The words you are searching are inside this book. To get more targeted content, please make full-text search by clicking here.
Discover the best professional documents and content resources in AnyFlip Document Base.
Search
Published by mauroluri, 2023-04-03 08:35:17

antologia2012

antologia2012

51 Problemas, preocupaciones, hambre y otras delicias, era lo único que sobraba en la escuela. Los seiscientos alumnos en su gran mayoría pertenecían a familias muy humildes, con poder adquisitivo nulo, lo que dificultaba sobremanera la enseñanza artística. En cada uno de los quince grados asignados tenía una hora semanal y sus chicos, empujados por tanta carencia, se estaban especializando en pintar en blanco y negro, a puro lápiz y a veces ni eso podían hacer, porque entre dicho elemento y un kilo de harina, optaban por lo último. Confiaba de todas maneras en que en algunos germinara la semilla de la suerte que les permitiera escaparse de la vida indigna que les había tocado. Su mayor frustración era no poder rimar arte y belleza con los cuchillos de la miseria. A poca distancia de su casa vivía una joven que la tuvo como alumna desde el cuarto grado, donde había comenzado a mostrar una gran plasticidad para cualquier tipo de danza y en las actividades manuales se manejaba como si hubiera llegado al mundo con una tijera o un pincel en la mano. Se destacaba en todo lo que hacía, aunque en el fondo de sus grandes ojos oscuros, había una indefinida llama de tristeza. Su madre era empleada doméstica y su padre jamás se hizo cargo. Su hermano mayor, con idénticas condiciones para el arte, soñaba con ir a la universidad, tras un título de bellas artes, aunque tuvo que conformarse luego con su ingreso a la Escuela de Suboficiales de la Prefectura Naval, donde al poco tiempo tuvo sueldo y trabajo asegurado. Cuando ella nació, morochita y arrugada, su madre recordó haA Valeria Lara Macarena Marcelo Moreyra


52 ber escuchado que por algún lugar del mundo se veneraba a una Virgen morena, cuyo nombre le pareció el mejor para su beba: Macarena, quien creció amarrada a una extensa cadena de sueños de niña pobre, que aumentaron desbocadamente al acercarse a los quince años. Se ilusionaba con que su madre acertaría por gracia de Dios, uno de los tantos juegos de azar de millonarios premios. Entonces tendría su fiesta en el salón más lujoso, donde llegaría en un coche descapotable y el hermano la esperaría para ofrecerle su brazo y avanzarían juntos por las interminables escalinatas revestidas de globos y flores. Una gran orquesta de renombre llenaría de magia el aire con los inconfundibles acordes de un vals, que según le dijeron, debía ser el Danubio azul. A su banquete estarían invitados todos los chicos, cuyas casas se colgaban a lo largo de las débiles y traicioneras costas del Arroyo Tacuara y a quienes no tuvieran la ropa adecuada para la ocasión, se los compraría ella. La torta tendría tantos pisos que rozaría las arañas del techo. Bailarían hasta el amanecer y según las costumbres de la gente adinerada, cuando el sol fuera acariciando las copas de los árboles, mandaría servir un reconfortante desayuno para sus centenares de invitados. Toda la semana había llovido y Corvalán, luego de escuchar el pronóstico para el sábado, comenzó a sentir una gran bronca e impotencia. Maki, como la llamaban sus amigos, se pasó a las corridas los últimos días, como sosteniendo con los dedos su corazón de golondrina traviesa. Una tía costurera le regaló un simple vestido blanco, sin perlas ni adornos y una compañera del octavo año le prestó los zapatos de taco alto de la hermana. Un tío suyo, propietario de una discoteca con la que animaba eventos sociales por la amplia franja de las villas, le ofreció el patio de su casa para la fiesta quinceañera. Las invitaciones las rellenaron a mano, con bolígrafo azul, pero ella estaba feliz porque iba a tener invitados para festejar. Profe, usted no puede faltar, le había dicho, y llévela a su hija más chica y no se preocupe por el regalo. A últimas horas de la tarde, alocados nubarrones, como gigantescos cuervos hambrientos, comenzaban a subir desde la franja de selva gris-azulada de la costa paraguaya. En la estrecha galería se armó una larga mesa de tablones, forrados con papeles de colores, donde se ubicaron luego los emparedados, las empanadas y galletitas con picadillo, además de jarras de jugo, botellas de gaseosas y cervezas y como presidiendo uno de los extremos, la torta de dos pisos que encargara su madre, con coloridos detalles azucarados. Entrando ya la noche y antes de la música, el único sonido que


53 inundaba el lugar de manera creciente, era el amenazante y amargo murmullo del arroyo, a pocos metros, apenas cruzando la pantanosa calle. Comenzaron luego los ritmos tropicales pero también las gotas en el techo de zinc, presagiando una fuerte lluvia. Ella había soñado y esperado tanto su fiesta que no estaba dispuesta a suspenderla aunque apareciera un tornado, tal como se lo manifestó a su tía. Su hermano, el flamante Cabo, había conseguido una breve licencia porque debía ser el primero en bailar con ella, suplantando al padre ausente. Mientras tanto, desde el patio de tierra comenzaba a subir una caliente humedad, como si fuera el hálito del algún fabuloso animal de las profundidades, o como si extraños designios estuvieran gestándose bajo la superficie de la improvisada pista, para tragarlos a todos al terminar de despertarse. Cuando ya estaban listos para la danzarina ceremonia, una suave e intermitente lluvia se presentaba en sociedad. La muchacha, rebosante de alegría, no se amilanó por ello. Entró a la casa, de donde regresó con una despintada sombrilla y tomando de la mano a su hermano, ordenó música maestro. Cadenciosos círculos fueron dibujándose bajo el agua, donde los compases se mezclaban con el desafinado acompañamiento orquestal del techo metálico. Sobre las cabezas de los bailarines, entre las finas agujas que caían del firmamento, la sombrilla era una mariposa herida, gastando las últimas energías. Los zapatos se fueron mimetizando con el suelo movedizo y los bordes de su vestido comenzaron a recibir inesperados ornamentos con gotitas de lodo, que trepaban buscando los relámpagos de su cintura y sus secretos de doncella. Ojos incrédulos contemplaban la escena, como si estuvieran asistiendo a los conjuros de ancestrales chamanes, bailando en el barro e invocando a dioses desconocidos y poco a poco, sin que ella los indujera, sus amigos se fueron animando y las parejas, multiplicándose desordenadamente, desafiando al mal tiempo, aunque ya no había sombrillas ni paraguas. Corvalán contemplaba conmovido el peculiar escenario de marionetas acuáticas, pensando y deseando que esa lluvia les lavara y purificara de la maldita pobreza. El dueño de casa ya había comenzado a brindar desde temprano y una vez más llevó la oscura botella a su boca. Luego de algunos gritos, como para animarse, decidió que ya era hora de bailar con su sobrina. En uno de los giros fueron a parar al suelo, sellando su ancha espalda, como una bolsa de cualquier cosa. Le brillaban los ojos y los dientes en medio de la escasa luz. Se recompuso un poco y arremetió nueva-


54 mente, ¡Feliz cumpleaños, mi hija, que el Señor te bendiga!...!Alegría… Alegría! gritaba, bamboleando sus gruesos labios entre las serpenteantes paredes transparentes, como un caballo enloquecido tratando de morder las implacables ráfagas de lluvia. La original reunión no podía terminar de otra manera que no fuera con todos sus participantes saltando y arrojándose puños de lodo, revolcándose en el suelo, riendo hasta morirse. El discreto profesor llegó a la conclusión de que no podía quedar fuera del pagano bautismo: mientras el inagotable vals continuaba, él también salió con su alumna al bullicioso ruedo, aunque no pudo evitar que una risa fingida se descolgara en su rostro. Mientras intentaba vanamente protegerla en su pecho, sentía una angustia sin límites. Ay, Macarena, pensaba, esto no es justo, mientras la camisa se iba volviendo parte de su piel. La joven, como un mojado gorrión recién liberado, siguió divirtiéndose hasta la madrugada. El pintor y su hija, de regreso a casa y sin poder articular palabra, caminaban de la mano, con la mirada fija en el frío y brillante asfalto, que iba desplegando a sus pies, una larga alfombra de chispas leves.


55 Problemas, preocupações, fome e outras delicias, era o único que sobrava na escola. Os seiscentos alunos em sua maioria pertenciam a famílias muito humildes, com poder aquisitivo nulo, o que dificultava sobremaneira o ensino da artística. Em cada um dos quinze graus designados tinha uma hora semanal e seus meninos, puxados por tanta carência, estavam-se especializando em pintar em branco e negro, a puro lápis e às vezes nem isso podiam fazer, porque entre este elemento e um quilo de farinha, optavam pelo último. Confiava de todas as maneiras em que em alguns germinara a semente da sorte que lhes permitisse fugir da vida indigna que lhes tocara. Sua maior frustração era não poder rimar arte e beleza com as facas da miséria. A pouca distância de sua casa vivia uma moça que foi sua aluna desde o quarto grau, onde tinha começado a mostrar uma grande plasticidade para qualquer tipo de dança e nas atividades manuais se desempenhava como se tivesse chegado ao mundo com uma tesoura ou um pincel na mão. Destacava-se em tudo o que fazia, embora no fundo de seus grandes olhos escuros, havia uma indefinida chama de tristeza. Sua mãe era empregada doméstica e sue pai jamais se tomou conta. Seu irmão maior, com idênticas condições para a arte, sonhava com ir à universidade, atrás de um título de belas artes, embora tivesse que conformar se depois com seu ingresso à Escola de Suboficiais da Prefeitura Naval, onde tempo depois teve salário e trabalho seguros. Quando ela nasceu, moreninha e enrugada, sua mãe recordou ter ouvido que por algum lugar do mundo se venerava a uma Virgem morena, cujo nome lhe pareceu o melhor para seu bebê: Macarena, quem cresceu amarrada a uma extensa cadeia de sonhos de menina pobre, que aumentaram desbocadamente ao aproximar-se aos quinze anos. Iludia-se com que sua mãe ganharia pela graça de Deus, um dos tantos jogos de azar de milionários prêmios. Então teria sua festa no salão mais luxuoso, aonde chegaria num carro descapotável e o irmão Macarena A Valeria Lara Marcelo Moreyra


