la explicación
de lo que tenemos. Hay, por supuesto, explicaciones históricas, económicas,
que yo no voy a expresar aquí porque no me siento competente para ello,
pero que admito que son verdad. También creo que hay una educación feroz
a los niños, que a los niños se le ha pegado toda la vida en nuestra cultura,
hay quienes piensan que la letra con sangre entra; que la brutalización de los
niños empieza en la etapa anal cuando empiezan a hacerse encima y los pa-
ñales son caros. Porque las madres pobres, inevitablemente, son más bravas y
más feroces que las madres que tienen una caja de una gruesa de pañales en
el closet. Si tú eres pobre cada pañal es un dolor, entonces, tienes que hacer lo
posible para que el muchachito deje los pañales y si es que hay que pegarles
para ahorrar, pues peguémosle para ahorrar. Tenemos entonces una cosa clara
que es el maltrato infantil, que predomina enormemente en nuestra sociedad.
Aunque debo reconocer que ha disminuido, eso dicen todas las estadísticas,
ahora les pegamos mucho menos a los niños de lo que les pegábamos antes.
También hay que señalar otra cosa, una forma de agresión oral perversa
es el alcoholismo. Es una forma en que uno se mata a punta de aguardiente.
170
Tenemos unas tasas de consumo de alcohol en Colombia sumamente altas.
Con una modalidad de ingesta que es terriblemente agresiva. Beber solamen-
te desde el viernes a mediodía, o desde el sábado a mediodía, si se es obrero
de la construcción, hasta descerebrarse el domingo por la tarde. Para después
parar hasta el siguiente viernes o sábado. Es un modo agresivo de beber, es un
modo macho de beber. El que pida una picadita, como dicen acá, inmediata-
mente los otros le dicen, pero usted es marica, como se le ocurre pedir comida,
se va tirar los traguitos, tome sin nada, como hombre, a fondo blanco. Ahí está
el machismo. Y el machismo es inseparable del alcoholismo. Y el machismo
y el alcoholismo son inseparables de la violencia intrafamiliar. Y la violencia
intrafamiliar, el machismo y el alcoholismo se juntan para crear una siguiente
generación aún más feroz. Dijeron que era de Sociedad y Psicoanálisis, ahí
tienen, eso es. Muchas gracias.
171
172
UN IMPOSIBLE DUELO1*
Sylvia De Castro Korgi
Contra la fugacidad, la letra
Contra la muerte, el relato.
Tomás Eloy Martínez
I
Nos reúne Sigmund Freud, ciertamente. Pero el motivo explícito de esta re-
unión, el centenario de su texto “Duelo y melancolía”, no es cualquiera.
Celebro la propuesta y la decisión de la Sociedad Psicoanalítica Freudiana de
Colombia de conmemorar la reflexión freudiana sobre el duelo en un momento
en que nuestra experiencia histórica más reciente, la de una guerra irregular que
llega parcialmente a su fin en virtud de un esforzado acuerdo de paz, nos permite
-con cierta esperanza- volver el rostro a lo que viene después del fulgor del com-
bate,si asumimos que la estela de dolor no equivale al proceso de duelo.En virtud
de la diferencia entre el dolor y el duelo, entre la aflicción causada por la pérdida
y el duelo que, más allá del dolor implica un cierto proceso psíquico, una cierta
reestructuración psíquica del doliente, es acertado preguntarse, en estos días jus-
tamente, por la incidencia del acuerdo de paz sobre las víctimas porque, más allá
de los aspectos jurídicos2, reconocimiento de las víctimas mediante y promesa de
aproximación a la verdad de los crímenes, ¿no promete acaso la firma misma del
acuerdo la transición a otro momento en el que el dolor de paso al duelo? Quizás
podríamos ver en ello el verdadero alcance de un acuerdo de paz que ha situado a
las víctimas del conflicto en el centro de sus preocupaciones. La apuesta, pues, no
ha sido cualquier cosa, considerando el tamaño de nuestra tragedia.
1 * Texto de la conferencia presentada en el III Encuentro de Metapsicología Freudiana, promovi-
do por la Sociedad Psicoanalítica Freudiana de Colombia, Bogotá, agosto 25-26, 2017.
2 Imposible no recordar en este punto la reflexión agambeniana en relación con el uso de las
categorías jurídicas: Agamben advierte que el derecho no tiende al establecimiento de la justicia,
tampoco al de la verdad, exclusivamente a la celebración del juicio… Cfr. Giorgio Agamben, Lo
que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer II. Pretextos, Valencia, 2000, pp.
16-17.
173
El duelo, entonces. Según sabemos, Freud adjudica al duelo el carácter de
una reacción ante la pérdida de un ser querido o de una abstracción equiva-
lente, como lo es el caso de un proyecto, de un ideal, la patria o la libertad…,
abstracción que ocupa un lugar privilegiado cuya falta provoca el duelo en
virtud del sentido y del valor que el sujeto le reconoce. Al respecto, no puedo
pasar por alto el talante dolido de esa comunicación titulada “La desilusión
provocada por la guerra”, una de las dos que bajo el título De guerra y muerte.
Temas de actualidad, Freud publica a pocos meses del estallido de la primera
guerra mundial. En ella reconoce una pérdida así, anudada al socavamiento
de los ideales de la eticidad, del cuidado del bien común y de la aceptación
de las diferencias entre las naciones, pérdida de la que Freud se conduele en
grado apenas coherente con los horrores que el combate fue capaz de provo-
car. En efecto, Freud señala cómo esa guerra no fue menos cruel que otras;
al contrario, transgredió un límite acogido por lo que ya para entonces se
designaba como derecho internacional, lo cual era para él indicador de cómo
las naciones cultas contribuían a la barbarie. Así las cosas, y sobre el fondo del
desmoronamiento de la fugaz esperanza de una “guerra ideal”, Freud conclu-
ye que la desilusión provocada por la guerra “no está justificada, pues consiste
en la destrucción de una ilusión”3.
Con la guerra nos hallamos, pues, sin velo ante el horror del que la huma-
nidad es capaz. Según la elaboración freudiana, la guerra nos deja turbados ya
no solo porque nos confronta con la muerte de una manera insoportable, sino
porque nos enfrenta sin remedio ante las manifestaciones de odio que resultan
ajenas a nuestros ideales de civilidad. La guerra, la Gran guerra, como sabe-
mos, interrumpió toda legislación, con lo que eso tuvo como consecuencia a
título del desfondamiento del Otro de la ley, del Otro del pacto social, lo cual
no fue ajeno a la paulatina desaparición del dominio de lo público que hasta
entonces había funcionado como recurso simbólico para quienes se hallaran en
duelo4. Freud no lo dice explícitamente, pero esa modificación de las cosas, hoy
en día debidamente documentada, es el telón de fondo de sus elaboraciones.
3 Sigmund Freud, “De guerra y muerte. Temas de actualidad” (1915), 1. La desilusión provocada
por la guerra, en Obras Completas, vol. XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1979, p. 282.
