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Published by snullbug20, 2017-11-25 14:26:31

The expanse 02 - La guerra de Calibán - James SA Corey

cascada y cloroplastos de alimentación invisible.



Pero en el centro, solos y aislados, Holden y su



tripulación estaban tan felices y tranquilos como si se


encontraran en la cocina de la nave, quemando a


través del vacío. Y Mei, que se había encariñado con


Amos pero todavía no podía separarse de Prax sin



echarse a gritar y llorar. Prax entendía exactamente


cómo se sentía la niña y no creía que fuera un


problema.



—Tú que has vivido en Ganímedes sabrás mucho



sobre maternidad en baja gravedad, ¿no? —preguntó


Holden—. Los belters no corren más peligro de lo


normal, ¿verdad?



Prax tragó un bocado de ensalada y negó con la



cabeza.



—No, no. Es muy complicado, eso sí. Sobre todo a



bordo de una nave, sin controles médicos exhaustivos.


Ten en cuenta que en los embarazos naturales hay


anormalidades de desarrollo o morfológicas cinco


veces de cada seis.



—Cinco… —repitió Holden.


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—Pero la mayoría las provocan problemas en la línea


germinal —continuó Prax



—. Casi todos los niños nacidos en Ganímedes fueron


fruto de un implante después de un análisis genético


completo. Si se descubre algún defecto letal, se


desecha el cigoto y se empieza de cero. Las



anormalidades que no son de línea germinal aparecen


solo con el doble de frecuencia que en la Tierra, que


no está tan mal.



—Ah —dijo Holden, con aspecto alicaído.




—¿Por qué preguntabas?




—Por nada —terció Naomi—. Holden solo quería


hablar de algo.




—Papi, quiero tofu —dijo Mei, tirando de la oreja de


Prax—. ¿Dónde está el tofu?



—A ver si encontramos algo de tofu —respondió


Prax mientras apartaba la silla de la mesa—. Vamos.




Mientras recorrían la estancia y buscaban entre el


gentío a alguien con un traje negro y formal de


camarero en lugar de con un traje negro y formal de




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diplomático, una joven de mejillas sonrosadas se


acercó con una bebida en la mano.




—Usted es Praxidike Meng —dijo—. Seguro que no


se acuerda de mí.




—Hum, no —respondió él.



—Me llamo Carol Kiesowski —anunció la mujer



mientras se tocaba la clavícula, como para dejar aún


más claro que se refería a ella misma—.


Intercambiamos mensajes alguna que otra vez justo


después de que publicara el vídeo de Mei.




—Ah, sí —dijo Prax mientras intentaba a la


desesperada recordar cualquier cosa sobre aquella


mujer o los comentarios que había dejado.



—Solo quería decirle que creo que ambos son muy



valientes —dijo la mujer, asintiendo con la cabeza. A


Prax se le ocurrió que quizá estuviera borracha.



—Hijo de la grandísima puta —exclamó Avasarala,


con voz tan alta que se oyó por encima del murmullo


de las conversaciones.




La multitud se giró hacia ella. La anciana estaba



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mirando su terminal portátil.




—¿Qué es una puta, papi?




—Es un tipo de escarcha, cariño —dijo Prax—. ¿Qué


ocurre?



—El antiguo jefe de Holden se nos ha adelantado —



respondió Avasarala—. Supongo que ahora ya


sabemos qué ha hecho con todos esos putos misiles


que había robado.



Arjun tocó el hombro de su mujer y señaló a Prax. La



mujer pareció avergonzarse de verdad.



—Perdón por mi vocabulario —dijo—. Me había


olvidado de la niña. Holden apareció por detrás de


Prax.



—¿Mi jefe?



—Fred Johnson acaba de montar el espectáculo —



dijo Avasarala—. ¿Recuerdas los monstruos de


Nguyen? Esperábamos a que se acercaran más a


Marte antes de derribarlos. Las señales de


transpondedor sonaban altas y claras y los teníamos



bien agarrados por los cojo… Bueno, pues cuando han



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pasado por el Cinturón, Johnson los ha bombardeado.


A todos.



—Pero eso es bueno —dijo Prax—. Es bueno,


¿verdad?




