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Published by Maestro Rolland, 2015-05-19 15:35:29

EL CORAZON DE LA REVOLUCION

Todo el avance social y cultural se perdió frente a los
miedos y supersticiones. Egipto volvió a ser tal como era.
Pero la semilla de la revolución quedó en el aire y los
vientos la llevaban de un lado a otro. En muchos lugares,
pequeños grupos rebeldes vestidos de negro salían por
la noche a incendiar algún templo de Amón.

A los quince años de su reinado, Akenatón muere
víctima de una intoxicación desconocida. Algunos creían
que se había envenenado y otros afirmaban que no
hubiera tenido el coraje para hacerlo.

Sube al trono Shemenkare y su madre, Nefertiti, queda
como regente. Tenía una personalidad muy débil y poca
capacidad para que se pudiera formar como gobernante.
A los pocos meses se le encuentra muerto dentro la cámara
real, rodeado de serpientes.

Es coronado Tutankatón, hijo de Jay Arí y de su esposa
de Mehit (un poblado cercano a Abidos, que hoy se llama
Nag el Matharyt). Su nombre era Seg Ba, una mujer de
poca cultura pero muy hermosa. Tutankatón era un
muchacho muy arrogante, le gustaban las armas, quiso
ser militar y tener un carro igual al de Jay. A los quince
años quiso ser General del ejército, pero tuvo un fuerte
enfrentamiento con los oficiales de su padre. El ejército
lo rechazó a tal punto que Tutankatón se propuso tener
sus propios soldados, ya que no confiaba en los jefes leales
a Jay Arí.

En el río revuelto entre padre e hijo, el pescador que
tuvo la ganancia esta vez fue el clero de Amón. Para
reforzar la separación, comenzó a apoyar a Tutankatón.
El joven monarca cambia entonces su dios y su nombre y

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se hace llamar Tutankamón. Fue un gran golpe para su
padre y para la revolución, justamente en las fechas de
los festejos de la crecida del Nilo, cuando empieza a
ensancharse y a desbordar para que todos los hijos de
Egipto puedan tener comida.

Por esos días las barcas se adornaban y viajaban con
sus velas desplegadas a la puesta de sol. Eran siete días y
siete noches con cantos y cerveza en todas las mesas. El
último día se realizaba el gran desfile militar, con carros
de guerra y hermosos caballos. Pero el año en que
Tutankamón adoptó ese nombre, el ejército no desfiló y
se separó por completo del Faraón.

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La peste ataca el alma
de la revolución

El clima social era de agitación después de la peste. El
ánimo de los atonianos se había apagado. Se vivía una
gran tensión y a diario se encontraban cuerpos en las
calles. La construcción de Neket Atón se detuvo y muchos
albañiles regresaron a sus lugares de origen. La ciudad
para Dios quedaba cada vez más vacía y el sueño cada
vez más pequeño. El desastre final se esperaba.

El pueblo estaba muy dividido. En las calles, además
de los revolucionarios, marchaban las clases privilegiadas
de Amón, gritando: “¡Muerte al asesino Jay!”, “¡Que
mueran sus Generales!”. Empezaron a tirar excrementos
en los lugares donde había militares jaianos.

Mientras que los soldados del faraón ostentaban
lujosas vestimentas, el ejército de Jay no tenía siquiera
alimentos suficientes. Su moral era baja y hubo algunas
deserciones, pero la mayoría prefería soportar esa
situación y seguir fieles a su líder.

En esta etapa los abrahamitas también comenzaron a
sufrir el fracaso de la revolución. Habían llegado de las
tierras de Canaán para establecerse en Egipto,
aprovechando los privilegios que les proporcionaba el
hecho de que los gobernantes tuvieran sangre semita.
También en el aspecto religioso se sentían muy favorecidos
por la revolución monoteísta que se acercaba a sus

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creencias. Muchos de ellos fueron asesinados o quedaron
heridos por los ataques de los simpatizantes de Amón. Eran
insultados y echados de Egipto, acusándolos de vender a
sus hermanos como esclavos y por oro ofrecer a sus esposas.
¡Fuera de Egipto, inmorales, asesinos y ladrones!

Ningún abrahamita estaba seguro por aquellos días.
Jay veía que la poca estabilidad que aún existía, estaba a
punto de terminar.

