perdí la dulzura de carácter y le contesté el correo al Tribunal sin consultar a
nadie:
Estimados señores: Por este medio les informo que me
declaro en desacato. El día y la hora que ustedes han escogido
para que entregue la orden de proceder a quien señalan, los
invito a venir a buscarme, porque eso no lo voy a hacer.
Cuando los abogados de Asesoría Legal del Ministerio se enteraron de
lo que había hecho, casi mueren o me matan. El día previsto, llamé a dos
canales de televisión para decirles que, probablemente, habría noticias a la
hora determinada por el tribunal en el MEDUCA, que estuvieran pendiente.
Avanzada la tarde, entró la unidad móvil de uno de los canales. Diez minutos
más tarde, llegó por correo electrónico el desistimiento de la empresa que
impugnaba. Un enemigo más y poderoso para la lista, pero 380 mil balboas
para la institución.
Todo era así. Nuestra primera licitación de libros, por ejemplo, fue un
aprendizaje forzado. Una funcionaria hizo firmar a la directora de Currículum
un documento de actualización de los libros de una empresa que ni siquiera
los había presentado. El disgusto fue tan grande, que en lugar hacer el
proceso para abrirle un expediente y destituirla como debía ser, le hicimos
el reclamo y del susto se fue y no volvió más.
En esa licitación, el representante de una de las empresas que ganó un
renglón de libros me pidió una cita:
—Buenas tardes, vengo a decirle que nosotros no estábamos
preparados para ganar, participamos en la licitación para demostrar que
nuestros libros estaban aprobados por el MEDUCA, pero nosotros no hicimos
nada para ganar…
—Si ustedes participaron —le respondí—, eso los puso en condiciones
para ganar y ganaron. Ahora les toca cumplir.
—Es que no ha entendido —me contestó—, la casa matriz no está en
capacidad de proveerme los libros; es que no pensé jamás que íbamos a
ganar; yo no tuve contacto con nadie, no moví ni un hilo.
Allí lo interrumpí con firmeza:
—Hace tiempo que aquí se cortaron todos los hilos. Gana el mejor; y si
usted no cumple, se aplica la fianza.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 51
El señor perdió más de 80 mil balboas, porque se ejecutó la fianza por
incumplimiento. La selección de los ganadores estuvo a cargo de profesores
de colegios particulares con trayectorias incuestionables y reconocimiento
público en sus respectivas materias.
Fue una operación: ganar, ganar. Los mejores libros, a los mejores
precios, más una fianza de 80 mil balboas.
Históricamente, las licitaciones se manejaban en el despacho del
ministro de turno. Nosotros descentralizamos los procesos. Cada unidad
ejecutora formalizaba la solicitud, el Departamento Jurídico revisaba,
Compras hacía el proceso y, junto a la directora del Departamento Legal o el
viceministro administrativo, seleccionábamos al comité responsable de
determinar al ganador. Eso nos aseguraba que nadie controlara el proceso.
Mientras más avanzaba nuestro MEDUCA-COMPRA, más fácil se hacía el
tema porque, una vez seleccionados los proveedores por calidad, solo
competían por precio.
Quizás por eso un día decidieron tentar a la persona que yo había
designado al frente de MEDUCA-COMPRA, Celso Elías Bar, un profesional a
prueba de sobornos, chantaje u otro tipo de presiones. Convencidos que
nada podían hacer los funcionarios subalternos, un día llegó a su despacho
un Plinio que, tras presentarse y hablarle en un tono afable, le preguntó
que, si podía cerrar la puerta del despacho, a lo que Celso se negó, diciéndole
que no era necesario, que podía hablar. Entonces, esta persona abrió su
maletín, extrajo un paquete grueso de color amarillo y tras colocarlo en el
pupitre, justo frente a Celso Elías Bar, le dijo:
—Es para ti. Nos interesa esta licitación y, si nos ayudas, puede haber
otro.
Aun cuando no vio el contenido, aquel paquete sugería la presencia de
una cantidad importante de dinero. Como habían sido eliminadas las
posibles fuentes de información privilegiada, aquel Plinio había decidido ir a
la cabeza y poner en práctica el lema de los sobornadores profesionales:
«No hay quien resista un buen cañonazo de balboas…».
Celso es un apersona tranquila y aguda en sus juicios. De tez blanca e
imagen formal. Miró detenidamente a la persona que tenía enfrente,
cambió de color y sin pensarlo siquiera, se levantó de su silla y le dijo con
una voz de rencor intenso, en tono alto y amenazante:
—¡Lárgate de aquí inmediatamente!
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 52
Entre los rubros de mayor licitación en el MEDUCA estaban la pintura,
los zincs, los tomacorrientes. Pero llamaba la atención que, a principios de
año, siempre las compras eran menores, de cinco a seis mil tomacorrientes,
por ejemplo. Pero a mediados de año, la compra subía y aunque se mantenía
en cantidades relativamente pequeñas, de 25 a 30 mil balboas, se llamaban
a los proveedores de siempre y entonces aparecían los Plinios.
Decidimos hacer las compras por volumen, licitarlas, y acabamos con
eso. MEDUCA-COMPRA fue un proceso que al principio costó imponer,
porque el mismo personal del Ministerio estaba acostumbrado a los viejos
métodos y hubo resistencia; no solo por la novedad, sino porque al
reemplazar al viejo proceso cerraba las puertas a los viejos hábitos. No fue
fácil. Antes de que se implementara, hubo que destituir a funcionarios que
llevaban muchos años en ese departamento y que en muchas ocasiones
decidían la sobrevivencia de programas académicos, en lugar de que los
recursos fluyeran en la dirección debida. O en otra, trabajaban más para los
proveedores que para la institución. Así que implantar MEDUCA-COMPRA
rompió paradigmas.
En los años de su funcionamiento, MEDUCA-COMPRA le ahorró al
Estado, en operatividad, millones de balboas en cientos de licitaciones y fue
reconocido regionalmente como uno de los cinco mejores proyectos de
innovación gubernamental RIG en el año 2013. Pero de igual manera, los
usuarios y los ejecutivos que controlaban las ventas en las empresas
pudieron entender que el proyecto funcionaba con transparencia, lo que se
tradujo en una recuperación de confianza empresarial para el Ministerio de
Educación.
Cuando terminó mi labor en esa cartera, el nuevo Gobierno de Juan
Carlos Varela designó auditores que trabajaron por meses en busca de
alguna irregularidad. Además de ser gestiones infructuosas, la campaña
desatada por el periódico La Prensa y otros medios en mí contra, no aportó
razones al Ministerio Público para convocarme a sus despachos. Entonces,
buscaron las mochilas del PAN y desataron un proceso en cuyo desarrollo
tampoco pudieron sustentar ninguna irregularidad.
Pese a las bondades de MEDUCA-COMPRA, un programa basado en el
modelo de la ACP, que todos coinciden es el más transparente, la nueva
Administración lo archivó y retornó a la vieja fórmula.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 53
5. Transformación curricular
El contenido curricular es el corazón del sistema educativo. Contiene los
planes y programas que hacen coherente la educación con las urgencias
económicas, políticas, sociales y culturales de una nación. Esas necesidades
determinan cómo se forja el recurso humano; por lo cual, tienen que ser
coherentes con los cambios y el progreso del país y el mundo.
Esa fue, quizás una de las primeras lecciones que asimilé durante la
etapa de transición. La expuso con toda claridad la profesora Isis Xiomara
Núñez, una funcionaria que había estado vinculada al tema y a sus
ejecutorias desde la segunda mitad de los años 90, durante el Gobierno del
doctor Ernesto Pérez Balladares, cuando era ministro de Educación el doctor
Pablo Thalassinos y se aprobó la Estrategia Decenal por la Modernización de
la Educación Nacional. La implementación la dirigía, desde el Proyecto de
Desarrollo Educativo (PRODE), el doctor Juan Bosco Bernal.
La profesora Núñez había sido, además, mediante concurso, directora
nacional de Currículum, durante el quinquenio 2004-2009. Era partidaria de
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 54
la educación como política de Estado, no de gobierno. Tenía experiencia,
había estado en varios intentos de cambio curricular y eso había que
aprovecharlo. Me impresionó mucho cuando un día, durante la transición,
se me acercó y me dijo:
—¿Usted se va a atrever a hacer los cambios de verdad? Porque si no,
déjeme regresar a mi región educativa; es frustrante la impotencia cuando
tienes algo que hacer y no te dejan.
Mi respuesta fue:
—Confía, lo que haya que hacer, se va a hacer; yo no estoy aquí para
complacer a nadie, ni para ganar adeptos; no soy política, quiero una mejor
educación para este país y espero contar contigo.
No creo que saliera dando saltos de la alegría, la desconfianza era
evidente, y hasta era posible que pensara: «Si grandes nombres no pudieron,
¿por qué lo iba a lograr esta desconocida en el sistema educativo?».
Ver esa franqueza, al tiempo que su disposición, fue como establecer
una química que perduró todo el quinquenio. Los primeros intentos de
transformación curricular venían desde 1979, tratando de superar los
últimos cambios efectuados a finales de los años 50 e inicios de los 60, del
siglo XX. La puesta en marcha de la estrategia de Thalassinos había
requerido, como compromiso previo, la firma de un Pacto por la
Modernización del Sistema Educativo; que además de las urgencias locales,
sintonizaba al país con las propuestas modernizadoras de América Latina, y
que, entre otras cosas, daba surgimiento a la Educación Básica General.
Hasta la segunda mitad de los años 90 del siglo XX, la Educación Básica
General se sustentaba en una obligatoriedad constitucional que la fijaba de
primero a sexto grado, pero con la modificación de la Ley Orgánica de
Educación 47 de 1946, mediante la Ley 34 de 1995, se extendió hasta el
noveno grado, y en lugar de comenzar en el primero, pasó a iniciarse en pre-
jardín y jardín (pre-kínder y kínder). Es decir, pasó de la obligatoriedad de los
seis grados tradicionales, a los once grados.
En esos esfuerzos se empeñaron las administraciones de la profesora
Doris Rosas de Mata, y de los cuatro titulares que tuvo el Ministerio entre
2004 y 2009: Juan Bosco Bernal, Miguel Ángel Cañizales, Belgis Castro y
Salvador Rodríguez. Independientemente de los conflictos legales de los dos
últimos, los informes que recibí durante la etapa de transición, y que pude
confirmar durante mi gestión, demostraban que todos los cambios
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 55
curriculares que se intentaron tuvieron su principal resistencia en los
gremios de educadores. Había razón en algunos casos; pero, en otros, fue
evidente el manoseo y la maniobra en la utilización de excusas y chantajes
para impedir la transformación.
Cuando asumí como ministra de Educación se había intentado, en
medio de las dificultades que he aludido, el Programa para la Reforma de la
Educación en América Latina; se había firmado el Pacto por la Modernización
del Sistema Educativo; iniciado la Estrategia Decenal por la Modernización
de la Educación Nacional; el proyecto Hacia una Educación Panameña en el
siglo XXI, UNESCO-Panamá; el Nuevo Modelo Curricular: Bases Teórico-
Prácticas 1999; Una Cita con la Esperanza. Memorias del Diálogo por la
Transformación Integral del Sistema Educativo Nacional, Panamá 2002;
Consultoría Internacional: Asistencia Técnica en el Proceso de Preparación y
Transformación Curricular de la Educación Media (2007-2008) (PRODE); y los
Estudios Nacionales de la Educación Media, Consultores Nacionales (2008),
entre otros.
En cada Administración se habían hecho esfuerzos significativos.
Mientras escuchaba aquellos informes, pensaba: ¿cuánto había costado eso
al país?; cuántos millones de balboas mal utilizados, cuántos niños y jóvenes
panameños mal preparados para la vida y para sus carreras; cuántas familias
desencantadas y sin futuro claro; cuánta ausencia de profesionales en
carreras estratégicas. ¿Cómo era posible que estuviéramos en esa situación?
¿Qué nos había llevado hasta allí?