—No si es él quien lo hace —respondió Avasarala—.


Es una demostración de fuerza para dejar claro que el


Cinturón tiene capacidad ofensiva.




Un hombre uniformado que estaba a la izquierda de


Avasarala empezó a hablar al mismo tiempo que lo


hacía una mujer detrás de ella. La necesidad de


comentar lo ocurrido se había esparcido por todo



aquel grupo. Prax se alejó. La mujer borracha señalaba


a un hombre mientras hablaba a toda prisa; se había


olvidado de Prax y Mei. El botánico encontró un


camarero al fondo del salón, consiguió hacerlo ir a por



tofu y volvió a su asiento. Nada más llegaron, Amos y


Mei se pusieron a jugar a ver quién podía sonarse la


nariz con más fuerza, y Prax se giró hacia Bobbie.



—Entonces, ¿vuelves a Marte? —preguntó. Era una



pregunta educada e inocua, pero Bobbie apretó los


labios con fuerza y asintió.



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—Sí —respondió—. Resulta que mi hermano se va a


casar. Intentaré llegar a tiempo para chafarle la



despedida de soltero. ¿Y tú? ¿Vas a aceptar el trabajo


de la vieja?



—Sí, eso creo —dijo Prax, sorprendido porque


Bobbie supiera que Avasarala le había ofrecido



trabajo. Todavía no era algo público—. Ganímedes


conserva todas las ventajas básicas que tenía antes,


como la magnetosfera y el hielo. Si se consigue salvar,


aunque sea alguna que otra batería de espejos, ya será


mejor que volver a empezar todo de cero. Me refiero a


que, en Ganímedes, hay que tener en cuenta que…




Cuando empezaba a hablar del tema, le costaba


parar. En muchos aspectos, Ganímedes había sido el


centro de la civilización de los planetas exteriores.


Todas las innovaciones en botánica se habían



desarrollado en aquel lugar. Todos los avances en


ciencias biológicas. Pero no era solo por eso. Había


algo muy emocionante en el proceso de


reconstrucción, algo que a su manera resultaba incluso



más interesante que su crecimiento inicial. Hacer algo


por primera vez era un proceso de exploración. Volver

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a crearlo significaba tener en cuenta todas las cosas


que se habían aprendido, refinarlas, mejorarlas y



perfeccionarlas. Aquello agobiaba un poco a Prax.


Bobbie lo escuchó con una sonrisa melancólica en la


cara.



Y no era solo Ganímedes. La humanidad siempre se



había levantado sobre las ruinas de civilizaciones


anteriores, como si la vida misma fuera una


improvisación química a gran escala que comenzara


con los replicadores más simples y creciera hasta


desplomarse para volver a crecer de nuevo. La


catástrofe era solo un paso más de aquel esquema



recurrente, un preludio a lo que vendría después.



—Haces que suene romántico —dijo Bobbie, de una


manera que casi parecía una acusación.



—No pretendía… —empezó a decir Prax, justo antes


de que algo raro y húmedo se le metiera en la oreja. El



susto lo hizo gritar y se giró para ver cómo Mei lo


miraba con unos ojos y una sonrisa resplandecientes.


Tenía el dedo índice lleno de saliva y, a su lado, Amos


reía sin parar, mientras con una mano se agarraba la





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barriga y con la otra daba palmadas en la mesa y hacía


temblar todo lo que había encima.




—¿A qué ha venido eso?



—Hola, papi. Te quiero.




—Toma —dijo Alex, pasando a Prax una servilleta


limpia—. Te hará falta.




Lo sorprendió el silencio. No sabía desde hacía


cuánto estaba en marcha, pero la consciencia de él lo


inundó como una ola. La mitad política del salón



estaba quieta y callada. A través de aquella maraña de


cuerpos vio que Avasarala estaba inclinada hacia


delante y tenía los codos apoyados en las rodillas, con


el terminal portátil a escasos centímetros de la cara.



Cuando se levantó, todos se apartaron a su alrededor.


Era una mujer pequeña, pero capaz de dominar el


lugar con solo abandonarlo.



—Algo no va bien —dijo Holden mientras se ponía



en pie.



