The words you are searching are inside this book. To get more targeted content, please make full-text search by clicking here.

Las Aventuras de Txano y Óscar (Operación Sabueso) - Julio Santos y Patricia Pérez

Discover the best professional documents and content resources in AnyFlip Document Base.
Search
Published by enlapuntadelalengua6, 2020-05-18 08:18:18

Las Aventuras de Txano y Óscar (Operación Sabueso) - Julio Santos y Patricia Pérez

Las Aventuras de Txano y Óscar (Operación Sabueso) - Julio Santos y Patricia Pérez

Copyright © 2017 Julio Santos García & Patricia Pérez Redondo
© Texto: Julio Santos García, 2017
© Ilustraciones: Patricia Pérez Redondo, 2017
Corrección de textos: Correcciones Ramos, Olatz Ángel
Maquetación y diseño: Julio Santos & Patricia Pérez
Título: Operación Sabueso
Colección: Las aventuras de Txano y Óscar
Número: 2
www.txanoyoscar.com
[email protected]
Xarpa Books
Obra registrada en SafeCreative

La obra «Las aventuras de Txano y Óscar - Operación Sabueso» ha sido
creada por Patricia Pérez y Julio Santos y está sujeta a una licencia Crea-
tive Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0
Internacional.
Puede consultar los términos de la licencia en la siguiente URL:
https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/deed.es_ES

Operación Sabueso

Ilustraciones Texto
Patricia Pérez Julio Santos

Txano Óscar
Sonia
¡Hola! Mi nombre
es Txano y el de aquí al lado es
mi hermano Óscar. Somos mellizos
y en nuestra primera aventura un
extraño meteorito verde nos

convirtió en telépatas.

Raúl

Ellos son Raúl y Sonia,
nuestros superamigos. Con ellos
vivimos casi todas nuestras aventuras.
¡Los cuatro juntos podemos con todo!

La más pequeña
de la familia es nuestra
hermana Sara-Li. Ella
encontró a Maxi en
una caja de cartón en
la calle y convenció a

Sara-Limamá para traerla a
casa.
Nuestra
Flashp e q u e ñ a
amiga se llama
Flash y es una
ardilla muy

especial.

Maxi

Bárbara El del pelo rojo
y la barbita rara es
nuestro padre. Se llama
Alejandro, pero todos le
llaman Álex. Tiene una
tienda de antigüedades
en la ciudad.

Nuestra madre
se llama Bárbara y es
traductora. Cuando está

Álex enfadada, su nombre se
queda corto.

En un parque de Twin City, una figura oscura
aguardaba escondida tras unos matorrales.

A pocos metros, un grupo de niñas jugaban
alegres, mientras el perro que estaba con ellas
correteaba por los alrededores.

De pronto, una apetitosa galleta con forma
de hueso aterrizó en el suelo frente al animal y
empezó a moverse hacia los arbustos. El perro
corrió tras ella, pero cuando estaba a punto de
alcanzarla, unas fuertes manos lo apresaron.

Cuando las niñas se dieron cuenta, el perro ya
estaba muy lejos de allí y durante los siguientes
días, muchas otras mascotas correrían la misma
suerte.

En todas estas desapariciones estaba la clave
para construir el cuartel general de la pandilla
de Txano y Óscar, aunque ellos todavía no lo
sabían.



Entrenando

Después de pasar un par de semanas locas tras en-
contrar el meteorito, incluyendo una mañana en-
tera quitando plantas de la habitación de Sara-Li,
los últimos días nos habían permitido recuperar la
normalidad.

Si puede llamarse normalidad a dedicarnos a jugar
con nuestra telepatía la mayor parte del tiempo…

¿Te imaginas que, de repente, un día pudieras ha-
blar con tu hermano y con tus mascotas usando solo
la mente? Alucinante, ¿no?

Pues en esa situación estábamos nosotros.
Esa mañana llevábamos un rato practicando y era
el turno de Óscar, que se concentró para enviarme
su pensamiento. Enseguida una imagen fue apare-
ciendo en mi cabeza.
—¿Eh? ¿Una chica que baila sobre la hierba a la
orilla de un lago con pajaritos y musiquita? —dije yo

9

mirando a mi hermano extrañado—. ¿No te habrán
abducido? ¡Extraterrestre, sal del cuerpo de Óscar!

—Espera, espera… que todavía no he terminado.
De repente, la musiquita cambió y del agua sur-
gió un monstruo como el del lago Ness que se acer-
có a la orilla y estiró su largo cuello para zamparse
a la chica de un bocado. Y todo, rematado con un
sonoro eructo en versión dinosaurio con gases.

10

—¡Vale! Monstruo come chica y eructa. Eso ya
me cuadra más con tu cerebro desquiciado —dije
mientras Óscar se reía de su escenificación.

—Reconoce que me ha quedado guay —dijo po-
niendo cara de interesante.

—Bueno, no ha estado mal —reconocí—. Pero
ahora me toca a mí. ¡Atento, que va!

Me concentré y empecé a proyectar mi idea. Me
había gustado la escena de Óscar, pero quería prepa-
rar otra versión.

