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III Encuentro -
Duelo y Melancolía
Bogotá, 25 - 25 de acosto 2017

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Published by difusion, 2020-10-20 21:47:25

Memorias III Encuentro de Metapsicología Freudiana

III Encuentro -
Duelo y Melancolía
Bogotá, 25 - 25 de acosto 2017

Keywords: psychoanalysis,metapsychology,freud

yema de los dedos, luego restregando las manos: después los brazos y acaba-
ba metiéndose con las piernas de una, en frío, así que aquello al cabo de un
rato producía calentura. Y, mientras maniobraba, te hablaba de tu futuro. Se
ponía en trance, remolineaba los ojos invocando y maldiciendo; llenándote
de escupitajos como hacen los gitanos. A veces se quedaba en cueros porque
decía que ése era nuestro deseo. Y a veces le atinaba, picaba por tantos lados
que con alguno tenía que dar. La cosa es que el tal Osorio le pronosticó a
tu madre, cuando fue a verlo, que esa noche no debía repegarse a ningún
hombre porque estaba brava la luna. Dolores fue a decirme toda apurada
que no podía. Que simplemente se le hacía imposible acostarse esa noche
con Pedro Páramo. Era su noche de bodas. Y ahí me tienes a mí… Dolores
me decía: No puedo- me dijo-. Anda tú por mí. No lo notará. Claro que yo
era mucho más joven que ella y un poco menos morena; pero esto ni se nota
en lo oscuro… Me valí de la oscuridad y de otra cosa que ella no sabía: Y es
que a mí también me gustaba Pedro Páramo.

Los deseos insatisfechos con un objeto externo variable. No existe la
identidad de pensamiento: “el yo debería pesquisar la identidad en los dife-
rentes atributos del objeto percibido, comparándolos con las propiedades del
objeto deseado. Por lo tanto, se debe realizar el examen de realidad, se debe
estudiar lo percibido y la representación deseada y encontrar las similitudes y
diferencias” .

Rulfo es enfático en decirnos que en la novela Pedro Páramo los seres no
tienen rostro. En una parte de la novela donde el cura del pueblo va a visitar
a la loca Susana, la única mujer que Pedro Páramo quiso, para hablarle de la
muerte de su padre Florencio en un accidente que provocó Pedro Páramo,
Susana le dice al sacerdote: “ya sé a qué vienes, a contarme que murió Flo-
rencio; pero eso ya lo sé. No te aflijas por los demás; no te apures por mí. Yo
tengo guardado mi dolor en un lugar seguro. No dejes que se te apague el
corazón”. Enderezó el cuerpo y lo arrastró hasta donde estaba el Padre Ren-
tería. “¡Déjame consolarte con mi desconsuelo!- dijo, protegiendo la llama de
la vela con sus manos. El Padre Rentería la dejó acercarse a él; la miró cercar
con sus manos la vela encendida y luego juntar su cara al pabilo inflamado,
hasta que el olor a carne chamuscada lo obligó a sacudirla, apagándola de
un soplo”.Susana, que ya tenía fama de mujer rara, después de la muerte del

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padre desarrolla un cuadro que hoy calificaríamos de depresión grave con
elementos psicóticos. La agresión de su rostro parecería la representación del
impacto que tiene sobre el yo la conciencia de que los objetos de su duelo no
le pertenecen y prefiere una ruptura con lo externo ante la imposibilidad de
tramitar la pérdida. Autores como Bion lo llaman el ataque al vínculo, a la
capacidad de pensar pensamientos. El objeto como tal es peligroso, porque no
se tiene control sobre él, tiene sus propios intereses que no coinciden siempre
con el principio de placer y además, comete la osadía de actuar con indepen-
dencia en la búsqueda de sus propias gratificaciones. El melancólico no puede
considerar al objeto, no es propositivamente desconsiderado, es que no puede.

Las identificaciones que habitan al individuo para protegerlo de objetos
externos que encarnan un mundo pulsional amenazante, el mundo recreado
en la novela es un mundo en donde Juan Preciado se percata que está habita-
do por fantasmas, que evocan situaciones traumáticas de su pasado, “toqué la
puerta; pero en falso. Mi mano se sacudió en el aire como si el aire la hubiera
abierto…” Nos menciona Freud que en realidad el aparato psíquico buscará
pensar para encontrar las similitudes o identidades, buscará “reencontrarlo (al
objeto), convencerse de que todavía está ahí, pero para no frustrarse (como
aprendió de la utilización de la experiencia con la identidad de percepción del
proceso primario), debe aceptar la realidad y ver hasta dónde hay identidad y
hasta donde no.” 5 La identidad, el carácter, la melancolía, el superyó y la libi-
do narcisista involucrada en cada uno de estos conceptos determinan nuestra
relación con el afuera y una de las funciones relevantes del yo descritas en el
párrafo anterior que cimenta el sentido de realidad.

Freud es muy claro en señalarnos que si hay desarrollos objetales hay vida
social. La novela Pedro Páramo es un viaje regresivo a las relaciones de objeto
primarias y al ir desinvistiendo el mundo relacional hasta intoxicarse de libido
narcisista.

Juan Preciado hablando con una mujer que encuentra en una casa le dice:

-¿También a usted le avisó mi madre que yo vendría? -le pregunté

-No. Y a propósito, ¿qué es de tu madre?

-Murió -dije

5 Freud, S. (1925). La negación. Buenos Aires: Amorrortu. Vol. XIX, p. 255.

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-¿Ya murió? ¿Y de qué?
-No supe de qué. Tal vez de tristeza. Suspiraba mucho.
-Eso es mal. Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace.
¿De modo que murió?
Juan Preciado va a un mundo de retracción libidinal o relacional profun-
do en donde se da cuenta que puede ver los muertos o fantasmas de Comala
porque él mismo está muerto, ¿pero, cómo, está muerto?: en la medida en
que sus contrainvestiduras consuman tanta libido para mantener cubierta la
profunda herida que es su yo y es su objeto.

La clínica

El artículo Duelo y melancolía es un artículo clínico por excelencia en
donde Freud nos da las diferencias entre el duelo, la melancolía y la manía.
Otro artículo de los ochenta, del siglo pasado, es La madre muerta de Green,
él deja dibujado lo que llama la clínica de lo negativo, de lo no productivo,
contrario a la espectacularidad de la disociación o de los brotes psicóticos.
En un pasaje de la novela, Juan Preciado en la noche, pregunta a su interlo-
cutora,

-¿Qué es?-. Me dijo.
-¿Qué es qué?- le pregunté
- Eso, el ruido ese.
- Es el silencio, duérmete.
Green menciona: “la serie ‘blanca’, alucinación negativa, psicosis blanca
y duelo blanco, atinentes todos estos fenómenos a lo que se podría lla-
mar la clínica del vacío o la clínica de lo negativo. Son el resultado de uno
de los componentes de la represión primaria: una desinvestidura masiva,
radical y temporaria, que deja huellas en lo inconsciente en la forma de
agujeros psíquicos que serán colmados por reinvestiduras, expresiones de la
destructividad liberada así, por ese debilitamiento de la investidura libidinal
erótica. Las manifestaciones del odio y de los procesos de reparación a ellas
consiguientes son manifestaciones secundarias respecto de esa desinvestidura

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central del objeto primario, materno”. 6

Cuando decimos que los desarrollos en potencia objetales terminan sien-
do libido narcisista en el caso del melancólico, tenemos que entrar a explicar
el papel de la represión primaria en las identificaciones parentales. Intenté-
moslo. Cuando hablamos de la pulsión hacemos referencia a la representa-
ción mental de los instintos en términos biológicos, estas representaciones se
generan por la necesidad del individuo de lograr alguna satisfacción, por la
no gratificación inmediata de una pulsión en el momento en que esta emerge.
Las pulsiones pregenitales al estar apuntaladas tienen menor chance de caer
bajo la represión si no es posteriormente al arribo de lo edípico en donde el
impulso genital inmaduro (planteamiento de Guillermo Arcila) al ser toreado
o estimulado genera displacer, y genera una contrainvestidura desde el siste-
ma Prec., que actúa como único mecanismo de la represión primitiva.

Ahora bien, las identificaciones tempranas con las figuras parentales ge-
neran, a lo largo de los primeros años, la relación del amasijo de impulsos
insatisfechos que es el lactante y que se va organizando bajo la égida de im-
pulsos dominantes en organizaciones sexuales infantiles, organizaciones o
etapas en donde mandan la parada los impulsos orales y anales pregenitales y
posteriormente, los impulsos fálicos genitales infantiles inmaduros. Durante
esos desarrollos en la etapa oral están, como mecanismos predominantes de
funcionamiento, la incorporación y los elementos orales canibalísticos sádi-
cos, es decir, la identificación. La escuela kleiniana ha logrado importantes
desarrollos en estas etapas para la comprensión de individuos seriamente per-
turbados, como son los psicóticos y de los defensivos en la identificación pro-
yectiva como mecanismos explicativos de los que ha llamado Bion las partes
psicóticas de la personalidad, entre otros. Pero mi intención en esta parte
del trabajo es relacionar metapsicológicamente el papel de la identificación
primaria con las fijaciones tempranas y el mecanismo de la represión, para
mostrar finalmente los efectos dinámicos que esto trae en el yo melancólico.
Teniendo las identificaciones tempranas como modelo de construcción de las
representaciones de objeto podemos hablar de los efectos de la fijación. La
fijación hace referencia al estancamiento de la evolución de la libido en una
aspiración parcial de la pulsión sexual o en una representación de objeto cons-

6 Green, A. (2005). Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Buenos Aires: Amorrortu, p. 213.

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truida a partir de los modelos de las identificaciones primarias. La fijación se
da por la sobreestimulación a destiempo de un desarrollo de la libido en las
organizaciones sexuales infantiles o por la pobre estimulación; para nuestro
caso diremos que la pobre estimulación temprana o la precariedad en la pre-
sencia del objeto para construir representaciones mentales se encuentra en el
yo del melancólico.

En la novela, Juan Preciado le dice a una antigua amiga de la madre con
la que se encuentra en el pueblo fantasma:

-Estoy cansado -le dije.

-Ven a tomar antes algún bocado. Algo de algo. Cualquier cosa.

-Iré. Iré después.

Esto es lo que ocurre con las primeras experiencias de gratificación en
la vivencia con un objeto materno deprimido. Algo de algo es con lo que
el yo cuerpo inicial tiene que satisfacerse. En otro aparte de la novela nos
dice: “pensé regresar. Sentí allá arriba la huella por donde había venido, como
una herida abierta entre la negrura de los cerros”. Aquí podemos integrar el
concepto de la regresión libidinal que busca, ante una frustración, en forma
inmediata, los puntos de fijación. Por lo tanto, fijación y regresión son dos
conceptos siempre relacionados, la fijación atrae a la regresión y la regresión
busca el punto de fijación. Durante esos primeros años de vida, ¿de qué de-
penderá que las fijaciones se expresen posteriormente en la vida del individuo
más o menos frecuentemente, ante una frustración?: Del arribo de lo edípico
que, ante la activación de los impulsos genitales intrínsecamente inmaduros
que se viven displacenteramente, movilizan unas contrainvestiduras que de-
terminan qué derivados de las etapas previas sean objeto de procesos más in-
tensamente represivos y constituyen el sepultamiento del complejo de Edipo
cuyo testimonio será el superyó.

En la novela Pedro Páramo, lo que comienza siendo un viaje instigado
por la madre ha sido siempre un viaje de los personajes triangulares que con-
forman esta tragedia: el padre, la madre y el hijo. Es muy común pensar que
en estos conflictos tempranos lo edípico no tiene relevancia y es importante
decir que “el Edipo debe ser mantenido como matriz simbólica esencial a la
que es importante referirse siempre, aun en los casos en que la regresión se

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califica de pregenital o pre-edipíca, lo que implica la referencia a una trian-
gulación axiomática. Por más adelante que se lleve la desinvestidura de objeto
primario, el destino de la psique humana es siempre tener dos objetos, nunca
uno solo, no importa cuán lejos nos remontemos para delinear la estructura
psíquica pretendidamente más primitiva”. Volviendo a la novela, cito un rela-
to entre el padre del pueblo y la sobrina:

Estás segura de que él fue ¿verdad?

-Segura no, tío. No le vi la cara. Me agarró de noche y en lo oscuro.

-Entonces ¿cómo supiste que era Miguel Páramo?

-Porque él me lo dijo: “soy Miguel Páramo, Ana. No te asustes. Eso me dijo.

¿Pero sabías que era el autor de la muerte de tu padre, no?

-Sí, tío.

-¿Entonces qué hiciste para alejarlo?

-No hice nada.

Los dos guardaron silencio por un rato. Se oía el aire tibio entre las hojas
del arrayán.
Este aparte ilustra la triangulación y muestra cómo derivados del superyó
sádico se expresan en la búsqueda de unas descargas pulsionales al servicio
del masoquismo del yo, el deseo sí, pero con sufrimiento. La agresión hacia sí
mismo en el masoquismo y hacia los demás en el sadismo. La gratificación en
el sufrimiento la podemos rastrear en el proceso analítico como en el acting
out o la reacción terapéutica negativa.
No es posible entender el funcionamiento del psiquismo humano en la
búsqueda del sufrimiento, sin sospechar de contenidos del aparato psíqui-
co que escapan de la conciencia, esos contenidos excluidos de la conciencia
ocultan motivaciones pulsionales que nos llevan a la censura como defensa y
como organizadora de los contenidos del aparato psíquico. Volvamos enton-
ces a la represión primitiva como mecanismo organizador de los límites del
sistema Inc. y el sistema Prec-Cc., la represión primitiva tópicamente actúa
desde el sistema Prec-Cc. y dinámicamente desde el sistema Inc. Aquí se irán
conformando los derivados que pulsan por salir y las contrainvestiduras que
los mantienen a raya. Estamos hablando de lo primariamente reprimido y lo

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primariamente represor, es diferente en la represión secundaria que actuará
al sustraer de la consciencia derivados de los reprimido y de lo represor que
estuvieron en la conciencia o Cc., mientras que los primariamente reprimi-
do jamás estará en la conciencia, aun cuando existan fracturas severas de los
procesos represivos siempre conoceremos lo inconsciente por sus derivados,
como subrogados de las protofantasías como el parricidio y la escena primaria
que recrean la cita anterior de Pedro Páramo.

