ACERCA DE 51
LOS DOS
SAN JUAN
Aunque el verano sea conside-
rado generalmente como una es-
tación alegre y el invierno como
una triste, por el hecho de que
el primero representa en cierto
modo el triunfo de la luz y el
segundo el de la oscuridad, los
dos solsticios correspondientes
tienen, en realidad, un carácter
exactamente opuesto al indica-
do.
Puede parecer que hay en ello
una paradoja harto extraña, aun-
que es muy fácil comprender que
sea así desde que se posee algún
conocimiento sobre los datos
tradicionales acerca del curso del
ciclo anual. En efecto, lo que ha
alcanzado su máximo no puede
ya sino decrecer, y lo que ha lle-
gado a su mínimo no puede, al
contrario, sino comenzar a cre-
cer, acto seguido .
Por eso, el solsticio de verano
señala el comienzo de la mitad
descendente del año, y el solsti-
cio de invierno, inversamente, el
de su mitad ascendente. Esto ex-
plica también, desde el punto de
vista de su significación cósmica,
las palabras de San Juan Bautis-
ta, cuyo nacimiento coincide con
el solsticio estival: "Él (Cristo),
nacido en el solsticio de invier-
no, conviene que crezca, y que yo
disminuya" .
Es sabido que, en la tradición hin-
dú, la fase ascendente se pone en
relación con el deva-yâna, y la
fase descendente con el pitr-yâna.
Por consiguiente, en el Zodíaco,
el signo de Cáncer, correspon-
diente al solsticio de verano, es la
"puerta de los hombres", que da
acceso al pitr-yâna, y el signo de
Capricornio, correspondiente al
solsticio de invierno, es la "puer-
ta de los dioses", que da acceso al
deva-yâna. En realidad, el período
"alegre", es decir, benéfico y favo-
rable, es la mitad ascendente del
ciclo anual, y su período "triste",
es decir, maléfico o desfavorable,
es su mitad descendente. El mis-
mo carácter tiene, naturalmente,
la puerta solsticial que abre cada
uno de los dos períodos en que se
encuentra dividido el año por el
sentido mismo del curso solar.
Se sabe, por lo demás, que en el
cristianismo las fiestas de los dos
San Juan están en relación direc-
ta con los dos solsticios , y, cosa
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muy notable, aunque nunca la hayamos visto indicada en ninguna parte,
lo que acabamos de recordar está expresado, en cierto modo, por el doble
sentido del nombre mismo de "Juan" . En efecto, la palabra hebrea hanán
tiene a la vez el sentido de 'benevolencia' y 'misericordia' y el de 'alaban-
za' (es por lo menos curioso comprobar que, en nuestra misma lengua,
palabras como "gracia(s)" tienen exactamente esa doble significación).
Por consiguiente, el nombre Yahanán [o, más bien, Yehohanán] puede
significar 'misericordia de Dios' y también 'alabanza a Dios'. Y es fácil
advertir que el primero de estos dos sentidos parece convenir muy par-
ticularmente a San Juan Bautista, y el segundo a San Juan Evangelista.
Por lo demás, puede decirse que la misericordia es "descendente" y la
alabanza, "ascendente", lo que nos reconduce a su respectiva relación
con las dos mitades del ciclo anual .
En relación con los dos San Juan y su simbolismo solsticial, es interesan-
te también considerar un símbolo que parece peculiar de la masonería an-
glosajona, o que al menos no se ha conservado sino en ella: es un círculo
con un punto en el centro, comprendido entre dos tangentes paralelas; y
estas tangentes se dice que representan a los dos San Juan.
En efecto, el círculo representa la figura del ciclo anual, y su significa-
ción solar se hace más manifiesta por la presencia del punto en el centro.
La misma figura es a la vez el signo astrológico del sol y las dos rectas
paralelas son las tangentes a ese círculo en los dos puntos solsticiales, se-
ñalando así su carácter de "puntos límite", ya que estos puntos son como
los límites que el sol no puede jamás sobrepasar en el curso de su marcha.
Como esas líneas corresponden así a los dos solsticios, puede decirse
también que representan a los dos San Juan.
Hay, sin embargo, en esta representación simbólica, una anomalía, por lo
menos parcial: el diámetro solsticial del ciclo anual debe considerarse, se-
gún hemos explicado en otras ocasiones, como relativamente vertical con
respecto al diámetro equinoccial, y solo de esta manera, las dos mitades
del ciclo, que van de un solsticio al otro, pueden aparecer respectivamen-
te como ascendiente y descendiente, pues entonces los puntos solsticiales
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constituyen el punto más alto y el punto más bajo del círculo. En tales
condiciones, las tangentes a los extremos del diámetro solsticial, al ser
perpendiculares a éste, serán necesariamente horizontales. Sin embargo,
en el símbolo que ahora consideramos, las dos tangentes, al contrario, se
representan como como verticales. Hay, pues, en este caso especial, una
modificación aportada al simbolismo general del ciclo anual, que se ex-
plica de modo bastante sencillo, siendo evidente que se ha producido por
la analogía establecida entre esas dos paralelas y las dos columnas ma-
sónicas. Éstas, que naturalmente no pueden ser sino verticales, tienen, en
virtud de su situación respectiva al norte y al mediodía, al menos desde
cierto punto de vista, una relación efectiva con el simbolismo solsticial.
Este aspecto de las dos columnas se observa claramente, sobre todo en el
caso del símbolo de las "columnas de Hércules" . El carácter de "héroe
solar" de Hércules y la correspondencia zodiacal de sus doce trabajos
son cosas demasiado conocidas para que sea necesario insistir en ellas.
Está claro que precisamente ese carácter solar justifica la significación
solsticial de las dos columnas a las cuales está vinculado su nombre. Por
eso, la divisa "non plus ultra", referida a esas columnas, aparece dotada
de doble significación: no solamente expresa, según la interpretación ha-
bitual, propia del punto de vista terrestre, que aquéllas señalan los límites
del mundo "conocido". Es decir que, en realidad, son los límites que no
era permitido sobrepasar a los viajeros, por razones cuya investigación
podría resultar de interés analizar. Indica, al mismo tiempo y ante todo,
que, desde el punto de vista celeste, son los límites que el sol no puede
franquear y entre las cuales, como entre las dos tangentes de que tratába-
mos antes, se cumple interiormente su curso anual (8).
Estas últimas consideraciones pueden parecer bastante alejadas de nues-
tro punto de partida, pero, a decir verdad, no es así, puesto que contribu-
yen a explicar un símbolo expresamente referido a los dos San Juan. Por
otra parte, puede decirse que, en la forma cristiana de la tradición, todo
lo que concierne al simbolismo solsticial está también en relación con
ambos santos.
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Comentarios sobre
LAS PUERTAS SOLSTICIALES.
Hombre de Mercurio
Norte y Sur son puntos geográficos que están relacionados a la astrología
en el sentido de que corresponden: el norte o invierno a Capricornio y el
sur o verano a Cáncer, los dos solsticios; en tanto que en el este o prima-
vera se situará a Aries y en el oeste u otoño a Libra, los dos equinoccios.
Estos signos astrológicamente pertenecen a un elemento: Capricornio a
la tierra, Cáncer al agua, Aries al fuego y Libra al aire, entre otras relacio-
nes que tienen que ver con el cuaternario.
Para la explicación y las variadas correspondencias con la simbólica de
las dos puertas zodiacales ubicadas al norte y al sur, es decir, referidas a
los solsticios, podría ser adecuado retomar algunos planteamientos de la
obra de René Guénon y que están estrechamente vinculados a la entrada
y salida del Templo, denominándose en varias doctrinas respectivamente
como “la puerta de los hombres” y “la puerta de los dioses”. La prime-
ra corresponde, como hemos ya dicho, al solsticio de verano y al signo
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de Cáncer, en tanto, que la segunda será la del solsticio de invierno y
del signo de Capricornio. En el simbolismo constructivo se les vincula,
respectivamente, con la puerta del templo y la apertura situada en la cú-
pula donde se coloca la piedra de toque, forzosamente desde afuera del
templo.
Retomando el simbolismo astrológico, el ciclo anual podemos ver se “di-
vide” en dos mitades: una etapa descendente y otra ascendente, en la
primera el sol va hacia el norte, se encamina hacia el solsticio de invierno
y en la segunda el sol va hacia el sur, o sea, rumbo al solsticio de verano.
En la tradición hindú la fase ascendente se relaciona con el deva-yâna
(vía de los dioses) y la descendente con el pitr-yâna (vía de los padres o
antepasados).
El solsticio de invierno será, por tanto, el polo norte y el solsticio de
verano el polo sur, marcando la línea vertical de la rueda en donde al sur
le corresponde el mediodía y al norte la medianoche. De ahí el sentido
esotérico de que los trabajos iniciáticos comiencen a mediodía y cierren
a medianoche, es el lapso para realizar el ritual, saliendo uno del tiempo
lineal, uniforme y plano del mundo profano e ingresando a otro tiempo
en el que todo se hace de acuerdo al rito y, por ende, al símbolo.
Los dos solsticios marcan, entonces, la división del ciclo anual en dos
mitades, una ascendente y otra descendente, que reflejan de alguna ma-
nera la ley universal aplicable a todo lo existente, el yin y el yang, sístole
y diástole, masculino y femenino, positivo y negativo. Pero también los
dos puntos en los cuales se “suspende” el movimiento y por lo tanto el
tiempo. Estas dos puertas solsticiales están vinculadas al simbolismo de
Jano. Jano es el ianitor (portero) que abre y cierra las puertas (ianuae)
del ciclo anual, con las llaves que son uno de sus principales atributos,
la llave como simbolismo axial que lo conecta a Jano con la parte Supre-
ma. Sus dos rostros se consideran como la representación del pasado y
el porvenir, sin embargo, entre el pasado que ya no es y el porvenir que
no es aún, el verdadero rostro de Jano es aquel que mira el presente, el
instante permanentemente frente a nuestros ojos o realidad, que es ver-
daderamente lo único que nos conforma. En efecto, ese tercer rostro, es
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invisible porque el presente, en la manifestación temporal, no constituye
sino un inaprehensible instante, aunque, nos recuerda Guénon, “cuando
el ser se eleva por sobre las condiciones de esta manifestación transitoria
y contingente, el presente contiene, al contrario, toda realidad.” A Jano se
le conoce también como “el Señor del triple tiempo”.
Este tercer rostro de Jano corresponde, en otro simbolismo, el de la tra-
dición hindú, al ojo frontal de Shiva, invisible también, ojo que figura
“el sentido de eternidad”. Jano () ha dado su nombre al mes de enero (),
que es aquel con el que abre el año (solsticio de invierno). Jano “Señor
del triple tiempo” (atributo igualmente asignado a Shiva), es también, el
“Señor de las dos vías”, esas dos vías, de derecha y de izquierda (que los
pitagóricos representan con la letra Y -Épsilon-) y que son idénticas al
deva-yâna y al pitr-yâna; y que aquí igualmente, habrá que mencionar,
hay una tercera vía no visible que se relaciona precisamente con el tercer
rostro de Jano.
Jano era el dios de la iniciación y presidía los Collegia Fabrorum, escuela
iniciática vinculada con el ejercicio de las artesanías. Jano era un antiguo
dios asirio-babilónico, que para los romanos, precedía todo nacimiento
ya sea de los hombres, del cosmos o de las acciones ha emprenderse.
Lleva consigo dos llaves y por ello se le relaciona con una deidad de
aperturas o de inicios, en el cristianismo las fiestas solsticiales de Jano
se han convertido en las de los dos San Juan y estas se celebran siempre
en las mismas épocas, es decir, en las postrimerías de los solsticios de
invierno y de verano, las llaves de Jano, en la simbólica cristiana, abren
y cierran el “Reino de los cielos” y el de la tierra, una llave es de oro y la
otra es de plata.