Para el año 2010, había una matrícula nacional de 92 mil 667
estudiantes en el nivel preescolar12, 439 mil 746 a nivel primario, 263 mil 747
a nivel de premedia y media, 26 mil 189 en educación laboral, 13 mil 280 en
educación especial, 18 mil 670 en educación superior no universitaria, y
repartidos en todas las universidades del país: 139 mil 116 estudiantes13.
¿Cuál era el mayor reto de una entidad con múltiples responsabilidades,
un sinnúmero de metas y más, pero muchas más, críticas que cualquier otro
Ministerio del Estado?
Uno de los ejes fundamentales de todo ese escenario era la
transformación curricular, el equivalente a los cambios y adecuaciones de
los contenidos en los planes de estudios, una batalla que en los últimos años
había registrado 25 diálogos, 25 esfuerzos infructuosos por alcanzar
consensos, y que había encontrado la principal resistencia entre los
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 56
educadores, alentada por gremios que habían demostrado, con creces, no
tener ningún interés en cambiar nada. Era una acción que combinaba las
presuntas observaciones estratégicas con afanes inmediatos, y que se
encarnaban en una práctica oportunista. Uno de los voceros de esos gremios
me advirtió, apuntándome con furia con su dedo índice, que si insistía en la
transformación curricular:
—Le vamos a voltear el país.
Claro, las consecuencias negativas de aquella prolongada retórica eran,
y son, los estudiantes mal preparados y al final, el país.
Las cifras que se presentaron en aquella transición, contenidas luego en
un informe de 2010, revelaban que el 60 por ciento de los estudiantes, seis
de cada diez que egresaban de la educación media, estimaba que la
formación que recibían no se vinculaba con las demandas de empleo y no
manejaban algunas habilidades para la vida; que la cobertura educativa era
solo de un 44 por ciento; es decir, solo cuatro de cada 10 terminaba la
educación media, y la tasa de reprobación estaba en un 10.2 por ciento. Esas
cifras representaban una cantidad de vidas, de seres humanos sin educación
formal.
El primero de julio de 2009, prometí a mi equipo que la transformación
curricular sería una de las grandes metas de mi gestión. Era un gran
compromiso, pero ignoraba con exactitud la dimensión del problema al que
asistía. Los que ya habían trillado ese camino, me preguntaban incrédulos si
en efecto me atrevería a cumplir con ese desafío. Después de ratificar a casi
todos los directores académicos, sin considerar sus tendencias políticas,
comencé a hacer reuniones por separado, para confirmarlos y ponerme a su
disposición para trabajar. Recuerdo que, terminada una de esas entrevistas,
me acerqué a la puerta trasera y alcancé a escuchar a uno de los asistentes
decirle a otro, entre risas, cuando se retiraban: «Le doy tres meses para que
renuncie».
Isis Núñez, en su informe, durante la etapa de transición, me había
presentado tres opciones: 1) volver a revisar la educación básica general; 2)
iniciar el cambio curricular con la básica, desde preescolar; y 3) dedicarnos
solo a la transformación de la educación media. Pero ¿en qué estribaba el
problema que era implementar la transformación curricular?
Aplicarla implicaba cambios en los planes y programas de estudio. Esto
es, en la oferta educativa que se expresa, en el caso de la educación media,
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 57
en los bachilleratos. En 2009 la oferta era de 64 bachilleratos, muchos de los
cuales habían quedado obsoletos. Materias como taquigrafía, por ejemplo,
era una especie de dinosaurio en un mundo moderno.
Pero... ¿cómo veía un educador la transformación que en muchos casos
significaba la eliminación de la materia que había dado toda una vida? O
sencillamente no tenían la licenciatura en la especialidad que enseñaba.
Eliminar la materia, por muy obsoleta que fuera, significaba para ese
educador, preguntarse: «¿Qué hará el MEDUCA conmigo?». A esa
incertidumbre había que añadir una desvaloración moral, ética y hasta
profesional del docente. Cuando llegué al Ministerio, los nombramientos,
por ejemplo, se pagaban. ¡Sí! Se pagaban. Así que no se trataba del mérito
o un derecho del educador, sino de su capacidad para pagar precios que iban
desde los 300 hasta los dos mil balboas, pasando por favores especiales, si
se trataba de educadoras.
Así que el primer escollo con el que nos enfrentábamos fue con esa
preocupación, legítima del educador. La resistencia al cambio, a dejar los
hábitos:
—Siempre lo hemos hecho así.
Hubo una respuesta que me llamó la atención:
—Yo llevo 25 años enseñando Español con este cuaderno y usted
pretende ahora que lo tire a la basura; pues no.
—En Español, el uso dicta la norma —le respondí, y seguidamente
pregunté—: ¿Cuánto se pueden estar perdiendo sus alumnos en 25 años de
cambios?, ¿y la metodología?
La respuesta fue una declaración de guerra que duró poco, pero fue
intensa; ella no tardó en incorporarse a los equipos que impulsaron los
nuevos planes. No era una tarea fácil, porque a partir del temor a que
desaparecieran algunas materias, se articulaba toda una campaña
elaborada, administrada y ejecutada por los gremios magisteriales. Un factor
político al que no todos los ministros se atrevían a enfrentar, por los costos
que implicada para él y para su propio Gobierno. Había que llevar la fiesta
en paz…
Y esa fue la paz que rechacé. A partir del primero de julio de 2009,
empezamos a trabajar en la transformación curricular. Formamos equipos
con la viceministra académica, Mirna de Crespo; la secretaria general, Aixa
de Quintero; la directora nacional de Currículum, Isis Núñez, jefa del
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 58
proyecto; el director nacional de Evaluación, Arturo Rivera; la directora de
Educación Básica General, Gloria Moreno; la directora de Educación
Preescolar, Victoria Tello; el director general, Raymundo Hurtado Lay; el
director nacional de Profesional y Técnica,
Elías González; el director nacional de Media, Euribíades Chérigo; Franklin de
Gracia, director de Planeamiento; supervisores, directores de centros
educativos y una larga lista de profesionales que poco apoco se fueron
sumando.
Pronto, ese grupo derivó en el Equipo Nacional de Innovación y
Actualización Curricular (ENIAC), integrado por directores nacionales y
docentes especialistas en cada materia. Daba gusto verlos trabajar. Se
reunían de manera presencial una o dos veces al año, el resto era de manera
virtual. Llegaban tempranito y discutían, redactaban y volvían a discutir,
contrastaban datos con grupos de otras materias, empezaban y volvían de
nuevo. Los almuerzos eran breves, ni siquiera cambiaban de tema. Una o dos
veces pude almorzar con ellos y siempre tenía que responder a la misma
pregunta:
—¿Usted está segura de que seguirá adelante, aunque los gremios se
opongan?
Por momentos, me provocaba responderles con una pregunta:
—¿Cómo era posible que se hubieran dejado intimidar por estos grupos,
si ellos eran tantos y tan capaces, si ellos lograban hacer tantas cosas
necesarias e importantes, por qué todo esto no había sucedido antes...?
Pero la respuesta que los hechos dejaban era contundente: estos grupos
se habían apoderado de la vida educativa; no para bien, sino cómo un
instrumento de poder para su propio beneficio. Muchas veces pensé, cómo
un ser humano era capaz de sacrificar el futuro de tantas generaciones de
jóvenes solo por mantener el control y el poder.
Una fuente enteramente confiable me dijo un día que él había sido
asesor de un Gobierno, y que le había tocado negociar con estos líderes
cuando llamaban a paro o se sumaban a cualquier movimiento, fuera o no
del ámbito educativo:
—Todo era dinero. Cuánto me dan y cuánto hago yo para que haya paz.
Lo sorprendente era que, en torno a ellos, estaban los voceros de los
intereses del pueblo; aquellos llamados, supuestamente, a defender al
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 59
pobre contra los abusos del rico. Una realidad que se mantuvo por décadas
estancando el sistema, usándolo como escudo para su beneficio.
Una de las primeras cosas que hice, fue convocar a los gremios a
reiteradas reuniones, para que estuvieran al tanto de lo que íbamos a hacer.
Nos reuníamos en la sede de Conéctate al Conocimiento, un edificio del
MEDUCA en la Ciudad del Saber. Fueron reuniones difíciles, donde se les
presentó toda la propuesta para la transformación curricular, en el ánimo de
que hicieran parte de la misma. El sábado 21 de agosto de 2009, hubo una
reunión intensa, que marcaría el tono de las relaciones entre mi
Administración y los gremios de educadores. La profesora Isis Núñez les
presentó el plan de trabajo de lo que se iba a hacer, junto con el cronograma.
El profesor Andrés Rodríguez, hasta entonces el temido dirigente de los
educadores, pidió la palabra para objetar la propuesta. Quería exponer su
oposición rotunda, porque previo a ella, quería ver la metodología con que
se aplicaría. La profesora Isis le aclaró que se trataba de un documento
mártir al que ellos le podían añadir o quitar cuanto quisieran en busca de
consenso. Era un borrador, en base al cual debía surgir un plan de trabajo.
Aquella fue una de las 27 reuniones que se hicieron en los seis primeros
meses de mi gestión e, inexplicablemente, nunca pudimos llegar a acuerdo
alguno.
A mí me sorprendió el profesor Rodríguez. Casi al final de la
administración del presidente Torrijos, el ministro Salvador Rodríguez lo
había destituido con una medida que carecía de legalidad. La ley no le
permite al ministro destituir al docente de un plumazo, eso se hace según el
marco jurídico establecido con detallada minuciosidad. No podía restituirlo
porque en realidad nunca estuvo formal y correctamente destituido y, a
pesar de que muchas personas en el país reclamaban dejarlo fuera, tenía
que elegir entre restituirlo y empezar la fiesta en paz o tenerlo agitando
desde fuera y convertido en víctima. Lo invité a trabajar, a cumplir su
responsabilidad.
Igualmente, hicimos reuniones con organizaciones de la sociedad civil,
con gremios empresariales, directores de escuelas, rectores de
universidades, etc.; todas para explicar el plan que proponíamos llevar
adelante.
A finales de septiembre, los gremios estaban convencidos de nuestra
determinación en realizar la transformación curricular, y solicitaron, para
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 60
principios de octubre una reunión ampliada; nosotros le tomamos la palabra,
ampliándola con grupos del sector privado. Cuando llegaron al lugar de la
reunión y vieron a los invitados, dudaban en participar. Discutieron entre ellos
y al final entraron a la cita, puntualizando que la reunión ampliada era
bilateral, entre ellos y nosotros, que no estaban seguros sobre las intenciones
de aquella reunión; que el docente estaba muy mal pagado, que la estabilidad
de los compañeros estaba comprometida... y una larga lista de objeciones...
Un empresario, César Tribaldos, tomó la palabra y preguntó cuándo
hablarían de mejorar la calidad de la educación, y solicitó que no le hicieran
perder el tiempo. Los dirigentes gremiales respondieron que no se les podía
presionar, porque tenían que estar seguros de que ese nuevo intento no era
una maniobra neoliberal para privatizar el sistema.
A semejante respuesta, no hubo comentarios…
La reunión terminó en una discusión que duró más de cuatro horas.
Alguien del equipo ministerial pidió la palabra para exigir respeto y preguntó
a los gremialistas, qué aspiraban con esa reunión. Cada representante de los
diecisiete grupos expresó su idea, cada una menos entendible que la otra; y
los del sector privado y sociedad civil, reclamaban enfocarnos en la mejora
del currículum y del sistema en general. Luego, los dirigentes gremiales
volvieron a lo que había sido la tónica de su comportamiento en las
anteriores reuniones: «Había que establecer una metodología…».
Estábamos allí desde las ocho de la mañana y salimos a la una de la tarde
sin haber planteado, ni establecido, ni decidido absolutamente nada.
Aquellos integrantes de mi equipo, que ya conocían el comportamiento de
los gremios, se reían de quienes nos quejábamos, sorprendidos, de la
pérdida de tiempo.
—Con ellos es así, siempre ha sido así —decían.
Terminábamos exhaustos. Hubo otra reunión en la que uno de los
dirigentes sacó una grabadora y el director general de Educación, Raymundo
Hurtado Lay, le reclamó no haber pedido autorización a la sala para grabar.
La discusión fue tan fuerte, que hubo invitaciones a pelear a los puños.