4 Cfr. María E. Elmiger, “Variaciones actuales de los duelos en Freud”, en Desde el Jardín de
Freud, Revista de la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura, Universidad Nacional de
Colombia, sede Bogotá, n° 11, 2011, pp. 31-50.
174
Por lo demás, nosotros sabemos lo que en Europa ya se anunciaba, por increí-
ble que fuera, y lo que ocurrió. Con todo, aquí, en este país, la barbarie de la
guerra no dejó de sorprendernos…
Ahora bien, es en relación con la pérdida de un ser querido, del objeto
de nuestro amor, de nuestra ventura, cualquiera sea el lugar que ocupe en el
entramado de las relaciones sociales, que el asunto del duelo se plantea para
Freud de forma explícita. No nos resultará entonces difícil diferenciar el ideal
que pierde su vigencia, del semejante cuyo cuerpo se entierra…, aún si mu-
chos de nosotros nos vestimos de luto el 2 de octubre de 2016, cuando el No
se impuso sobre el Sí en el plebiscito que buscaba refrendar los acuerdos de
paz de La Habana. Quizás en relación con esto podamos intentar una aproxi-
mación conclusiva, y afirmar que entre el ideal, que se pierde… y el semejante,
al que debemos enterrar…, una diferencia radical se sitúa a nivel del cadáver,
es decir, en relación con los ritos de enterramiento, con lo cual el panorama
de nuestra tragedia se va perfilando… Esa es al menos la ruta en la que me
comprometo en este texto.
Todavía, en el tratamiento del asunto en “Duelo y melancolía”, Freud
introduce la noción de ‘trabajo de duelo’, esa suerte de exigencia que se le
impone al doliente en relación con la pérdida, y que aparece primero en su
pluma como “trabajo de recuerdo”5. Se trata, según sabemos, del privilegio que
él le concede al desasimiento paulatino de la libido que anudó los lazos con el
muerto, de cada recuerdo, uno a uno, desasimiento doloroso, que compromete
al deudo en lo más profundo de sí, y del que podríamos destacar dos elemen-
tos para nuestro propósito.
En primer lugar, que tal aflojamiento de los lazos exige un trabajo de
memoria, allí donde a primera vista pareciera de olvido. Freud dice explí-
citamente que los recuerdos y las expectativas en que la libido se anudaba
al objeto son, no solo clausurados, también sobreinvestidos, es decir, que la
sobreinvestidura de los recuerdos es condición de su clausura...6 Con lo cual
el asunto de la memoria del muerto queda situado en una articulación inevi-
5 Freud, S. “Estudios sobre la histeria”, en óp. cit., Vol. II, p. 176. Cfr. Batista, Ana L. “El problema
del duelo”, en Desde el Jardín de Freud n° 11, óp. cit., pp. 17-30.
6 Freud, S. “Duelo y melancolía”, óp., cit., p. 243. Agradezco a mi colega Mario Figueroa por esta
indicación.
175
table con el duelo. Quiero decir entonces que el “trabajo del duelo” riñe con
una idea de “enterrar la memoria” que los deudos guardan de sus muertos,
una memoria tanto más presente y acuciante cuanto que los crímenes no han
sido esclarecidos y sus cuerpos no han sido siquiera hallados…7. Aquello que
espera ser enterrado, en este país, no es la memoria de desapariciones y asesi-
natos, son los muertos.
En segundo lugar, de ese desasimiento paulatino dice Freud, que avan-
za, ahora sí, en una suerte de desprendimiento y culmina, finalmente, en una
renuncia de lo perdido, en virtud de la cual la libido, una vez libre, estaría
dispuesta a la sustitución del objeto… Freud se muestra, pues, a favor de
la sustitución del objeto perdido, sustitución apoyada, por lo demás, en los
buenos servicios del examen de realidad, lo cual no deja de ser extraño…
¿Quién no recuerda la original reflexión freudiana sobre la realización del
deseo y sobre el objeto que se constituye en esa experiencia inaugural, un
objeto que no es otra cosa que la huella de memoria de un encuentro para
siempre perdido?8.
Así las cosas, tampoco es de extrañar es que el propio Freud haya podi-
do interrogar el final prometedor de la sustitución del objeto perdido al tér-
mino del proceso de duelo. De hecho, una carta suya, no un texto concep-
tual ni un informe doctrinario, nos conduce al propio duelo de Freud por la
muerte de su hija Sophie, un duelo que viene a subvertir sus convicciones.
En 1929, le escribe a su amigo Ludwig Binswanger, él mismo en duelo por
la muerte de unos de sus hijos, estas palabras:
Aunque sabemos que después de una pérdida así el estado agudo de
pena va aminorándose gradualmente, también nos damos cuenta de que
continuaremos inconsolables y que nunca encontraremos con qué rellenar
adecuadamente el hueco, pues aún en el caso de que llegara a cubrirse total-
mente, se habría convertido en algo distinto. Así debe ser. Es el único modo
de perpetuar los amores a los que no deseamos renunciar9.
7 Cfr. Gloria Gaitán, “El intento de memoricidio de Gaitán”, en Las dos orillas, abril 10, 2017.
Consultado el 23 de agosto de 2017.
8 Cfr. Diana Rabinovich, El concepto de objeto en la teoría psicoanalítica. Manantial, Buenos
Aires, 2003, pp. 12-14.
9 Sigmund Freud. Epistolario 1893-1939, Biblioteca Nueva, Barcelona, 1963, p. 431.
176
Digamos entonces que aun en el duelo que Freud califica de normal, aspirar
a la sustitución del objeto perdido por otro, una sustitución sin resto, no es más
que… vana ilusión. La muerte revela que algo del objeto perdido es inolvidable,
por lo tanto, insustituible. Lo es porque el objeto no se reduce a representación.
Lo irrepresentable del otro -eso que Michael Turnheim, autor de quien tomo
esta referencia- llama la alteridad, la irreductible singularidad del otro, eso, antes
que resolverse gracias al trabajo de duelo, moviliza el duelo…
Tal constatación nos obliga a volver sobre las formulaciones freudianas de
la segunda comunicación recogida en el texto ya citado “De guerra y muer-
te”-, en este caso “Nuestra actitud hacia la muerte”, en la que se hace explícita
la doble vertiente de la muerte propia y la muerte del otro, para advertir que
no es solo la primera, la propia -de la que sabemos que no hay registro en el
inconsciente- la que nos resulta irrepresentable. También la irrupción de la
muerte del otro nos revela una parte suya que escapa a la representación. ¿No
es esa acaso la impresión ante la que nos arroja la presencia misma del muer-
to? Impresión de extrañeza, por decir lo menos.