En la sucesión de los antiguos Collegia Fabrorum, igualmente es Guénon
al que nos remitimos, se transmitió regularmente a las corporaciones que,
a través de todo el medioevo, mantuvieron el mismo carácter iniciático y
en especial a la de los constructores. La masonería ha conservado como
uno de los testimonios más explícitos de su origen las fiestas solsticia-
les consagradas a los dos San Juan, después de haberlo estado a los dos
rostros de Jano. Estos rostros que marcan ciclos y tiempos específicos
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señalan, en su lado izquierdo el pasado, quizás recordando que en una
primera etapa los iniciados deben de tomar conciencia de lo que se re-
quiere cambiar u operar en la construcción de su templo interno. En tanto
que el lado derecho corresponde al porvenir y tal vez, hable, entre otras
cosas, de lo que está por saberse y aprehenderse.
Estas fiestas que se han celebrado por variadas culturas y pueblos se si-
túan en realidad un poco después de la fecha exacta de los solsticios, una
vez que el descenso y el ascenso han comenzado; a esto corresponde,
en el simbolismo védico, el hecho de que las puertas del Pitr-loka (de
los antepasados) y el Deva-loka (de los dioses), se consideren situadas,
respectivamente, hacia el sudoeste y el nordeste. Podría decirse, comenta
Guénon, con mayor precisión, que “la puerta de los dioses” está situada
al norte y vuelta hacia el este y que “la puerta de los hombres” está situa-
da al sur y vuelta hacia el oeste.
Ahora bien, el doble sentido del nombre mismo de Juan es interesante
y probablemente relevante para otros: el nombre Yehohanán, puede sig-
nificar “misericordia de Dios” y también “alabanza de Dios”. El primer
concepto se ha vinculado a San Juan Bautista, en tanto que el segundo
se le ha designado más frecuentemente a San Juan Evangelista. La mi-
sericordia es atributo descendente en tanto que la alabanza requiere de
un esfuerzo ascendente. Al Bautista, en la masonería, nos comentan los
siete maestros masones en su libro, se le relaciona con la escuadra y el
nivel, herramientas indispensables para que la base del edificio a cons-
truir este perfectamente allanada y encuadrada, sea esta imagen perfecta
del trabajo que nosotros como aprendices hemos de realizar, es decir, la
rectificación que cada uno debe ejercer consigo mismo. En tanto al Evan-
gelista, “el águila de Dios” y “el discípulo bien amado” se le considera el
apóstol que da testimonio de la luz –del conocimiento– y por ende se le
encarga bautizar con el fuego del espíritu. La masonería, nos seguimos
refiriendo al mismo libro, le asigna la perpendicular y el compás, y con
esto, la posibilidad de trazarnos como instrumentos tales que enlacemos
con el eje vertical que va del centro del templo hasta su sumidad más alta
donde reside la clave de bóveda.
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Hay un símbolo en la masonería (en particular en la anglosajona) que es
un círculo entre dos tangentes paralelas, estas tangentes, entre otros sig-
nificados, representan a los dos San Juan. Estas líneas o marcas, también
señalan un límite al ir y venir del sol, son los dos solsticios que nos indi-
can que el sol no puede sobrepasar su curso anual, y también, pueda ser,
nos remita al signo correspondiente y al recordatorio que al estar entre
columnas no hay que sobrepasarlas. También se le ha dado a estas líneas
una relación con las dos columnas del árbol sefirótico y, en su carácter
exotérico, se le puede ver como las “columnas de Hércules”, ya que es
un héroe solar sosteniendo los dos pilares. Existe una divisa, de nuevo
Guénon, que nos dice non plus ultra y que está referida a estas columnas
y que, no solamente, expresa o señala los límites del mundo “conocido”.
Como hemos comentado a Jano se le puede observar como el “Señor de
la Eternidad”, que probablemente sea uno de sus aspectos más importan-
tes, esto se relaciona con el principio (alfa) y con el fin (omega) de todas
las cosas y esto, nos pueda remitir, al evangelio de San Juan que inicia
con estas palabras: “En el principio era ya el Verbo, y el Verbo estaba en
Dios y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio en Dios. Por él fueron
hechas todas las cosas: y sin él no se ha hecho cosa alguna de cuantas
han sido hechas, en él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres:
Y esta luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la han
recibido” (I, 1-5). O bien la referencia a Cristo como el principio y el
fin de todas las cosas, el alfa y el omega. Jano es igualmente “el Señor
de las dos vías” por consecuencia inmediata de su carácter de “Señor de
Conocimiento”, lo que nos remite de nuevo a la idea de la iniciación de
los misterios. Initiatio, nos recuerda Guénon, deriva de in-ire “entrar”,
lo que se vincula igualmente con el simbolismo de la puerta y con Jano
(Ianus) que contienen la misma raíz que el verbo ire, “ir”; esta raíz se
encuentra en sánscrito con el mismo sentido que en latín, es la palabra
yâna, “vía”, cuya forma esta próxima a la del nombre Ianus, y que faculta
la iniciación, initiatio; en el extremo oriente la palabra Tao significa vía,
y sirve para designar al Principio Supremo.
Tomado de:
http://porlatradicion.com/psolsticiales.html
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Antes de la llegada de los europeos a Sudamérica, las culturas y pueblos
que vivían en él se desarrollaron libres de cualquier injerencia exógena,
así las diferentes culturas que darán origen posterior al imperio de los in-
cas vivían su propia realidad, ideología y religión. Todas ellas aportaron
lo mejor de sí, en una amalgama socio cultural producto de sus conflictos
internos cuyo foco civilizatorio más antiguo es Caral (3,000 a.C), segui-
do de otras culturas como: Chavín (2,000 a.C.), Tiahuanaco (1,500 a.C.),
Paracas (400 a.C.), Nazca (100 d.C.), Moche (100 d.C.), Wari (600 d.C.),
Sican (700 d.C.), Chimú (1,200 d.C.), y paralelo a este desarrollo se fue
difundiendo la religión de la deidad más importante de esta parte del
continente: Viracocha, el creador del mundo, creador del Sol y la Luna.
Viracocha era conocido con distintos nombres así tenemos: Wiracocha,
Kon Ticsi Wiracocha, Pachayachachi, Qon Raya Wiracochan y Pachaca-
mac. Los españoles le denominaban: Padre del Sol, Verdadero Sol, Nom-
bre Honroso del Sol y Fuerza Vital.
Cusco ombligo del mundo terrenal y supraterrenal
Los incas absorbieron todo lo mejor de sus antecesores y lo mejoraron
más aún, no prohibieron el culto de los dioses de las diferentes culturas
del imperio, pero antepusieron al dios Viracocha y el Sol de quienes de-
cían ser descendientes. Y en verdad ninguna de estas culturas puso mayor
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resistencia al dios Viracocha que ya lo conocían desde Caral, así como
tampoco al dios Sol que era el hijo de Viracocha. De manera tal que si
adoraban al Sol también lo hacían a Viracocha y de manera inversa si
adoraban a Viracocha lo hacían también al Sol, y en ambos casos por la
fuerza o por medios pacíficos aceptaban la divinidad del Inca. El presti-
gio de este imperio era tal, que llegaron a él los guaranís en busca de “la
tierra sin mal”, esperanzados de encontrar la tierra prometida en el centro
del imperio, en el ombligo del mundo el Cuzco. Era asombroso como un
imperio tan vasto podía administrar sus recursos eficientemente (no había
hambre, ni pobreza en el imperio), el imperio en verdad era una especie
de paraíso, y así es como lo conocieron a su llegada los españoles.
Dentro de los soldados europeos que llegaron en la conquista, había “ma-
sones operativos”11 , quienes pudieron observar que los incas tenían sus
propios “masones operativos”, y que en este imperio había ritos iniciá-
11 Los constructores o albañiles medievales, denominados masones, dis-
ponían de lugares de reunión y cobijo, denominados logias, situados habitual-
mente en las inmediaciones de las obras. Era común a los gremios profesionales
de la época el dotarse de reglamentos y normas de conducta de régimen interior.
Solían también seguir un modelo ritualizado para dar a sus miembros acceso a
ciertos conocimientos o al ejercicio de determinadas funciones. Los masones
destacaron especialmente en estos aspectos.
Los gremios de constructores, albañiles y arquitectos son mencionados en varios
de los más antiguos códigos de leyes, incluido el de Hammurabi (1,692 a.C.).
Pero suele considerarse que el primer código regulador específicamente masó-
nico fue el que el rey Athelstan de Inglaterra dio a estas corporaciones en el año
926, denominado Constituciones de York. Este manuscrito se perdió en el siglo
XV y fue reescrito de memoria por los que lo conocían. Por este motivo, la Carta
o Estatutos de Bolonia, redactados en 1,248, son el documento masónico origi-
nal más antiguo que se conoce. Trata de aspectos jurídicos, administrativos y de
usos y costumbres del gremio. Le siguen en antigüedad otros documentos, como
el Poema Regius o Manuscrito Halliwell (1,390), el Manuscrito Cooke (1,410),
el Manuscrito de Estrasburgo (1,459), los Estatutos de Ratisbona (1,459), los de
Schaw (1,598), el Manuscrito Iñigo Jones (1,607), los de Absolin (1,668) y elS-
loane (1,700). Todos estos manuscritos se refieren a la “masonería operativa” o
gremial, de la que especifican sobre todo las reglas del “oficio”, y los historiadores
suelen referirse a ellas en un sentido genérico como “constituciones góticas”.
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ticos asociados como en otras partes del mundo, a la religión que prac-
ticaban, muchos de ellos eran realizados en forma pública y otros en
forma reservada. Las más notorias festividades eran las cuatro fiestas del
Raymi, dos de ellas coincidían con los solsticios y dos con los equinoc-
cios, igual al que ellos practicaban en Europa, e intentaron comprender
las fiestas solsticiales e equinocciales del nuevo mundo que los europeos
practicaban, como una herencia ancestral del paganismo cuyos orígenes
se perdía en la noche del tiempo.
En Europa y el Oriente se conocían las Puertas Solsticiales, como las
dos puertas zodiacales que son respectivamente la entrada y la salida de
la “caverna cósmica” que algunas tradiciones designan como “la puerta
de los hombres” y “la puerta de los dioses” y que corresponden a los dos
solsticios. Debemos precisar que la primera corresponde al solsticio de
verano, es decir, al signo de Cáncer, y la segunda al solsticio de invier-
no, es decir, al signo de Capricornio para el hemisferio norte del globo
terráqueo.
Rene Guenón, matemático, filósofo y esoterista francés, iniciado en la
masonería nos dice: Para comprender la razón, es menester referirse a la
división del ciclo anual en dos mitades, una “ascendente” y otra “descen-
dente”: la primera es el período del curso del sol hacia el norte (uttarà-
yana), que va del solsticio de invierno al de verano; la segunda es la del
curso del sol hacia el sur (dakshinàyana), que va del solsticio de verano
al de invierno. En la tradición hindú, la fase “ascendente” está puesta
en relación con eldeva-yâna [“vía de los dioses”], y la fase descendente
con el pitr-yâna [“vía de los padres (o antepasados)”], lo que coincide
exactamente con las designaciones de las dos puertas que acabamos de
recordar: la “puerta de los hombres” es la que da acceso al pitr-yâna, y
la “puerta de los dioses” es la que da acceso al deva-yâna; deben, pues,
situarse respectivamente en el inicio de las dos fases correspondientes,
o sea la primera en el solsticio de verano y la segunda en el solsticio de
invierno.