56 a esperaria para oferecer-lhe seu braço e avançariam juntos pelas intermináveis escadas revestidas de balões e flores. Uma grande orquestra de renome invadiria de magia o ar com os inconfundíveis acordes de uma valsa, que segundo lhe disseram, devia ser o Danúbio azul. A seu banquete estariam convidados todos os rapazes, cujas casas se penduravam ao longo das deveis e traiçoeiras costas do Arroio Taquara e a quem não tivesse a roupa adequada para a ocasião, ela se a compraria. O bolo teria tantos andares que roçaria as aranhas do teto. Dançariam até o amanhecer e segundo os costumes das pessoas ricas, quando o sol fosse acariciando as copas das árvores, mandaria servir um reconfortante café da manhã para suas centenas de convidados. Toda a semana tinha chovido e Corvalán, depois de ouvir o prognóstico para o sábado, começou a sentir uma raiva e impotência. Maki, como a chamavam seus amigos, passou ocupada os últimos dias, como segurando com os dedos seu coração de andorinha sapeca. Uma tia costureira lhe deu de presente um simples vestido branco, sem perolas nem enfeites e uma colega do oitavo ano lhe emprestou os sapatos de salto alto da irmã. Um tio seu, proprietário de uma discoteca com a que animava eventos sociais pela ampla faixa das vilas, ofereceu-lhe o pátio de sua casa para a festa de quinze. Os convites se preencheram a mão, com caneta azul, mas ela estava feliz porque ia ter convidados para festejar. “Profe”, o senhor não pode faltar, disse-lhe, e leve a sua filha caçula e não se preocupe pelo presente. Nas últimas horas da tarde, malucos nimbos, como gigantescos corvos famintos, começavam a subir desde a faixa de selva cinza-azulada da costa paraguaia. Na estreita varanda se instalou uma longa mesa de tábuas, forradas com papeis de cores, onde se colocaram depois os sanduiches os pastéis e bolachas com patê, além de jarras de suco, garrafas de refrigerantes e cervejas e como presidindo um dos extremos, o bolo de dois andares que encarregara sua mãe, com coloridos detalhes açucarados. Entrando já a noite e antes da música, o único som que inundava o lugar de maneira crescente, era o ameaçante e amargo murmúrio do arroio, a poucos metros, apenas cruzando a pantanosa rua. Começaram depois os ritmos tropicais, mas também as gotas no teto de zinco, pressagiando uma forte chuva. Ela havia sonhado e esperado tanto sua festa que não estava disposta a suspendê-la embora aparecesse um tornado, tal como se o manifestou a sua tia. Seu irmão, o reluzente Cabo, havia conseguido uma breve licencia porque devia ser o primeiro em dançar com ela, suplantando ao pai ausente.


57 Enquanto isso, desde o pátio de terra começava a subir uma quente umidade, como se fosse o hálito de algum fabuloso animal das profundidades, o como se estranhos desígnios estivessem gestandose baixo a superfície da improvisada pista, para engoli-los a todos ao terminar de despertar-se. Quando já estavam prontos para a dança cerimonial, uma suave e intermitente chuva se apresentava em sociedade. A moça, cheia de alegria, não se desanimou por isto. Entrou à casa, de onde voltou com um despintado guarda-chuva e tomando da mão a seu irmão, ordenou música mestre. Cadenciosos círculos foram desenhando-se baixo a água, onde os compasses se misturavam com o desafinado acompanhamento orquestral do teto metálico. Sobre as cabeças dos bailarinos, entre as finas agulhas que caiam do firmamento, o guarda-chuva era uma borboleta ferida, gastando as últimas energias. Os sapatos se foram mimetizando com o chão movediço e os bordes de seu vestido começaram a receber inesperados ornamentos com gotinhas de lodo, que ascendiam buscando os relâmpagos de sua cintura e seus secretos de donzela. Olhos incrédulos contemplavam a cena, como se estivessem assistindo aos conjuros de ancestrais xamãs, dançando na lama e invocando a deuses desconhecidos e pouco a pouco, sem que ela os induzisse, seus amigos se foram animando e os casais, multiplicando se desordenadamente, desafiando ao mal tempo, embora já não houvesse guarda-chuvas. Corvalán contemplava comovido o peculiar cenário de marionetes aquáticas, pensando e desejando que essa chuva lhes lavara e purificara da maldita pobreza. O dono de casa já havia começado a brindar desde cedo e uma vez mais levou a escura garrafa a sua boca. Depois de alguns gritos, como para animar-se, decidiu que já era hora de bailar com sua sobrinha. Em um dos giros foram a parar ao chão, dando suas largas costas, como uma sacola de qualquer coisa. Brilhavam-lhe os olhos e os dentes em meio da escassa luz. Recompôs-se um pouco e arremeteu novamente, Feliz aniversário, minha filha, que Deus te abençoe...! Alegria!… Alegria! Gritava, bamboleando seus grossos lábios entre as ondulantes paredes transparentes, como um cavalo enlouquecido tentando de morder as implacáveis rajadas de chuva. A original reunião não podia terminar de outra maneira que não fosse com todos seus participantes saltando e jogando-se lodo, torcendo-se no chão, rindo até morre. O discreto professor chegou à conclusão de que não podia ficar fora do pagão batismo: enquanto


58 a inesgotável valsa continuava, ele também saiu com sua aluna à buliçosa arena, embora não pôde evitar que um riso fingido se descolara em seu rosto. Enquanto tentava em vão protegê-la em seu peito, sentia uma angustia sem limites. Ah, Macarena, pensava, isto não é justo, enquanto a camisa se ia voltando parte de sua pele. A jovem, como um molhado pardal recémliberado, continuou divertindo-se até a madrugada. O pintor e sua filha, de regresso a casa e sem poder articular palavra, caminhavam da mão, com o olhar fixo no frio e brilhante asfalto, que ia desdobrando a seus pés, um longo tapete de chispas leves.


59 Jepy’apy, momba’éguasu, ñembyahýi ha ambue héva oîva mante hemby mbo’ehaópe. Poteî sa temimbo’e kuéra apytépe, oîmi heta oúva ogamboriahúgui ikatuŷva omba’ejogua, upévare ta’ângahaikuaa ñembo’éuka hasyeterei. Papo mbo’esyrýpe che ambo’érâme aguereko aravo peteî arapokoîndy pukukuépe ha mboriahu mitânguéra apytépe, oñeha’âvami ombopara morotî ha hûme hairehevénte. Ha sapy’a ndikatúiri hikuái upéa jepénte ojapo, avatimirîku’i oikotêve véva oiporavógui. Ajeroviámi jepevénte hokyha’arâ ipo’a kuéra ikatuhaĝuâicha osê tekove mboriahúgui. Hasývéva ichupe ha’e ndikatúivaha mboriahu’apî kysére ombojoja ta’ângahaikuaa porângue. Aĝuieténte oikove peteî kuñataî hemimbo’éakue irundy mbo’esyrýguive, upéramo oñepyrûma ohechauka tetepyu opavave jerokykuérape ha ojapokuaámi heta mba’e jetapa ha hai reheve, hesekuérndi oheñói akuéicha. Oimeraê mba’e ojapóvape ojehecharamo, jepéramo hesa hûngy pypukukuépe oîva imba’embyasy. Isy omba’apo ogapype rembiapópe jejokuáipýpe ha itúva katu araka’eve nodejehechái akue. Hyke’y tenonde, oîva avei ta’ângahaikuaarâme, ohose akue oñemoaranduka arandu oñembo’ehápe, jepemaramô oho ipahápe Tahachikuéra iñangarekoha mbo’ehaópente, omba’apo pya’eve haĝuâicha ha mbyky hàpe. Heñóirô ĝuare, hû ha chaîmi, isy imandua oîva peteî Tupâsy hûmi oñembojeroviávare, ha ombohéra imembýpe upéichaite. Makarena okakuaa mboriahu apytépe. Oñemoaĝuîmáramo ohóvo ipapo ary, oimo’â katuvéntema isy ipo’átaha ha oñehepyme’êta ichupe. Aipóramo oguerekóta vy’a guasu ikatéva, oĝuahêtahápe mba’eryru ikatevévape ha tyke’y tenonderéndi oikéta ohóvo jejupi hárupi, ijeguakávare mba’e apu’a ha yvotýgui. Upéi oñehendúta pumbasy “vals” ojeheróva “Danubio Azul”. Karuguasu hápe ĝuarâ ojeipepirûta mitârusu kuérape, oikóva ysyry Takuara rembe’ýpe ha ndaijaóivape upêro ĝuarâ, ha’énte Makarena Marcelo Moreyra


60 ojoguáne. Mbujape he’ê tuicháva ârâ. Ijyvate ârâ. Ko’ê peve ojejerokýne heta mba’e oguereko háicha, ha osêmarô kuarahy omorambosayka ârâ umi heta iñepepirûha kuérape. Heta oky pe arapokôindy pukukuére ha Corvalán, ohendu rire arahau’vô arapokôime ĝuarâ, oñepyrûma ipochy ha oñandu mbarete’ŷ. Maki, oheróva háicha iñangirûnguéra apytépe, ñanipyrémape oiko araapy pahápe, iñe’â ojokóramo ĝuáicha mbyju’i pyta’ŷ ikuânguérare. Peteî ipehêngue aombovyvyhára jopóipe ome’ê chupe peteî sái morotî, ijeguaka’ŷetéva ha peteî iñirû mbo’esyry poapy hágui oipuruka chupe sapatu pytâ ijyvatéva, tyke’yre mba’éva. Peteî ipehêngue oguerekóva mba’epu guasu omokyre’ŷva churuchuchu guasu oî hárupi, oikuave’ê ichupe hóga korapy ojapo haĝuâ aty guasu hi’arambotýre. Ha’ekuérante ohaiha kuatia ñepepirûha hovývape, jepeve ha’e ovy’áva oguereko haguére oipepirû haĝuâ. Mbo’ehára: ndaikatúi nereiméi, he’i kuri chupe, ha egueraha kena nde rajy michîvévape ha anirejepy’apy jopóire. Ka’aru aravopahárupi oñepyrû ijaraihûmbaite, yryvu ñembyahýicha ojupi hûngyhovyû ka’aguy pehenguégui Paraguay rembe’ýre ojáva. Ogapepoguy po’ípe oñemoî karuha yvyrapégui oñemboapéva kuatia parápe, hiári oñemohenda tembi’u ha oîva je’y’urâ, ha mbujape he’ê arambotýregua ojeguakáva mba’e he’ê ku’ígui, ojapokáva isy, oñemoî ijapýrape. Oĝuâhêmarô pyhare mba’epu mboyve, peteî añónte ipu ha okakuaáva ohóvo ha’e ysyry ijayvu chororóva oha’âva mborópe, aĝuieténte oîva tavarape itujúva jehasávo. Oñepyrûmarô ipu umi “ritmos tropicales” ojeheróva, avei oñehendúma otyky ogahojáre. Amaguasu ojehauvôma. Ha’e heta oha’ârô akue iñaramboty ha nomboare mo’âi arâ jepémarô ou amayvytu hatâ reheve, he’ì haguéicha isy’ípe. Hyke’y, Kavo Pyahu, ou ra’ê ojehejágui hembiapohápe, ojeroky haĝuâicha tenondetépe hendive, itúva rekoviare. Upe aja korapýpe yvýgui oñepyrúma ojupi he’ô haku timbóva, mymba ñeimo’aŷva pytúicha yvy pypukukuégui osêtáva, térâ mba’e ndajaikuaáiva oñepyrûma yvyvýpe ohóvo ha oñeha’âtava omokô opavavépe opáy rire. Oñepyrútarô jeroky, okypotáma avei. Mitakuña, vy’a pavême, ndoguevíri. Oike ogapýpe ha ojevy peteî ama mo’âha oje’opávare ha oipopyhy hyke’ýpe, ojerure mba’epu. Mba’epuasy ojehe’áma purysy jojápe amaguasúre ho’áva ogahoja ári. Ojeroky’akuéra akâ ári, ju po’ícha yvágagui ho’a, kuarahy mo’âha


