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Published by ninivequiros, 2023-01-10 23:11:03

El Silencio de los Buenos

El Silencio de los Buenos

a ocupar el punto uno en la atención del Gobierno; y por semanas, Varela
parecía más importante que el país.

Yo, que en principio solo iba los días martes a la Presidencia de la
República, opté por alejarme de aquella atmósfera malsana, porque los
círculos cercanos a Martinelli comenzaron a señalarme con insistencia como
la amiga de Varela. Bajo la aparente lealtad al presidente, hundían la daga
con el evidente propósito de sacarme del Ministerio; entre tanto, los
allegados a Varela me señalaban como una traidora porque, en lugar de
haber partido con ellos, permanecía en mi puesto.

No había nada de eso. Sencillamente, me negaba a que la intriga ganara
espacio por encima del deber. Vivía en medio de un fuego cruzado.

Habíamos avanzado mucho en separar la educación de la política, y no
estaba dispuesta a ceder en el terreno conquistado; fueron muchas las
llamadas de amigos y desconocidos que me instaban a continuar mi labor.

Había muchas razones para seguir adelante. Era la primera vez, desde
1979, que se separaba la política de la educación; más de tres mil 500
personas estaban comprometidas con proyectos que yo había impulsado,
mucha gente había dejado sus trabajos para compartir mi aventura, y había
un detalle que no me permitía desistir: en la incontables visitas que había
realizado a las distintas regionales del país, encontraba un personal docente
que había recuperado la confianza en sus propias posibilidades, directivos
que se sentían respaldados, pero sobre todo la alegría en un estudiantado
que me recibía a manos abiertas. Algo había cambiado, y yo me sentía
realizada.

Recuerdo que ese ambiente estableció una especie de emulación entre
regionales. Chiriquí fue tan sobresaliente, que no había directriz, proyecto o
idea que se me ocurriera que no fuera acogida en el acto. Bastaba decir:
Líderes Dejando Huella o Maestro Estrella, o cualquier otro proyecto, y la
creatividad era un aluvión de tareas. Quizás fue eso lo que influyó para que
una provincia como esa y yo nos identificáramos. Llegamos a querernos con
pasión, pero la sorprendida fui yo. En una de mis giras, realizaron una
ceremonia en la que me nombraron «Hija Meritoria de Chiriquí»; y para que
nada quedara en duda, doña Elvia Lefevre me entregó el pasaporte y la
cédula de la provincia. Lejos estaba de imaginarme que aquello iría más allá
de lo simbólico. El evento había sido tan agradable, que nos retrasamos a la
hora de partir hacia el aeropuerto para tomar el vuelo comercial que nos
devolvería a Panamá. Contratiempo que significó una multa de veinte

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balboas para cada una de las tres personas que éramos. Entonces, entablé
un regateo con la funcionaria de la línea aérea:

—¿Cómo es posible? Estábamos trabajando por la educación nacional.
La provincia se siente agradecida con nuestro esfuerzo, y acá hay muy
buenos estudiantes. Esta es la primera vez que nos pasa — le indicaba; pero,
nada conmovía a aquella funcionaria.

—Así —dijo—; otro día llegarán puntuales.
Casi que en broma, y como un último recurso, recordé la cédula y el
pasaporte que me convertía en ciudadana chiricana28. Saqué aquellos
documentos y se los mostré a esa especie de muro de Berlín, que nos miró
con cara de «ustedes no se dan por vencidas, ¿verdad?». Ella desplegó una
sonrisa ante el pasaporte y la cédula; y fue mágico, terminó por retirar la
multa.
Encuentros fraternales como los de Chiriquí se repetían en Colón, en
Bocas del Toro, o en Veraguas; en otra ocasión, un profesor que laboraba en
un colegio de nivel secundario, históricamente conflictivo, me dijo:
—Antes un estudiante de nuestro colegio se reconocía por tener un
cuaderno doblado en el bolsillo posterior de su pantalón; hoy los ves venir
con mochilas, reglas de trabajo, maquetas, proyectos…
Sí, yo tenía muchas razones para no ceder ante las presiones que se
produjeron después de la ruptura de agosto de 2011. Tengo que admitir que
para entonces me había enamorado de un trabajo tan difícil como
entrañable.
Aquella nueva realidad fue el colchón que me hizo llevadera la difícil
relación que se desarrolló con el Gobierno después de la salida de Juan
Carlos Varela, y con el mismo Varela. En noviembre de ese año, para las
festividades patrias ordené que las delegaciones de los cuerpos de seguridad
desfilaran de último, no de primero como se estilaba, lo que provocó una
reacción nada correcta de parte del titular de esa cartera. Como le disgustó
mi medida, detuvo el desfile y forzó la entrada de los estamentos para
desplegar los artefactos militares que recién habían adquirido. Los
periodistas le preguntaron al ministro si yo estaba disgustada por lo que
había hecho, y él respondió con un vocabulario estrafalario:

—¿Ella está molesta?, bueno le queda otra opción.
Claro que aquellas no fueron sus palabras, y tampoco las describiré.
Preferí salir del área, no sin antes aclarar ante los medios que teníamos
razones para estar alerta. Situaciones como esas se daban con cierta

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frecuencia después de los sucesos de agosto de ese año. En otro momento,
por ejemplo, el presentador de un programa en un canal de televisión recién
adquirido elogió mi labor; y al día siguiente, fue despedido. Toda la actividad
oficial estaba marcada por esa especie de guerra sorda, prohijada en intrigas
palaciegas, y siempre tratando de arrebatarse espacios unos a otros.

Mi renuncia

Uno de aquellos días, alguien filtró a los medios que yo estaba a punto de
renunciar y un miembro del Gobierno dijo de manera displicente: —Nadie
está obligado a estar aquí.

Se daba por esos días, en el centro de convenciones ATLAPA, el
Encuentro Regional Virtual-Educa, promovido por la Organización de Estados
Americanos (OEA). En su contexto, los periodistas me preguntaron si era
cierto lo de mi renuncia, y les respondí que durante el día hablaría con el
presidente.

Como el rumor no paraba y el país era un hervidero de dimes y diretes,
de publicaciones atizando el entramado, los asistentes al evento formaron,
en las afueras del ATLAPA, una cadena humana en protesta por el intento de
involucrar al Ministerio de Educación en todo lo que estaba sucediendo. Aun
cuando aquella manifestación no fue considerada por los medios de
comunicación como noticia relevante, para quienes la hicieron fue una
oportunidad de manifestarse.

Ahora que escribo esta especie de informe al país, reflexiono sobre esos
días y, sobre todo, respecto al comportamiento de los medios; y debo
concluir que, lamentablemente, parece haber un abismo entre las
prioridades de aquellos y las de la comunidad nacional. Esta última, puede
padecer de cualquier mal, pero si no está sintonizada con las urgencias de
aquellos, difícilmente se verá reflejada en sus páginas o en sus ediciones. Y
si en algún momento, determinada circunstancia o persona choca con sus
líneas editoriales, desaparece… En la noche, fui hasta la Presidencia de la
República y le pedí cita al presidente. Y allí estábamos los dos solos, yo
tratando de contener una tormenta interior que casi me consumía; estaba
enamorada de mi nuevo oficio, pero, por otro lado, empezaba a recibir
información de actuaciones tremendamente irregulares de gente que
acompañaba a la Administración. ¿Podía yo seguir allí, convivir con eso?

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Hice una larga introducción, no solo sobre lo que me preocupaba, sino
sobre la posibilidad de aplicar algo de distensión a los niveles de
confrontación a los que se estaba llegando.

—Tú crees que ellos, los que tanto me critican, son santos... — empezó
por decirme.

Seguidamente, me contó una y otra historia de cómo algunos grandes
e ilustres personajes del país, de esos que a finales de su gestión no
escatimaron en esfuerzos para descalificarlo, se habían enriquecido; de
dónde habían salido sus fortunas, de cómo los recursos del Estado habían
servido para su progreso…

Lo escuché detenidamente. Le recordé mis condiciones cuando acepté
el cargo, y le pedí que aquietara a su círculo cercano, que no desaprovechaba
oportunidad para fastidiarme; le indiqué que seguiría trabajando, pero que
tenía que garantizarme que mantendríamos el acuerdo inicial de cero
política, total transparencia y recursos para trabajar.

Esa noche él aceptó mis planteamientos, yo seguí al frente del
Ministerio. Pero las cosas en el país se veían mal; parecía una especie de
despeñadero, por donde rodaban los adversarios halándose de los cabellos,
rompiéndose las camisas y gritándose, creativamente, todo tipo de
descalificaciones. Así, un mes después del magnífico encuentro de
tecnología educativa, la Zona libre de Colón ocupó el centro del espectáculo
con una ley, la 72, mediante la cual el Gobierno se proponía vender las
tierras de esa zona franca.

Zona libre de Colón: la venta de las tierras

Colón es mi provincia natal, tenida como «la tacita de oro» hasta finales de
la década del 40 del siglo XX; cuando, instalado en la ciudad de Panamá el
aeropuerto de Albrook dejó de ser la entrada al país. Hasta esos años, todo
el que llegaba a Panamá entraba por Colón. Era normal ver a grupos
numerosos recibiendo a familiares y amigos. Pero cuando dejó de ser así, la
importancia de la provincia disminuyó. Fue el primero de varios golpes que
afectaron su economía; el segundo fue la salida de las bases militares,
fuentes de empleos que eran ocupadas por muchos colonenses que,
desocupados después, emigraron en su mayoría hacia Estados Unidos; el
tercero era la misma Zona Libre, que aun cuando sigue siendo el emporio

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comercial como fue concebido, se desarrolló a espaldas de la ciudad y la
provincia, pese a proveer empleos y cierto contrabando.

La Zona Libre es un mundo aparte. En un intento por resolver ese
desnivel, varios Gobiernos ensayaron algunas propuestas que fueron desde
Colón Puerto Libre, es decir, convertir toda la ciudad en una enorme zona
franca, hasta la famosa ley de incentivos que propuso la administración del
doctor Ernesto Pérez Balladares con el afán de que los inversionistas
edificaran sus infraestructuras en la ciudad y no dentro de la Zona Libre,
además de otras medidas, que tendrían el incentivo del Estado. También
estuvo un proyecto de desarrollo llamado Centro Multimodal Industrial y
Servicios (CEMIS) que terminó en un escándalo de supuestos sobornos y
especulaciones. Ninguna propuesta prosperó, y cada una registró siempre
rechazos extraños, donde grupos de manifestantes auparon anarquías con
muertos, heridos y disconformes.

El último intento lo protagonizó, entre junio y octubre de 2012, el
Gobierno del presidente Martinelli, y fue una propuesta de venta de tierras
de la Zona Libre. Hasta ese momento, y siguió siendo así, las empresas que
operan allí pagan un arriendo por una tierra que no se enajena. Martinelli
propuso la venta, y utilizar ese recurso para el desarrollo de la provincia.
Quizás por estar hartos de engaños, los colonenses recibieron la oferta con
recelo y, en apariencia, surgieron protestas espontáneas.

Los panameñistas en oposición dijeron que: «Con la Ley 72 había un
interés [del Gobierno] de vender las tierras para hacer más ricos a los ricos y
más pobres a los pobres de Colón».

Mientras que el oficialista CD afirmaba que: «La norma se creó con el
propósito de solucionar los problemas sociales de Colón»29.

De junio a octubre de 2012, aquel fue el tema en torno al cual giraron
las diferencias de los viejos aliados, y el día 26 de este último mes, después
que el Gobierno se dio por vencido, la Asamblea Nacional derogó en tres
debates la Ley 72, aprobada por el mismo Parlamento en junio de ese año, y
que había subrogado el Decreto 17 de 1948 con que se había creado la Zona
Libre de Colón.