El eje solsticial del Zodíaco, relativamente vertical con respecto al eje de
los equinoccios, debe considerarse como la proyección, en el ciclo solar
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anual, del eje polar norte-sur; según la correspondencia del simbolismo
temporal con el simbolismo espacial de los puntos cardinales, el solsti-
cio de invierno es en cierto modo el polo norte del año y el solsticio de
verano su polo sur, mientras que los dos equinoccios, el de primavera y
el de otoño, corresponden respectivamente, y de modo análogo, al este
y al oeste. De acuerdo con el simbolismo cristiano, el nacimiento del
(Mesías) Avatâra ocurre no solamente en el solsticio de invierno, sino
también a medianoche; está así, pues, en doble correspondencia con la
“puerta de los dioses”.
Las puertas solsticiales
Según el simbolismo masónico, el trabajo iniciático se cumple “de me-
diodía a medianoche”, lo que no es menos exacto si se considera el traba-
jo como una marcha efectuada de la “puerta de los hombres” a la “puerta
de los dioses”; la objeción que se podría estar tentado de hacer, en razón
del carácter “descendente” de este período, se resuelve por una aplica-
ción del “sentido inverso” de la analogía, como se verá más adelante.
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En el día, la mitad ascendente es de medianoche a mediodía, la mitad
descendente de mediodía a medianoche: medianoche corresponde al in-
vierno y al norte, mediodía al verano y al sur; la mañana corresponde
a la primavera y al este (lado de la salida del sol), la tarde al otoño y al
oeste (lado de la puesta del sol). Así, las fases del día, como las del mes,
pero en escala aún más reducida, representan analógicamente las del año;
ocurre lo mismo, de modo más general, para un ciclo cualquiera, que,
cualquiera fuere su extensión, se divide siempre naturalmente según la
misma ley cuaternaria.
Tal simbolismo se encuentra igualmente entre los griegos. También entre
los romanos, donde está esencialmente vinculado con el simbolismo de
Jano.
Jano, en el aspecto de que ahora se trata, es apropiadamente el ianitor
(“portero”) que abre y cierra las puertas (ianuae) del ciclo anual, con las
llaves que son uno de sus principales atributos; y recordaremos a este
respecto que la llave es un símbolo “axial”. En efecto, Jano (Ianus) ha
dado su nombre al mes de enero (ianuarius), que es el primero, aquel por
el cual se abre el año cuando comienza, normalmente, en el solsticio de
invierno; además, cosa aún más neta, la fiesta de Jano, en Roma, era ce-
lebrada en los dos solsticios por los Collegia Fabrorum.
Como las puertas solsticiales dan acceso a las dos mitades, ascendente y
descendente, del ciclo zodiacal, que en ellas tienen sus puntos de partida
respectivos, Jano, a quien hemos visto aparecer como el “Señor del triple
tiempo” (designación que se aplica también a Çiva en la tradición hindú),
es también, por lo dicho, el “Señor de las dos vías”, esas dos vías, de
derecha y de izquierda, que los pitagóricos representaban con la letra Y,
y que son, en el fondo, idénticas al deva-yána y al pitr-yâna respectiva-
mente. Por lo demás, Jano presidía los Collegia Fabrorum, depositarios
de las iniciaciones que, como en todas las civilizaciones tradicionales,
estaban vinculadas con el ejercicio de las artesanías; y es muy notable
que esto, lejos de desaparecer con la antigua civilización romana, se haya
continuado sin interrupción en el propio cristianismo, y que de ello, por
extraño que parezca a quienes ignoran ciertas “transmisiones”, pueden
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aún encontrarse vestigios en nuestros mismos días.
En el cristianismo, las fiestas solsticiales paganas de Jano se han con-
vertido en las de los dos San Juan, y éstas se celebran siempre en las
mismas épocas, es decir en los alrededores inmediatos de los solsticios de
invierno y verano. Señalemos aún, de paso y a título de curiosidad, que
la expresión popular francesa “Jean qui pleure et Jean qui rit” (“Juan que
ríe y Juan que llora”) es en realidad una reminiscencia de los dos rostros
opuestos de Jano. Y es también muy significativo que el aspecto esotérico
de la tradición cristiana haya sido considerado siempre como “johanni-
ta”, lo cual confiere a ese hecho un sentido que sobrepasa netamente,
cualesquiera fueren las apariencias exteriores, el dominio simplemente
religioso y exotérico. La sucesión de los antiguos Collegia Fabrorum, por
lo demás, se transmitió regularmente a las corporaciones que, a través de
todo el Medioevo, mantuvieron el mismo carácter iniciático, y en espe-
cial a la de los constructores; ésta, pues, tuvo naturalmente por patronos a
los dos San Juan, de donde proviene la conocida expresión de “Logia de
San Juan” que se ha conservado en la masonería, pues ésta no es sino la
continuación, por filiación directa, de las organizaciones a que acabamos
de referirnos.
Recordaremos que la “Logia de San Juan”, aunque no asimilada simbóli-
camente a la caverna, no deja de ser, como ésta, una figura del “cosmos”;
la descripción de sus “dimensiones” es particularmente neta a este res-
pecto: su longitud es “de oriente a occidente”; su anchura, “de mediodía
a septentrión”; su altura, “de la tierra al cielo”; y su profundidad, “de la
superficie al centro de la tierra”. Es de notar, como relación notable en lo
que concierne a la altura de la Logia, que, según la tradición islámica, el
sitio donde se levanta una mezquita se considera consagrado no solamen-
te en la superficie de la tierra, sino desde ésta hasta el “séptimo cielo”.
Por otra parte, se dice que “en la Logia de San Juan se elevan templos a
la virtud y se cavan mazmorras para el vicio”; estas dos ideas de “elevar”
y “excavar” se refieren a las dos “dimensiones” verticales, altura y pro-
fundidad, que se cuentan según las mitades de un mismo eje que va “del
cenit al nadir”, es decir, a las dos tendencias del ser, hacia los Cielos (el
templo) y hacia los Infiernos (la mazmorra), tendencias que están aquí
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más bien “alegorizadas” que simbolizadas en sentido estricto, por las no-
ciones de “virtud” y “vicio”.
En el simbolismo masónico, dos tangentes paralelas a un circulo se con-
sideran, entre otras significaciones diversas, como representación de los
dos San Juan; si se ve al Círculo como una figura del ciclo anual, los
puntos de contacto de las dos tangentes, diametralmente opuestos entre
sí, corresponden entonces a los dos puntos solsticiales.
La masonería operativa y especulativa, ha conservado siempre, como
uno de los testimonios más explícitos de su origen, las fiestas solsticiales,
consagradas a los dos San Juan después de haberlo estado a los dos ros-
tros de Jano; y así la doctrina tradicional de las dos puertas solsticiales,
con sus conexiones iniciáticas, se ha mantenido viva aún, por mucho que
sea generalmente incomprendida, hasta en el mundo occidental actual.
La Puerta de los Hombres, que cruzamos conscientemente en el Solsticio
de Verano, nos ha permitido el viaje interior, el descenso a la caverna
cósmica, lugar donde el Ser se manifiesta en su Totalidad.
Ese viaje iniciático, los pitagóricos consideran que se realiza de la Puerta
de los Hombres (solsticio de cáncer) a la Puerta de los Dioses (solsticio
de Capricornio) develando nuestra verdadera imagen desde el centro del
mismo Cosmos.
Los cambios interiores se han reflejado en el cielo haciéndonos com-
prender que la realidad relativa de lo manifestado (forma-materia) es un
reflejo de la Realidad Absoluta de lo inmanifestado (Espíritu).
Mientras nos dirigimos al solsticio de Capricornio, reconocemos que ob-
servando y conociendo al hombre encontramos a Dios (en su interior),
y somos capaces entonces del proceso alquímico y la manipulación del
tiempo-espacio.
La Tríada de Eclipses y la Triple Cruz Cósmica que se han mostrado en
el cielo, han revelado como nuestro trabajo meditativo ha ido rasgando
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los tres velos de la humanidad (capas alquímicas), que se manifestaban
en la materia como limitaciones y que en el universo velaban los límites
de un plano al otro.
Esta rasgadura de los velos, gracias al trabajo individual y al servicio de
todos los Hombres de Luz, ha ido atrayendo la comprensión del propósi-
to, que como potente corriente energética ha impactado en nuestra mente,
insinuándonos que la perfección, cuando se pretende se consigue.
Iluminando nuestros estados mentales somos capaces de iluminar la ma-
teria y regirla como parte del todo indivisible del que formamos parte.
Los meses (Signos zodiacales) y sus energías nos han mostrado desde
el interior de la caverna cósmica la triplicidad humana y universal, este
conocimiento ilumina la triple función planetaria de todos los hombres:
“El Camino, La Verdad y la Vida” en su vehículo materia y su cualidad
en su vehículo emocional “lo Bueno, lo Verdadero y lo Bello.”
Mediante la meditación en los plenilunios, aprendemos a utilizar las
energías y a derramarlas para que el propósito sea cumplido en armonía
por y para todos.
Durante el Festival de Géminis iniciamos el descenso hacia el auto-cono-
cimiento verdadero “La Puerta de los Hombres”.
El plenilunio de Cáncer nos nutre con las energías necesarias para que
los nuevos descubrimientos sobre la completa e indivisible Entidad que
encarnamos fuesen anexionados y empezásemos a trabajar en perfecta
sintonía y síntesis con el vehículo físico y el etérico. Entendemos que son
partes indivisibles del Ser Humano y fuentes de sabiduría de nuestro Ser.
Construimos así “una casa iluminada donde morar”.
Leo desde el centro etérico de nuestro Ser (la casa iluminada o vehículos
vibraciones etéricos), nos hace reconocer y percibir que somos Materia
y Espíritu. Aceptamos y celebramos que “Yo soy aquello y aquello soy
Yo”.
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La Luna de Virgo impregna la forma y la materia de los conocimientos
anteriores y asienta en nuestra conciencia, sin fricción ni resistencia de
los velos alquímicos: “Soy la Madre y el Niño. Soy Materia. Soy Dios”.
Es durante este equinoccio que recogemos los frutos de este potente tra-
bajo evolutivo que hemos realizado.
Actuamos. Hacemos ya, conscientes de nuestra Presencia física etérica
y espiritual. Conocernos a nosotros mismos nos muestra la cualidad del
Ser, la Existencia, y es reconociendo todo el potencial que reside en nues-
tro interior, que seremos capaces de trascender la materia para enfocar-
nos en las virtudes y dones que darán lugar al libre juego de la existencia
(salir-hacia).
Mostrarnos, la grandeza multidimensional que ha permanecido dormido
durante tanto tiempo y empezar el camino verdadero de la existencia,
revelar la Esencia, el propósito, la vía, el sendero del Nuevo Tiempo.
Cuando decidamos salir-hacia, seremos plenamente conscientes de lo
que significa Existir y dejaremos de “vivir simplemente”, para entregar-
nos a la eterna exploración y creación del Todo del que formamos parte.
La Esencia como energía integradora (Alma) manifestará los escenarios
perfectos para la Ascensión y su Presencia de Amor nos permitirá plas-
mar el Todo tríadico y unitario que creará un Nuevo Movimiento.
Ese Nuevo Movimiento abstracto, vibrante y sensible, permitirá la Exis-
tencia en un plano espacio-tiempo totalmente distinto al que hemos per-
cibido hasta el momento. Todo lo oculto, será revelado y la verdad nos
hará libres de existir en una Tierra Nueva.
Esta filosofía, producto del estudio de la ciencia en un espacio y tiempo,
cuyas evidencias más remotas están escritas en las tablillas sumerias y de
allí difundidas por el mundo antiguo a través de las escuelas de misterios
o sociedades iniciáticas, que guardaron celosamente todo entre sus adep-
tos. De él, trasciende a otras culturas, así los egipcios, hindúes, griegos
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y romanos en su tiempo, también lo fueron difundiendo en un secretis-
mo iniciático entre los constructores, más conocidos como masones y lo
mantuvieron hasta llegar a nuestros días. Sin embargo en el nuevo mundo
y a partir de Caral, conocimientos similares se usaban entre los iniciados
de esta parte del mundo en un conocimiento iniciático, que resume todo
ello en un concepto: PACHA.