La imagen apacible de la hierba y el lago seguían
ahí, pero a Nessie ya no se le veía tan temible y pare-
cía que tenía problemas.

De pronto, se elevó varios metros sobre el agua y
empezó a girar sobre sí mismo sin control.

Después de una buena ración de giros, fue paran-
do poco a poco con la expresión desencajada y la
lengua fuera.

Pero no habían acabado ahí los tormentos del po-
bre monstruo. Entonces, empezó a hincharse como
si algo lo inflara desde dentro y los ojos casi se le
salieron de las órbitas.

Cuando ya era una enorme bola de la que solo
sobresalían patas y cuello, reventó en mil pedazos
desintegrándose en forma de confeti que cayó a cá-
mara lenta sobre el agua.

11

Y en el centro de la explosión, libre de nuevo, la
chica de antes flotaba satisfecha, mientras brillaba
como si dentro del cuerpo tuviera una linterna.

—¡Toma! ¡Te has superado! Chica luminosa desin-
tegra monstruo desde dentro y lo convierte en confe-
ti. ¡Me gusta! —dijo Óscar.

¡Ya ves a qué nos dedicábamos! Después de varios
días de práctica, podíamos proyectar casi cualquier
cosa en la mente del otro.

Lo más complicado era que teníamos que hacerlo
a escondidas porque no queríamos que nuestros pa-
dres se enterasen.

Al principio solo eran palabras o números, luego
conseguimos enviar imágenes, y ahora ya podíamos
enviarlo todo junto.

Incluso habíamos probado a trasmitir sonidos ta-
rareando mentalmente las músicas de las películas
que nos gustaban y también funcionaba.

Pero conseguir lo mismo con Maxi y Flash no fue
tan sencillo.

Si usábamos ordenes simples, como «ven» o «sién-
tate», funcionaba bien. Pero cuando intentábamos
trasmitirles algo más complicado, la mayoría de las
veces nos miraban sin comprender.

Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que si
les trasmitíamos las palabras junto con una imagen

12

que las describiera, enseguida se quedaban con la
idea y empezaban a usarla.

Con este truco nos pudimos entender con ellos
sin problemas, y según avanzaban los días, la comu-
nicación era más fácil.

Pero tantos días seguidos de juego tranquilo
en nuestra habitación no eran normales y nuestra
madre, que a veces parecía que podía leer el pen-
samiento sin meteorito ni nada, estaba un poco
extrañada.

13

Ya sabes..., a las madres no les puedes ocultar
nada por mucho tiempo y notaba en su mirada que
sospechaba algo.

Hasta entonces mi hermano y yo habíamos esta-
do de acuerdo en mantenerlo en secreto, pero ahora
que nuestra nueva facultad estaba controlada, em-
pezamos a preguntarnos cuándo sería el momento
adecuado para contárselo a nuestros padres.

Óscar opinaba que era un poco pronto, aunque
yo no lo tenía tan claro. Conociendo los «poderes»
de nuestra madre, no iba a tardar demasiado en ave-
riguarlo y siempre sería mejor si se lo decíamos no-
sotros, antes de que lo descubriera por su cuenta.

Pero a los que nos moríamos por contárselo de
verdad eran a Raúl y a Sonia.

Ellos eran nuestros mejores amigos y en verano
solíamos pasar un montón de tiempo juntos, aun-
que esta vez había dado la casualidad de que nada
más acabar las clases, Sonia se fue a pasar un par de
semanas a casa de sus abuelos y Raúl se marchó de
vacaciones con su familia.

Los cuatro íbamos al mismo colegio y nos cono-
cíamos desde que éramos muy pequeños.

Habíamos compartido un montón de años de
juegos. Éramos muy diferentes, pero igual por eso
nos llevábamos tan bien.

14

Sonia era hija única. Sus padres estaban separados
y ella vivía con su madre. Era muy inteligente y te-
nía una memoria prodigiosa.

Y eso, sin necesidad de ninguna piedra verde.
Podías preguntarle cualquier cosa que hubiera
oído antes y era raro que no la recordara. Cuando
jugábamos a adivinar películas escuchando solo una
frase, ella ganaba casi siempre.
A Sonia los ordenadores se le daban fenomenal.
Bueno, en general la tecnología se le daba fenome-
nal. Seguramente le venía de familia, porque su ma-
dre trabajaba con nuestra tía Laura en una empresa
de desarrollo de videojuegos y era muy buena.
Óscar y ella tenían una relación de amor-odio
muy especial. Andaban siempre a la greña por cual-
quier cosa, pero cuando se ponían a trabajar juntos
en algo, el resultado era casi siempre increíble.
Yo creo que a mi hermano le gustaba un poco,
aunque si se lo preguntabas, ponía cara de póker y
cambiaba de tema a la velocidad de la luz.
Raúl no tenía la memoria de Sonia y tampoco era
un friki de la tecnología como Óscar, pero nos saca-
ba una cabeza de altura a los tres. Y lo mejor era que,
a pesar de ser superalto y superfuerte para su edad,
nunca le había visto abusar de nadie. Le encantaban
los trucos de magia y era un gran mago aficionado.