Dicho así, incluso con todos los agravantes, no hubiese sido tan caótico,
de no ser porque el esquema de protestas se parecía mucho al ocurrido en
Bocas del Toro. Por las informaciones que transmitían los medios, era fácil
percatarse de que en aquellas protestas había personas que defendían o

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atacaban, sin saber a ciencia cierta a favor de quienes trabajaban. Una
maestra llegó a decirme:

—Los únicos ganadores serán los dirigentes, ya los verá en un par de
meses con carro nuevo y ropa nueva… usted verá.

Una mañana, en medio de la crisis, que ya cobraba vidas, me invitaron
a un desayuno en el que fui testigo del acuerdo que pondría fin a los
enfrentamientos. Por ética no daré detalles, pero allí, en aquella sala de
comedor elegantísima, escuché cómo de verdad se arreglaban las cosas en
el país, y a lo que me he referido con anterioridad:

—Yo no vendo las tierras. Tú sacas la gente de la calle...
A esas alturas, ya había en Colón más de un muerto; había heridos,
detenidos, afectados... Pero ese no era el tema de aquella fastuosa
conversación, sino cómo se procedería con las tierras en conflicto. No
importaba quien muriera o quien saliera herido.
Era lo mismo que pasaba en educación, por eso terminaron odiándome
tanto. Cada vez que hacían huelga, cada vez que enarbolaban causas
supuestamente populares, terminaban con «acuerdos de finalización de
huelga»; un chiste, un chiste de mal gusto. Lo viví, en uno de los primeros
movimientos de huelga que emprendieron, alguien me dijo: «Eso se termina
con plata».
Me negué, y se terminó porque no cedí. Siguieron intentándolo,
buscaron toda clase de excusas: inventaron que estaba privatizando el
sistema, que peligraba la estabilidad docente, y una larga lista de cuentos
que siempre sacan para mantener sometido al docente, que ingenuamente
cree en la legitimidad de sus reivindicaciones.
Cómo año y medio más tarde, ya empezaba a cansarme de tanta
presión; entonces escuche a alguien de esos que siempre ha estado
vinculado con la educación, que dijo: «Paga, y acaba con eso...».
Por vergüenza propia o ajena, no daré detalles; pero ahora tenía más
claro aún, que la realidad depende del cristal con que se mira.
Un exministro me comentó que les había dado plata, nombramientos,
cupos de taxi, saldo de hipotecas, de todo; y con todo y eso, le hicieron
huelga...
15. Las demandas

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La comida deshidratada

—No voy a recibir una comida deshidratada más. Tengo suficientes
problemas en mi sector como para tener que lidiar con lo que hace el PAN
—expresé.

—Está bien, pero permíteme ver qué hicieron con la plata —fue la
respuesta.

Fue esa, en resumen, la conversación que sostuve con el presidente
Martinelli, después de presentarle los resultados de una encuesta de
aceptación de la comida deshidratada entre los alumnos de las escuelas a las
cuales iba dirigida. Muchos niños la rechazaron por distintas razones: el
sabor, los hábitos…

La encuesta fue aplicada a petición del Ministerio. Fue Dalba Caballero,
directora de Nutrición, quien organizó la consulta y ahí estaban los
resultados. No podíamos decir que aquel programa carecía de nuestra
confianza, porque solo era una sospecha y eso no servía de argumento.
Además, en la directiva del PAN había personalidades con amplia experiencia
en materia de nutrición, que la admitieron como buena. Pero cuando
algunos sectores en el sistema comenzaron a poner en duda la calidad del
producto, procedimos con la encuesta.

Aquella comida era en realidad un programa del PAN. Un miércoles, de
un mes de 2010, fui convocada a la Presidencia, como parte de la directiva
del PAN, a la degustación del producto. Fue Jimmy Papadimitriu, ministro de
la Presidencia, quien hizo la presentación y habló de las bondades de aquella
ración de alimentos semi-preparada, contenida en una bolsa para ser
cocinada30; y que, según dijo, había ayudado significativamente a combatir
el hambre en las favelas de Brasil, en las colonias de México y estaban por
introducirla en Colombia.

De acuerdo con la ley que creó el PAN, la labor de su directiva se limita
a aprobar o desaprobar un programa tras considerar si cumple o no con una
función social. Además, el proyecto se inscribía en los que por años habían
desarrollado distintos Gobiernos, como parte de un programa de
alimentación hacia las escuelas. Lo aprobamos a condición de que el plato
costara menos de un dólar. Nada tenía que ver la directiva con montos,
seguimiento de ejecución, control financiero o desembolsos. Solo se
aprobaba si cumplía con la función social; y sí, se cumplía.

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Al principio, muchos querían aquella comida. Muchos dirigían notas al
MEDUCA con la idea de que era un programa nuestro. Tras aclarar que nada
teníamos que ver con el mismo, redirigíamos aquellas notas al PAN.

Al tiempo, comenzamos a recibir comunicaciones que subrayaban
inconformidad con esos alimentos. Las remitíamos al PAN, que respondió,
señalando que en las escuelas no sabían prepararlos e hizo, a solicitud del
MEDUCA, una gira para instruir a las cocineras de las escuelas. Pero en 2012
saltó una campaña, porque supuestamente siete niños en las provincias de
Bocas del Toro y Veraguas habían manifestado malestares después de
ingerirlas. Extraño porque varios miles de estudiantes que la comieron la
habían digerido sin mayores problemas; pero, en fin, siete niños afectados
eran suficiente razón como para preocuparse. Después de 2014, como en el
remate de un cuento de terror, unidades investigativas de ciertos medios de
comunicación hablaron de muchos niños intoxicados en las escuelas.

El destape me hizo recordar un caso similar ocurrido años atrás con las
exportaciones de uva chilena a Estados Unidos. En miles de cajas del
producto apareció una uva con cianuro… No solo fue extraño que apareciera
la uva del cianuro, sino la exactitud de encontrarla entre millones de uvas…

En medio del escándalo, el MEDUCA le solicitó al PAN que remitiera
muestras de la comida deshidratada al laboratorio del Instituto
Conmemorativo Gorgas, que aseguró que en un lote determinado se habían
identificado fibras, pero que carecían de efectos nocivos para la salud
humana. Pero la campaña estaba andando, la duda se había sembrado. El
MEDUCA hizo su encuesta y, como ya he dicho, solicité al presidente retirar
de las escuelas todo lo que tuviera que ver con la comida en cuestión. Por
supuesto que los gremios habían encontrado allí caldo para sus campañas,
pero la cortamos rápidamente al retirar las remesas de esa comida.

Cuando se abrió el proceso en mi contra, los señalamientos en la Corte
giraron en torno a la calidad del producto; sorpresivamente, la fiscal
minimizó de sus argumentos lo relativo a los 44.9 millones de balboas
invertidos, a pesar de que el documento de la junta directiva instruía que
cada plato debía costar menos de un dólar y, evidentemente, no se
distribuyeron tantos platos como para que se desembolsaran tantos
millones ¿Por qué? Es una pregunta que me hago hasta ahora.

Por la calidad de la comida, el diario La Prensa convirtió el expediente
en una investigación por envenenamiento. En uno de sus acostumbrados

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editoriales, llamados «Hoy por hoy», nos declaraban asesinos, porque:
«Estábamos haciendo negocios a costa de la salud de los niños».

En un esfuerzo por aportar objetividad a los enfoques, me puse en
contacto con la directora de ese periódico, Lourdes de Obaldía; la invité a mi
casa y le hice una amplia explicación de los hechos, para señalarle por qué
sus enfoques no correspondían con la realidad. Ella pareció entenderme,
pero nunca mi explicación apareció en las páginas del llamado Diario Libre
de Panamá.

El desastre del caso quedaría en evidencia durante la audiencia que se
realizaría en diciembre de 2015. Cada uno de los abogados de los ocho
imputados que éramos, dejó sin piso ni techo las acusaciones de la fiscal
Vielka Broce, que, a falta de sustentación categórica, repitió al calco las
argumentaciones del periódico La Prensa. Sus desatinos llegaron al extremo
de alterar las fechas de los hechos, para justificar involucrarme en un delito.
Ella dijo que el episodio con la fibra se había producido antes de la firma del
segundo contrato. ¡Afirmación absolutamente falsa! Había sido después de
la aprobación en directiva del segundo contrato. Fue justo por eso que se
hizo la encuesta llamada: «prueba de aceptabilidad»; la cual nos sirvió de
base para solicitar la suspensión del programa.

La argumentación de la defensa fue tan sólida y la de la fiscalía tan
pobre, que era notorio el asombro del juez que presidió la audiencia. Sentí
tanta pena por la fiscal, que al final me acerqué, le di un abrazo, y le dije:

—Pensé que solo los señalados sufríamos en estos procesos; pero siento
que hay tanta maldad que entiendo, sin que me lo diga, que usted está
sufriendo mucho.

Treinta días después, el juez dictó sobreseimiento definitivo para mí y la
directiva; el resto, proveedores y administrativos, siguieron en el caso...
Curiosamente, cuando los periodistas le preguntaron si iba a apelar, la fiscal
Broce contestó que tenía que evaluarlo; fue la procuradora general de la
nación, Kenia Isolda Porcell, quien tomó el micrófono y dijo: «Por supuesto
que vamos a apelar; apelaremos…». Y apelaron.

Granos para la verdad

Lo he dicho con anterioridad:

De acuerdo con la ley que creó el PAN, la labor de su
directiva se limita a aprobar o desaprobar un programa, tras

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considerar si cumple o no con una función social. [..] Nada tenía
que ver la directiva con montos, seguimiento de ejecución,
control financiero o desembolsos. Solo se aprobaba si cumplía
con la función social; y sí, se cumplía.

Y fue lo que en su momento mi abogado y yo le hicimos saber a la fiscal
Tania Sterling. La Fiscalía Primera Anticorrupción había producido el sumario
de la vista fiscal 98, de 18 de abril de 2016, que investigaba supuestos
sobrecostos en el programa de compra de granos para las escuelas de difícil
acceso y vulnerabilidad por pobreza y pobreza extrema del país.

Había sido desarrollado por el Programa de Ayuda Nacional (PAN), y
mediante el cual, en marzo de 2014, se habían adjudicado contratos a una
serie de empresas para cumplir con las tareas de alimentación que se
desarrolla históricamente en distintos centros educativos del país.

Si se lee detenidamente la vista fiscal de este caso, podrá observarse
que el MEDUCA solo es mencionado como destinatario del programa. Ni los
fondos ni la organización, ni la implementación del mismo, tenían que ver
con el Ministerio que yo dirigía.

Pero al igual que en el caso de la comida deshidratada, la fiscalía me
vinculaba por ser miembro de la directiva del PAN, un órgano que solo
aprobaba o desaprobaba el programa, tras considerar si cumplía o no con
un propósito social. De ahí en adelante, era la Dirección Ejecutiva de ese
organismo la encargada de desarrollar todos los detalles.

Si hubo o no hubo sobrecostos, yo nada tenía que ver con eso. Si el
sobrecosto era delito o no, en nada estaba vinculada a sus operaciones. Pero
eso no interesaba a las unidades investigativas de ciertos medios. Lo
importante era la sorna, el descredito del sensacionalismo.

Mochilas cargadas de sorpresas

Vi a la fiscal a cargo del proceso ya entrada la noche, después de negarme
rotundamente a firmar unos documentos que me había entregado su
asistente, quien había sido, a la sazón, el funcionario que me había
interrogado.