En nuestro libro “Los Dioses Incas” 12 decíamos que “para entender la
historia mítica o legendaria del mundo andino (período de hechos heroi-
cos, donde los humanos, dioses y demonios conviven en el mismo mun-
do), es necesario entender su concepto de espacio-tiempo, que es defini-
do como “PACHA”, que es “tiempo” en su connotación andina. PACHA,
según la traducción de los lingüistas, hace referencia a tiempo y espacio,
pero para el andino más bien, esta palabra va más allá del tiempo y el
espacio, implica superar el tiempo y el espacio; una forma de vida, una
forma de entender el universo”.
Los caralinos con su “espiral representaban la noción del “tiempo” como
la unión de lo cíclico con lo infinito”. Los incas hablaban de la Pacha,
como concepto de tiempo en tres ciclos:
12 En el libro “Los Dioses Incas”, se analiza en detalle todo el misticismo
de las diferentes culturas previas e inca.
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NAYRA PACHA el pasado.
JICHHA PACHA el presente, ahora y aquí.
QHIPA PACHA el futuro.
Pero la Pacha como concepto de espacio también dividía en tres el uni-
verso:
Hanan Pacha : El mundo de arriba (Cielo)
Kay Pacha : Nuestro mundo (Tierra)
Uku Pacha : El inframundo (El infierno)
El Imperio Inca se halla ubicado en el hemisferio sur del globo terráqueo,
y el mundo iniciático inca, al igual que las otras culturas antiguas del
mundo tenía una puerta de ingreso para el hombre, que se apertura en
el solsticio de verano zodiaco de capricornio, marcado con la fiesta del
Qapac Raymi, la fiesta del hombre, la fiesta del huarachico. Y la puerta de
salida, por donde emergían los dioses se habría en el solsticio de invier-
no, zodiaco de cáncer, con la fiesta del Inti Raymi, la fiesta del Dios Inti.
El Capac Raymi (Qapac Raymi) fue documentado por Guillermo Presco-
tt, quién compara esta festividad al rito iniciático de los caballeros medie-
vales europeos, orden militar que fue muy connotada en Europa, siendo
el más célebre la Orden de los Caballeros Templarios.
Otro de los cronistas españoles que recabo información de primera mano
es el Bernabé Cobo, quién narra aún con mayor detalle este rito de ini-
ciación guerrera inca que se hacía en la puerta de entrada solsticial del
hombre.
CAPITULO XXV
De la fiesta llamada Capac-Raymi, que hacían los Incas el primer mes
del año.
Tenían los Incas dos maneras de fiestas y solemnidades, unas ordina-
rias y otras extraordinarias; las primeras estaban estatuidas en ciertos
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tiempos del ano, cada mes la suya, por su orden, para diversos efectos y
con particulares ritos y sacrificios; y las segundas no tenían tiempo de-
terminado, porque solo se hacían por causas ocurrentes: como cuando
faltaban las aguas, cuando se comenzaba alguna guerra de importancia,
en la coronación del rey, y en otras ocasiones semejantes.
La fiesta más solemne de las ordinarias se llamaba Capac-Raymi, que
quiere decir “Fiesta rica o principal”; y era entre ellos como la Pascua
entre nosotros.
Celebraban la el primer mes del año, llamado Raymi, y en ella se dedi-
caban los muchachos Incas y armaban caballeros; los cuales eran deu-
dos y descendientes por línea recta de los reyes Incas, hasta el príncipe
que había de suceder en la corona y sus hermanos; si los tenia; y no se
daba esta insignia de nobleza a otros. Donde principalmente y con más
concurso y aparato se hacia esta fiesta y ceremonia, era en la ciudad del
Cuzco; porque el número de los que se armaban caballeros era grande.
Hacianla también al mismo tiempo todos los gobernadores de la sangre
real que estaban en el gobierno de las provincias, cada uno donde se
hallaba, armando caballeros a sus hijos y demás mancebos nobles de su
generación. Recibían este grado y orden de caballeros los muchachos
de edad de doce a quince años, y las ceremonias sustanciales con que se
les daba eran horadarles las orejas y ponerles las guaras y panetes que
usaban por zaragüelles o calzones. Empezabanse a hacer mucho antes
grandes prevenciones de vestidos, galas y lo demás necesario para tan
solemne fiesta. Ante todas cosas cogían un buen número de doncellas
nobles desde doce hasta trece o catorce años, que, vestidas ricamente,
sirviesen en ella; las cuales, algunos días antes, se estaban en el cerro de
Chacaguanacauri hilando el hilo para los rapacejos de las guaras que
se habían de poner los muchachos que se armaban orejones o caballe-
ros; y ellos también iban al dicho cerro por cierta paja que habían de
llevar en los bordones; y la que sobraba de la que traían, repartían sus
parientes entre sí; y todo el tiempo que las dichas doncellas gastaban en
esta ocupación en aquel cerro, estaba puesta en el la guaca o ídolo de
Guanacauri. Lo demás que para esta solemnidad era menester preve-
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nían los padres y parientes de los mancebos, como era el sacrificio que
habían de ofrecer, los dones que les habían de presentar, la chicha para
los bailes y regocijos, y los vestidos e insignias con que habían de salir,
que eran desta suerte; por calzado unas ojotas hechas de cierta paja muy
delgada y de color de oro, llamada coya; las camisetas eran cortas, de
lana leonada fina, con rapacejos negros, largos palmo y medio, de lana
también, que parecía seda; mantas blancas de dos palmas de ancho y
largas hasta las espinillas; estas ataban al cuello con un nudo, y de allí
salía un cordón grueso de lana con una borla colorada al cabo; llautos
negros en las cabezas, y unas hondas en las manos, de cabuya y nervios
de carneros; porque decían, que sus antepasados, cuando salieron de la
cueva de Pacaritampu, las traían de aquella manera. También sus pa-
dres y parientes salían de particular traje y librea, con mantas leonadas
y plumajes negros.
Llegado el primer día del mes, se juntaban todos los principales Incas
en el templo del sol, y allí concertaban la fiesta y todo lo que se había de
hacer ella.
Mandaban salir fuera de la ciudad todos los forasteros, y ninguno en-
traba en ella hasta el fin de la fiesta. Señalabaseles, así a los que salían
como a los que venían a la Corte, cierto lugar en la entrada del camino
que estaba diputado para esto, y en cada uno de aquestos lugares esta-
ba la gente de aquel suyu para donde iba el dicho camino. Allí se iban
juntando y recogiendo los tributos y hacienda de la Religión, que en esta
sazón traían de todas las provincias del reino, esperando los que las
traían hasta que los ministros del rey y de las guacas los iban a recibir.
Este mismo día traía cada uno de los nobles los muchachos que tenía
para hacer orejones, y presentabanlos en el templo del sol; en cuya plaza
se ponían las estatuas del Viracocha, sol, luna y trueno en unos escaños
bajos adornados con muchas plumas, los cuales afirman algunos que
eran de oro. Sacaban asimismo a la dicha plaza todos los cuerpos em-
balsamados de los señores muertos los que los tenían a cargo; y esto de
poner en público los dichos ídolos y cuerpos embalsamados hacían todos
los días solemnes así deste como de los otros meses. El fin para que sa-
caban estos cuerpos muertos, era para beber con ellos sus descendientes
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como si estuvieran vivos; y en esta ocasión particularmente, para que los
que se armaban caballeros les pidiesen que los hiciesen tan valientes y
venturosos como ellos habían sido.
Hecho esto, salía el Inca de su casa muy acompañado, y llegando adonde
las estatuas estaban, se asentaba junto a la del sol y cerca de los gran-
des señores y caballeros que se hallaban en la corte, puestos en rueda y
muy cerrados. Luego traían con gran solemnidad cien carneros grandes
escogidos entre todos los que se habían recogido aquel año, que fuesen
sanos y sin lesión alguna y tuviesen la lana larga y las colas muy empina-
das y derechas. Levantabase a este tiempo el sacerdote principal del sol,
y haciendo reverencia primero al Viracocha y luego a las demás esta-
tuas, hacia dar con los carneros cuatro vueltas alrededor de ellas, y tras
esto, los ofrecía de parte del sol al Viracocha, y ofrecidos, los entregaba
a treinta indios que estaban diputados para esto, y cada día sacrificaban
tres; de manera que al cabo del mes se venían a consumir todos, sacri-
ficando algunos días a cuatro; y hacianse el sacrificio desta manera:
encendían una gran hoguera de leña de quínoa, muy limpia y labrada, y
partido el carnero en cuatro cuartos, sin perderse nada de la sangre ni
de otra cosa, lo echaban en el fuego y esperaban a que se quemase muy
bien; los huesos que quedaban por quemar los molían muy bien y tomaba
cada uno un poco de aquel polvo y lo soplaba diciendo ciertas palabras,
y lo que sobraba lo llevaban a un buhio, que estaba en el barrio de Po-
machupa, donde estaba el deposito desto muchos anos guardado con
gran veneración; y al tiempo que se quemaba el dicho carnero, echaban
en el fuego maíz blanco, ají molido y coca.
El segundo día del mes traían seis carneros muy viejos, que llamaban
aporucos13 , a los cuales llevaban de cabestro seis indios cargados con
maíz y coca, cada uno el suyo, diciendo que era comida para ellos; y
traianlos cuatro días con cierta solemnidad, y al quinto salían a la plaza
todos los que se habían de armar caballeros, acompañados de sus padres
13 El aporuco era un carnero blanco, que criaban para que participe en sus
ceremonias, a este nunca lo mataban, en ocasiones le sacaban sangre de su brazo
para sus ceremonias. Es menester decir que los incas no conocieron el carnero u
ovino, los españoles llamaron carneros a las llamas y alpacas de fibra larga, que
tienen una apariencia de carnero.
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y parientes; y hecha reverencia a los ídolos y al Inca, que ya estaban
puestos en sus lugares por el orden que queda dicho, pedían al Inca
licencia para ir a hacer los sacrificios y ceremonias que en esta fiesta
se acostumbraba hacer. Habida la licencia, se partían para el cerro de
Guanacauri con el mismo acompañamiento que habían traído de sus
deudos. Llevaban delante de toda la gente las insignias reales, que eran
un carnero y el estandarte o guion, llamado Sunturpaucar. El carnero
era muy blanco, vestido de una camiseta colorada y con unas orejeras
de oro, y con el dos mamaconas diputadas para esto con los cantaros de
chicha a cuestas; porque tenían ensenado a este carnero a beberla y a
comer coca, y decían que significaba el primero de su especie que había
salido después del Diluvio, y figurabanle así blanco. Tenían siempre de-
pósitos destos carneros para este efecto, y a este nunca lo mataban, an-
tes, cuando se moría, lo enteraban con solemnidad. Y junto con este car-
nero iban los aporucos. Cada uno de los mancebos llevaba en la mano
izquierda una honda de las que habían prevenido, y en la derecha, una
vedija de cabuya, que era su cáñamo. Dormían aquel día al pie del cerro,
y el siguiente, al salir del sol, subían a lo alto, donde estaba el templo y
guaca, a cuyos ministros entregaban las hondas, los cuales se las volvían
otro día, diciéndoles que la guaca se las daba, con que peleasen; y luego
sangraban aquellos aporucos de cierta vena que está arriba del brazo
derecho, y sin tocar la mano, paraban los muchachos al rostro y unta-
banse con aquella sangre; y cuando todos lo habían hecho, cerraban las
heridas a los carneros y vestianlos con camisetas y orejeras.