Aquí podemos esbozar diferencias entre un yo melancólico y un yo neu-
rótico, si se me permiten estas expresiones no específicas. Mientras en un yo
neurótico los derivados que alcanzan el sistema Prec-Cc. tiene una mayor
carga de libido objetal, en el melancólico estos derivados, dinámicamente,
tienen unas investiduras pobres con unas fijaciones fuertes a los objetos de
identificación primaria de los padres que se encuentran sustraídos de la cons-
ciencia y residen en lo inconsciente. Volviendo a la novela: “oía de vez en
cuando el sonido de las palabras, y notaba la diferencia. Porque las palabras
que había oído hasta entonces, hasta entonces supe, no tenían ningún sonido,
no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que oyen durante los sue-
ños”. Los derivados del melancólico.

En el melancólico a nivel tópico se observa externamente como que no
hubiera conflicto, predomina la inhibición en múltiples y variadas expresiones
clínicas, en un yo que no pareciera que tuviera mayores expresiones libidi-
nales o mandatos superyoicos. Una pérdida externa (una relación de pareja,
un trabajo, una mascota etc.) ponen en evidencia el precario equilibrio del
psiquismo en el manejo de las relaciones de objeto, ya que ha tenido que
mantener altos montos de contrainvestiduras para hacer hemostasia en la he-
rida narcisista primaria, que da testimonio de las dificultades con los obje-
tos primarios. La regular hemorragia de la que está sufriendo el yo debe ser
controlada con las contrainvestiduras, la pérdida externa pone en evidencia
al yo esta masiva necesidad de contrainvestiduras consume libidinalmente
al individuo, se consume a sí mismo en la identificación del yo con el objeto
perdido, no es solo una mala relación con el objeto que no se prestó para de-
sarrollos objetales, es el yo que no se prestó al objeto para desarrollarse con él.
La no diferencia entre el objeto y el yo.

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Aspectos metapsicológicos del duelo y la melancolía

Es necesario entonces hacer una mayor exposición sobre la relación entre
la represión primitiva como organizadora del psiquismo y las características
de las identificaciones en los melancólicos. Decimos que lo reprimido en es-
tas identificaciones es la precariedad de la vivencia temprana con los objetos
primarios, lo represor las contrainvestiduras que moviliza. Lo represor actúa
sobre los aspectos displacenteros, acaecidos en las etapas pregenitales sobre
estas representaciones asociadas con las protofantasías. Las protofantasías o
fantasías primarias hacen referencia a los deseos inconscientes de todos los
individuos, que se descubren en los pacientes de análisis como unos rasgos
comunes con unas construcciones particulares individuales; estos rasgos co-
munes hacen referencia al retorno al vientre materno, la escena primaria, la
castración, la novela familiar y la seducción por un adulto. Cada individuo
construye en la relación con los padres una mitología particular que responde
a la recreación inconsciente de estos deseos y se constituyen en núcleos de las
ramificaciones de lo primariamente reprimido y lo primariamente represor,
que darán otras ramificaciones que emergerán a la consciencia de una manera
deformada y conocemos como derivados.

Las protofantasías quedarán en el Inc. por la acción del arribo de la etapa
edípica en el trabajo de la represión primaria. Cuando hablamos de las viven-
cias tempranas con los objetos en los melancólicos, hablamos de fijaciones
por pobre estimulación del objeto, en donde los derivados de estas identifica-
ciones precarias del melancólico ocuparán unos montos de investiduras sobre
los objetos “externos”, con una expresión de la fijación temprana a los objetos
primarios que revive la frustración que se da en una relación objetal. El me-
lancólico establece una relación con los objetos buscando revivir lo que en las
relaciones tempranas no se dio o busca repetir.

En su trabajo sobre la fijación primitiva (Mazuera) colige que, al ha-
ber una represión primitiva producto de la contracarga del Sistema Prec-Cc.
debemos inferir una fijación primitiva, “las variaciones en la intensidad de
las activaciones de la represión primitiva son de importancia capital en el
destino de la evolución de la libido de cada individuo”.7 Entonces, repetimos

7 Mazuera, J. La fijación primitiva. Trabajo presentado en la Sociedad Psicoanalítica de Colombia

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que lo reprimido en la identificación del melancólico es la precariedad de lo
vivenciado y lo represor las contrainvestiduras movilizadas para tal fin, lo que
Freud llama herida y Green llama agujeros psíquicos o núcleos fríos. Es decir,
donde debieron existir desarrollos de la libido objetal hay una herida mal
cicatrizada proclive a sangrar por la precariedad de los mecanismos hemostá-
ticos. Si el objeto no tiene para el yo una importancia grande que recuerde los
objetos primarios, una importancia forzada por lazos asociativos, no se presta
al duelo o a la melancolía. En la melancolía no se construyen experiencias con
el objeto porque la permanencia de las identificaciones primarias de libido
narcisista bloquea investiduras que puedan generar huellas mnémicas de las
vivencias acaecidas por el sujeto con los objetos externos que, sin embargo,
por atributos, tienen relación con la identificación que bloquea. El melancó-
lico repite una y otra vez, en una compulsión pasmosa, pero no aprende de la
repetición, porque más que rememorar el objeto revive la experiencia traumá-
tica de insatisfacción con el objeto primario, a través de los subrogados de este
que el mundo le va dando para que permanezca fijado en la ausencia de esas
satisfacciones primarias que esperaba y no se dieron.

El duelo se presta a la elaboración y enriquecimiento del yo con nue-
vas representaciones, ya que existió libido objetal puesta en la relación con
el objeto y el sentido de realidad le permitió ver que, aunque pudiera tener
características del objeto primario, correspondía a un objeto exogámico dis-
tinguible, es decir, está la diferencia del yo no-yo. En la elaboración del duelo
existe una ampliación del yo, ya que se han generado representaciones con el
objeto perdido que le permite desinvestirlo y posteriormente, incorporarlo en
la experiencia de su existencia con las dimensiones que tuvo en un momento
de su vida. La melancolía no se presta a la elaboración por las características
económicas de sus derivados y más bien sí al empobrecimiento del yo.

Volviendo a Pedro Páramo, Juan Preciado nos describe su muerte:

y es que no había aire; sólo la noche entorpecida y quieta, acalorada por la
canícula de agosto. No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía
de mi boca, deteniéndolo con las manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y
venir, cada vez menos; hasta que se hizo tan delgado que se filtró entre mis

(entonces Grupo de Estudio Psicoanalítico Freudiano de Colombia) en 1999, p. 26.

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dedos para siempre. Digo para siempre… ¿quieres hacerme creer que te
mató el ahogo, Juan Preciado?…

-Es cierto Dorotea. Me mataron los murmullos… -Sí, Dorotea. Me mata-
ron los murmullos. Aunque ya traía retrasado el miedo. Se me había venido
juntando, hasta que ya no pude soportarlo. Y cuando me encontré con los
murmullos se me reventaron las cuerdas… Y conforme yo andaba, el frío
aumentaba más y más, hasta que se me enchinó el pellejo. Quise retroce-
der porque pensé que regresando podría encontrar el calor que acababa de
dejar; pero me di cuenta a poco andar que el frío salía de mí, de mi propia
sangre. Entonces reconocí que estaba asustado.
El melancólico no considera al objeto, por sus características tiene una
efectiva incapacidad de englobarlo, darle existencia propia fuera de su yo, re-
conocerlo como diferente. El modelo de la regresión nos da luces sobre cómo
una relación actual del individuo es una reedición de sus primeras relaciones
objetales y cómo el fracaso de reanimar los aspectos que quisiera reparar de lo
acaecido lleva a la consumación del yo.

Consideraciones finales sobre la melancolía

Para finalizar quiero esbozar algunos aspectos que la práctica el psicoaná-
lisis nos va enseñando con relación a la melancolía. El primero de ellos es que
el sustituto no reemplaza lo sustituido. Desde la superficie, desde la conscien-
cia, el yo se intenta proteger de nuevas vivencias con los objetos que le puedan
llevar a revivir el trauma de esta relación primaria, vemos inhibición, apatía o
en otras oportunidades, buscar sustitutos de éste para terminar en una nueva
retracción, ante la intolerancia de que el objeto “nuevo” no responda como se
anhela. La frustración no se vive como frustración, sino como la reedición
traumática de la vivencia temprana con el objeto. La consecución del fin del
instinto produce displacer por la dificultad de hacer una vivencia adecuada.

La ambivalencia constitucional pertenece a lo reprimido, mientras que las vi-
vencias traumáticas con el objeto pueden activar otro tipo de material reprimido.

La melancolía activa identificaciones inconscientes insospechadas ante
la pérdida del objeto con el que tiene relaciones parciales o de continuidad.

Las contrainvestiduras de las que hemos hablado son masivas en deter-

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minado momento, viéndose clínicamente como hipomanías o manías, porque
en su identificación del yo con el objeto, el yo no puede huir de sí mismo.

Es a través del trabajo analítico, en la relación transferencial, que se da la
elaboración del duelo y donde se considera la pérdida, las características de la
misma, el costo en la economía psíquica que implicaban las contrainvestiduras
que se mantenían en un precario equilibrio en el aparato psíquico (hemostasia
lábil). El analista que acompaña al paciente en ese proceso de cicatrización, ob-
serva igualmente la cicatriz como un testimonio (escrito en el cuerpo algunas
veces) de la historia del paciente. Esa cicatriz implica con su presencia que en
el pasado existió la posibilidad de un desarrollo pulsional con el objeto y no se
dio, cuenta la historia de las primeras incorporaciones con el objeto y posterior
identificación con el mismo, nos habla del papel de las series complementarias,
de las características de las fijaciones que se establecieron.

El trabajo analítico es un trabajo en el sentido del reconocimiento de la
herida y la menor necesidad de contrainvestiduras en la medida en que se
permite la restauración que evidencia la ausencia y la inutilidad del sustituto
sobre lo sustituido. Donde la tendencia del superyó a castigar el objeto en el
yo puede ser detectada y no ejercida, esto como una función crítica del yo en
el reconocimiento de su sadismo, dado por el conocimiento económico de
su dolor corporal y psíquico causado por la vivencia precaria temprana. En
ese sentido, utilizo el termino restauración: el sentido de realidad ilumina
la herida que seguirá sangrando, pero se utilizarán medidas hemostáticas
menos costosas.

El Yo asume la ausencia y comienza a constatar, sobre la libido objetal con
la que cuenta, “el temor a la pulsión con los objetos” que lleva muchas veces
al camino regresivo del autoerotismo. Aquí toma relevancia el papel de la
trasferencia y una técnica activa del analista, de interés y de “prestar” o aportar
libido objetal sobre el paciente sin abandonar la neutralidad que algunas veces
se interpreta como indiferencia.

El presente espacioso del espacio analítico permite a la luz del sentido
de realidad dado por el encuadre, la restauración de las identificaciones. El
sustituto nunca reemplaza lo sustituido. Volviendo a Pedro Páramo, “ahora
estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre las piedras
redondas con que estaban empedradas las calles”.

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EL YO Y EL PRINCIPIO DE REALIDAD

Sergio Castellanos

Buenas tardes para todos. Me voy a permitir hacer una variación que me
parece que efectivamente se sale, y no se sale, del tema que nos convoca.
Ustedes han visto en nuestros afiches y en nuestros programas, que al logo
que nos distingue como Sociedad, lo estamos acompañando con un 25. Efec-
tivamente, es cierto, estamos de cumpleaños. 25 años cumple nuestra Socie-
dad de haberse iniciado; no de ser Sociedad, sino de haber partido como gru-
po de estudio. Es muy agradable estar hoy acá en este salón suficientemente
acogedor, más lleno de lo usual en nuestros eventos, pues me hace darle un
tinte de duelo y melancolía precisamente a la fecha de cumpleaños. Cuando
pienso estas cosas siempre se me vienen a la mente dos canciones de Silvio
Rodríguez, “hoy mi deber era”… “Hoy mi deber era cantarle a la patria, alzar
la bandera, sumarme a la plaza, hoy era un momento más bien optimista, un
renacimiento, un sol de conquista, pero tú me faltas, hace tantos días, que
quiero y no puedo tener alegrías, pienso en tu cabello que estalla en mi almo-
hada y estoy que no puedo dar otra batalla”. Hoy es un día de fiesta, pero el
duelo (o la melancolía) no me lo permiten. Esto se cruza con la otra canción,
“pequeña serenata diurna” que precisamente habla de los muertos de mi feli-
cidad. Dice: … “Soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que me perdonen, por
este día, los muertos de mi felicidad”... nuestros triunfos han implicado unos
aprendizajes, algunos dolorosos y con perjuicio hacia otros: “por eso quiero
que me perdonen, por este día, los muertos de mi felicidad”. En el camino
de crecer muy seguramente hemos maltratado a otros. O no les hemos hecho
o traído todo el bien que hoy les podríamos ofrecer: por ejemplo a nuestros
pacientes.

Los 25 años de la Sociedad nuestra, en el caso particular mío han sido
determinantes en mi vida. De los miembros de la Sociedad, a Martha Otero
la conozco hace más de 25 años incluso. Por allá en el año 93 tuve la oportu-

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nidad de conocer a Judith. Voy a hacer una referencia imprudente; por esos
días yo me acercaba al psicoanálisis pero había algo que no me cuadraba en
los profesores “modelos” que se me presentaban. Uno de ellos, muy reconoci-
do, escribió un par de libros, etc., pero había algo que no me producía empatía
suficiente. Por esos días me pude acercar de manera muy particular a una
nueva “profesora”: Judith Lastra, y me dije “vea, este psicoanálisis me gusta
más, me cuadra más...”. La teoría que me enseñaban los otros me parecía muy
pertinente, pero la manera pausada, calmada, amorosa, respetuosa de enseñar,
le daba una coherencia especial a la teoría y a la práctica. Eso me hizo acer-
carme a la Sociedad. Después tuve la oportunidad de volver a encontrarme
con Martha como profesora, con un estilo de la misma línea de Judith, y de
ahí simplemente sigue la historia. En el contexto del duelo y de la melancolía,
tengo que hacer mención de Gladys Llanos de Sanclemente, fui supervisado
por ella y me orientó con mis trabajos para ser miembro asociado y miembro
titular. También fuimos colegas en la Universidad Javeriana; la llevé a trabajar
conmigo casi que devolviéndole la generosidad que ella había tenido conmi-
go. Montamos una clase: sexualidad femenina. También quiero mencionar
a alguien que no está aquí presente, pero que claramente me ha marcado a
través de mi psicoanálisis personal, el Dr. Hurtado que nos acompañará ma-
ñana con seguridad en la fiesta. Hernán Santacruz, que lo tuve de profesor,
supervisé con él y además siento que tengo un vínculo con una característica
particular y es que me ha apoyado, a través de sus hijos, en momentos difíciles:
Juan Guillermo y José Manuel. Entonces estoy hablando de qué, de la fiesta
de los 25 años, del duelo o de la melancolía. Los estoy poniendo tristes, me-
lancólicos, ¿qué está pasando con esto que estoy haciendo?.