15

Raúl también era muy bueno en todos los depor-
tes y en el colegio siempre le querían elegir para los
equipos que se formaban.

¡Qué ganas de estar con ellos!
¡Teníamos tantas cosas que contarles que no íba-
mos a saber ni por dónde empezar!

16

Otra vez juntos

En cuanto Sonia y Raúl volvieron de sus vacacio-
nes, les llamamos y quedamos con ellos para ir al
parque.

Vivían a unas pocas manzanas de distancia y como
nuestra casa les quedaba de paso, solíamos esperarles
jugando hasta que venían a buscarnos y así hacíamos
el resto del camino juntos.

Pero ese no era un día normal y media hora an-
tes de que llegaran ya estábamos esperando sentados
en las escaleras del porche, y bastante nerviosos, por
cierto.

Maxi se había quedado con nuestra hermana,
pero Flash, nuestra ardilla, venía con nosotros.

La pobre estaba achuchada en el bolsillo de la su-
dadera que Óscar se había puesto para la ocasión.

Le habíamos pedido que esperara allí escondida
hasta que la presentáramos.

17

Queríamos ir por partes y presentar a Flash iba a
ser lo primero. Después ya buscaríamos la forma de
contar lo de la telepatía.

18

Aparte del profesor Antonov y de Sara-Li, Sonia
y Raúl iban a ser los primeros en saberlo, y aunque
eran nuestros amigos de toda la vida, nos daba un
poco de miedo su reacción.

—¿Cómo se lo podríamos contar? —pregunté,
recostado en los escalones.

—A ver qué te parece esto: ¡Hola…! Un meteo-
rito verde y explosivo nos ha vuelto telépatas —dijo
Óscar confirmando mis sospechas de que no iba a
ayudarme mucho.

—¡No seas animal! —bufé—. No podemos de-
círselo así.

—Pues ya me dirás tú cómo —protestó—. ¿Se
lo decimos cantando un rap? —Se burló mientras
gesticulaba con las manos como un rapero.

—No lo sé todavía, pero, sobre todo, nada de
contarlo cuando lleguen aquí, porque seguro que se
ponen a gritar, y si a mamá le da por asomarse, se
puede enterar.

—¡Vale, vale! Te lo dejo a ti. Pero ya puedes ir
pensando algo, que por ahí vienen —dijo Óscar a
la vez que se levantaba para coger la bicicleta y les
saludaba con la mano.

Yo también me levanté de un salto y le seguí ner-
vioso, aunque después de un choque de puños y un
par de comentarios sobre la bici nueva de Sonia, los

19

nervios desaparecieron y nos fuimos al parque como
si lleváramos juntos todo el verano.

Llegamos a nuestro banco habitual junto al skate-
park y, todavía sentado en el sillín, miré a mi alrede-
dor. Pensaba que allí estábamos nosotros, nuestros
amigos, nuestro parque y nuestro banco y que, si no
fuera por el pequeño detalle de que nos había explo-
tado en las narices un meteorito verde, todo seguiría
igual que siempre.

—¡Aaah! —dijo Raúl estirándose—. Me encanta
que mis padres se cojan las vacaciones nada más ter-
minar el colegio porque ahora tenemos todo el vera-
no por delante para estar juntos —añadió mientras
se sentaba encima del respaldo del banco.

—¿Qué tal vuestras vacaciones? —pregunté
mientras me sentaba al lado de Raúl.

—El camping donde hemos estado era superchu-
lo —respondió él—. Tenía una cacho piscina con
dos toboganes enormes y una islita en el centro.

—¡Jo! Me encantan las piscinas con isla —dijo
Óscar—. Pero solo si es una isla a la que se pueda
subir.

—Pues a esta se podía subir y hasta tenía una pal-
mera y todo —respondió Raúl—. Yo me pasaba el
día allí jugando con mis primos. Lo único malo fue
que la segunda semana vino a la parcela de al lado

20

una familia con un niño pequeño que se empeña-
ba en estar conmigo a todas horas. Al principio era
gracioso, pero después se empezó a poner petardo
—continuó Raúl poniendo cara de fastidio—. Al fi-
nal, tuve que inventarme que estaba en tratamiento
de una enfermedad muy contagiosa y se fue todo
asustado a contárselo a sus padres. Menos mal que
ya no le dejaron acercarse más… ¡Qué pesado!

—¡Pues yo tenía unas ganas de volver…! —dijo
Sonia todavía sentada en la bici frente a nosotros—.
Me estaba muriendo de aburrimiento en casa de mis
abuelos. Creo que, en ese pueblo, cuando llega el ve-
rano, todos los niños de mi edad se van y solo que-
dan los que son muy pequeños o muy mayores —se
quejó—. Y como no me dejaban ir con los mayores,
me hinché a hacer rompecabezas de 40 piezas con
los niños de la casa de al lado. ¡Un peñazo!