Quemaban la ropa y demás cosas que se habían llevado para el sacrifi-
cio, juntamente con seis corderos que llevaban del ganado del sol y otros
que los muchachos llevaban para este efecto. No mataban luego estos
seis corderos, sino sangrabanlos de cierta vena y dejabanlos desangrar,
trayendolos alrededor del cerro; y donde caían muertos, allí los quema-
ban; y antes de matarlos, arrancaban los sacerdotes una poca de lana de
cada uno, y repartianla entre los mozos que se armaban caballeros y los
principales que los acompañaban; y ellos la soplaban al aire mientras
se ofrecía el sacrificio, rogando al ídolo de Guanacauri por la salud y
prosperidad del Inca, y que a ellos los favoreciese y tuviese de su mano.
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Item, daba el Inca seis orejuelas pequeñas de plata y oro para este sa-
crificio, las cuales enterraban en la guaca sobredicha. Hecho esto, se
volvían con los aporucos e insignias reales del carnero y sunturpaucar, y
en una quebrada que está en el camino, sus padres y deudos, quitándo-
les las hondas que llevaban en las manos, con ellas los azotaban en los
brazos y piernas, diciéndoles: “Sed hombres de bien y valientes como
nosotros, y recibid esta virtud y gracia que nosotros tenemos, para que
nos imitéis”. Luego les tornaban a dar las hondas y hacían un baile
cantando, llamado guari; el cual acabado, se venían al Cuzco con el
mismo acompañamiento y solemnidad con que habían salido. Llegados
a la plaza principal, dicha Aucaypata, hacían reverencia a las guacas, y
sus padres y parientes los volvían a azotar con las hondas como antes.
Tras esto, hacia toda la gente que allí se hallaba el dicho taqui o baile
llamado guari, tocando unos caracoles grandes de la mar, al cual se se-
guía el dar los mozos de beber a sus padres y deudos. Acabado el baile
y bebida, mataban los sacerdotes con ciertas ceremonias los carneros
aporucos, y repartían su carne entre los dichos mancebos, dando a cada
uno una pequeña parte, la cual comían cruda, diciendo que con ella
recebian fuerza para siempre. Concluido con esto, se iban todos a sus
casas y los sacerdotes volvían a sus lugares los ídolos del sol y demás
dioses.
Los seis días siguientes no entendían en cosa más que en holgarse en
sus casas y los muchachos en descansar de los trabajos pasados y apa-
rejarse para los venideros. A mediado el mes, tornaban a la plaza con
sus padres y parientes como la primera vez, y puestos en la presencia del
Inca, les daba el sacerdote del sol ciertas vestiduras: camiseta bandeada
de colorado y blanco y manta blanca con cordón azul y borla colorada,
y los parientes las ojotas dichas de la paja llamada coya. También daba
el sacerdote del sol otro vestido colorado y blanco a cada una de las don-
cellas señaladas para servir en esta fiesta; y toda esta ropa que se debe a
los unos y a los otros era de la que se hacía de tributo para la Religión,
y por eso la repartía el sacerdote en nombre del sol. Vestidos desta librea
los mancebos, tomaban en las manos unos bordones de palma llamados
yauri, que en lo alto tenían unas cuchillas de cobre, y algunos de oro, a
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manera de hacha, de los cuales colgaba una poca de lana, las guaracas
o hondas y la paja que arriba dijimos; y teniéndolos derechos como pica,
hacían adoración a las guacas y el acatamiento acostumbrado al Inca,
y se partían con sus parcialidades y deudos al cerro de Anaguarque, que
está cerca del de Guanacauri.
En este acompañamiento iban las doncellas que habían recebido los ves-
tidos, cargadas de unos cantarillos pequeños de chicha, para dar de be-
ber a la gente del, y las insignias reales sobredichas del sunturpaucar y
carero vestido, con otros seis oporucos como los de arriba, y hacían con
ellos lo mismo, y otros seis corderos pequeños que sacrificaban como en
Guanacauri. La razón por que iban a este cerro y adoratorio, era porque
se habían de probar en correr, y hacían aquí esta ceremonia, porque
contaban que esta guaca quedo tan ligera desde el tiempo del Diluvio,
que corría tanto como volara un halcón. Llegados a la dicha guaca, los
muchachos ofrecían un poco de lana y los sacerdotes hacían las mismas
ceremonias y sacrificios que en el primer cerro.
Tornabanlos a azotar con las hondas los viejos sus parientes, diciéndoles
que no fuesen perezosos en el servicio del Inca, avisándoles que serían
castigados por ello, y trayéndoles a la memoria la causa por que se hacía
aquella solemnidad y las victorias que habían habido los Incas mediante
el esfuerzo de sus padres. Lo cual acabado. Se sentaba toda la gente y
hacían el taqui llamado guari; y mientras se hacía, estaban en pie los
caballeros noveles con sus bordones en las manos, que eran las armas
que les daban.
Después del dicho taqui, se levantaban todas las doncellas y bajaban
corriendo hasta el pie del cerro, y allí esperaban con sus cantaros de
chicha a los mancebos, para darles de beber; a los cuales empezaban a
llamar a voces, diciendo: “Venid presto, valientes mancebos, que aquí os
estamos esperando.” Y luego ellos se ponían en muchas hileras, unos en
pos de otros, y detrás de cada hilera de los dichos mozos otra de hom-
bres mayores, que servían de apadrinarlos, cada uno de los cuales tenía
cuenta con el caballero a quien había de ayudar, si se cansase. Delante
de todas las hileras se ponía un indio vestido galanamente, y daba una
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voz, a la cual partían de carrera todos con gran furia, y algunos solían
lastimarse pesadamente. Llegados abajo, daban las doncellas de beber
primero a los padrinos y después a los ahijados.
Iban también al cerro de Sabaraura, y quemaban otros seis corderos y
enterraban otros tantos, y allende desto, cada uno ofrecía lo que llevaba.
Tornabanlos a azotar como las otras veces, y de allí volvían al Cuzco,
y entrando en la plaza, iban haciendo su humillación a las guacas y al
Inca, y sentándose las parcialidades de Hanancuzco y Hurincuzco, cada
una aparte, quedándose en pie los caballeros mozos por espacio de un
rato, volvían a hacer el dicho baile y cantar guari, y tornaban a azotar-
los por la forma dicha. Ya que era hora de recogerse, se iba el Inca a su
palacio acompañado de la gente cortesana, y los caballeros mancebos,
con el mismo acompañamiento que antes, se partían para el cerro de Ya-
vira, que está en derecho de Carmenga, donde ofrecían el sacrificio que
en los otros y recebian las guaras, que eran sus zaraguelles o panetes,
los cuales no se podían poner hasta aquel tiempo y con aquellas cere-
monias. Ponianles también ciertas celadas en las cabezas, y de parte del
Inca les daban unas orejeras de oro, que se ataban a las orejas, diade-
mas de pluma y patenas de plata y de oro, que se colgaban del cuello; lo
cual acabado, hacían otra vez el baile dicho y azotaban a los mancebos;
con que daban la vuelta para el Cuzco, y entrando en la plaza, hacían la
reverencia acostumbrada a los guacas.
Después de todas las ceremonias dichas, iban estos caballeros a bañar-
se a una fuente llamada Calispuquiu, que está detrás de la fortaleza,
casi una milla de la ciudad, y vueltos a la plaza, les ofrecían dones sus
parientes, comenzando el tío más principal, que daba a su sobrino una
rodela, una honda y una maza con que pelease en la guerra, y tras él le
iban ofreciendo los demás parientes; con que siempre venía a quedar re-
mediado y rico el que se armaba caballero. Dabale cada uno de los que
ofrecían un azote, y le hacía una breve platica, aconsejándole que fuese
valiente y leal al Inca y tuviese gran cuenta con el culto y veneración de
las guacas.
Cuando se armaba caballero el príncipe que había de suceder en el rei-
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no, le hacían grandes y ricas ofrendas todos los caciques principales que
se hallaban presentes en toda la tierra. Rematabase la solemnidad de
este día con cierto sacrificio que hacían a las guacas. A los últimos días
del mes, sacaban a los dichos nuevos caballeros a las chacaras y les ho-
radaban las orejas, que era la postrera ceremonia que con ellos hacían
en armarlos caballeros.
Por fin y remate deste mes y fiesta, se juntaba todo el pueblo en la plaza
a un regocijo y baile que llamaban Aucayo. Hacían para el gran can-
tidad de bollos de harina de maíz amasada con sangre de los carneros
que aquel día sacrificaban en cierta forma y con particular solemnidad,
y mandaban entrar en la ciudad a la gente forastera que estaba deteni-
da de todas las provincias del Perú. Puestos, pues, en sus lugares por
su orden los ministros destos sacrificios, que eran del ayllu y linaje de
Tarpuntay, daban a cada uno de los presentes un bocado de aquellos
bollos, diciéndolos que comiesen aquel manjar que les daba el sol para
contentarlos, y que no dijesen que no tenía cuenta con ellos, como con
los demás que habían hecho aquella fiesta.
Sacaban estos bollos en unos platos grandes de plata y oro de vajilla del
sol, que estaban dedicados para esto, y todos los recibían agradecién-
dolo mucho al sol con palabras y ademanes. En habiéndolos comido, les
decían los sacerdotes: “Esto que os han dado es manjar del sol, y ha de
estar en vuestros cuerpos por testigo, si en algún tiempo dijieredes mal
del o del Inca, para manifestarlo y que seáis castigados por ello.” Y ellos
prometían que no lo harían en su vida, y que debajo desta condición re-
cibían aquella comida. Gastaban en estos bailes algunos días, bebiendo
siempre sin descansar.
Hacían el son con cuatro tambores grandes del sol, y cada tambor to-
caban cuatro indios principales vestidos de muy particular librea, con
camisetas coloradas hasta los pies con rapacejos blancos y colorados;
encima se ponían unas pieles de leones desollados enteros y las cabezas
vacías, en las cuales les tenían puestas unas patenas, zarcillos en las
orejas, y en lugar de sus dientes naturales, otros del mismo tamaño y
forma, con alforjas en las manos, lo cual todo era de oro. Ponianselas de
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manera que la cabeza y cuello del león les sobrepujaban sobre sus cabe-
zas, y el cuerpo les caía en las espaldas; y estos, para empezar el baile,
sacrificaban dos corderos, entregándolos a cuatro viejos deputados para
esto, que los ofrecían con mil ceremonias.
Esto concluido, traían del ganado del Inca treinta carneros, y repar-
tianlos en los que tenían cargo de los sacrificios; a los cuales mandaba
el Inca que los sacrificasen en su nombre a todas las guacas del Cuzco;
y así se repartían entre ellos con treinta piezas de ropa. Allende lo cual
tomaban treinta haces de leña labrada y, vestidos como hombres y mu-
jeres, los quemaban y ofrecían al sol, por la fuerza de los que se habían
horadado las orejas y porque viesen muchos días como aquellos.
El postrero día del mes iban a la plaza del cerro de Puquin, llevando
dos carneros grandes, uno de plata y otro de oro, seis corderos y otros
tantos aporucos vestidos, con seis corderos de oro y plata, conchas de
la mar, treinta carneros blancos y otras tantas piezas de ropa, y lo que-
maban todo en el dicho cerro, excepto las figuras de oro y plata. Y con
esto se daba fin a la fiesta de Capac-Raymi, que era la más grave y so-
lemne de todo el año. Era de tanta estimación y honra entre esta gente el
horadarse las orejas, que si acaso se le rompían a alguno al tiempo de
horadárselas, o después, lo tenían por muy desdichado; y tenían puesto
su mayor cuidado en que los horados fuesen muy grandes; y para que
fuesen dando de si y haciéndose mayores, metían en ellos unos hilos de
algodón, y cada día los iban poniendo más gruesos, con que venían a
crecer tanto los horados, que traían encajados en ellos por zarcillos unos
rodetes mayor cada uno que un real de a ocho.