Precisamente siento que esa es una las cosas más interesantes de este
tema, y diría yo de este texto, que uno podría decir fácilmente que esta com-
paración, que incluso de título nos presenta Freud, es como el camino de que
el duelo es lo sano y la melancolía es el camino patológico, cuando efectiva-
mente podríamos hablar de un duelo patológico o de alguna alteración en el
proceso del duelo, y pues sí, de alguna manera él mismo lo dice al inicio del
texto, dice: “así como los sueños me sirvieron de paradigma normal para po-
der entender algunas perturbaciones relacionadas sobre todo con la histeria
en su primer momento, pues el duelo me puede servir de paradigma normal

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para tratar de entender la melancolía, o sea que fácilmente podemos pensar
en que vamos a encontrar semejanzas entre lo uno y lo otro”. Y cuando yo
arranco de esta manera pues efectivamente uno dice, ahí hay un elemento
clave y uno diría, ¿será posible realizar un duelo que no tenga elementos, tin-
tes, de melancolía? y yo pienso, pues si somos humanos... NO. Siempre habrá
elementos inconscientes que hagan más complicado algún proceso de duelo
precisamente porque ahí está el entrabado, ese es el enredo propio de la neu-
rosis, y difícilmente nos libramos de ello. Entonces es llamativo porque diría
estamos de fiesta, pero estar de fiesta también tiene usualmente detrás un
componente ambivalente, semejante al que menciona Freud en relación con
la melancolía. La felicidad que hoy nos puede embargar, por el camino que
hemos recorrido, el sitio donde estamos, implica hacer un reconocimiento a
los muertos de mi felicidad, entonces, están los dos presentes.

En algunos aspectos voy a mencionar asuntos que ya han mencionado los
expositores que me han precedido. En algunos de ellos tenemos puntos de
acuerdo, en algunos unas pequeñas diferencias que uno dice, bueno pues qué
bueno, tenemos algo en lo que estamos de acuerdo y eso hace que podamos
discutir de aquello en lo que no estamos de acuerdo. Quiero parafrasear a
Freud en la descripción que hace de la melancolía y del duelo para poder in-
troducir el tema que me correspondió a mí, que es el yo y el principio realidad.
Dice Freud: en el duelo hay una gran desazón, está la pérdida de interés por
el mundo exterior, incapacidad de amar, inhibición generalizada en la acción,
pero otros síntomas que son exclusivos de la melancolía que la complemen-
tarán con los otros síntomas propios del duelo pues son la inhibición de la
autoestima, la aparición de los autorreproches, las auto denigraciones y una
delirante expectativa de castigo. Entonces, ¿qué ocurre?, uno diría en el duelo
el yo de la persona dolida, del doliente, se inhibe, deja de cumplir algunas
funciones, incluso utiliza una palabra muy interesante, dice, el yo se angosta;
diría uno entonces, es como que se achica, y el sujeto expresa una entrega in-
condicional al duelo que nada deja para otros propósitos y otros intereses. En
verdad si esta conducta no nos parece patológica simplemente es, dice Freud,
porque la sabemos explicar muy bien. Si hacemos una comparación con el
dolor podríamos afirmar que efectivamente en el duelo somos sólo dolor, eco-
nómicamente sólo sentimos el dolor. Haciendo la comparación que el mismo

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Freud hace en otro texto, pues es como en el dolor de muela, cuando nos duele
la muela, nos volvemos muela, nos volvemos dolor de muela, y lo único que
podemos sentir es eso, ese dolor nos inunda, y precisamente pues no logramos
apartarnos de eso, y ahí habría un elemento clave para subrayar: el proceso
psíquico que se está dando ahí por excelencia, y casi de manera excluyente de
otros, es la capacidad de sentir, diríamos es una activación muy fuerte de la
sensopercepción que de alguna manera inunda cualquier otra posibilidad o
sea no la permite, lo que tenga que ver con el pensamiento u otros tipos de ac-
tividades que además las vamos a atribuir al yo. Entonces, el ejemplo que trae
Freud precisamente en relación con el duelo, y que vamos a ver su diferencia
en relación con la melancolía, es que algo ocurre con el examen de la realidad.

En el duelo, el examen de la realidad nos lleva a darnos cuenta que efecti-
vamente el objeto amado ya no existe más, y precisamente de esa verificación
en la realidad emana ahora la exhortación dice Freud, de quitar toda la libido
de sus enlaces con ese objeto, de retirar la libido de ese objeto. Claramente
dice, a ello se opone una comprensible renuencia, es decir, ninguna persona
digamos, ninguna persona sana abandonará de buen agrado una posición libi-
dinal, una carga libidinal frente a un objeto que precisamente le ha permitido
muchas satisfacciones, es decir, casi que lo podemos decir clínicamente. Lo
sospechoso sería que alguien pudiera retirar la carga libidinal de ese objeto
amado con facilidad, o sea, no lo amaba, o lo dejo de amar hace tiempo.
Cuando una persona triste, da por motivo de consulta que se terminó su
relación de pareja, es fácil concluir que la persona que está consultando es a
quien le dijeron hace poquito que hasta ahí llegaban, muy seguramente el que
se lo anunció viene haciendo su proceso de duelo desde hace más tiempo, en
silencio, y no se lo ha comunicado a su pareja. Esa renuencia puede alcanzar
una intensidad tan significativa que produzca un extrañamiento, palabra que
utiliza Freud, de la realidad y de esa manera podría producirse una retención
del objeto por vía de una psicosis alucinatoria, y entonces estamos en el asun-
to del principio realidad, o sea ahí es donde encuentro los puntos de acuerdo
con el doctor Héctor Cothros, y otros en los que me apartaría.

Cuando hablamos de que el psiquismo inicialmente es indiscriminado
y que no podemos hablar de la diferenciación entre yo y otras instancias, o
diríamos consciente o inconsciente, pues yo sí pienso que de alguna manera

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Freud nos invita en diferentes textos, a partir de la consideración de que en
principio todos los procesos psíquicos son inconscientes y además, estamos
gobernados inicialmente, básicamente, por el proceso primario, por un princi-
pio de placer-displacer y podríamos decir que el ser humano es en sus inicios
básicamente un ser reflejo, que reacciona frente a estímulos, y esas reacciones
no son tramitadas por un sistema nervioso central, sino que efectivamente son
respuestas reflejas. En mi apreciación y en mi comprensión del planteamiento
de Freud, diría: esos procesos psíquicos carecen de consciencia y por ende los
ubicaría en el inconsciente, por supuesto no en un inconsciente reprimido,
sino en un inconsciente de pronto en un plano muy descriptivo. Entonces, la
función del yo, una de las grandes funciones del yo, Freud trae a colación que
serían tres las fundamentales, pero uno dice la función aquí es precisamente la
del juicio de la realidad, y el yo debe hacer prevalecer la realidad.

En Los dos principios del suceder psíquico, Freud propone que el camino
natural del psiquismo sería la alucinación, es decir, que ante una sensación de
displacer si ya tengo registros, si hay representaciones, huellas mnémicas con
afecto, lo que haría el psiquismo es tratar de reproducirlas de manera idéntica,
y es cuando él se refiere en ese texto a la identidad de percepción, o sea lo que
el psiquismo busca allí es una identidad de percepción, y se cumple o se logra
a través de la alucinación.

¿Qué es lo que ocurre cuando un sujeto alucina? Diríamos que cuando
el bebé alucina, en términos del instinto, de la necesidad, pues no hay nin-
guna modificación real, en la fuente no ha habido modificación, y frente a la
perentoriedad, en nuestro lenguaje, se está tomando del pelo, o sea, pareciera
que está la ilusión de que hay una descarga, pero efectivamente no la hay, y
precisamente Freud mismo dice que va a ser la frustración, y diríamos o el
dolor, el que va a sacar al sujeto de esa experiencia alucinatoria, es decir, que
en el periodo de la alucinación pareciera que hubiera algún tipo descarga,
pero es precisamente el aumento de la sensación displacentera el que va a in-
terrumpir este tipo de experiencia, y es maravilloso porque efectivamente ahí
se abren, en mi comprensión, muchos temas, en particular el de la “represen-
tación”, diría que se abre un “espacio”. Yo pude esperar, tenía una necesidad,
una sensación de displacer que estaba buscando que fuese atendida, pero no
fue atendida sino que en lugar de eso alucine. En lenguaje psicológico esta-

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mos abriendo ahí el espacio para una capacidad de espera, metiendo ya un
poco de principio realidad, una tolerancia a la frustración, el sujeto no deseó
tolerar sino que tolero a través del alucinación, o sea que lo que va poder,
entre comillas, es empezar a poder esperar si hace uso de la alucinación. Sin
embargo, pues también dice Freud allí, y hay que leerlo con cuidado, porque
efectivamente acuérdense que en Freud podría uno entender la inhibición de
dos maneras, como en Inhibición, síntoma y angustia, que hace los plantea-
mientos, pero precisamente en estos textos cuando habla de que el yo, y uno
diría, el psiquismo, un yo incipiente precisamente en aras de la supervivencia
tiene que inhibir las alucinaciones y hacer que el sujeto efectivamente busque
en la realidad lo que está necesitando, y no sólo lo busque, sino que incluso
plantea que se pueden hacer transformaciones sobre esa realidad.

En términos de desarrollo psíquico esto no ocurre como lo estoy narran-
do, sino que precisamente es un proceso, es una serie de repeticiones. Estamos
muy de acuerdo en eso, incluso a la hora de considerar el tema de la represión,
ésta no es una cortina o un telón que cae un día para otro, sino que es un
proceso de experiencias traumáticas que se van sumando y que van a producir
un fenómeno que en conjunto lo llamamos la represión, pero no se da de un
solo golpe, entonces, el yo debería dar la orden de inhibir la alucinación, y
precisamente ahí estaría el proceso del duelo, éste va a tener que ver con eso.
El sujeto precisamente en el dolor y en el recuerdo de la figura amada que ha
perdido, pues la puede recordar, la puede evocar, pero ahí estaría un elemento
muy interesante, y es si la está recordando, o por ejemplo, si la está viendo.
En términos del duelo eso es muy interesante porque incluso angustia menos
cuando se trata de un duelo, por ejemplo, en una relación de pareja en la que
efectivamente la persona por la que me estoy doliendo está viva; el sujeto
caminando por la calle de pronto empieza sentir que la está viendo, que está
al otro lado, que se la encontró, cuando se detalla lo suficiente efectivamente
no es, pero alcanza a tener ahí una ilusión de haber visto ese objeto y corres-
ponderá un poco a esto, y es que cuando yo la veo me puedo tranquilizar, me
puedo aliviar más.

Sin embargo, si hago uso de la razón, del principio de realidad, del pen-
samiento, pues tengo que poder hacer una crítica sobre esto y decir, pero es
imposible, esto no es, y efectivamente esa sería un poco la función en este pro-

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ceso, pues precisamente se va a ir retirando la investidura, retirando las cargas
sobre el objeto perdido y se van a poder mantener recuerdos etcétera, y pues
lentamente se va retirando esa línea donde finalmente hay un punto en el que
el duelo se ha resuelto y la libido está ahora libre para ser puesta en un nuevo
objeto, y el yo abandonará esa inhibición que no le permitía acceder a ciertas
tareas y diríamos, vuelve a estar desinhibido. En ese proceso de inhibición o
desinhibición, Freud hace alusión en el texto a las cadenas de representación
investidas que conforman la actividad del pensamiento, entonces uno diría, el
pensamiento de alguna manera, una forma de decirlo, es precisamente poder
analizar las conexiones que yo tengo entre diferentes representaciones que
tienen alguna característica semejante y que precisamente uno diría, por eso
me pueden servir para hacer sustituciones entre ellas, pero si hay pensamiento
habría consciencia de esa sustitución, entonces yo podría decir que tal persona
está cumpliendo para mí en este momento de la vida una función semejante
a la de mi madre, pero efectivamente ahí no habría engaño, sino que sería un
asunto conocido conscientemente.

El asunto de lo inconsciente es que precisamente esas sustituciones se
dan, por ejemplo, en los sueños. Son muy propias de los sueños, pues tenemos
la posibilidad de rastrearlas si hacemos un ejercicio, digamos, si utilizamos un
método para tratar de rastrearlas que no sería otra cosa que buscar interpretar
un sueño; pero si no hacemos ese ejercicio simplemente la sustitución se dio y
la damos por hecha, y no le buscamos ningún sentido, sino que la asumimos
y ahí está entonces en parte la semejanza. Entonces, ¿qué es lo que podría
pasar en el duelo? pues, que efectivamente no tramitemos adecuadamente la
búsqueda de estos enlaces que pueden convertirse en falsos enlaces y termi-
nemos apartándonos o extrañándonos de la realidad de manera significativa.
Dice entonces Freud que en un duelo -hablando del duelo ideal- no hay nada
inconsciente en relación con la pérdida del objeto amado, se puede reconocer
que el objeto no está muerto, o si se murió, pues viene el proceso de retirar la
libido, pero en la melancolía va a decir, precisamente ahí está el asunto, que
la pérdida del objeto es sustraída de la consciencia, no se tiene efectivamen-
te conocimiento o claridad de cuál es el objeto que se ha perdido. El sujeto
puede hacer referencia a una pérdida, pero efectivamente no necesariamente
corresponde con la realidad, y diríamos que en la mayoría de los casos no lo

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es, y bueno, más adelante el mismo Freud nos va a ayudar a ver que efectiva-
mente es más como una frustración que realmente una pérdida, o sea que la
expectativa que yo he puesto sobre un objeto no se cumple, y pues me “duelo”,
pero me estoy doliendo por un objeto que efectivamente nunca he tenido, y
que más bien deja ver el componente narcisista en esa elección de objeto. Si
lo ponemos en esos términos, entonces en un duelo normal pues yo hago una
retracción, traigo de vuelta la libido objetal que había puesto en ese objeto, si
me voy a la melancolía, parte de lo que podríamos decir es que yo voy a tratar
de retirar del objeto la libido narcisista que había puesto sobre él, y ahí estaría
uno de los elementos claves, y es que efectivamente nunca puse una libido
objetal sobre él, sino que puse mi propia libido en él. Pareciera que hubiera un
proceso de duelo para recuperar la libido, pero podríamos decir que la libido
nunca partió de mí, o sea que efectivamente nunca salió de mí.