Los sacerdotes de Amón, declararon a Tutankamón
como el verdadero hijo de Dios.

El General Jay, se encontraba en un país que creyó su
patria, donde tuvo sus hijos, su hogar…y sin embargo
tan hostil. Jay habrá pensado: “¿Qué estoy haciendo aquí?
Mi hijo es el faraón y me odia. Rivaliza conmigo, tratando
constantemente de destacarse y demostrar que es superior.
Que no tiene nada de los abrahamitas, que es más puro y
elevado”.

Jay Arí no soporta más esa situación y organiza la
caravana con su familia, emprendiendo viaje hacia
Mitanni, donde está su gran amigo, el anciano rey
Tustrahata.

Para seguir siendo un General en un país donde el
rechazo hacia su origen y la rivalidad de su hijo lo hacen
sentir tan incómodo, prefiere ser huésped en tierras que
no fueron aún invadidas por el odio hacia los abrahamitas.

Tustrahata lo recibe con brazos abiertos. Lo espera con
la tabla de ajedrez, una cerveza fría, músicos y bailarinas.
“Vivir en el exilio es bueno” –dijo Jay con un dejo de
sarcasmo. A pesar de toda la amargura por su fracaso,
empezó a reír, después de mucho tiempo que no lo hacía.

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–¡Qué bien lo veo mi General! –le dice Tustrahata.
–Realmente cada uno ve lo que quiere ver –respondió
Jay con gran sorpresa–. Si usted me quiere ver bien. Otros
me van a ver muy mal. Depende del sentimiento con que
se mire.
–Tiene razón General, aunque mi mirada es objetiva.
Jay, a quien siempre le gustaba filosofar, le contestó:
–¿El hombre puede ser objetivo? ¿Lo consigue?
¿Puede uno desprenderse de todo lo que nos ha
influenciado en la vida y ser libre para poder ser objetivo?
Tustrahata bajó la cabeza y calló, se dio cuenta de que
Jay estaba viviendo un momento muy difícil.
Jay encontró en Mitanni la gran hospitalidad de un
rey que lo recibió con todo su afecto y generosidad. Allí
empezó a escribir sus memorias y su primera esposa
siempre lo ayudaba con los papiros. Él necesitaba escribir,
era una forma de curar su alma. Como no tenía un
sacerdote para hablar de su dolor, escribía y elaboraba
así su sufrimiento.
Pero un General no podía pasar escribiendo todo el
día, por eso caminaba mucho por los jardines de la casa
que le había regalado Tustrahata, siempre acompañado
de su primera esposa.
Mitanni se había independizado económicamente de
Egipto, dejando de pagar contribuciones, ya que Nefertiti
no quería cobrar tributos a su padre. Formó su propio
ejército y Jay Arí muy pronto hizo amistades dentro de
los militares mitaníes. Se transformó en un maestro de
estrategias y muchos querían escucharlo. Tustrahata lo
apoyaba en todos los aspectos.

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La muerte del niño Dios

Dos años más tarde Jay recibe la lamentable noticia
de la muerte de Tutankamón. La versión oficial fue que
se mató en los juegos de guerra. Las funerarias habían
empezado ya cuando Jay organizó una caravana de
corrida con los mejores caballos para llegar lo antes
posible y estar junto a su hijo en el proceso de
momificación.

Egipto estaba de duelo, había muerto su “Dios”. Los
sacerdotes de Amón ya habían elegido al General
Horemheb para ocupar el lugar de Tutankamón, aunque
sin coronarlo. Necesitaban un hombre fuerte y el apoyo
del ejército para gobernar. El pueblo vivía muchos
conflictos y los grupos rebeldes, en su mayoría atonianos,
se valían de la oscuridad para incendiar un templo o atacar
un alto funcionario faraónico. En ningún lugar había paz.
Los creyentes de Amón decían que el Faraón fue
asesinado por los abrahamitas, pero que los sacerdotes
eran generosos y no los querían culpar, aunque todos
sabían la verdad sobre quiénes fueron los asesinos de su
“Dios”. Lamentablemente esa versión se transforma en
una verdad absoluta cuando un gran dignatario la
reconoce y más aún cuando Horemheb, a quien el rumor
favorecía, también la afirma. Los abrahamitas mataron al
Dios de Egipto. ¿Y por qué lo hicieron? Horemheb explica

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que esos inmorales y asesinos se sintieron traicionados
por Tutankamón. Y así se escribe la historia… Y
lamentablemente se repite. Mil quinientos años después,
los abrahamitas o los judíos son acusados nuevamente
de matar al hijo de Dios. Ya pasaron dos mil años y la
historia se seguirá repitiendo, pero no existe una
explicación convincente para este fenómeno tan
paranormal y a la vez tan real.