Óscar dejó la bici apoyada y se sentó a mi lado.
—Por lo menos, mi abuela me ha enseñado a ju-
gar a las cartas —continuó Sonia sin mucho entu-
siasmo—. Por las tardes solían venir sus amigas a
echar una partida y cuando alguna no podía venir,
me dejaban jugar a mí. Al principio, me parecían
tiernas abuelitas, pero si las vierais jugando… ¡Bufff!
No había manera de ganarlas. ¡Casi parecía que tu-
vieran telepatía!

21

«¡Vaya, hombre…! Parece que la dichosa palabrita
nos persigue», pensé yo.

—¡Bueno! ¿Y vosotros qué tal? Que todavía no
habéis dicho nada —dijo Raúl interrumpiendo mis
pensamientos—. ¿Cuáles son todas esas cosas que
nos teníais que contar…?

Miré a Óscar buscando ayuda, pero se encogió de
hombros y con una sonrisilla en la cara me hizo un
gesto invitándome a empezar cuando quisiera.

Respiré hondo e inclinándome hacia ellos, empecé:
—Pues, lo primero es…, es… —dije titubean-
te—, presentaros a un nuevo miembro de la pan-
dilla. —Y señalé hacia Óscar esperando que Flash
hiciera su aparición.
Pero Flash no apareció, y en su lugar, la sudadera
de mi hermano empezó a moverse como si tuviera
vida propia.
Sonia y Raúl se echaron hacia atrás sorprendi-
dos, y Óscar aprovechó para echarle mucho teatro al
asunto, haciéndose el asustado.
—¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Tengo un alien dentro!
—gritaba mientras su bolsillo no paraba de mover-
se—. ¡Socorrooo!
Flash estaba bordando su papel antes de salir. Se-
guro que se había puesto de acuerdo con Óscar. Es-
tos dos eran tal para cual.

22

Nuestros amigos, que ya lo conocían, se fueron
acercando con cuidado hasta que mi hermano pensó
que ya estaban suficientemente cerca.

En ese momento, pegó un grito y se dejó caer en
el banco, moviéndose como si le estuvieran espachu-
rrando las tripas. Puso las manos alrededor del bol-
sillo y mientras daba otro par de alaridos, apareció
Flash entre ellas de un salto.

23

Sonia y Raúl pegaron tal bote que poco les faltó
para caerse de culo.

—¿Pero tú estás tonto o qué? —gritó Sonia mien-
tras recobraba la respiración—. ¡Casi me matas del
susto!

Mi hermano se incorporó en el banco, muerto de
la risa. ¡Vaya numerito que habían montado entre
los dos y sin decirme nada! Esto de la telepatía en
manos de Óscar tenía mucho peligro…

Raúl se recuperó también y los dos se acercaron a
nuestra ardilla con curiosidad.

Óscar la sostenía en su mano orgulloso y la acercó
para que la vieran.

—¡Os presento a Flash! —dijo—. Una nueva
amiga.

24

25

Somos telépatas

—¡Haaala! —exclamó Sonia—. ¡Qué preciosidad!
¿Dónde la habéis comprado? —preguntó mientras
se acercaba para acariciarla.

Flash no esperó a tenerla al lado y saltó a su hom-
bro, sorprendiéndola.

—¡Eeeh! ¡Oye tú, sinvergüenza! —dijo Sonia
simulando que estaba enfadada—. ¡Déjame que
te vea! —añadió tendiéndole la mano para que
subiera.

Flash subió de un pequeño salto y se quedó allí
sentada mirando a Sonia. Después movió la patita a
modo de saludo.

—¿Habéis visto eso? —preguntó entusiasmada—.
¡Es increíble! Me ha dicho «hola» con la patita —dijo
mientras le acariciaba la cabeza.

—Es que es una ardilla superinteligente. Puede
entender lo que le dices —dijo Óscar muy serio.

26

—¡Anda ya! —respondió Sonia—. Esta es otra
de las tuyas… —añadió mirando a nuestra mascota
con curiosidad.

—Bueno… Si no te lo crees, pruébalo tú misma
—la animó Óscar.

Ya estaban mi hermano y Flash montando otro
numerito. ¡Vaya morro que tenían!

—Muy bien, vamos a ver… —comenzó Sonia
antes de pararse a pensar un momento—, quiero
que muevas la cola —dijo sosteniendo a nuestra ar-
dilla frente a ella mientras
hablaba.

Flash se colocó a
cuatro patas y mi-
rando hacia atrás, se
puso a mover la cola.

Después se giró de
nuevo y miró a So-
nia y a Raúl con un
brillo travieso en los
ojos. ¡Dios mío! ¡Es-
taba disfrutando con
todo aquello tanto
como mi hermano!
No sé cuál de los dos
era peor.

27

Nuestros amigos, por supuesto, abrieron la boca
hasta que casi tocó el suelo.

—¡No puede ser! —dijo Sonia cuando recuperó
el habla—. Habéis hecho alguna trampa, ¡seguro!

—¡Espera, espera! Ahora me toca a mí —dijo
Raúl—. Quiero que te subas a la cabeza de Txano
—pidió acercándose a nuestra traviesa amiga y ha-
blándole como si de verdad pudiera entenderle.