Freud continúa en el texto haciendo mención del proceso de la censura
moral que opera aquí. Una de las características clásicas de la melancolía es
esa crítica que hace el sujeto de sí mismo. Freud va a llamar la atención muy
prontamente, y dice: esa crítica que hace el sujeto de sí mismo no correspon-
de con la realidad, puede que haya algunos elementos en los que sí, unos en
los que haya algún tipo de semejanza, pero efectivamente llama la atención y
dice, sí eso que yo estoy diciendo acerca de mí es cierto, está fallando otro ele-
mento de la realidad y es que eso no tengo por qué reconocerlo en público. Sí
efectivamente soy ese objeto tan denigrado como me presento ante los demás,
pues ahí se pone en evidencia que algo más está fallando en mí, porque es un
asunto que debe ser privado, yo diría íntimo, entonces nos va traer a colación
eso, y es que está fallando el principio de realidad, está fallando la censura
moral, y efectivamente hay una alta desconsideración conmigo mismo que
no sólo se expresa a través de lo que digo, sino dónde lo digo, o sea la manera
como me expongo, el sujeto se humilla ante los demás, y precisamente hasta
regaña a los otros por relacionarse con él, o sea “ustedes qué hacen metidos
conmigo, yo una persona tan indigna”, y precisamente extiende su crítica al
pasado, y ahí hay un elemento que se podría decir que el sujeto puede hacer
un análisis de eso que está diciendo de sí mismo, pues tendría un componente
delirante y efectivamente no corresponde con la realidad, y habría un cuadro
de delirio con elementos morales hacia sí mismo.

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Bueno, entonces me voy a adelantar un poco en la crítica que hace el
melancólico sobre sí mismo, pues deja ver que precisamente hay un compro-
miso en el yo del melancólico y esa función del yo es muy interesante, porque
efectivamente uno dice: cuando estamos hablando de la censura moral, que
el yo de alguna manera es capaz de considerarse a sí mismo como objeto y
criticarse, y esto es un proceso normal, uno diría, si yo pienso sobre alguna
acción que he tenido pues puedo censurarla, y uno dice ¿quién la está censu-
rando? Yo, y ¿cuál es el objeto censurado? pues Yo, o sea, un pedazo de mi Yo.
Ese proceso se puede dar y eso es lo que llamaríamos la consciencia moral,
y este es el punto en el que Freud dice, mire, las grandes instituciones del Yo
son la consciencia moral, la censura de la consciencia y el examen de realidad;
todos están relacionados con el principio de realidad, con el pensamiento,
y cualquiera de ellas se puede afectar cuando una persona se enferma, pero
efectivamente en el melancólico la que sobresale es la consciencia moral y la
crítica que se hace sobre el mismo sujeto.

Bueno, entonces quiero pasar a mirar, hay una apreciación ahí, y es cómo
ha sido la relación con ese objeto y precisamente dice, ¿será que hubo una
elección de objeto o sea una relación de objeto? y ahí habría también un tema
para abordar que de alguna manera ya lo han hecho, y es precisamente ¿cómo
es ese tema, el de poder relacionarnos con el objeto? Pienso yo que ahí está el
tema que abordaba mi colega Pedro González sobre la identificación, y uno
dice, precisamente sí vamos a mirar cómo se da el proceso de identificación,
el planteamiento que nos hace Freud es que vamos a partir en los procesos de
identificación de las sensaciones, y diríamos que antes de poder hablar de otro
lo que habría en un primer momento sería eso que Freud llamó en un momen-
to dado, el yo puro placer o el placer purificado. Un yo que sólo siente, en ese
momento estaba, digamos, entregado al sentir, pues no reconoce ninguna otra
instancia, y efectivamente es ese yo indiferenciado, indiscriminado, del que
previamente también se ha hablado.

¿En qué momento se va empezar a diferenciar? pues ese será un proceso,
los procesos de identificación. Hay un momento en que la identificación es
precisamente con la sensación, esto lo explica Valls, aquí presente, también
de manera muy interesante en su diccionario, porque diríamos, es una
identificación primero con el ser, que después debe migrar a una identificación

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con el tener. Lo primero que yo quiero es ser esa sensación, y podríamos
decir, desde ese “ser” la sensación sería “ser” el objeto; hay un primer paso
de diferenciación, pero claramente puedo reconocer que esa sensación está
derivada de encontrarme con ese objeto, o sea empiezo a poder decir, cuando
el objeto está presente yo siento este tipo de cosas y yo quiero seguir sintiendo
eso. El deseo está en seguir sintiendo eso, cuando me empiezo a diferenciar
aún más, entonces, pues no puedo siempre sentir eso pero podría tener ese
objeto, entonces sería como un pedazo en esa diferenciación.

Bueno, es que aquí hay temas de ambivalencias, temas de fijación que
podemos desarrollar un poco más, pero efectivamente quiero introducir
mi punto de vista sobre el desarrollo psicosexual. Me parece que podemos
hacer una diferencia interesante. Me voy a ir al texto del principio del placer-
displacer. En ese texto Freud agrupa bajo el nombre de proceso primario,
unas ciertas características, y lo que va plantear es la diferencia del proceso
primario con el proceso secundario, que es el que asume las funciones yoicas
como tal. Entonces, en este texto de 1911 dice literalmente Freud: “en la
psicología basada en el psicoanálisis nos hemos acostumbrado a tomar como
punto de partida los procesos anímicos inconscientes cuyas particularidades
nos ha revelado el análisis y en los que vemos procesos primarios, residuos de
una fase evolutiva en la que eran únicos”. Entonces este es el texto en el que
yo me apoyaría para responder que efectivamente esos procesos psíquicos sí
son inconscientes, aun cuando no se puedan contrastar con los conscientes.
A mí me parece lamentable que se hubiese perdido ese texto de Freud, eso es
lo que dicen los estudiosos, sobre la consciencia, porque sí bien casi que po-
demos hablar un poco de qué va o cómo se va a desarrollar esa diferenciación
entre inconsciente, inconsciente reprimido, preconsciente-consciencia, nunca
es del todo claro cómo es que se desarrolla la consciencia. Yo me atrevo, en
ese orden de ideas, a decir que el desarrollo de la consciencia va ligado con el
llamado proceso secundario. Son las funciones yoicas las que efectivamente se
ejecutan con un cierto nivel de consciencia.

Uno de los asuntos que a mí me apasionan en relación con este tema es
que, cuando yo mismo he intentado, incluso en algunos escritos que me he
atrevido a publicar, a tratar de describir cómo será el desarrollo de la cons-
ciencia, siempre me parece sorprendente es que no puedo llegar a concluir

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cómo se da el desarrollo de la consciencia cuando ya tengo que empezar a ex-
plicar cómo se da la represión, o sea que precisamente, ahí hay un entramado
que le da también sentido a lo complicado que es todo esto, y es que, sin que
hayamos desarrollado plenamente la consciencia ya estamos reprimiendo, o
sea que cuando uno habla de la represión como el desalojo de la consciencia,
pues habría que preguntarse de qué nivel de consciencia estamos hablando.

En un texto de un psiquiatra colombiano, Marco Fierro, que se llama Se-
miología del psiquismo, algunos lo deben conocer, él trae varias definiciones de
consciencia, pero finalmente termina planteando una que a mí me satisface y
me parece que recoge varias perspectivas, dentro de ella la psicoanalítica. En-
tonces, dice que un sujeto consciente es consciente de sus procesos psíquicos,
es decir que podríamos listar: es consciente de su capacidad de pensar, de la
manera en que está hablando, de lo que está sintiendo, del lenguaje que está
usando, … y continua Fierro, no sólo reconoce esos procesos psíquicos, sino
que también ser consciente es ser consciente de sus alteraciones, o sea efectiva-
mente me puedo dar cuenta de las variaciones en mis emociones, en mi estado
de ánimo y si estaba consumiendo, digamos que vino, puedo darme cuenta
de una alteración en mi pensamiento, de una alteración en el lenguaje, que
empecé a hablar “con letra pegada” como decimos aquí, y eso es ser consciente.
Habrá que ver si eso me va a llevar a un estado donde ya no me pueda dar
cuenta de mi alteración, pero inicialmente es yo puedo percibir mis alteracio-
nes y termina diciendo esos procesos psíquicos y las alteraciones de las que yo
puedo tener consciencia, que son los míos.

La consciencia también tiene que ver con la capacidad de atribuirle esos
mismos procesos a los otros, y precisamente llevaría a considerarlos semejan-
tes, y en esa consciencia de la semejanza del otro conmigo mismo aparecería
la consideración por el objeto. Si el otro siente como yo, sufre como yo, bueno,
no sé, disfruta como yo, etc. pues efectivamente me queda más fácil poderlo
entender. Yo me pregunto, cuando oigo una afirmación de esas, por ejemplo,
metiendo aquí el tema social tan pertinente en nuestro país, qué consciencia
del otro tenemos cuando en un proceso de paz, por ejemplo se dice que es el
colmo que los guerrilleros no paguen un tiempo en la cárcel, ¿cuál es la consi-
deración que tengo ahí por el otro? Tanto por el guerrillero, como por sus víc-
timas. Una consideración por el otro de manera total es difícil. Consideramos

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desde nuestra posición, ¿y la del otro? pues no está ahí. Entonces con esto lo
que quiero decir es que en términos de desarrollo me parece que es muy perti-
nente entender que la consciencia no está plenamente desarrollada cuando ya
tenemos la necesidad de reprimir.

Dice Freud, cuando está haciendo alusión a que esos procesos anímicos
inconscientes eran los únicos, sigo yo textualmente: “no es difícil reconocer la
tendencia a que estos procesos primarios obedecen, tendencia a la cual hemos
dado el nombre del principio de placer, tienden a la consecución de placer y
la actividad psíquica se retrae de aquellos actos susceptibles de engendrar dis-
placer, tiende a buscar el placer y evitar el displacer de una manera muy senci-
lla”. Nuestros sueños nocturnos y nuestra tendencia general a sustraernos de
las impresiones penosas son residuos del régimen de este principio y pruebas
de su poder. Entonces, habría una afirmación y es, si bien va a aparecer el pro-
ceso secundario del pensamiento, pues el punto de partida nuestro y que será
una tendencia que permanecerá con nosotros toda la vida, es precisamente
evitar el displacer o buscar el placer, pues ya ahí diría uno que precisamente
el pensamiento va a ser la mediación, o sea, diríamos unas cosas que son in-
mediatistas, muy a corto plazo, y la posibilidad de pensar a más corto o largo
plazo.

Continúa Freud, en el mismo texto, en la Interpretación de los sueños, ex-
pusimos ya nuestra hipótesis de que el estado de reposo psíquico era pertur-
bado al principio por las exigencias imperiosas de las necesidades internas,
instinto-pulsión, en estos casos lo pensado, lo deseado, quedaba simplemen-
te representado en una alucinación que es efectivamente el sueño, eso sería
el equivalente a una idea onírica. Entonces, ahí se está, en el proceso pri-
mario ante una sensación displacentera, si yo tengo una representación a la
que puedo recurrir para alucinar la satisfacción de esa necesidad, pues voy a
echar mano de ella. Hay además un elemento que me parece muy pertinente
también resaltar, pensándolo en términos clínicos, y es que si no tengo una
experiencia de satisfacción de la que pueda echar mano no puedo alucinar, o
sea efectivamente la alucinación es una representación, estoy representando
una experiencia satisfactoria, si no tengo esa experiencia satisfactoria pues no
la puedo alucinar, o sea que tiene un principio también en términos de de-
sarrollo muy pertinente, y es que para que se pueda ir dando este paso hacia

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el proceso secundario es necesario que haya experiencias de satisfacción, o
sea que efectivamente, digamos en lenguaje de Winnicott, que haya habido
una madre lo suficientemente buena como para haberme alimentado y haber
tenido esa experiencia allí registrada.

Continúa Freud, la decepción ante la ausencia de satisfacción esperada
motivó luego el abandono de esta tentativa de satisfacción por medio de alu-
cinaciones. Y es la ausencia de la satisfacción esperada, la podríamos llamar,
pensando precisamente en los instintos y sus destinos es que, no hubo nin-
guna modificación en la fuente, yo pude perceptualmente alucinar que estaba
comiendo pero eso no fue real, y lo que me ayuda a ver y a sentir que eso no
fue real es que precisamente sigo teniendo hambre. Y yo diría: y más hambre
aun, que es lo que precisamente me va a ayudar a salir de la alucinación. Para
sustituirla tuvo que decidirse el aparato psíquico a representar las circunstan-
cias reales del mundo exterior y tender a su modificación real. Entonces ahí sí
empezamos hablar de un yo, de un principio de realidad que va a ayudar a que
efectivamente, por ejemplo, este cuadro de la melancolía no ocurra, pues diría
uno, tiene que ser un yo que tenga la capacidad de hacer un adecuado juicio
de la realidad y también de inhibir la tendencia natural a alucinar que todos
tenemos, y ahí está el juicio de la realidad es el que me va a decir, nos ocurre
con los sueños, es así, o sea se despierta en la mañana y puede ser en ese limbo
entre estar despierto y estar dormido y puede preguntarse lo soñé o fue real.