61 ñemo’â panambi oñemoko’ôiva omanombotávaicha. Isapatu kuéra ojehe’áma ohóvo yvyku’i oku’éva rehe, ha isáijere oñemongy’a amandy ku’íre ha tuju rehe, ojupíva ikuáre ohekávaicha ikuñataî ñemi. Tesakuéra jerovia’ŷva omaña joa ojehúvare, oîramô guáicha paje ypykuéra tujukuápe ojerokyhápe ohenóivaicha imoña kuérape, mbegue katúpe, Ha’e he’iŷre, iñangirûnguéra oñemokyre’ŷ ohóvo ha ava ha kuña omoñemoña sarambihàpe, aravai oporohekávaicha, jepemaramô ndaiporivéima kuarahy mo’âha ha ama mo’âha. Corvalán pirîmbápe oma’ê hekoha’eño ojehúvare ypegua ra’ângáicha, ha py’a mongetápe hi’âvéntema chupe upe ama ojohéi ha ojohýi avei mboriahúgui aña ichupekuéra.


62


63 Llegaron como en tropel, pero de pronto silenciaron los pasos alrededor de la tapera y daba la impresión de que jugaban a la escondida. La tapera parecía apenas más alta que ellos y sentado allí, sobre un catre de tacuaras, Oscar picaba tabaco de un rollo ennegrecido y raquítico. El más corpulento encogió la mole para mirar a través de la única abertura. En el piso de tierra vio las tres cacerolas, grande, mediana y chica, e impartió a los otros dos la orden de detención. Oscar no dijo una palabra. Le colocaron un lazo en el cuello, sin ajustar el nudo, y el otro policía recogió las ollas. El sargento dijo: “Por el camino principal. Antes de ir al destacamento daremos una recorrida.” Los tres montaron en sus cabalgaduras dispuestos a moverse al paso. Ninguno sonrió. Adelante iba Oscar, unido a las manos del primer agente por el lazo, de cuero trenzado y superficie suave y engrasada. Después, el segundo agente, con los cacharros, y detrás, Rocasagasta, el sargento, encendiendo un cigarrillo Fontanares. Los tres pares de botas, muy lustradas, contrastaban con la media docena de cascos, opacos pero chirriantes. El detenido, un tape de unos treinta años, calzaba alpargatas bigotudas y con doble agujero contra los dedos gordos. Rocasagasta imaginó el recorrido: dos leguas y una veintena de casas, la mayoría ranchos, orillando sus trillos de acceso al camino principal. Hora: las diez de la mañana de ese domingo caluroso. De cada rancho saldrían niños harapientos, bostezando, y detrás, sus padres, también bostezando entre mate y mate. El anciano Recordando a Marcial Toledo


64 “La comitiva se presentará en cada uno de los domicilios –gritó de pronto-, salvo que yo disponga lo contrario. El detenido, en voz alta saludará a los dueños de casa, agregando: señor fulano, señora sultana, tuve una debilidad, robé estas ollas, ahora estoy preso, hasta luego señor fulano, hasta luego señora sultana. Explíquenle bien al detenido, hasta que aprenda la frase. Por último pasaremos por el domicilio del denunciante para que declare bajo juramento si las cacerolas le pertenecen. No hay más instrucciones. A moverse con cautela. Y no olvidar que no es motivo de risa”. Algunos bigotes tenían dientes y las caras un par de ojos, en regular estado, lagañosos y aburridos. Al comienzo la comitiva se detenía frente a cada trillo y el primer agente titubeaba por instantes. Después, recordando las instrucciones, un toque casi imperceptible de lazo determinaba la curva. El preso golpeaba las manos tratando en vano de recordar el nombre de los vecinos, y entonces, cuando salían, musitaba “señor”, “señora”, decía la frase y señalaba finalmente con el índice las cacerolas de aluminio. Después del quinto trillo llegaron al arroyo López y el agente miró al jefe como requiriendo instrucciones: ¿por las piedras?, ¿por el agua?, ya que los peatones cruzaban por un costado, saltando y haciendo pie sobre piedras y troncos que volvían a colocarse allí después de cada creciente, y los jinetes directamente por el agua. Rocasagasta indicó con un gesto la segunda alternativa y todos penetraron en el arroyo, donde debieron detenerse porque los caballos decidieron beber. Lo hacían en cada arroyo como una costumbre inveterada, dando tiempo al jinete para encender un cigarrillo o echar un profundo bostezo. Por un momento los agentes se volvieron a Rocasagasta porque a un centenar de metros estaba la escuela y allí no había trillo sino una especie de explanada que se confundía finalmente con el patio del establecimiento. ¿Qué hacer? ¿Debía la comitiva repetir el `procedimiento ante la familia del director o cruzar con total indiferencia rumbo al próximo sendero? El sargento lanzó una bocanada densa. Estaba como fatigado pero no podía permitirse un bostezo, allí frente a sus inferiores. Explicó que en ese procedimiento solo le interesaban los trillos e iba a repetir que no había más instrucciones cuando, al volverse los tres hacia el lugar donde estaba el detenido, no vieron ya su menguada figura sino apenas el arco del lazo flotando en la parte más calma del arroyo. Ni una burbuja, ni un rastro, nada, apenas el leve movimiento circular provocado por las fauces sedientas de los caballos al beber en


65 la superficie del arroyo. Más allá el camino continuaba, la tierra roja y seca también, intacta, sin rastros de alpargatas mojadas, sin una vieja alpargata perdida al correr, sin la sombra de nadie transitando, y al costado el monte espeso, callado a esa hora como colocando un muro de frescor contra el asedio del sol hiriente. ¿Qué ocurría? Bajo el agua no podía estar. Nadie se acuesta sobre el lecho de un arroyo, con un metro de agua encima, como si tal cosa. Movieron nerviosamente sus cabalgaduras. El agua del arroyo comenzó a enturbiarse. Pisotearon por todas partes con frenesí, ya recogido el lazo inútil. Los caballos llegaron a relinchar molestos por el capricho de los jinetes. De pronto estos resolvieron regresar a la tapera del muchacho, al galope, lo aguardarían allí, era el único lugar al que seguramente volvería alguna vez. Contaron de pasada los senderos y recordaron la lenta marcha por lugares secos, en este verano polvoriento y abrasador, como fueron los de todos estos últimos años, el mismo paisaje, gente bostezando, ladridos de perros mansos y sarnosos, cuánto tiempo así, solo las ceremonias tenían algún sentido, las fiestas patrias, las cuadreras, los bautismos, los entierros. Galoparon hasta la tapera y de nuevo se acercaron como jugando a la escondida, pero esta vez con las ollas en la mano. Cuando el sargento se inclinó junto a la puerta lo vio allí, sentado en el catre de tacuaras, picando tabaco negro, indiferente. Solo que no era el mismo de hacía unas horas (¿horas?, ¿meses?, ¿años?) sino un anciano achacoso, con la misma talla, cuerpo y facciones, pero la cabellera completamente blanca y con arrugas profundas en el rostro. Hasta luego, don Oscar, dijo Rocasagasta y buscó ansiosamente la cabalgadura para emprender el regreso. Hoy no pasó nada, gritó a sus inferiores. No hubo procedimiento alguno. Dejen esas ollas en la tapera y marchando. Los jinetes se alejaron al trote en la mañana calurosa de un domingo y frente a cada sendero trataban fugazmente de evocar una dudosa ceremonia. (De: “La tumba provisoria”. Edit. Indice. Bs. As. 1985)


66 Chegaram como em tropel, mas de repente silenciaram os passos ao redor da tapera e dava a impressão de que brincavam de esconde-esconde. A tapera parecia apenas mais alta que eles e sentado ali sobre um catre de taquaras, Oscar picava tabaco de um rolo enegrecido e raquítico. O mais corpulento encolheu o bloco para olhar a través da única abertura. No chão de terra viu as três panelas, grande, mediana e pequena, e deu aos outros dois a ordem de detenção. Oscar não diz uma palavra. Colocaram-lhe um laço no pescoço, sem ajustar o nó, e o outro policial juntou as panelas. O sargento diz: “Pelo caminho principal. Antes de ir ao destacamento daremos uma recorrida”. Os três montaram em suas cavalgaduras, dispostos a mover-se ao passo. Nenhum sorriu. Na frente ia Oscar, unido às mãos do primeiro agente pelo laço, de couro trançado e superfície suave e engraxada. Depois, o segundo agente, com a louça, e detrás, Rocasagasta, o sargento, ascendendo um cigarro Fontanares. Os três pares de botas, muito lustradas, contrastavam com a meia dúzia de cascos opacos, mas chiantes. O detido, um tape de uns trinta anos, calçava alpargatas e com duplo buraco contra os dedos gordos. Rocasagasta imaginou o recorrido: duas léguas e uma vintena de casas, a maioria ranchos, na beira dos seus trilhos de acesso ao caminho principal. Hora: as dez da manhã de esse domingo caloroso. De cada rancho sairiam crianças em farrapos, bocejando, e detrás, seus pais, também bocejando entre mate e mate. “A comitiva se apresentará em cada uma das casas - gritou de repente-, caso que eu disponha o contrario. O detido, em voz alta cumprimentará aos donos de casa, acrescentando: senhor fulano, senhora fulana, tive uma debilidade, roubei estas panelas, agora estou preso, até logo senhor fulano, até logo senhora fulana. Expliquem-lhe bem ao detido, até que aprenda a frase. Por último passaremos pelo domiciO Ancião Recordando a Marcial Toledo