El joven Tutankamón no había comenzado aún a
construir su tumba ya que apenas tenía diecisiete años y
se sentía dueño del mundo y de la vida. No se le ocurrió
nunca pensar que la vida depende de una pluma…

Jay Arí, en cambio, había preparado su tumba desde
hacía mucho tiempo, con grandes lujos y objetos de
mucho valor que luego de cada batalla, en agradecimiento
a Dios por su vida y la de sus soldados, él mismo ofrecía
como homenaje. En su tumba estaba el Himno a Atón,
que aunque se adjudicaba a Akenatón, pertenecía a Jay,
el verdadero ideólogo de la revolución, posiblemente la
persona más culta de la Corte.

Jay decidió dar su tumba para ese hijo. Los sacerdotes
se sorprendieron mucho con este maravilloso gesto, una
tumba jamás se transfería o se regalaba. El Clero de Amón
comentaba con malicia: “El abrahamita está tratando de
arreglar su posición frente al mundo, mostrando que es
un buen padre. Seguramente busca recuperar el poder
que tuvo, pero no tendrá suerte. Ya el General Horemheb
lo pondrá dentro de su cerco, en el lugar que merece.
Cada jabalí tiene su cazador.” –dijo un sacerdote
refiriéndose a Jay. Aunque muchos quisieran haberlo
hecho, no podían cerrar las puertas al “Padre Divino”.

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Cuando llegó a Tebas, Jay sentía las miradas como flechas
en su espalda.

Algunos en vez de llamarlo por su nombre,
despóticamente lo catalogaban como “el abrahamita,
líder de los atonianos”. “¡Pobres egipcios los que se
envolvieron con esas ideas de un único Dios, que
necesita sangre! Debe ser el que creó a Shet”. “Por fin
los egipcios están recobrando su inteligencia y viendo
la realidad. Por fin la revolución está muriendo”
–comentaban al verlo.

La tradición era hablar del difunto durante las
funerarias, resaltando sus virtudes y sus acciones. El
primero en hacerlo fue Jay y en ese momento vinieron a
su memoria muchas situaciones. Algunas muy tristes como
cuando llegó a sus oídos que Tutankamón había dicho
que quisiera ver a su padre despedazado como Osiris…
Liberó su angustia y la dejó que tomara su cuerpo, pero
luego se hizo fuerte y comenzó a referirse a su hijo: “Tengo
tantos recuerdos hermosos de cuando era niño… Cuando
fuimos a la caza del jabalí… cuando jugábamos a quién
tiraba más lejos la lanza… Y cuando estaba sentado en
mis rodillas y me pedía que volviera a contarle el mismo
cuento del pastor que se escondía para matar el leopardo
con una sola flecha…

A mi hijo le gustaba que le contara episodios de las
guerras. Parecía que vivía conmigo las batallas… También
recuerdo cuando lo salvé del cocodrilo. Con lágrimas en
los ojos me decía ¡Qué justo llegaste! ¡Me salvaste del
cocodrilo! ¡Ay, padre, tú eres tan importante para mí!...
Son recuerdos que guarda un padre –expresó Jay mientras

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secaba sus lágrimas. Muchos se emocionaron con esas
palabras salidas de su corazón.

Esta casa tendría que haber sido mi tumba para la
eternidad –continuó diciendo. Qué bueno que mi hijo
podrá estar aquí. El destino de todo hijo es estar en el
lugar que el padre construyó para vivir, pero en este caso,
es un lugar muy superior, es para la eternidad”. Esas fueron
las palabras de Jay Arí.

Según la tradición de la época, él por ser pariente de
primer grado, era quien debía cerrar la boca del difunto
en el ritual de momificación, luego de que los sacerdotes
médicos le hubieran extirpado sus vísceras a través de ella.