Con estos elementos en juego, una conclusión se advierte, relativa a la
doble desdicha que es para nosotros la muerte de alguien que nos es próximo
pues, por un lado, nos pone frente a la alteridad de la muerte, es decir, de lo no
representable a nivel de lo universal -aquello en relación con lo cual el hombre
de los orígenes fabricó espíritus y demonios-, mientras que de otro lado nos
enfrenta a la presencia de lo que permanece, de un resto del muerto, a nivel de
lo particular, un resto que no se deja eliminar…10 Lo real del muerto, a lo que
habría que sumarle la particularidad de nuestro encuentro con él y de lo que
hemos sido para él, lo hacen refractario a la sustitución11. En verdad, es impo-
sible hacer el duelo cabal del otro de una relación en la que cada uno aporta
su alteridad, es decir, en la que cada uno aporta, justamente, lo insustituible…
Pero lo que en adelante quisiera destacar es cómo esa alteridad plan-
tea problemas a la memoria, que no sabe qué hacer con lo que no es repre-
sentación o, incluso, que no puede hacer nada a falta de representación12.
10 Cfr. Michael Turnheim, L’autre dans le même. Editions du Champ Lacanien, Paris, 2002.
11 Cfr. Patricia León, “El duelo, entre la falta y la pérdida”, en Desde el Jardín de Freud n° 11, óp.
cit., pp. 67-76.
12 Cfr. Michael Turnheim, óp. cit.
177
Ahora, retroactivamente, según creo, cobra pertinencia lo que he dicho hasta
aquí. En adelante se abre el otro capítulo, ineludible, del duelo: el de los rituales
de enterramiento, que se nos revelan como intentos de tratar, de bordear lo
irrepresentable de la muerte, con lo cual nos aproximamos al asunto doloroso
que se nos presenta, en Colombia, como una herida abierta, una vergüenza, una
deuda con las víctimas del conflicto.
Este tema, el de la memoria de los muertos, del cuidado del cadáver, del
entierro, agrega a la comprensión hasta aquí presentada, un tanto dual del duelo
puesto que se juega entre el deudo y su muerto, elementos que Freud puso en
principio a la cuenta de su examen sobre el desarrollo de la cultura. En “Tó-
tem y tabú” rastrea entre los llamados primitivos la existencia del tabú de los
muertos y la serie de limitaciones, prohibiciones y mandamientos a los que este
conduce y que se manifiestan durante el período de duelo. Freud asegura que
no se puede responsabilizar al duelo por las prácticas del tabú pero también
afirma que estas, dado su carácter de restricciones, dan expresión al duelo13.
Este hallazgo nos pone en la pista de la historicidad de las formas que asume
el duelo, sus rituales, y, simultáneamente, de lo que constituye su invariante: el
tratamiento del cadáver. El duelo, pues, como Freud lo consigna, atañe tanto al
afecto penoso como a su manifestación ritual.
El asunto de los rituales no es ajeno a lo que Freud llama la prueba de reali-
dad. El trabajo de duelo cumple con una función, la de admitir como perdido lo
que se ha perdido, admitir también que no retorna, y eso equivale a pasar de la
experiencia de la desaparición… instantánea, a la de la inexistencia… permanen-
te14. Si Freud reconoce que la realidad tiene un lugar fundamental en el duelo,
es justamente porque en el cumplimiento de esa confrontación se juegan el
retiro de la libido y la resignación del objeto. Pero, así como no hay sustitución
sin resto del objeto perdido, ¿qué asegura que la realidad atestigüe su pérdida?
Aún si no podemos descuidar el tardío hallazgo freudiano según el cual, con
todo y la diferencia estructural entre neurosis y psicosis, la reconstrucción de la
realidad perdida fracasa en ambos casos puesto que no hay sustituto cabal de lo
perdido15, la presencia del cadáver es aquí determinante.
13 Freud, S. “Tótem y tabú”, en óp. cit., vol. XIII, p. 67
14 Cfr. Analía Batista, “El problema del duelo”, en Desde el Jardín de Freud, n° 11, óp. cit., p. 28.
15 Freud, La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis (1924), vol. XIX, p. 196.
178
Ahora bien, cuando la experiencia de la desaparición no es solo una manera
de hablar de la muerte sino la expectativa ante un crimen del que no hay otra
prueba que la ausencia prolongada del ser en cuestión, y luego, la ausencia del
cadáver, ¿qué podemos esperar? ¡Qué duelo es posible en estas condiciones! A
falta de duelo hay, por el contrario, eternización del dolor16. Pienso que la des-
aparición -llamada forzada- nos da la medida del horror de la guerra en Co-
lombia cuando del duelo se trata… La desaparición es un traumatismo como
ningún otro, que no encuentra las vías de tramitación que serían justamente
las del duelo, es una confrontación con lo real de la falta que no termina de
ganar la dimensión de la pérdida porque no concluye en la confirmación de
la muerte y, tampoco en el reconocimiento del cadáver y el acto del funeral.
Si a esto se agrega la indolencia tantas veces denunciada del Estado cóm-
plice cuando no culpable, si, como ha sido la constante en años, la ocurrencia
de la desaparición se ha puesto en duda y su valor de crimen ha sido impug-
nado por las esferas del poder, de nuevo, ¿qué podemos esperar? A falta de
reconocimiento, a falta de justicia, en fin, a falta de prueba de realidad que
conduciría a declarar muerto al objeto perdido, los deudos han quedado con-
finados al campo de la pesadilla17.
No alcanzamos a sopesar el valor y la función de los ritos funerarios, cuyo
menosprecio se ha instalado en las sociedades occidentales en paralelo con la
devaluación de lo público. Convendría preguntarse qué le debe a esta deva-
luación la epidemia de depresión en el mundo contemporáneo… Pero ese es
otro asunto.
II
“Como a mis hermanos los han desaparecido, esta noche espero a las
orillas del rio a que baje un cadáver para hacerlo mi difunto”.
Así empieza Jorge Eliécer Pardo, escritor colombiano, su relato titulado
Sin nombres, sin rostros ni rastros. El relato nos confronta con una de las tra-
gedias más dolorosas de nuestra historia, la de colombianos asesinados en el
16 Cfr. Matilde Pelegrí, Monserrat Romeu, “El duelo, más allá del dolor”, en Desde el Jardín de
Freud n° 11, óp. cit., p. 141.
17 Cfr. Gérard Pommier, El desenlace de un análisis, Nueva Visión BA, 1989, p. 133.
179
curso de esta guerra irregular que hemos padecido, cuyos cuerpos, arrastrados
por las corrientes de los ríos son avistados por los pobladores de los puertos,
recogidos, y adoptados para ser enterrados. Cuerpos fragmentados de cuyo
sufrimiento en vida los pobladores estiman el alcance, y se duelen. Entonces,
los adoptan como suyos, los arreglan, los completan.
Desde la perspectiva oficial son los NN, los no name, los sin nombre. Son
campesinos, pobladores, líderes sociales… Han perdido no solo la vida, tam-
bién la filiación, aquello que los sitúa en el linaje humano. De nuestra parte,
esta tragedia evoca lo innombrable: aquello para lo cual lo simbólico del len-
guaje no alcanza, lo que excede a la comprensión, por tanto, a la expectativa
imaginaria de aliviar el impacto de terror que provoca, lo que nos enfrenta en
cambio a lo real, precisamente a lo que no tiene nombre18.