Sin mediar palabra, Prax, Naomi, Amos, Alex y



Bobbie también fueron tras ella.



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Los políticos y los científicos también,


entremezclándose por fin.




La sala de reuniones estaba al otro lado de un amplio


pasillo, dispuesta como un anfiteatro de la Antigua



Grecia. Detrás del podio del fondo había una pantalla


enorme de alta definición. Avasarala bajó hasta un


asiento, sin dejar de hablar rápido y en voz baja por el


terminal portátil. Los demás la siguieron. La sensación


de peligro se palpaba en el ambiente. La pantalla se


puso en negro y alguien bajó la intensidad de las



luces.



En la negrura de la pantalla apareció Venus, casi una


silueta contra la luz de Sol. Era una imagen que Prax


había visto antes cientos de veces. El vídeo podía



proceder de cualquiera de las docenas de estaciones


de monitorización. La marca temporal de la parte


inferior izquierda de la pantalla indicaba que aquello


había tenido lugar hacía cuarenta y siete minutos.



Debajo de los números estaba escrito el nombre de


una nave: la Celestina.



Cada vez que los soldados protomoleculares se




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habían encontrado en una situación violenta, Venus


había reaccionado. La APE acababa de destruir cientos



de aquellos soldados semihumanos. Prax sintió algo a


caballo entre la emoción y















































































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el terror.




La imagen se quebró y se recompuso, como si una


interferencia hubiera confundido los sensores.


Avasarala dijo algo cortante que bien podría haber


sido un «enséñamelo». Un instante después, la imagen



se detuvo y cambió. Se enfocó sobre una nave de color


gris verdoso. Un letrero en la pantalla la identificó


como la Tritón. El vídeo volvió a descomponerse y,


cuando se arregló, la Tritón se había movido unos


centímetros a la izquierda y empezado a rotar con


brusquedad. Avasarala habló de nuevo. Pasaron unos



segundos debido al retraso y la imagen volvió a


cambiar a la original. Como Prax ya sabía dónde


mirar, vio el pequeño punto que era la Tritón


moviéndose cerca de la penumbra. A su alrededor



había otras manchas minúsculas parecidas.



En la cara oculta de Venus comenzó a refulgir de


forma intermitente un resplandor a escala planetaria


debajo de la capa de nubes. Luego el brillo se volvió



permanente.



Unos enormes filamentos de miles de kilómetros de




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longitud, similares a los radios de una rueda, se


iluminaron de color blanco y luego desaparecieron.



Las nubes de Venus se movieron, como si algo las


agitara desde abajo. Aquello recordó a Prax la estela


que dejaba un pez en un tanque de agua cuando


pasaba muy cerca de la superficie. Algo enorme y



brillante salió de la capa de nubes. Aquellos hilos


iridiscentes en forma de radios se arquearon entre las


inmensas tormentas eléctricas y se aglutinaron como


los tentáculos de un pulpo, pero conectados a un


inflexible nódulo central. Cuando se hubo abierto



paso a través de la espesa capa de nubes de Venus, se


lanzó en dirección contraria al Sol, hacia la nave que


emitía las imágenes, pero pasó a su lado. Las demás


naves cercanas se apartaron y diseminaron a su paso.



La luz del Sol se reflejó contra un largo penacho de la


atmósfera de Venus que aquella cosa había


desplazado al salir y la hizo brillar como los copos de


nieve y las esquirlas de hielo. Prax intentó poner en


perspectiva el tamaño. Era tan grande como la



estación Ceres. Tan grande como Ganímedes. Más


grande. Replegó los brazos —los tentáculos— y




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aceleró sin que hubiera a la vista el escape de ningún


motor. Estaba nadando en el vacío. El corazón de Prax



latía a toda velocidad, pero tenía el cuerpo petrificado.



Mei le dio un leve bofetón en la mejilla y señaló hacia


la pantalla.




—¿Qué es eso? —preguntó.





































































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Epílogo Holden







Holden reprodujo de nuevo el vídeo. La pantalla de


pared de la cocina de la Rocinante en realidad era


demasiado pequeña para mostrar todos los detalles de



la grabación en alta definición de la Celestina, pero


Holden no podía dejar de verlo, independientemente


de la estancia en la que se encontrara. Un café al que


no estaba haciendo caso se enfriaba en la mesa delante


de él, junto a un bocadillo que no se había comido.




