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Published by ninivequiros, 2023-01-10 23:11:03

El Silencio de los Buenos

El Silencio de los Buenos

citada, se movía mucho dinero, había mucho poder, y se podía inferir que
también había muchos riesgos.

Creo que no hubo año, mientras trabajé como periodista, que esas
comisiones no fueran noticia. Pero todos nos quedábamos con el hecho de
que los maestros tenían que pasar días y noches en filas interminables, a la
espera de que alguien saliera diciendo que había una vacante, pero la noticia
no estaba allí; estaba en los negociados que se daban al momento de la
selección. De hecho, el secretismo con que se manejaban las vacantes hacía
que solo los de las comisiones supieran la información y ellos
unilateralmente decidieran a quien llamaban.

Cuando empezamos la gestión, teníamos tanto que hacer, que no fue
sino hasta 2011 cuando, luego de tantas quejas, le pedí a la directora de
Recursos Humanos, Silvia García, que creáramos un sistema virtual, con la
menor subjetividad posible, para que la selección dependiera
exclusivamente de la formación y trayectoria del aspirante.

Fue así como surgió PROVEL (Programa de Vacantes en Línea), donde
cada docente tenía (y debe tener) un código que contiene su historial
académico y profesional; y todas, absolutamente todas, las vacantes
pasaron a publicarse en el portal, de forma que se acababan las filas, todos
tenían acceso a la información y había libertad para postularse a la vacante
que cada uno quisiera.

Esto eliminó el clientelismo político, ya no contaba de qué partido, de
qué gremio, ni a quién se pagaría. Si no se tenía el puntaje, fruto del estudio
y el trabajo, no se podía entrar en ninguna terna.

Por eso la maestra Tita logró trasladarse, y mi intención era que el de
mayor puntaje fuera el elegido y punto; pero la ley no lo permitía. Así que
establecimos, como criterio final, que una vez se constituía la terna, se
seleccionaba a quien vivía más cerca del centro educativo.

Tita vivía a quince minutos caminando desde su casa a su nueva
escuela… estaba feliz; y así como ella, cientos de docentes que ya no
volvieron a formar filas ni someterse a los caprichos de nadie.

Para ese momento ya habíamos mejorado el sistema de nombramiento
docente dentro y fuera de concurso. En lugar de la comisión que los hacía,
trasladamos la mecánica a un sistema en línea donde cada educador tenía
su historia académica, su puntaje en el sistema y eso, solo eso, serían sus
credenciales para aspirar a algún puesto. Ya no tenía que solicitar favores, ni

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a políticos ni a gremios, y menos pagar por un nombramiento. ¡Sí! Pagar por
nombramiento, y no solo con dinero… Por respeto a las víctimas no puedo
contar detalles que me llegaron al alma. Una maestra no accedió a las
peticiones de alguien y la mandaron a dictar clases a la escuela más alejada
de cualquier ciudad en una de las comarcas indígenas. Y no es que los niños
de ese lugar no tuvieran derecho a buenos docentes, es que esta persona,
en particular, tenía credenciales para ocupar las mejores posiciones dentro
del sistema, una mujer brillante, marcada por esa mala experiencia que le
costó un divorcio y el rechazo de sus hijas: «sanar las heridas de mi familia
me ha tomado casi cuatro años y mucho sufrimiento, cuando veo a esta
persona, todavía, liderando la clase docente siento tanto odio..»

Nada le devolvería ni el tiempo ni las lágrimas derramadas, pero
pudimos aprovechar su capacidad, integrándola al equipo de
Transformación Curricular.

En 2016, PROVEL fue eliminado, y nadie dijo nada.

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10. Los gremios

Ya he hablado del comportamiento político de los gremios, de esa forma de
chantaje con que mantenían secuestrado el sistema educativo y no
permitían transformaciones a fondo. Eran cerca de 17, algunos con buena
cantidad de miembros; otros, eran una especie de cascarones que no
representaban a nadie. Con el gremio de primaria, la Asociación de Maestros
Independientes Auténticos (AMIA), pude trabajar; ellos se integraron a los
equipos de manera proactiva y comprometida, probablemente es el grupo
con más miembros. Muchas veces manifestaron inconformidad por alguna
decisión y sus argumentos eran sólidos, nos hicieron revisar muchas
decisiones e hicieron aportes valiosos a los procesos; nos demostraron que
un gremio puede ser efectivo si tiene rectitud de intensión. Había otros
gremios dirigidos por profesoras jubiladas que se dedicaban básicamente a
viajar, proponían poco y, dependiendo de las condiciones, un día estaban de
nuestro lado y al otro día del otro; otro sector compuesto por un grupo de
gremios históricamente violentos; ideológicamente y en su discurso,
aparentemente de izquierda; en la práctica, la realidad era otra.

Existían elementos que ponían en duda la bondad de sus acciones. Uno
de ellos, los desniveles de los presupuestos que presentaban y la realidad de
sus gastos. Los gremios gozan de la potestad legal de disponer de un
porcentaje del seguro educativo que pagamos todos los panameños, por lo
que el MEDUCA debe responder a sus solicitudes. Pero había que ser
cuidadoso, porque los factores burocráticos que más daño le hacen a la
gestión de un ministro son las montañas de papeles que debe firmar a diario,
que no puede revisar a fondo y que se presta para que, colado discretamente
un documento irregular, firme cosas que no debe.

Yo tomé la precaución de formar un equipo legal, otro de fiscalización y
otro de finanzas, que revisaban en detalle todo lo que llegaba a mi escritorio.
Fueron medidas como esas las que nos permitieron detectar una de las
formas de extraer fondos del Ministerio.

Una mañana llegó al Ministerio un presupuesto bastante alto de gastos
para la realización de un seminario. El Departamento de Finanzas revisó en
detalles cada aspecto del evento, y la enorme cifra de costo general no
coincidía con el resultado extraordinariamente menor que arrojaba la suma
de cada detalle. Hecha la observación, el gremio retiró los documentos y sus
representantes regresaron con otra cotización. Si el equipo no hubiera

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estado pendiente, si ellos no hubieran perdido el terror que llevó a
administraciones anteriores a no fiscalizarlos, jamás nos hubiéramos
enterado:

—¿Revisamos los años anteriores? —preguntó una de las funcionarias de
mayor experiencia en esa dirección.

Sentí la tentación de decirle que sí, porque estaba segura de que
encontraríamos suficiente como para desenmascararlos, pero me volvió la
cordura; y la verdad, teníamos mucho trabajo como para desgastarnos en
eso.

Fue un incidente que nos llevó a extremar la revisión de la
documentación que enviaban. En junio de 2012, nos llegó la solicitud de
recursos para un seminario que uno de los gremios más beligerantes
organizaba en la paradisiaca provincia de Bocas del Toro, también con costos
que nos parecieron muy altos, por lo cual, en lugar de tramitar el cheque por
la cantidad que sugerían, la directora de Finanzas, Eva Muñoz, se trasladó
hasta esa provincia para pagar directamente los gastos que ocasionaba el
evento. ¡Sorpresa! Cubierta la deuda, sobraba cerca de la mitad del total del
valor solicitado por el gremio, más de 35 mil balboas. Al principio, le pedí a
la Policía que la escoltara hasta su avión; pero, finalmente, decidimos dejar
el dinero en la Estación y que alguien lo retirara después.

Al día siguiente anuncié, en conferencia de prensa, que desde ese
momento seríamos mucho más rigurosos de lo que habíamos sido, en la
supervisión de los fondos que el Ministerio les proporcionaba a los gremios.

En la calle surgía, mientras tanto, una consigna:

¡Ministra prepotente, respeta a los docentes! ¡Ministra
cara dura, lo tuyo es dictadura!

En esa nueva embestida, buscaron como aliados a algunos diputados,
pero no lograron hacernos ceder. La maquinaria no se detenía y en cada
dirección se avanzaba con los proyectos. Por esos días vio la luz PROVEL, el
Programa de Vacantes en Línea, para superar la forma deficiente y
sospechosa como se hacían algunos nombramientos. La respuesta de los
gremios de siempre fue un nuevo paro de labores, bajo la excusa de que los
sometíamos a supuestas persecuciones, y nuevamente la consigna:

¡Ministra prepotente, respeta a los docentes!

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¡Ministra cara dura, lo tuyo es dictadura!
En esta oportunidad fue la Iglesia católica, por intermedio de monseñor
José Domingo Ulloa, la que ofreció sus buenos oficios para mediar:
—Quiero ayudarte, siento que estas luchando sola —me dijo el prelado,
cuando llamó a mi celular.
En ese momento sentí un gran alivio, sabía que había abusado del
equipo que me acompañaba, todos manejaban proyectos grandes, que
exigían mucho trabajo; y encima tener que lidiar con estas personas, cuando
era evidente que no tenían otros intereses que los propios. Así que asistí sola
a la primera convocatoria, hice ver que ya estábamos agotados de tanto
reclamo y que, si se trataba de otra encerrona para presionar por sus
intereses, mejor no emprender nuevamente ese camino.
La agenda a discutir era interminable. Cuando se llegó al punto sobre los
nombramientos y destituciones, aparecía un educador que había sido
destituido por abuso sexual de menores; no por acoso, sino por abuso.
—Ese punto no, por ningún motivo —dijo, categóricamente, monseñor
Ulloa.
A mi salida, los dirigentes presionaron a las nuevas autoridades para que
reintegrara a este docente. Lo denuncié tres veces en la televisión y,
nuevamente, nadie dijo nada; nadie hizo nada.
Otra persona que asistía en representación de la Iglesia, y que daba
serias muestras de simpatía hacia los educadores, les dijo:
—Muchachos ustedes saben que yo los comprendo, pero mi hermana
es docente y me contó que a ella le cobraron dos mil balboas por un
nombramiento permanente. He probado el nuevo sistema y no me parece
malo…
Aquel diálogo concluyó abordando el proceso que se la había abierto a
uno de los líderes de los gremios, destituido a finales de la Administración
anterior. Uno de los mediadores del caso nos hizo saber que, en lugar de la
destitución, el afectado prefería jubilarse… No quiere irse por la puerta de
atrás. La petición entrañaba un favor.
Faltaban tres meses para que concluyera el año lectivo, por lo que
propusimos que le pagábamos el equivalente y que se jubilara
inmediatamente, pero él estimó que lo estábamos chantajeando. Pidió
consideración hasta diciembre y accedí, porque la solicitud venía de alguien
que iba a poder comprobar la capacidad de manipulación de estos señores.