—¿Y eso para qué es? —le pregunté a mi abogado.
—Creo que van a detenerte; pero, antes, debes firmar esa
documentación —me dijo…

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No es fácil un instante como ese. Primero, porque has acudido
voluntariamente a una indagatoria en la que has respondido, una a una, cada
pregunta que te han formulado. No ha habido dudas en las respuestas y,
además, estuvieron respaldadas por una copiosa documentación sobre el
caso y sobre mi vida. Para la ocasión, había solicitado mi historial financiero
a la persona que llevaba mis cuentas en el banco, del cual había sido cliente
por más de veinte años. Tenía conmigo toda la información, desde la
apertura de mis primeras cuentas hasta el estado de mis finanzas antes de
asumir como ministra, y luego de salir del cargo. No tenía nada que ocultar.

—Yo no voy a firmar nada —respondí, entre disgustada y sorprendida.
No era agradable lo que prometía aquel escenario, así que reiteré en
voz alta, que no firmaría nada, y que no importaba el tiempo que allí
permaneciéramos, porque yo no me había robado nada.
La tensión comenzó a subir entre la petición del funcionario y mi
negativa a firmar, porque sin firma no había detención; y en medio del
intercambio, solicité ver a la fiscal a cargo.
Pasado unos minutos, entré al despacho de la titular, la licenciada
Lissette Chevalier, quien investigaba una supuesta lesión patrimonial en la
compra de las mochilas escolares en el año 2012, después de un reportaje
aparecido en el noticiero del canal 2 de televisión, donde el nuevo director
del PAN, Rafael Estanziola, declaraba que:
—Creo que en la compra de las mochilas hay sobrecostos.
No había una sola evidencia que lo respaldara, tampoco un acusador en
particular, sino —según se veía— la honrada preocupación de una
funcionaria del Ministerio Público ante la denuncia de un medio. Denuncias
como esas ocurren en Panamá muchas veces al año, pero pocas veces la
seriedad de un funcionario quedaba tan a la luz, como ese caso en particular,
y sobre todo después del cambio de Gobierno en 2014, que podía
considerarse como una ironía.
No firmé. Ella no pudo demostrar que poseía una razón legal para
hacerlo, pero me impuso una medida cautelar humillante, que se acercaba
a la detención, y que consistía en reportarme y firmar en esa fiscalía los días
lunes, miércoles y viernes.
La primera teoría en el proceso era los supuestos sobrecostos, por lo
que la fiscal Chevalier había mandado a hacer una cotización sobre el precio
unitario de las mochilas en el mercado local, quizás con la esperanza de que
los resultados le permitieran justificar la detención que me anunciaba.

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Felizmente, yo había contado durante un quinquenio con funcionarias
muy profesionales en el Departamento Legal y con una Dirección de
Fiscalización, escrutadoras de cuanto documento caía en sus manos y
detallistas hasta la exasperación, y en aquel momento valoré cuán
importante resulta que las cosas, en lugar de hacerse de manera rápida, se
hagan bien, aunque demoren.

Fueron ellas, Antonia Pérez y Celia Rodríguez, las que le demostraron a
la fiscal que la cotización realizada por la fiscalía en el mercado local era un
30 por ciento más alta que el precio que el MEDUCA había pagado a las
empresas por las mochilas del año 2102.

Se caía la tesis de la fiscalía; y de momento, la tranquilidad sorda que
reinaba en aquel despacho se hizo añicos. Los funcionarios comenzaron a
trasladarse a pasos rápidos de un despacho a otro, aunque todos convergían
en el de la licenciada Chevalier. No había forma de justificar ni la detención
preventiva ni proceso alguno; y yo no había firmado, ni pretendía firmar,
ninguna documentación.

En medio de aquel, caos sonó mi celular y un periodista amigo me
informó que, desde el Consejo de Seguridad, adscrito a la Presidencia de la
República, le habían dicho que diera por realizada mi detención, que lo podía
dar como noticia. Entonces comencé a entender algunas cosas de aquel
proceso. En sus inicios, cuando estaba por producirse la primera citación, la
propia fiscalía buscó en el PAN toda la documentación relativa al caso.
Fueron dos o tres veces y la documentación nunca estuvo allí, hasta que se
le dijo que estaba en la sede del Consejo de Seguridad, bajo custodia.

Otro elemento indicaría, sin embargo, lo que realmente estaba
sucediendo. Para dar inicio al proceso, era necesario contar con un
querellante, que inexplicablemente fijó su dirección en la oficina del Consejo
de Seguridad. En ese instante, estaba en esa estructura una de las personas
que en el quinquenio del presidente Varela sería una de sus funcionarias más
poderosas. No sería ocioso preguntarse entonces: ¿de dónde venían las
sugerencias de detención de la que era portadora la fiscal Chevalier?

Dos días después, la licenciada Chevalier fue trasladada
sorpresivamente a una fiscalía en la provincia de Colón, de la cual renunció
poco tiempo después. La reemplazó la fiscal Vielka Broce, quien sustituyó la
tesis de los sobrecostos en la compra de las mochilas, por la de sobrecostos
en la entrega. Según la nueva versión, el MEDUCA, y en consecuencia la
ministra, había descuidado su deber de vigilar las entregas de mochilas; las

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empresas habían actuado por su cuenta y aquello había representado una
lesión patrimonial al Estado, que cifraban en cinco millones de balboas.

Nada menos cierto e inconsistente. Demostramos que, para las
operaciones de entrega, el MEDUCA había girado instrucciones a las
regionales para que colocaran, en unos cuadernillos, los nombres de dos o
más funcionarios que debían recibir los camiones, registrar lo recibido y
firmar las actas junto al delegado de la empresa, además de incorporarles el
sello de la institución. No hubo manera que la fiscalía probara lo contrario.

En su intento por forzar una detención, llegaron a hablar de lesión sin
evidencia; para lo cual, Celia Rodríguez les recordó que, para validar una
afirmación como esa, era necesario contar con un aúdito de la Contraloría, y
ellos, en ese momento, no lo tenían.

Lo verdaderamente desconcertante se produjo cuando llegó a la fiscalía
un auditor de la Contraloría, según el cual: «¡Ustedes nunca entregaron
ninguna mochila!».

La tesis era que habíamos lesionado al Estado por un orden de 14
millones de balboas, porque nunca habíamos entregado una sola mochila.
Basaban su aseveración en que las liquidaciones de aduana no tenían el
nombre de las empresas a las cuales le habíamos comprado las mochilas, por
lo tanto: las mochilas no existían.

En este momento, recuerdo que me llamó la atención que el primer día
de funciones, antes de llegar a su despacho, el contralor general del nuevo
Gobierno, Federico Humbert, fue a reunirse en el Ministerio de Educación
con sus autoridades y la dirigencia gremial casi en pleno. No encontré
razones para inquietarme, porque me sentía —y sigo así—muy segura de lo
actuado en mis cinco años al frente de la institución. Pero llamaba mi
atención y me indicaba que algo estaba por venir.

A esa altura del proceso, todo me parecía alucinante, poco profesional,
muy deficiente y sobre todo relevador de caprichos, más que de intentos
serios por hacer justicia. Celia, Antonia y yo nos reunimos con los auditores
de la Contraloría y les dijimos que era cierto que las liquidaciones no llevaban
el nombre de las empresas, y no tenían por qué llevarlos, dado que en el
contrato habíamos convenido que, desde el momento en que las mochilas
tocaran suelo panameño, eran propiedad del MEDUCA, así que resultaba
inocuo aquel argumento.

Pero, cómo se explicaba que una entidad como la Contraloría, cargada
de experiencia y con profesionales conocedores al detalle de los

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movimientos fiscales, hubiese incurrido en un error de esa envergadura. Un
informante —cuyo nombre omitiré por razones obvias— me hizo saber que
el primer aúdito que se realizó para saber si las mochilas se habían entregado
o no, fue realizado por un equipo que visitó las zonas donde estaban las
escuelas, realizó entrevistas, buscó testigos, y todos coincidieron en que las
mochilas sí habían llegado a sus destinatarios.

De hecho, en ese informe figuran declarando personas que luego
certificaron no haber atendido cuestionamiento alguno de funcionarios de
contraloría.

Era una realidad que no podía ser ocultada de ninguna manera, o al
menos eso podían suponer las personas decentes de este país. Lo que pocas
podían imaginar era que —según nuestro informante— el primer equipo
que realizó la investigación en la Contraloría fue reemplazado en su función
por otro que generó la tesis de que: ninguna mochila había sido entregada.

Cuando prohijaron aquella conclusión espuria, surgió otro problema: no
había quien la firmara. Lo sucedido a continuación parece sacado de la serie
House of Card. Por una de esas casualidades que asombra, la persona que
finalmente firmó el nuevo informe, cinco días después era formalizada
cabeza de la dirección de Auditoría de la Contraloría General de la República.

El informe existe y la firma también; así que, con la honradez que
caracteriza a nuestros fiscales anticorrupción, no me cabe duda de que,
conocida esta información, pondrán en marcha sus buenos oficios.

Incapaces de sustentar la teoría de sobrecostos en la entrega, la nueva
tesis que ensayaron fue la del lugar de la entrega: «Las mochilas no se
llevaron hasta las escuelas», dijeron. El contrato establecía que tenían que
ser entregadas a alguna de las personas que aparecen en los cuadernillos, y
que bajo ningún concepto podían dejar los paquetes en la puerta de los
centros educativos. En aquellos casos en que a la segunda visita no
encontraran con quien dejar las mochilas, los directores regionales estaban
autorizados para aprobar algún local cercano a las escuelas donde dejarlas.
Pero en ningún caso fueron abandonadas en el portón. Además, cada
entrega era acompañada de la supervisión de las direcciones regionales
respectivas.

La fiscal recorrió varias provincias en las que entrevistó a personas
seleccionadas bajo un criterio que no acabo de entender. Sin embargo,
todos los entrevistados dijeron haber recibido mochilas, algunos dijeron que
las había entregado un carro del MEDUCA, cosa imposible porque la

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 214

institución no prestó ninguno de sus vehículos para esos trabajos. Otros
dijeron que las recibieron en centros de acopio, y aquí convergen dos
situaciones: la primera, que las entregas se hacían en verano y no siempre
estaban los encargados de recibirlas; y la segunda, en la comarca Ngäbe-
Buglé hubo inconvenientes por las protestas que ese año realizaron los
indígenas y que en dos ocasiones impidieron llegar hasta las escuelas.

Otros detalles destacables: cuando visitaron la comarca Guna Yala,
casualmente, ese día todos los directores de centros educativos estaban
reunidos en la capital y la fiscal citó para entrevistas a cocineras,
conductores, padres de familia y docentes, pero no citó a ningún director de
centro educativo, ni a ningún funcionario de la dirección regional. Una
selección, para no ser ofensiva, sospechosa.

Entre tanto, la dirigencia gremial seguía alimentando los medios con
testigos: un dirigente llegó al Ministerio Público, acompañando a un
profesor, dispuesto a declarar que:

—El compañero llevó más de mil mochilas de la regional al Colegio
Rafael Moreno de Macaracas, con una erogación de casi seis mil balboas…
de su bolsillo.

La explicación del dirigente evidenciaba la extraña generosidad de un
docente, al sacar de su bolsillo seis mil balboas para que los estudiantes
contaran con las mochilas que el Estado había pagado.

Curiosamente, el Ministerio Público no vio que con su testigo
desmontaba la tesis de sobrecostos en la distribución, porque si ese profesor
había gastado seis mil balboas — o sea, seis balboas por mochila— desde la
Dirección Regional de Los Santos hasta su colegio, a 45 minutos de distancia,
entonces, el Estado quedaría en deuda con los proveedores que tuvieron
que cubrir áreas de difícil acceso, a las que solo se podía llegar por mar o a
caballo, y en ocasiones en helicóptero, a ese mismo costo. Recordemos que
no existe una empresa o entidad en el país con más de tres mil sucursales
como es el caso del Ministerio de Educación, por lo tanto, nadie ha
desarrollado una logística para tales dimensiones.