“Todos tenemos a nuestros NN en el cementerio, dice una voz del relato,
les ofrecemos oraciones y flores silvestres para que nos ayuden a seguir vivos
porque los uniformados llegan a romper puertas, a llevarse nuestros jóvenes
y a arrojarlos despedazados más abajo para que los de los otros puertos los
tomen como sus difuntos en reemplazo de sus familiares”19.
En el relato, los pobladores saben, aún si no pueden reconocerlo, que sus
desaparecidos están muertos. Pero falta el cadáver. Así, la tragedia de la des-
aparición encuentra su máxima expresión en la ausencia de las honras fúne-
bres y de la sepultura. Un documental realizado por los artistas Juan Manuel
Echavarría y Fernando Grizáles, titulado Réquiem NN, recoge a su turno la
intimidad del ritual que durante años han realizado los pobladores de Puerto
Berrio, sobre el rio Magdalena Medio, escenario privilegiado del accionar
paramilitar desde el decenio de 1980. La coincidencia entre el relato literario
al que he hecho referencia, y el documental mencionado nos permite aproxi-
marnos a las razones íntimas de ese sobrecogedor ritual. En efecto, la última
escena del filme muestra a una madre, en duelo sin fin, que se acerca a una
tumba anónima para cumplirle al difunto allí enterrado la promesa que le
18 Va aquí mi homenaje a la escritora colombiana Piedad Bonnett.
19 Jorge E. Pardo, Sin nombres, sin rostros ni rastros. Publicado en Desde el Jardín de Freud, n°
11, óp. cit., pp. 317-320. Este cuento ocupó el primer puesto en el concurso de cuento sobre
desaparición forzada, Sin Rastro, que fue convocado por la Fundación Dos Mundos, Instituto
Pensar, Universidad Javeriana, Comisión Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas y
Defensoría del Pueblo, Colombia, 2008.
180
hizo de adoptarlo, quiere decir, de nombrarlo: ella le da un nombre, el nombre
de su hijo desaparecido.
Entonces, el asunto central en juego en la desaparición es un asunto hu-
mano por excelencia: el de dar sepultura a los muertos. No es de extrañar
pues, que en este punto evoque yo a Antígona, la heroína que desafía al amo,
a Creonte, al contravenir su orden y decidirse a enterrar a su hermano, no
porque ella se oponga a la ley, sino porque defiende una ley en acuerdo con la
justicia humana.
No existe civilización alguna que no haya hecho del cuidado de sus muer-
tos un eje de su cosmovisión y un motivo moral, incluso, aún, la nuestra, la
civilización tecno-científica, no obstante sus sueños narcisistas de vencer la
muerte, no obstante el hecho de que también la muerte ha ingresado en los
cálculos del biopoder y de los más vulgares de la ganancia.
Ahora bien, el ritual del que he presentado aquí a grandes rasgos sus
versiones literaria y fílmica, aún si incluye las visitas al cementerio, los rezos,
el cuidado de la tumba y la celebración el día de los difuntos, todo eso que
podemos recoger como elementos constitutivos de los ritos, empieza por la
donación del nombre, no por nada. Del muerto, es el nombre lo que persiste
en la memoria de los vivos, aun para dos generaciones sucesivas. Y en el caso
anómalo, el de un muerto anónimo, un muerto vivo, un desaparecido, el ritual
empieza por ahí. Solo así, una vez nombrado, podrá recibir sepultura.
Si el nombre es una marca significante de quienes nos traen a la existen-
cia, que participa de ese movimiento esencial, asegurado por lo simbólico, en
virtud del cual una pérdida de lo viviente puro, una pérdida de la condición
animal garantiza nuestro nacimiento como humanos, podemos concluir que
ese ritual está a la altura de una redención… Hago aquí mía la reflexión de
la psicoanalista francesa Martine Mènés para preguntar si acaso la barbarie
paramilitar no nos ha planteado de la forma más cruda en nuestro medio la
pregunta de lo que puede advenir en una cultura en la cual la lógica mortífera
llegue a dominar al punto de reducir los cuerpos humanos a lo viviente puro,
exterminable, como en efecto, lo inauguró el nazismo20…
20 Martine Mènés, “Hacer cuerpo”. Publicado en La lettre de l’infance et de la adolescense.
2003/2 n° 52. La traducción es mía.
181
Así las cosas, mediante su ritual, inscrito en un mundo de creencias que
resultan tanto mágicas como religiosas, los habitantes del puerto son aquí los
representantes de una humanidad que se niega a entregarle a la barbarie el
último baluarte de una costumbre, en sentido ético del término, de una cos-
tumbre que nos ha permitido mantenernos aún a salvaguarda de esa lógica:
la costumbre de la sepultura. La comunidad expresa una suerte de voluntad
colectiva por preservar el principio humano de la sepultura como un legado
insustituible, con respecto a la cual cada generación tiene que velar por su vi-
gencia para asegurar su transmisión a la siguiente. Los habitantes del puerto
saben, sin saberlo, que en ausencia de duelo son las bases mismas de lo huma-
no lo que está en juego. Por lo demás, no necesitaron que organismo alguno,
gubernamental o no gubernamental, les dictara el libreto, lo que bien valdría
la pena tomar en cuenta.
Dicho de otro modo, el ritual es una tentativa de inscribir lo innombra-
ble, a falta de lo cual no habría memoria posible. Sabemos por Freud que solo
la memoria, como inscripción, promete un cambio de registro en la experien-
cia subjetiva del horror. Lo contrario es el retorno a las imágenes terroríficas,
justamente el imperio de la pesadilla. Sabemos, igualmente, que la falta de
memoria condiciona la imposibilidad del olvido…, condiciona la imposibili-
dad, para los sufrientes, de dar vuelta la página.
182
RECORDAR LO PERDIDO
UN ASUNTO DE HUMANIDAD
Juliana Hurtado Arboleda
Nada se ha resuelto todavía, ningún conflicto se ha neutralizado, la memo-
ria no ha interiorizado su pasado. Lo que ha sucedido, ha sucedido. Pero el
hecho de que haya sucedido no es fácil de aceptar. Yo me rebelo: contra mi
pasado, contra la historia, contra un presente que congela históricamente
lo incomprensible y con ello lo falsea del modo más vergonzoso. Ninguna
herida ha cicatrizado, y lo que en 1964 parecía a punto de sanar, vuelve
a abrirse como una pústula. ¿Emociones? ¡Sea! ¿Dónde está escrito que
la ilustración deba ser desapasionada? En verdad, es todo lo contrario. La
ilustración solo podrá cumplir su tarea si obra con pasión.