En algunos casos se alegra que lo soñó, en otros se entristece que de
que fue solo un sueño, pero efectivamente hacemos un juicio de la realidad
y podemos ubicarnos, ser críticos de nosotros mismos y darnos cuenta que
aquello que experimentamos fue sólo un sueño. Y dice Freud que con ello ha
introducido un nuevo principio de la actividad psíquica. No se representa ya
lo agradable sino lo real aunque fuese desagradable. Entonces ahí es cuando
uno entiende efectivamente el proceso secundario, el principio realidad, pues
viene a imponerse sobre el principio de placer-displacer, o sea si usted sigue
sólo centrado en alucinar, en la búsqueda del placer sin tener la capacidad de
introducir mediaciones dentro de ellas, inicialmente la alucinación y después
podemos hablar de la fantasía para ir ascendiendo a la palabra, y finalmente al
pensamiento abstracto y concreto, pues efectivamente no habría posibilidades
de ese tal desarrollo psíquico del que estamos hablando. Dice, esta introduc-

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ción del principio de realidad trajo consigo consecuencias importantísimas, y
dentro de ellas, pues están todas estas de las que estamos hablando.

Entonces, cuando el psiquismo se rige por el proceso primario, al percibir
una necesidad, y ahí ya hay una elaboración, porque lo que uno percibe es una
sensación displacentera, en la medida que esa sensación displacentera es repe-
titiva, y efectivamente alguien me la nombra como una necesidad pues yo la
puedo convertir en una necesidad, pero inicialmente diríamos es simplemente
una sensación de displacer. El día que yo pueda organizar esa sensación de
displacer y denominarla hambre, ya habrá transcurrido varios meses o años de
vida. Entonces, cuando percibo esa necesidad sin mayor mediación o espera,
se alucina, representándose así su satisfacción, sin embargo, esto tiene un pre-
supuesto fundamental que conviene explicitar y es que para poder representar
o alucinar una satisfacción, ésta o alguna asociada a ella, tiene que haber efec-
tivamente ocurrido. Es decir, el proceso primario opera si el aparato psíquico
tiene en su haber registros de experiencias de satisfacción.

Y para hablar entonces un poco de ese período como tan indiferenciado
o sin pensamiento o sin consciencia, con un yo poco estructurado, pues me
permito traer una cita también de Ferenczi que me parece que describe de
una manera muy clara este funcionamiento. Ferenczi plantea que al inicio de
la vida, en el útero materno, se encuentra el bebé en un estado de satisfacción
total dado que sus necesidades se encuentran satisfechas y por consiguiente
experimenta también una sensación ilusoria de que sus deseos y necesidades,
para ser satisfechas, tan sólo precisan ser anheladas. Yo me atrevería a decir
que incluso no se alcanzan a sentir, no alcanza a haber tal anhelo cuando ya
hay satisfacción, o sea precisamente es un estado de placidez que tiene sentido
considerar que será esa pérdida fundamental de la que nos estaba hablando el
doctor Cothros. En ese periodo de la vida que se desarrolla en el útero, el ser
humano vive como un parásito del cuerpo de la madre, para el ser naciente el
mundo externo sólo existe en un grado muy limitado, todas sus necesidades
de protección, calor, alimentación le son aseguradas por la madre, y ahí diría
yo, precisamente se las asegura la madre sin que ella tampoco necesariamente
tenga que tener consciencia de lo que está haciendo. Más aún, ni siquiera tie-
ne el trabajo de tomar el oxígeno, ni el alimento, ya que ha sido previsto que
estos materiales mediante arreglos adecuados le lleguen directamente a los

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vasos sanguíneos. Comparándolo con un gusano intestinal, por ejemplo, este
último tiene que llevar acabo bastante trabajo, modificar el mundo externo
para poder mantenerse, sin embargo, todo el cuidado para la continuación del
feto es transferido a la madre, por lo tanto, si el ser humano posee una vida
mental cuando se haya en el útero, aunque sólo sea inconsciente, y dice entre
comillas, “y sería tonto creer que la mente sólo funciona, sólo comienza a fun-
cionar en el momento del nacimiento”, debe obtenerse de esta existencia la
impresión de que de hecho éste ser es omnipotente, ¿qué es esa omnipotencia?
es el sentimiento de que tiene todo lo que desea y que efectivamente no hay
nada más que se pueda desear. Y ahí estaría entonces el elemento de la pérdida,
uno dice, esta situación particular se va a transformar en el nacimiento.

Bien, lo dice también Rank precisamente hablando del mito del naci-
miento que es la experiencia que genera más ansiedad en la vida. Casi que
todas las demás experiencias están referidas a ella en términos de ansiedad.
Al nacer el bebé experimenta una inmensa insatisfacción propiciada por su
encuentro con el mundo real y empieza a fantasear, a alucinar con aquello que
anteriormente vivía. Ese fenómeno transporta al niño a un periodo de omni-
potencia mágica alucinatoria propia del proceso primario que se caracteriza
por ese mismo punto de vista subjetivo del niño que apenas necesita aferrarse
a sus fines de deseo alucinatoriamente para conseguir la satisfacción de los
mismos, pero eso no es real. En palabras de Freud, el proceso primario aspira
a la derivación de la excitación, para crear, con la cantidad de excitación así
acumulada, una identidad de percepción. Y ahí estaría ese elemento clave que
ya habíamos dicho.

Entonces, el proceso primario va a funcionar con identidades de percep-
ción, el proceso secundario debería funcionar con identidad de pensamiento.
O sea que aquello que encuentro en la realidad tiene algunas semejanzas y al-
gunas distancias o diferencias con el objeto que estaba deseando. La identidad
de percepción se buscará con la representación con la que cuenta determinado
psiquismo en tanto efectivamente se hayan construido éstas a partir de viven-
cias de satisfacción, así mismo también vamos a encontrar registros de dolor
en relación con un objeto, esos registros de dolor también van a cumplir una
función en aras a alejarnos del displacer o del dolor que ese objeto nos expe-
rimentó o nos hizo experimentar.

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Bueno, de este modo una cantidad de excitación proveniente del pro-
pio cuerpo, pulsión, es decir, originada a partir de los instintos, cuando es
suficiente para ser percibida penetrará en el aparato psíquico. Aquí viene
también un elemento descriptivo, no propiamente metapsicológico, pero que
igual puede ser útil, y uno dice, para que algo sea percibido tiene que cumplir
con ciertas características, o sea, no todo estímulo es percibido por nuestro
aparato sensoperceptual, se necesita que tenga una intensidad suficiente para
ser percibido, y cuando es percibido es investido. Ahí empezaría uno a decir
que efectivamente esa primera percepción de este tipo de objetos también
nos lleva a otro elemento que puede aportar a la discusión sobre la melanco-
lía, pero en el que no quiero meterme en aras al tiempo y a lo complejo, pues
que efectivamente esa representación será investida, pero esa representación
la llamamos precisamente representación-cosa, o sea también tiene esa ca-
racterística de ser inconsciente, base de la representación palabra que sí tiene
acceso la consciencia. Entonces esa cantidad de excitación que se puede ligar
con una representación daría la posibilidad para que aparezca el deseo.

Bueno aquí estoy repitiendo, ¿qué es lo que pasa con el yo en la melan-
colía? El yo no puede llevar a cabo con precisión su función del juicio de
la realidad, de la censura moral y se va a entrabar, entrabar además es una
palabra que utiliza Freud, el entrabado, para decir el enredo digámoslo así
del neurótico, y efectivamente ese entrabado tiene que ver con los elementos
de la represión y con las fijaciones respectivas, que bien hace Freud en otro
pedazo del texto que a mí me parece precisamente muy claro, y nos va a hacer
la descripción de las fijaciones con la parte oral, de las fijaciones con la parte
anal, que nos va a permitir hablar de la introyección y de la identificación, y
con las anales para poder hablar de la ambivalencia que también se establece,
y es mirar cómo no hay una tendencia de sólo un tipo de fijaciones, sino que
en la melancolía se pueden observar diferentes tipos de fijaciones que van a
hacer más complejo este asunto.

Bueno, me parece que es suficiente hasta ahí, es decir, lo que quiero o
quisiera haber dejado claro es precisamente que, en ningún caso es fácil el
camino del desarrollo psíquico. Cuando Freud habla de las vicisitudes, pues
lo que está planteando, de alguna manera, es que es imposible que una per-
sona tenga un desarrollo sin ningún contratiempo, sin ninguna vicisitud, y

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esas vicisitudes, dependiendo del talante de ellas y de los montos de energía
y las fijaciones que se hayan producido, van a marcar la neurosis o los sínto-
mas o la manera de funcionar, podríamos decir, psicológicamente hablando,
la personalidad y la melancolía es también un ejemplo o un caso de esto.
Muchas gracias.

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78

SUPERYÓ Y DUELO 

José Luis Valls

Después de su primer batalla contra su tendencia original a la descarga
total, librada en su alteración interna primero y fundamentalmente
en esa primera vivencia de satisfacción en el primer vínculo con el objeto
después, y en la que se produjo su primera inmersión en el mar del principio
de placer-displacer y por la que es invitado oficialmente a quedarse; podría-
mos decir que ese futuro ser, salió del caos y entró en el orden determinista
y también lo contrario, que salió de lo determinado final y logró entrar
en el caos de la complejidad, a la par que generándose a sí mismo nuevos
determinismos. Trataremos, luego de haber saltado por encima de ciertas
vallas previas ya descritas, de seguir lógicamente esa experiencia, a la par
que reconociéndola en parte como mítica, como imposible de comprobar.
Hablaremos entonces de un mito lógico sobre nuestro origen llevándolo
hacia las páginas de lo que Freud y Rank llamaron “el héroe” (el hijo que
mató al padre) en esta navegación que intentaremos por sobre algunas par-
tes del alma humana. 

El superyó es una estructura que se forma a partir del yo aún en forma-
ción (el yo a su vez es un concepto dinámico producto de luchas que dan ori-
gen a una totalidad que parte del cuerpo y adquiere cierta coherencia, que no
se termina de formar nunca; se va tejiendo y destejiendo penelopianamente,
en su propia historia armada en lo fundamental en la relación con el objeto).
El superyó, decíamos, es resultado del largo período de dependencia del ser
humano de sus padres, período en el que se despliega la sexualidad infantil
que esos padres tienen el deber de sofocar de la mejor manera posible para
que el hijo pueda devenir ser social. 

El superyó es producto del primer duelo que, por lo común, debe enfren-
tar el ser humano. El niño debe renunciar al deseo, ahora incestuoso, del amor

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genital hacia sus padres (tener hijos con alguno de ellos, activa o pasivamente)
y al odio sobrecargado sobre su padre, que es el más encargado por su lugar
social de tener a raya a su sexualidad con sus amenazas míticas y actuales (he-
redadas en parte y existentes en lo actual aún por su sola y querida presencia,
sin necesidad casi de palabra alguna). 

La sexualidad, a medida que cambia y despliega sus zonas erógenas va
sobreinvistiendo las representaciones e identificaciones que producen su vi-
venciar. Cada sobreinvestidura implica un avance de la complejidad represen-
tacional (lo que incluye a la identificación, por supuesto) y un avance de las
estructuras que se van formando con ellas, generadoras a su vez de nuevas de-
terminaciones futuras y posibilidades de profundizar el nuevo caos posible de
la existencia (entendiendo aquí como caos a lo fortuito, lo inesperado, aquello
que está a la vuelta de cualquier esquina, pero también al desorden que alterna
o se mezcla con un cierto orden). 

Luego del paulatino (aunque nunca total) reconocimiento de los otros
(básicamente los padres) como no yo y su consabida angustia de pérdida de
objeto, el niño va resignando la satisfacción de sus pulsiones a cambio del
amor de sus padres. Cada vez que satisface en parte sus pulsiones (sexuales
principalmente, pero también agresivas) con sus semejantes, corre el peligro
de perder ese amor exterior sostén frente a su pulsión interior de muerte (el
reto consecuente es sentido como no amor, no ser querido). La reconvención
paterna entonces produce “conciencia de culpa” ante esos excesos pulsionales
previos cometidos por el hijo, por lo que puede existir en él arrepentimiento
posterior ante ellos y hasta cierto intento de reparación. Esto sucede en ese
período de la sexualidad infantil preedípica y en parte seguirá toda la vida,
pero a partir del acceso al erotismo fálico-uretral sucede algo que va a produ-
cir el que esa relación con el mundo extranjero exterior se vuelva en gran par-
te la relación con un nuevo “mundo extranjero interior”, más determinante,
más complejo y que permitirá un mayor acceso al “caos”. Ahora serán no sólo
los hechos producidos aquello por lo que se necesita castigo, sino que éste
será casi permanente pues surgirá ante el solo desear inconsciente (máxime
lo reprimido), lo que por otro lado es el motor de la vida, por lo que no cejará
nunca durante toda ella. Todo esto se producirá merced a la instalación de
una estructura que se desprende del yo (el yo da a luz su superyó también

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podríamos decir) y que se enfrentará con él para tener a raya a la sexualidad
ahora incestuosa y la agresión parricida derivada de aquella. 

En la cúspide de la sexualidad infantil es cuando se desata el drama edí-
pico que comienza con la instalación definitiva de la represión primaria que
cambia los valores (lo que era placentero pasa a ser vergonzante, asqueroso e
inmoral), la que será ordenada al yo por una identificación secundaria a las
identificaciones directas primarias que venía teniendo (ahora ésta identifica-
ción toma un matiz hostil) con la figura paterna (afianzando la primaria), a
la manera del surgimiento de la alianza fraterna y el ulterior totemismo en el
“mito científico” desarrollado por Freud en Tótem y tabú, posterior al parrici-
dio producido por los hermanos unidos, los que terminarán siendo usurpados
por el héroe en el mito que cantará el poeta. Así lo que fue una acción colec-
tiva será vista como un acto individual. 