Un momento después, Flash pegó un salto, se
plantó sobre mi pelo y miró a Sonia y a Raúl, que
no podían creérselo. Y yo, tampoco.

¿Habían preparado todo esto sin decirme nada?
Imagino que sí, porque si lo estaban improvisando,
eran unos genios de la escena.

Esto tenía que ser cosa de mi hermano, claro. Pero
Flash le seguía la corriente disfrutando tanto como
él. ¡Vaya par!

—¡Guau! ¡Pero esto es una pasada! —dijo
Raúl bajando la voz como si fuera un secreto
inconfesable.

—¡Venga ya, que nos conocemos! —dijo Sonia
mientras miraba a mi hermano—. ¿Dónde está el
truco? ¡No puede ser que nos entienda!

Óscar y yo nos miramos y empecé a hablar. Si
fuera por él, podíamos estar con la broma hasta la
hora de cenar:

28

—Bueno… en realidad no os entiende a vosotros,
pero a nosotros sí —aclaré.

Y les conté desde el principio toda la historia de
la piedra verde con pelos y señales, incluyendo tam-
bién al profesor Antonov.

En un par de ocasiones, Óscar intentó meter baza
con alguno de sus comentarios «inteligentes», pero
nuestros amigos no le hicieron mucho caso. Cuando
terminé, se hizo un tremendo silencio.

—¡Guau, chavaaal! —exclamó Raúl al cabo de
unos segundos que me parecieron eternos—. Es…
¡Es una pasada! —añadió—. O sea, que sois…

—Te-lé-pa-tas —interrumpió Óscar que ya sabes
que no perdía oportunidad de soltarlo.

—Creo que voy a acabar odiando la palabrita —le
dije un poco mosqueado.

Sonia nos miraba con recelo y todavía no había
dicho nada.

—¿Estáis seguros? —preguntó mirándome a mí.
Cuando se trataba de hablar en serio, mi hermano
no era demasiado fiable.

—¡Totalmente! —confirmé yo—. Llevamos mu-
chos días entrenando y ya lo controlamos bastante
bien. El profesor Antonov nos dijo que igual po-
díamos esperar alguna sorpresa más del meteorito,
aunque no nos aclaró mucho más —añadí.

29

—También nos dijo que igual acabábamos ayu-
dando a mucha gente con nuestras capacidades,
pero todavía no tenemos ni idea de cómo —comen-
tó Óscar encogiéndose de hombros.

—Y encima, aún no se lo hemos contado a nues-
tros padres —añadí yo sintiéndome un poco culpa-
ble—. A ver si encontramos el momento…, aunque
creo que nuestra madre sospecha algo.

—¡Eso, fijo! —dijo Sonia convencida—. Las ma-
dres sí que son telépatas. La mía sabe lo que estoy
pensando antes de que yo lo diga. A veces, me asus-
ta. Es increíble.

—¡Pero bueno! —dijo Raúl sacudiéndonos a So-
nia y a mí—. ¡Que parece que estamos en un fu-
neral! ¿Es que soy el único que piensa que esto es
alucinante? —preguntó mientras abría los brazos.

—¿Cómo que alucinante? ¡Es «alucinástico»!
—dijo Óscar soltando un palabro de los suyos.

—¿Seguro que la explosión no le ha fundido unos
cuantos circuitos? —preguntó Sonia mientras seña-
laba a mi hermano—. Le noto más «Óscar» de lo
normal —añadió haciendo que le examinaba como
un médico.

—¡Un poco de respeto, que estás hablando con
un superhéroe! —dijo Óscar levantando la barbilla
orgulloso.

30

—¿Superhéroe? ¡No empieces a flipar, anda! La
telepatía está bien, pero no es para tanto. Y, además,
solo funciona entre vosotros. ¿Cómo piensas dete-
ner a los malos con eso?

—Pues ya se me ocurrirá algo. Por lo menos, yo
tengo poderes —respondió mi hermano un poco
picado.

31

Sonia y Óscar compartían el frikismo tecnológico,
pero cuando empezaban a picarse, no paraban hasta
que Raúl o yo interveníamos. Esta vez fue Raúl:

—¡Venga, chicos! Siempre hemos disfrutado
juntos de las películas y los cómics de superhéroes
—dijo—. Ahora podemos ser algo así como los cua-
tro fantásticos, pero en versión infantil y con mas-
cotas —añadió sonriendo—. ¡No me digáis que no
es genial!

—¡Bueno, no sé! —dije yo sin estar muy
convencido.

—Ya sé que Sonia y yo no tenemos poderes como
los vuestros —agregó—, pero siempre hemos di-
cho que ella tiene un cerebro prodigioso; además, es
muy buena con los ordenadores y yo soy superalto y
superfuerte, que eso también cuenta, ¿no?

Raúl hinchó el pecho sacando músculo.
—¡Vale, vale capitán bíceps, no vayas a estallar!
—dijo Óscar—. ¿Pero cómo vamos a usar la telepa-
tía para ayudar a la gente?
—¡Eso ya lo pensaremos después! —respondió
Raúl—. Ahora necesitamos lo más importante para
un equipo de superhéroes: ¡un cuartel general!