Pero la última apuesta del Ministerio Público fue el argumento de que
«yo tenía un interés particular en comprar esas mochilas, y que la prueba de
ese interés era que yo había enviado una carta al Consejo de Gabinete
solicitando autorización para realizar la compra». ¿Falacia, ignorancia,
descuido, mala intención o falta de profesionalismo al intentar probar lo
improbable por encima de la realidad? La Ley 22 de Contrataciones Públicas

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EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 215

en su capítulo VIII, artículo 62, inciso a, establece que: «Cuando las
adquisiciones sobrepasen la suma de tres millones de balboas
(B/.3,000,000.00), serán autorizadas por el Consejo de Gabinete». Parecía
que en el Ministerio Público nadie se había tomado la tarea de leer esta ley.
Habíamos aportado toda la información que justificaba la contratación de las
mismas empresas que ya habían realizado ese complejo proyecto los años
anteriores, ya que no queríamos experimentar con una misión de esa
envergadura.

Una burla para la justicia, pero por este tema hubo gente detenida,
familias afectadas, muchas mentiras publicadas y, lo que es peor, se
desvirtuó un esfuerzo que, hoy creo, que pocos entendían.

La idea de entregar mochilas con útiles escolares, libros y bonos, era
para tener suficientes herramientas con las que exigir que los padres de
familia fueran el primer día de clases a conocer a los maestros de sus hijos,
e iniciar el año conectando la casa y la escuela. Con la beca universal, se
establecieron tres fechas más en las que los padres, obligatoriamente,
tendrían que ir a la Escuela para Padres, porque, reitero: «Cuando la escuela
y la casa hablan el mismo idioma; todo, todo es más fácil».

La música no fabrica acusadores

—No puedo seguir callado ante tanta injusticia; a mí también me llamaron
del MEDUCA para pedirme que la denunciara y les dije que no, que no me
prestaría para eso...

—¿Usted diría eso frente al fiscal, en el Ministerio Público?
—Por supuesto que sí, soy profesor de Ética y no puedo prestarme para
una injusticia como esta.
Días después este docente, firmaba en el Ministerio Público una
declaración donde ratificaba sus palabras, dejando constancia de cómo se
estaban haciendo las cosas en Panamá en materia de justicia. Con gran
pesar, en los días que siguieron, le abrieron un expediente donde le hicieron
todo tipo de acusaciones; trataron de despojarlo de su cargo, pero la
reacción oportuna de sus estudiantes y educadores impidieron que los
amedrentamientos prosperaran. Acudió a los medios a denunciar la
situación. Pero ¿de qué se trataba?

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EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 216

En 2009, unos meses después de haber asumido el cargo, organizamos,
junto al Instituto Nacional de Cultura (INAC), un evento musical al que
llamamos: «De la Banda a la Orquesta».

Intentábamos darle forma a un proyecto musical con el que llevaba
meses soñando, después de conversar con dos estudiantes del Instituto
América, quienes me recordaron el impacto de la formación musical en la
juventud.

La aproximación la hice, citando a todos los que tenían proyectos
musicales privados, en un intento por sumar esfuerzos y estructurar el
trabajo de todos de manera eficaz… Como el que no oye, siente — como
decía mi abuela Chalá—, no quise atender las sugerencias de quienes decían
que eso era una quimera.

—¡Imposible! —me dijo Jorge Ledezma, director de la Orquesta
Sinfónica Nacional. En aquel momento, me creía capaz de venderle neveras
a un esquimal en pleno Polo Norte, por lo cual convoqué a un representante
de cada grupo, unas 35 personas que llenaron el salón de reuniones del
despacho ministerial. Como todos fueron muy amables, yo percibía un
ambiente perfecto. Cuando les hablé de crear orquestas sinfónicas juveniles
y de explorar la posibilidad de articularse, los rostros empezaron a volverse,
poco a poco, más fríos; surgieron muchas preguntas que me demostraron la
imprudencia que estaba cometiendo. El señor Terence Ford, conocido
entusiasta de la música clásica, me invitó, muy elegantemente, a pensar en
otra cosa porque esta no era posible. Así terminó esa reunión.

El maestro Ledezma, que esperó a que todos salieran, me miró
premonitorio y compresivo, y antes de que pronunciara una palabra, admití:

—Me lo dijo, me lo dijo, me lo dijo…
Pueden denominarlo tozudez o persistencia del sueño, pero con la
decisión de quien no se frena hasta lograr lo que persigue, nos reunimos en
mi oficina la directora del Instituto Nacional de Cultura (INAC) Maruja
Herrera, el director de la Orquesta Sinfónica Jorge Ledezma y el director del
Conservatorio Osvaldo Sempri. Les propuse hacer un experimento:
seleccionar estudiantes de las mejores bandas de música y hacer el evento:
«De la Banda a la Orquesta», una mezcla de experimentados músicos de la
sinfónica nacional compartiendo escenario con muchachos de nuestros
colegios. Y aquí superé las fronteras de la audacia, propuse como única
condición tocar un reggaetón con orquestación sinfónica.

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EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 217

Me cuesta describir la expresión corporal de los maestros Ledezma y
Sempri. En sus rostros se dibujó una combinación de estupor, asombro e
incredulidad, como si hubiesen escuchado una herejía.

—Se volvió loca esta mujer —supuse en las mentes de Ledezma y
Sempri.

—Los maestros de la orquesta sinfónica jamás van a aceptar eso —dijo
Ledezma.

—Pero como se le ocurre algo así —atinó a decir Sempri, entre atónito
y sorprendido.

—Vaya usted el sábado al ensayo y plantéeles esa posibilidad. No puedo
engañarla, veo difícil que acepten —enfatizó Ledezma.

Sobrecogida, como si estuviera a punto de sentir una guillotina sobre mi
cuello, alcancé a decirles:

—Solo les pido que, por favor, esta conversación no salga de esta
oficina.

Mi afán tenía varios motivos:
1. Quería mutar las bandas de guerra de las escuelas a bandas de
música.
2. Promover que muchos más estudiantes aprendieran a leer música.
Está estudiado que un joven que lee música tiene el cerebro mejor
entrenado para aprender31.
3. Las bandas de música ofrecen un mundo de oportunidades de
formación: la disciplina de las prácticas, la solidaridad para apoyarse
mutuamente, la perseverancia para lograr los sonidos, la puntualidad, el
trabajo en equipo, y tantos valores que, enseñados en un libro, jamás se
asimilan con la naturalidad que da un espacio tan divertido como la banda
de música.
4. Que las bandas tocaran, en fiestas patrias, todo tipo de música, no
solo marchas militares; salsa, típico, merengue, reggaetón, todo con dos
condiciones: que fuera con orquestación sinfónica y que no hubiera letras
vulgares.
Pero, había que hacerlo a la manera de los estudiantes y no como los
adultos concebimos las cosas. De allí mi interés en que tocaran reggaetón
sinfónico. Si interpretaban reggaetón sinfónico, resultaba más fácil llevarlos
a Mozart y no a la inversa…
El sábado asistí, segura, al ensayo de la orquesta. Cumplidos los saludos
protocolares y con un entusiasmo que casi tropezaba con una aparente

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EL SILENCIO DE LOS

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ingenuidad, les conté mi propuesta. Solo percibí el ruido de las miradas, lo
que siguió fue un silencio total… creo que en ese instante hubiéramos
podido encontrar más ruido en un funeral… Sentí los ojos de los asistentes
sembrados sobre mí. Era terrible…

De repente se puso de pie Dino Nuguet, un músico joven al que conocía
muy bien, ya que éramos amigos; así que cual náufrago en mitad del océano,
lo percibí como mi tabla salvadora.

—La Orquesta Sinfónica Nacional jamás podrá tocar esa música, si se
trata de elevar el nivel cultural. ¿Cómo vamos a someter a la Orquesta
Sinfónica Nacional a semejante cosa? Yo no estoy de acuerdo —dijo con voz,
cuerpo y rostro.

Quedé fría…algo comenzó a picarme en la planta de los pies, y aunque
había buena temperatura, algo como sudor comenzó a bajarme por la espina
dorsal. Empecé por argumentar que era para atraer a los muchachos a la
música culta. Dije que había que partir de donde ellos están, y ninguno de
ellos estaba donde Mozart o Beethoven.

Hablé como por quince minutos, y poco a poco percibía que los rostros
se iban relajando, como que empezaba a sonar mejor la idea y como que ya
no disgustaba tanto, e iban dando muestras de aceptación. En principio
aceptaron reticentes, más con dudas que con certeza, pero aceptaron y
comenzaron los ensayos.

Llegó el gran día, luego de una semana de entrenamiento con los
maestros de la Orquesta Sinfónica Nacional, cerca de 300 estudiantes iban a
participar en un gran concierto en la Arena Roberto Durán. Invitamos a
mucha gente, la expectativa fue grande y al final la ovación fue de pie. Ya
nadie se acordaba de la locura que, al principio, parecía un evento así.
Brillaba el talento de los estudiantes y el de muchos padres orgullosos, al ver
a sus hijos codo a codo con los maestros de la Orquesta Sinfónica Nacional.

Como funcionó, decidimos crear un diplomado para entrenar
formalmente a los instructores de bandas de música, que hasta ese
momento habían sido tratados como si fueran un tema marginal en la
formación del estudiante.

Ledezma y Sempri contactaron con Venezuela el sistema mejor
organizado en estos menesteres. Pronto llegó el primer grupo de
entrenadores y el diplomado arrancó con la fuerza de quien aspira a lograr
algo con lo que había soñado por años. Al instructor que terminaba el
diplomado, se le daba un contrato formal en la planilla del MEDUCA,

Lucy Molinar
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BUENOS 219

reemplazando los fondos de los padres de familia, que era como se les
pagaba hasta ese instante, y su banda era dotada con instrumentos
musicales.

Cada versión graduó entre 60 y 100 nuevos instructores de bandas. El
diplomado terminaba con un gran campamento musical, con la participación
de cerca de mil estudiantes de todo el país, junto a los maestros de la
Orquesta Sinfónica Nacional. Durante tres años, ese fue uno de los eventos
más entrañables en los veranos. Daba gusto ver la formalidad de los
muchachos en medio de los maestros…

Todo este preámbulo me sumerge en una gran marejada de
experiencias y recuerdos gratos. La banda se puso de moda en las escuelas,
daba estatus ser parte de ella.

Un día, la comunidad educativa de un colegio del interior me pidió una
cita. Para mi sorpresa, la única solicitud que me hicieron fue… instrumentos
musicales. Era inédito. Normalmente, traían una lista larga de solicitudes.
Pero esta vez alguien había traído, por primera vez… una lista corta.

—Después le mando una nota con las necesidades del colegio —
comentó el director al despedirse.