Después de calmarlos, el dirigente arremetió contra la profesora Isis, a la que
terminó gritándole:
—Así como te derrotamos en los dos gobiernos anteriores, te vamos a
derrotar ahora Isis Núñez, ¡ese cambio no va!
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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Entre los gremialistas, había uno al que yo conocía hacia algún tiempo y
con el cual, pese a todo, mantenía relaciones cordiales. Al momento de salir,
casi a las siete de la noche, me llamó por teléfono para decirme:
—No sigas insistiendo en la transformación, no pierdas el tiempo ni te
expongas a salir derrotada como los demás ministros a los que enfrentamos
por tratar de hacer la reforma, ten tus cinco años en paz o salte ya.
Lucy Molinar
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6- Los buenos del silencio
Ya en mi casa, no dije una palabra. Me acosté, pero no dormí. Di vueltas,
pensé, volví a pensar y a dar vueltas… me levanté y miré por la ventana el
cielo gris y el patio de mi casa.
—¿Cómo era posible una situación tan extraña como esa?
Creo que me dormí al filo de la madrugada, para levantarme pocas horas
después. Había citado, a temprana hora, al equipo académico. Les conté en
detalle lo ocurrido.
Después de un largo análisis, fue el profesor Elías González quien expuso
en la reunión una aseveración que, a la postre, fue la que nos llevó a enfilar
nuestros esfuerzos hacia un sector importante del sistema:
—En el país hay muchos educadores con ganas de emprender los
cambios; un personal que no solo sabe que la transformación curricular es
necesaria, sino que estarían en disposición de acompañarnos en esa
empresa.
Se trataba de educadores que, por lo general, eran excluidos de este
tipo de gestiones. Los llamé luego: «los buenos del silencio»; porque no
peleaban, no gritaban, no ejercían presión, pero que, si recurríamos a ellos,
seguramente sería posible impulsar los cambios proyectados.
Durante aquella triste reunión, Isis Núñez había refutado
apasionadamente a Andrés Rodríguez, tanto que terminé de convencerme
de una advertencia reiterada que me habían hecho los integrantes del
equipo, acostumbrados como estaban a esos escenarios: «Están dilatando
todo lo que puedan las reuniones, las posibilidades de acuerdo, o algún tipo
de conclusión para impedir que pongamos en marcha la transformación
curricular».
Era un juego que habían ensayado por años, cuya continuidad era
inadmisible mantener.
Concluimos que, mientras yo atendería las reuniones sin fin con los
gremios, el equipo se dedicaría a organizar a la gente buena del sistema. Si
conseguíamos 25 colegios, nos dábamos por bien servidos, para empezar un
plan piloto y pusimos manos a la obra.
Previa conversación de compromiso con mis colaboradores cercanos,
decidimos hacer el lanzamiento del proyecto de Transformación Curricular
en diciembre, porque al no haber clase era imposible agitarnos los colegios.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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Además, comencé a buscar aliados en la sociedad civil, en las universidades
Tecnológica y la de Panamá, donde sus rectores Marcela Paredes y Gustavo
García de Paredes, respectivamente, nos dieron todo su apoyo.
Generalmente, las transformaciones empiezan desde abajo hacia
arriba. Los déficits formativos de los estudiantes provocaron que las
universidades adecuaran sus índices académicos a esas deficiencias, y eso
había que superarlo. Nuestra intención radicaba en impactar
favorablemente la formación de los egresados, de manera tal que las
universidades mantuvieran sus exigencias académicas. Y que en la educación
básica general mejorara la formación del estudiante.
En 2009 la cobertura era de 44 por ciento; dicho de otra forma, 56 de
cada 100 jóvenes no terminaba la escuela. Esa era una cifra vergonzosa para
un país con la situación de Panamá, que contaba con uno de los mayores
índices de crecimiento en su producto interno bruto, en América Latina.
Un clima de tensión rodeó la puesta en marcha del proyecto en unas 65
escuelas de las 143 existentes en el país. En varios colegios, los gremios
movilizaron sus huestes, y fue normal encontrarlas rechazando la medida.
Por el contrario, en el resto del escenario una gran mayoría de docentes la
respaldaba.
En muchos casos buscamos padrinos para los colegios, como fue el caso
del IPT de La Chorrera, a donde llegué acompañada por Ricardo Pérez,
propietario de una reconocida distribuidora de autos en el país.
Encontramos un ambiente enrarecido; tanto, que temí que en algún
momento aquello se nos fuera a salir de las manos. Hubo dos intervenciones
antes de la de Ricardo y la tensión no bajaba, pero debo recordar como
memorables las palabras de ese empresario aquel día, que entre otras cosas
dijo a los educadores.
—¿Ustedes quieren entrar al siglo XXI o quedarse dónde están? —les
preguntó, y añadió—: Hay dos alternativas, o que los estudiantes entren con
ustedes, guiados como debe ser, o que entren sin ustedes, dónde no habrá
certeza sobre cómo lo harán. No actualizarse es condenarlos y condenarse
ustedes mismos a permanecer anclados en el pasado, y eso no es justo ni
con ellos ni con ustedes.
El mensaje de Ricardo actuó como un mecanismo de descompresión, y
comencé a notar cambios en los rostros, de adustos a relajados. Entonces,
al hacer uso de la palabra, les hablé de mis sentimientos. Les conté que a mí
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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me habían dicho que podía pasar cinco años en paz sin hacer la
Transformación Curricular, ni nada que alterara la vida de nadie en el
sistema. Que siendo ministra podía gozar de los privilegios que da el cargo,
y de la adulación que desarrollaban algunos, pero que ese no era mi objetivo.
Si eso era así, regresaba a mi oficio de periodista donde me había ido muy
bien.
Ese colegio fue uno de los primeros en aceptar los cambios que
aspirábamos se produjeran en todos; sus profesores acogieron el proceso,
participaron de todas las capacitaciones, se entregaron apasionadamente al
proyecto. De ser un centro al que acudían aquellos estudiantes que no tenían
otra opción, se convirtió en un colegio modelo: académicamente empezaron
a descollar, su banda de música era un orgullo, la vida cultural floreció, la
Escuela para Padres daba gusto, la comisión de ética era ejemplar. Allí
pudimos observar con satisfacción que estábamos en el camino correcto.
Pero la arremetida gremial seguía implacable en sus esfuerzos por
frenar toda idea de cambio. Cualquier excusa era buena para plantear
dificultades. En muchos colegios, había grupos que bloqueaban la posibilidad
de mirar al futuro, aferrados a los grandes problemas que tocaba enfrentar:
estructuras, administración, equipamiento. Todo era un reto, pero nada se
podía resolver por arte de magia.
En cada colegio se hizo un plan de prioridades, para atender las más
urgentes; pero los gremios querían todo perfecto para entonces empezar.
Eso era técnicamente imposible salvo que, como se demostró, la meta fuera
no empezar.
No cedimos, involucramos a los padres de familia; personalmente, me
reuní con las asociaciones de casi todos los colegios del país. A todos les
explicamos el proceso y siempre terminaba diciéndoles:
—Si nos apoyan será más fácil; si no, lo haremos igual. Se trata de
mejorar la educación de sus hijos y estamos dispuestos a luchar para
lograrlo.
Luego del primer año, hicimos exposiciones en todas las regiones del
país, que denominamos: Experiencias exitosas de la transformación
curricular. Solo fueron noticia en la página 30 de algún periódico que le
dedicó unas líneas, o un vistazo rápido en algún canal de televisión. Pero,
para los colegios, la actividad era un impulso que animaba a seguir adelante.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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La presencia de todos los directores y las autoridades era una sensación de
respaldo y un orgullo para profesores y alumnos.
Para el año 2012, se graduaba la primera generación fruto de la
Transformación Curricular. Seleccionamos un representante de cada región
educativa para redactar un decálogo del estudiante panameño, algo así
como lo que hicimos con el código de ética docente. Participaron miles de
estudiantes que plasmaron lo que pensaban deberían ser los principios que
rigen la vida del estudiante panameño del siglo 21. La idea era presentarlo
en la inauguración del encuentro Virtual Educa, que lideraba la Organización
de Estados Americanos.
Con los profesores líderes de Entre Pares y los estudiantes de la GTC1
(generación transformación curricular uno) organizamos un evento que
rompió todos los paradigmas. Abrimos con un espectáculo artístico y, en
medio de bailes folclóricos y modernos, aparecieron los 15 estudiantes que
representaban a las 15 regiones educativas y lanzamos con mucha fuerza el
Decálogo del Estudiante Panameño. Recibieron una ovación de los
presentes. El secretario general de la OEA en ese momento, José Miguel
Insulza, me pidió el documento por escrito, quedó impresionado de lo que
se lograba cuando se escuchaba a los jóvenes.
Desafortunadamente, el día de la inauguración hubo una manifestación
en la Asamblea de Diputados con algo de enfrentamientos. Supongo que
querían aprovechar la cobertura del evento. Al final de la ceremonia, los
muchachos, emocionados, invitaron a bailar a todos los que estábamos en
la primera fila. El presidente Martinelli no tuvo reparo en desplegar sus
habilidades para el baile del Barney. Al día siguiente los titulares fueron:
«Mientras el pueblo protesta, Martinelli baila…».
Uno de los estudiantes me preguntó si había sido una imprudencia
sacarlos a bailar. Le conteste:
—Nada hubiera cambiado; creo que de ninguna manera el éxito de su
presentación hubiera sido noticia. Siéntanse bien, porque es la primera vez
que este evento Virtual Educa y la reunión del Parlamento Latinoamericano
se inauguran de esta manera.
Todos felicitaban a Panamá por la organización tan novedosa, incluso
Elías Castillo, diputado del partido PRD, se me acercó para decirme que
estaba muy orgulloso del trabajo que habíamos hecho y que, a pesar de ser
oposición, había recibido muchas felicitaciones.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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Aprovechando que estaban en la ciudad capital, llevé a los muchachos
a reuniones en la Cámara de Comercio, al Consejo Nacional de la Empresa
Privada y al Centro de Competitividad; necesitaba que escucharan de su
propia voz la experiencia de la nueva visión que empezaba a echar raíces en
el sistema educativo, y quien mejor que ellos que conocían en primera
persona la forma de antes y la de ahora… La impresión por donde iban era
excelente, todos celebraban la elocuencia con que se expresaban los
muchachos y tuvieron libertad para preguntarles de todo.
La primera generación de la Transformación Curricular registró un
incremento de aprobación de un 11 por ciento en las pruebas
estandarizadas, lo suficientemente alto como para que, junto a la entonces
rectora de la Universidad Tecnológica, Marcela Paredes, y la directora de
currículum, Isis Núñez, lo celebráramos con una conferencia de prensa,
donde se hizo el anuncio. La evaluación había sido hecha por una entidad
puertorriqueña.
Aquel 11% provenía de estudiantes de los colegios en los que se había
introducido la Transformación Curricular. Era una prueba más de que el
camino era correcto; pero, sobre todo un argumento sólido para que quienes
se atrevieron a emprender el proceso con nosotros, se sintieran orgullosos
de su trabajo. Era un golpe a la voluntad de los gremios y contra aquellos que
preferían seguir haciendo lo mismo que 25 años atrás.
Para muchos de ellos no fue fácil, hubo un director al que le reventaron
los vidrios de su auto y le dejaron un letrero que decía: «Dile a Lucy que te
lo pague…».
Yo sufría cada acto vandálico contra quienes aceptaron el reto de la
transformación; pero era emocionante ver las respuestas: todos tenían la
firme decisión de seguir adelante, no importaba lo que hicieran los
adversarios…
La desconfianza en mí empezaba a desaparecer cuando todos se dieron
cuenta de que estaba decidida a hacer los cambios con que me había
comprometido desde el primer día; cuando los directores de los centros
educativos sintieron que les daría el respeto y apoyo necesarios para que
desarrollaran su labor de la manera más eficaz.
Ya no más reuniones entre la ministra y la dirigencia gremial de un
colegio a espaldas de su director; a partir de ahora, el respeto por la
estructura institucional no era negociable. Al director respeto. Y si se
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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encontraba alguna irregularidad, el debido proceso. Esto es clave para
mejorar el sistema. Ya dedicaré un capítulo completo al tema.