Jean Améry
Bruselas, invierno 1976
Mi objetivo en esta tarde de reflexión sobre el duelo, la melancolía y la
violencia, es resaltar el papel de la memoria en esta intrincada rela-
ción. Para esto, además de acompañarme de Freud con Duelo y melancolía, de-
cidí recoger el pensamiento de algunos filósofos, para lo cual revisé los libros
Más allá de la culpa y la expiación -Tentativas de superación de una víctima de
la violencia-, de Jean Améry, y Memoria de Auschwitz, Memoria de occidente y
Tratado de la injusticia, de Manuel Reyes Mate. Los escogí porque nos mues-
tran con claridad y contundencia algo que quiero resaltar y es el papel político
de la memoria, la responsabilidad que tenemos de asumir el sufrimiento -ese
lado oscuro de la historia que tanto nos cuesta ver-.
En Duelo y melancolía, Freud no tiene en cuenta las variaciones históricas
de la función del duelo o la relación con la muerte en Occidente1, cuando
el sadismo de unos seres humanos recayó sobre otros e hizo que perdieran
1 Allouch, Jean. (2011). Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. Buenos Aires: El cuenco de
plata.
183
algo más que sus objetos de amor, su humanidad. Sabemos que el trabajo
de memoria es indispensable no solo para resarcir nuestra tristeza, sino para
lograr quedarnos con el objeto de amor internamente, pero es necesario tener
presente que cuando la pérdida tiene que ver con injusticias producto de la
violencia, ese trabajo individual requiere del trabajo de memoria del con-
junto de la Sociedad, porque el Yo casi aniquilado de los oprimidos necesita
la fuerza de la verdad y de la justicia para encauzar el sadismo hacia donde
corresponde, hacia el verdugo, que es el culpable del daño cometido y es quien
tiene que pagar por ello. De no ser así, el sadismo recae irremediablemente
sobre los oprimidos y termina de aniquilarlos. Entonces, la Sociedad facilita
u obstaculiza el trabajo de memoria.
Jean Améry, por ejemplo, nos muestra que recordar es fundamental no
solo para el individuo, sino para todo un pueblo, porque al perder su Yo en los
campos de concentración y no encontrar después quién lo acompañara en sus
recuerdos, no le quedó sino la muerte. Améry fue un hombre supremamente
valiente que se dió cuenta de la necesidad de restituir el valor moral e históri-
co del resentimiento como una forma de resistirse al olvido de tantos años de
sufrimiento, y no perder su humanidad. Él cuestiona la inocencia colectiva y
la obligación de olvidar. Reyes Mate, por otra parte, hace una fuerte crítica a
la tradición filosófica de occidente a la hora de pensar la verdad y la moral, por
dejar de lado el sufrimiento y quedarse únicamente con un lado de la historia.
La tradición filosófica de lo que se olvidó fue precisamente del objeto de estu-
dio del psicoanálisis, del inconsciente, y con él, de toda la historia passionis del
ser humano que Freud había descubierto a finales del siglo XIX. Reyes Mate
hace un llamado a rescatar la memoria aunque haga peligrar la legitimidad
de nuestro presente, porque considera que ella es imprescindible para dotar
a la justicia de su verdadero sentido. Entonces, si queremos comprender el
presente tenemos la obligación de volver al pasado, pero en el sentido de no
tener otra opción. Por tanto, es necesario recordar, y no se trata de recordar
lo que es recordable, sino precisamente aquello que no queremos recordar: el
sufrimiento, las injusticias, el dolor.
Para lograr mi objetivo el día de hoy he dividido mi exposición en tres
partes, en la primera presentaré el pensamiento de Jean Améry, en la segunda
parte, el de Reyes Mate y la omisión del psicoanálisis en la tradición filosófica
184
de Occidente, y finalizaré con los principales planteamientos de Freud en
Duelo y Melancolía y una breve reflexión sobre nuestro presente conflictivo en
Colombia. Veamos.
I
Jean Améry, cuyo nombre real era Hans Maier, nació en 1912 en Viena y
creció en una familia judía totalmente integrada a la cultura austriaca. Huérfa-
no de padre y con una madre que le reprochaba frecuentemente que “no iba a
ser nadie en la vida”, permaneció recluido durante 642 días en diversos campos
de concentración en la Alemania nazi, donde fue incomunicado y atrozmente
torturado. Fue liberado el 15 de abril de 1945. Cuando salió de Bergen-Bersel,
el último campo de concentración al que fue trasladado en esas interminables
“marchas de la muerte”, se encontró con algo atroz: el poder oficial victorioso
-el de la reconstrucción nacional alemana-, desentendiéndose de doce años de
nazismo, le imponía aceptar unas condiciones, debía ser una víctima del nazis-
mo, reconciliarse con el mundo, y no podía sentir rencor.
Ese encuentro con la realidad fuera del campo de concentración era un
desencuentro por su inversión. Alemania no sentía dolor ni culpa, y si acaso
ésta aparecía, se aligeraba fácilmente por el disfrute económico que la enor-
gullecía en ese momento. Los vencedores no eran las víctimas, sino el pueblo
alemán que pretendía que olvidara lo que le había pasado y se reconciliara,
por decreto, con aquellos que habían barrido por completo su personalidad.
Él no participó de los vuelos éticos que se le proponían a las víctimas, como
aceptar con resignación los acontecimientos y dejar que el tiempo curara sus
heridas, o que considerara su experiencia como algo formativo, o que tratara
de “sublimar” y que adquiriera una nueva identidad. Él no pudo secundar
el llamamiento a la paz que exhorta no mirar el pasado, sino únicamente
al futuro mejor y común, esa paz estable y duradera. No toleró el olvido y
el perdón porque comprendió que todo olvido y perdón forzados mediante
presión social eran inmorales. Se resistió a dotar de sentido el mal padecido
en los campos de concentración, a elaborar su pérdida o superarla mediante
algún proceso de comprensión o justificación. No estaba dispuesto a revertir
lo irreversible o cancelar lo acontecido. El dolor de tantos días de reclusión,
185
exilio, deportación y sufrimiento, se resistía a ser reprimido. Améry restituye
el valor del resentimiento como una reacción moral legítima, una forma de
negarle el perdón a lo que es imperdonable (Améry, 2001, p.142).
A partir de 1945, Améry se dedicó a escribir ensayos autobiográficos, ex-
ploraciones cargadas de sentimientos que tratan de las vivencias de un hombre
lacerado hasta el alma por la violencia, reducido a la nada y que por azar “re-
torna de entre los muertos”. En 1964 recogió varios de sus ensayos en su obra
Más allá de la culpa y la expiación2. En este libro, él no puede dejar de considerar
la deportación y el exterminio como crímenes y exige un justo castigo para los
responsables, pero no desde la valoración moral y jurídica del genocidio como
delito que reclama penas, sino que previene contra una interpretación expiato-
ria del sufrimiento y de la muerte de las víctimas (Améry, 2001, p.28). Para él,
no era suficiente con que el verdugo confesara su culpa en una plaza pública,
porque con esto solo se conseguía que éste expiara sus pecados. Lo que exigía
era la suspensión del tiempo responsabilizando al criminal de su crimen, para
que éste, una vez consumada la reversión moral del tiempo, lograra relacionarse
con la víctima como semejante. Era la forma de oponerse al silencio del mundo,
de alzar el dedo amonestador contra Alemania en su conjunto y conservar el re-
cuerdo de que no fueron alemanes quienes vencieron el dominio de la infamia.