67 lio do denunciante para que declare sob juramento se as panelas lhe pertencem. Não há mais instruções. A mover-se com cautela. E não esqueçam que não é motivo para rir”. Alguns bigodes tinham dentes e as caras um par de olhos, em regular estado, remelosos e chatos. No começo a comitiva se detinha na frente de cada trilho e o primeiro agente titubeava por uns instantes. Depois, recordando as instruções, um toque quase imperceptível do laço determinava a curva. O preso batia as mãos tentando em vão recordar o nome dos vizinhos, e então, quando saiam, sussurrava “senhor”, “senhora”, dizia a frase e assinalava finalmente com o dedo indicador as panelas de alumínio. Depois do quinto trilho chegaram ao arroio López e o agente olhou ao chefe como pedindo instruções: pelas pedras? Pela água? Já que os pedestres cruzavam por um lado, saltando e fazendo pé sobre pedras e troncos que voltavam a colocar-se ali depois de cada crescente, e os ginetes direitamente pela água. Rocasagasta indicou com um gesto a segunda alternativa e todos penetraram no arroio, onde deveram deter-se porque os cavalos decidiram beber. Faziam-no em cada arroio como um costume inveterado, dando tempo ao ginete para ascender um cigarro ou dar um profundo bocejo. Por um momento os agentes se voltaram a Rocasagasta porque a uns centos de metros estava a escola e ali não havia trilho senão uma espécie de explanada que se confundia finalmente com o pátio do estabelecimento. O que fazer? Devia a comitiva repetir o procedimento diante da família do diretor ou cruzar com total indiferença rumo á próxima vereda? O sargento lançou uma exalação densa. Estava como fatigado, mas não podia permitir-se um bocejo, ali na frente a seus inferiores. Explicou que em esse procedimento só lhe interessavam os trilhos e ia a repetir que não havia mais instruções quando, ao voltar-se os três para o lugar onde estava o detido, não vieram já sua minguada figura senão apenas o arco do laço boiando na parte mais calma do arroio. Nem uma bolha, nem um rastro, nada, apenas o leve movimento circular provocado pelas fauces sedentas dos cavalos ao beber na superfície do arroio. Mais adiante o caminho continuava, a terra vermelha e seca também, intata, sem rastros de alpargatas molhadas, sem uma velha alpargata perdida ao correr, sem a sombra de ninguém transitando, e ao lado a mata espessa, calada a essa hora como colocando um muro de frescor contra o assédio do sol feridor. O que acontecia? Baixo a água não podia estar. Ninguém se deita sobre o leito de um


68 arroio, com um metro de água em cima, como si tal cosa. Moveram nervosamente suas cavalgaduras. A água do arroio começou a turvarse. Pisaram por todas as partes com frenesi, já recolhido o laço inútil. Os cavalos chegaram a relinchar incômodos pelo capricho dos ginetes. De repente estes resolveram regressar à tapera do rapaz, ao galope, o esperariam ali, era o único lugar ao que seguramente voltaria alguma vez. Contaram de passada as veredas e recordaram a lenta marcha por lugares secos, em este verão empoeirado e abrasador, como foram os de todos estes últimos anos, a mesma paisagem, gente bocejando, latidos de cachorros mansos e sarnosos, quanto tempo assim, só as cerimônias tinham algum sentido, as festas pátrias, as carreiras de cavalos, os batismos, os enterros. Galoparam até a tapera e de novo se aproximaram como brincando de esconde-esconde, mas esta vez com as panelas na mão. Quando o sargento se inclinou junto à porta o viu ali, sentado no catre de taquaras, picando fumo negro, indiferente. Só que não era o mesmo de fazia umas horas (horas?, meses?, anos?) senão um ancião abatido, com a mesma talha, corpo e facções, mas o cabelo completamente branco e com rugas profundas no rosto. Até logo, Seu Oscar, diz Rocasagasta e buscou ansiosamente a cavalgadura para empreender o regresso. Hoje não aconteceu nada, gritou a seus inferiores. Não houve procedimento nenhum. Deixem essas panelas na tapera e marchando. Os ginetes se afastaram ao trote na manhã calorosa de um domingo e frente a cada vereda tentavam fugazmente de evocar uma duvidosa cerimônia. (De: “La tumba provisoria”. Edit. Indice. Bs. As. 1985)


69 Py’ambúpe okoi hikuái, jepemarô sapy’a omokirirî ipyrûnguéra tape jerére ha ñemo’â vaicha kañy hápe oñembosarái. Távarendakue ijyvatemivénte vaicha chuguikuéra oguapývo inimbe takuára ári, Oscar omongu’i petŷ, petŷ mba’eryru chavígui ijape ñemohûmbáva. Hete guasuvéva oñemokuruchî omaña haĝuâ peteîeténte ipa’û hàrupi óga yvypýpe yvývagui ohecha mbohapy japepo, michî, mbytere ha tuicháva, ha omomarandu ambue mokôime ojejokoha arâ. Oscar nde’íri mba’eve. Ojura hikuái ichupe, ñapytî kangýme, ha ambue tahachi ombyaty japepokuéra. Mburuvichave he’i: “Tape oñemotenonde hárupi jaha mboyve tahachi ñemohendáme, ñaikundaháta tape.” Mohapy ojupi kavaju ári ha ojuehetére omymýi ohóvo. Mavave ndo pukavýi. Tenonderâ ohóva Oscar, juajúpe isâgui, vakapígui oñopêva ijapè hu’û ha oñemoñandývakue, peteî tahachindie Chugui rire, mokôiha tahachi, ijapepo atyreheve, ha takykuépe, Rocasagasta, tahachi mburuvicha kuéra, omyandy jave peteî petŷ kuatia timbo “Fontanares”. Mbohapy kôijovái pypireao overáva, ojoavy poteî akâ’o’atâgui overa’ŷva, jepema ochîarô. Ojejoko petî výrope. Mbohapy pa aryrupi oguerekóva, ipyryru havijupáva ha ikua mokôiva ipysâ guasu jovái oja hápe. Rocasagasta oñemoha’ângáma tapeguataha: Tape puku mokôi, mokôi pa ógakuéra, heta tapŷi ijapytépe ha tape’ive tape tenonde rembe’ýre. Pa aravo: pyhareve jave. Arateî, araakúpe. Tapŷi kuéragui osêse mitânguéra poriahu, jejurupe’ahápe ha hakykuéri, itúvakuéra jejurupe’ahápe avei, jeka’a’y’u pa’ûme. Oñembohovakéta hikuái, óga peteîteîme -osapukái sapy’a-, nda’éiramô mba’e joavy. Ojejokóva, ñe’ê ahy’o atâme omomaitei arâ ogajára kuérape, ombojoaju arâ: Karai ma’êra, kuñakarai ma’êra, chekangýgui amonda akue ko’â japepo kuéra, ko’áĝa ajejoko, tahána karai ma’êra, tahána kuñakarai ma’êra. Peje porâ, pemomebe’u porâ chupe, Itujáva Recordando a Marcial Toledo


70 oikuaa peve he’ítava. Ipahaitépe jahasa arâ hekokue omombe’u akue rógarupi omombe’u haĝuâicha ñe’êñehenóipe, japepo kuéra imba’eha. Ndaiporivéi mbo’epy. Pemýi jesarekópe. Ha ani oiko tesarái, ndaha’èi japuka haĝuaicha. Peteîteî juru’a oguereko táinguéra ha hova kuéra hesa jovái, oî iporâmbáva, resakeruguáva ha ikueráiva. Oñemombyta ñepyrûme hikuái, , tape’íre oîhápe, sapy’ánte tahachi peteîha iñe’êngu imi. Upéi mbo’epy ñemandu’ápe, peteî ñatôi mosârame haimete oñeñandu’ŷva, he’ise moôrupi oñemokarê arâ tape. Ojejokóva ojepopete imandua’ŷre tavaygua rérare, ha upéramô osê jave hikuái, ñe’ê mbeguépe he’i “karai”; “kuñakarai”, he’i ñe’êapesâ oñembo`´eva kue ichupe ha ikuâme ohechauka japepo aty kuéra. Ohasapa rire poha tapérupi oĝuâhê “López” jeheróva ysyrýpe, tahachi omaña mburuvicháre ohekárô guáicha mbo’epy ¿itaty rupi? ¿y’rupi? Oîva ohasa ijykérupi mante, ita ñepyrû ári, ha yvyra ári opytáva upérupi ysemba rire, ha kavaju ári oikova katuete ohasa y’ári. Rocasagasta ohechauka moôrupi ojeho arâ ha opavave oike ysyrýpe opytahápe hikuái kavajukuéra hoy’u haĝuâicha. Ojapómi upéva ysyrýpe jepiguáicha ojapoháva, kavaju ári oikóva, opita haĝuâicha térâ ojejurupe’a. Upéicha hápe, tahachi kuéra omaña Rocasagasta rehe, aĝuînte upérupi oîva mbo’ehao ha opáma tape, oîramo jepe jeikeha osêva ha ojehe’áva mbo’ehao korapýre. ¿Mba’éicha jejapo arâ? Oñembohovake arâiko mbo’ehao rerekua pehêngue kuérape ojejapoháicha hína, térâ ojehasarei arânte jekuaa’ŷhápe tape ambue gotyo? Tahachi kuéra mburuvicha omotimbo ipukúva, Ikane’o jepéramô ndi katúi ojejurupe’a hopehýiha, hekovoja rovaképe. Oikuaayka upe hembiapópe imba’e guasuháva ha’eha tapa’i añónte, ha he’i jeýta râmoĝuârâ ndoguerekovéimaha mbo’epy, ohechakuaa hikuái noimeiha oñembotýva, térâ ijokuahánte ovevŷimaha ysyrýpe. Ndaipóri tyjúi, ndaipóri hakykuere, mba’eve,y’ ñemongu’énte ohejáva kavaju hoy’uhápe ysyry ape ári. Amovénte tape ha yvypytâ , ikâva avei, pyryrupore akŷ’ŷre, pyryru tuja kañyngueŷre ñaniháme, peteî ta’ânga’ŷre oguatakuévo, ha ijyképe ka’aguy rypy’û kirirî, omoîvaicha yvy atâ ipiroýva kuarahy mohungáva rováipe. Mba’e ojehúva? Y’guýpe ikatu’ŷne oime. Mavave noñeñói ysyry ruguápe. Y’pe oime’ŷne. Omomymýi ikavajurendakuéra, y oñemongy’a râicha. Opyrû hikuái opatenda rupitarova´pe, ombyaty rire mosarâ mba’erei. Kavaju kuéra ipochy tymba árindi oipotarei haguére.