En el año 2013, luego de dos ejercicios de actualización del currículum
realizado por expertos del MEDUCA, organizamos el primer ciclo de
congresos por especialidad.
Como ya expliqué, el Ministerio de Educación no tenía ningún vínculo
formal con los dos destinos de los estudiantes: el laboral y el académico. Nos
propusimos entonces, a partir del 2013, a organizar congresos por
especialidad, con la participación del MEDUCA, las universidades y el sector
privado vinculado a la rama.
Directores de centros educativos, profesores, catedráticos
universitarios, empresarios, expertos, y personal de recursos humanos de las
empresas, revisaron durante tres días los resultados del primer ejercicio de
Transformación Curricular, y fueron consensuando los elementos para los
futuros cambios. La idea era que en 2014 y así cada año, sucesivamente, se
hiciera lo mismo, de forma que el pensum académico se mantuviera
actualizado.
Igual estrategia se planteó para el nivel básico general, con la
participación de grupos organizados y organizaciones no gubernamentales,
universidades y, por supuesto, el MEDUCA.
La meta era que estas reuniones tripartitas se realizaran todos los años.
Era la única forma de que el sistema se desprendiera del pasado. De estas
reuniones saldrían las actualizaciones que acercarían la escuela a la realidad
académica, al modelo ciudadano que se espera de las aulas y a los
requerimientos para su desarrollo económico.
Para casi todos los bachilleratos del área técnica habíamos logrado que
tuvieran un padrino. Bancos, hoteles, industrias, y una larga lista de
empresas ya estaban involucradas con los estudiantes: Copa Airlines,
Caterpillar, Ricardo Pérez, Global Bank, Banco General, Banesco, Grupo
Wisa, Cable and Wireless, Movistar, Digicel… no puedo seguir, porque
cometería una gran injusticia. La buena noticia era que habíamos
empezando.
Cuando cambió el Gobierno, los gremios magisteriales repitieron el
hábito de asediar y casi arrinconar a la nueva Administración, como siempre
lo han hecho. Una de sus primeras peticiones fue: «¡Suspenda la
transformación curricular!».
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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Enseguida me vino a la cabeza el dedo aquel que, señalándome, dijo:
—Pare la transformación o le volteamos el país.
La respuesta de la Administración que asumió en 2014, en principio, nos
llenó de esperanza; anunciaron la contratación de un estudio para evaluar
el impacto de la Transformación Curricular. Creí que los miembros del
ENIAC, que llevaban cinco años trabajando en ese proceso, serían
convocados para explicar los detalles de este, pero la convocatoria nunca
llegó. Por el contrario, se anunció la suspensión de toda una estructura que,
para entonces, había laborado de manera eficiente en los cambios que se
habían realizado. Era algo así como: «Quien no avanza, retrocede o se
estanca…». Y no podía anticipar el impacto en el ánimo de quienes por cinco
años habían trabajado con tanto compromiso.
Dos años tomó el estudio. El resultado reveló que se cumplieron las
expectativas, los planes y programas de la Transformación Curricular con
una efectividad de 85%, promedio. Con esos números, creí que quedaba en
evidencia la necesidad de seguir adelante con el proceso.
Desafortunadamente, no fue así. Ningún integrante de ese equipo fue
convocado para continuar con aquel trabajo en el que, según los datos del
estudio, se habían dado pasos contundentes. Fue suspendido y nadie dijo
nada, nadie hizo nada, nadie…
7. Las regionales
Este docente no trabaja los jueves después de las cuatro de la
tarde; el otro no puede venir el viernes, porque va a reuniones
del gremio. Si usted respeta nuestras condiciones, no la
sacamos. En esta escuela llevamos más de siete años con
directores que no duran, porque los sacamos cuando no
cooperan.
Así se podría estructurar el diálogo de los dirigentes gremiales en un
colegio determinado, con la directora o el director del plantel. Cuando asumí
como ministra, la estructura formal del sistema estaba rebasada por los
líderes de los gremios magisteriales, dictaban pautas a los directores de
escuelas, que, de no cumplirse, podía costarles a estos la posición.
El sistema divide al país en 15 regiones educativas: Bocas del Toro,
Chiriquí, Veraguas, comarca Ngäbe-Bugle, Herrera, Los Santos, Coclé,
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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Panamá Oeste, Panamá Centro, Panamá Este, San Miguelito, Colón, comarca
Guna Yala, Darién, y la comarca Emberá-Wounaan.
En cada una laboraban (aún laboran) un director y dos subdirectores,
uno académico y otro administrativo. Históricamente, los elegía el ministro
de turno. Yo le entregué esa decisión a un Consejo Nacional por la Educación;
entre cuyos integrantes estaban Paulina Franceschi, Yauda Kuzniecky, y el ya
fallecido sociólogo Raúl Leis14, entre otros. Ese Consejo formuló las ternas
tras un riguroso concurso de capacidades, que comprendía prueba escrita,
entrevista personal y trayectoria profesional.
Fui respetuosa de la selección producida por el Consejo y me limité a
hacer las escogencias a partir de las ternas que me fueron remitidas. Ninguna
designación se hizo por fuera o al margen de las mismas.
El mensaje fue: «Tenemos que trabajar por la cohesión de sus regiones,
anticipar los problemas, apoyar a los directores de escuelas, y hacer que la
estructura funcione».
Eran instrucciones que siempre habían estado dispuestos a cumplir,
pero el irrespeto a la estructura formal era de tal magnitud, que lo primero
que los directores solicitaron fue respeto.
—Queremos que se nos respete, que se nos tome en cuenta, que
nuestra autoridad sea reconocida —nos decían.
¿Qué sucedía? Que ese respeto se había visto afectado por la actitud
permisiva del propio Ministerio, que, en lugar de reafirmarlos en su
autoridad, había permitido las transgresiones de los gremios.
Al irrespeto de los dirigentes gremiales, se sumaban diputados y
representantes allegados al poder.
Lo habitual en el MEDUCA, por esos años, era que muchos políticos del
partido gobernante tuvieran candidatos para todos los cargos en la
institución. No importaban los méritos, sino el respaldo de esas figuras. En
una ocasión, uno de ellos le pidió al presidente su aval para nombrar a una
persona de su preferencia, pero Martinelli le dijo:
—Yo no me meto en eso, anda y arregla tu asunto con Lucy.
En lugar de ir a mi despacho, aquel político fue directamente donde la
directora regional recién seleccionada, se presentó como uno de los
hombres de confianza del mandatario y le dijo:
—Si no renuncias, Martinelli me confirmó que va a destituir a Lucy
Molinar, así que es mejor que dejes el cargo.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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La directora me llamó preocupada, me informó sobre lo que sucedía y
preguntó qué hacer. Entonces le dije, dígale que venga a conversar conmigo.
Nunca fue.
Hubo directores que, con pesar, me confesaban cómo recibían órdenes
directas de dirigentes gremiales o políticos, que en su presencia llamaban al
ministro, y ellos como autoridad no tenían esos accesos.
Así que tomé la decisión de empoderar a la estructura formal del
sistema, devolverles la autoridad a los directores de colegios, a los directores
regionales. Con ese fin se instituyeron en cada región los Consejos de
Directores y Supervisores, que debían reunirse todos los meses para tomar
decisiones, evaluar planes, aclarar dudas, y hasta para apoyarse
mutuamente.
La dinámica comenzó a funcionar, les devolvió la personalidad y la
autoridad a las regiones. Todos sus integrantes estaban enterados de los
proyectos, las metas y las actividades que cada región realizaba.
Pero no se trataba de una formalidad, sino de poder, de decisión
efectiva. Cada mes yo hacía todo lo posible por asistir a los Consejos y les
reiteraba que:
—Las decisiones no las debe tomar el ministro en la capital, en su
oficina; deben salir de los consensos en los Consejos de Directores. Ustedes
saben mejor que nadie cuáles son las necesidades prioritarias, lo que haría
más eficaz su trabajo...
Se registraron experiencias interesantes y efectivas, como cuando el
Instituto Nacional empezó a volverse incontrolable para su directora.
Muchos grupos intentaron mediar sin éxito, hasta que el Consejo de
Directores de Panamá Centro decidió involucrarse en el problema, a través
de una comisión que fue al colegio durante varios días hasta que se
normalizó la situación.
La solidaridad, el trabajo en equipo y el sentido de pertenencia comenzó
a ganarle terreno a una mentalidad que en ocasiones parecía indiferente,
pero era, en realidad, consecuencia del irrespeto a los directores en su
condición de líderes legítimos de sus instituciones. Cuando llegamos al
MEDUCA, más del 90% de los centros educativos tenían directores
encargados, porque cada vez que un director intentaba poner orden, recibía
como respuesta: «No se enfrente a los dirigentes gremiales, lleve la fiesta en
paz...».
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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El colmo de esa situación comenzaba desde que un director recién
llegaba a su puesto. Era citado a reunión por lo dirigentes y se le actualizaba
respecto a cómo funcionaban las cosas.
En otro momento se organizaban paros, porque… el director nos
maltrata o tiene malos manejos de los fondos. Alguna vez era cierto, pero no
siempre era así. Por lo general, el objetivo era sacar del camino a aquellos
directores que exigían más de lo que algunos querían dar. Resultaba
inaceptable llegar al punto de tener tantos directores interinos.
Para enfrentar esa irregularidad, que por lo general imponía un gran
desaliento, creamos también la Escuela de Directores, un ejercicio
académico que ofrecía herramientas pedagógicas, de mediación,
administrativas, legales, de liderazgo y sobre todo de mística, para los
aspirantes a cargos directivos. A partir de ese momento, quién quisiera
aspirar a director, debía pasar esa preparación.
La primera promoción generó mucho entusiasmo, aunque hubo quejas
porque —decían— era mucho trabajo; pero reconocieron que era necesario
si se quería enfrentar con éxito el desafío de dirigir un centro educativo. En
aquella primera promoción se graduaron cerca de 500 docentes que
aspiraban a ser directores y supervisores.
Lo que teníamos en mente, y que luego fue la meta, era capacitar a los
que aspiraban y actualizar a los que ya estaban al frente de sus escuelas.
Hicimos un acto en la Escuela Normal de Santiago al cual los aspirantes
llegaron con sus mejores galas, brindamos por sus éxitos futuros y sobrevino
lo que, tarde o temprano, se debía producir: la furia de una dirección gremial
que se veía desplazada y que calificó el quinquenio como: «La más profunda
sequía que jamás habían vivido».
En las manos de los directores regionales y de escuelas estaba la puesta
en escena de una de las principales tareas que nos habíamos propuesto: el
Equipo Nacional de Capacitación Docente (ENCAD), de la que eran
protagonistas. Creamos una estructura que nos permitía llegar con cualquier
innovación, en el lapso de un mes, hasta el lugar más recóndito donde
trabajara un docente.
Primero se capacitaba al equipo nacional, constituido por directores y
supervisores nacionales; estos pasaban la información a los equipos de
directores y supervisores regionales, los cuales llevaban la información a los
docentes en los centros educativos.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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La dinámica y la mística que se creó fue tal, que un día la esposa de un
director me abordó en un supermercado, para hablarme del interés que su
esposo había puesto en el curso que debía dictar:
—Usted no sabe —me dijo— cuánto se ha trasnochado en estos días;
mucho más que cuando sustento su tesis, porque no quiere quedar mal
frente a sus docentes; y si tiene que implementar eso en su escuela, tiene
que sabérselo como el abecedario.
De eso se trataba, de que las innovaciones fueran trasmitidas a los
protagonistas, que las dominaran con seguridad y conocimiento, y las
implementaran en los centros educativos, para que todos remaran al mismo
ritmo y en la misma dirección: «Hacia la excelencia».
Era una situación nueva, que contrastaba con lo que habíamos
encontrado. Cuando iniciamos existía, por ejemplo, una dirección que se
llamaba Perfeccionamiento Docente, en la que operaban unos organismos
capacitadores llamados OCAS. Funcionaba así: se juntaban tres personas
que llenaban unos documentos, dictaban un curso de matemáticas,
macramé, confección de piñatas, o lectura comprensiva; no importaba cuál,
y cobraban una cantidad importante; además, si eran del grupo cercano al
poder, también se incluían contratos de alimentación, cuyos platos no
correspondían con los costos que se facturaban.