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Como a finales de noviembre, dado que no iniciaba los trámites para su
jubilación, llamé a monseñor Ulloa y le comuniqué mi preocupación de que
este dirigente gremial se siguiera burlando del sistema, así que procedí a
destituirlo. Curiosamente, nadie protestó.

Le habíamos armado cinco procesos sólidos que aseguraban que, por
más recursos que interpusiera, le sería imposible una nueva burla al sistema.
Sus acólitos no titubearon a la hora de sabotear, sin éxito, todo lo que
intentábamos hacer. Eran muchos millones de balboas en viajes, viáticos,
capacitaciones y nombramientos, lo que dejaban de manejar; lo cual los
llevó a buscar apoyo, pero nadie hizo nada…

Esta vez fui yo quien contacté a mi amigo de la dirigencia y le pregunté:
—¿No van a salir a defender a su líder?
—A rey muerto, rey puesto. No vamos a desampararlo, pero no
haremos de su causa una lucha, el seguirá al frente del gremio hasta las
elecciones. Pero estamos estudiando el relevo —respondió.
Lo que sucedía era que ellos habían logrado manipular de tal forma a
ministro tras ministro, que en cada período aumentaban sus activos, y
ambiguamente los llamaban sus conquistas.
En 2014 el periódico La Estrella de Panamá publicó que MEDUCA había
autorizado viajes por un monto de doscientos sesenta y nueve mil balboas
con cuarenta y siete centavos (B/.269 mil 187.47 centavos). La noticia fue
desplegada como importante ya que en los tres primeros meses de ese año
se multiplicaron las solicitudes de viaje. No me podía oponer porque la ley
se los permite. Solo nos aseguramos de que se cumpliera la norma con
estricta precisión. En los tres primeros años de la nueva administración, es
decir entre 2014 y 2017, la cifra de gastos en viáticos y viajes ascendió a
cuatro millones ciento cincuenta y seis mil setecientos setenta y seis balboas
(4,156,776.00).
Por favor léalo de nuevo: más de cuatro millones de balboas de sus
impuestos y los míos.
Esto explica por qué definieron que en mi Administración habían vivido:
«La sequía más grande de la historia».
Cuando llegó el nuevo Gobierno, como quien repite un guion aprendido,
desplegaron las mismas formas de presión. Pronto bajaron la guardia,
porque se encontraron con una Administración más abierta a complacerlos.
Presionaron, además, hasta lograr que se eliminara el Programa de Vacantes

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en Línea (PROVEL), una fórmula, como ya expliqué, que acababa con la
discrecionalidad de los nombramientos y privilegiaba el currículum y la
trayectoria personal del aspirante. Una vez más, volvimos a las largas filas, a
los chantajes políticos y económicos; pero, ante el delito, no hubo unidades
investigativas, ni titulares. Nadie dijo nada, nadie hizo nada…

En ocasiones, me preguntó hasta dónde el silencio social tiene
responsabilidad en estos hechos.

De toda mi gestión quinquenal, la relación con los gremios y con
aquellos contratistas que habían hecho del MEDUCA una fuente
permanente de ingresos, constituyeron las áreas más difíciles de trabajo.

El sistema educativo estaba ausente de sus prioridades. Casi que
sindicales, la acción de esos organismos parecía un despliegue de fuerzas
radicales destinadas a eliminar al Estado del control de la educación y a
tomarla en sus manos, aun cuando para ello carecieran de propuestas
integrales. El Estado y otros sectores de la sociedad parecían los enemigos a
batir y obviamente yo era, en el MEDUCA, ese Estado.

Lo más dramático era que sus planteamientos no eran compartidos por
la mayoría de los docentes, que, o los rechazaban o les eran indiferentes.
Pese a ello, las amenazas, el poner el país patas arriba o chantajear a las
autoridades eran los métodos para lograr sus objetivos…

Afectado el sistema, si el Ministerio admitía a aquellos gremios como
legítimos representantes de los educadores, el único resultado era la
paralización de los cambios y evitar su actualización. En su comportamiento,
lo único que sobresalía como prioritario eran las prebendas y el desencanto
de un egoísmo vacío y nada docente.

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11. Las universidades

CONEAUPA

—Diga la imputada, ¿cuánto costaban las mochilas del PAN y en cuánto
las vendió usted, por lotes o al detal?

Por supuesto que esa no fue la formulación literal, pero los efectos son
los mismos, puesto que programas como el de las mochilas, por ejemplo, no
era del MEDUCA sino del PAN, y lo único que yo podía hacer, al menos en
2012, que fue cuando nos trasladaron el dinero para que nosotros
hiciéramos el proceso, era impedir que los proveedores nos dieran un precio
mayor del admisible.

Pero igual, esos no habían sido los temas centrales de mi gestión. Qué
tal si la Fiscalía me hubiera preguntado por la acreditación universitaria.
Hubiera podido hablarle de las dificultades que enfrentamos cuando en una
carta, un Gobierno extranjero nos solicitó certificar la legalidad de un título
de Otorrinolaringología. Acusamos recibido a la documentación y, como era
obvio, comenzamos por buscar la universidad que había otorgado el

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diploma. Imposible localizar su dirección. Supusimos que había cambiado de
sede, razón por la cual tendría números telefónicos nuevos, porque los que
traía la carta no aparecían. Era extraño que en el MEDUCA no hubiese
información sobre aquella casa de estudios, si conforme la ley de evaluación
y acreditación universitaria le correspondía a este Ministerio presidir el
Consejo creado para estos menesteres. Por más que abrimos la lupa, no
dimos con la universidad donde se había emitido aquel lacrado título de
otorrinolaringólogo… ni sede, ni teléfonos, ni docentes, ni otros
estudiantes… ni rastro de su oferta académica. Hasta que entendimos. No la
encontramos porque, sencillamente, no existía. En consecuencia, el título
era falso.

¡Se encendieron las alarmas! Aquella mañana, los integrantes del
Departamento Legal acudieron con su documentación. Era prioritario
despejar ese tono turbio que rodeaba el caso. Cuando pregunté qué papel
jugaba el MEDUCA en todo esto, por respuesta tuve dos preguntas: «¿El
legal?, o ¿el real?».

Sentí aquella respuesta como el encuentro de una sonrisa con un muro
que paulatinamente convierte aquel aliento fugaz en una ruta de
incertidumbre y más preguntas.

—Aunque en 2006 —me dijeron— fue aprobada una ley que promovía
la creación de un Consejo de Evaluación y Acreditación Universitaria, que
debía ser presidido por el ministro, en la práctica se incumplía, porque el
ámbito universitario era territorio de la Universidad de Panamá.

—No se meta en eso, por favor… hágase la vista gorda —fue el consejo
que me dieron.

Pero, aunque hubiera sabido a lo que me enfrentaba, mi actuación
hubiera sido la misma. La acreditación universitaria, en esta primera etapa,
es un proceso mediante el cual la universidad hace una autoevaluación, de
la que se desprende un plan de mejoras que posteriormente debía ser
validado por un equipo de expertos internacionales; la secretaria ejecutiva
del consejo propuso la creación de un equipo de pares observadores, todos
nacionales para ayudar a contextualizar las apreciaciones de los externos en
caso de necesitarlo. Se trataba de descubrir si la institución cumplía con los
requisitos básicos de un establecimiento de ese nivel.

Tenía grabada en la frente la carta de un Gobierno extranjero,
pidiéndonos cuenta por un título falso, de una universidad que no existía y

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de alguien que estaba aspirando a ejercer o ejerciendo la medicina sin la
formación adecuada… Un delito evidente.

—¡Pónganse creativos! —les dije a los abogados del Departamento de
Asesoría Legal y, presintiendo el inicio de una cacería feroz, les pedí que
revisaran la situación de las distintas universidades que existían en el
sistema.