Así, un bando debía conservar el resentimiento para que, por efecto de esto, se
generara en el otro bando, el del verdugo, algo fuera de la proporción, fuera de
la palabra, una actitud de desconfianza respecto de sí mismos. El resentimiento
era el instrumento de recuperación del pasado sepultado que permitía abrir la
herida y sacar el pus que enconaba la verdad. Era la forma de enfrentar el horror
y posibilitar superar la pérdida. Améry no podía olvidar, y recordar implicaba
un trabajo de develamiento de las pretensiones de universalidad e imparcialidad
que ocultaban y falsificaban la realidad moral de las víctimas, una separación de
la lógica del discurso dominante, la desarticulación de esa lógica. Entonces, no
es suficiente con que el verdugo sea llamado culpable, sino que éste debe adqui-
rir consciencia del daño cometido, debe negarse a sí mismo y verse obligado a
enfrentar la verdad de su crimen.
2 Título que en alemán alude a la obra de Dostoievski conocida por nosotros como Crimen y
Castigo, pero que en ruso sugiere transgresión y expiación, connotando más la idea de pecado
que la de delito.
186
Améry se dio cuenta de que no sería posible recuperar su pasado y se
vio forzado a aceptar una culpa colectiva de índole estadística. Después de
varios años lejos de Alemania regresó a su casa y encontró que los gérmenes
del fascismo seguían vivos, y que muchos cómplices de la dictadura ocupaban
lugares claves en la economía, la diplomacia y la política. El pueblo alemán
no sentía culpa y quería olvidar lo sucedido. Él afirma, “no obstante, es una
inquietud social, no metafísica. No me angustia ni el ser ni la nada, ni dios
ni la ausencia de dios, sólo la sociedad: pues ella, y sólo ella, me ha infligido
el desequilibrio existencial al que intento oponer un porte erguido. Ella y
solo ella me ha robado la confianza en el mundo” (Améry, 2001, p.193). La
sociedad alemana fue la encargada de terminar el trabajo sádico que algunos
comenzaron. Esa inocencia colectiva terminó por exacerbar los sentimientos
de culpa de Améry. La crueldad infligida hacia él acabó llevándolo a identifi-
carse con el enemigo. El sadismo finalmente se volcó hacia sí mismo. Él tenía
que matar a sus enemigos, pero eran demasiados y nadie estaba dispuesto
a acompañarlo. Lo vivido en la reclusión había implicado la pérdida de la
subjetividad, del vínculo social. El Yo tiene límites y puede darse por vencido
ante el superyó, porque la severidad de éste se refuerza cuando el verdugo no
asume su culpa y además, si el pueblo se proclama inocente, la culpa rebota
hacia las víctimas y termina de aniquilarlas. En 1978, a su regreso a Alemania,
Améry se suicida con una sobredosis de somníferos.
Rubén Jaramillo en su artículo La lucha contra el olvido como lucha contra el
fascismo, comenta que entrevistó a Margarete y Alexander Mitscherlich, una
pareja de psicoanalistas alemanes3, y muestra cómo el esfuerzo de reconstruc-
ción de los años cincuenta -el milagro alemán- es interpretado por ellos como
un recurso maníaco, un recurso del olvido para no enfrentar el horror y la
magnitud de los crímenes ( Jaramillo, 2013, p.175). En el libro Sólo el recuerdo
libera, los esposos Mitscherlich afirman que los alemanes de la posguerra no
se postraron en una melancolía autodestructiva, por la activación de varios
mecanismos de defensa que bloqueaban sentimientos de culpa, vergüenza y
humillación. La energía psíquica invertida en defender al Yo de un empobre-
3 Alexander Mitscherlich era director del Instituto Sigmund Freud de Frankfurt y psiquiatra
forense durante los juicios de Nuremberg. Él y su esposa fueron responsables del interés por
la obra de Freud, que estuvo proscrita durante doce años de la dictadura nacionalsocialista en
Alemania.
187
cimiento melancólico, en el trabajo de renegación del duelo, trajo consigo un
inmovilismo psicosocial y político ( Jaramillo, 2013, p.30 n.27). Los alema-
nes no se hicieron cargo de los crímenes cometidos, así que la culpa se volcó
sobre las víctimas. Sabemos que cuando no se elabora una pérdida, cuando
no se logra recordar, otro camino que le queda a la libido es la manía, y tal
como lo afirma Jaramillo, “ésta aparece cargada de un potencial narcisista
que puede llegar a ser bastante peligroso” ( Jaramillo, 2013, p. 167).
II
Reyes Mate afirma que la memoria tiene un papel político en nuestro
tiempo por ser la que dota a la justicia de un sentido verdadero. Hace una
crítica al idealismo como el tipo de conocimiento que ha predominado en la
filosofía occidental porque ha dejado por fuera lo que no es, lo que no fue o
no pudo ser, e impone su realidad a costa del olvido. Él convoca a restablecerle
el lugar al tiempo, y por tanto, nos habla de la memoria. Toda filosofía que
quiera comprender nuestro presente tiene que tener en cuenta la memoria.
Su modelo es el de la escucha donde lo que importa es el otro, incluido su
silencio. Para Reyes Mate, Auschwitz fue un proyecto de olvido donde más
allá del exterminio físico de los judíos, lo que se pretendió fue su exterminio
metafísico, porque trataron de desaparecer de la humanidad la memoria de
todo un pueblo. Entonces, este autor asegura que para entender lo que signi-
fica recordar, la referencia a Auschwitz es necesaria, por ser la figura extrema
y ejemplar de la injusticia hacia las víctimas, y porque da qué pensar al ser
impensable, es decir, Auschwitz es un punto de partida de un modo de pensar
(Reyes Mate, 2003, p.11). Decir memoria no significa que todo discurso deba
comenzar en 1942 con la aparición de los campos de exterminio, sino que
todo discurso debe empezar por lo ausente, por lo olvidado del presente. No
se trata de recordar el pasado en cuanto pasado, o lo que ha ocurrido, o con-
memorar fechas4, sino que de reivindicar la historia passionis como parte de
la realidad, “dejar hablar al sufrimiento es el principio de toda verdad” (Reyes
Mate, 2003, p.24).
4 Hoy no se trata de conmemorar los 100 años del texto de Freud, ni los 25 años de creación del
Grupo de estudio Freudiano o los 10 años como Sociedad.
188
Freud, desde finales del siglo XIX en su trabajo con las pacientes histéri-
cas, descubrió que dejar hablar al sufrimiento era el principio de toda verdad.
Él se dio cuenta de que la génesis de los síntomas histéricos y los impulsos
anímicos enlazados a ellos, quedaban perdidos para la memoria de las pacien-
tes, como si jamás hubiesen sucedido, mientras que los efectos eran perdura-
bles, como si para éstos no existiese el desgaste por el tiempo (Freud, 1924, p.