Al revisar la documentación, encontrábamos que —por ejemplo— la
fonda llamada Maná, había obtenido contratos por más de B/. 250,000.00
en almuerzos, lo que sugería muchos platos…
Para verificar lo que se informaba en la documentación, se fue a ver la
fonda en cuestión, con fotógrafo y todo. La sorpresa fue mayúscula. Se
trataba de un lugar no mayor a cinco metros de largo por tres de ancho, que
estaban desmantelando cuando se hizo la inspección. Razón por lo cual las
fotos no fueron del todo completas, pero sí lo suficientes como para
adelantar una denuncia ante las autoridades competentes. Tampoco el
menú se correspondía con los precios que aparecían en las facturas.
Tras esas pesquisas, empecé a entender por qué los gremios nunca
protestaron por esas cosas. Es que ellos también hacían capacitaciones y
daban comidas en condiciones similares a las de la fonda de las OCAS.
Las averiguaciones que hicimos arrojaron hechos y participantes
insospechados en las OCAS: políticos que perdieron elecciones, abogados que
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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trabajaban en campañas políticas de gobiernos de turno, diputados, etc.; todo
un caleidoscopio de personalidades.
No quiere decir esto que todas funcionaban de esa manera. Había
algunas, las menos, donde encontramos personas serias. Lastimosamente,
no era la constante.
Debimos clausurar ese estilo de operar y construimos una estructura
nacional de capacitación docente, preparamos a nuestros capacitadores y
desarrollamos una maquinaria que lograba que el sistema marchara
cohesionado, articulado y firme en la búsqueda de la excelencia.
Cuando se introdujo el currículum y la evaluación basada en
competencias, dedicamos dos años consecutivos a la formación docente en
ese tema. Los supervisores y los directores fueron los primeros en dominarlo
y luego el 100% de los docentes. Con esto nos asegurábamos de que se
implementaran las innovaciones y que, si surgían dudas, hubiese quien las
respondiera en el propio centro educativo y/o a nivel de supervisión. Era una
operación ganar/ganar para el sistema educativo y para las finanzas de la
institución. Salía muchísimo más barato y nos asegurábamos la
implementación de esas innovaciones.
Un ambiente de ilusión se respiraba en el sistema. Lo podía palpar en
mis constantes visitas a los centros educativos de todo el país. Al principio
era el recibimiento protocolar que tanto les gusta a los maestros: poesía,
palabras de bienvenida, programa formal, porque viene la ministra.
El recibimiento varió de protocolar a acogedor; sin embargo, aún había
grupitos por aquí y por allá mirando con displicencia a esta ministra caída de
la mata, que llegaba a lo que ellos consideraban su sistema educativo. De sus
ojos se desprendía una mezcla de recelo y rechazo que yo lograba entender
perfectamente, porque irrumpía en aquella especie de parcela privada y,
encima, como máxima autoridad.
Confieso que en algunos momentos me dolía mucho, sentía la fuerza de
esas miradas que reprochaban mi presencia en un lugar al que ellos
consideraban que no pertenecía.
Ante tales reproches silenciosos, solo me quedaba echar mano de la
ilusión que me daba trabajar en algo tan importante como el futuro de miles
de jóvenes para quienes, como yo en mi momento, educarse sería la
diferencia entre el éxito y el fracaso.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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Como ministra nunca me senté en el escritorio principal. Lo hacía en la
primera silla después de la cabecera de una gran mesa ovalada que había en
mi oficina. Un día, Aixa de Quintero me preguntó:
—¿Por qué no se sienta en su escritorio de ministra?
—Porque sentada allí habría una mesa entre tú y yo, aquí estamos una al
lado de la otra —le contesté.
Todas las reuniones con los diferentes equipos de trabajo se hacían en
esa mesa y poco a poco todos disfrutábamos de la cercanía y la libertad de
poder expresarnos. Al principio no fue así. En las primeras reuniones, los
funcionarios mantenían miradas de sospechas. Se miraban entre ellos, me
miraban a mí, abrían desmedidamente los ojos en señal de asombro, los
cerraban por desacuerdos...
Nadie se expresaba, hasta que un día les propuse una locura: cambiar
las calificaciones de números a letras. El silencio fue apoteósico, nadie dijo
no, pero tampoco dijeron sí. Pregunté: ¿Nadie se va a quejar? ¿Nadie va a
pegar el grito al cielo? ¿O están esperando hacerlo en el pasillo?
Yo misma rompí el hielo y lancé la primera carcajada. Aparecieron
entonces las caras de alivio. Ese día les dije que tenían la obligación de
disentir, que debían sentir la responsabilidad de cada proyecto que tenían
entre sus manos; que yo estaba para resolver los obstáculos que podían
interrumpir la culminación de sus proyectos, pero que tenían que pelear
ferozmente por lo que creían. La última palabra siempre la iba a tener yo y
está iba a ser:
—Adelante, no pasa nada, para adelante es hacia allá —Y les señalaba al
frente.
Fueron creyendo cuando, uno tras otro, emprendíamos proyectos; y yo
procuraba estar allí para apoyar, resolver, animar, impulsar. Cuando
empezaron a explicar los avances de sus proyectos en los programas de
televisión y en las presentaciones que hacíamos anualmente ante la
sociedad civil, etc., se fueron convenciendo de que era cierto.
Me tocaba mandar ese mismo mensaje en todos los niveles; cuando
visitaba las escuelas siempre me hacía acompañar por los directores
regionales y me las arreglaba para someter a su consideración cualquier
decisión que me plantearan en público o en privado.
Igual pasaba a nivel del centro educativo. En más de una oportunidad,
los padres de familia o profesores pedían algo, y la primera reacción, casi
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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que, como un resorte, era mirar al director; tenía que ser muy severa
porque, por mi naturaleza y carácter, la tentación de resolver podía
traicionar el deber de respetar la autoridad de quienes gerenciaban centros
y regiones educativas.
La meta era empoderar a quienes estaban en el día a día de la educación
panameña, en la aplicación de los planes de estudios, en el tratamiento con
padres de familia y estudiantes, sin importar el tinte político partidista, que
como he dicho es uno de los hechos que mas daño le hace a la educación.
Siempre fui consecuente con ese criterio y sobran las anécdotas y los
testigos.
Estaba a punto de subirme al avión, cuando recibí una llamada del
presidente. Había terminado una reunión almuerzo en David, Chiriquí, y me
sorprendió la voz alarmada de Martinelli.
—Lucy, ¿qué estás haciendo? —me dijo.
—¿Cómo así? —le pregunté.
—Acabas de nombrar a un PRD como director regional de Educación —
fue su respuesta.
—Ah, es PRD —le dije—, pero es que es un buen educador.
Se trataba de Gilberto Aguilar, quien durante mi administración había
sido director de la Escuela Beatriz Miranda de Cabal, escogida como Escuela
Estrella. Su promoción se produjo después que Gertrudis Rodríguez, director
regional de Educación en Chiriquí, renunciara al cargo para participar como
candidato a un puesto de elección popular. Yo había dicho desde un principio
que quería la política fuera de la educación, así que cuando varios
educadores miembros de partidos políticos hicieron un anuncio similar, les
pedí que dejaran sus puestos. Y eso hizo el profesor Rodríguez.
Yo anuncié su renuncia en el almuerzo de aquel día, pero solo si el
profesor Aguilar aceptaba ser el nuevo director regional. Y aceptó. Un sismo
pareció seguir a mi voz… Todos los contrastes se resumieron en una reacción
entre asombro, temor y alegría; pero solo lo entendí, cuando el presidente
Martinelli me dijo que Aguilar era miembro del opositor Partido
Revolucionario Democrático, y que varios políticos del partido de gobierno
lo habían llamado para quejarse por mi decisión. Entonces le dije que asumía
la responsabilidad, que Gilberto Aguilar, independientemente del partido al
que perteneciera, poseía los méritos profesionales para ocupar el cargo.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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—Dígales que me llamen —le dije a Martinelli, en referencia a los
quejosos.
Y tal cual lo sostuvo más adelante el profesor Aguilar, ninguna diferencia
política impidió una coordinación profesional entre nosotros.
8. Los programas
Comité de Ética
Unas 700 personas, y un poquito más, colmaban esa noche del primero de
diciembre de 2011 el domo de la Universidad de Panamá, en los llanos de
Curundu. Delegaciones entusiasmadas de las 15 direcciones regionales de
todo el país se podían observar desde la tarima del auditorio. Habían llegado
temprano para acompañar a los maestros que las representaban en la
selección del merecedor a la orden Manuel José Hurtado.
Voces en todos los tonos, entusiasmo en un público ataviado para la
ocasión con vestidos largos las mujeres, saco y corbata los varones. Una
noche de gala; una fecha especial, que prometía emociones en grande. Era
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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la entrega de la máxima condecoración que el Estado otorga anualmente a
un docente.
El solo escenario reflejaba cambios respecto a la forma tradicional como
se hacía ese evento. Hasta entonces, era el titular del MEDUCA quien escogía
al educador, y la entrega se limitaba a la orden. Cuando tomamos la decisión
de cambiarlo, hubo reacciones adversas en la institución:
—Siempre ha sido el ministro quien lo selecciona —dijeron algunas
voces.
—¿Cómo es posible que ahora esas decisiones se tomarán de otra
manera? —peguntaron otras.
Esta vez había sido el Comité de Ética del Educador, que presidía la
educadora Agnes de Cotes, el responsable de la organización de un proceso
en el que se seleccionaría al merecedor de la orden que se entregaría en esa
ceremonia.
El Comité tuvo como primera misión la revisión y actualización del
Código de ética profesional del cuerpo de educadores, adoptado en
septiembre de 1951. Hubo cambios que permitirían dibujar el perfil del
docente que necesitaba Panamá, desde su conducta hasta sus aptitudes,
sobre sus deberes, su relación con alumnos y subalternos, para con la
comunidad y el Estado, así como sobre sus derechos y reconocimientos.
Un incidente registrado durante una manifestación contra las nuevas
políticas que estábamos emprendiendo, marcó el inicio de aquella revisión.
En el desarrollo de una marcha, algunas educadoras habían protagonizado
una conducta reprochable y comprendimos que había que hacer algo para
mejorar la categoría y la proyección pública del docente. Las convoqué a una
reunión y, en el salón donde estábamos, les proyecté el video que me había
proporcionado uno de los canales de televisión.
—Quiero que vean este video —les dije— como si fueran esos
estudiantes que las esperan diariamente en sus salones de clases y me
digan… ¿qué ven?
Quedaron impresionadas, algunas hasta lloraron y me explicaron una
serie de detalles que indicaban cómo eran impulsadas por quienes estaban
acostumbrados a protagonizar esos eventos de calle; dicho de otra forma,
por agitadores profesionales.
—No les pido que estén de acuerdo con todo —les dije—. Total, ustedes
tienen el derecho de disentir. El problema es que hasta para hacerlo hay que
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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ser decente, para poder ser ese nuevo modelo de docente al que todos
aspiramos.
Entendí el hecho como expresión de la manipulación de que son objeto
muchos educadores. Cuando se comparten preocupaciones y limitaciones,
los gremios son administrados a partir del concepto hombre-masa15, capaz
de hacer las cosas más increíbles en determinadas circunstancias. Algunos
se preguntan luego, ¿cómo llegué a esto? Es una conducta resultante del
discurso inculcado, las hojas sueltas, las frustraciones acumuladas o
cualquier tipo de propaganda, y el hombre-masa termina haciendo lo que
esas imágenes mostraron aquel día, se cierran los espacios para la reflexión
y las conclusiones razonadas.
No quiere decir esto que no haya discursos serios, responsables o que
propongan alternativas correctas. En el caso del sector educativo, sin
embargo, algunas dirigencias manipulan con tal de convertir al hombre-masa
en instrumento de sus objetivos. Yo estaba segura de que ningún dirigente
gremial se atrevería a hacer lo que habían hecho esas educadoras, por eso
las llamé, para que se vieran, y su respuesta fue la que yo esperaba, una
reconsideración de los hechos.