Sorpresivamente, una madre de familia se devolvió y me dijo:

—Usted no ha entendido, ¿verdad?
—No —le contesté un poco confundida.
—Mire —respondió—, mi hijo había robado dos veces, estaba metido
en una banda de maleantes; y yo, ya no podía controlarlo. Desde que el
director lo impulsó a meterse en la banda de música, empezó a cambiar y
cuando le dijeron que si no tenía buenas notas y buena conducta no podía
seguir en la banda de la escuela, ese muchacho fue otra persona. Y no solo
él, todo su grupo. Ahora la escuela tiene otro ambiente… por favor tenemos
muchos muchachos por meter en la banda y nos faltan instrumentos…
Aquella conversación me marcó. Hice todo lo posible para que les llegara
pronto una buena dotación de instrumentos.
Cada año, en todo el país, en cada región, se podía sentir el cambio. Ya
había más de 300 bandas de música que convertían los desfiles patrios en
una fiesta de talento estudiantil. En casi todas las comunidades empezó a
sentirse el orgullo por las bandas de música de los colegios; con lo cual,
empezaron a ser tomados en cuenta para todos los eventos.
A mediados de 2013, surgieron dos iniciativas que me volvieron la vida
un verdadero caos. La banda del Colegio José Daniel Crespo clasificó para ir

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al Desfile de las Rosas en Pasadena, California. Era la primera vez que un
colegio panameño lograba semejante distinción. Solo faltaba lo más
importante: el dinero…

Unos días después, me invitaban a ver el ensayo de la banda del Colegio
Moisés Castillo Ocaña de la Chorrera. Yo, ingenua, había olvidado que esas
invitaciones, por lo general, no eran gratuitas. Interpretaron una linda
canción y me entregaron la carta que certificaba que habían sido invitados
al desfile de Año Nuevo, al London New Year’s Parade. Pero como siempre,
solo faltaba lo más importante: el dinero.

Deliberé con mucha gente, entre ellos, Mario Bolívar, director de
Asuntos Estudiantiles y Eva Muñoz, directora de Finanzas. Al final,
concluimos que hacer el esfuerzo motivaría a muchas escuelas a mejorar su
performance para poder aspirar a viajar. En efecto, ese verano en las
escuelas, de lunes a viernes, los estudiantes no paraban de practicar y, muy
en mis adentros, sentía que el propósito empezaba a lograrse.

Los hice participar en todos los eventos posibles. Había que entusiasmar
a mucha gente, a ver si lográbamos más apoyos privados. Por esos días, se
realizó una reunión del Consejo de Gabinete en Los Santos, del cual me
ausenté en protesta por desacuerdo con alguna decisión. Cuando los
estudiantes empezaron a interpretar sus piezas, recibí una llamada de la
primera dama Marta Linares de Martinelli:

—Ayudémoslos, son fantásticos, aquí tienen a todo el mundo llorando de
lo emocionante de la interpretación.

Hubo muchas propuestas de ayuda, pero solo se concretó la de la
primera dama. El resto salió de los ahorros del MEDUCA.

Ambos desfiles fueron transmitidos: uno por Telemetro y otro por
Televisora Nacional. Al verlos, tenía la certeza de que esa mañana de Año
Nuevo la emoción colectiva de muchos panameños había cambiado y que
sentían un gran orgullo al ver al país representado con tanta categoría.
Cuando la escuela de Chitré desfiló, quedé literalmente llorando… aquella
muchachada impecable, jubilosa y llena de talento, se veía y sonaba perfecto,
y vibraba como en el sueño que siempre me había reservado…

Antes, por motivos de horario, vimos el privilegio que se le concedió a
la Escuela Moisés Castillo Ocaña de abrir el desfile en Londres. Que orgullo,
que emoción cuando las notas musicales abrazaban el ambiente y envolvían
a todos en una rítmica melodía típica panameña junto a la ovación de los
presentes. Qué alegría más grande y que orgullo verlos llegar tan lejos… tan

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lejos como espero lleguen mis dos amigos del Instituto América que están
estudiando en Estados Unidos, gracias a su música.

Ese verano en las escuelas, de lunes a viernes, los estudiantes ensayaron
continuamente y, muy en mis adentros, sentía que el propósito empezaba a
lograrse.

Los beneficiados con la adquisición de esos instrumentos jamás fueron
citados por la fiscalía. Como demostrábamos al inicio de este escrito, desde
el propio Ministerio de Educación trataron infructuosamente de lograr
acusadores, lo que explica las dificultades de la fiscalía en adelantar el
proceso, en el tiempo que otorga la ley panameña.

Muchas cosas le fracasaron al Ministerio Público en el proceso que se
levantó en mi contra por este tema. Por ejemplo, la fiscalía puso en marcha
una investigación para determinar si en la compra de los instrumentos
musicales hubo sobrecostos, si eran de buena o mala calidad, o si tenían el
plomo que se había aducido como atentado a la salud de los estudiantes.
Con tal fin, contrató a tres peritos. Fueron estos mismos, los que indicaron
que: «No hubo sobrecostos, no existe rastro alguno de plomo, y los
instrumentos son de calidad estudiantil». Que fue lo que efectivamente
habíamos comprado.

Tampoco prosperaron las falsedades publicadas por La Prensa.
Informaron sobre tres mil instrumentos, con una inversión de 11 millones de
balboas. Falso. Los instrumentos eran más de once mil, a los que se sumaban
430 donados por el fabricante y el distribuidor. Mis últimas solicitudes las
cubrieron con instrumentos que compraron en el mercado local, porque no
había otra opción, y de lo cual puede dar fe mi testigo más fiel: la banda de
la escuela beneficiada en mi provincia, Colón.

Pero hay otros detalles extraños en este, como en otros procesos, que
se me siguieron. Por ejemplo, la vista fiscal con la larga lista de acusaciones
en mi contra no la firmó el fiscal que llevó adelante la investigación. Extraño,
¿no?. Nada de equivocado tendría pensar que quien llevó adelante el
expediente se habría negado a firmar una vista fiscal sin sustento jurídico.

Lo otro es que se hicieron varios intentos de audiencia preliminar; pero,
por alguna extraña razón, se repetía la ausencia de la misma persona, que
argumentaba enfermedades. Aquella maniobra afectaba mi salud de
manera sensible, porque mi sobreseimiento se prolongaba de manera
indefinida y se mantenía la angustia.

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Cuando finalmente se hizo la audiencia, sucedió algo extraño: el juez
inició el proceso y nuevamente alegó que la ausencia del implicado de
siempre justifica la suspensión de la misma. En ese instante sentí que el
mundo se me venía abajo. Tres años de un proceso absurdo y seguíamos con
subterfugios para frenar el acto de justicia.

Previendo esto, días antes me había reunido con el abogado de esta
persona y le expliqué por qué no debía evadir las audiencias; le expliqué que
en los temas bajo mi responsabilidad todo se había manejado con total
transparencia, que de allí todos saldríamos sin cargo alguno, porque no se
había cometido ninguna irregularidad. De nada sirvió.

Como un coro de voces concertadas, todos dijeron que aceptaban la
suspensión de la audiencia, porque el imputado más famoso no estaba.
Pero, sorpresivamente —al menos para mí— el juez falló un recurso
presentado por el abogado de este imputado y le cambió la detención
domiciliaria por impedimento de salida del país. Entonces mi abogado le
recordó al juez que hacía 22 meses habíamos interpuesto un recurso de
nulidad de lo actuado en mi contra porque violaba la ley.

Rechacé la posibilidad de que mi situación se resolviera por un tema de
forma, o por uno de esos tecnicismos que dejan la duda en el aire, porque
había suficiente argumento jurídico como para demostrar que nunca hubo
nada irregular en la adquisición de los instrumentos musicales.

Días antes de la Navidad, el juez se pronunció: «Se declara nulo lo
actuado contra Lucy Molinar».

Aun cuando La Prensa soterró la noticia, destacando que la fiscalía no
descartaba apelar, lo cierto era que nadie se atrevería a cuestionar el fallo.
Hasta los más neófitos sabían que si hubiese habido problemas de fondo, el
juez no se hubiera arriesgado a emitir un fallo como ese, en medio de un
apagón mediático respecto a cualquier cosa que hubiera supuesto algún
beneficio en mi favor.

Desafortunadamente, se suspendió el diplomado para instructores de
bandas. Una noticia publicada en un canal de televisión me dejó sin palabras:
las escuelas no usan los instrumentos de cuerda, así que los iban a trasladar
a otra institución para que los utilizaran en programas de resocialización.
Prevenir, retener al estudiante en la escuela, y todos los beneficios ya
enumerados no fueron suficiente para darle continuidad a un programa tan
noble. Pero, nuevamente, nadie dijo nada.

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Nada más hermoso, sin embargo, que el agradecimiento sincero de
quienes me acompañaron en esa jornada. Cuando ya estaba por terminar
este libro, me llegó una nota de educadores cuya identidad reservaré, de la
que reproduzco una parte:

Bendiciones estimada licenciada Lucy.
Hemos tratado de contactarla en reiteradas ocasiones y
gracias a Dios encontramos ese puente a través de... Dios
siempre nos trae a este mundo con un fin específico y todos
están vinculados a la ayuda al prójimo. Siempre que nos
reunimos y recordamos nuestro inicio, la recordamos a usted
como parte elemental de este sueño. Recuerdo que usted llegó
a nuestro plantel y nos entregó instrumentos que fueron de gran
bendición para nosotros, a diferencia de algunos colegas que
como lo han tenido todo, opinan de otra manera y que, por
cierto, son muy pocos. Con esos instrumentos logramos motivar
a nuestros estudiantes que, durante tres años consecutivos,
esperaban con ansias la llegada al desfile en nuestra provincia,
de la que en aquel entonces era su ministra de Educación. Nunca
nos imaginamos nosotros, que la semilla que usted estaba
sembrando fuese un vehículo efectivo para llegar tan lejos como
fuera posible.

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

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16. Ironías

Amigos de la silla

No dudo que otros funcionarios hayan pasado por ciertas incomodidades
que produce el cargo, sobre todo por la relación con personas que son
amigas de la posición y no de quien la ejerce.

Esa fue la situación que experimenté con aquella persona de presencia
continua y respetable en los medios de comunicación, que me había
acompañado y aconsejado sobre temas importantes de política educativa.
Le había aceptado por su indiscutible conocimiento sobre temas de Estado,
le respetaba y tomaba muy en serio sus aportes.

Cuando supo que se realizaría en Panamá el Congreso de la Lengua
Española, me expresó su interés en pronunciar el discurso de fondo, lo que
me pareció bueno. Pero mi palabra solo era parte de la decisión, la del
presidente contaba y mucho.

Después de todo el trabajo organizativo que conllevó el evento y de
asegurarnos de que lo hecho garantizaba el éxito del mismo, emprendí la

Lucy Molinar
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gestión con la seguridad de que el mandatario daría su aprobación. Tras
informarle en detalle sobre los pormenores de la cita le dije:

—Han sugerido a esta persona para que dé el discurso de fondo. Usted
sabe de su enorme capacidad y creo que dejaría muy bien al país. —No, no
me parece —contestó el presidente.

—Pero se trata de una figura con proyección internacional, ha ejercido
cargos que le significan una excelente hoja de vida —le respondí.

—Lucy, ¿por qué todas las cosas deben de ser siempre como tú dices?
No apruebo a esa persona —concluyó.

A continuación, me dio dos o tres razones para su negativa. Me
desarmó. En cinco años de gestión, fue una de las pocas veces que Ricardo
Martinelli rechazó una de mis propuestas, y de forma tan determinante que
no tuve más alternativa que desistir. Mi consejero no ocultó su desencanto
y sobrevino su alejamiento.

Entendí el trueque de la relación, pero desconocía el alcance de las
consecuencias. Una mañana en que una de las televisoras analizaba las
falencias de la educación panameña, aquella persona, al cuestionar la
posición de las autoridades del MEDUCA, respecto a un determinado tema,
dijo:

—No sé si eran brutos, incompetentes o ignorantes.
Lo irónico era que la posición adoptada por el Ministerio en ese tema
había respondido, precisamente, a una de sus orientaciones. Me parecía
imposible aquella imagen, aquella posición a todas luces mercantil, en la que
exhibía con derroche una actitud vengativa y visceral, con la que me
demostraba que había sido correcto eliminarle de la tribuna que había
requerido.
En otra ocasión, comprendí por qué al inicio de mi gestión, al revisar
contratos y subsidios que el Ministerio otorgaba a ciertas instituciones
educativas, me encontré con casos inverosímiles. Al hablarme sobre el tema,
una experimentada funcionaria me había aconsejado mantenerlos…
«Porque a la gente hay que darle algo, para que hablen a favor de la
institución…».
Una de esas personas, de notable y continua presencia en los medios
de comunicación, conspicua personalidad de la sociedad civil mantenía un
subsidio a favor de su proyecto personal. La llamé por deferencia, para
hablar del tema; y me dijo que era parte de un programa de responsabilidad

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EL SILENCIO DE LOS

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social, en el que ofrecía espacios a niños humildes para estudiar gratis en su
centro educativo.