2731). Freud mostró que las pacientes histéricas olvidaban aquello que no era
soportable para la consciencia, que lo inconsciente reprimido era desviado de
la elaboración consciente y encaminado por rutas indebidas, y fue así como
llegó al método psicoanalítico como la posibilidad más expedita de encontrar
la verdad histórica de las pacientes. Entonces, recuperar la memoria tiene que
ver con recuperar el pasado para darle sentido al presente, pero eso implica
dislocar el presente para permitirle a la razón ser razonable.
Para Reyes Mate, la memoria tiene como destino la justicia porque ella
reabre el archivo y coloca como causa pendiente la respuesta a las injusticias
pasadas. Se trata de “anclar el pensar en el pensar y proponer una estructu-
ra anamnética de la razón, conscientes de que desentenderse de la más leve
huella de sufrimiento es condenar todo discurso, aunque sea ontológico, a la
mentira” (Reyes Mate, 2011, p.207). Esta estructura de la razón remite a la
diferencia entre mnèmè y la anámnēsis de Aristóteles, para quien rememorar
implica actuar anamnéticamente, es decir, con nuestra facultad de acordarnos
conscientemente, de investigar el origen de algo o recuperar el conocimiento
y la sensación que antes tuvimos. Reyes Mate afirma que en Auschwitz se
hizo la experiencia de la injusticia del sufrimiento y esa injusticia no afectó a
un hombre en particular, sino a toda la humanidad del hombre. Esto no quie-
re decir que debamos sentirnos culpables, sino que no podemos desentender-
nos del sufrimiento ajeno, tenemos que hacernos cargo del mal causado por el
hombre. En este sentido, lo que se opone a la memoria no es tanto el olvido,
sino la injusticia. Hacer justicia comienza así por reconocer la vigencia de la
injusticia cometida contra la víctima. Una política con memoria tiene que ser
una política en duelo y deuda (Reyes Mate, 2011, p.59).
Reyes Mate retoma a Adorno y su nuevo imperativo categórico, que es el
deber de recordar para hacernos cargo del sufrimiento real de los individuos.
No se trata de crear una comunidad de gente buena como lo plantearía Kant,
189
sino de impedir que la humanidad se destruya. Es un llamamiento a nuestra
humanidad como hombres y mujeres. También nos muestra la importancia
de pensadores como Franz Rosenzweig, Walter Benjamin y a Franz Kafka
quienes leyeron su tiempo tomando como punto de partida el sufrimiento.
Entonces, desde la filosofía, referirse a Auschwitz significa que la memoria
es el principio del pensar, porque es la que permite el acceso a una realidad
oculta, la olvidada. Vemos entonces que la memoria puso en marcha un nuevo
proceso de reflexión para la filosofía, y también fue ella la que puso en marcha
un nuevo proceso de pensamiento en la psicología, con el psicoanálisis.
III
En Duelo y melancolía, Freud afirma que al perder el objeto de amor el
mundo pierde su encanto y se torna vacío. La realidad con su cruda desnu-
dez nos muestra que el objeto ya no existe más, pero nuestra alma se resiste
a dejarlo de amar, a desprenderle libido, y como una reacción contraria a la
posibilidad de olvidarnos de él, nos inundamos de recuerdos con el muerto,
como una medida desesperada para que no se nos abandone. Estos recuerdos
son pequeños actos solemnes que retornan una y otra vez. Las “lágrimas re-
paradoras”, como Freud las llama en Estudios sobre la histeria (Freud, 1895, p.
176), que acompañan los recuerdos, son las que drenan la herida permitiendo
dar curso a impresiones que no habían sido tramitadas con el muerto. Nues-
tros recuerdos son como costras que taponan la herida para no desangrarnos,
aunque cargaremos con la cicatriz como señal de ese pasado doloroso. En el
duelo se cuestiona la realidad y el Yo tiene que finalmente renunciar al objeto,
declararlo muerto y saberse él con vida. El amor hacia el objeto es aquello que
logra salvarlo por medio de los recuerdos.
Por otro lado, puede pasar que el objeto no muera en la realidad exter-
na, y sin embargo, se sienta perdido como objeto de amor. Aquí se presenta
una pérdida inconsciente que hace las veces de una herida permanentemente
abierta y sangrante que vacía al Yo. La libido, poco a poco, abandona la repre-
sentación cosa inconsciente del objeto, pero como la relación con el objeto ha
sido ambivalente, el odio tratará de desatar la libido del objeto mientras que
el amor se esforzará en salvarlo. Se producirá una batalla en el sistema Inc. -el
190
reino de las huellas mnémicas de cosa-, y la libido no podrá seguir el camino
normal para pasar al Prec.-cc. hasta llegar a la consciencia, porque la represión
bloquea el paso. Finalmente, la investidura libidinal amenazada abandona al
objeto y se retira al lugar del yo del que había partido, a la identificación nar-
cisista, así que el Yo comienza a ser tratado como el objeto, en otras palabras,
se desnuda al Yo, se le quita su ropaje de humanidad, su subjetividad, y sin
ese hilo de humanidad no queda sino la crueldad, la muerte. El conflicto se
convierte en una lucha interior a muerte, una batalla entre una parte del Yo
y la instancia crítica, que hace que el Yo pierda el respeto o vergüenza por sí
mismo. Este Yo empobrecido encuentra dos posibilidades, reprocharse con
total desvergüenza por ser como es (la melancolía), o exaltar con desfachatez
lo que no ha sido y ha querido ser (la manía). El melancólico no puede refu-
giarse en los recuerdos para sobrevivir.
Colombia es como la herida abierta del melancólico. Aquí no se elaboran
las pérdidas de la violencia porque tantos años de desespero, pauperización
y hambre de nuestra sociedad han dejado secuelas psíquicas graves y han
impedido ese trabajo de memoria. Nuestro pueblo recurre al mismo recurso
narcisista que utilizaron los alemanes, la manía, pues miles de personas ponen
su esperanza en figuras mesiánicas, pastores de iglesias o expresidentes por
los que seguirán votando, enalteciendo así sus acciones inmorales. Nuestros
verdugos llevan utilizando por años mecanismos defensivos para reprimir su
pasado criminal, y se han salido con la suya, no sienten culpa, al contrario,
con sus yoes exaltados burlan la consciencia moral y tienen la delirante ex-
pectativa de ser recompensados impúdicamente, con total descaro. Las mal
llamadas víctimas del conflicto armado parece que no recurren al odio y al
resentimiento, sino que algunas obedecen y rezan. Nuestros muertos han sido
creados como falsos positivos, un ejemplo vergonzoso de nuestra crueldad sin
límites. No asumimos nuestra historia de sufrimiento, y pretendemos que se
perdone lo imperdonable cuando nadie logra narrar lo inenarrable. Necesi-
tamos valientes que señalen a los verdugos, y un pueblo que sin sumisión ni
exaltación les haga sentir culpa. Nos conviene recordar las injusticias pasadas
hasta poder saldar las cuentas, asumiendo lo que salga de esa herida.