La otra medida que tomamos después del incidente de las educadoras
fue organizar el Comité de Ética. Llamamos a varios educadores para que lo
integraran, inclusive a personalidades de la sociedad civil para que nos
ayudaran, aunque en el camino se fueron retirando. Llamado inicialmente
Comisión Nacional por la Dignidad del Docente, cambió su nombre luego a
Comité de Ética del Educador. Aunque sutil, el cambio implicó un salto de la
apreciación gremialista y defensiva. Organizaron charlas para levantar la
moral del docente y recordarle su papel en la sociedad.
Maestro Estrella
Una de las reformas más significativa, fue la relacionada con el otorgamiento
de la orden Manuel José Hurtado, que quedó abierto a concursos anuales.
«El educador debe —indicaba el decreto que avalaba la reforma—
poseer el título debidamente acreditado para ejercer su profesión educativa
y mantener capacitaciones continuas, correspondientes a su cargo».
Durante el período ministerial del doctor Pablo Thalassinos, se habían
ensayado medidas al respecto, pero seguía siendo una tarea pendiente,
igualmente que la ética. Entre otras cosas, se hacía énfasis en la necesidad
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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de que el educador actualizara sus competencias acordes con el contexto
nacional e internacional de manera permanente16.
Esa reforma se estructuró con el consenso del Comité Nacional de Ética;
luego, se llevó a todos los colegios del país para obtener la retroalimentación
de la mayor cantidad posible de docentes. No obstante sus bondades,
encontramos en los gremios sus principales críticos. Llamó la atención que
no se articularon como en otros temas, solo se dedicaron a ridiculizar y
burlarse del nuevo código. De nuestra parte, en especial del propio Comité,
hubo que desempeñar una intensa labor nacional.
No fue fácil vender la idea en la primera de las selecciones para la orden
Manuel José Hurtado; muchos dudaron de la transparencia con la cual se
haría, pese a lo riguroso del proceso. Dejar la organización en manos del
Comité Nacional de Ética proponía ampliar la participación de los
educadores, en lugar de imponer el criterio de la ministra que, en mi caso,
se veía agravado por ser para algunos una extraña en el sistema. Hubiera
resultado fácil escoger a alguien de una lista de nombres, pero, como en
muchas cosas, había que hacer algo significativo para mandar el mensaje de
que todo había cambiado; la transparencia y la búsqueda de la excelencia
abarcaban todos los aspectos del quehacer institucional. Esa noche, en el
domo estaban los resultados, aunque ellos mismos ignoraban la sorpresa
que se avecinaba.
Debido a los cambios incorporados, a las críticas y a las dudas, nos
propusimos hacer un acto que impactara, donde el reconocimiento fuera la
estrella. Para la proyección del evento, solicité la cooperación a Telemetro,
canal 13, mi viejo hogar, y los productores no dudaron en promocionarlo
bajo el nombre de: Maestro Estrella.
Meses antes, Telemetro produjo y transmitió durante sus noticieros una
serie de pequeños reportajes con cada uno de los educadores y las escuelas
de cada región. Todo era parte de la decisión por poner en escena lo bueno
de un sector que en los últimos años era conocido, más por sus huelgas y
paros, que por los méritos y cualidades de una mayoría cuyas virtudes
empezábamos a divulgar. Así que cuando Telemetro lo nombró Maestro
Estrella, y fue destacando a los participantes, activó inmediatamente un
reconocimiento social que sirvió para darle al Comité de Ética la proyección
e importancia que, junto a su compromiso, ayudaría a hacer más eficaz la
labor que tenían encomendada.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 80
Hubo otra variante. En los años anteriores a nuestro período, el
despacho ministerial tenía también la potestad de hacer un reconocimiento
a determinada entidad que hubiese colaborado con la educación panameña.
Podía ser cualquiera, la que el titular considerara meritoria, aunque no fuera
un centro educativo. Esta vez decidimos que, así como existía un Maestro
Estrella, escogido por el Comité de Ética, de la misma manera se escogería
una Escuela Estrella.
Un escenario de música, luces, colores, cámaras en grúas y un excelente
sonido sirvió de fondo a una jornada que, concebida como un reality show,
inició a las siete de la noche, y fue transmitido en vivo por más de dos horas
por la pantalla de Telemetro, con Carolyn Schmidt como conductora, quien
para entonces era presentadora de televisión e informativos de ese canal.
Tras una apertura de música, bailes e intervenciones protocolares, la
designación de la Escuela Estrella abrió las emociones de la noche. Carolyn
convocó a los directores de los 15 centros aspirantes y en medio de gran
expectativa se anunció a la Escuela Beatriz Miranda de Cabal, localizada en
la occidental provincia de Chiriquí, como la ganadora de la noche. Además
de los aplausos, de la lectura del reconocimiento y del pergamino que la
acreditaba como tal, se le entregó al director del centro, 20 mil balboas para
proyectos educativos.
Y ocurrió lo que ya habíamos previsto. Una vez se premió a la ganadora,
quedaron catorce directores con aquella imagen de gesto inconcluso. Algo
así como: «¿Y nosotros qué?». Entonces llegó nuestro turno. Expliqué que
las quince escuelas eran estrellas, resalté sus bondades en medio de bromas
y elogios, por lo que supongo que algunos habrían interpretado mis palabras
como parte de un… premio de consolación. Lo inesperado llegó cuando
anuncié que, para cada una de las escuelas restantes, había igualmente un
premio de 20 mil balboas para sus proyectos educativos; y a continuación,
cada director recibió sus respectivos donativos.
Dos cosas resultaron indescriptibles para mí en aquel momento: la
algarabía que se apoderó del domo, y la propia sensación que me invadía. Era
una emoción de principio a fin sin que nadie, nadie, se imaginara que aquello
apenas acababa de empezar.
Telemetro se fue a comerciales, los directores de las escuelas bajaron
de la tarima y subieron los educadores que representaban a cada región
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 81
educativa. Había llegado el momento de saber quién era el Maestro Estrella,
y un ambiente de silencio y expectativa dominó el evento por completo.
Se destacaron los méritos de los quince representantes, el
protagonismo del educador en el desempeño del país y cómo forjan,
generación tras generación, futuros profesionales, hasta que Carolyn hizo un
alto y volvió a cederme la palabra. Comencé por señalar que todos los
representantes de las regiones eran maestros destacados, merecedores de
la orden… que me imaginaba cuán ardua había sido la labor del Comité de
Ética para la elección.
Por supuesto que aquella retórica, además de subrayar hechos
notables, iba destinada a acrecentar el impacto del desenlace y a forjar cierta
incertidumbre que hiciera explosivo el anuncio. Cuando se me terminaron
las palabras, hice un silencio que fue cortina, miré feliz a los educadores que
estaban en la tarima, luego al público, y procedí a abrir el sobre que me había
hecho llegar el Comité de Ética, y el ambiente mutó en un silencio de
ansiedad.
—Este año —leí— la orden Manuel José Hurtado corresponde a un
educador de la provincia de… Miré a un público expectante, ávido…
—El Maestro Estrella es… ¡el maestro Bolívar Ramos, de la provincia de
Coclé!
La ovación fue tan envolvente y marcada, como el sorprendido rostro
del premiado. El júbilo colectivo que por largos minutos se desbordó, se
convirtió en otro galardón para este educador. Todas aquellas personas allí
reunidas, tanto los que hacían el público como los que estaban en la tarima,
fueron expresando su satisfacción de distintas maneras: risas, gritos, bailes,
brincos… era un carnaval de buenos sentimientos. No percibí una sola
muestra de egoísmo ni de insatisfacción; por el contrario, una gran
solidaridad predominaba entre los docentes, todos estaban tan felices como
el propio Maestro Estrella.
Era perfectamente descriptible aquella constelación, aquella sensación
de gran familia que se respiró esa noche en el domo universitario. El maestro
Ramos no acababa de asimilar la sorpresa, cuando le informé que además
de la orden y el pergamino que lo acreditaba como Maestro Estrella,
también Estela Villa-Real, en representación de Telemetro, le regalaba diez
mil balboas. Pero la premiación incluía otra entrega. Entonces Carolyn le
pidió que dirigiera su mirada hacia el lugar donde yo me encontraba, y como
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 82
quien blande un trofeo en el aire, le mostré las llaves del auto que se llevaría
a casa.
Hubo un instante en que me pregunté si no eran demasiadas emociones
para una noche, y otra vez los asistentes respondieron con aplausos y vivas,
tan atronadores que temí por aquellas instalaciones de la Universidad de
Panamá. Mientras se prolongaban los aplausos y las felicitaciones, el
maestro Ramos, aquel hombre que me doblaba en tamaño, me abrazó entre
feliz y abrumado.
Cumplida esa etapa, volvimos a experimentar en los quince
participantes restantes, esa satisfacción que se asume con las manos vacías,
con la sensación de que falta algo. Y Carolyn les advirtió seguidamente que
la jornada no terminaba aún. Fue cuando Kayra Saldaña, nuestra directora
de Información, apareció en la tarima y le entregó a cada uno, unas cajitas
selladas, y les pidió que no las abrieran hasta que todos las hubiesen
recibido.
Cuando una sorpresa como aquella ha sido bien preparada, cuando
tienes la certeza de que lo que vas a hacer es inesperado, respiras hondo, te
emocionas y te dices: «Ahora vamos a ver».
Al trazar estas líneas, experimento las mismas sensaciones gratas de esa
noche; los rostros de aquellos educadores con una cajita entre sus manos,
sin saber de qué se trataba, y confirmo que ninguna remuneración del
mundo puede darnos la satisfacción de saber que somos parte de un acto
de felicidad.
Les pedí que abrieran sus cajitas y, tras proceder, las cámaras captaron,
como en un recuerdo familiar, las reacciones de cada uno de ellos cuando
descubrieron las llaves del auto que se le entregaba a cada uno. Un ¡ahhh!
precedió el estruendo de voces y de risas nerviosas, de aplausos y de saltos
en el público, y en la tarima cada maestro fue una suma de gestos y
preguntas.
—Cada uno de ustedes tiene un carro, porque se lo merece — les dije.
Algunas educadoras parecieron quedarse sin aire, otras caminaban en
círculo; hubo uno que se quedó estacionado en su lugar y solo miraba hacia
arriba y luego miraba las llaves en la cajita y volvía a mirar incrédulo el techo
de aquel local; una educadora se puso a llorar y otra se preguntaba:
—Ahora qué hago, yo no sé manejar.
—Yo vivo en la comarca, ¿cómo me lo voy a llevar? —preguntó otra.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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Salvo cuatro o cinco funcionarios de mi círculo cercano, nadie sabía de
aquella sorpresa. Les había pedido a las agencias que llevaran los autos solo
después que todos los asistentes hubiesen entrado al domo, por lo que nadie
tenía la menor idea de que había uno para cada participante.
Habían sido donados por agencias cuyos propietarios eran mis amigos,
preocupados por el estado de la educación en el país y solidarios con la labor
que habíamos emprendido desde julio de 2009. La misma trasmisión del
evento, por parte de Telemetro, no le costó un solo céntimo al MEDUCA.
En 2012 y 2013 continuamos con esta fórmula, pero con algunas
variantes. En 2012, por ejemplo, en lugar de autos, conseguimos para cada
educador representante de región, patrocinadores que hicieran aportes en
efectivo a alguna urgencia familiar. Fueron, por ejemplo, diez mil balboas
para aportar a la hipoteca de la casa, o como abono para un auto nuevo.
Pero lo interesante, fue el trasfondo llevado a la superficie. Cada
patrocinador se tomó la tarea de conocer a su patrocinado, indagar sobre
sus prioridades y ver a su familia, para luego decirle:
—Bueno, sé que aún no terminas de pagar la hipoteca de tu casa… ¿tú
crees que diez mil balboas puedan ayudar en algo?
En 2012 la ganadora de la orden fue una profesora de Química del
Colegio Francisco Beckman, de nombre Miriam Bonilla; y durante la
ceremonia de entrega, volvimos a ver a un público premiando con sus
aplausos a la escuela y a los educadores. Nunca vi, como en otros eventos de
ese tipo, quejas, amarguras o insatisfacciones.