—No me lo quites —me dijo.
Era incongruente el subsidio que recibía, con relación al gasto que
representaban los niños pobres. Además, debía cumplir su responsabilidad
social con recursos propios, pero lo hacía con dinero del Estado. A partir de
esa experiencia, hicimos una norma según la cual ninguna escuela, cuya
matrícula y mensualidad fuera superior a un monto determinado, podía ser
subsidiada por el Ministerio, porque incumplía la función social que exigía el
otorgamiento de aquella dadiva. Era incongruente, además, la imagen de
analista impecable que presentaba en los medios de comunicación y aquella
transgresión.
Debo admitir que en aspectos como estos fui tajante, que esas medidas
me significaron animadversiones que se hicieron presente más tarde,
cuando apareció toda aquella campaña en mi contra que siguió a mi salida
del Ministerio.
Es increíble cómo la naturaleza humana logra mutar con gran facilidad.
Una persona, también habitual en los medios, hablaba con frecuencia en
contra de los procesos de compras de los que nosotros nos sentíamos muy
orgullosos. Un día, el viceministro me sugirió darle un contrato de unos dos
mil quinientos balboas, para dar capacitación a algunos abogados y
funcionarios del Departamento de Compras. Confirmamos las sospechas:
nunca más se habló del tema.

Las trenzas

Por un noticiero de televisión trascendió una noticia tan incolora, como
ridícula. Se dijo que yo había prohibido las trenzas32 en los colegios. Se trata
de una forma de peinado que utilizan con preferencia personas negras como
yo. De hecho, las utilicé en su momento y también las han llevado mis hijas.

Pero cierto personaje que ha hecho de la lucha contra el racismo el
leitmotiv de su vida encontró en aquella noticia la bandera para una cruzada
que, además de los titulares de medios de comunicación, llegó hasta las
Naciones Unidas.

Había algo de cierto en lo de la prohibición, pero era falso que se tratara
de prohibirla como peinados con los cuales las niñas llegaran a los colegios.
Lo que sucedía era que se había detectado la utilización de ciertas formas de

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trenzas como un medio de identificación para niñas de determinados
grupos, como distintivos de bandas. Por ejemplo, las chicas que acudían a
los centros con trenzas amarillas eran parte de un colectivo cuyos nombres
solo conocían ellas; así, había chicas con trenzas verdes, azules o de cualquier
color. Luego, la medida que se adoptó no era contra las trenzas per sé, sino
contra ese tipo de organización.

Pero no fue eso lo que trascendió, sino la supuesta negativa de Lucy
Molinar a que las niñas llevaran trenzas. Lógicamente, dicho así, produjo
cierto rechazo en la comunidad; pero lo que no esperaba, era que un día de
aquellos se presentara en el Ministerio una representante de la ONU,
nacional de algún país caribeño, para evaluar los indicadores en materia de
discriminación y pronunciarse por semejante aberración.

En principio, la atendió la viceministra académica Mirna de Crespo,
quien me llamó preocupada por el nivel que aquella funcionaria daba al
problema, así que dejé el compromiso que cumplía y me presenté en el
Ministerio, entablando un diálogo que, más que sesión, parecía un sainete:

—Yo soy la ministra, y nadie ha dicho que no se pueden usar trenzas.
—¿Hablas francés? —le pregunté.
—¿Vez mi cara de fula y ojos azules? —insistí.
—Cómo se les ocurre que yo voy a prohibir las trenzas —concluí. Le
expliqué el asunto de los grupos y el problema bajó de nivel. Pero valga este
aspecto para explicar lo siguiente. Es imposible ignorar que en Panamá exista
racismo. Por supuesto que existe, por detrás, de frente, de lado. A mí se me
abrían las puertas porque llevaba un micrófono en la mano, pero recuerdo
que una vez entrevisté a un personaje famoso de la localidad al cual, al
parecer, no le gustaron mis preguntas y una vez terminamos, no habíamos
avanzado dos pasos cuando le oí decir: «qué se ha creído esta negra de
mierda». Me devolví con una sonrisa amplia y le dije:
—Una negra de mierda.
Para mí, el problema del racismo no es del discriminado sino del que
discrimina. Tengo mis aprensiones sobre aquellas organizaciones que al
presentarse como reivindicadoras de los negros los victimizan, cuando creo
que lo que hay que hacer es elevar la autoestima del discriminado,
demostrarle que vale y que puede aportar. Lo demás es problema del
racista, no nuestro.

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 228

Relaciones de Panamá con los Estados Unidos

En el contexto de la revisión de los contenidos curriculares, se tocó la historia
de Panamá; dentro de la cual, las relaciones con Estados Unidos ocupan un
sitio particular.

Hasta ese momento, se trataban como una materia aparte, específica y
especial. Y entiendo que ha sido así porque esas relaciones han estado en el
centro mismo de la vida del país, por lo que era incapaz de proponer la
eliminación de ese contenido académico.

Lo que se dijo en su momento era que no se debía tener como una
materia aparte, sino como componente integral de la historia misma del
país. Pero otra vez la trascendencia fue equivocada y sirvió para que muchas
voces y los propios medios me señalaran poco menos que como una
adversaria de la historia nacional.

En la revisión del contenido curricular, dividimos la historia en cuatro
etapas: la prehispánica, la hispánica, de unión a Colombia y la republicana.
Buscábamos presentar al estudiante la historia del país como una sola y en
toda su continuidad; lo que pensaba y aún pienso, no desvirtuaba el papel
protagónico que han desempeñado las relaciones de Panamá con los
Estados Unidos. Además, incorporábamos formas atractivas de narración.

La Red de Docentes de Ciencias Sociales jugó un papel importante en
este tema. Sus integrantes fueron a la Asamblea de Diputados, hicieron las
explicaciones de rigor y fue aprobada la ley, porque demostraron que no se
eliminaba la información, se suspendía la desvinculación de la historia de
Panamá. Cuando cambió el Gobierno, algunos grupos fueron a la Asamblea
a solicitar la restitución de la materia. Conversé con algunos diputados que
conocían lo actuado y la respuesta siempre fue:

—Lucy, esto es político; lo siento, pero, aunque entiendo tus razones, no
puedo ir contra la corriente.

Nunca me disgustó el debate que produjo aquella situación, pero
esperaba manifestaciones más congruentes, menos hostiles y menos
personales; pero más que una discusión sobre el tema, lo percibí como un
juzgamiento contra Lucy Molinar y el empeño por presentarme como una
especie de apátrida.

Lamentable posición, porque si hay algo que amo con pasión es a mi
país; y ninguna controversia, por muy ofensiva que sea, podrá cambiar ese

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 229

sentimiento y el respeto por quienes hicieron posible el Panamá que
tenemos.

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 230

Epílogo

Caso de la Comida deshidratada: sobreseída; pese a la contundencia de los
argumentos, el Ministerio Público apeló; el caso de los granostuvo el mismo
enfoque y seguramente la misma suerte del anterior. En el caso de las
mochilas la fiscalía expuso sin éxitos tres tesis: los sobrecostos, que se le
cayó cuando una cotización del propio MP demostró que las mochilas de
MEDUCA costaron un 30 por ciento menos que las del mercado, siendo aun
de mejor calidad; entonces pasaron a aquello de que no se entregó ninguna
mochila, una tesis tan efímera como las dos anteriores; luego que yo tenía
un «interés particular» y que por eso había solicitado autorización al Consejo
de Gabinete para hacer la compra. Craso error. No solo fue una acusación
temeraria; puso en evidencia la ignorancia del Ministerio Público y su
descuido, poco profesional, de que esa petición cumplía con una exigencia
de la ley 22 que reglamenta las compras; entonces crearon el argumento de
que las entregas no fueron debidamente vigiladas por lo que las empresas
se habrían aprovechado y estafado al Estado. Tampoco fue cierto, pero

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 231

cuando ya estaba por terminar este libro buscaban todavía que alguno de
los proveedores lo admitiera. No era posible porque nunca fue así.

En el caso de los instrumentos musicales, siguió la misma suerte.
Inventaron cifras y alteraron fechas. Pero todo quedó en evidencia. Las
autoridades han hablado de la recuperación del dinero mal habido. Bien por
ellas, pero en los casos que se me siguieron no hubo uno solo que fuera
verdad o que propiciara condena alguna. Por el contrario, la insostenibilidad
de todos habla muy mal de las gestiones, de las investigaciones y de los
procesos llevados adelante. Solo queda una cosa, algo que sé que jamás se
dará: que tengan el coraje de admitirlo. Pero como no lo harán, la ciudadanía
deberá rastrear la huella del silencio oficial.

El otro aspecto es el del trágico y triste desempeño de aquellos medios
que fomentaron esta orgía de mentiras y venganza. No solo se da en
Panamá, es un rol que de alguna manera la sociedad debe revisar porque no
es posible que siga sin normarse ese peligroso, y a veces irresponsable,
poder de los medios de comunicación que en ocasiones figura como artífice
y cómplice de delitos.

Es un debate que transita por las sociedades del mundo occidental en
los últimos años. Hasta dónde la libertad de expresión debe seguir
hipotecada, los medios autorregulados, y hasta dónde, de los altavoces
pueden seguir emergiendo emisiones que dictan y condenan sin darle
oportunidad a quien no es favorecido por ellos.

Creo que, de no verse a tiempo, esta situación compromete los
empeños por perfeccionar la Democracia y los asociados se verán
empujados a buscar formas para democratizar las formas de expresión
pública.

En cuanto a mí he de decir que los tres últimos han sido años difíciles,
jamás hubiera imaginado que actuarían con tanta maldad. Años de angustia
e incertidumbre, años en los que cada día amanecía pensando: ¿de dónde
vendrán los ataques? Años sobrellevados solo por el soporte que ha
representado mi familia; la Fe en Dios y su justicia infalible, y en un principio
que tiene vida propia: el mal nunca triunfa.

Quienes llevan años tratándome saben perfectamente bien que Lucy
Molinar es incapaz de robarse un centavo. Los procesos que se me han
seguido constituyen un maquiavelismo político que nos ha marcado a mis
hijos, a mi esposo y a mí, porque muchas cosas en nuestras vidas no volverán
a ser como antes de 2015.

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 232

Pero, como en todo, prefiero quedarme con las lecciones y no con las
heridas, pensar en el futuro aprovechando las experiencias del pasado,
luchar por no dejarme nublar el alma por sombra alguna de resentimiento o
rencor. La última página de esta historia aún no está escrita.

Ha sido una situación que nos expuso y que dio por finalizadas
relaciones construidas durante muchos años. Hemos sido amigos de los
amigos; hemos disfrutado igualmente de la mistad desinteresada de un
número plural de personas de las que supimos, en medio de esta odisea, de
su gratitud y su cariño. Demás está decir que hay otras que no volverán a
ser, porque seguramente nunca lo fueron.