Cerramos alrededor de 70 universidades, inicialmente; todas inscritas
en el Ministerio de Comercio. Los abogados investigaron, analizaron la
esfera legal y, dentro de este proceso, como en un chispazo de luz, alguien
preguntó:

—¿Será que pagan impuestos?
En efecto, no habían pagado sus impuestos.
Además de cerrarlas, firmamos un decreto mediante el cual, cualquier
persona que intente registrar en el Ministerio de Comercio, bajo el paraguas
de institución educativa (en cualquiera de sus formas: escuela, colegio,
instituto, universidad o cualquiera otra forma posible), debe tener,
obligatoriamente, el sello de cumplimiento de todos los procesos que exige
la ley educativa. A continuación, convoqué al Consejo de Evaluación y
Acreditación para iniciar la labor para la cual había sido creado por ley.
Desde que asumí el cargo en julio de 2009, me había acercado a la
Universidad de Panamá y a su rector, el doctor Gustavo García de Paredes.
Era una relación inevitable y necesaria, a la vez. Le acompañé a eventos y le
di muestras de mi voluntad de cooperación; pero, cuando hablé de la
escogencia del director ejecutivo del Consejo, varias voces me dijeron que
era un tema difícil, pues esa persona debía tener el beneplácito del rector
de la Universidad de Panamá.
En medio de aquella vorágine, comencé a buscar a alguien que pudiera
desempeñar ese papel y corrigiera las distorsiones que se daban en el sector.
Fue así como, en una reunión de la sociedad civil, di con la profesora Mariana
McPherson, una docente de la Universidad Tecnológica de Panamá (UTP), de
muy buenas referencias, pero sobre todo la única panameña con experiencia
internacional en procesos de acreditación hasta ese momento.
Le pedí que concursara para el cargo, pero no fue fácil convencerla,
porque ella conocía el terreno mejor que yo. Sabía lo que implicaba poner
pie en América, porque era un sector poblado de tribus con límites que muy
pocos funcionarios se atrevían a vulnerar.

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—Vas a contar con todo mi respaldo —le dije.
—¿Usted sabe con quiénes se está metiendo?, ¿qué intereses va a
tocar? —me preguntó.
Como tenía las mejores credenciales, el día que se reunió el Consejo fue
elegida de entre varios candidatos. Ese día comenzó una de las batallas más
intensas de mi Administración. Pusimos en marcha un proceso de evaluación
institucional, que consideraba: extensión, investigación y academia. La
profesora McPherson organizó capacitaciones para orientar a los rectores
sobre lo que se haría en los próximos meses. Algunos rectores acudieron,
pero hubo un grupo importante que no se dio por enterado; pensando, al
parecer, que con una llamada podrían obviar aquella etapa.
Una mañana, cuando abordaba con el presidente Martinelli una agenda
de temas, me informó sobre las dificultades que se podrían experimentar en
el caso del Consejo de Acreditación. Varias personas vinculadas al tema
universitario habían acudido a él para tratar de influir sobre mis decisiones
respecto a ese campo.
Su respuesta fue un gran alivio para mí:
—Si yo hago lo que me piden —les dijo el presidente—, ella es capaz de
denunciarlos a ustedes y denunciarme a mí… Es lo más difícil que tengo en
mi Gabinete, no me hace caso, así que yo les recomiendo que mejor
resuelvan esta situación con ella.
Ese día vi, colgado en la pared, su título de Doctor Honoris Causa; y
después de felicitarlo, me percaté que correspondía a una universidad que
estábamos a punto de cerrar.
—Ni se te ocurra, la dueña es mi amiga y yo no le puedo hacer eso —me
dijo.
Le recordé nuestro compromiso y le dije que pronto lo visitaría para hablar
del tema. Semanas más tarde, le llevé una caja con documentos donde
sustentaba la decisión de cierre: una señora que se había graduado en una
escuela nocturna en el 2009 tenía un título de esa universidad del año 2006;
una alta funcionaria del propio Ministerio de Educación tenía un doctorado
correspondiente a una fecha en la que la universidad ni siquiera estaba

abierta. Al principio Martinelli se reusó, hasta recordarme que:
—¡Yo soy el presidente!
Cosa que no le discutí, pero conforme le fui sustentando cada
irregularidad encontrada, fue reiterando su:

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—Está bien Lucy, has lo que tengas que hacer.
Ahora que elaboro este libro, que hago un balance de ese quinquenio y
que evalúo mi relación de ministra con el presidente, debo admitir que, se
podrá decir lo que sea de Ricardo Martinelli, pero en cuanto a mi gestión, no
solo me respetó como titular, sino que jamás me impuso nada, nunca me
condicionó; me permitió desplegar mi labor bajo mis propias convicciones y
fue leal a las condiciones bajo las cuales entré en su Gobierno.
Cuando me enteré de todo lo que estas personas dijeron de mí, no supe
si llorar o reír. Alguien les había prometido que el inicio del proceso de
evaluaciones sería aplazado y que muchas de sus preocupaciones se podrían
resolver conversando… Nunca supe en qué se apoyaba aquella voz para
hacer semejante promesa, porque a las pocas horas todos supieron que el
inicio de aquel proceso no era negociable. Entonces, como decimos los
panameños: ¡Pegaron el grito al cielo!
Y comenzaron los cabildeos. Me visitaron dos amigos de toda la vida…
Aparecieron las presiones personales contra la profesora McPherson;
tantas, que en más de una ocasión estuvo a punto de renunciar. Pero ¿qué
hacía que aquel proceso fuera tan impopular, y que los vinculados a él desde
algunas universidades estuvieran dispuestos a llegar hasta esos extremos?
Encontramos que varias universidades eran solo papel y escaparate,
que producían profesionales sin respaldo académico. Mientras que, en
universidades establecidas, un docente estudiaba cinco años para obtener
el título de profesor de Matemáticas, en estas solo lo hacían en dos años y
medio con clases los sábados, y sin planta física y/o docente verificable. Toda
una injusticia para nuestra juventud. ¿Qué futuro le esperaba a tanta gente
con tanto título sin sustentación? ¿Y qué suerte a una sociedad que era
engañada de esa manera?
No generalizo, pero el daño era descomunal.
En la batalla que echamos, y donde es meritorio el papel de Mariana
McPherson, hubo universidades que apelaron al poder de sus accionistas
para presionarme. Hubo una en particular que no le quedó nadie sin recurrir;
y cuando decidieron trabajar en las metas de esta primera etapa,
descubrieron que el proceso era bueno y que les servía para complementar
su oferta académica. Otras pidieron cita en la Embajada de los Estados
Unidos, en el Consejo Nacional de la Empresa Privada y en la Cámara de
Comercio. Se formó una comisión para mediar en el asunto porque: ¡Podía

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estar en riesgo la libre empresa!... Aunque jamás midieron el riesgo en el
cual estaba el propio país, debido a sus estafas académicas.

Cuando me visitaron, les pregunté: «¿Por qué creen ustedes qué hay
tanto extranjero ocupando cargos directivos en lugar que profesionales
panameños?». Estallaron en quejas por la formación de nuestros
profesionales, dijeron de todo. Al frente del CONEP estaba el buen amigo
Gabriel Diez, que rápidamente captó lo que quería transmitirles y al final
aceptaron que, por doloroso que fuera, el proceso era necesario.

Un día, una de esas personas, cuyo nombre y señas prefiero reservar,
visitó mi casa y luego de una larga introducción me dijo en voz muy baja,
rayando casi en el secreto:

—En ese proceso hay mucha plata de por medio.
Ignoré totalmente el comentario y apresuré el fin de la reunión. Unos
días más tarde, en la oficina recibí la visita de una señora que trabajaba con
él.
—¿Cómo está ministra?, que gusto saludarla —dijo con una familiaridad
que se acercaba a la cursilería… —Bien, gracias —contesté.
—Ministra, yo quería hablar con usted un tema delicado, pero que le
puede servir de mucho, porque usted sabe, uno ayuda a alguien y esa
persona puede ayudar después, ¿usted comprende?
Hasta allí ninguna alarma, pero por su delicada y cuidadosa manera de
rebuscar cada palabra, presentía que nada bueno se avecinaba.
—Mire, el diputado tal necesita que usted abra tal universidad,
reconozca el título de doctorado de él y seis personas más; y a cambio me,
dio su palabra de que siempre la respaldará.
Quedé fría, jamás pensé que alguien se atrevería a decirme, tan de
frente, algo así.
—No tenemos más nada que seguir hablando —le dije en tono fuerte; y
tras ponerme de pie, me dirigí hacia la puerta, se la abrí y le dije—: Buenas
tardes.
Me tomó tiempo recuperar el aliento, no sé si por lo que había escuchado o

por lo que sabía que venía… El tiempo lo desvelaría inevitablemente.
Cuando empezamos el proceso de acreditación, con el respaldo
decidido de la mayoría de los miembros del Consejo, nada fue fácil; era la
primera vez que se hacía en el país y no teníamos grandes referencias, más
allá de lo que estaba escrito en libros o lo que develaba la intuición. Los

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evaluadores, pares externos, fueron sometidos a consideración del Consejo
por la profesora Mariana McPherson con mucho acierto y, salvo una que
otra objeción por alguien que puso alguna universidad y que se accedió
cambiar, los informes fueron muy profesionales. Uno de los grandes debates
fue si basar o no la decisión de acreditar una universidad exclusivamente en
el resultado del informe.

Al final, el documento que servía de base para las visitas de los
evaluadores era tan sólido que no dejaba dudas. Creo que en un solo caso
se acreditó una universidad que, a mi juicio, no lo merecía. Pero el ejercicio
sirvió para que, si había alguien que no lo entendía, supiera lo que es una
Universidad, su nivel de organización, su estructura académica y
administrativa, y para justificar su existencia.

Estoy consciente de que muchos rectores me odiaron, que no tuve
ninguna consideración con nadie, y que fue muy radical mi conducta.
Probablemente, sin bajar el nivel de rigurosidad, se pudo hacer más amable
el proceso. Lo que sucede es que me asfixiaba la idea de que el tiempo
pasara y no se pudiera concluir esta primera etapa; y dejar al menos incoada,
la segunda, que era la que a mí más me interesaba: la acreditación de
carreras. Estaba decidido por el Consejo, empezaríamos con carreras de
salud; especialmente, porque un médico mal formado, representa muchas
vidas en peligro, y porque no podía olvidar el título de otorrinolaringología
objeto de consulta de aquel Gobierno. ¿Cuántos más habría por allí sin que
nadie detectara nada? Y seguiríamos con educación, porque si formamos
bien al educador, todo lo demás será mejor.