Esta nueva estructura que nace en el ahora individuo-héroe lleva el nombre
de superyó con el que lo “bautizó” Freud. La relación con la madre sufre una
pérdida irreparable, queda reducida a ternura, como en parte lo era hasta el
advenimiento de lo fálico junto a su pulsión de dominio o mezclada con ella
(ahora con su temática castrado-no castrado, preámbulo de la de femeni-
no-masculino), lo fálico es coartado en su fin. Decíamos que éste es su primer
duelo, entonces. Éste se realiza durante un período, con sus idas y venidas, que
dura unos dos años y en los que la identificación paterna deviene estructura,
la que principalmente liga la pulsión de muerte que había sido transformada
en pulsión de destrucción y que estaba descargando parcialmente desde que
manejaba los músculos y había aprendido el lenguaje en la etapa anal y por la
que en lo básico era reconvenido por el cuidado paterno para ponerle freno a
la pulsión sexual mezclada con aquella. Esto deviene así en culpa, sentimiento
de culpa (no ya conciencia de culpa), que en parte es consciente y en parte
no (será necesidad de castigo, en este último caso), pues en parte es también
inconsciente y fundamentalmente usa la energía pulsional que genera el ello,
ahora contra el yo. Gracias a la formación de esta estructura superyoica es que el
niño entra en un período de latencia de su sexualidad y puede sublimar con ma-
yor facilidad y menor creatividad, manteniendo aquello de la “obediencia de-
bida” a los padres a cambio de su amor, pues la dependencia infantil perdura,
aunque más moderada, al poseer un mayor grado de libertad en sus acciones.

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Ese período infantil quedó entonces reprimido (desalojado, olvidado) y
es muy difícilmente recordable (existen resistencias inconscientes para que
eso suceda). Digamos que es reconstruible, a lo sumo, aunque queden de él
algunos recuerdos que Freud llama “encubridores” de lo reprimido y sueños
repetitivos que junto con los otros “retornos” neuróticos (entre los que inclui-
mos a la transferencia) son los que van a dar la posibilidad de reconstrucción
de la llamada “verdad histórica” (aquella que percibió el sujeto, no la “verdad
material” de la cosa incognoscible para él). Estos sucesos reprimidos son de-
terminantes, así como son desalojados de la posibilidad de recuerdo, de pala-
bra, producen fijación y son producto de ella, la que se había producido por
factores económicos (traumáticos) durante esa historia, tiñéndose a posteriori
con el color de lo edípico. Por lo tanto generarán compulsión de repetición, el
deseo mismo es un deseo inconsciente de repetir y esto resulta lo más deter-
minista de la teoría freudiana; a raíz de la represión uno tiende a repetir aque-
lla historia infantil olvidada transfiriendo a las relaciones ulteriores en parte
los afectos que fueron percibidos en aquellas historias con aquellas escenas
semejantes que nunca logran identidad de percepción pero sí de pensamiento
(y de afecto, podríamos decir). Lo que no quita que puedan suceder hechos
azarosos inesperados (como los traumáticos) que muy difícil o trabajosamen-
te se puedan homologar, aunque el pensamiento pueda lograrlo en parte y con
esfuerzo. En las diferencias entre lo buscado por deseado y lo percibido hay
un camino creativo, generador de “caos” y de complejidad, el otro puede ser el
de cierto retorno de lo reprimido por el camino sublimatorio y con cierta re-
beldía. Lo traumático desordena este cierto orden determinado que pretende
el aparato psíquico, generando caos y nuevas complejidades a su vez. 

La pérdida de un ser querido (de una investidura de objeto investida en
forma permanente con amor, ternura o amistad), es otro de esos hechos que
desarticulan este armazón determinista. Las relaciones humanas son com-
plejas, hay en ellas sentimientos permanentemente contradictorios (ambiva-
lencia), aunque en ellos predomine el amor o sea más consciente (pero no
siempre, pues el objeto a veces da motivos para odiarlo despertando el odio
“apagado” por el amor). En el caso de un niño probablemente una pérdida
importante (paterna, por ejemplo) dará origen a un punto de fijación, a la ma-
nera de un hecho traumático, con pocas probabilidades de la realización de un

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trabajo de duelo, lo más difícil quizás sea el reconocimiento de la realidad que
necesita todo trabajo de duelo, generando en cambio con toda probabilidad
un trastorno y cierta rigidez en sus identificaciones. 

El superyó participará a su vez del narcisismo del yo, pues además de la
“consciencia moral” punitiva, constará en su haber del llamado ideal del yo,
aquello que le exige al yo que debe alcanzar para ser querido por él (por ejem-
plo el ideal exigirá al yo que sea el héroe de la saga). En ese sentido también el
superyó ocupará el lugar de los padres de la infancia (omnipotentes y omnis-
cientes para el hijo hasta la aparición de la “novela familiar” en la adolescencia,
en la que ese orden logrado vuelve a ponerse en tela de juicio culminando, por
lo común, con una solidificación del superyó que ahora permitirá la paternidad,
también sentida como “heroísmo”, en el sentido del mito). Los padres a su vez
y como expresión de su propio narcisismo coronaron al niño como “su majestad
el bebé” cuya contrapartida es, desde el alma infantil, el “yo placer purificado”,
aquel en el que el criterio de la “yoidad” era otorgado por el placer. El ideal del
yo exigirá al yo entonces que vuelva entonces al pasado, a ese yo ideal que fue
otrora, ahora en su futuro. En ese futuro está el héroe posible, el líder de la masa,
que en el fondo a su vez aspira a ser el padre de la horda primitiva, omnipotente
y cruel que posee el poder sobre sus hijos a quienes castra y mata para que no
logren reemplazarlo. En la medida en que algo lo consigue (éxitos que acercan
cierta sensación de omnipotencia) aumentará la autoestima (es decir, el superyó
querrá más al yo) y si no, ocurrirá lo contrario (aumentarán los autocastigos). La
autoestima irá hacia la baja, el superyó no perdona. 

El proceso de duelo demanda un trabajo intenso y doloroso al aparato
psíquico. El yo es reacio a abandonar así como así a sus objetos de amor. El
amor busca la unidad con el objeto, “tenerlo” pero casi “serlo” también, así que
toda pérdida de objeto es una pérdida en el yo, claro que con diferencias en
más o en menos (aquí podemos ubicar a la elección narcisista de objeto, el
entregarle el yo al objeto, lo que en distintas proporciones participa de todas
las elecciones de objeto, el “pensé en no verte y temblé” del tango Malevaje,
de E. S. Discépolo), pero sepamos que en parte siempre la hay, que toda pér-
dida de objeto es una pérdida en el yo. De ahí la casi retracción narcisista de
la persona en duelo, el prácticamente sólo poder pensar en el objeto perdido
durante ese proceso, de la imposibilidad ahora de recibir definitivamente los

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placeres que provenían del vínculo con ese objeto (así fuesen sólo de ternura
o con amor sensual sin coartación incluida), del chocar lo cuantitativo de la
fuerza incrementada del deseo con la realidad de su ausencia en cada detalle
que lo convoque, así fuese por contigüidad o analogía representacional, de la
necesidad de restaurar ese yo dolido no ya con un cambio delirante de la rea-
lidad sino con una aceptación paulatina de ésta, haciendo propias las virtudes
ensalzadas por la pérdida (en la que se olvida el odio y se ensalza el amor)
aunque otrora fuesen vistas con otra cualidad y ahora sean transformadas en
identificación. Es ésta una identificación que repara al yo y mitiga el dolor de
manera paulatina, hasta llegar de a poco a la posibilidad del reemplazo de sus
deseos de otrora al de otros objetos con otros atributos, a otras nuevas fuentes
de placer que lo llaman a la vida. 

El superyó consta de dos partes con diferentes funciones, el ideal del yo
que proviene del narcisismo original que en parte es origen de la búsqueda de
ideales (que mientras así lo sean son inalcanzables), también hay en él heren-
cias del pasado filogenético y familiar. No sólo el superyó es producto de la
identificación con los padres sino con el superyó de ellos y el hijo probable-
mente sienta como propia la misión de cumplir con esos ideales no realizados
en la vida de aquellos. También este ideal del yo es permeable a los ideales
sociales de su época, de su clase social, de las figuras representativas de cierta
autoridad, en especial en los sujetos en los que el yo se mantiene en un nivel
infantil en relación con su superyó (obediente) sin capacidades de rebatirlo
con su pensamiento, lo que puede implicar una lucha conflictiva y un nuevo
duelo interior. El ideal del yo puede ser proyectado en el líder de la masa
cuando este lugar de líder no es alcanzado per se y así, a través de identifica-
ciones con éste y con los miembros de la masa consigue de alguna manera una
tajada de ese lugar del héroe (el hijo que mató al padre). El ideal del yo, con
su aspiración al heroísmo y por los métodos que deberá usar el yo para llegar
a serlo, y la conciencia moral con su ataque punitivo a la sexualidad son, con
toda probabilidad, las causas del desbalance que existe Superyó y duelo en la
pulsión de destructividad humana por sobre la del resto de la Naturaleza, las
diferencias de las historias individuales (las estructuras psíquicas son produc-
to de ellas) hará a la diferencia de unos hombres con otros y de unas masas
sobre otras. Para lograr el poder heroico se deberá usar la agresión en los

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diferentes niveles, ya sea en el barrio o hasta el nivel de países (imperialismo por
las armas o con el capital económico, el que a su vez posee las armas más letales y
así) y se podrán usar los para ellos los métodos en apariencia pacíficos centrados
en la palabra, como la razón, la seducción, la extorsión, hasta culminar en la ac-
ción lisa y llana de ejercer el poder sobre el otro, generador de guerras y luchas de
clases, en forma permanente. Esta es la historia de la civilización humana según
podemos ver. La ética de la fuente de las motivaciones morales de la desigualdad
luchará con su contrario, el aprovechamiento y búsqueda de ahondamiento de esa
desigualdad entre “hermanos” en búsqueda de “alianza fraterna”. 

La otra parte del superyó es la así llamada “conciencia moral” que tiene a
su cargo la vigilancia del yo para que no se aparte del camino que le ha sido
asignado. Trabaja al unísono con la anterior castigando con la culpa cuando
el yo está lejos del ideal. Para ello emite juicios de atribución condenatorios
del funcionamiento yoico. En parte es así y además de ello surge la ética que
deberá usar el yo en la acotación de la satisfacción pulsional de la pulsión de
vida sexual (que en lo principal debe continuar al nivel de amistad y ternura
a lo sumo). La vida sexual sensual deberá reducirse a las posibilidades que
le permita lo social en cada época. Mencionamos al pasar la otra ética que
proviene del yo y que surge de la comprensión de la inermidad del semejante
(“la fuente de todas las motivaciones morales”), de la diferencia de niveles de
poder a la manera de la del padre con el hijo, a esta ética podríamos llamarla
de la solidaridad (es la menos común en la actualidad, salvo en algunas comu-
nidades religiosas o ciertos grupos políticos, pues a veces choca con los ideales
capitalistas actuales altamente individuales y centrados en la búsqueda de la
riqueza económica como el más alto valor social). 

Se ha dicho que el superyó es pobre o es avasallado en las psicosis. Esto
no es así, el problema es mucho más complejo. La debilidad es del yo quien
queda a merced de la pulsión proveniente del ello (mezclada y con mayor
proporción de pulsión de muerte en la mezcla dada la desinvestidura repre-
sentacional de objeto) y del superyó hipercruel (también con mezcla a mayor
proporción de la energía sin ligadura, lo que lo acerca a mezclas pulsionales
con mayor proporción de pulsión de muerte dada la desinvestidura represen-
tacional del objeto, incrementando el sadismo del superyó) el yo y el superyó
pueden ser proyectados afuera casi por entero (el ello también) y sentidos

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como provenientes del mundo exterior, incluso como percepción de amenaza
de castigo sin miramiento alguno por si el deseo tiene que ver con ternura,
amistad o pasión sensual, como si todas estas posibilidades fuesen una y la
misma cosa (lo cual en parte es verdad en cuanto a su origen). El superyó
amenaza, tortura y mata sin hacer demasiados distingos, como si estuviese
apurado por “hacer justicia”. 

Viñeta clínica del análisis de una alucinación en una esquizofrenia paranoide. 
Sobre la melancolía ya hemos hablado, no hay alucinaciones por lo común,
todo sucede intrapsíquicamente, por eso es la patología narcisista por excelencia.
El superyó puede participar de ciertas defensas del duelo normal con sen-
timientos de culpa pasajeros (“si hubiese hecho tal cosa, esto no hubiese suce-
dido, soy un estúpido”) pero son pasajeras y rebatibles por la razón consciente,
aunque casi diría que inevitables, como el enérgico primer ¡No! desmentidor
de la noticia irremediable. 
Viñeta sobre un caso de un importante grado de amencia desmentidora
de un duelo.