Un patrón intrincado de luces refulgió en Venus. La


espesa capa de nubes se movió como si tuviera lugar


una tormenta a escala planetaria. Y luego aquella cosa


surgió de la superficie, dejando a su paso una espesa



estela de la atmósfera de Venus.




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—Vamos a la cama —dijo Naomi, inclinándose hacia


delante en la silla para cogerle la mano—. Tienes que



dormir.



—Es enorme. Y mira cómo aparta de su camino todas


esas naves. Sin esfuerzo alguno, como una ballena


atravesando un banco de olominas.




—¿Hay algo que puedas hacer al respecto?



—Es el fin, Naomi —dijo Holden, arrancando los ojos



de la pantalla para mirarla a ella—. ¿Y si esto es el fin?


Esto ya no es un virus alienígena. Esa cosa es lo que


vino a hacer aquí la protomolécula. Es la razón por la


que querían apropiarse de la vida de la Tierra. Podría


ser cualquier cosa.




—¿Hay algo que puedas hacer al respecto? —repitió


ella. Las palabras sonaban duras, pero su voz era


amable y le apretaba los dedos con cariño.



Holden volvió a mirar la pantalla y reinició el vídeo.



Una docena de naves salieron disparadas de Venus,


como hojas que giraran y salieran volando a causa de


un vendaval. La superficie de la atmósfera empezó a


agitarse y retorcerse.


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—Vale —dijo Naomi, levantándose—. Yo me voy a la


cama. No me despiertes cuando vengas. Estoy hecha



polvo.



Holden asintió sin apartar los ojos del vídeo. Aquella


cosa enorme se plegó sobre sí misma para formar una


especie de dardo, como si un trapo húmedo se



pellizcara por el centro y saliera volando. El planeta


que dejó detrás parecía, de alguna manera,


deteriorado, como si lo hubieran despojado de algo


vital para construir aquel artefacto alienígena.




Y ahí lo tenían. Después de tantas batallas, de que la


civilización humana hubiera quedado patas arriba tan


solo por su presencia, la protomolécula había


terminado el trabajo que había ido a realizar hacía


miles de millones de años.


¿Podría sobrevivir la humanidad a algo así? ¿Sería la



protomolécula consciente siquiera de la presencia


humana, con su gran obra completada?



Lo que aterrorizaba a Holden no era que aquello


significara el fin de una era, sino la sensación de que



era el principio de algo a lo que la humanidad nunca




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se había enfrentado. Pasara lo que pasara a


continuación, nadie estaba preparado para ello.




Le daba muchísimo miedo.



Un hombre carraspeó a su espalda.




A Holden le costó apartar la mirada de la pantalla,


pero se volvió. El hombre estaba junto al frigorífico de



la cocina, como si siempre hubiera estado allí. Llevaba


un traje gris arrugado y un sobrero porkpie desgastado.


Una luciérnaga azul y reluciente salió volando de su


mejilla y flotó en el aire a su alrededor. El hombre la



espantó como a un mosquito. Tenía una expresión de


incomodidad y remordimiento.



—Hola —dijo el inspector Miller—. Tenemos que


hablar.
































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Agradecimientos















El proceso de escritura de un libro nunca es tan


solitario como puede parecer. Esta novela y esta saga


no existirían sin el trabajo duro de Shawna McCarthy


y Danny Baror, y tampoco sin la ayuda y dedicación



de DongWon Song, Anne Clarke, Alex Lencicki, el


inimitable Jack Womack y el magnífico equipo de


Orbit. Nuestros agradecimientos también para Carrie,


Kat y Jayné, por su apoyo y sus observaciones, y


también para los chicos de Sakeriver. Muchas de las



cosas guais de la novela están ahí gracias a ellos.


Todos los errores, los desastres y la molesta verborrea


son culpa nuestra.
















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Notas















[1] «Cualquier cosa que sepas hacer, yo la hago


mejor. Puedo hacer cualquier cosa mejor que tú.» La



canción es de la película de 1950 La reina del Oeste. (N.


del T.) «
































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