Uno de los últimos días de mi gestión, tuve la oportunidad de hablar con
los rectores y agradecerles que hubiesen aceptado el proceso; y, aunque no
fue perfecto, me llevaba la satisfacción de que sirvió para que ese día todos
fuéramos mejores. La nostalgia me abrazaba, pero necesitaba ser fuerte
para decirles lo que de verdad me interesaba:

—No puede valer lo mismo el título de una universidad que invierte en
formación académica, en investigación y en extensión, que el de una que no
cumple con los requisitos básicos. No podemos permitir que la mediocridad,
el negocio y la improvisación se vuelvan a tomar un sector tan importante
como el universitario.

Estaba consciente de que muchas universidades estaban haciendo
inversiones millonarias a raíz del proceso, y necesitaba invitarlas a cuidar su

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inversión, por el bien de los estudiantes y por el futuro del país.
Desafortunadamente, la acreditación de carreras solo quedó organizada…

Más desafortunado fue que, una de las primeras decisiones de la
Asamblea Nacional, cambió la ley de acreditación por iniciativa de la nueva
Administración, con el respaldo del rector de la Universidad de Panamá,
quien nunca aceptó de buena gana el hecho de que no tuvo el control total
del proceso de acreditación. En algún momento contaré cómo presionaron
donde Pedro para que Juan escuchara; o alborota el nido para que piquen
a Ricardo y elimine a Lucy…

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12. Ingeniería

Plácida recordaba con amargura que hacía cinco años se les
había prometido transformar la vieja escuela, adonde asistían
cotidianamente sus hijos, en una escuela con los requerimientos
necesarios. Después, le dijeron que debía esperar porque la
partida se había perdido y que se gestionaba una nueva. Allí
estaban las bases del nuevo centro. Había despertado
entusiasmo en la comunidad, pero fueron dos semanas y
después pasaron cinco calendarios y nada. Ahora llegaban estos
del nuevo Gobierno a preguntar lo mismo, a prometer lo mismo
y, con toda seguridad… quedarían en lo mismo.

Si hay algo en lo que las comunidades centran toda su atención y sus
esperanzas, es en las promesas que les hace un Gobierno, especialmente si
se habla de educación, porque en los centros escolares va el futuro de sus
hijos, de su propia familia. Además, la edificación de escuelas cambia el

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panorama de la comunidad. Cumplir esas promesas es conquistar el
agradecimiento eterno de los moradores; incumplirlas, les produce tal
decepción que difícilmente la puede superar una nueva Administración.

Cuando inició nuestra gestión, ese era el cuadro de muchas
comunidades que en distintos puntos del país poseían incluso escuelas
rancho, aquellos centros educativos que grupos de familias, por lo general
indígenas, improvisan en los lugares donde viven de manera eventual y que
pueden llegar a ser asientos permanentes. Constituyen, para mí, una
demostración de cuánto les interesa a las personas la educación de sus hijos.
La ley panameña establece que allí donde hay más de 15 niños, el Estado
debe enviar un maestro. Muchas veces, estas personas construyen primero
el rancho para la escuela antes que sus propias viviendas. Difícilmente la
mano del Estado puede ir al ritmo de ellos.

Por esa razón, no es del todo responsabilidad de las autoridades, la
existencia de las escuelas rancho; pero sí es su deber hacer hasta lo imposible
por barrer con ellas, reemplazándolas por centros modernos. En muchas
comunidades encontramos solo fundaciones, en otras, una de las cinco aulas
planificadas; y si estaban todos los salones, el centro carecía de agua potable
y de luz eléctrica o de dormitorios para los docentes.

Para atender este tema, el Ministerio contaba con una Dirección
Nacional de Ingeniería y Arquitectura, una minúscula unidad de trabajo que
laboraba con fondos del Gobierno central y con los provenientes del Seguro
Educativo, y que debía encarar los requerimientos de mantenimiento
correctivo, porque no se había aplicado mantenimiento preventivo, en unas
dos mil 800 escuelas en todo el país; al igual que ejecutar proyectos nuevos.

—Diga la imputada, ¿cuánto costaron las mochilas?…
Al frente de esa responsabilidad designé a la arquitecta María Pineda,
una joven profesional, renuente al principio en el cargo, pero que, conforme
se fue desarrollando la labor y aparecieron los retos, fue demostrando ser
una colaboradora eficiente y eficaz; durante nuestro quinquenio, ella
manejó muchos millones de balboas y, en ninguno de esos proyectos, la
nueva Administración que nos sustituyó, encontró irregularidad alguna.
Aun cuando en mi período ampliamos aquella unidad, dotándola de
más personal y recursos, debo decir que no era suficiente, pero trabajamos
con lo que había. Una tarea que pudo ser fácil desde sus inicios, de no ser

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 167

porque, a las promesas incumplidas, se sumaban relaciones atípicas con los
contratistas.

Allí, al igual que en las compras y adjudicaciones, un grupo de empresas
se ganaban hasta 10 y 13 proyectos, con razones sociales diferentes; algunas
abandonaban los proyectos, otras partían cuando se enteraban de que las
reglas de juego cambiaban. Otra situación irregular era la existencia de
funcionarios que levantaban planos, los vendían a las empresas y luego
fungían como inspectores de los mismos proyectos.

Antes de lanzarnos a licitar, trabajamos en la estructuración de un
manual con toda la información para construir escuelas. Un conocido
constructor nacional, con experiencia en edificación de escuelas privadas,
Casimiro López, a quien acudí, me respondió:

—Yo no licito, no he licitado y espero jamás licitar para ningún Gobierno,
pero te ayudo en lo que quieras.

Fue así como dispuso, en sus instalaciones, un despacho para que dos
arquitectas del MEDUCA trabajaran las especificaciones que a partir de ese
momento regirían la construcción de aulas y centros educativos. Se hizo un
Manual de construcción para el desarrollo estandarizado de todos los
proyectos, herramienta necesaria si se quieren hacer las cosas bien.

Mínimos aceptables de alturas de piso a techo, ventanas para
iluminación y ventilación cruzada, eliminación de ventanas ornamentales,
dimensión de las aulas, características de seguridad, facilidades para
tecnología, versatilidad en distribución de mobiliario… en fin, el Manual de
construcción incluía una larga lista de detalles, para asegurarnos espacios
agradables y adecuados.

El listado de promesas incumplidas era relativamente extenso, pero
también el de cuentas a pagar por proyectos realizados en otras
administraciones. Pagamos las que estaban en regla; las que no, las
ignoramos.

En ese mismo renglón estaba, por ejemplo, el Colegio Monseñor
Francisco Beckman, el más grande del sector norte de la capital, con el lógico
disgusto de docentes y directores. Funcionarios nuestros fueron citados a
una reunión que en principio debía ser solo entre la escuela y el Ministerio,
pero cuando llegaron nuestros enviados había más de 200 educadores,
padres de familia y, para nuestra sorpresa… los medios de comunicación. Un
indicativo de que el colegio estaba hablando en serio… pero nosotros

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EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 168

también. A un costo de tres millones de balboas, le fueron construidos
nuevos pabellones.

Fue uno de los 200 proyectos que hicimos por año, entre grandes y
pequeños. Decidimos que, si se iban a atender a las comunidades, el trabajo
debía ser bueno y efectivo. Cuando llegamos, había más escuelas rancho que
las que dejamos. En las construcciones se hicieron de tres a cuatro aulas, con
sus respectivas letrinas, agua de acueducto o pozo brocal, los dormitorios de
los docentes, así como una pequeña plaza para la bandera.

Uno de los grandes problemas del MEDUCA, y sospecho que, de otros
establecimientos oficiales, es la administración irregular de los recursos. No
porque los profesionales sean malos, sino por la forma como trabaja la
corrupción; un flagelo que fui tratando desde temprano, al designar un
cuerpo de abogados para que siguieran de cerca la formulación y desarrollo
de cada proyecto.

En Cárdenas, sede principal del Ministerio, se hacían los levantamientos
de planos y las especificaciones de proyectos, todos basados en los
parámetros de nuestro nuevo Manual de construcción. En este aspecto, en
proyectos insignias como la Escuela Guillermo Endara Gallimany, sentamos
al Departamento de Ingeniería con los educadores, para determinar detalles
e innovaciones. Al igual que este centro, el IPT de Chorrera, la China-Taiwán,
el IPT de Veraguas y el Abel Bravo de Colón, se trataba de escuelas que iban
desde pre-kínder hasta secundaria, la mayoría.

Son escuelas modelos de lo que deben ser los centros escolares
panameños y que incluyen canchas deportivas sintéticas, edificios
administrativos, laboratorios debidamente equipados; y laboratorios de
construcción, de química, de física, equipados con GPS, cintas electrónicas,
aparatos digitales, equipo para topografía, computadoras, células virtuales,
etc.

Para evitar situaciones futuras, decidimos foliar todos los proyectos
desde su formulación inicial, levantamiento de planos y ejecución, hasta su
entrega. Habilitamos una casa donde solo estaban los archivos y los folios de
cada proyecto. Allí, partes interesadas podían constatar el desarrollo de
estos.

Una vez se adjudicaba el proyecto, se iniciaba un plan de seguimiento
donde el cien por ciento era el desarrollo puntual; y de no ser así, se podía
ir señalando al contratista los tiempos de atraso.