Siempre que se encaran situaciones como estas se cuenta, del otro lado,
como troncos que brindan confianza, que se convierten en ese apoyo firme
que nos sostiene y que impide que fallezcamos. Jamás pensé que los años
que pasé en el MEDUCA me servirían tanto; que la gente que conocí allí, que
el equipo que me acompañó me daría tantas fuerzas para enfrentar toda la
calumnia a la que he sido sometida y tanto orgullo de saber que en Panamá
hay gente buena, dispuesta a hacer de este un mejor país.

A mis más cercanos colaboradores, a los directores y supervisores
regionales, a los directores de escuelas y a los padres de familia de las
distintas escuelas que visité asiduamente, gracias, muchas gracias por creer
en los esfuerzos que empeñamos. Lo bien que se portaron en el quinquenio
en que laboré para el sistema educativo panameño, y la acogida que dieron
a mi labor, sus llamadas en medio de los procesos llegaron a poseer para mí
un mayor significado que toda la ordalía levantada en mi contra. No haría
justicia al trabajo de mucha gente que me acompañó, como Franklin de
Gracia, Alejandro Hernández, Ariadna Peterson Vidalis García, Yenni Gómez,
Roberto Sevillano, Vicenta de Taylor, Omar Fanovich, Isabel de Gaitán, en
fin, cientos de maravillosos seres humanos que estuvieron allí, dando la milla
extra por un trabajo que se convirtió en pasión.

Ese respaldo fue el más grande estímulo que llegué a poseer para seguir
creyendo que la gente buena de mi país no debe guardar silencio, que no
debe quedarse impávida ante las groseras conspiraciones de los malos, que
debe defender las cosas buenas que se conquistan, porque en esas
conquistas va el futuro de nuestros hijos.

Ustedes deben tener la seguridad de que, en ese camino, amigos y
amigas, siempre pondrán contar con Lucy Molinar.

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 233

Me ha costado muchísimo seleccionar los proyectos y temas que
abordaría en esta primera publicación. Hay una docena de asuntos que,
ahora pienso, debí incluir; pero como la meta era no aburrir al lector había
que poner límite. No obstante, llegado el final del libro, siento un peso
enorme por todo lo que dejé para después: temas tan importantes como lo
que sucedió con el equipo de trasformación curricular del bachillerato
agropecuario, constituido principalmente por docentes que también daban
clases en la Universidad de Panamá y conocían perfectamente bien las
carencias de los estudiantes egresados de estos colegios y las razones por las
que no lograban ingresar a carreras universitarias u otras opciones
académicas.

En el proceso fueron eliminadas todas las denominaciones o énfasis,
también algunas materias prácticas para incluir materias académicas
especialmente científicas, tecnológicas, y otras que abrían la posibilidad para
que los estudiantes pasaran los exámenes de ingreso a las carreras
universitarias vinculadas al agro.

El profesor Roberto, cuya identidad protejo para evitarle consecuencias
negativas, trabajó como uno de los coordinadores del equipo de
transformación en esa rama. El día que nos conocimos confesó su rechazo al
conocer mi nominación al cargo de ministra, pero poco a poco fue
modificando su posición y luego se sintió feliz porque sus estudiantes podían
soñar con seguir estudiando. Él sabía que el cambio curricular significaría
todo un mundo de oportunidades para quienes hasta entonces salían del
colegio a trabajar como peones en las fincas. «Eso no tiene nada de malo
porque yo también lo hice, pero si al mismo tiempo pueden seguir
preparándose para aspirar a más, es muchísimo mejor», terminó diciendo.

Con este propósito también reunimos a los padres de familia de los
bachilleratos agropecuarios, queríamos que ellos fueran conscientes de las
razones del cambio. Todos entendían y celebraban la iniciativa. Incluso los
estudiantes empezaban a materializarlo, a vivir la importancia de estudiar
más.

De hecho, la estadística de ingreso a la facultad de agronomía desde el
primer año de egreso de los estudiantes que hicieron el bachillerato bajo el
esquema de los nuevos contenidos se movió favorablemente.

Pero no era solo el cambio curricular. Casi todos los bachilleratos tenían
fincas así que decidimos organizar subastas agropecuarias con el propósito
de que los estudiantes fueran los protagonistas del proceso de

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 234

comercialización de sus productos, tuvieran contacto con la vida real y de
paso, con esa fórmula, lograríamos poner orden en el manejo de los recursos
que producen estas fincas.

Como todo, al principio no fue fácil; en este caso las resistencias nunca
fueron de frente porque podía quedar en evidencia alguno que otro que
había desviado o a lo mejor no había sacado todo el provecho posible de
esos recursos. Hubo quienes molestos, pusieron todo tipo de obstáculos, no
obstante, cuando en los colegios se empezó a ver los frutos de las subastas
del ganado y las ventas de lo que producen, las cosas cambiaron. Hubo
colegios que obtuvieron decenas de miles de dólares en ganancias que
rápidamente invirtieron bajo la supervisión de las comunidades educativas.
Toda una experiencia académica y practica que ayudó a cohesionar los
colegios en torno a su proyecto común.

También llevamos adelante las olimpiadas agropecuarias. Un espacio
que les ayudaba a desafiar sus propias capacidades. La logística nos dejaba
a todos agotados de solo pensarlo, pero las regiones y los directores de los
colegios sedes, especialmente, se lucían cada año. Desde cabalgatas,
cantaderas, toldos típicos toda la creatividad posible adornaba cada uno de
esos encuentros; antesalas a jornadas extremadamente competitivas en las
que, en cada corrida, inseminación, en cada lazo o encierro, estaba en juego
el prestigio no solo de los participantes sino del colegio, de la región… se lo
tomaban tan en serio…

Empezábamos a consolidar ambos ejercicios: las subastas y las
olimpiadas agropecuarias; faltando unos cuatro meses para terminar la
gestión, aparece el Consejo Técnico Nacional de Agricultura y decide no
certificar a ninguno de los estudiantes egresados de los bachilleratos de
transformación curricular. Quisiera explicar sus razones como las entendí,
pero en sus palabras, porque si uso las mías diría: el objetivo es que se
queden como peones rasos. En palabras de ellos: no estaban de acuerdo con
reemplazar materias practicas por otras científicas ni técnicas porque había
que privilegiar el trabajo de campo.

Fueron a los mismos medios que recibían con agrado a todo el que
hablara en contra de mi gestión. Incluso acudieron personas sin ninguna
relación con el sistema educativo, empujaron a grupos de estudiantes a
protestar en las calles en contra de la «transformación de Lucy Molinar»,
porque nos dejó sin certificación para trabajar en las fincas.

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 235

Intenté explicarlo infructuosamente, pero ya había toda una trama
montada en contra de todo lo que con tanto esfuerzo habíamos construido.
Me reuní con el Consejo Técnico pero no sirvió de nada. Con mucho pesar
tuve que reunir el equipo de transformación curricular y allí estaba el
profesor Roberto, al principio solo me miraba con ira, podía sentirla, su
silencio me lo indicaba.

Cuando finalmente abrió la boca, su reclamo sereno, opaco, y hasta
resignado me destruyó. Recuerdo su mirada profunda, fría, ausente…
restablecieron la carga horaria como estaba antes para darle el gusto a una
comisión que no entendía o no quería entender que la escuela no
especializa, eso esta estudiado de sobra. Retroceder me resultaba hasta
ofensivo, pero teníamos muchos frentes abiertos y decidí ceder en esto
hasta que pasara la tormenta de la campaña política para explicarlo en un
escenario menos contaminado. Se lo prometí al profesor Roberto y me
resultó imposible cumplir.

Podría devolver el reclamo y recriminar que ellos tampoco salieron a
defender su trabajo, pero ahora, la distancia y el tiempo me permite
entender sus razones; pero también las razones por las que volvió a reinar el
Silencio de los Buenos

A lo interno del ministerio: el instinto de supervivencia, las aspiraciones
personales, el miedo a la marginación, a la experiencia vivida por los más
cercanos a mí, el miedo a una frase fulminante: «yo no soy continuidad de
nadie».

A lo externo, resalto cuatro cosas entre muchas:
La necesidad de que todo este mal para poder tener vigencia. Principio
bajo el cual gravitan muchos que sin el no tendrían espacio en la opinión
pública.
La arremetida de quienes tuvieron como rehén al sistema educativo por
décadas. Emprendieron la recuperación de los espacios que perdieron
mientras estuve al frente de la institución, considerados los «años de mayor
sequía» desde que por la década de los 70 y 80 unos y otros entendieron que
la paz tiene precio y que violentar el sistema rinde frutos
El deseo de algunos de hacerse con el trofeo de la mejora de la
educación.
La influencia y el poder de quienes tienen la educación como un negocio.

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 236

Pero, en definitiva, lo que está en juego es el futuro de miles de
panameños que si no se educan no tendrán la posibilidad de llevar adelante
una vida digna.

Ahora sí, tengo que terminar, pero con el compromiso de acelerar la
producción de la segunda parte. No voy a descansar hasta contarles todo lo
necesario para que se entienda que: una mejor educación, ES POSIBLE.
Panamá, marzo de 2018

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 237

Lucy Molinar

EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 238

Notas

[1] http://www.proverbia.net/citasautor.asp?autor=215/3 de feb 2018
[2] En Panamá, aproximadamente, cuatro de cada diez personas viven en pobreza total

(36.8%); y del total de la población, el 16.6% o sea 508,700 panameños, se encuentran
en situación de pobreza extrema. En las áreas urbanas del país, la pobreza total y la
extrema alcanzan su menor nivel: 20.0 y 4.4% de su población, respectivamente. En las
áreas rurales no indígenas, poco más de la mitad de los residentes es pobre (54.0%) y
una de cada cinco personas (22.0%) se encuentra en situación de pobreza extrema; en
las áreas rurales indígenas, casi la totalidad de sus habitantes es pobre (98.4%) y en
pobreza extrema se encuentra el 90% de los pobladores. ONU-Panamá. Disponible en:
http://www.onu.org.pa/objetivos-desarrollomilenio-ODM/erradicar-pobreza-extrema-
hambre (consultado el 20 de enero de 2018). [3] Charles Louis de Secondat, señor de la
Brède y barón de Montesquieu, filósofo y jurista francés, cuya obra se desarrolla en el
contexto del movimiento intelectual y cultural conocido como la Ilustración.
[4] Heidi González (R. I. P.) era oriunda de la provincia de Chiriquí; y fue, durante quince
años, la encargada de la administración doméstica de mi casa, lo que la hizo parte de
mi familia.
[5] Rafael Jaramillo, nacido en la ciudad de Panamá, ha prestado sus servicios en mi
hogar, en calidad de encargado del transporte, por dieciocho años.
[6] María Quiel.

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 239

[7] Forma de esclavitud por deuda.
[8] Es una institución de la iglesia católica, Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei (Obra de

Dios), gobernada por un prelado, compuesta por sacerdotes que forman el clero y por
fieles laicos, cuya finalidad es la de contribuir con la misión evangelizadora de la Iglesia
católica, promoviendo entre fieles cristianos de toda condición una vida coherente
con la fe en las circunstancias ordinarias de la existencia y especialmente a través de la
santificación del trabajo. Fue fundada el dos de octubre de 1928 en España por el
sacerdote Josemaría Escrivá de Balaguer, canonizado en 2002. La filiación divina es el
fundamento del espíritu del Opus Dei. De los 90,000 miembros con que cuenta, el 98%
son laicos, hombres y mujeres, y la mayoría, casados. El 2% restante son sacerdotes.
(Información disponible en: http://opusdei.org/es/article/cronologia-del-opus-dei.
Consultado el 18 de diciembre de 2017). El nombre Opus Dei no empezó a usarse hasta
comienzos de los años treinta, a raíz de una conversación con su director espiritual (un
sacerdote jesuita).
[9] La sección femenina del Opus Dei se fundó en 1930.
[10] Ejército de Salvación, congregación religiosa.
[11] Karol Józef Wojtyla.