El psicoanálisis es un asunto de memoria, por lo tanto tiene un papel
moral y político, pues con él se trata de recuperar la historia y hacerse res-
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ponsable de ella. El paciente, si quiere conocer lo que desconoce -su verdad-,
tiene una responsabilidad histórica, debe escudriñar su pasado, mirar hacia
adentro y hacia atrás, y no únicamente hacia adelante, como la modernidad le
exige. Debe encarar críticamente el presente y para esto tiene que enfrentarse
al encuadre del proceso, a tener que decirlo todo, al tiempo establecido de las
sesiones, al costo del tratamiento, a la persona del analista. Los psicoanalis-
tas tenemos la responsabilidad de no dejar que el paciente olvide, que salde
cuentas con su pasado, de interpretar en transferencia para que el presente se
fracture y cambie. Y así como los psicoanalistas interrumpimos la lógica de
funcionamiento del paciente para conocer lo que ésta oculta, tenemos la obli-
gación colectiva de interrumpir la lógica política que ha producido injusticias
y daños, cuestionando la soberanía del presente y la interpretación ideológica
del pasado. Hoy, como Sociedad Psicoanalítica Freudiana, no estamos solo
conmemorando fechas, estamos rememorando, saldando cuentas con injusti-
cias pasadas, dándole lugar a la escucha y abriendo la posibilidad de facilitar
la comprensión del presente.
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Bibliografía
Allouch, Jean. (2011). Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. Buenos
Aires: El cuenco de plata.
Améry, J. (2001). Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de supera-
ción de una víctima de la violencia. Valencia: Pre-textos.
Freud, S. (2006). Duelo y Melancolía. En Obras completas. Vol. XIV. Bue-
nos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado en 1917).
Freud, S. (1973). Esquema del Psicoanálisis. En Luis López Ballesteros
(trad.), Obras completas. Vol. III. Madrid: Biblioteca Nueva. (Trabajo original
publicado en 1924).
Jaramillo, R. (2013). La lucha contra el olvido como lucha contra el fas-
cismo. Aquelarre, 25(1) 165-184.
__________ (1997). Memoria de occidente. Actualidad de pensadores ju-
díos olvidados. Barcelona: Anthropos.
__________ (2011). Tratado de la injusticia. Barcelona: Anthropos.
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CONFERENCISTAS
Dalia Riachi. Médica Reumatóloga y Psicoanalista IPA. Miembro Aso-
ciado a la Sociedad Psicoanalítica Freudiana de Colombia –SPFC-.
Héctor Cothros. Psicoanalista con función didáctica. Profesor desde
hace 20 años en el Instituto de formación de la Asociación Psicoanalítica
Argentina –APA-.
Hernán Santacruz. Médico Psiquiatra y Psicoanalista IPA. Miembro
titular con función didáctica de la Sociedad Psicoanalítica Freudiana de Co-
lombia -SPFC-. Profesor Emérito del Departamento de Psiquiatría de la
Universidad Javeriana.
Javier Mazuera. Médico Psiquiatra y Psicoanalista IPA. Miembro Titu-
lar de la Sociedad Psicoanalítica Freudiana de Colombia – SPFC-.
José Luis Valls. Médico Psiquiatra y Psicoanalista IPA. Miembro Titular
con función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina –APA-.
Juliana Hurtado. Psicóloga y Psicoanalista IPA. Miembro Asociado de
la Sociedad Psicoanalítica Freudiana de Colombia –SPFC-. Candidata a ma-
gíster en Filosofía de la Universidad Javeriana.
Pedro Andrés González. Médico Psiquiatra y Psicoanalista IPA. Miem-
bro Titular de la Sociedad Psicoanalítica Freudiana de Colombia – SPFC-.
Sergio Castellanos. Psicólogo y Psicoanalista IPA. Miembro Titular de
la Sociedad Psicoanalítica Freudiana de Colombia – SPFC-. Profesor Depar-
tamento de Psicología de la Universidad Javeriana.
Sylvia De Castro. Psicóloga y Psicoanalista. Magíster en Filosofía de la
Universidad Javeriana. Magíster en “Clínica del Cuerpo y antropología psi-
coanalítica de la Universidad de París VII. Profesora Asociada a la Escuela de
Estudios en Psicoanálisis y Cultura de la Universidad Nacional de Colombia
y miembro de Analítica: Asociación de Psicoanálisis de Bogotá.
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La SPFC inició su proceso de creación
en 1993, a partir de la iniciativa de un
grupo de psicoanalistas titulares de la
Sociedad Colombiana de Psicoanálisis,
quienes con el aval de la Asociación
Psicoanalítica Internacional (API),
conformaron el Grupo de Estudios
Psicoanalítico Freudiano de Colombia.
Liderada por Guillermo Arcila Arango,
reconocido por su profundo conoci-
miento y su aporte al desarrollo teórico
del pensamiento freudiano, el Grupo es
promovido por la API en 2004 como
Sociedad Provisional y en 2007 como
Sociedad Componente, en el 45°
Congreso Internacional de Psicoanálisis.
Con actividad continua desde 1996,
su Instituto de Formación ha ofrecido
a médicos y a psicólogos un programa
académico que privilegia el conoci-
miento profundo de la obra freudiana y
el estudio de desarrollos post-freudianos
desde una perspectiva histórica. La
Sociedad es miembro de la Federación
Psicoanalítica de América Latina
(FEPAL) y de la Federación Colom-
biana de Psicoanálisis.
MEMORIAS
III ENCUENTRO DE
METAPSICOLOGÍA FREUDIANA
La Sociedad Psicoanalítica Freudiana de Colombia
realiza cada dos años, desde el año 2013, el Encuentro de Metapsicología
Freudiana, como un espacio para profundizar en la comprensión
metapsicológica y precisar los mecanismos psíquicos que subyacen en estos
procesos. En esta oportunidad el Encuentro giró en torno al Duelo y la
Melancolía, teniendo como base teórica el artículo de Sigmund Freud que
lleva este mismo nombre, Duelo y melancolía (1917 [1915]).
El Encuentro, que contó con la participación de académicos invitados
de otras Sociedades nacionales e internacionales, abordó temas como las
perturbaciones narcisistas, la naturaleza de los vínculos amorosos, y el
cambio e impacto del yo ante la pérdida del objeto amoroso. Aprovechando
el marco teórico que nos brinda la aproximación psicoanalítica, también
se hicieron reflexiones sobre el Duelo y la Melancolía en Colombia,
pensando el fenómeno de la violencia en nuestro país, vislumbrando y
problematizando el lugar de estos procesos psíquicos, y haciando además
una reflexión sobre el duelo y el papel de la memoria.
Nuestro III Encuentro de Metapsicología fue también el escenario para
la celebración de los 25 años de conformación del grupo psicoanalítico
freudiano, y los 10 años de pertenencia de nuestra Sociedad a la IPA,
como Sociedad componente. Compartimos con agrado el resultado de este
valioso espacio de diálogo y reflexión académica.