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EL SILENCIO DE LOS

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Como dinámica de Asesoría Legal, se implementó por primera vez
remitir copia a la aseguradora de las notas que se les enviaba a los
contratistas. Todo se escaneaba y quedaba en el servidor del MEDUCA. Si el
proyecto se atrasaba, se informaba a los abogados, y a la empresa se le daba
un tiempo para que se pusiera al día; pero si incurría nuevamente en la falta,
se llamaba a reunión para que corrigiera.

Ese seguimiento sistemático nos permitía que, cuando por alguna razón
había que ejecutar fianzas, se tenía el aval debidamente registrado y
enviábamos la documentación a Asesoría Legal con los informes de
inspectores sustentados con fotos, cuentas etc.

No hubo un solo caso que no ganáramos, incluidos aquellos donde los
contratistas acusaban al Ministerio. El secreto: todo el expediente estaba
debidamente foliado. En el caso del Instituto América, por ejemplo, el
contratista incumplió, se ejecutó fianza, y la aseguradora debió tomar el
proyecto.

Muchas veces, los contratistas licitaban con precios muy bajos, era
irracional no seleccionarlos; pero su intención de solicitar adendas de costos
con las que recuperaban la ganancia calculada y no obtenida chocaba con
nuestra decisión de respetar el precio de licitación. Las adendas de costos
estaban prohibidas.

Tomó tiempo para que los contratistas entendieran que esa era una
regla en el más estricto sentido de la palabra. Tuvimos que ejecutar fianzas,
cancelar adjudicaciones, demostrarles que no era para la televisión el
discurso de que las cosas se iban a hacer bien. Lo demostramos con actos
concretos. De hecho, a varios contratos de escuelas modelos se les ejecutó
la fianza por incumplimientos: las escuelas China-Taiwán, Lajas Blancas en
Darién y El Peñón en la comarca Ngäbe-Buglé, entre otras.

Era más fácil pedirles que arreglaran que ejecutar las fianzas, porque el
tiempo, como reloj de arena, se nos venía encima sin piedad y queríamos
dejarle al país una muestra importante de lo que se podía lograr haciendo
las cosas bien. Pero no por eso íbamos a tolerar que entregaran obras mal
hechas. Nos consolamos con la idea de que lo que no se hizo bien, no se
pagó.

Bajo esta dirección también estaba el Departamento de
Mantenimiento, que recién formábamos. Afortunada o
desafortunadamente, el desarrollo de la industria de la construcción en ese

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 170

momento era un obstáculo para conseguir mano de obra calificada. Alguien
sugirió crear un programa para que privados de libertad con buena conducta
y con habilidades técnicas formaran brigadas para atender tareas básicas en
los centros educativos.

El primer día de esta experiencia, reuní a un grupo de cerca de cien
hombres a quienes les dije:

—Se pierde algo, alguien se fuga, alguien provoca problemas, mira a
alguna estudiante, profesora o madre de familia, solo con malicia, y anulo el
programa para todos.

A cambio, recibirían un día de rebaja de pena por cada dos días de
trabajo. Nosotros cubríamos el traslado y el almuerzo. Pronto se hicieron
imprescindibles, los directores estaban felices por el trabajo que hacían.

Al principio, solo trabajábamos con hombres. Y las mujeres, ¿por qué
no? Rápidamente, se armaron varias brigadas de mujeres para trabajar
básicamente en tareas de limpieza y pintura. Llegaban a un centro educativo
en horarios contrarios al de los estudiantes; como un ejército de hormigas,
dejaban todo especialmente limpio. Trabajaban felices, porque al tiempo
que reducían sus condenas, tenían la posibilidad de salir del encierro de esos
centros; que lejos de resocializar, deshumanizan.

Pronto los funcionarios del MEDUCA identificaron verdaderos talentos:
electricistas, secretarias, jardineros, plomeros… una larga lista de
profesionales, cuyas vidas se estrellaron con el error y pagaban las
consecuencias.

Vilma23, una de ellas, llegó a ser asistente de un coordinador de
mantenimiento. Empezó limpiando en las escuelas y pronto dejó ver su
profesionalismo: cada rincón tenía que quedar perfecto. La nombraron
supervisora de limpieza. Era todo un personaje: alegre y una líder natural;
con actitud positiva, lograba animar a todas a hacerlo bien hasta el final,
hasta dejar todo impecable.

Se acercaba el final de su encierro y, para ese día, el equipo del MEDUCA
le tenía una sorpresa. Le compraron ropa, zapatos, la maquillaron… ella no
tenía idea de lo que se le había preparado. La llevaron a la oficina de recursos
humanos y la sentaron frente a su primera oferta de trabajo, luego de cuatro
años de privación de libertad. Ante esta nueva oportunidad, Vilma estaba
petrificada, no decía nada, no reaccionaba.

—Léelo —le decía la directora correspondiente.

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EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 171

Pero ella no creía lo que le estaba sucediendo. Llamaron a su madre y a
sus hijos para que la acompañaran en ese momento en que la vida le daba
una nueva oportunidad. Cuando los vio se quebró en llanto.

La tarea fue ardua, desarrollamos una serie de proyectos para que 245
escuelas primarias fueran ampliadas a básica general; o sea, que incluyeran
tres años superiores al sexto grado. Eso alimentó la estadística de cobertura.
Fue un programa meteórico. El propio presidente del Banco Interamericano
de Desarrollo (BID), Luis Alberto Moreno, llegó a Panamá a las primeras
inauguraciones, porque no podía creer que en menos de año y medio
habíamos concluido las primeras 18 ampliaciones que abarcaban
pabellones, aulas para especialidades y actividades co-curriculares.

Además, construimos y entregamos, debidamente, alrededor de 987
aulas en lugares apartados. Decirlo así suena fácil, pero el proceso fue
durísimo; desde las incomprensiones, hasta una burocracia difícil de vencer.

Hicimos un programa de cambios de acometidas sanitarias y eléctricas.
La mayoría de las escuelas habían sido construidas para albergar de
quinientos a setecientos alumnos. En ese momento, todas tenían más de mil
quinientos estudiantes, con acondicionadores de aire, laboratorios, y las
instalaciones eléctricas y sanitarias de hacía veinte años, cuando atendían
un tercio de los estudiantes que hoy tienen. Ese fue otro de esos programas
difíciles y necesarios. Siempre pensé que, con esas condiciones, no hubo una
tragedia porque, evidentemente, Dios nos quiere mucho.

A medida que se acercaba el final del período, las solicitudes se
acumulaban con tal premura, como si el mundo se fuera a acabar. Algunos
padres de familia ansiosos por ver mejorar las escuelas de sus hijos
emprendían protestas y manifestaciones, creyendo que con esa presión
podían obligarnos a asumir más proyectos de los que ya teníamos.

—Deje mi escuela como la de la comunidad de al lado —me dijo una
madre de familia en una comunidad de Bocas del Toro.

—No podemos arreglarlas todas al mismo tiempo, porque no
tendríamos control de calidad —le respondí y le añadí—: Ya llegará su turno,
no se preocupe; porque ahora se tiene un Manual de construcción y no sería
razonable que la Administración que venga lo ignore.

Pero no quedo muy convencida. Vi en su rostro el mismo gesto de doña
Plácida, aquella que veía con tristeza lo que sucedía Gobierno tras Gobierno.

Lucy Molinar
EL SILENCIO DE LOS

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Intentamos presionar todo lo que se pudo para que los proyectos
avanzaran. Sin embargo, iniciado el nuevo Gobierno, obras como la del IPTV,
fueron detenidas con excusas extrañas. ¿Por qué? Se dijo que la empresa
que construía tenía algún vínculo con un enemigo del nuevo Gobierno.

—¿Eso es un delito? —pregunté.
—¿Se encontró alguna irregularidad? —insistí.
—No, no había delito, el costo era correcto… —me indicaron.
—¿Entonces? —volví a preguntar.
No hubo respuesta. Más tarde vimos las fotos de un herbazal devorando
la estructura de lo que soñamos sería un enorme colegio.

Una pelea en equipo

La representante de un corregimiento muy poblado en Panamá Oeste
decidió tomarse los terrenos de un colegio para que «sus votantes»
construyeran sus casas, porque no tenían dónde vivir. El director del colegio
y su comunidad educativa, junto a la directora regional, fueron varias veces
al Consejo Municipal a hacer el reclamo correspondiente, pero no lograban
parar la invasión y los precaristas seguían avanzando en la construcción de
sus casitas, una al lado de la otra.

En medio de una de las reuniones, me llama la directora regional:
—¿Puedo decirles que usted vendrá la próxima semana? —me
preguntó.
—Por supuesto —le respondí—, claro que voy.
Ellos no esperaban que llegara en punto. La reunión supuestamente
empezaba a las ocho de la mañana, y a esa hora yo estaba allí.
El nerviosismo de las secretarias era notable. Llamaban a todos y bajito,
como para que yo no escuchara, decían: «Ella está aquí, ella está aquí».
Cuando finalmente hubo el quorum reglamentario, les hablé del
proyecto que se haría en ese terreno, de la inconveniencia de promover esos
asaltos a propiedades públicas o privadas, del riesgo de enfrentamiento
entre la comunidad educativa y los invasores, que podía terminal mal, y por
último pregunte:
—¿Cómo es posible que los llamados a representar los mejores
intereses de la comunidad y a garantizar el desarrollo de la misma, puedan

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EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 173

promover un acto ilegal como este? ¿Qué ejemplo les estaban dando a los
jóvenes?

Me pidieron un mes para deliberar. Un mes… No puedo explicarles la
furia que sentía. Un mes para deliberar si debían hacer lo correcto o seguir
promoviendo una ilegalidad que podía traer consecuencias…

No entendía, quería decirles de todo. La directora regional me dijo:
«Tenga paciencia, ellos son así».