32

33

Buscando
un cuartel general

Encontrar un cuartel general para la pandilla nos ha-
bía parecido una idea genial cuando Raúl la propuso
en el parque; pero resultó mucho más fácil decirlo
que hacerlo.

Esa tarde, aprovechando que hacía bueno, nos
sentamos los cuatro en el jardín para pensar en ello.

Pero después de un buen rato de darle vueltas,
todavía no teníamos ni una sola idea que valiera la
pena.

Nuestras respectivas habitaciones estaban descar-
tadas porque, según un profundo pensamiento de
Raúl, ¿dónde se ha visto un cuartel general de su-
perhéroes con padres, madres y hermanos pasando a
todas horas por allí?

En el garaje de nuestra casa tampoco podíamos,
porque cuando el coche estaba dentro no quedaba
sitio, y en el garaje de la casa de Raúl, aunque no

34

metían ningún coche, había tantos trastos acumula-
dos que casi no entrábamos los cuatro a la vez.

Nuestra última opción, que era Sonia, vivía con
su madre en un piso con una plaza de garaje abierta
y no tenían trastero, así que, a esas alturas de la tar-
de, estábamos superatascados.

35

—Quizá podemos preguntar en el colegio si nos
pueden dejar algún hueco que no usen —dijo So-
nia, poco convencida de su idea.

—¡Ah, no! ¡De eso nada! —protestó Óscar—.
Cuando salgo del colegio, no quiero volver a verlo
hasta el día siguiente. Además, ahora está cerrado
por vacaciones —añadió, descartando la idea.

—Puedo probar a preguntar a mi entrenador
de fútbol —dijo Raúl—. A lo mejor tienen alguna
habitación en la zona de vestuarios que no se esté
usando, pero allí se cambian cientos de chavales su-
dados todos los días, así que, sea donde sea, el tufillo
a sobaco está asegurado —añadió mientras hacía el
gesto de taparse la nariz.

—¡Buf! La cosa va mejorando por momentos
—resopló Óscar—. Si tengo que elegir entre pa-
sar más tiempo en el colegio o en unos vestuarios
apestosos, casi prefiero irme debajo de un puente
—añadió irónico.

—Me parece que, a este paso, los cuatro fan-
tásticos de Twin City se quedan sin cuartel ge-
neral antes de empezar—dijo Sonia un poco
desilusionada.

—¡De eso ni hablar! —intervine yo levantándo-
me—. Voy a buscar algo de comer y veréis cómo con
la tripa llena pensamos mejor.

36

—¡Espera, que voy contigo! —dijo Raúl mientras
subía las escaleras del porche de un salto para seguirme.

Cogimos un poco de todo y lo pusimos en la cesta
que usaba nuestra madre para los picnics. Enseguida
salimos de nuevo al jardín.

—¡Aquí vienen los refuerzos! —grité yo bajando
de una zancada las escaleras.

—¡A zampaaar! —añadió Raúl frotándose las manos.
Pero nadie nos hizo caso.
Sonia y Óscar miraban hacia el otro lado del jardín.

37

Cuando llegamos a su lado, se giraron con una
sonrisa de satisfacción en la cara. Después, hicie-
ron un gesto con la cabeza y nos invitaron a mirar
en su dirección.

—¡Creo que hemos tenido la idea del siglo! —
dijo Óscar estirando el brazo y señalando la esquina
del jardín.

Seguimos la dirección de su brazo y Raúl y yo
miramos el viejo árbol del jardín como si fuera la
primera vez que lo veíamos.

—¡Guau, pues claro! —exclamé—. Un cuartel ge-
neral en lo alto del árbol. ¡La super-hiper-megaideaza!

Mientras Sonia, Raúl y Óscar chocaban sus pal-
mas felicitándose por la ocurrencia, yo ya estaba un
paso más allá pensando en cómo la podíamos hacer
realidad.

Por supuesto, no teníamos ni idea de construir
una casa en un árbol. Y, además, nos quedaba el trá-
mite más difícil: había que pedir permiso a nuestros
padres.

Después de un rato más soñando despiertos con
nuestro supercuartel general, nos separamos hasta el
día siguiente.

Óscar y yo prometimos hablar esa misma noche
con nuestros padres y llamar a nuestros amigos en
cuanto supiéramos algo.

38

Lo más probable era que nos dejaran construir la
casa, pero después del incidente del meteorito, no
estábamos en el mejor momento para pedir nada.
Así que, por si acaso, preparamos un poco el terreno.

39

Cuando entraron en la cocina para preparar la
cena, se encontraron con que la mesa ya estaba pues-
ta y nosotros estábamos sentados esperando y con
las manos lavadas.

—¡Uy-uy-uuuy, vosotros vais a pedirnos algo!
—dijo nuestra madre mientras sacaba del frigo un
par de tuppers con comida para calentar.

—¿Sí? ¿Tú crees…? —preguntó nuestro padre—.
¡Qué desconfiada eres! Seguro que lo han hecho para
ayudar en las tareas de la casa —añadió irónico—.
¡Verás cómo no nos piden nada durante la cena!
—dijo con retintín mientras preparaba una ensalada
y le guiñaba un ojo a mamá.