Las escuelas Zapallal de Darién y la Francisco Morazán de Chiriquí
quedaron empate a la hora de seleccionar la Escuela Estrella de ese año, y
ambas fueron premiadas con 20 mil balboas para proyectos educativos.
En el año 2013, volví sobre mis amigos para que donaran autos. Hubo
anuencia porque habían llegado a creer en lo que estábamos haciendo, y la
donación se lograba más rápido si se hacía cuando estaban sus esposas, que
llegaron a hacer unas excelentes aliadas. Recuerdo que, en una ocasión,
saliendo de misa, me encontré, de auto a auto, con don Fredy Humbert
Azcárraga, y más demoré en decirle lo que necesitábamos que, en obtener
la respuesta positiva de su esposa, que era quien conducía.
Alguien, cuyo nombre no recuerdo ahora, no sé si fue Facundo Cabral u
otro autor, quien dijo que: «Si trabajas en lo que no te gusta, aunque
trabajes, eres un desempleado».
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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Pues, en el MEDUCA jamás me sentí como una desempleada, porque
confieso: «Disfruté lo que hice».
En diciembre de 2013, realizamos el último de esos eventos en el Teatro
Balboa y siempre me impresionó la reacción solidaria de los docentes, pero
sobre todo el impacto en los representantes. Yarinela de Alvarado, la
Maestra Estrella de ese año, no atinó a moverse de su sitio cuando la
anuncié como ganadora de la orden Manuel José Hurtado. Dije su nombre
dos o tres veces, y fueron sus compañeros los que, en medio de aquella
algarabía, le dijeron: «Eres tú, te llaman a ti».
Era la representante de la provincia de Veraguas, ejercía en la Escuela
Normal Juan Demóstenes Arosemena y había llegado, al igual que los demás
representantes, días antes. En ese período, Telemetro los entrevistó,
destacó sus labores y fueron conocidos por toda la sociedad panameña.
—La verdad es que no sabía qué hacer. Hasta llegué a pensar que era
otra Yarinela. De no ser por mis compañeros, no me hubiera movido de mi
lugar. Me sentí realmente emocionada, porque era la primera vez que
estaba en un evento como ese, a ese nivel, donde se resaltaba la labor del
docente; y recordé cómo al principio, cuando supe de su designación como
ministra, critiqué ese nombramiento porque era una persona de otro sector,
era una periodista y no una educadora. Pero los hechos me hicieron valorar
lo que usted hizo, porque ante todo sacó la política del sector. Siempre he
dicho que la política debe salir de la educación —me dijo la profesora
Yarinela después de aquel evento.
Estas palabras las sentí como uno de los grandes premios de mi vida.
Además de una premiación, aquellos actos eran un medio para hacer
visible a la gente buena y contagiar a los demás, para que la propuesta de
ética y sus capacitadores fueran bien recibidos entre los educadores;
levantar su moral, promocionar su ánimo, e implantar valores que parecían
perdidos, pero sobre todo poner de moda el bien hacer. Decirle a los
docentes que sí, que las acciones correctas tenían un espacio, que se
reconocía su papel como componente importante del sistema. Buscaba
empoderar a aquel Comité Nacional de Ética que, pese a las dudas y los
desafíos, se habían atrevido a llevar adelante aquella propuesta.
Tanto insistimos en este tema que, en 2011, cuando la regional de Los
Santos invitó al ingeniero Luis H. Moreno, presidente de la Fundación
Panameña de Ética y Civismo, para que dictara una conferencia, la
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 85
presidenta del comité local, Rosario Sánchez de Calderón, estaba temerosa
de que la asistencia fuera escasa porque el día anterior el equipo de béisbol
de la provincia había ganado el Campeonato Nacional de Béisbol Mayor, lo
que significó una celebración en grande, como solo la hacen los santeños.
Nos contó que su temor se debía a que, en la mitad de la plaza, donde
se celebraba el triunfo, la profesora Rosario se dio de frente con una de sus
maestras que, al compás de una sabrosa murga balanceaba en alto una
botella de cerveza. Cuando aquella docente vio a la educadora Sánchez de
Calderón se detuvo en el acto, y como quien es sorprendido en un acto
indebido, comenzó a bajar la botella lentamente al tiempo que repetía:
«Ética, ética, ética».
Terminó colocando la botella en el piso, pero la profesora Rosario le
dijo:
—No, ahí no. En la basura. No se trata de que no tome cerveza, que no
se divierta, es que usted es educadora las 24 horas del día.
Don Luis H. Moreno dictó su conferencia ante un buen público y la
profesora Rosario superó, satisfecha, sus temores.
Mediante el Comité de Ética del Educador, dábamos los pasos iniciales
para encarar un desafío. Había que provocar un cambio cultural en el propio
sistema, que echara raíces colectivas. De ahí la importancia que le diéramos
al programa el Maestro Estrella, para que fuera importante y arrollador. Si
el Comité se consolidaba, produciría un efecto multiplicador, mostrando ese
nuevo modelo de educador que requieren nuestras sociedades.
Todas las comisiones regionales trabajaron con entusiasmo,
organizaron jornadas de capacitación, desfiles, murales, participaron en
programas de radio, mantenían un programa en SERTV, canal 11, y hacían
un encuentro anual para evaluar el trabajo realizado, el inmediato y a futuro.
Agnes de Cotes era la presidenta del Comité, pero quien llevaba el peso
institucional era la profesora Victoria Tello; una mujer que durante la
transición me había dejado una impresión poco clara de su voluntad de
integrarse. Seria, adusta, callada, no lograba leer su actitud. Un día me senté
con la viceministra académica, Mirna de Crespo, quien tenía muchos años
allí, repasamos la lista de funcionarios y evaluamos uno a uno sus
currículums.
—La profesora Tello es muy seria, organizada y trabajadora —me dijo—
, muy comprometida.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 86
Durante el inicio de la Transformación Curricular la observé
defendiendo el ejercicio y, junto a Isis Núñez, nunca tuvo reparo en ayudar
en lo que se le necesitaba, a pesar de ser directora de Preescolar; cuando
pensé en quién delegar la Comisión de Ética, no dudé en ponerla en sus
manos; y no me equivoqué. Cada año era mejor que otro, no descuidaba
detalles en la atención a los docentes y directivos, así como dando
seguimiento a las actividades de capacitación.
Las pruebas PISA 200 y el Sistema de Evaluación de Centros
Educativos (SECE)
No había cumplido un año en el cargo cuando aparecieron los resultados de
las pruebas PISA, con índices poco satisfactorios.
Las pruebas PISA (por sus siglas en inglés: Programme for International
Student Assessment) constituye una importante evaluación internacional
que se realizan por iniciativa de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE), y por encargo de los países. Miden el
rendimiento académico de estudiantes de quince años que están por
terminar la educación oficial obligatoria, en matemáticas, ciencia y lectura.
Se aplican cada tres años, a través de exámenes estandarizados, con el
propósito de obtener datos comparativos que les permitan a los países
mejorar sus políticas de educación. Cuando llegamos al MEDUCA, se hacían
las pruebas correspondientes; recién comenzábamos y aquella evaluación
estaba en su fase final, por lo cual desconocía sus inicios y su desarrollo y, en
2010, se conocieron los resultados.
Las pruebas aplicadas en 2009 se realizaron bajo las interrogantes de:
¿Qué son capaces de hacer los estudiantes con lo que han aprendido?, ¿en
qué medida son capaces de reflexionar y aplicar sus conocimientos y
experiencias a asuntos y problemas propios del mundo real? Se aplicaron a
las áreas de matemáticas, ciencias y lectura; exigiendo el desarrollo de
conocimientos específicos y capacidades.
Los resultados revelaron que, de los 66 países participantes, el
desempeño general de Panamá lo situó en el número 64; solo por encima de
Azerbaiyán y Kirguistán. Por área de evaluación: en lectura, de 66 quedamos
de 62; en matemáticas, de 66 en el puesto 64; y en ciencias en el puesto 63.
No hubo muchas variantes en las demás cifras.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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Era una evaluación que comparaba a Singapur, Finlandia, Costa Rica y
Panamá como si obedecieran a los mismos patrones, a la misma historia o a
la misma realidad. Una evaluación desigual, si pensamos en lo que hemos
vivido, y si ponemos la responsabilidad donde cabe. Encima, justo cuando
empezábamos los cambios...
Para los gremios aquella fue una coyuntura ideal para endosarnos los
pésimos resultados de una medición tan importante como las pruebas PISA
200. Un jueves de 2010, en uno de los canales de televisión, uno de sus
voceros aseguró que:
—Los resultados demuestran el fracaso de la Transformación Curricular.
¿Cómo podían serlos, si apenas iniciábamos su implementación? La
Transformación Curricular había comenzado a aplicarse en el nivel medio,
en los grados décimo, undécimo y duodécimo; mientras que las pruebas
PISA 200 se aplicaban al noveno grado. Formal y específicamente, una cosa
no tenía que ver con la otra, pero el vocero de los gremios las unió para
reforzar un planteamiento político falso, que creaba confusión en quienes
desconocían el tema. Esa era una metodología permanente en la retórica
gremial. Mentían sin turbarse y, desafortunadamente, los medios seguían
con devoción cada cosa que decían.
Mientras que al MEDUCA no se le daba espacio para responder aquellas
tergiversaciones, a las voces agoreras se sumaban los críticos de siempre;
rostros permanentes en los medios de comunicación que lo saben todo, y
de cuyos discursos se desprende sobreentendida la aseveración de que:
«Cuando yo sea ministro, resuelvo ese problema».
Todo lo que se reflejaba en ese resultado estaba plasmado en
volúmenes y volúmenes de documentos de miles de diálogos sobre
educación. Pero todo era letra muerta. Nadie dudaba de que el problema
existía y que había que enfrentarlo, porque repetirlo a cada rato sin tomar
la decisión de hacer algo, era igual a terminar por hundirnos. Lo peor era que
estábamos mal, porque no escuchábamos a quienes verdaderamente
teníamos que escuchar...
Ese día, los voceros del apocalipsis amanecieron en los medios con el
consabido discurso de que:
—El sistema educativo es un desastre, hay que cerrar el Ministerio un
año y construirlo como si fuera un capítulo nuevo del país [agitando una
varita mágica].
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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—Y a comenzar de nuevo —añadía yo.
Aquí sucede algo que revela la diferencia entre esfuerzos públicos,
privados y de medios de comunicación. Estos últimos negaron espacio para
el derecho a réplica que nos correspondía; pese a eso, los gremialistas
quedaron en evidencia ante los docentes que sí sabían de qué se trataba, y
entendían el proceso, pese a la confusión que intentaban introducir los
rivales eternos. Debimos quedarnos callados, pero seguimos trabajando...
Cuando se propuso la nueva fecha para realizar las pruebas PISA, lo
pensé mucho. Conversé con todos, particularmente con Arturo Rivera; un
hombre con una gran experiencia nacional e internacional, consultor de la
UNESCO, que había participado en estudios importantísimos en el
continente y que, a pesar de su carácter reservado, para ese momento ya
acumulaba sobre sus espaldas una trayectoria que muchos querrían.
Revisé con él los resultados anteriores y los detalles de las pruebas PISA
200. Decidí que no participaríamos en esa nueva versión, coincidimos que ya
había otras pruebas que nos median con mayor justicia. Asumí el número
plural de críticas, sobre todo de los mismos que, cuando se presentaron los
resultados anteriores, aprovecharon el cuarto de hora para hacer sus
predicciones apocalípticas.
Pensé, equivocadamente, que el país entendería esa decisión cuando se
presentara el Sistema de Evaluación de Centros Educativo (SECE). Una
fórmula prácticamente igual a la que impulsamos con las universidades y
que, aunque dolorosa al principio, abrió un nuevo camino en la producción
académica, que hoy todos reconocen.
Con Arturo Rivera al frente, diseñamos un proceso cuya primera etapa
consistía en una autoevaluación. Participaban directivos, docentes,
estudiantes y padres de familia y, mediante una serie de guías, era posible
determinar si se cumplía o no con la calidad del modelo de centro educativo
que merece nuestra juventud.