Respiré profundo y les dije:
—Nos vemos en un mes. Eso sí, que en esos terrenos no se ponga un
clavo más; de lo contrario, iré a los tribunales. Aceptaron.
Me llevé a los míos y les pedí que vigilaran el terreno.
—En un mes volvemos con todo. Haremos una protesta novedosa hasta
lograr el objetivo —les dije.
—¿De acuerdo? —les pregunté.
—Sí —respondieron todos.
En el colegio, los que se quedaron, querían actuar porque se sentían
burlados, pero el director lo manejo muy bien y todos acogieron el plazo.
Por mi lado, agilice el proceso de licitación del proyecto de ampliación del
colegio a instituto superior, para que una vez liberados los terrenos,
empezara la construcción inmediatamente.
Llegada la fecha, aparecimos en el Consejo Municipal con la banda de
música lista y mentalizada para tocar por una semana, si era necesario.
Antes de ir al municipio, se les consiguió un espacio en el programa que
dirigía la periodista Maribel Cuervo de Paredes, una de esas aguerridas que
no dudó en identificarse con la causa.
Ya en el municipio, un grupo de representantes pidió hablar conmigo en
privado, en un salón contiguo al del pleno. Sabía que querían pedirme algo…
Entre contra mi voluntad, porque me interesaba que todo saliera bien, los
ánimos a esas alturas estaban caldeados; los padres de familia que nos
acompañaron empezaban a impacientarse y, aunque tenían razón, había
que agotar todos los recursos. Creo que por primera vez sentí el impulso de
recordarles que era ministra de Estado, que estaba allí por segunda vez para
pedirles que hicieran lo correcto… pero recordé un buen consejo que alguien
me dio: «Por las buenas es mejor… aunque te hierva la sangre».
Podía escuchar la banda de música, tocaban sin parar, eso me animaba
a pensar más en la estrategia que en mis sentimientos. Este caso era

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EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 174

importante, porque se sentaba un precedente ante la ola de invasiones en
diversas áreas del país.

Una de las presentes me preguntó si había posibilidad para algunos
nombramientos o algún beneficio para la comunidad. No podía salir del
asombro, les hice ver que eso sonaba a chantaje y que no iba a resultar.

En ese momento, les dije que no saldríamos de allí hasta recibir la
respuesta apropiada; además, que tenía una agenda larga ese día. A estas
alturas, ya no lograba decir nada en tono amable. Salí discretamente y le dije
al director que no dejaran de tocar, que, si era necesario, regresaba. Dos
horas después, me llamaron, estaban felices porque consiguieron lo que
buscaban.

Empezamos la construcción del instituto superior y el arreglo del
colegio, quedo muy bonito; una semana antes del final de mi gestión, se
inauguró. Fue un acto muy emotivo.

Institutos técnicos superiores

Cuando Ricardo Martinelli y Juan Carlos Varela regresaron de un viaje a
Singapur, coincidieron en que debía ir a conocer una experiencia que los
deslumbró: un instituto de formación técnica que visité meses después, y
que me permitió entender la pasión que despertó en ambos.

Copié detalles del modelo y lo analicé con un grupo de directores del
área técnica, para encontrar la forma de hacerlo eficiente en Panamá. Se
diseñó un plan en el que todos coincidimos que funcionaría. Se definieron
siete zonas de desarrollo: Chiriquí, Bocas del Toro, Veraguas, La Chorrera,
Panamá Centro, Colón y Darién; y se hizo un análisis sobre las carreras que
cada zona necesitaba.

Como había varias empresas francesas en Panamá, acudí a ellas para
solicitar apoyo en la formación de los docentes, y en la adquisición de
equipos para la preparación de los estudiantes. Junto con los directores de
las siete escuelas de las zonas respectivas, viajamos a Francia a explorar las
oportunidades y ventajas en materia de colaboración. Y aquí se presentó una
de esas coincidencias que solo aporta la historia de nuestro pequeño mundo
global. La ministra de Educación de Francia celebró que Étienne Jacques, mi
abuelo, al igual que el suyo, fueran de Martinica, y que yo estuviera casada
con un ciudadano francés. Entre risas y fraternidad dijo:

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EL SILENCIO DE LOS

BUENOS 175

—Hay que apoyarla, es de las nuestras; además, Panamá es muy
importante para nosotros, es parte de nuestra historia…

Aproveché ese elemento para pedir más. En ese viaje, logramos el
compromiso del Gobierno francés para apoyar, con expertos, la formulación
del currículum para áreas técnicas. Para que la tarea fuese completa,
integramos un representante de la Universidad Tecnológica en busca de un
acuerdo para que los estudios en estos centros académicos fueran
reconocidos, en caso de que los estudiantes aspiraran a continuar sus
carreras en la universidad.

Cada instituto superior tenía asignado una empresa patrocinadora, casi
todas francesas. Nunca dejaré de agradecer al embajador de ese país en
Panamá y a las empresas que ofrecieron todo su apoyo.

El proyecto estaba bastante avanzado, los directores entusiasmados y
plenamente conscientes del reto que tenían en sus manos. Se había
presupuestado la construcción de pabellones y compra de equipos, los
profesores serían formados tanto en Francia como en Brasil y Colombia, por
acuerdos que logramos con esos países.

Dejamos algunos en construcción, otros con planos y presupuesto.
Cuando cambió el Gobierno, se suspendieron las obras y se dispuso replicar
el mismo modelo de Singapur, que concentraba en un solo lugar cinco mil
alumnos, y una cantidad proporcional de docentes…

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EL SILENCIO DE LOS

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13.El BID y el BM (Banco Mundial)

Los bancos Interamericano de Desarrollo (BID) y Mundial (BM) constituyen
importantes fuentes de financiamiento de obras en muchos países de
América Latina. No cabe duda de que han contribuido con aspectos
significativos de nuestro desarrollo, pero no todo el tiempo la totalidad de
los recursos que se derivan de sus préstamos, llegan a donde deben.

Cuando asumí como ministra de Educación, ambas entidades contaban
con edificio y estructuras propias para atender temas del MEDUCA; pero
cuando comencé a examinar el destino de sus fondos, me percaté que sumas
millonarias se gastaban en posiciones burocráticas y consultorías. Por tal
situación, pedí reuniones con sus respectivos representantes. En lugar de
consultorías y cargos burocráticos, yo necesitaba esos fondos para obras
específicas.

Nuestra posición provocó una reacción airada, sobre todo en los
delegados del Banco Mundial. En una reunión para examinar esa situación,
una de sus funcionarias me recordó en tono poco amigable que:

—Somos el Banco Mundial.
Y tuve que recordarle que:
—Yo soy la ministra de Educación de Panamá.
Mientras que el BID estuvo en la disposición de negociar y llegamos a
acuerdos, al Banco Mundial le devolvimos más de cincuenta millones de
balboas. Nadie podía creer que Panamá hiciera tal cosa, pero era así.
Prescindimos de una ayuda que en muchos casos no era tal, pero que se le
endosaba a nuestro país a la hora de pagar los préstamos.
El acuerdo con el BID produjo proyectos de gran provecho para el país,
ya que el pequeño porcentaje que para ellos era importante disponer para
asuntos de calidad y academia, lo dispusimos en aquello que la institución
verdaderamente necesitaba.

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EL SILENCIO DE LOS

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Encuentro Internacional sobre Tecnología Educativa

Otra vez cambiamos la dinámica, innovamos. En lugar de las
tradicionales palabras de apertura de la ministra, dejamos el
espectáculo en manos de la generación transformación
curricular uno (GTC1), donde un estudiante de cada provincia
representaba los valores que necesitaba el país. Entre los
invitados destacados figuraba el secretario general de la
Organización de Estados Americanos (OEA), José Miguel
Insulza, y el presidente Martinelli.

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EL SILENCIO DE LOS

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Era el XIII Encuentro Internacional Virtual Educa, que realizamos en el centro de
convenciones ATLAPA, bajo el patrocinio de la OEA, el MEDUCA y Benefactores Virtual-
Educa; como socios estratégicos teníamos a empresas como PEARSON, INTEL, DELL,
BLACKBOARD, PROMETHEAN, HP, OPERACIÓN EHITO, PEPSICO, MICROSOFT, IDEL y
CACECA; además, contamos con socios colaboradores, entre los que figuraban el
Instituto Tecnológico de Monterey y la Universidad Oberta de Cataluña.

Junto con los directores de las siete escuelas de las zonas respectivas,
viajamos a Francia a explorar las oportunidades y ventajas en materia de
colaboración. Y aquí se presentó una de esas coincidencias que solo aporta
la historia de nuestro pequeño mundo global. La ministra de Educación de
Francia celebró que Étienne Jacques, mi abuelo, al igual que el suyo, fueran
de Martinica…

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Desde los primeros seminarios, el grupo de capacitadores recibió
certificaciones superiores para pasar a nuevos niveles. Las primeras se las
entregó Microsoft, pero solicité que la última la diera Intel. Quería
confirmar que la evaluación alcanzada en el marco de una buena relación
con Microsoft fuera validada por Intel, y así fue.

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EL SILENCIO DE LOS

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El MEDUCA le daba a cada docente una computadora portátil (laptop),
cuyo costo en el mercado podía superar los 500 balboas. Pero como era
subsidiada, el docente solo pagaba cien. Varios de ellos terminaron
elaborando proyectos educativos sobre tecnología. Durante los
siguientes cuatro años, los proyectos de los docentes panameños en esa
materia, se ganaron la representación de América Latina para concursos
mundiales organizados por
Microsoft e Intel, en Sudáfrica, Nueva York, Praga y Barcelona.