Esta y otras narraciones de la ceremonia, refieren que los jóvenes para ser
iniciados, eran recibidos por todos los dioses, presidido por Viracocha,
al que acompañaba el sol y los otros dioses. Esto no deja duda del cono-
cimiento iniciático que tenían los incas, la planificación de la ceremonia
y la pulcritud de los participantes, muestran lo refinado y solemne de
los actos, que conforme va evolucionando el conjunto de eventos, van
integrándose a ella nuevos elementos y personajes, así como el cambio
de la vestimenta y el acto de horadar las orejas, los transformaban en su
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subconsciente como únicos y diferentes.
Cuando llegaron los españoles y se contactaron con el inca, notaron que
este y sus acompañantes tenían unos rodetes en los lóbulos de las orejas,
por ello los llamaron “orejones” sin entender porque este grupo de hom-
bres los tenían, mientras el común de los habitantes no.
Los orejones preferían morir en las batallas antes que rendirse, por el
compromiso juramentado que habían contraído con el dios supremo Vi-
racocha, el creador del mundo, padre del sol y la luna, cuyos hijos, los
incas gobernaban en su representación al imperio. Esta ceremonia pro-
longada impregnaba en el subconsciente del iniciado, el convencimiento
de que era un hombre diferente y superior al común de los hombres, la
misma que se expresaba en forma simbólica e iniciática por las camisetas
coloradas que vestían hasta los pies con rapacejos blancos y colorados;
encima del cual se ponían pieles de leones (Uturuncu) desollados enteros
y las cabezas vacías, en las cuales les tenían puestas unas patenas, zar-
cillos en las orejas, y en lugar de sus dientes naturales, otros del mismo
tamaño y forma, con alforjas en las manos, lo cual todo era de oro. Los
vestían de tal manera que la cabeza y cuello del león les sobrepujaban
sobre sus cabezas, y el cuerpo les caía en las espaldas
Estos iniciados vivían su esoterismo en un mundo iniciático, al que in-
gresaban en el solsticio de verano (Diciembre) y salían por la puerta por
donde salen los dioses renacidos, cuyo umbral se hallaba en el solsticio
de invierno (Junio). Este ingreso y salida lo hacían en forma simbólica
cada vez que se reunían.
La puerta de salida del mundo cósmico, que iniciáticamente el umbral
era el solsticio de invierno, en el imperio de los incas se realizaba la
fiesta del Inti Raymi, la fiesta del dios Sol, el hijo del creador del mundo
Viracocha, que era enviado a la tierra para renovarla en un ciclo anual
permanente, tal como lo había realizado Viracocha al inicio, cuando creó
el mundo, creo al sol y la luna y finalmente al hombre (runa).
La fiesta del Inti Raymi, se hacía, cuando se abría la puerta de salida del
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mundo iniciático inca, para que surja el dios Sol, para perennizar su lle-
gada y permanencia cíclica eterna en este mundo, con el cual se renovaba
en forma iniciática el periodo de las cuatro estaciones del año. La solem-
nidad iniciática de esta fiesta, era tal, que solo lo hacían el Inca y los varo-
nes del ayllu de sangre real, y no entraban en ella ni sus propias mujeres,
que se quedaban fuera en un patio. Les daban de beber las mamaconas
mujeres del sol, y todos los vasos en que comían y bebían eran de oro.
Ofrecían a las estatuas de los dioses, de parte de los Incas treinta carne-
ros: diez a la del Viracocha, otros diez a la del sol y otros diez a la del
trueno; y treinta piezas de ropa de cumbi muy pintada. En el Cerro Man-
turcalla, donde se celebraba esta fiesta, se hacían gran cantidad de esta-
tuas de leña de quishuar, labrada, y vestidas de ropas ricas; estas estaban
allí desde el principio de la fiesta, al fin de la cual les ponía fuego y las
quemaban, junto a seis aporucos que acompañaban. Las cenizas y restos
de huesos se recogían y regaban en un llano cerca del cerro a donde solo
podían ingresar los que lo llevaban. Luego del cual se bebía y comía en
la plaza de la ciudad del Cuzco hasta que anochecía y el Inca se recogía
en su casa y todos se marchaban a la suya.
Si quisiéramos hacer comparación de esta festividad con respecto a la
fiesta del hemisferio norte, diremos que el 24 de junio nacía en forma
simbólica el dios Sol, en el hemisferio sur, mientras en el hemisferio nor-
te los dioses nacían el 25 de diciembre.
Para los iniciados Incas lo que era la puerta de salida en el hemisferio
norte, era la puerta de entrada. Y lo que era la puerta de entrada en el he-
misferio norte, era la puerta de salida.
Hace muchos años, escuche a mi abuelo decir con mucho orgullo: Los
conquistadores europeos que llegaron a América son los descendientes
de Adán y Eva, aquellos que fueron expulsados del Jardín del Edén. No-
sotros somos descendientes directos de Viracocha y de sus hijos El Sol y
la Luna. A nosotros nadie nos expulsó del Jardín del edén, ¡Aún vivimos
en él!
83
Retomando el pensamiento judeo cristiano, la Iniciación 14 existe porque
el hombre perdió el Paraíso y desea volver a él. Esta pérdida del Paraíso
ha sido denominada de maneras distintas en las culturas del viejo medio
oriente y Europa, siendo la denominación más familiar: La Caída del
Hombre.
Los hebreos autores del génesis bíblico, no supieron ofrecer una interpre-
tación ni descripción simbólica adecuada de dicho acontecimiento, solo
esbozaron ese infausto “acontecimiento histórico”, centrando la atención
a los acontecimientos que suceden tras la muerte del hombre, pero no
consideraron lo qué sucedió antes del nacimiento.
El hombre, instintivamente, teme el más allá: lo que primero viene a
su imaginación son los infiernos y no el paraíso. Un calco de la vida
presente, una especie de sueño donde desaparece todo aquello que da a
la existencia su relieve y su sabor, un reino de las sombras poblado de
fantasmas errantes sin alegría. Un lugar donde hay tormentos, gobernado
por un “ente” castigador, que administra ese lugar lúgubre hasta más no
poder. Así le pusieron diversos nombres a este castigador: Satanás, luci-
fer, diablo, el ángel caído, y un largo etc.
14 El bautismo es una forma de iniciación religiosa.
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“Los incas creían en la resurrección universal sin imaginar penas ni glo-
ria, sino una vida similar a la que tenemos aquí, porque su espíritu no
se elevaba más allá de esta vida presente”. Para ellos, la descendencia
equivale prácticamente a la inmortalidad 15: los muertos viven en los que
continúan en la vida amándolos y alimentándose de ellos; la cadena vital
que hace vivos a los muertos funciona por el amor:
“El muerto vive en el arrullo de quien le ama, desde cuyos ojos seguirá
admirando la luz, desde esos ojos podrá llorar... Y esto en un espacio sin
tiempo, en estancia sin principio ni fin”. Esta filosofía estaba presente en
el respeto, manutención y adoración de las momias de sus antepasados,
quienes después de muertos habitaban en el Uku Pacha, que era regido
por el Supay, una divinidad ambivalente, muy distinta al diablo de los
conquistadores y de su religión judeo cristiana.
Dibujo de Guamán Poma de Ayala. Representa el mapa del espacio tiempo andino se
puede ver el “mayu”, la vía láctea y el ciclo del agua y la energía, recorrido del sol
y la luna desde el Titicaca hasta el mar. La Yaq’ana orina sobre la tierra y el arco iris
hace circular la energía.
15 La ciencia actual ha demostrado que en nuestros genes, se mantiene
los códigos genéticos de nuestros antepasados u ancestros. ¿Sabían de esto los
Incas? Y por esta razón cuidaban de sus ancestros momificados, o es una simple
coincidencia.
85
El Sol cuando nace en el oriente (este), surge del Uku Pacha y se eleva al
Hanan Pacha donde permanece durante el día vitalizando el Kay Pacha, y
al término del día se dirige al poniente (oeste), nuevamente al Uku Pacha.
Es decir el eterno nacer y morir del dios Sol, es semejanza al nacer y mo-
rir del hombre. El Sol permanece ausente del Hanan Pacha, que es velada
por su esposa la Luna, mientras su existencia transcurre en un mundo que
no era tenebroso, donde están todos los muertos, que renacerán conforme
a los designios de sus dioses. Su permanencia en el inframundo estaba
regido por el Supay y la Pacha mama (madre tierra) necesita de la ayuda
del dios Inti (Sol), Quilla (Luna), Lluvia (Kon) y otros para lograr el mi-
lagro de la vida y su desarrollo cíclico del mundo, todo ello supeditado
a la voluntad de Viracocha el creador del mundo y su hijo el Sol, quienes
gobernaban el mundo a través del Inca que vivía en el ombligo del mun-
do el Cuzco. Por esta razón todos estos dioses vivían en armonía, y los
hombres imitándolos hacían lo mismo.
Aún a riesgo de sesgar nuestro punto de vista, debemos decir que no
todas las religiones pintan a sus deidades con el halo de omnisciencia
(saberlo todo) e inmortalidad que otorga el cristianismo a su dios. Si bien
los dioses mesopotámicos (3,700 a.C.) eran invisibles a los ojos huma-
nos, eran antropomorfos, y también tenían necesidades humanas, como
lo indican sus representaciones.
Ellos habitaron este mundo mucho antes que los seres humanos, practi-
caban la minería, agricultura y construyeron los sistemas de riego para
cubrir sus necesidades. Tuvieron entonces que trabajar en la construcción
y mantenimiento de los canales de agua, en la siembra y en la cosecha
de sus productos. Salvo los dioses principales -que no pasaban de cuatro:
Anu, Enlil, Enki y Ninnusarg-, todas las divinidades cumplieron tales
tareas. La humanidad, entonces, fue creada por ellos para servirlos y evi-
tarles la rudeza del trabajo. Así narra las tablillas sumerias.
Los egipcios e hindúes también en forma similar narran de sus dioses
que convivieron con el hombre, sea como su rey, sea como su dios, o
peleando guerras entre ellos, donde los vencidos cual humano eran eli-
minados o desterrados. Algunos de estos dioses ampararon al hombre y
86
se enemistaron de sus congéneres, otros simplemente usaban al hombre
para su servicio.
Esta percepción de lo divino es ajena al Cristianismo y a otras religiones
que tienen como patriarca a Abraham. Esta manera de comprender el
universo y lo sobrenatural, en Mesopotamia, India y Egipto, no hacía
insalvable al hombre su divinización, al menos para la clase dirigente.
Un conquistador extranjero podía ser aceptado como gobernante divino
o semidivino si en la relación con sus súbditos manejaba, al menos, los
elementos simbólicos que habían usado sus predecesores. En Egipto fun-
cionaron como faraones el persa Cambises y el griego Alejandro Magno.
Los incas y aztecas, dicen que llegaron sus dioses, que vivieron con ellos
enseñándoles la agricultura, ganadería, el arte de construir y otros aspec-
tos de sus culturas, al término de ello, partieron con la promesa de volver.
Por esta razón cuando llegaron los conquistadores españoles, los incas y
aztecas que esperaban el retorno de sus dioses que había sido prometido,
los confundieron, así los incas consideraban que era el retorno de Viraco-
cha 16 y los aztecas el retorno de Quetzalcóatl 17.
16 La profecía del retorno de Viracocha fue anunciado por el Inca Huayna
Capac. En su lecho de muerte, que se dirigió a sus sacerdotes y funcionarios de la
siguiente manera: “Nuestro padre el sol me ha revelado que después de un reina-
do de doce Incas, de sus propios hijos, aparecerán en nuestro país una raza des-
conocida de hombres que sepultará nuestro imperio. Ellos, sin duda, pertenecen
a las personas cuyos mensajeros han aparecido en nuestra orilla. Asegúrense de
ella, estos extranjeros llegarán a este país a cumplir la profecía.”