71 Sapy’a oñembopy’a peteî hikuái ojevy jey haĝuâ mitâkaria’y ogakuépe. Upépe oha’ârôta ichupe, upépe mante ojevy jeýne. Oipapa ohóvo tape’i kuéra ha imandu’a guata mbeguépe umi tenda havirupa rupi; kóva ko arahaku ijyvy ku’ipáva ha ikuarahy jopetéva, jepiguáicha arahaku arykuéra pahápe, yvyra’ânga oñemañávare, avajejuru pe’ape kuéra, jagua iñarô’ŷva ha ikaráchapáva guahu. Mbo’y árapa upéicha, pokâ jejapóva imba’e andúva, vy’aha tetâ apoháva kuéragui, kavaju ñeñanikuéra,ñemongarai, ñeñotŷ kuéra. Oho hikuái tapére ógapeve ha oñemoaĝui jey ñembosarái peguáicha, kañýme, ko’âga japepo kuérandi ipópe kuéra. Tahachi Mburuvicha oñembokarape jave okêre ohecha upépe oguapyhápe takuára tupakue ári omongu’i jave petyhû, mba’everô guáicha. Jepe ndaha’éi ha’eakuérâicha ( aravokuéra, jasykuéra arykuéra?) ha’e peteî tujami hete ae reheve hasy’asýva, jepe iñakârague morotîmbaite ha hova icha’îmbáva. Jajo’echa peve, karai Oscar, he’i Rocasagasta ohekahàpe ikavaju renda ojevy jey haĝuâicha. Ko árape mba’eve ndojehúi, osapukáima ipopeguakuérape. Ndoikói mba’eapo peteî. Peheja umi japepo kuéra taperépe ha peguatáke. Tymba árigua oñemomombyrýma guatañaníme pyhareve haku rasávape, arateîme, ha tape’i oîva pe haperâme oñeha’âva pya’ete oñemomandu’a mbopy’a hetápe, peteî apomandu’arâicha. (De: “La tumba provisoria”. Edit. Indice. Bs. As. 1985)


72


73 Guitarra Amiga con manos de mar, Cántaro en donde reposa El agua fresca de la justicia. Donde la libertad Canta con sonido De madera, Glaciares de esperanzas Pasan por tu boca Famélicamente alerta Disipando las miserias. Los misterios de la piedra Lloran en las grutas De las inquietudes. Y tu voz de metralla Se torna recompensa Para la lucha. Poemas Claudio Bustos


74 Machu Pichu Un panal con celdas de estrellas Descubre el antiguo conjuro. Hay una sonrisa literalmente tendida En la infancia milenaria del misterio. Notables geografías estremecen Sus fortunas de esquivas estaturas Y una cumbre con ausencia de pájaros Guarda celosamente su hermosura. La llovizna se desgaja en las laderas Encantada de entrañas maceradas. Amanece a cada instante, todo el tiempo, Por efímeros soles en rodajas. Alzo un brazo y recojo las banderas. Un sombrero cae de mi silueta. Yo me iré de aquí no sé hasta cuándo Por senderos que vuelven a la hoguera. Guerra Un traicionero temblor De pólvora y acero Va marcando las siluetas Como tijeras en la pared De la noche, con sus dudas Con la desnudez propia De las tinieblas. Así avanzan las figuras del hambre En los márgenes de una primavera En desconsuelo, En el amargo pensamiento De los relojes blancos, Como lágrimas que sobrevuelan Los cuerpos de niños


75 Salvajemente abiertos por el viento Donde se refugian las almas Luminosas de la memoria. Escalinatas hacia la libertad Una birome descansa Placenteramente sobre la hoja Hasta hace un rato en blanco. Las imágenes creadas Forman círculos a la deriva Por cascadas en penumbras. Es el ritual de las madrugadas Cuando la vigilia se apodera De las voces en la almohada Tras la sutil palabra. No hay aposentos que contengan Los ruiseñores de la poesía, No hay atuendo ni lágrima Que evite su erupción incandescente. Cuando los umbrales se tornan luminosos Y se puede divisar el infinito Las manos alzan un vuelo incontrolable Y viajo escalinatas hacia la libertad. (De: “Planeta de sílabas”, Asunción, Paraguay 2005)


76 Violão Amiga com mãos de mar, Cântaro em onde repousa A água fresca da justiça. Onde a liberdade Canta com sonido De madeira, Glaciares de esperanças Passam por tua boca Famelicamente alerta Dissipando as misérias. Os mistérios da pedra Choram n as grutas Das inquietudes. E tua voz de metralha Torna-se recompensa Para a luta. Machu Pichu Um favo com celas de estrelas Descobre o antigo conjuro. Há um sorriso literalmente tendido Na infância milenária do mistério. Poemas Claudio Bustos


77 Notáveis geografias estremecem Suas fortunas de esquivas estaturas E um cume com ausência de pássaros Guarda zelosamente sua formosura. O chuvisco se desgalha nas ladeiras Encantada de entranhas maceradas. Amanhece a cada instante, todo o tempo, Por efêmeros sóis em rodelas. Alço um braço e recolho as bandeiras. Um chapéu cai de minha silueta. Eu irei embora daqui não sei até quando Por veredas que voltam à fogueira. Guerra Um traiçoeiro tremor De pólvora e aço Vai marcando as siluetas Como tesouras na parede Da noite, com suas duvidas. Com a nudez própria Das trevas. Assim avançam as figuras da fome Nas margens de uma primavera No desconsolo, No amargo pensamento Das linhas brancas, Como lágrimas que sobrevoam Os corpos das crianças Selvagenmente abertos pelo vento Onde se refugiam as almas Luminosas da memória.


78 Escadas para a liberdade Uma caneta descansa Prazerosamente sobre a folha Ate faz um instante em branco. As imagens criadas Formam círculos à deriva Por cascadas em penumbras. É o ritual das madrugadas Quando a vigília se apodera Das vozes no travesseiro Trás a sutil palavra. Não há aposentos que contenham Os rouxinóis da poesia, Não há vestimenta nem lágrima Que evite sua erupção incandescente. Quando os umbrais se tornam luminosos E se pode divisar o infinito As mãos alçam um voo incontrolável E viajo escadas para a liberdade. (De: “Planeta de sílabas”, Asunción, Paraguay 2005)


79 Mbaraka Kuña angirû pokuéra para guasúva rehe, Kambuchi opytu’u hápe Tekojojágui y ipiro’ýva. Sasô opurahéi hápe Yvyra ryapu reheve, Mba’e ro’y rasa oñembo itáva ñe ha’ârógui Ohasa pe ijurúrupi Ñembyahýivópe japysaka Ombogue tekoasy. Ita herungua kuéra Hasê angekói kuérape Yvyty kuápe. Ha ne ahy’o ñe’ê Mboka ñorairôme’êro guáicha Ojevy omyengovia Ñorairôrâ. Machu Pichu Peteî eraitýpe oñembohupáva mbyja kuéragui Ojuhu kurupa’y yma guare. Oî peteî pukavy oñemoñe’ê vaicha ojepysóva Mitârekóva herûnguágui ymaiterei guare. Ñe’ê yvoty Claudio Bustos


80 Yvy ra’ânga oñemboguasúva oñemopirî Po’a kuéragui ijyvatekue ojehekýi Ha peteî yvytyru’â iguyra’ŷva Oñongatúva iporângue jesarekópe. Amarayvi ojehakâ’ô y yvyty’âme Oñembopaje vaicha py’akue ñemohu’ûvagui. Iko’ê manterei, arapy pukuke, Kuarahy pehêngue sapy’agua. Amo pu’â che jyva ha amboaty poyvi kuéra Che ra’ângágui ho’a peteî akângao Aháta ko’águi ndaikuaái araka’e peve Guataháre ojevýva tatarupápe. Ñorairô Peteî poguyrô ryrýi Mbokapuha ha kuarepotitâgui Ohai ohóvo ta’ânga kuéra Jetapáicha ogyképe.. Pyharekue, py’ahetáva Ao’ŷre pytumby mba’e teéicha. Upéicha oñemotenonde ñembahýi Ra’ânga kuéra Peteî arapoty rembe’ýre Mbyasy hápe, Py’aro akângetápe Arapapaha morotîgui Tesaýicha ovevejo’ajo’áva, Mitânguéra retekuéra ári yvytu ka’aguygua ombojepe’áva oñemo’â hápe âgâkuéra ohesapepáva akângatúgui.


81 Jupiha sâso gotyo Peteî haiha opyt’u Vy’ápe kuatia rogue ári Angete peve morotîhápe. Ta’ângakuéra ojejapóva mba’evégui Ojapo kora ha omondo ambue tendápe Ytororôrupi ptumbýpe.. Ñembo’e katu arañepyrûme Ko’êmba ke’ŷme oñemomba’e Ñe’ênguéra arambohápe Ñe’ê vevúi rapykuépe. Ndaipóri kotykeha oñongatúva Korochire ñe’êpotypegua Ndaipóri ao ŷrô tesay Omombí’ava itakusê hendýva. Okêpyndakuéra ojehesapévo ikatu ojekuaa pave’ŷ Pokuéra omopu’â iveve jesareko’ŷ. Ha aha mombyry sâsogotyo. (De: “Planeta de sílabas”, Asunción, Paraguay 2005)


82


83 “Abdón era una persona casi irreal, casi duende, casi ángel. Lo recuerdo en sus columnas: Calesita del tiempo y Mateando (Notitas de la madrugada) publicadas durante muchos años en el Diario El Territorio. Era tan lindo leerlas… Eran como un bálsamo para el espíritu, a veces tan lastimado por la chata cotidianeidad. Hablaba de cosas simples: la lluvia, el niño, el mendigo, la flor… todo al ritmo sincopado del azogue del corazón.” Norma Varela Esta noche, sin razón aparente, soñé que estaba hospitalizado y de ese primer sueño no alcanzo a recordar la razón o la causa y solo que en un hospital muy antiguo, con columnas de hierro a los pies de la cama, el hombre a mi lado me daba la espalda y nada más. A la mañana siguiente, vagamente se lo mencioné a mi mujer. Por la noche, sin quererlo, en el instante que cabalga entre el sueño y la vigilia, supe que volvería a soñar con esa sala de hospital y con el hombre. Solo que esta vez, el sueño fue otra cosa; repetidas enfermeras de atuendo antiguo con sus prolongados delantales y zapatos blancos de silenciosa suela, se obstinaban en medicar al hombre que, sobre sus espaldas ahora, se mantenía indiferente, como si eso no estuviera ocurriéndole a él. Y allí, tras el leve resplandor de la ventana –porque el sueño transcurría sobre el final de la tarde-, lo reconocí, aunque solo tenía de él la sutil apariencia de una antigua fotografía de los años anteriores y Uñas de yaguareté Recordando a Pedro Abdón Fernández