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EL SILENCIO DE LOS

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En enero de 2013, cuando se realizó la Conferencia Mundial de
Tecnología en Londres, a la cual asistí invitada por Intel, uno de los temas
centrales fue cómo Panamá había logrado convencer al cien por ciento de
sus educadores sobre la necesidad de acceder a estas nuevas
herramientas. Yo figuraba en el programa para ofrecer una conferencia
sobre ese tema, y al final debí hacer cinco exposiciones.

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EL SILENCIO DE LOS

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… a mediados de 2009 comencé a reunirme de manera informal, durante tres meses cada
sábado, con unas cincuenta muchachas representativas de varias regionales educativas y

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a conversar sobre distintos temas, pero orientando el diálogo hacia las causas de la
conducta de la juventud.

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EL SILENCIO DE LOS
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CONEAUPA
Desde que asumí el cargo en julio de 2009, me había acercado a la Universidad de
Panamá y a su rector, el doctor Gustavo García de Paredes. Era una relación inevitable

y necesaria, a la vez. Le acompañé a
eventos y le di muestras de mi
voluntad de cooperación; pero,
cuando hablé de la escogencia del
director ejecutivo del Consejo,
varias voces me dijeron que era un
tema difícil, pues esa persona debía
tener el beneplácito del rector de la
Universidad de Panamá.

Ingeniería
Iniciado el nuevo Gobierno, obras como la del IPTV, fueron detenidas con excusas
extrañas. ¿Por qué? Se dijo que la empresa que construía tenía algún vínculo con un
enemigo del nuevo Gobierno. —¿Eso es un delito? —pregunté. —¿Se encontró alguna
irregularidad? —insistí. —No, no había delito, el costo era correcto… —me indicaron.
—¿Entonces? —volví a preguntar. No hubo respuesta. Más tarde vimos las fotos de un
herbazal devorando la estructura de lo que soñamos sería un enorme colegio.

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En Cárdenas, sede
principal del Ministerio, se
hacían los levantamientos

de planos y las
especificaciones de
proyectos, todos basados
en los parámetros de
nuestro nuevo Manual de
construcción. En este
aspecto, en proyectos
insignias como la Escuela

Guillermo Endara
Gallimany, sentamos al

Departamento de
Ingeniería con los
educadores, para
determinar detalles e
innovaciones. Al igual que
este centro, el IPT de
Chorrera, la China-
Taiwán, el IPT de
Veraguas y el Abel Bravo
de Colón, se trataba de
escuelas que iban desde
pre-kínder hasta
secundaria, la mayoría.

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Mi renuncia

Como el rumor no paraba y el
país era un hervidero de
publicaciones atizando el
entramado, los asistentes al
evento formaron, en las afueras
del Centro de Convenciones
ATLAPA, una cadena humana en

protesta por el intento de
involucrar al Ministerio de
Educación en todo lo que estaba sucediendo.

Hechas las pesquisas por el Ministerio Publico en el mercado
local, las mochilas que cotizaron, costaban mas que las
otorgadas por el MEDUCA con útiles escolares dentro

Mochilas Fiscal 8.46 11.20.
Mochilas MEDUCA 7.50 7.50
Diferencia + 12.8% 49%

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La música no fabrica acusadores

14. Educación y política

Todos nuestros esfuerzos estuvieron destinados a divorciar la educación de
la política. No solo de la influencia que por años había tenido sobre una
institución como el MEDUCA, sino de reducir en todo lo posible, su incidencia
en el sistema educativo. ¿Esfuerzo inútil o utopía?

Consideré que debía, y debe ser así; para poner a la educación, a salvo
de las confrontaciones periódicas entre partidos, que en distintos momentos
producen conflictos efímeros, dramáticos y hasta repugnantes.

Ricardo Martinelli había ganado las elecciones de 2009 mediante una
alianza de su partido Cambio Democrático y el Panameñista, que presidía
Juan Carlos Varela, con la cual pudo superar la candidatura del oficialista
Partido Revolucionario Democrático, que encarnaba la ingeniera Balbina
Herrera Araúz, y que hasta enero de 2009 había tenido una ventaja de ocho
puntos.

El pacto Martinelli-Varela se selló el 20 de enero de 2009. La noche en
que tomaba posesión el primer presidente negro de los Estados Unidos,
Barack Obama, un número plural de personalidades había sido invitado a la
residencia de la embajadora norteamericana, Bárbara Stephenson, en la
comunidad citadina de La Cresta, para seguir por televisión los detalles de la
ceremonia.

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EL SILENCIO DE LOS

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De allí salió lo que algunos medios llamaron el Pacto de La Cresta24, y
que comenzó a tomar forma al día siguiente: «Fuentes de los dos partidos
informaron que Martinelli encabezaría la alianza…»25.

Un año después, en junio de 2010, cuando llegaba a su fin la luna de
miel del Gobierno con los medios de comunicación, la Asamblea Nacional
aprobaba la Ley 30, a la que peyorativamente habían denominado Ley
chorizo, por los nueve temas disímiles que contemplaba. Tras la sanción de
la misma, grupos de indígenas, en la occidental provincia de Bocas del Toro,
reaccionaron de forma violenta. Se produjeron enfrentamientos
lamentables entre la policía y los indígenas, que concluyeron con dos
personas muertas, 700 heridas de perdigones, 67 heridas de perdigón en los
ojos y dos personas ciegas26.

Fue una situación lamentable, por decir lo menos. La mañana de ese día,
recibí una llamada del vicepresidente y canciller Juan Carlos Varela, quien,
junto con el ministro de la Presidencia, Jimmy Papadimitriu, trataban de
calmar la situación.

—Los indígenas están dispuestos a inmolarse si el Gobierno no
reconsidera su decisión —me dijeron.

Cómo era posible que, en un espacio de tiempo relativamente corto,
aquellos grupos hubiesen llegado al convencimiento de jugarse la vida, en
un hecho que solo evidenciaba la manipulación de esas personas. Para mí
era una nueva escuela, lecciones que fui aprendiendo rápidamente.

Allí me di cuenta cuan inescrupulosa pueden ser la ambición y la
política. Los indígenas habían sido convencidos de luchar, por una causa de
políticos que se habían quedado cómodamente en sus trincheras. Tenían la
intención de hacer explotar un tanque de gasolina a un costado del
aeropuerto, lo que hubiera sido una verdadera masacre, y un golpe político
contra el Gobierno, conforme lo dicho por Varela y Papadimitriu; pero las
vidas, que es lo que cuenta, ¿qué?

Tras la conversación con ambos funcionarios, fui hasta la Presidencia,
donde predominaba un ambiente tenso y caldeado, y donde algunas voces
pugnaban por mostrar el músculo:

—¿A qué precio? —le pregunté al presidente Martinelli.
Logré sacarlo de aquel ambiente y trasladarlo a una oficina donde, junto
con la viceministra de la Presidencia, María Fábrega, lo convencimos de que
ordenara suspender la confrontación. Cuando algunas voces incendiarias

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quisieron cambiar la decisión, ya habíamos emitido un comunicado a la
nación, haciendo pública la decisión de suspender los efectos de la ley.

De vuelta a mi casa, pensaba en que si alguien les hubiese preguntado
a cinco de esas personas por las razones de su protesta; si solo dos hubiesen
podido responder, me hubiera quedado callada. Pero tenía la seguridad de
que la mayoría había sido arrastrada por gente con otros intereses.

Cuando recuerdo estos episodios, confirmo el peso que puede tener
una persona sobre sus hombros cuando dirige una nación, y lo necesario y
decisivo que puede ser para él contar con voces sensatas que ahorren
sufrimiento al país.

Pude constatar además que hechos como estos no se resuelven como
la mayoría de los panameños pueden suponer. Cuando se suspendió la
confrontación, el arreglo se selló en una linda oficina donde, después de
muertos y ciegos, algunos personajes descubrieron que podían ser amigos y
compartir proyectos. Me refiero a gente debía ser antagónica por vocación
y contrarios por convicción, pero que en ese momento produjeron una salida
al conflicto. Lo que he resentido hasta hoy, ha sido el enorme costo que hubo
que pagar.

Fue una de esas vivencias que te llevan a cuestionar todo lo que haces;
y que ahora, al escribirlas, le restan drama a la situación que viví después
que terminé en mi cargo de ministra de Educación. Si quienes manipularon
esos acontecimientos, aun sabiendo que podían provocar muertos y
heridos, con toda la carga emocional y familiar que eso comporta, se
atrevieron a empujar a estas personas a tanto, por qué podía pensar yo que
nadie haría nada contra mí; por qué tendría que sorprenderme que llegaran
a inventar procesos, alterar fechas, y acusarme sin pruebas, como lo hicieron
después de julio de 2014.

En medio de ese escenario, avanzaban en el MEDUCA los proyectos y
con ellos mi decisión de separar la política de la educación; lo que, al parecer,
los políticos comenzaban a entender. Una profesora me comentó que había
visitado a uno de esos personajes, para pedirle una carta de recomendación
para un puesto al que aspiraba. La respuesta que recibió fue:

—Mejor es que vayas con tus méritos, porque si llevas una carta mía te
irá peor —le dijo.

Una respuesta difícil para ellos, si se considera que diez mil
nombramientos, entre docentes y administrativos, siempre constituyeron y

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fueron administrados como una cantera de beneficios políticos difícil de
ignorar.