17 El retorno de Quetzalcóatl fue anunciado a Moctezuma de la siguiente
manera: Señor y rey nuestro, es verdad que han venido no sé qué gentes y han
llegado a las orillas de la gran mar [...] y las carnes de ellos muy blancas, más que
nuestras carnes, excepto que todos los más tienen barba larga y el cabello hasta
la oreja les da. Moctezuma estaba cabizbajo, que no habló cosa ninguna, y se cre-
yó que éste era el dios Quetzalcóatl. Como oyó la nueva, Moctezuma despachó
gente para el recibimiento de Quetzalcóatl, porque pensó que era el que venía,
porque cada día le estaba esperando, y como tenía relación que Quetzalcóatl
había ido por la mar hacia el oriente, y los navíos venían de hacia el oriente, por
esto pensaron que era él...
Muchos presagios funestos se habían presentado en aquellos días, y esto man-
tenía pensativo a Moctezuma. El tlatoani de Tenochtitlan se apresura a enviarle
87
Ni aztecas ni incas comprendieron en un principio, la distancia insalva-
ble con los españoles, ni pudieron entender que los conquistadores eran
a la vez soldados y misioneros de una fe religiosa, de una religión que
los hacía, incluso a ellos mismos, pecadores por el solo hecho de haber
nacido (pecado original por ser descendientes de Adán y Eva). Eso fue
y es aún difícil de comprender, no había salvación terrena o divina fuera
de la Iglesia Católica. Todos los habitantes de América estaban en las
filas de los enemigos de Dios, por el solo hecho de haber nacido o vivido
antes de la llegada de Colón. Este era un continente donde la relación con
sus semejantes convertía al hombre en culpable, “por haber nacido en el
nuevo mundo”.
El cristianismo español no hizo concesiones y apoyó sin reparos la cons-
trucción de un estado, convirtiéndose en su sostén ideológico. Los es-
pacios de respiro a las religiones no cristianas solo existieron cuando la
magnitud del territorio y el volumen incluso decreciente de los indíge-
nas hacían imposible que se cumpliese la compulsiva labor misionera. El
comportamiento de los oficiales de la iglesia cristiana se nutría también
de varios factores: el más visible era la condición de ser parte de la hueste
conquistadora y tener, por lo tanto, derecho a imponer condiciones. Ha-
bía también razones jurídicas: una bula papal daba legalidad al ejército
de ocupación e imponía como condición la conversión al catolicismo de
los reyes derrotados y de todos sus súbditos. Esta convicción de ajustarse
a la ley hizo pensar, incluso a los historiadores modernos, que el len-
guaje jurídico era expresión de la realidad; por eso tenemos millares de
publicaciones que describen la jurisprudencia como correlato preciso del
funcionamiento de instituciones y personas.
Las panacas (familias nobles descendientes de los Incas) cuzqueñas va-
cilaron entre una adaptación humillante, pero conveniente, y una revo-
a Cortés varios obsequios, como los atavíos de algunos dioses, entre ellos los de
Quetzalcóatl. Según fray Bernardino de Sahagún, las palabras de Moctezuma
fueron:
Mirad que me han dicho que ha llegado nuestro señor Quetzalcóatl. Id y reci-
bidle [...] Veis aquí estas joyas que le presentéis de mi parte, que son todos los
atavíos sacerdotales que a él le convienen...
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lución libertadora que restaurase sus privilegios. Desde 1,569 los nietos
de los Incas reclamaban sus derechos siguiendo las reglas de la legalidad
europea. Fue así que “se presentaron ante el Licenciado Juan de Ayllón
para solicitar que se recibiera una información probando su ascendencia
real y las conquistas de Tupac Yupanqui”.
Estos nobles habían asumido su condición de soberanos en desgracia y
reclamaban, al menos, parte de las ventajas que se otorgaban a los nobles
de España en situaciones parecidas. Para hacerlo debió descartar su pro-
pio universo religioso, por lo menos en lo que se refiere a la vida pública,
y dar muestras de ser buenos cristianos. Esto significaba dar importantes
donativos a las iglesias locales e inclusive retratos suyos y de su familia
adorando al dios español.
Pero no todos los nobles incas se comportaron así, Manco Inca, hijo de
Huayna Capac y Mama Runtu, permaneció en la mítica Vilcabamba (ubi-
cada en lo que hoy es Espíritu Pampa por algunos estudiosos) hasta su
muerte en 1,554. Sus hijos más notorios, Sayri Tupac, Tupac Amaru y
Titu Cussi Yupanqui, ocuparon su lugar en muy distintos momentos lide-
rando lo que se ha llamado resistencia incaica. No sabemos mucho acerca
de la vida al interior de Vilcabamba, incluso su ubicación exacta todavía
es debatida. En verdad las estrategias de los Incas mencionados variaron
notablemente, desde la confrontación abierta hasta varios acuerdos con
las autoridades de la Colonia medianamente cumplidos.
Todo acabó cuando el virrey Toledo ordenó el exterminio de lo que con-
sideró un foco de subversión, más por lo que podía representar frente a
los antiguos seguidores de los Incas que por la amenaza concreta que
significaban. Lo importante es que al mismo tiempo que la nobleza ven-
cida asumía la rebeldía como bandera, otro grupo -no menos visible en
su liderazgo- prefería jugar la carta de la legalidad europea y por lo tanto
renunciaba a sus dioses para obtener magros pero reales beneficios.
Estos eran los caminos de los descendientes de las panacas reales, naci-
dos en su mayoría en el Cuzco. Muchos de ellos fueron conscientes del
poder de la escritura (la legal y la sagrada), y se rodearon de traductores
89
y asesores, incluso españoles, para medir y acrecentar sus bienes y sus
ambiciones. Todo esto nos indica que los rebeldes, o sumisos, de la clase
dirigente incaica ya eran conscientes de que la presencia europea era in-
evitable y aun en rebeldía había que pactar con ella.
El virrey Toledo cambió esta línea de negociaciones al invadir Vilca-
bamba y redujo a los incas sumisos a la lista de los muchos -españoles,
criollos, mestizos o indígenas- que clamaban mercedes por méritos a la
Corona. Ninguno de estos esfuerzos o gestos militares o cortesanos eran
accesibles a los tributarios. Sus jefes locales o curacas vivían tratando
de mantener el complicado equilibrio de ser funcionarios coloniales y
esquilmar a su propia gente al tiempo que los protegían escondiendo a un
grupo de ellos y declarando cifras falsas de tributarios y contribuciones.
El juego era peligroso, ni el corregidor de indios ni el doctrinero confia-
ban en él y en ocasiones las nacientes autoridades indígenas paralelas a
su mando, como envarados y alcaldes, le hicieron la vida imposible. A
veces los propios indígenas delataban su siempre compleja red de arre-
glos ilegales.
Luego de la Conquista, ser curaca era invariablemente el resultado de
una negociación. Cuando de quebró el orden impuesto por la guerra de
los encomenderos, se aceleró las migraciones internas: mitimaes y yana-
conas debieron optar por volver a sus lugares de origen o permanecer
en donde residían, pero sobre la base de necesidades inmediatas o pre-
muras bélicas. Sobre esta complicada e impredecible movilidad espacial
era muy difícil constituir una autoridad que negociase con los invasores,
si esto se lograba poco importaba si su poder tenía el sustento incaico o
colonial o era el fruto de una improvisación afortunada. La supervivencia
no dejaba espacio a reflexiones elaboradas.
Había que crear o reforzar lealtades. Como las bases en que se movía la
ética o moral de los europeos -cuyas actitudes tropezaban abiertamente
con su prédica- eran incomprensibles, las alianzas entre los curacas y sus
súbditos tenían que asentarse en lo que aún hoy se llama “la costumbre”;
es decir, la milenaria escala de valores andinos que bajo la presión de las
circunstancias iba construyendo lo que en un par de siglos más - hacia
90
el final del virreinato - sería el eje de la religión andina contemporánea.
Antes de la llegada de los europeos, los sacerdotes y los iniciados (El
Inca, los hijos de la clase noble y escogidos) simbólicamente marcaron
las puertas de ingreso y salida de su mundo iniciático, en los solsticios, al
igual que otras culturas ancestrales del mundo.
El dios que regía este mundo del uku pacha era el Supay, Saqra, China,
Tew, Tío o como quiera denominársele, no era un dios odiado o repudia-
do, aunque si inspiraba temor, se podía tratar con él para obtener favores
mediante un pago u ofrenda que se hacía en un ritual o suerte de misa
denominada la “mesada” 18 donde entregaba licor (chicha fermentada),
hojas de coca escogidas (quintos), llampu (piedra caliza), tejidos, mullu
(concha de abanico), semillas y otros. Esta forma de trato entre los dioses
y el hombre también fue practicado por los sumerios y egipcios, antes
que los caralinos difundieran su práctica por el mundo andino.
El Supay, Zupay o Diablo andino, es un dios originario de las mitologías
quechua, aimara e inca, puede ser malo o bueno. Es un ser que habita
en las profundidades de la tierra y el inframundo de los muertos (Uku
Pacha).
El Zupay es una figura ambivalente, definida por el sincretismo de la cul-
tura cristiana como el diablo, pero que también es adorado como señor
de las profundidades, el dios de las explotaciones mineras. A diferencia
de lo que sucede con el Diablo cristiano, “el inca no repudiaba al Supay
sino que temiéndole, lo invocaba y rendía culto para evitar que le hiciera
daño.
Esta expresión de “cariño-respeto” se mantiene latente aún hoy, en el
Perú y Bolivia en la fiesta de la “diablada” que se festeja en los carna-
vales de la Meseta del Collao, donde los diablos y las diablas, así como
un conjunto de variados personajes mezcla de la cultura hispana y an-
18 Literalmente es una mesa servida para ofrecer ofrendas, que se hace en
el suelo, colocando una manta y sobre ella las ofrendas para el dios o las divini-
dades ancestrales.
91
dina expresan la lucha entre en bien y el mal en un sincretismo único y
posiblemente hasta absurdo para algunos católicos, por igual en esta se
encuentra a los ángeles, los diablos y los humanos en algarabía sin prece-
dentes, departiendo amistosamente. Esta festividad que mantiene viejas
tradiciones, absorbió las nuevas que llegaron, para evitar ser perseguidos,
y continuar con su tradiciones disfrazada de catolicismo, actualmente es
el Patrimonio Inmaterial de la Comunidad Andina.
En esta zona de la “diablada”, los Tiahuanaco tienen la llamada “Puer-
ta de la Luna”, la misma que originalmente se ubicaba a la entrada del
cementerio, que simbólicamente es la puerta de ingreso al uku pacha o
“puerta de los hombres” y otra llamada la “Puerta del Sol” que simbóli-
camente es la “puerta de los dioses” y en ella esta retratado el dios Vira-
cocha que bendice la salida de su hijo el dios Inti (Sol) al Hanan Pacha
cuyos rayos divinos bendecirá el kay pacha donde gobernó el Inca en
representación de ellos.
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Puerta de la Luna – Puerta de los Hombres.
Puerta del Sol – Puerta de los Dioses.
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Otra manera de llamar al demonio es el Saqra que en quechua significa;
travieso, saltarín, alegre y bromista. Durante la festividad de la Virgen
del Carmen, los saqras simbolizan al personaje que con hábiles y entre-
tenidos movimientos en la ejecución de su coreografía alegran la fiesta y
realizan la acción de la tentación a la Virgen del Carmen desde los bal-
cones y techos de las casas durante las procesiones. Es debido a la fusión
cultural entre la religión católica y la religión andina que surgen diversas
formas de interpretación al demonio, aunque el concepto no fue ni es
entendido a cabalidad por la cultura andina, la representación de Lucifer
se atribuye a los saqras aunque algunos dicen que lo más cercano a este
concepto debía ser la palabra supay. La danza representa una versión hu-
manizada, parodiada y humorística del diablo de acuerdo a la concepción
mestiza acerca del demonio. En suma el diablo encarnación del mal para
el mundo europeo y oriental, no lo es para el mundo sudamericano ya que
es un ente ambivalente que puede comportarse bien o mal conforme a las
circunstancias.