84 aunque ahora el cáncer lo hubiera trabajado hasta el filo de la línea de la nariz, y los pómulos. Entonces cuando las enfermeras de ese hospital – de ese hospital de Clínicas de 1937-, desaparecieron, me vi de pronto junto a la cama del hombre que, yo sabía, debía morir. Tampoco pareció darse cuenta de mi proximidad. “He leído casi todo lo suyo”, le dije. “Es decir –observé- voy a leerlo dentro de unos años, en una biblioteca con olor antiguo que ahora me aguarda, porque esto lo estoy soñando”. La cabeza, con su perfil de muerte inmediata, siguió en su lugar; solo los ojos giraron lentamente en sus órbitas hasta enfocarme. El sol último de la tarde les daba un tono fosforescente. “Estoy demasiado cansado” se justificó sin razón alguna, “son muchas cosas; mucho hacer por ahí”. Y se quedó mudo por un rato. Y yo seguí hablándole. Le dije en un susurro que no solamente había leído – o iba a leer-, sus cuentos, sino también varias biografías un poco grandilocuentes y mentirosas que lo mostraban como un tipo triste, casi atemporal y sin edad precisa, sin saber mucho qué hacer consigo mismo, aquí en Misiones, su tierra casi natal. Después, con la noche asentándose en las cosas lentamente y dominando el silencio y el olor a remedios, la charla se hizo intensa. El hombre, un codo apoyado sobre la cama, la cabeza alzada, casi mirando a través mío, volvió a encaramarse en sus relatos, a la selva, a los hijos con los que nunca tuvo mucho que ver y a los que no iba a ver más, a la canoa sin terminar que lo aguardaría en vano hasta el fin de los siglos sujeta al techo de un galpón, bajo las palmeras de penacho polvoriento y empinado, y a los libros y diarios y revistas: “Siempre –dijo y hablaba con un tono seco, distante-, quedó algo por terminar. Creo que por eso se vuelve a escribir, para completar la idea inicial en otro cuento que, a su vez, tampoco la mostrará fielmente; y así, en otro y en otro. La anécdota es lo de menos y hasta llegamos a acostumbrarnos a esa mutilación. Lo mismo en esta soledad que allá en San Ignacio, con los cuentos, con el bote, con las cacerías; siempre quedaba algo mejor por hacer o por decir, entre las virutas de la madera, entre las letras de los relatos.” De pronto me vio; me vio realmente: “Si es cierto que está soñando esto, sabrá –posiblemente- que


85 hoy por la tarde me escapé por un rato para conseguir el veneno con el que voy a suicidarme esta misma noche”. -Si hoy es 19 de febrero, sí. -Hoy es 19 de febrero de 1937. -Entonces será esta noche indefectiblemente. No puedo impedirlo. No he nacido todavía; faltan unos meses para eso. No puedo, razonablemente, ni siquiera pedirle que no lo haga. -Sería inútil- dijo en un susurro ronco- y un poco tonto. No tengo otro camino. Tengo que hacerlo –y ya no me hablaba a mí-. Lo miré sin contestarle. Se volvió apenas sobre el hombro y con un gesto duro, desacostumbrado, señaló la mesa al lado de la cama; -Allí en el cajón hay un par de gemelos de garras de yaguareté. Yo los hice en una tarde y es lo único que he podido conservar al final del camino. Lléveselos; aunque esto solo sea un sueño suyo, aunque no pueda ser. Voy a cerrar los ojos, porque de todas maneras ya casi no puedo aguantar el dolor… Salí del sueño como de la nada y me mantuve así, entre la vida y la muerte durante un rato largo, en la somnolencia líquida que precede a la dolorosa lucidez de la vigilia. Sobre la taza vacía del café, después y en plena mañana ya, le dije a mi mujer que había soñado toda la noche con Quiroga. -¿Con Quiroga? -Sí, con Horacio Quiroga. Fue un sueño raro, denso –dije- distraído, mientras acariciaba en la cómplice oscuridad del bolsillo del pantalón la aguzada suavidad de las garras del tigre. (De “Poemas Cuentos y Relatos” Publicación de la Subsecretaría de Cultura, Posadas 2003)


86 “Abdón era uma pessoa quase irreal, quase duende, quase anjo. Recordo-o em suas colunas: Carrossel do tempo e Mateando (bilhetinhos da madrugada) publicadas durante muitos anos no jornal El Territorio. Era tão lindo Lê-las… Eram como um bálsamo para o espírito, às vezes tão ferido pela plana cotidianidade. Falava de coisas simples: a chuva, a criança, o mendigo, a flor… tudo ao ritmo sincopado do azougue do coração.” Norma Varela Esta noite, sem ração aparente, sonhei que estava hospitalizado e desse primeiro sonho não alcançou a recordar a ração ou a causa e só que em um hospital muito antigo, com colunas de ferro aos pés da cama, o homem a meu lado me dava as costas e nada mais. À manhã seguinte, vagamente se o mencionei a minha mulher. Pela noite, sem querê-lo, no instante que cavalga entre o sonho e a vigília, soube que voltaria a sonhar com essa sala de hospital e com o homem. Só que desta vez, o sonho foi outra coisa; repetidas enfermeiras de roupas antigas com seus prolongados aventais e sapatos brancos de silenciosa sola, se obstinavam em medicar ao homem que, sobre suas costas agora, se mantinha indiferente, como se isso não estivesse acontecendo-lhe a ele. E ali, trás ele leve resplendor da janela – porque o sonho transcorria sobre o final da tarde-, reconheci-o, embora só tivesse dele a sutil aparência de uma antiga fotografia dos anos anteriores e embora agora o câncer o houvesse trabalhado até o fio da linha do nariz, e os pômulos. Então quando as enfermeiras desse hospital – desse hospital de Clínicas de 1937-, desapareceram, me vi de repente junto à cama do homem que, eu sabia, devia morrer. Tampouco pareceu dar-se conta de minha proximidade. “Tenho Unhas de yaguareté Recordando a Pedro Abdón Fernández


87 lido quasei tudo o seu”, lhe disse. “É dizer – observei- vou lê-lo dentro de uns anos, em uma biblioteca com cheiro antigo que agora me aguarda, porque isto o estou sonhando”. A cabeça, com seu perfil de morte imediata, seguiu em seu lugar; só os olhos giraram lentamente em suas órbitas até enfocar-me. O sol último da tarde lhes dava um tom fosforescente. “Estou muito cansado” se justificou sem razão alguma, “são muitas coisas; muito fazer por ali”. E ficou mudo por um instante. E eu segui falando-lhe. Disse-lhe em um murmúrio que não somente tinha lido – ou ia ler-, seus contos, senão também varias biografias um pouco grandiloquentes e mentirosas que o mostravam como um tipo triste, quase atemporal e sem idade precisa, sem saber muito que fazer consigo mesmo, aqui em Misiones, sua terra quase natal. Depois, com a noite assentando-se nas coisas lentamente e dominando o silencio e o cheiro a remédios, a conversa se fez intensa. O homem, um cotovelo apoiado sobre a cama, a cabeça alçada, quase olhando a través de mim, voltou a encaminhar-se em seus relatos, à selva, aos filhos com os que nunca teve muito que ver e aos que não ia a ver mais, à canoa sem terminar que o aguardaria em vão até o fim dos séculos sujeita ao teto de um galpão, baixo as palmeiras de penacho empoeirado e empinado, e aos livros e jornais e revistas: “Sempre – disse e falava com um tom seco, distante-, ficou algo por terminar. Acredito que por isso se volta a escrever, para completar a ideia inicial em outro conto que, a sua vez, tampouco a mostrará fielmente; e assim, em outro e em outro. A anedota é o de menos e até chegamos a acostuma-nos a essa mutilação. O mesmo em esta solidão que lá em São Ignácio, com os contos, com o bote, com as caçarias; sempre ficava algo melhor por fazer ou por dizer, entre as maravalhas da madeira, entre as letras dos relatos.” De repente me viu; viu-me realmente: “Sim é verdade que está sonhando isto, saberá –possivelmenteque hoje pela tarde fugi por un instante para conseguir o veneno com o que vou a suicidar-me esta mesma noite”. -Sim hoje é 19 de fevereiro, sim. -Hoje é 19 de fevereiro de 1937. -Então será esta noite indefectivelmente. Não posso impedi-lo. Não nasci ainda; faltam uns meses para isso. Não posso, razoavelmen-


88 te, nem sequer pedi-lhe que não o faça. -Seria inútil- disse em um murmúrio ronco- e um pouco tonto. Não tenho outro caminho. Tenho que fazê-lo – e já não me falava a mim-. Olhei-o sem responder-lhe. Voltou-se apenas sobre o ombro e com um gesto duro, desacostumado, assinalou a mesa ao lado da cama; -Ali na gaveta há um par de gêmeos de garras de yaguareté. Eu os fiz em uma tarde e é o único que tenho podido conservar ao final do caminho. Leve-os; Embora isto só seja um sonho seu, embora não possa ser. Vou fechar os olhos, porque de todas as maneiras já quase não posso aguentar a dor… Sai do sonho como da nada e me manteve assim, entre a vida e a morte durante um instante longo, na sonolência líquida que precede à dolorosa lucidez da vigília. Sobre a xícara vazia do café, depois e em plena manhã já, lhe disse a minha mulher que havia sonhado toda a noite com Quiroga. - Com Quiroga? -Sim, com Horacio Quiroga. Foi um sonho raro, denso –dissedistraído, enquanto acariciava na cúmplice escuridão d bolso da calça a aguçada suavidade das garras do tigre. (De “Poemas Cuentos y Relatos” Publicación de la Subsecretaría de Cultura, Posadas 2003)