Al principio todos lo intentaron, por lo que me tocaba maniobrar con
firmeza, sin ofender, para que se dieran por enterados de que la rutina había
cambiado. Fue una jornada difícil, en la que desempeñó un papel
fundamental mi asistente, la licenciada Flor Altamiranda. En ese drama era
la buena, la que escuchaba, la que intentaba ayudar, pero que a todos debía
decirles:

—Usted conoce a la ministra; cuando dice política, es no; nadie la saca
de allí.

La idea era no pelear tan de frente, porque al menos una vez al año
había que ir a la Asamblea de Diputados a presentar el presupuesto de la
institución; y lo único que no quería, era tenerlos a todos en contra.

Poco a poco se fueron acostumbrando, y de nuestra parte aceptamos
darles nombramientos administrativos: aseadores, celadores, secretarias…
siempre y cuando cumplieran con el perfil, pasaran las pruebas
correspondientes y trabajaran.

La destitución de Varela

Faltaba poco para las seis de la tarde del martes 30 de agosto de ese año,
cuando me entero por los noticieros de televisión que el presidente
Martinelli había destituido a Juan Carlos Varela. Era el vicepresidente,
canciller y jefe del Partido Panameñista, por lo cual la alianza se deshacía. Yo
sabía que en el Gobierno había varios bandos que se peleaban espacios a
codazos. Pero de allí a la destitución, siempre creí que había un abismo.

Para mí, fue impactante la noticia. Comencé por recordar que era la
segunda vez que se daba una situación como aquella desde que el país había
retornado a la democracia. El 8 de abril de 1991, el entonces presidente
panameñita Guillermo Endara había sacado de su Gobierno al Partido
Demócrata Cristiano, el más fuerte de los tres que conformaron la Alianza
Democrática de Oposición (ADO) civilista, bajo la acusación de un supuesto
espionaje telefónico, aunque años después el dirigente de la Democracia
Cristiana, Ricardo Arias Calderón, había revelado que la decisión de Endara
se debió a una pugna por espacios políticos27.

Esta vez eran los panameñitas los que se debían marchar, bajo la
acusación de que, supuestamente, Varela había descuidado su función por

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tener cuatro sombreros: canciller, vicepresidente, presidente de un partido
y candidato en las elecciones de 2014. En el fondo se sabía que al igual que
en 1991, era una pugna política.

Estaba realmente preocupada. Mientras que Martinelli había creído en
mí, Varela era mi amigo de muchos años.

Todo lo que sucedía me daba asco y se resumía en: envidia, odio, dinero
y poder. No se trataba de buenos y malos. Aún recuerdo el Consejo de
Gabinete que siguió tras la destitución de Varela y en el que, casi a gritos, un
ministro confesaba que había sido él quien había convencido a Ricardo para
que destituyera a Varela, porque este no aportaba nada a la gestión de
gobierno, y añadió:

—Aquí hay que decidir con quién estás, con Varela o con Ricardo. Aquí
no hay espacio para los traidores.

Otro tomó la palabra con aquel discurso, lo recuerdo como si fuera hoy:
—El que se queda, es porque está con Ricardo Martinelli; no se puede
navegar en dos aguas.
Fue en ese momento cuando sentí que todas las miradas se posaban
sobre mí, que me escrutaban a conciencia, sin ambages, así que tomé la
palabra, y haciendo un esfuerzo por estar lo más serena posible dije:
—Si lo dicen por mí, les informo que no estoy aquí ni por Ricardo ni por
Juan Carlos; yo estoy aquí porque creo en un trabajo necesario para una
juventud que merece una mejor educación. Dejé mi exitosa vida profesional
para embarcarme en una aventura en la que creo y, si llevo dos años
insistiendo en que educación y política no se juntan, mal hago yo si me meto
ahora en una pelea absurda de egos, dinero y poder. Juan Carlos Varela es
amigo mío y lo seguirá siendo, Ricardo Martinelli también.

Tomé mi cartera y me fui, no sin antes disculparme.
La noche del 30 para el 31 de agosto de 2011 fue larga y extenuante,
entre contactos con amigos, las noticias y la decisión de ser consecuente con
las metas, los principios y la forma por la que había optado en la conducción
del sistema educativo panameño: al margen de la política.
Me parecía imposible creer lo que estaba sucediendo. Esas dos
personas, Ricardo Martinelli y Juan Carlos Varela eran quienes habían estado
en mi casa una semana después del triunfo electoral de 2009, con la expresa
decisión de convencerme para que aceptara ser ministra de Educación,
porque íbamos a cambiar el país, porque creían que yo podía desempeñar
un rol en ese proceso… Aquel día parecían un equipo, caras de una misma

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moneda con propósitos precisos, con una fraternidad que contagiaba y unas
ganas de hacer cosas que hacía casi obligante aceptar su ofrecimiento.

En aquella ocasión solo pude presentar mis condiciones, aquellas que
había aprobado con mi familia, y las indecisiones desaparecieron. Estábamos
todos en un mismo barco, iniciando la mejor de las aventuras; y ahora, solo
26 meses después de aquella decisión, uno de los capitanes lanzaba al otro
por la borda y cada uno de los integrantes del viaje quedaba partido por la
mitad.

La salida de Varela del Gobierno fue una especie de terremoto que
afectó toda la alianza. Es cierto que el líder panameñista le daba un poco de
balance a los sobresaltos que constantemente protagonizaba Martinelli.
Hasta ese día, siempre estaban juntos, y ambos decían que la suerte de uno
era la del otro.

Una cosa eran las notas y vistas de los medios, y otra las laceraciones
que dejaba y la manera como, de una amistad y una colaboración sin límites,
iban aflorando diferencias que mutaron en recelos; y estos, en rencores que
maduraron hasta podrirse en una hojarasca de odios.

Yo no podía sumirme en esa miasma. Había adquirido un compromiso
que superaba la alianza de partidos o las diferencias de jefaturas políticas;
ya no era la crítica marginal buscándole respuestas a los porqués. No.
Encabezaba a millares de hombres y mujeres que habían comprado mi
filosofía, la decisión de depurar el sistema educativo, de sacarlo de un
entramado político que posponía la academia y que por años había
entrabado toda posibilidad de progreso, porque el Ministerio y el sistema
eran, para algunos, un botín, una referencia para propósitos ulteriores.

Todo eso lo habíamos enfrentado en 26 meses, y los hechos
demostraban que se podía superar, que la educación panameña era mucho
más que gremios orquestando posiciones negativas y murallas contra los
cambios que se requerían. Y se estaba logrando con un personal que había
aceptado dejar atrás sus diferencias políticas e ideológicas. Lo que les había
vendido era trabajar por el país, por una juventud que merecía mejores
condiciones para crecer y desarrollarse, y era eso lo que me imponía como
camino a seguir, aunque Martinelli siguiera sometiéndonos a sobresaltos
con sus locuras, o a Varela se le pudriera el alma planificando la venganza.

Aquella noche fue extraña, un conciliábulo de ideas erráticas, de metas
por hacer, y temores bien fundados. Olivier, mi marido, mi amigo, mi refugio
en instantes como esos; mi felicidad en jornadas desgajadas y plácidas

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estuvo al tanto de mis meditaciones; y no nos percatamos de las horas ni de
cómo un día se despidió del otro. Desperté con la sensación de no haber
dormido y reaccioné al día, cuando los funcionarios panameñistas de mi
personal entraron en mi despacho y colocaron sus cartas de renuncia sobre
la mesa.

Los miré sin decir nada. Entendía que su decisión era coherente, eran
disciplinados. Su partido y su dirigente habían salido del Gobierno y ellos, de
manera consecuente y solidaria, hacían lo mismo. Era una historia
recurrente. Desde los tiempos de su fundador, el doctor Arnulfo Arias, las
conspiraciones y los golpes de Estado eran premonitorias para los
panameñistas. Arias había sido derrocado tres veces; y cada vez que llegaban
al Palacio de las Garzas, las posibilidades de que los desalojaran era un punto
ineludible en su agenda política. Así que de cierta manera lo ocurrido con
Varela era parte de un destino, que históricamente había terminado con una
frase: Volveremos.

Ese fue el discurso que copó mi mente en ese instante de la mañana. Lo
que ellos ignoraban era que, a mí, lo que menos me interesaba, eran esas
venerables odas de su historia partidaria. Desde que llegué al Ministerio, lo
hice bajo la divisa de trabajar con los mejores, con los que estuvieran
dispuestos a cambiar el sistema para beneficio del país. Por eso había
empezado por la Transformación Curricular y ellos, tanto como los
perredistas, los MOLIRENAS o los del CD, habían jugado un excelente papel.
Para mí, el país estaba por encima de los partidos y las ideologías.

Aixa de Quintero, por ejemplo, una educadora con 35 años de servicio,
que no era panameñista ni CD, capaz y diligente, era la secretaria general del
Ministerio; para algunos, este era un cargo político por lo cual, en reiteradas
ocasiones, me pidieron que la destituyera. Esa no era razón para mí.

Esa mañana, sin decirles nada, me levanté de mi silla, tomé las cartas de
renuncia de los panameñistas y, ante ellos, sin abrirlas siquiera, las rompí.

—Ninguno está en su puesto por ser panameñista, sino por sus
competencias personales. Vuelvan al trabajo, de lo contrario si perderán sus
puestos —les dije.

Pero la fiesta apenas empezaba. En los días siguientes, la temática en el
Gobierno de Martinelli se redujo a quién se reunía con quién, quién le llevaba
la información a la nueva oposición. Los chismes se multiplicaron hasta
desembocar en una especie de epidemia. Era como si los expulsados pasaran

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