Aún pervive otra expresión iniciática andina entre el Supay y el Runa en
la ceremonia que realizan los Danzantes de Tijera (Supay Huasin Tusuj
= El danzante de la casa del diablo) de Huancavelica, Ayacucho y Apu-
rímac, antes de realizar sus acrobáticos enfrentamientos entre ellos, que
el observador inmediatamente considera que esta poseído por el diablo.
94
Según los sacerdotes de la colonia, su lado mágico obedece a un pacto
con el diablo, debido a las sorprendentes pruebas que ejecutan en la dan-
za. Estas pruebas se denominan Atipanacuy. El instrumento central de la
danza son las tijeras elaborados de dos placas independientes de metal de
aproximadamente 25cm de largo y que juntas tiene la forma de un par de
Tijeras de punta roma.
Los poseídos danzan sin fatigarse, realizando actos inverosímiles para-
dos sobre las puntas de los pies o de los talones, introduciéndose una
serie de objetos punzo cortantes en la boca y fosas nasales, clavándose
espinas en el cuerpo, o tragándose sapos y culebras literalmente, introdu-
ciéndose clavos y otros objetos metálicos bajo la piel, para luego amarrar
a ello objetos y arrastrarlos, o coger objetos pesado con los dientes e
incluso personas para hacerlos girar a su alrededor, mientras van produ-
ciendo música con una tijera y los dedos de su mano, acompañados por
un arpa y violín, mientras son observados por una concurrencia absorta y
sorprendida. Ellos dicen que ser un “Dansaq” (danzante) es un acto de fe
(sobra el comentario sobre la fe y al personaje al que se refieren).
95
Los danzantes de tijeras descienden de los “tusuq laykas” que eran sa-
cerdotes, adivinos, brujos y curanderos prehispánicos, quienes durante la
colonia fueron perseguidos durante la extirpación de las idolatrías, para
asesinarlos e implantar su fe religiosa cristiana, en esta etapa colonial se
les llamo “supaypa wawan” (hijo del diablo) y fueron perseguidos cruel-
mente con bendición de la iglesia cristiana y para evitar su muerte se re-
fugiaron en las zonas más altas e inaccesibles. Con el paso del tiempo, los
colonizadores al no poder eliminarlos del todo, aceptaron que volvieran,
condicionándoles a danzar para sus santos y al dios cristiano.
Durante la colonia la danza es influenciada por los trajes de luces españo-
les. Existen evidencias documentales de que en el año 1,600 la danza de
las tijeras ya era practicada extensamente.
Actualmente es una danza ritual y mágico-religiosa que representa a tra-
vés de sus coreografías a los espíritus de la pachamama, yacumama, ha-
nan pacha, uku pacha y otros wamanis.
Si bien es posible apreciar en la danza de las tijeras rezagos de un ritual
mágico-religioso, en sus ceremonias iniciáticas pervive toda su magia
96
y religiosidad andina. La participación en las ceremonias iniciáticas de
los nuevos danzantes, así como en la bendición y pago al Supay, es solo
para los danzantes y sus músicos, presididos por un brujo o curandero
(Alto misayocc) que realiza una mesada para el Supay, quién bendecirá
al nuevo iniciado y le proporcionará energía inagotable para la danza.
Si el danzante quiere fuerza sobre humana hace un pacto con el Supay
y entrega su alma como pago, para que more en el uku pacha al servicio
del Supay cuando deje este mundo (kay pacha). Los quechuas y aimaras
no aceptaron la imposición de la religión cristiana de los conquistadores,
mantuvieron la suya, sincretizando la fe del conquistador en la fe del
hombre andino.
Otros estudiosos están convencidos que no hay tal sincretismo de lo an-
dino con lo cristiano. La danza de tijeras es una muestra de ello, que es
netamente andino, es el último reducto puro de la religiosidad inca y su
esoterismo iniciático.
Antes de la llegada de los europeos las ceremonias de purificación in-
cluían un baile, o bien la danza denunciaba la necesidad de los ritos para
calmar la crisis de los enfermos. No son claros los documentos, en todo
caso se llamaba taki onqoy o sara onqoy, que estaba ligado a los confe-
sores andinos, llamados para calmar la enfermedad (onqoy). En algunas
partes esta enfermedad de baile que llaman taki onqoy, o sara onqoy, era
atendido por los hechiceros, que eran llamados o van a ellos para que ha-
gan mil supersticiones y hechicerías, practican la idolatría, y se confiesan
con los hechiceros y practican otras ceremonias.
Fiesta, baile y canto están ligados también a la expiación o limpieza a
partir de lo que en la Colonia se vio como actividad de “confesores”
indígenas y quizá en lo que hoy es todavía materia a ser tratada por un
maestro curandero. El taki onqoy como actividad terapéutica pervive
como tal.
En 1,585 predicadores indígenas sermoneaban a su arrepentida audiencia
acerca del abandono del ritual que sufrían las huacas, nombre genérico
con que se denominaba a toda manifestación religiosa indígena y sobre
97
todo a los dioses prehispánicos. Las huacas exigían la recomposición de
su culto y el olvido de su ritual explicaba la presencia de estos males.
Es interesante que las voces se alzaran en lugares de importancia preco-
lombina, al menos dos de ellos tienen antecedentes de cultos no cristia-
nos: Huaquirca (Antabamba, Apurímac), zona cubierta de andenes que
recuerdan a Pisac, no muy lejos de la cueva de Alhuanzo decorada con
dibujos rupestres. El otro espacio de predicación fue Vilcashuamán cuya
importancia no necesita mayor explicación; no en vano los incas lo usa-
ron como nuevo centro administrativo, eran tierras que habían perteneci-
do al dominio Wari y a los chancas.
Los documentos llaman moro oncoy (muru onqoy) a la epidemia que
dejaba manchas sobre la piel de los enfermos, calificada en términos ge-
nerales como “viruelas” por los europeos. No fue esta la primera plaga
que azotó a los nativos, víctimas del contagio europeo desde los tiempos
de Huayna Capac. Es importante resaltar que los hechiceros a esta en-
fermedad lo asociaban con la presencia de los invasores. El ritual para
curar comprendía ofrendas a la deidad andina, que indicaba la vigencia
de antiguos ceremoniales, como parte del rechazo o asimilación del adoc-
trinamiento cristiano.
Las fechas cronológicas de la reacción indígena por el muru onqoy nos
hablan de su conexión ideológica con el movimiento mesiánico del taki
onqoy y, al mismo tiempo, reflejan el carácter mestizo de ambas conduc-
tas. Si este último tenía sus raíces indígenas en un ritual preestablecido
ante la amenaza de las plagas es algo que tiene sentido, aunque falte
documentación para probarlo. Lo importante es que en 1,565, cuando se
descubrió el movimiento, la expectativa mesiánica había rebasado los
límites del ritual de curación. Los predicadores y conversos habían ela-
borado un cuidadoso discurso que explicaba la relación de Cristo y Es-
paña contra la que se alzaban victoriosos los Dioses Andinos y los Taqui
Ongos, como los llaman las crónicas y otros documentos.
A inicios de la década de 1,560 la situación era similar en la Nueva Es-
paña: los mayas del estado de Yucatán llevaron a cabo un levantamiento
que tuvo como protagonistas a indígenas que ya habían sido educados
98
en parroquias católicas. Su líder, Pablo Be, atacaba a la Iglesia Católica
en sus bases negando la validez del bautismo y, en general, la prédica
misionera. El verdadero dios Hunab Ku se comunicaba con él en éxta-
sis shamánicos de los que regresaba para incitar la rebelión contra los
cristianos. Al norte de México otros movimientos anunciaron el retorno
de sus antepasados, sus profetas: Tenamaxtle, conocido como Diego el
zacateco, y Francisco Aguilar, cacique de Nochistlán, llevaron a cabo una
rebelión anticristiana. Anunciaban a sus seguidores que renunciando a las
enseñanzas de los sacerdotes católicos y siguiéndolos a ellos volverían
a ser jóvenes y tendrían varias esposas, no solamente una, y además que
si llegaban a envejecer volverían a procrear. El dios Tecoroli (o Tlatol)
viajaría a donde hubiese cristianos para matarlos a todos.
Los andinos quedaron a la espera de una señal divina que les dijera que
efectivamente todas las iglesias y capillas del reino, habían sido derrota-
do y quemado, que habían resucitado todas las huacas. Esta señal partiría
de Pachacamac, y la otra de la huaca del Titicaca; que todas andaban por
el aire, ordenando dar batalla al Dios cristiano, y vencerle.
Que cuando el marqués (Francisco Pizarro) entró en esta tierra, había
su Dios vencido a las huacas, y los españoles a los indios; empero que
ahora, daba la vuelta el mundo; y que los españoles y su dios quedaban
vencidos esta vez, y todos los españoles muertos, y las ciudades de ellos
anegadas; que la mar había de crecer, y los habría de ahogar, para que de
ellos no hubiese memoria.
No se conserva la prédica en quechua o aimara de los profetas andinos;
sin embargo, en la versión hispana la frase “daba la vuelta el mundo”,
pudo ser la traducción aproximada de pachakuti, concepto de significado
complejo que fue traducido por González Holguín como “El fin del mun-
do, o grande destrucción, pestilencia, ruina, o pérdida, o daño común”.
En aimara tenemos una traducción similar: “Tiempo de guerra”. Y tam-
bién lo toman para significar el “juicio final”.
El mal ya no era remediable, se necesitaba otro pachakuti para recrear el
universo que tampoco sería copia del prehispánico sino el producto de
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una destrucción. Con los restos de todo lo existente, lo antiguo y lo mo-
derno, lo indígena y lo europeo, habría que construir una nueva sociedad.
La guerra a la que alude había desatado todo su furor y los escuadrones
andinos, comandados por Pachacamac y Titicaca, estaban derrotando al
dios cristiano. No es la primera vez que en el surgimiento de una religión
se alude a la figura simbólica de un combate. En el Eluma elish de los
babilonios, Marduk, el nuevo campeón de los dioses derrota a la diosa
Tiamat o el triunfo de Horus sobre Seth en el Egipto.
En el taki onqoy la guerra se explicaba como la revancha de una derrota
anterior, se enfrentaban nuevamente los dioses creadores de ambos ban-
dos: los resucitados comandados por Pachacamac (Viracocha), el dios
oracular del valle de Lurín y en general de la costa del Pacífico, y Titica-
ca, la pacarina u origen de los seres vivientes ubicada en el Collao, en la
sierra sur del Perú y Bolivia. Al frente estaba el dios cristiano “que había
hecho a los españoles”.
Esta confrontación se había dado porque las huacas habían recobrado sus
fuerzas gracias a la renovación del ritual. Como en casi todas las religio-
nes la energía de los dioses se sustentaba en la constancia con que los
fieles mantenían la vida ceremonial en su honor. El ritual es el alimento
divino. Puede ser sangre humana -como lo creyeron mayas y aztecas- o
el humo que consume las plantas o animales en su honor -como se pen-
saba en Mesopotamia- o las entrañas de las llamas -como razonaban los
andinos- o el sacrificio de la Misa -como piensan los católicos- pero la
eficacia de las deidades depende de la continuidad de cualquiera de las
formas sacrificiales que se adopten. Cuando se persigue a los creyentes o
-por cualquier otra razón- estos dejan de practicar el ritual, en la mayoría
de las religiones se percibe a los dioses como hambrientos o faltos de
poder y, por lo tanto, enojados y agresivos contra sus criaturas y sus per-
seguidores, “las huacas andaban por el aire, secas y muertas de hambre;
por que los indios no le sacrificaban ya, ni derramaban chicha”. Pero su
falta no concluía en este abandono, iba más allá pues los indios se habían
bautizado entregándose al ritual católico.
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