89 “Abdón ha’eakue tekove ñaimo’âŷva, haimete póra, haimete tupârymba. Che mandu’a hese umi pa’û ohaivaekue rupi: Calesita del Tiempo ha Mateando ( Noticias de la Madrugada) ojeheróva; isarambíva heta ary jave kuatia tapiagua “El Territorio”-pe. Iporâ’akue upe kuatiañe’ê yvyrapajéicha ombopiro’y ñandepy’a, sapy’apy’a hasýva aratapiápe ojehúvare. Oñe’êvarâ ára mba’e michîgui: ama, mitâ, omba’ejeruréva, yvotýgui…. Opamba’e purysýi jojápe ojoeheve py’amegua ñe’âmba’e. Norma Varela Ko pyhare, mba’eve’ŷre, ahecha cheképe aimeha ogajekuera hape ha upégui ndaikatúi chemandu’a mba’éguipa, ha’eha peteî ogajekueraha ymaguare, itakŷta kuéra kuarepotígui tupa py kotyo, kuimba’e che ykéregua, ome’ê chéve ijatukupére ha mba’evete. Apáy rire, ára uperireguápe, reieténte amombe’u che rembirekópe. Pyharekue vove, aipotaŷre,pa’û jekepotahápe, aikuaa ambojoapy jeytaha upe kerecha ogajekuera hápe ha kuimba’éndi. Ko jevy’ae, jekehápe, ha’éva mba’e ambue; kuña pohanohárakuéra ijao morotîva, oñemohatâ hikuái ome’ê haĝua pohâ kuimba’epe, hovayváva ko’âga, ha oîva mba’eveterô guáichaha ichupe. Ha upépe, ovetâ omimbi vevúi rire –pe kerecha oñepyrûvagui ka’aruete-, ahechakuaa chupe, jepemaramô aguereko chugui pererî ojoguaha ta’ânga ymaguarévagui ha mba’asyñembuai omba’apómaha itîre ha hova kangue peve. Aipórô pohanohára kuéra, ogajekuerahágui, hérava “Clínicas, ary 1937 –pe, okañymbáramô, ajehecha sapy’a karai tupa ypýpe, aikuaahávagui omanótaha, oikotevêva omano. Ndohechakuaái avei aimeha ijypýpe. “ amoñe’êmbáma haimete ne rembiapokue”, ha’e ichupe. Jaguarete pysâpe Recordando a Pedro Abdón Fernández


90 “Ha’ese- ahechauka- amoñe’êta ne rembiapokuéra, tenonderâme, aranduka rendápe hyâkuâ tujávape chera’ârôva, ko’âga aime kerehápe”. Iñakaâ, ñemano voípe ohomarô guáicha, oîma oî haĝuáme; hesa mante ojere mebeguekatu hesa kuarépe ojehesa moî peve cherehe. Kuarahy ka’arupahágui, omohendývaicha ichupekuéra. “che kane’oiterei” he’i, “heta mba’e kuéra; heta jejapo upérupi”. Ha opyta oñe’ê’ŷre sapy’a jave. Che añe’ê jey chupe. Ha’e añe’ê mbeguemípe amoñe’êha hague, térâ amoñe’êtaha imombe’u kuéra, ha avei heta tekovekue ojehaívaekue, tuicha oñe’êva ha ijapúva avei, ohechaukáva chupe ava jepy’apýicha, ararekove’ŷicha, oikuaua’ŷva mba’e ojapoarâ ijeheguíre, ko’ápe Misiones-pe, ijyvy heñóihaguépeguáicha. Upéi, pyharépe oñuáva mba’ekuérape oĝuahêmaramô, ha kirirî oñemombaretevamarô pohâ ryâkuândi, osyryry ñemongeta. Kuimba’e, peteî jyvaânga ojekohápe tupa ári, ñakâupípe, omaña’yke cherehéipi, oñepyrû oñe’ê jey, ka’aguýre, ta’ýra kuérape ndoguerekóiva mba’eve hendive kuérandi ha ndohecha véiháma arâ, yga opa’ŷva oha’ârô reítava ichupe ára opápeve, koty guasu ogahojágui jejoko hápe, pindo akâtyrâ guýpe, ijyvyku’ipáva, ñembo’ýpe, ha kuatiañe’ê kuérape: “Araja,-heì ha ñe’êpuhavirûpe, mombyrýicha-, opyta mba’e ojejapopa’ŷva.. Upévare ojehai jey, ñemoîmba haĝuâ oñeñepyrûva, mombe’u ambuépe, oñemoîmba’ŷ jey ha upéicha ambuépe ha ambuépe. Upéichaae ko tyre’ŷme San Ignacio-pe guáicha, mombe’u kuérandi, yga kuérandi, mymba juka hápe; araja opyta va’erâ iporâva ojejapo’ŷva térâ oje’e’ŷva, yvyraku’i apytépe, ñe’êrapo mombe’upy apytépe.” Cherecha sapy’a ; cherecha añete hápe: “Oiméramô añete ko kerecha, ikatúnipo, reikuaáne ko ka’arúpe asê hague sapy’aite aheka pohâporojukaha, ajejuka haĝuâ kopyharépe.” - Heê, ko ára ha’e 19 jasykôi, heê. - Ko ára ha’e jasykôi 1937 ary. - Upéicharamô ha’èta kopyharépe katuete. Ndaikatúi ajoko. Ne’îraitî che reñói. Ndaikatúi hupirekópe jepe, ajerure ichupe ojapo’ŷ haĝua. - Reieténe- he’i mbeguekatúpe ñe’êpyaúpe- ha michî tavýpe.


91 Ndarekói ambuetape. Ajapo arâ- ha noñe’êvéima chéve-. Amaña hese ambohovái’ŷre. Ojereimi ijati’y ári ha tovamegua hatâvape, mbojepokuaa’ŷvape, ohechauka chéve jekaruha tupa ykére oîva: - Upe mba’eyrúpe oime mokôi jaguarete pysâ kôingue. Che ajapo’akue peteî ka’arúpe ha upévañoite aikatúva añongatu che rape paha peve. - Egueraha; jepémo péa nde kerechápe añónte, ikatu’ŷva ojehu. Ambotýta che resakuéra, jepéma ndaikatúi ajoko mba’asy… Asê jekehágui mba’everô guáicha ha upéicha aî, tekove ha ñemano pa’ûme are sapy’a jave. Kafery mbayru’i nandi ári, uperire ha pyharemarô, ha’e cherembirekópe ahecha hague che képe Horacio Quiroga-pe pyharekue aja. - Quiroga- pe? - Upéicha, Horacio Quiroga. Nungare’ŷ, hypy’û pe cheke- ha’ejesareápe, aipichy aja, che vorsikéra apytèpe, jaguarete pysâpê hakua ha hû’ûva. (De “Poemas Cuentos y Relatos” Publicación de la Subsecretaría de Cultura, Posadas 2003)


92


93 Hace unos días ya que no siento su presencia, che, te juro. Tampoco puedo verlo. Es como si se lo hubiera tragado la tierra. Siempre pude olerlo, sentirlo. Estuvo aquí mucho antes que yo. ¿Viste lo que era su porte, no? Tan imponente. Lo extraño. Y lo peor es que no sé qué pasó. Porque no murió así de viejo, nomás, me hubiese dado cuenta. -Vos solo pensás en él. ¿Qué hay de los demás? Todos los que estaban cerca de él y lo rodeaban tampoco se pueden sentir. Somos todos parte de lo mismo, todos juntos hasta donde alcanza nuestro sentir. Cuando falta uno es como si nos faltara algo a nosotros mismos. Sabés que es así. -Bueno, es que los demás están más abajo. Son más nuevos, qué se yo. Yo estaba acá mucho antes que ellos. Nosotros somos los que nos hacemos notar, los que sobresalimos, por eso aunque estemos lejos podemos verlos. Ellos se apretujan más abajo, uno al lado del otro. Como si no hubiese suficiente espacio para todos. -No todos pueden estar a nuestra altura, por más que la peleen durante muchos años ahí se quedan. Ese no es el tema importante acá. Decime, ¿no te preocupa que de repente hayamos dejado de sentir la presencia de todo el grupo que está allá, al otro lado del arroyo? Así como así y sin saber por qué. -Yo sentí ruidos algunos días, justo antes de que él desapareciera. Bueno, él y los demás, para que no te enojes. Unos ruidos raros. Como si fuesen muchos animales, de los grandes. Todos juntos. Seguro tiene que ver con eso. Los sordos Sebastián Borkoski


94 -Yo oí esos ruidos también, y vi cómo desaparecían después. Pero los animales no pueden matarlos, ni a él ni a ninguno de los más débiles siquiera. Una piara de tatetos podrá lastimarlos si querés, o un jaguar o algún puma podrán dejarles alguna hermosa cicatriz de un zarpazo, pero no mucho más que eso. No pueden matarlos. Es imposible. Otra cosa debe haber pasado. -No sé, no sé qué pensar. Él era mi amigo, así como vos. Solo que estaba más lejos, nos comunicábamos menos, a la distancia. Cuando las condiciones se daban. Quizás fue alguna enfermedad, de las fuertes, de esas que matan justamente. -Vos seguís pensando solamente en él como si los demás también estuviesen con vida. Una enfermedad no los va a matar de un día para otro. Yo estoy preocupado. Quizás nosotros también corremos peligro. -¡Vos sos un egoísta! Un embustero. Me querés hacer sentir mal porque no lamento la pérdida de los demás pero en el fondo solo te preocupa tu integridad. Además, ¿qué podemos hacer si corremos peligro? ¿Qué? Nada, porque no corremos ningún peligro, acá nacemos, acá crecemos, acá nos quedamos y acá morimos. Siempre fue así y siempre lo será. -Nunca desaparecieron tantos al mismo tiempo. ¿Cómo puede ser que no te des cuenta de que esta vez es diferente? -¡No me importa! Mi amigo se fue y los demás también, no hay nada que podamos hacer. Dejáme tranquilo con mi dolor y vos preocupate todo lo que quieras, pero tené muy en cuenta que es en vano. -¡Shh! ¡Silencio! Estoy escuchando los mismos ruidos, parecen venir hacia acá. ¿Podés ver algo, vos que tenés ahí un hueco entre los más chicos? -Son varios, como ocho, se comunican entre ellos. Nunca vi a esos animales. Se mueven medio parecido a los monos. ¡Vienen para acá! -Sí, los puedo sentir, están acá cerquita, los escucho, puedo oír sus pasos y cómo se comunican. -¡Tienen algo en sus manos! Algo brillante. -¡No puedo ver nada, me tapan los demás! Los siento cerca, están muy cerca, hermano. -¡No! ¡No! ¡Paren, por favor! -¿Qué pasa? -¡Dos de ellos están matando a los más chicos con esas cosas