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LA ELABORACIÓN EN EL DUELO
Y LA MELANCOLÍA

Héctor Cothros

La vez pasada había comenzado a hablar precisamente del tema que nos
convoca obviamente, de melancolía, y habíamos llegado hasta cierto
punto, y luego por el tiempo, ya estaba excedido, debió quedar inconcluso allí,
con la posibilidad de retomarlo hoy. La vez pasada habíamos hablado acerca
de que el duelo tenía una importancia clínica significativa y hoy espero poder
subrayar esta significación que tiene el duelo y la melancolía, pero desde el
punto de vista clínico. Pero habíamos destacado otro flanco de la significación
que tenía el duelo y la melancolía, y era desde la construcción del aparato
psíquico, en el sentido de que el aparato psíquico para construirse tiene que
ir aceptando pérdidas, es más, el aparato psíquico, por así decirlo, está estruc-
turado de pérdidas. Para construirse, complejizarse, tiene que ir aceptando
pérdidas. En ese sentido voy a vuelo de pájaro resumiendo lo hablado la vez
pasada, planteábamos que el aparato psíquico pasaba desde un polo monádi-
co, desde un polo autístico, desde un polo narcisístico primario, desde un polo
autoerótico, como quieran llamarlo, hasta en el otro extremo, el complejo de
Edipo, y que en el medio, lo que ocurre para que se dé esta transición desde
una polaridad a la otra, es ir elaborando pérdidas y separaciones. En este es-
tado monádico hay una indiferenciación, yo, el mundo, lo placentero, todos
coinciden para finalmente, en el polo edípico, después de haber transitado
por sucesivas rupturas, incluirse en un mundo en el cual existe la diferencia.
Planteábamos en ese caso, un eje o una dimensión de tres diferencias entre yo
y el otro, diferencia de sexos, y diferencias de generaciones. Éste es el com-
plejo de Edipo. El contacto con la diferencia. Ésta es la esencia incluso del
concepto de castración, castración es contacto con la diferencia, proviniendo
de un mundo de indiferencia que es el mundo monádico. Entonces, desde la
mónada hasta el complejo de Edipo lo que va ocurriendo es sucesivas separa-
ciones, sucesivas aceptaciones de la diferencia. Habíamos llegado a ese punto

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o con más precisión, habíamos alcanzado una situación que es clave para la
discriminación de la melancolía y que era la siguiente: decíamos que era ne-
cesario que al llegar al complejo de Edipo, al construir el superyó, existiese
por parte de los padres una autodesidealización. Porque los padres desde el
lugar del superyó, que como ustedes saben es un lugar idealizado omnipo-
tente, etc., devienen en los amos del sentido, se transforman en el padre de
Schreber, son los que dicen las cosas son así. Piensen, por ejemplo, algo que
José Luis hablaba recién con respecto a la ética. La ética, lo bueno, es aquello
que me va a ser ganar el amor de mis padres y que va a evitar por consiguiente
castigo. Freud en el Malestar en la cultura dice que el chico necesita el amor
de los padres, también porque esa es una forma de reasegurarse de que no lo
van a castigar. Y en última instancia lo malo es aquello que me va a llevar al
disfavor de mis padres, y por lo tanto me va a ser objeto de castigo. Esto es
lo bueno y lo malo, esto está dictaminado desde los padres, ellos asumen este
lugar de amos del sentido, las cosas son como los padres dicen. Decíamos que
era necesario un proceso de desidealización de los padres a través del cual
esos mismos padres podían decir que las cosas no eran como ellos decían, sino
que en última instancia ellos eran obedientes a la institución social. Es decir,
las cosas no son como yo digo, la prohibición no es ésta que yo digo porque
yo quiero arbitrariamente, sino en última instancia, porque no hago más que
someterme a un concepto público que yo no manejo y donde está la catego-
ría de padre, está la categoría de madre, está la categoría de prohibición, etc.
Es decir, el padre y la madre se destituyen de este lugar de amos del sentido.
Freud dice esto con toda claridad en Tótem y tabú. Recuerden que en Tótem y
tabú Freud habla, esto no es de él, es de Auguste Comte la idea, y habla de la
evolución espiritual de la humanidad. Esto que se refiere a un proceso cultural
muy amplio es también atribuible al desarrollo psíquico del propio individuo.
Freud dice ahí lo siguiente: la humanidad en su desarrollo espiritual atraviesa
por tres grandes fases que llama animismo, religión y ciencia. El animismo,
si hacemos esta reducción de un plano cultural a un plano individual, corres-
pondería al narcisismo. Todo es igual a yo o yo soy igual a todo, por tanto
todo y yo somos lo mismo, por eso el mundo está animado, animismo igual
narcisismo. La religión es el complejo de Edipo en el cual en última instancia
hay un ser superior dotado de omnipotencia y yo me someto a los mandatos

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de este ser superior, pero después viene algo que Freud lo ubica como ciencia.
¿Qué quiere decir ciencia? y esto es esencial en el pensamiento freudiano.
Ciencia significa no las probetas y los tubos de ensayo, ciencia quiere decir
un discurso en el cual no hay amo del sentido. En la ciencia yo puedo decir
lo que quiera siempre y cuando lo pueda fundamentar, no hay por lo tanto
ninguna limitación, ningún amo del sentido que restrinja la posibilidad que
yo tengo de inquirir. Esto es lo mismo que hablábamos recién con respecto
a que los padres se destituyan de este lugar de amos del sentido, y en última
instancia se refieran a un espacio público. La realidad de la cual tanto se habló
la vez pasada, con el yo de realidad para Freud, la realidad es esencialmente,
fundamentalmente, una realidad social. Esto lo dice en Tótem y tabú, lo real
es la institución social. Cuando hablamos del yo de realidad del sujeto, es
decir, que ese yo de realidad se somete o en última instancia se engarza en
una realidad, pero que no es la dictada por un amo del sentido, sino por el
contrario, es una realidad pública que no pertenece a nadie y en la cual reina
la institución social y el colectivo anónimo. ¿Se entiende esto?, ¿por qué es
importante esta cuestión para la melancolía? Por lo siguiente: la melancolía,
esto es lo que espero poder demostrar hoy, en última instancia es una cate-
goría clínica central, pero no por el gran melancólico, sino porque en otro
gradiente la melancolía es casi una guía para la cura psicoanalítica. Reitero, no
pienso en el gran cuadro clínico psiquiátrico del melancólico, sino en última
instancia, en lo que pienso es en cualquier cuadro clínico, neurótico, perverso
y aún psicótico, pero tiene un elemento de melancolía, que es lo que vamos a
desarrollar ahora. La melancolía tiene una significación clínica fundamental,
pero reitero, no como cuadro, sino como entidad metapsicológica, ¿por qué?
En el melancólico decíamos la vez pasada, habíamos llegado hasta ese punto,
se da un proceso en el cual esta desidealización de los padres, esta remisión de
los padres a un espacio público, esta autodestitución de los padres del lugar
del amo del sentido, no tiene lugar cabalmente, por supuesto hay una insinua-
ción, hay un germen de esta posibilidad, pero no tiene un lugar cabalmente,
es decir, que el superyó de los padres sobre todo de la madre en los cuadros
melancólicos, pero también puede ser tranquilamente el padre, no adquiere
freno, lo que limitaba al superyó, lo que le ponía un coto era precisamente esta
destitución de los padres, y esto no se da porque, y acá retomo lo que traía José

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Luis que es lo siguiente: José Luis decía que el superyó posee dos caras, por un
lado es la conciencia moral, lo que es bueno y lo que es malo para los padres,
según los padres, y por otro lado tenía el ideal, y el ideal, recordaba José Luis,
era que el hijo volviese a ser su majestad el bebé que alguna vez fue. En reali-
dad el superyó como tal es en cierto sentido su majestad el bebé, es una figura
omnipotente, arbitraria y por lo tanto, muy parecido a su majestad el bebé.

Freud dice, en El problema económico del masoquismo, que para el yo el superyó
es un modelo, no se refiere a la función ideal del superyó, sino que el superyó
como tal es un modelo, precisamente porque el superyó reúne este carácter de
ser una figura de autoridad, de arbitrariedad, precisamente porque si él mismo
no se somete a una ley, a ese espacio común, esta destitución del lugar del amo
del sentido, él mismo, en última instancia se transforma en el que dicta las
leyes, las normas, etc., esta arbitrariedad es exactamente la misma que la de
su majestad el bebé.

Y acá hay una cuestión, si vamos a la Introducción del narcisismo leemos lo
siguiente: dice que los padres eligen narcisísticamente a sus hijos, y hay una
frase ahí, muchas veces dejada de lado, que dice, incidentalmente esto está
relacionado con la negación de la sexualidad infantil. Es decir, los padres lo
invisten narcisísticamente al hijo, lo ubican como yo ideal, lo ubican como su
majestad el bebé, pero a condición de que los chicos no tengan sexualidad.
Por otro lado dice que el padre intenta que el hijo sea el gran señor que yo
no fui, o la madre con la hija te casarás con el príncipe con el cual yo no me
casé, etc. Esto en el mejor de los casos. También puede darse, no serás el gran
señor que yo no fui y no te casarás con el príncipe con el cual yo no me case,
y no sé si estadísticamente esto es lo más común, pero en última instancia si
te casas con el príncipe con el cual yo no me casé, si sos el gran señor que yo
no fui, vos venís a tapar la castración mía, aquellos puntos en los cuales yo
aparezco carente. Esto supone, estirando un poco el término, reitero estirando
un poco el término, que mi hijo va a ser mi fetiche, es decir, que el hijo desde
esta perspectiva tiene el lugar del fetiche de los padres. Es más, cuando Freud
habla del narcisismo, o de la muerte como lo que contraría al narcisismo, lo
que está diciendo es que hay una expectativa de inmortalidad de los padres
a partir de la supervivencia a través del hijo, pero siempre y cuando el hijo
cumpla mis deseos. Mis deseos pueden ser tanto que sea el gran señor que yo

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no fui, o que se case con el príncipe, o bien que no se case con el príncipe, ni
sea el gran señor, no importa, en cualquier situación se va a transformar en
alguien que viene a obturar estas carencias mías, es decir, que va a ocupar este
lugar de fetiche mío, ¿se entiende hasta acá?

Ahora bien, si el hijo viene a ocupar este lugar de fetiche mío, y fíjense en lo
que decíamos recién cuando hablábamos del superyó, que el superyó le exigía
al hijo que fuese su majestad el bebé, pero su majestad el bebé es mi fetiche, es
decir, que en última instancia el superyó le exige a los hijos que sigan perma-
neciendo en el lugar de fetiche. Para el protopadre, y el protopadre es el mo-
delo, el prototipo del superyó, en última instancia, para el protopadre, el hijo,
si algo tenía que hacer era no desbancarlo a él de su lugar de protopadre. Te-
nía que someterse a él. En última instancia, este lugar de fetiche es aquél que
sostiene a los padres como no castrados. Éste es el lugar del superyó, desde
esta posición el superyó le exige al hijo que vuelva, que retorne a su majestad
el bebé. Su majestad el bebé es, en última instancia que no tenga sexualidad,
¿esto qué quiere decir?, no que no tenga sexualidad, que sea el gran señor, que
acceda al príncipe, todas esas son en última instancia manifestaciones de la
sexualidad, pero siempre y cuando sea en función de mi deseo, es decir, que
aún su sexualidad implique la no aparición de su deseo.

En El esquema del psicoanálisis Freud dice que en última instancia el poder que
tiene el analista jamás lo tiene que emplear para no repetir la acción de los
padres que ahogaron la independencia del hijo. Y no lo da como una situación
particular que puede darse en un caso sí y en otro no, sino que este ahoga-
miento, que esta sofocación se refiere precisamente a la sexualidad del hijo, y
esta sexualidad del hijo independientemente de mi deseo es correrse del lugar
de fetiche. Es decir, el superyó le va a permitir al hijo el ejercicio de la sexuali-
dad, le va a fomentar, le va a encomiar el uso de la sexualidad, pero siempre y
cuando ese uso no cuestione el propio lugar del superyó, léase el propio lugar
de los padres como figuras no castradas, ¿eso se entiende bien?, en este senti-
do decía que la melancolía es autodestitución de los padres, queda mermada,
queda mitigada. Ahora bien, cuando un sujeto por cualquier circunstancia se
niega o se empieza a correr de este lugar, ahí inmediatamente surge con toda
fuerza el cuadro melancólico. Me explico clínicamente qué quiere decir esto.
La vez pasada habíamos hablado de que en el melancólico existían fijaciones

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narcisísticas. Fijaciones narcisísticas no quiere sino decir lo que hoy estamos
hablando con respecto a mantenerse en este lugar del fetiche de los padres.
Soy valorado desde la visión de mis padres en la medida en que ocupo este
lugar. Soy amado por ellos en la medida que ocupo este lugar, y en la medida
en que recibo el amor de ellos se realza mi autoestima. Ahora bien, un sujeto
como todos, en los cuales tenemos una parte nuestra que ocupa este lugar de
fetiche, lo que Freud habla del perverso y de la escisión del yo, que una parte
reniega de la castración, ¿propia? Sí, desde ya, pero fundamentalmente la de
los padres de otra parte no.

Después va a decir en el Esquema de psicoanálisis que todo el mundo tiene
escisiones en el yo, es decir, que todo el mundo es portador de este lugar en el
cual ocupa la posición de fetiche de los padres. Ahora bien, no absolutamente,
sino que este proceso en el cual los padres se autodesidealizan, en el cual hay
mayor libertad para el cubrimiento de esta fetichización, supone un gradiente
de un más a un menos, hay mayor o menor comodidad, una mayor o menor
posibilidad del cubrimiento de este lugar, pero todo sujeto en una parte de
su ser escindido de su yo, está ocupando esta posición de fetiche de los pa-
dres. Ahora bien, supongamos un sujeto en el cual este proceso se dio a toda
orquesta, se dio con gran intensidad que quedó muy fijado este lugar. Como
decíamos, es lo que hablábamos la vez pasada, este lugar en el cual el sujeto
tiene fijaciones narcisísticas. Por supuesto no está hablando Freud solamente
del hijo, las fijaciones narcisísticas son también de los padres con respecto al
hijo, o fundamentalmente de los padres con respecto al hijo.

Lo cual deja como decíamos, mucho menor juego a esa independencia de la
cual Freud hablaba en Esquema del psicoanálisis, a ese despliegue de la sexua-
lidad. Ahora supongamos que estas fijaciones narcisísticas con los cuales el
sujeto va transcurriendo durante su vida y que en el caso de un melancólico
poseen gran intensidad, esta posición de fetiche está sumamente solidificada
y es robusta.

Este sujeto llega supongamos, a su edad adulta y establece vínculos desde
ese lugar. Si uno ve el tipo de relaciones que establece un melancólico, son
relaciones en las cuales está muy preocupado por someterse al deseo del otro,
es más, la preocupación central que tiene es que solamente va a ser querido
por el otro y no abandonado en la medida en que cumpla el deseo de ese otro.

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Por supuesto al mismo tiempo va a sentir mucha hostilidad contra ese otro,
¿por qué?, porque su ser depende del amor del otro. No hace con ese otro
más que repetir el tipo de vínculo que sostenía con sus padres. En última
instancia, constantemente el melancólico busca ser el fetiche de ese otro, re-
petir con ese otro el tipo de relación que mantenía con los padres. Dicho más
metapsicológicamente proyecta en ese otro su superyó y se comporta ante ese
otro devenido ahora representante del superyó, del mismo modo en el cual
se comportaba con su propio superyó, es decir, con actitudes de sumisión, de
propiciación, de aplacamiento, de sometimiento y de abolición del propio
deseo en aras de recibir el amor del otro. Ahora, supongamos que ese otro
deje de quererlo, que ese otro lo abandone, que ese otro no de su amor, que
ese otro le provoque un desaire, una ofensa, etc., en última instancia, todos
indicadores del desamor del otro. Para un sujeto que está en esta posición,
cualquier posición de desamor del otro va a implicar, en última instancia, que
él no ocupó este lugar de fetiche, porque para el melancólico el otro, en la
medida en que ocupa el superyó, tiene el poder sobre su ser y sobre su propia
valía, es decir, que si el otro no me ama el responsable soy yo, el culpable soy
yo porque, en última instancia, no pude satisfacer ese deseo del otro, en última
instancia, no ocupé suficientemente este lugar de tapar la castración del otro,
no ocupé suficientemente este lugar de fetiche del otro, se va inmediatamente
a autoinculpar repitiendo el proceso histórico en el cual los padres, si él no
ocupaba ese lugar era inculpado.