—¡Bueeeno, vaaale! Sí que os tenemos que pedir
algo —dijo Óscar con su tono más zalamero.

—¡Hombre, mira! Creo que nos vamos a enterar
antes de lo previsto —dijo nuestra madre girándose
hacia nosotros y recostándose en la encimera.

—Ya sabéis que hemos pasado la tarde con Sonia
y Raúl —expliqué yo— y, bueno…, hemos estado
planeando un poco el verano y se nos ha ocurrido
que igual…

—¡Igual podríamos construir una casita en el
árbol del jardín! —soltó Óscar de sopetón y sin
anestesia.

Se hizo el silencio por unos segundos.

40

—¡Holaaa! ¿Hay alguien ahí? —preguntó Óscar
moviendo una mano frente a nuestros padres.

Ellos se miraron y por una milésima de segundo
se les escapó una pequeña sonrisa. Era buena señal.
Aunque no iba a ser tan fácil.

41

—Pues no sé qué deciros, ¿eh? Todavía no se me
ha olvidado lo del bosque —respondió nuestra ma-
dre mientras endurecía la expresión—. Podía haber
pasado cualquier cosa.

—¡Mamááá! Ya prometimos que no lo haríamos
más —protesté—. Además, os lo contamos ensegui-
da y ya hemos cumplido el castigo.

—¡Hombre! También es verdad que después de
que os explote un meteorito en las narices, esto pa-
rece bastante inofensivo, ¿no? —dijo mamá consul-
tando a nuestro padre con la mirada.

—Por mí, no hay problema…, mientras prome-
táis no volar el árbol en pedazos —respondió son-
riendo. De pequeño siempre tuve la ilusión de tener
una casa en un árbol. Creo que puedo ayudaros a
hacerla, pero... —añadió, haciendo una pausa para
resaltar lo que venía a continuación.

¿Por qué siempre tenía que haber un «pero»?
—En el garaje tengo algunos tablones —conti-
nuó—, aunque no creo que sean suficientes para
construir toda la casa. El resto de materiales que ne-
cesitéis los vais a tener que pagar vosotros con vues-
tro dinero.
—¡Ohhh, nooo! ¡Papááá!

42

Necesitamos
un plan

En cuanto terminamos de cenar, llamamos a nues-
tros amigos para contarles «la buena noticia» y, más
preocupados que contentos, quedamos para el día
siguiente.

Teníamos la esperanza de que, durante la noche,
se nos ocurriera alguna idea brillante para conseguir
el dinero, pero después de dar vueltas y vueltas en la
cama, sin pegar ojo, mi lista de ideas no tenía nada
que mereciera la pena.

La noche de Óscar no había sido mucho mejor
que la mía, a juzgar por la cara de dormido que to-
davía mostraba a las once de la mañana.

—¿Qué? ¿Alguna idea genial? —pregunté, solo
para que se fuera espabilando.

—¡Mmm! —gruñó mientras se daba la vuelta y se
tapaba la cabeza con la sábana.

Al ver que se movía, Flash saltó sobre su almohada.

43

—Venga, levántate que a las doce vienen Sonia y
Raúl —dije tirando de las sábanas.

—¡Déjame! ¡Estoy hecho polvo! —protestó—.
Llevo toda la noche dándole vueltas a lo del dinero y
solo se me han ocurrido tonterías —balbució.

44

—¡Venga! ¡Mueve el culo, anda, que yo también
estoy machacado! Y también me he pasado la noche
en vela para nada —confesé—. A ver si Sonia o Raúl
han tenido más suerte o me parece que lo tenemos
crudo.

Después de remolonear un rato más, fue asoman-
do poco a poco y conseguí sentarlo en el borde de la
cama con los ojos a medio abrir.

—¡Andaaa! ¡Súbeme el desayuno! —dijo deján-
dose caer de nuevo en la cama.

—Lo tienes claro, chaval. Yo me voy a desayunar.
Cuando quieras, bajas, que ya estoy harto de tener
que andar detrás de ti —dije un poco cansado del
morro que se gastaba.

Pero no creas que se puso en marcha enseguida,
no. Todavía tardó otros diez minutos en aparecer
por la cocina, cuando yo ya casi había terminado.

Mientras recogía mi vaso, él se preparó con des-
gana un tazón de cereales. Entonces, entró nuestra
madre.

—¡Buenos días! —dijo sentándose con noso-
tros—. ¡Ufff, vaya caras que tenéis! Alguien ha dor-
mido poco esta noche, ¿eh?

—Sí. Hemos estado toda la noche pensando en
lo del dinero —dije yo mientras Óscar engullía su
desayuno.

45

—Pues papá me ha llamado hace un rato y me
ha dejado un recado para vosotros sobre ese tema
—dijo—. Por la mañana ha estado en el garaje mi-
rando lo que tenía, y luego, camino de la tienda, ha
pasado por una carpintería. Me ha dicho que vais
a tener que conseguir unos ochocientos euros para
comprar los materiales para la casa.