95 brillantes y otros tres a todo lo que encuentran a su paso! ¡No puedo ver a los demás, los perdí de vista! ¡Paren, por favor, paren! ¡No me oyen! ¡Estos animales son sordos, no pueden oírnos-¡Están acá! ¡Los siento sobre mí! ¡Ahhhhh! ¡Ahhhh! -¡¿Qué te pasa, hermano?! -¡Me duele! ¡Ahhhh, no puedo más, me duele…! Me caigo, me caigo… -¡Hermano! ¡Hermanoooo! (De “Cetrero nocturno”.BEEME. Bs. As. 2012)


96 Faz uns dias já que não sinto sua presença, Tche, te juro. Também não posso vê-lo. É como se o houvesse engolido a terra. Sempre pude cheira-lo, senti-lo. Esteve aqui muito antes do que eu. Você viu o que era seu porte, não é? Tão imponente. Sinto saudades dele. E o pior é que não sei o que acontece. Porque não morreu assim de velho, houvesse percebido. -Você só pensa nele. O que há dos outros? Todos os que estavam perto dele e o rodeavam também não se podem sentir. Somos todos parte do mesmo, todos juntos até onde alcança nosso sentir. Quando falta um é como se nos faltasse algo a nós mesmos. Você sabe que é assim. - Tá bom, é que os demais estão mais embaixo. São mais novos, sei lá. Eu estava aqui muito antes que eles. Nós somos os que nos fazemos notar, os que sobressaímos, por isso embora estejamos longe podemos vê-los. Eles se apertam mais embaixo, um ao lado do outro. Como se não houvesse suficiente espaço para todos. -Não todos podem estar a nossa altura, por mais que a lutem durante muitos anos ali ficam. Esse não é o tema importante aqui. Diga-me, não te preocupa que de repente tenhamos deixado de sentir a presença de todo o grupo que está lá, ao outro lado do arroio? Assim como assim e sem saber o porquê. -Eu senti ruídos alguns dias, justo antes que ele desaparecesse. Bom, ele e os outros, para que não fiques irado. Uns ruídos estranhos. Como se fossem muitos animais, dos grandes. Todos juntos. Com certeza tem que ver com isto. - Eu ouvi esses ruídos também, e vi como desapareciam depois. Mas os animais não podem matá-los, nem a ele nem a nenhum dos mais deveis sequer. Uma piara de tatetos poderá feri-los se você quer ou um jaguar ou algum puma poderá deixar-lhes alguma formosa cicatriz de uma pancada de garra, mas não muito mais que isso. Não podem matá-los. É impossível. Outra coisa deve ter acontecido. Os surdos Sebastián Borkoski


97 -Não sei, não sei o que pensar. Ele era meu amigo, assim como você. Só que estava mais longe, comunicávamos-nos menos, à distância. Quando as condições se davam. Talvez foi alguma doença, das fortes, dessas que matam justamente. -Você segue pensando somente em ele como se os outros também estivessem com vida. Uma doença não os vai matar de um dia para outro. Eu estou preocupado. Talvez nos também corremos perigo. -Você é um egoísta! Um embusteiro. Quer-me fazer sentir mal porque não lamento a perda dos outros, mas no fundo só te preocupa tua integridade. Além disso, o que podemos fazer se corremos perigo? O Quê? Nada, porque não corremos nenhum perigo, aqui nascemos, aqui crescemos, aqui ficamos e aqui morremos. Sempre foi assim e sempre o será. -Nunca desapareceram tantos ao mesmo tempo. Como pode ser que você não perceba de que desta vez é diferente? - Não me importa! Meu amigo foi embora e os outros também, não há nada que possamos fazer. Deixe-me tranquilo com minha dor e você se preocupe todo o que queira, mas saiba que é em vão. - Shh! Silencio! Estou ouvindo os mesmos ruídos, parecem vir para aqui. Você pode ver algo, você que tem aí um buraco entre os menores? -São vários, como oito, comunicam-se entre eles. Nunca vi a esses animais. Movem-se meio parecido aos macacos. Vêm para aqui! -Sim, os posso sentir, estão aqui perto, os ouço, posso ouvir seus passos e como se comunicam. - Têm algo em suas mãos! Algo brilhante. - Não posso ver nada, me tampam os outros! Os sinto perto, estão muito perto, irmão. - Não! Não! Parem, por favor! - Que está acontecendo? - Dois deles estão matando aos menores com essas coisas brilhantes e outros três a todo o que encontram a seu passo! Não posso ver aos outros, os perdi de vista! Parem, por favor, parem! Não estão me ouvindo! Estes animais são surdos, não podem ouvir-nos - Estão aqui! Os sinto sobre mim! Ahhhhh! Ahhhh! - Que está acontecendo, irmão?! - Me dói! Ahhhh, não posso mais, me dói…! Me caio, me caio… - Irmão! irmãoooooooooooo! (De “Cetrero nocturno”.BEEME. Bs. As. 2012)


98 Ojapo heta ára nañandúi oîha, Nde, añete ha’e ndéve. Naikatúi avei ahecha ichupe. Yvy omokôváicha ichupe. Akóinte ahetûmi, añandúmi chupe. Oimeha kuri ko’ápe chehegui mboyvete. ¿Rehecháiko mba’éichapa heko, ajépa? Mbaretetépe! Ahechagau. Ivaivéva ha’e ndaikuaái mba’épa ojehu ra’e. Nomanói tujáguinte, ahechakuaa arâmo’â. -Nde hesénte rejesarekó. ¿Mba’e oî pytare kuéragui? Opavave oime akue ijypýpe ha ojeréva hese ahániri oñeñandu avei. Avei ore ipehêngue kuéra, oñondivepa oĝuahêhápeve oreandu. Peteî ndaipóriramô ha’e oî’ŷramô guáicha mba’e ñandejehegui. Reikuaa upéichaha. -Heê, ambue kuéra iguýpeve oî. Ipyahuve, ndaikuaái. Che aime va’ekue ko’ápe voive chuguikuéra. Ore rojehechakuaave, rojehechakuaavéva, upére roimeramô jepe mombyryve ikatu jahecha chupekuéra. Ha’ekuéra ojejopy yguypeve, ojoykére. Oî’ŷro guáicha pa’û oike haĝua opavave. - Ndaipóri opáichagua orembojojáva, jepe heta ary jave oñorairôve upéicha mante opyta arâ. Upe mba’e ndaha’éi mba’e guasu ko’ápe. Eremína, ¿Nande py’apýipa roñandu’ŷvema hague opáva aty oiméva, ysyry ambueteve ykegui oîva ramô? Péichaiténte ha ndajaikuaáigui mba’èrepa. -Añandu kuri tyapu, arapokâme, ha’e okañy mboyve mínte.Heê, ha’e ha iñirûnguéra, ani haĝuâ ndepochy. Punungare’ŷ. Mymba hetáicha, umi tuicháva rehegua. Oñondivepa. Ikatu mba’e upévare. -Che ahendu kuri umi tyapu avei, ha ahecha mba’éichapa upéi okañy hikuái. Mymba kuéra jepe ndoikatúi ojuka chupe, ha’e ha avave iñirû kuérape ikangyramô jepe. Kure ka’aguy atýra ikatu omoñeko’ôi chupekuéra reipotaramô, térâ jaguarete ikatúne oheja ipere pyapê mbarete rire, ha upéicha pevénte. -Ha’e cheangirû, ndéicha. Mombyryvénte oî va’ekue. -Ndoikatúine ojuka. Ikatu’ŷva upéva. Mba’eamboae ojehúne ra’e. -Ndaikuaái mba’épa aimo’â arâ. Ha’e cheangirû, ndéicha.. MombIjapysa’ŷva kuéra Sebastián Borkoski


99 yryvénte oîva, roñomomarandu pokâve, mombyry hàpe. Oñeme’êramô. Ikatu mba’asy, umi imbaretéva rehegua, umi oporojukáva katuete. -Nde hesénte rejesareko, ambue kuéra oikovéguinteicha Peteî mba’asy ndojukamoâi chupekuéra peteî árape. Ajepy’apy. Oiméne ore roime avei te’ô rovaképe. -Nde nde jehénte reiko! Ijapúva. Che moñandu vaise, ambyasý’ŷgui ambuekuérape, ipahápe nderehénte rejepy’apy Avei aipórire, Mba’épa ikatúne jajapo ñaiméramô te’ôrovaképe? Mba’e? Mba’eve, nañaiméi upéicha, ko’ápe ñanereñói akue, ko’ápe rokakuaa, ko’ápe ropyta ha ko’ápe ñamano arâ. Tapiaite upéicha ha tapiaite upeicharâ. - Araka’eve hatâite okañymba ára peteîme. Mba’éichapa nderehechakuaái, ko jevy ndaijojahái? - ¡Mba’evete chéve! Cheangirû oho ha avei ambuekuéra, ndaipóri jajapo arâ. Cherejákena py’aguapy che mba’embyasýndi ha nde ejepy’apy reipotaháicha, jepe rehechakuaákena reiha. -Shhh! ¡ekirirî! Ahendu hína pu’aetéva, ñemo’â ou ko’ágotyo.- Ehecháiko, nde reguerekóva kuára upépe michîvekuéra apytépe? -Heta hikuái, po apýrupi, oñemongeta oñondive. Mymba kuéra araka’eve ahecháva. Omýi ka’ícha. ¡Ou ko’ágotyo! -Heê, aikatu añandu, aĝuieténte oî, ahendu, iguatakuéra ha mba’éichapa oñemongeta. -Oguereko ipokuéra apytépe mba’e omimbíva. -¡Ndaikatúi ahecha mba’eve, ambuekuéra chemo’â! Añandu aĝui, aĝuiete oî, che ryke. -¡Nahániri! ¡Nahániri!, ¡pepoína! -Mba’éiko ojehu? -Mokôi ha’ekuérava ojuka hína michîvéva kuérape imba’everapávape ha mbohapy ojuka oîva ohasahárupi! ¡Ndaikatuvéi ahecha ambuekuérape! ¡Pepoíkena, pepoíkena! ¡Nacherendúi piko! ¡Ko’â mymbakuéra ijapysa’ŷva, ndaikatúi ñanerendu- ¡Oîma ko’ápe! ¡Añandúma che ári! -¡Ahhhh! ¡Ahhhh! -¡Mba’éiko ojehu ndéve! Ahhh, ndaikatuvéima, hasy chéve...! Ha’áma, ha’áma... -¡Che ryke! ¡Che rykeee! (De “Cetrero nocturno”.BEEME. Bs. As. 2012)


100


Click to View FlipBook Version