Van a ver que el mecanismo de la culpa, ese mecanismo fatal de la culpa, no
solo en el melancólico, sino en cualquier neurótico, en última instancia, está
dado porque no ocupé el lugar de fetiche del otro, no ocupé suficientemente
ese lugar. Entonces, supongamos que haya una pérdida, inmediatamente el
superyó lo va acusar de que esa pérdida él es su responsabilidad, que el otro
representante del superyó de los padres le va a decir, vos sos el responsable
porque no ocupaste este lugar de mi fetiche. Ahí se produce la gran regresión
hacia ese momento, la vez pasada lo habíamos desarrollado como fijaciones
narcisísticas/masoquísticas, en la cual el sujeto es devorado por el objeto, y
el sujeto es expulsado analmente por el objeto, se transforma, para decirlo
concretamente, en una mierda del objeto. Es más, el sujeto se siente él mismo
como una mierda, el sujeto mismo se valora a sí mismo en tanto heces, es de-

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cir, en última instancia lo que está ocurriendo es lo siguiente: para decirlo en
términos coloquiales y no metapsicológicos, no fuiste mi fetiche, me expusiste
a la castración, por lo tanto no vales nada, y además te voy a llenar de remor-
dimientos, una expresión de la devoración, te voy a llenar de remordimientos
por no haber ocupado este lugar. El sometimiento del melancólico a esa posi-
ción, en última instancia es lo que fija el cuadro, ¿se entiende bien esto?

Ahora bien, surge una complicación en esto. El diablo mete la cola a par-
tir del masoquismo. Decíamos y lo desarrollábamos la vez pasada, el tiempo
no va a dar para desplegarlo nuevamente hoy, pero decíamos que en última
instancia para Freud la relación entre el yo y el superyó es sadomasoquista.
Cuando el sujeto ocupa este lugar de fetiche, que es un lugar masoquista, en
realidad, de su majestad el bebé, porque tiene que renunciar a su sexualidad.
Recuerden en Tótem y tabú cuando Freud habla de su majestad el bebé, de los
reyes, decía que nadie quería ocupar el lugar de rey de la tribu, tanto es así que
a veces tenían que secuestrar un extranjero para obligarlo a ocupar ese lugar,
porque era un lugar en el cual si ocurría cualquier cosa que no fuese benefi-
ciosa para la tribu era castigado. Es exactamente lo mismo de lo que estamos
diciendo con respecto al hijo, sino ocupa este lugar en el cual es un fetiche,
es decir, que hay algo adverso para los padres, inmediatamente es culpado,
después de todo a Edipo se lo mandó a matar porque iba a sustituir a Layo.
Decíamos entonces que el sujeto retorna a esta fijación narcisista/masoquista
como consecuencia de una pérdida, pero una pérdida con un objeto que re-
presentaba al propio superyó, y comienza entonces el superyó a realizarle esos
reproches que originariamente fueron de los padres, aunque no fuesen formu-
lados como tales, sino sos mi fetiche, si no tapas mi castración y por lo tanto
ocupás este lugar masoquista de su majestad el bebé, entonces te quito, te
privo de todo valor, te transformo en un escíbalo, en algo desvalorizado como
las heces y quedas expulsado. La expresión máxima de esto es el suicidio, en
el cual el sujeto directamente se cae de la escena, se cae del mundo, no merece
vivir. Si bien latentemente espera poder matar a su amo, porque, y esto es lo
interesante del proceso, no solo hay un sometimiento homogéneo total, sino
también una rebelión.

Vamos a hablar ahora brevemente de la elaboración de la melancolía, y
después nos vamos a extender a cómo esto, en un gradiente diferente, afecta

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todo proceso psicoanalítico. ¿Cómo se da la elaboración de la melancolía?
Freud dice, se va retirando poco a poco la libido del objeto. Entonces pen-
semos, ¿de qué objeto se va retirando la libido, de qué objeto en realidad se
va retirando la libido? Cuando decimos se va retirando la libido, no solo se
va retirando la libido de ese objeto supuestamente perdido, sino que corre-
lativamente se va retirando la libido de este lugar de fetiche, de su majestad
el bebé, no es que se retira solo de ese lugar, como veíamos hay una suerte
complementariedad maligna entre los padres y el hijo en esta perspectiva,
entonces, no es que se va retirando nada más la libido del objeto perdido,
fundamentalmente se va retirando la libido del lugar de fetiche. En última
instancia, cuando hay una pérdida de objeto, esa pérdida de objeto supone
también una pérdida de mí mismo y del lugar que yo tenía para ese objeto. Lo
que ocurre, lo fatal en el melancólico es que uno goza sadomasoquistamente
con este lugar de fetiche, con los reproches del superyó etc., y hace ese circuito
terrible en el cual soy devorado por el objeto, soy expulsado analmente, pero
también me rebelo contra este lugar, y entonces devoro yo al objeto y también
lo quiero expulsar analmente, y todo este circuito maligno tiene un coeficiente
de satisfacción sadomasoquista. El sujeto goza con todo este proceso. Cómo
salir de esta situación infernal que es ir retirando las cargas lentamente de este
proceso. Como veíamos este retiro de cargas no solo afecta al objeto, sino y
fundamentalmente a este lugar mío de fetiche. Freud utiliza un término una
sola vez en su obra, las Nuevas Lecciones de Introducción al Psicoanálisis, y la
llama pulsión de sanar.

Dice que la pulsión de sanar es repetitiva como toda pulsión, es una va-
riante de Eros en realidad, es repetitiva como toda pulsión e intenta retornar
a aquél estado previo a la aparición del trauma, y es más, dice: sin la presen-
cia de esta pulsión de sanar todos nuestros esfuerzos terapéuticos resultarían
inútiles, es decir, que en el sujeto hay algo también que pugna, que lucha por
retornar a un estado anterior, ¿anterior a qué?, anterior a la irrupción del trau-
ma. ¿En el caso del sujeto melancólico de qué estamos hablando?, estamos
hablando de lo siguiente, de que ese sujeto melancólico alcanzó su complejo
de Edipo, lo pudo sostener precariamente, pero lo pudo sostener, es decir, que
este proceso de los padres de desidealización etc., estuvo por lo menos germi-
nalmente, no en toda su amplitud, pero por lo menos germinalmente.

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Y en última instancia, si el sujeto partió de esa posición antes de la pérdi-
da, de la gran pérdida traumática, hay una pulsión por retornar a esa posición.
En la Introducción del narcisismo Freud dice: aún en las psicosis más serias hay
una porción del yo que queda fuera de la psicosis, que queda neurótica, hay
una escisión del yo en la cual el yo queda neurótico, esta parte que también
estaría en la melancolía, que queda fuera del proceso melancólico, es aquella
parte más vinculada al complejo de Edipo, a los padres autodesidealizados, a
cierta posición en la diferencia, a cierta aceptación de la diferencia de sexo,
a la diferencia de generaciones, etc. En el proceso melancólico, en la medida
en que yo soy el fetiche del otro, no hay diferencia entre yo y el otro, yo soy
una parte del otro y por lo tanto si soy el fetiche no hay castración, no hay
diferencia de sexo. Es mantenerme en una posición de indiferenciación, pero
hay una parte de mi yo que se mantuvo todavía en una posición en la cual
es una posición edípica, y por lo tanto instalada en una dimensión en la cual
impera la diferencia.

Bueno, la pulsión de sanar supone que hay un intento de retorno cons-
tantemente a eso, es decir, el sujeto quiere también salir de este lugar, quiere
también desfetichizarse. Solamente desde esa posición se puede hacer el re-
tiro de cargas, solamente desde esa posición puede hacerse este corrimiento
del lugar de fetiche que coincide con la curación de la melancolía. Si no
existiera esto el sujeto quedaría instalado perpetuamente en la melancolía, y
en efecto, a veces hay melancolía crónica, pero el curso típico de la melanco-
lía es que ocupa un tiempo y luego se va haciendo un metabolismo interno
del objeto hasta que el melancólico finalmente expulsa al objeto, porque la
curación de la melancolía es vivida como una digestión del objeto y final-
mente expulsa al objeto. Expulsa al objeto quiere decir que pudo retirar si-
quiera parcialmente las investiduras que lo ubicaban en este lugar de fetiche,
siquiera parcialmente, y nuevamente poder reinstalarse en este espacio de
diferencia, esta situación previa al gran trauma a lo cual lo llevaba también su
pulsión de sanar, que corresponde exactamente a lo que haría un psicoanalis-
ta. ¿Quieren preguntar algo hasta acá? (Pregunta) Este proceso que lo vemos
a toda orquesta desarrollarse en la melancolía, en última instancia, y quiere
decir en última instancia a través de numerosas mediaciones, pero en última
instancia, es el nódulo de todo proceso psicoanalítico. ¿Por qué? Freud en

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el Esquema del psicoanálisis hace una pequeña revolución con respecto a su
teoría de la transferencia.

Él venía diciendo desde Dinámica de la transferencia que se transfie-
ren, se desplazan cargas de representaciones hacia representaciones de objeto,
estas representaciones-cosa de objeto inconscientes, hasta representaciones
preconscientes, y este desplazamiento de la carga de una representación a
otra la llama transferencia. La representación preconsciente es la del analista,
la representación-cosa inconsciente, la del padre, la de la madre, y hay un
desplazamiento de la carga desde la representación-cosa inconsciente has-
ta la representación preconsciente, y este proceso lo llama transferencia. Es
decir, la transferencia suponía que hay un objeto discriminado de mí y con
este objeto discriminado de mí, revivo, transfiero mis vivencias con ese objeto
discriminado de mí, las transfiero a un objeto actual. Pero en el Esquema del
psicoanálisis agrega algo más a esta transferencia de objeto y habla de una
transferencia del superyó, dice: el analista ocupa el lugar del superyó, el su-
peryó es una porción del yo, por lo tanto puede ocupar otras porciones del yo,
por lo tanto, ya no es que transfiero desde un objeto discriminado de mí al
analista, sino que transfiero de una estructura psíquica al objeto. Se complica
mucho más el concepto de transferencia, ¿se entiende la diferencia? una cosa
es que yo tenga una representación inconsciente de un objeto, de mi papá
y se la pase a mi analista, pero otra cosa es que transfiera a mi analista una
estructura intrapsíquica, una porción de mi yo, mi superyó. Esto es una trans-
ferencia narcisística, ¿por qué narcisística?, porque un objeto inconsciente es
una representación discriminada de mí, ahora, si le transfiero una estructura
intrapsíquica, ya es parte de mi yo, además, entonces, le transfiero el superyó,
le transfiero de mi yo al analista. Y Freud agrega, el analista, como decíamos,
recordábamos hace un ratito, no tiene que usar nunca este poder que recibe
del paciente, el superyó, para no ahogar esa independencia del hijo, de ese pa-
ciente, que es los padres hicieron con el hijo, o sea repetiría, pero además dice
otra frase muy curiosa, y habla de que en el proceso psicoanalítico hay una po-
seducación, que el proceso psicoanalítico funciona según una poseducación.

Esto por supuesto dio lugar a numerosas controversias, no es una psico-
pedagogía un análisis, ¿qué tiene que ver con la educación el psicoanálisis?
Resumiendo mucho, si el analista ocupa este lugar del superyó, y fíjense el

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siguiente dato, en 1918, es decir, ahí cerquita de Duelo y melancolía hay un
trabajo que se llama Introducción al simposio sobre la neurosis de guerra, y ahí
Freud habla de un yo parásito que en realidad es un superyó parásito. Ahí dice
lo siguiente, puede haber una neurosis traumática, piensen los sujetos que ve-
nían de la guerra, que terminaba la Primera Guerra Mundial, porque hay un
conflicto en el yo, entre aquel yo de paz y el yo guerrero, es decir, el yo guerrero
mantenía valores exactamente opuestos a los del yo de paz. Ese sujeto en su
vida civil prebélica decía, bueno, no hay que matar, no hay que quemar, no
hay que violar, no hay que hacer nada de esto, en cambio el yo guerrero, ese
yo bélico, no, no, tenés que matar, tenés que quemar, tenés que violar, tenés
que torturar. Todos aquellos valores polarmente opuestos a los que el sujeto
sostenía en su vida civil. Por consiguiente había un conflicto entre ambos,
irreconciliable, y Freud decía: esto puede llevar a una neurosis traumática.
Piensen además, que más que los valores, puesto que habla de valores, está
en una dimensión axiológica, no solo el yo de paz y el yo de guerra, sino el
superyó de paz y el superyó de guerra, los valores del superyó de guerra se lo
sostenían sus jefes militares, en última instancia sus líderes, es decir, que hay
como un superyó parásito. El sujeto que estaba en el estado civil de pronto
es llevado a la guerra, aparecen líderes que le inculcan valores distintos, hay
como un superyó parásito que está presente junto con su superyó normal.
Cuando Freud habla de la poseducación se está refiriendo a esto, si el analista
recibe el lugar del superyó, pero es un superyó parásito que aparentemente
sostiene valores distintos al superyó de individuo, que no ahoga su indepen-
dencia, pero es un superyó, es decir, que si es un superyó concita también el
sometimiento del sujeto, nada más, con la única diferencia de que el analista,
a diferencia de los padres, no va a querer que su paciente sea, si es un buen
analista, su fetiche, sino que en última instancia va a buscar el derrocamiento
de ese lugar, constantemente con sus interpretaciones, y sobre todo con sus
interpretaciones transferenciales lo que promueve es el derrocamiento de este
lugar. Puede actuar y tener influencia sobre el paciente en la medida en que
ocupe este lugar de superyó parásito, pero al mismo tiempo no hay análisis
sino es con el derrocamiento de este superyó parásito, ¿se entiende esto?

La poseducación, ¿cuál es la poseducación? la poseducación es, en última
instancia, llevar el paciente a la asociación libre. La asociación libre es lo más

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