[12] Contraloría General de la República, Instituto Nacional de Estadísticas y Censo,
cuadernillo 511-06, año académico 2010.

[13] Ídem, cuadernillo 511-22.
[14] Destacado sociólogo y figura pública reconocida; Raúl Leis falleció el 30 de abril de

2011, cuando se encontraba en plena producción intelectual. Según trascendió, a
causa de una mala práctica médica.
[15] La rebelión de las masas es el libro más conocido de José Ortega y Gasset. Se comenzó
a publicar en 1929 en forma de artículos en el diario El Sol, y en el mismo año como
libro. Está traducido a más de veinte lenguas. Se centra en su concepto de «hombre-
masa», las consecuencias del desarrollo que habrían llevado a que la mayoría
suplantara a la minoría, carácter de estas masas, «muchedumbre», y de las
aglomeraciones de gente y a partir de estos hechos, analiza y describe la idea de lo
que llama hombre-masa: masa y el hombre-masa que la compone. Ortega y Gasset,
José (1929-2012). La rebelión de las masas. Barcelona: Espasa Libros, Colección
Austral. Disponible en: https://es.wikipedia.org/wiki/La_rebelion_de_las_masas
(revisado el 15 de agosto de 2017).
[16] Decreto Ejecutivo 121, de 16 de febrero de 2012, artículo 1, publicado en la Gaceta
Oficial del jueves 23 de febrero de ese mismo año.

[17] Steve Ballmer reemplazó a Bill Gates en la dirección ejecutiva de Microsoft en junio de
2000. Dejó el cargo en 2014.

[18] Nombre ficticio.
[19] Panameñismo que significa: muchacho.

[20] Ministerio de Educación. 2014. Informe de gestión 2009-2014: Bases para crecer y

construir. Panamá, p. 109.

[21] Ministerio de Educación. 2010. Los gabinetes psicopedagógicos. Dirección Nacional de
Servicios Psicoeducativos, Panamá.

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[22] Olmos M., Colombia. 2011. Historia de las prestaciones del servicio de orientación en
Panamá. Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad de Panamá, Panamá.

[23] Nombre ficticio.
[24] José González Pinilla y Kemy Loo Pinzón. «Opositores negocian Pacto de la Cresta». La

Prensa, Panamá, 22 de enero de 2009.
[25] «Arranca negociación de la alianza». La Prensa, Panamá, 22 de enero de 2009. [26]

«Tres leyes inconsultas causaron enfrentamientos con saldo mortal». TVN-2.com,
Panamá, 23 de julio de 2014.
[27] «Arias Calderón revela por qué Endara lo expulsó». Panamá América, Panamá, 18
de noviembre de 2002.
[28] Chiriquí es una de las provincias más productivas del país; la alacena, dicen unos,
porque la mayor parte de alimentos que llega a la capital provienen de allí. Tal es su orgullo
por lo que hacen, que han desarrollado un regionalismo que lo traducen en acciones como
pasaportes, cédula o alguna otra cosa que identifique su particularidad. [29] «Panamá
aprueba derogar ley de ventas de tierras en zona libre». El Universal, Panamá, 28 de
octubre de 2012.
[30] La ración se asemejaba a las llamadas sopas chinas, semipreparadas, y que se vierten
en agua caliente para terminar de cocerlas.
[31] La música es un tipo de lenguaje encaminado a comunicar, evocar y reforzar diversas
emociones. El procesamiento de la música es independiente del correspondiente al
sistema del habla personal. El uso de circuitos independientes hace que uno pueda
estar gravemente afectado, en tanto que el otro puede hallarse totalmente indemne. El
procesamiento de la música tiene lugar mediante canales separados por un sistema
multimodal para los elementos temporales (ritmo), melódicos (tono, timbre, melodía),
memoria y respuesta emocional. El cerebro entrenado musicalmente, experimenta
particulares cambios en su anatomía y funcionalidad (Nilton Custodio y María Cano-
Campos. «Efectos de la música sobre las funciones cognitivas» Revista de Neuro-
Psiquiatría, volumen 80, número 1, enero-marzo de 2017; disponible en:
[email protected], Universidad Peruana Cayetano Heredia Perú,
revisada el 18 de diciembre de 2017). La ejecución musical, como acto motor voluntario,
supone la implicación de áreas motoras que interactuarán con áreas auditivas, de manera
que resulte posible controlar los actos motores que implican la correcta interpretación que
está realizando el músico. Todas las personas sin ningún problema neurológico nacen con
la maquinaria necesaria para poder procesar la música.
(Gema Soria-Urios, Pablo Duque y José M. García-Moreno. «Música y cerebro:
Fundamentos neurocientíficos y trastornos musicales». Revista Neurología, volumen 52,
número 1, 2011, pp. 45-55; disponible en www.neurologia.com, revisada el 18 de
diciembre de 2017).
[32] Forma de peinado, preferiblemente utilizado por personas negras.

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Índice Onomástico

Aguilar, Ricardo 119
Alemán Zubieta, Alberto 52
Altamiranda, Flor 23, 48, 195
Antón, José María 126
Arias Calderón, Ricardo 196, 238
Arias, Arnulfo 124, 198
Arosemena, Enrique 23
Arosemena, Juan Demóstenes 31, 88, 130, 133
Ballmer, Steve 133, 238
Bar, Celso Elías 53, 56, 57
Barranco Candanedo, Alejandro 124
Batista, Jorge 128
Beckman, Francisco 87, 167
Bernal, Juan Bosco 59, 60
Bernales Ramírez, José Alejandro 37
Bolívar, Mario 218
Bonilla, Miriam 87
Bravo, Abel 27, 167, 186
Broce, Vielka 207, 210
Brunette, Amparo 27
Bustamante, Gabriel 34
Caballero, Dalba 207
Caballero, Isis 127
Cabral, Facundo 87
Cano-Campos, María 238
Cañizales, Miguel Ángel 60
Carles, Rubén Darío 36

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

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Castillo Ocaña, Moisés 218, 219
Castro, Belgis 60
Caviedes, Loreto 28
Chanis, Marisín 132, 179
Chérigo, Euribíades 63, 127
Chevalier, Lissette 25, 209, 210, 211
Cicerón, Marco Tulio 7
Cole, Davina 129, 130, 131, 132
Concepción, Jorge 34
Correa, Mayín 28
Crespo, José Daniel 218
de Alvarado, Yarinela 88
De Bernier, Gibzca 128
de Cotes, Agnes 81, 89
de Crespo, Mirna 48, 63, 89, 225
de Gracia, Franklin 63, 231
de la Guardia, Agustín 39
De Obaldía, Lourdes 207
de Quintero, Aixa 46, 63, 77, 198
de Secondat, Charles Louis 237
Díaz Alfaro, Pedro 39
Diez, Gabriel 161
Dufan, Gustavo 122, 124
Duque, Pablo 239
Durán, Roberto 135, 216
Eleta Almarán, Fernando 38
Endara, Guillermo 35, 131, 167, 186, 196, 238
Escrivá de Balaguer, José María 30, 31, 237
Esquivel, Yadira 120

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Estanziola, Rafael 209
Fábrega, María 194
Figge, Victoria 38
Ford, Terence 215
Franceschi, Paulina 73
García de Paredes, Gustavo 67, 158, 185 García
Moreno, José M. 239
García, Silvia 148
Genzier, Enrique 31
González Revilla, Nicolás 33, 34, 38
González, Elías 46, 63, 67
González, Heidi 237
Guardia Vega, José 28
Guerrero, Manuel Amador 27
Heredia, Cayetano 238
Herrera Araúz, Balbina 193
Herrera de Obaldía, Isabel 132
Herrera, Darío 117
Herrera, José 49
Hilaire, Matthias 9
Hilaire, Olivier 38
Hilaire, Sebastien 9
Hilaire, Valentine 9
Hilaire, Viviane 9
Humbert Azcárraga, Fredy 87
Humbert, Federico 211
Hurtado Lay, Raymundo 63, 65
Hurtado, Manuel José 81, 83, 85, 89
Insulza, José Miguel 70, 125, 177

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Jacques de Molinar, Raimunda 23, 27, 31, 98
Jacques, Étienne 27, 98, 173, 178
Jaramillo, Rafael 237
Jurado de González Revilla, Edissa 33
Kuzniecky, Yauda 73
Ledezma, Jorge 214, 215, 217
Lefevre, Elvia 200
Leis, Raúl 237
Lewis Navarro, Samuel 45
Liguas, Adair 34
Linares, Marta 23, 118, 218
Llamas, Huberto 142
López, Casimiro 166
Maloney, Gerardo 119
Martinelli Berrocal, Ricardo 15, 17, 22, 23, 25, 37,
47, 70, 74, 79, 93, 118, 125, 126, 133, 143, 177,
193, 194, 195, 196, 197, 198, 199, 203, 205, 218,
223
Mc Pherson, Mariana 159, 161, 162
Mejía, Adolfo 116
Miranda de Cabal, Beatriz 79, 84
Miró, Ricardo 117
Molinar, Alberto 42
Molinar, Lope 27
Molinar, Lucy 18, 29, 74, 96, 118, 220, 225, 227,
230, 231, 233
Morales, Érida 115
Morazán, Francisco 87
Moreno, Gloria 63, 120
Moreno, Luis Alberto 170

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 246

Moreno, Luis H. 88, 89
Moreno, Rafael 213
Moscoso, Mireya 36, 37
Motta, Stanley 39
Muñoz, Eva 152, 218
Naudeau, Fermín 137
Noli, Luz María 28, 39
Noriega, Manuel Antonio 35
Nuguet, Dino 216
Núñez, Isis Xiomara 59, 62, 63, 64, 65, 67, 70, 89,
96, 132, 179
Olmos, Colombia 238
Ortega Castro, Pedro 135
Ortega y Gasset, José 236, 237
Pabón de Ramírez, Maruquel 49
Palasie Baker, Plinio 51
Papadimitriu, Jimmy 193, 194, 205
Paredes, Marcela 67, 70, 101
Peralta, Napoleón 27
Pérez Balladares, Ernesto 36, 37, 38, 59, 203
Pérez, Antonia 210
Pérez, Ricardo 68, 72
Pineda María 166
Porcell, Kenia Isolda 16, 207
Quiel, María 98, 237
Ramos, Bolívar 85, 86, 103
Rivera, Arturo 63, 91, 92, 96
Rodríguez, Andrés 64, 67
Rodríguez, Celia 210, 211

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 247

Rodríguez, Salvador 46, 60, 64
Rosas de Mata, Doris 60
Saggiante, Jorge 126
Saldaña, Kayra 86
Sánchez de Calderón, Rosario 88, 89
Santos, Juan Manuel 116
Schmidt, Carolyn 84
Sempri, Osvaldo 215, 217
Sinán, Rogelio 117
Stephenson, Bárbara 193
Sterling Tania 208
Swett Madge, Jorge 31, 99
Tejada, Crista 138
Tello, Victoria 63, 89, 96, 116
Thalassinos, Pablo 59, 83
Torres de Araúz, Reina 127
Torrijos, Martín 37, 64
Tribaldos, César 65
Ulloa, José Domingo 153
Varela Rodríguez, Juan Carlos 15, 16, 17, 22, 25,
45, 57, 95, 128, 143,
173, 193, 194, 195, 196, 197, 198, 199, 200
Vargas Llosa, Mario 104, 114, 115
Vidal, Delfina 119
Villamil, Elizabeth 142
Villa-Real, Estela 85, 103
Wojtyła, Karol Józef (Juan Pablo Segundo) 237

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 248

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS BUENOS

247
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La edición consta de 3,000 ejemplares

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EL SILENCIO DE LOS
BUENOS 248


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