—¿Quééé? ¿Ochocientos euros? ¿Tanto? —pre-
guntamos los dos al unísono—. Pero ¿de dónde va-
mos a sacar tanto dinero, mamá?

—No os preocupéis —dijo tranquila—. Si de ver-
dad os apetece hacerlo, veréis como se os ocurre algo.

¡Bufff! Esto iba a ser todavía más complicado de
lo que pensábamos anoche. ¡No habíamos visto
ochocientos euros juntos en la vida!

Un poco alicaídos, nos sentamos en las escaleras
del porche a esperar a nuestros amigos, que llegaron
enseguida.

—Hola, chicos —saludó Sonia sin demasiado en-
tusiasmo mientras dejaba su bici en el suelo.

Raúl levantó la mano sin decir nada. No parecían
mucho más animados que nosotros.

—Me temo que no traemos ninguna idea dema-
siado buena —confesó Raúl cabizbajo mientras se
sentaba a mi lado y desdoblaba un papelito que ha-
bía sacado del bolsillo.

46

—Pues si ayer ya parecía complicado, esta mañana
nuestro padre ha llamado para decirnos que necesi-
tamos conseguir unos ochocientos euros —anunció
Óscar—. ¡Como no atraquemos un banco!

—¡Venga, venga! No nos demos por vencidos an-
tes de empezar. Vamos a decir lo que tenemos y lue-
go ya se verá —dije intentando animar—. Empiezo
yo mismo. He apuntado tres cosas:

-Cortar el césped de los vecinos.
-Ofrecer un servicio de lavacoches en nuestro

jardín.
-Sacar a pasear perros por el barrio.
—¡Bueno! —dijo Sonia—. Tampoco están tan
mal. Alguna igual podría funcionar. Aunque no
creo que a vuestros padres les haga mucha gra-
cia que lavemos coches aquí. ¡Ahí van las mías!
—continuó:
-Poner un puesto de limonada en el parque.
-Ayudar a la gente devolviendo los carritos en

el supermercado.
—La otra era la del césped que ya has dicho tú
—añadió.

47

—¡Vale, me toca! —dijo Óscar—. Aunque yo, en
realidad, solo tengo dos y una era la de pasear pe-
rros. Ahí va la que me queda:

-Montar un mercadillo en el jardín.
—Rebuscamos por casa todos los juguetes que ya
no usamos y los cómics y libros viejos o repetidos y
los vendemos —explicó.
—Pues a mí me queda solo una que no hayáis
dicho ya, y creo que no es de las mejores —anunció
Raúl antes de empezar:

-Organizar una rifa y vender los boletos por
todo el barrio.

—Podríamos sortear un móvil, una consola por-
tátil, o algo así. Algo que no sea muy caro, pero que
a la gente le guste. Lo malo es que ya hay que gas-
tar dinero antes de empezar —dijo encogiéndose de
hombros.

—¡Bueno! Si quitamos las repetidas, tenemos
siete ideas. ¡Tampoco está tan mal como parecía al
principio! —dije un poco más animado.

—¡No, claro! ¡Es fantástico! —dijo Óscar irónico—.
Si nos lo montamos bien, podemos pasear perros

48

mientras cortamos el césped y vendemos limonada,
juguetes y rifas, todo a la vez. ¡No te fastidia!

—¡Anda, no seas petardo! Yo creo que algunas po-
drían funcionar —dijo Sonia—. El problema es que
con estas ideas podemos tardar meses en conseguir
los ochocientos euros y para cuando los tengamos,
se habrán acabado las vacaciones y nos habremos pa-
sado el verano trabajando para nada.

Los cuatro intercambiamos miradas abatidas.
Sonia tenía razón.

49

En ese momento apareció por el jardín Sara-Li,
que volvía del parque con Maxi.

—¡Hola! —Nos saludó a todos—. ¿Qué tal va esa
búsqueda de money? —preguntó mientras se senta-
ba con nosotros—. Mamá me ha contado lo de los
ochocientos euros antes de irme.

—Pues no va muy bien —confesé—. Todas las
ideas que se nos han ocurrido necesitan demasiado
tiempo. Se nos van a pasar las vacaciones antes de
que consigamos el dinero.

Entonces, sonrió y se nos quedó mirando con una
expresión de satisfacción que yo conocía bien. Era la
que ponía cuando tramaba algo.

—Igual tengo una solución —dijo mientras se
sentaba a nuestro lado con la mochila a sus pies—.
Pero antes de contárosla, me tenéis que prometer
que me dejaréis subir a mí también a la casa del ár-
bol… ¡Ah! Y a Maxi, por supuesto.

Con la sangre fría que siempre tenía para estas
cosas, paseó su mirada a un lado y a otro esperando
nuestra respuesta.

Estaba claro que tenía la sartén por el mango,
como decía mamá. Nuestra hermana de mayor iba a
ser presidenta de algo, fijo.

Los cuatro nos miramos y supimos que teníamos
que aceptar. En realidad, tampoco nos importaba,

50


Click to View FlipBook Version