Aquel equipo analizaba con franqueza el grado de desarrollo en que se
encontraba cada actividad: los resultados académicos de los alumnos, la
capacitación docente y aplicación de actividades de las redes académicas por
especialidad y la actualización curricular; la situación administrativa, el clima
institucional, el mantenimiento y cuidado de la estructura escolar;
actividades co-curriculares: música, teatro, deporte, los programas de
liderazgo y tecnología; y Escuela para Padres, entre otros.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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El paso siguiente era concretar, en cada centro educativo, una hoja de
ruta para lograr la excelencia, a partir de un «plan de mejoras» con objetivos
unánimes y la ruta para lograrlos, donde el estudiante se encontrase a gusto
para desarrollar todas sus capacidades intelectuales, culturales, sociales,
deportivas y humanas. Por último, un grupo de evaluadores externos
revisaba la pertinencia y las posibilidades reales de materializar y llevar
adelante ese plan de mejoras.
Aumento y evaluación
A principios de 2013, intentamos empezar ese proceso de evaluación, pero
los gremios se encargaron de desinformar; a tal punto, que decidimos
suspenderlo hasta sensibilizar a la mayoría del sistema.
Dimos un paso atrás, porque nosotros no habíamos hecho lo suficiente para
defenderlo, como en otras circunstancias.
Empezamos por explicar el proceso en todo el país. Los docentes y
directores de la provincia de Chiriquí, como en tantas ocasiones, decidieron
prepararse para iniciar el proceso. Para diciembre de 2013, ya muchas
escuelas habían ensayado y validado que era bueno, y contagiado a muchos
en otras provincias.
Para marzo de 2014, ya había conciencia de la importancia del proceso,
y teníamos más de la mitad de los colegios convencidos de que valía la pena.
Pero, aunque no había tiempo, yo quería ir más allá; para eso, discutí con un
pequeño grupo de analistas financieros, la conveniencia de procurar un
aumento significativo a los docentes, porque estaba segura de que se había
roto el secuestro que tenía frenado el mejoramiento de la educación
nacional.
Con ellos evaluamos varias hipótesis. Ninguna, sin embargo, se
acercaba a lo que yo aspiraba. Para poder exigir, había que pagar bien; para
que la educación mejorara, había que atraer a los mejores. Había que lograr
que la docencia fuera una opción profesional de la misma categoría que el
médico, el arquitecto, el ingeniero.
Convencí al presidente Martinelli de dar un aumento importante, pero,
cuando le dije la cifra, puso el grito al cielo:
—Eso es mucha plata, ¡te volviste locaaaaa! —me dijo.
No voy a entrar en los detalles de la conversación, porque lo que cuenta
es que logré convencerlo. La idea era que aquel emolumento fuera
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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importante, en ese proceso era fundamental lograr que los mejores
estudiantes vieran la docencia como una opción profesional. Durante tres
años habíamos hecho sondeos entre los cinco a diez mejores estudiantes
graduandos de cada colegio y preguntábamos cuáles eran sus opciones
profesionales; desafortunadamente, cada año, si se encontraba uno o dos
que aspiraba a la docencia, era mucho. La pregunta era inevitable: «¿Cómo
se mejora una profesión, si los mejores no quieren ser parte de ella?».
Nuestro propósito era hacer de la docencia una carrea salarialmente
atractiva y que el resto de los planteles del país acogiera el programa de las
escuelas modelos. Comenzamos por la cuestión salarial y propusimos un
aumento de 900 balboas en tres etapas, pero la respuesta no tuvo la
recepción que esperábamos. Por el contrario, la agitación gremial fue
preocupante, se encresparon aprovechando la coyuntura político-electoral
para presionar. Fomentaron un paro de actividades y mintieron,
asegurándoles a los docentes que íbamos a privatizar el sistema.
No comprendíamos aquella maniobra; estábamos ofreciendo un
aumento histórico, probablemente lejos de la imaginación de cualquiera de
los dirigentes, de cualquier docente, y ellos protestaban.
La razón para defender un incremento salarial se sustentaba en una
clave: el país necesita atraer a los mejores al sistema educativo. Es un drama
comprobar que una carrera tan importante para el futuro se había
convertido en una alternativa a la que acudían algunos que no lograban el
éxito en otras carreras. Salario fijo, vacaciones largas, protección gremial que
promovía cada vez menos supervisión y exigencia… Había que romper con
eso. Un aumento de tal magnitud permitiría exigir entrega, compromiso,
capacidad.
Pero los gremios levantaron la consigna de: «AUMENTO SIN EVALUACIÓN».
Porque los educadores estaban mal pagados, dijeron.
El escándalo que provocó mi oferta fue épico, incluido el que se produjo
entre las escuelas privadas, en las cuales ya se había presupuestado impulsar
la ley que hacía deducible un porcentaje de la inversión de los padres en la
educación de sus hijos.
La situación era sencilla, la oferta constituía una dura prueba para gente
que no encontró en la vida otra cosa que no fuera la docencia, aun cuando
sus limitaciones redundaban negativamente en las futuras generaciones que
debían llevar adelante el país.
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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Con todos esos elementos, nuestra oferta salarial era correspondiente
con la gestión realizada; porque si no poníamos salarios importantes,
probablemente los mejores docentes o los estudiantes que potencialmente
estuvieran inclinados hacia esa carrera, no querrían ver la docencia como
una opción. Mi ecuación era sencilla: si no colocas a los mejores en la
docencia, difícilmente el producto, el estudiante que resulte de esa
responsabilidad, será el mejor; y ese es un riesgo que no debe correr ningún
país, ninguna familia, ni ninguna persona.
«Mejor salario por mejor sistema» era, a mi criterio, una propuesta
justa; pero no todos los sectores del sistema coincidieron en esa conclusión.
Curiosamente, la dirigencia gremial convocó a una huelga que nunca
entendimos. Y que no debió tener mayor relevancia, porque el sistema
educativo, en general, ya había aceptado la idea de evaluarse como algo
bueno. De hecho, mientras gritaban en las calles, se sumaban más y más
centros educativos al proceso.
Al principio protestaba el mismo pequeño grupo de siempre. Pronto, la
cobertura mediática les dio la posibilidad de arrastrar a los más incautos en
su aventura, con argumentos tan absurdos como: «Van a privatizar el
sistema. La estabilidad docente estará en peligro.
Es ilegal, porque no está en el renglón de aumento. Devuélvanlo, porque
seguro el nuevo Gobierno lo anulara».
Lamentablemente, hubo quienes creyeron toda esa farsa repetida y
desgastada. Además, lamentamos también que esa misma cobertura no se
le dio a quienes mayoritariamente respaldaron la evaluación. Invitamos a
algunos periodistas a conocer el efecto de este proceso en la vida de los
centros educativos que los habían acogido, pero no fue posible. Se
concentraron en la Defensoría del Pueblo y la noticia era el movimiento de
cada uno de los que allí estaba. Y mientras ellos gritaban en las calles, se
sumaban más y más escuelas al cambio.
En diciembre de 2013, en medio de la campaña electoral, había
anunciado que el sistema educativo tenía que estar al margen de cualquier
tipo de proselitismo partidario. Quedaba prohibido involucrarse, de manera
institucional, en política. Los que aspiraban a un cargo público, se les pidió
que renunciaran o pidieran licencia. Al resto les dijimos:
«Los políticos en su lugar, nosotros en las escuelas; en ella caben los hijos
de todos...».
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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Por eso me sorprendía cuando muchos comentaban que era un
movimiento político, no le encontraba sentido hasta el último día de
negociaciones…
Cuando ganó el presidente Juan Carlos Varela, pensé que se acabaría la
protesta de la dirigencia gremial. Se decía que detrás de ellos estaba un
candidato, que impulsó la huelga por si ganaba el aspirante del Gobierno de
turno sumar a todos los grupos «populares» y subirle el tono al conflicto.
Ganó el presidente Varela y los gremios siguieron en la Defensoría del
Pueblo protestando sin argumento. Sorpresivamente, el último día de
negociaciones en la Defensoría del Pueblo, los gremios aparecieron
acompañados de un economista que acababa de ser candidato a la
presidencia de la República, un profesional de reconocidas credenciales de
izquierda, que me dijo que yo era una intransigente, porque no quería firmar
un acuerdo de finalización de huelga.
Medité largamente sus palabras, repasé todas las horas de asambleas,
reuniones, encuentro, entrevistas, conversaciones con directivas de
gremios; pensé en las propuestas que había hecho, acogidas por el sector
empresarial, y en la flexibilidad que había tenido con esos gremios, y me
parecían increíbles las palabras de un profesional como el profesor Juan
Jované.
Al final le dije que lo firmaría, pero tendría que estar allí el tema de la
evaluación, contrario a lo que pedían los gremios. Eso era innegociable. A esas
alturas de mi gestión, había más de 800 centros educativos entregando sus
planes de mejoras y en el proceso de visita de pares.
Y otra vez la ironía. En ese momento, los medios se volcaron a favor de
los gremios. Hubo programas enteros donde entrevistaban exministros y a
voceros del apocalipsis, cuyo tema no era la educación, sino: «La soberbia de
Lucy Molinar».
La única razón por la que me negaba a firmar, era porque ellos exigían
aumento sin evaluación, y la razón de un aumento tan grande, 900 balboas,
era fundamentalmente para mejorar el sistema; una medida que pasaba por
la evaluación de los centros, tal como se concibió.
Hubo un elemento más doloroso y sorpresivo, por decir lo menos. En
medio de aquella batalla en la que mi gestión defendía los intereses de la
sociedad, descubrí cuánto odio en mi contra se había acumulado entre
algunos de mis colegas periodistas. Se habían sumado a la descalificación de
Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS
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un proceso que proponía evaluar los resultados del trabajo realizado e
identificar los aciertos y los errores, y juntos, establecer una serie de metas
para llevar a su institución a un nivel prestigioso.
En ese momento empecé a mirar hacia atrás y lamenté no haber puesto
atención a ciertas señales. Cuando murió mi padre, en junio de 2012, una
periodista publicó: «Fue encontrado por vecinos en estado de
deshidratación».
El contexto dejaba la impresión de que lo teníamos abandonado a su
suerte, cuando la verdad fue que mi padre llegó al hospital manejando su
propio auto. Yo estaba demasiado absorta en el trabajo como para tomarme
a pecho o darle color a la nota periodística.
Un día pedí cortesía de sala en el comité editorial de un conglomerado
de medios audiovisuales. Su dueño muy amablemente nos acompañó y me
preguntó:
—¿Qué es exactamente lo que necesitas?
—Que cuando alguien hable en contra de nuestra gestión, nos den
espacio para explicar nuestra versión. Que siempre haya contraparte —le
contesté.
Su gesto fue de sorpresa y dijo:
—Eso es de rigor, eso no tendrías que pedirlo…
Al día siguiente, una dirigente gremial nos desplumó, literalmente,
durante veinte minutos en una radio; y cuando llamamos, nos dijeron:
—Se nos acabó el tiempo…
Isis Núñez y Victoria Tello se integraron, junto a Arturo Rivera, al proceso
de coordinación de las visitas de los evaluadores a las escue-
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Raimunda Jacques de Molinar nació en Colón, hija de Étienne Jacques y María Quiel, fue
educadora toda su vida. Era una de esas señoras con don de mando, que imponen
respeto y cariño, sin dejar espacio para otra cosa que no sea lo correcto.
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Durante primer año
en la universidad fui la
reina de las novatadas
en la Facultad de
Periodismo. Yo estaba
consciente de que no
tenía nada de reina;
pero, decían mis
amigos: «Con tu
personalidad,
ganamos».
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Fueron memorables las fiestas de ese año, sobre todo porque el debut fue ante el rector
de la Universidad, Jorge Swett Madge, un militar espigado que se vio
emplazado por esta reina para que bailara en plena tarima. Buena gente, pero
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militar al fin: altísimo recto, refinado y formal, alcanzó a decirme: «Yo tengo algunos
amigos en Panamá y sé que los panameños todo lo acaban con una fiesta».
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