En el momento de hacerlo, con lágrimas en los ojos
Jay pensó “¿por qué me toca a mí y no a ti, cumplir con
esta tradición?

Habían pasado ya treinta y tres días de duelo y seguía
sentado en el suelo, frente a la tumba. Su rostro estaba
muy demacrado y había envejecido más en ese mes,
que en diez años. Los soldados hacían turnos para
acompañarlo. Sus Generales y Oficiales más leales,
estaban siempre cerca, tratando de que su general comiera
algo o bebiera un poco de té.

Egipto lloraba al hijo de Dios. Los sacerdotes de Amón
no sabían cómo justificar esa muerte a tan temprana edad,
con apenas diecinueve años. ¿Por qué murió? ¿Por qué
los dioses no lo protegieron? ¿Qué magia maligna de los
abrahamitas pudo ser superior al poder de Amón Ra? ¿Por
qué aceptaron poner el cuerpo del hijo de Dios, en la
tumba de un hebreo hereje? Él nunca iba a estar feliz…
¿Fue su muerte un castigo de los dioses?

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Los sacerdotes se seguían preguntando ¿Y ahora qué
hacer? El General Horemheb no nos merece total
confianza . Quién sabe si nos dejará seguir cobrando las
contribuciones para nuestros templos o va a querer todo
para él. El día que sea Faraón podrá hacer lo que quiera.
Además, nunca fue un gran creyente de nuestros templos.
Los militares tienen sus dioses y hasta sus propios templos.
Posiblemente él quiera fortificar más sus posiciones…
Encima Jay, que no se vuelve para Mitanni, molesta
mucho aquí. Las brasas empiezan a arder. Parece que el
dios Atón triunfó, matando a nuestro hijo de Dios. Ya hay
muchos que piensan así. Los jóvenes salen a gritar ¡Viva
la venganza del dios Atón! ¡Mueran los sacerdotes
asesinos! Gritan y gritan que la justicia de Atón llegará,
por todos los atonianos que fueron asesinados.

La presencia de Jay, aunque estaba inmovilizado por
su dolor, generaba mucha agitación. Las heridas de la
revolución se estaban abriendo y los sacerdotes no sabían
qué hacer. Se reunían a diario sin encontrar un camino
cierto, sin poder tomar decisiones ni llegar a un acuerdo.
Los visires, los escribas, los consejeros, nadie sabía si
seguirían ocupando sus cargos o el nuevo faraón se
rodearía de militares, todo era confuso.

A los cuarenta días de la muerte de Tutankamón, Jay
empieza su marcha de regreso a Mitanni. No quería estar
presente cuando fuera entregado el poder a Horemheb.

Todos los integrantes de la caravana tenían sus túnicas
rasgadas en el lado izquierdo, donde está el corazón, en
señal de duelo.

Jay amaba a Egipto y a su pueblo y sabía que si se
quedaba, se derramaría más sangre. Lamentaba tener

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tantos enemigos y vivir en una época de fanatismo
religioso.

“En este momento no tengo ninguna misión aquí –
pensó. Volver al exilio es la única solución para Egipto y
para mi alma que necesita un refugio espiritual y la paz
que aquí no encuentra.”

Mucha gente acompañó al General hasta las afueras
de Tebas. Especialmente grupos de jóvenes se unieron a
la caravana, acompañando al Jefe de la revolución, al
gran soñador con un mundo donde reinen los principios
atonianos, ferviente creyente del dios Atón.

Al despedirse Jay Arí les habló a todos los que lo
acompañaron: “Tengan fe, yo volveré”.

¿Cuándo? –fue la pregunta
“No lo sé, pero sí estoy seguro que volveré, no voy a
morir en Mitanni. Todavía tengo que hacer una nueva
tumba, aunque esta vez será muy simple y posiblemente
me sienta más cómodo. La que tuve, no debió ser para
mí… El dios Atón hizo sangrar mi corazón… una gran
prueba. Después de la muerte de Meri Atén empecé a
perder miembros de mi cuerpo, me siento mutilado. Lo
que no perdí en ninguna guerra lo perdí en la paz”…

Antes de partir, Jay visitó a la Reina Nefertiti. Los
sacerdotes médicos creían que ella tenía un tumor en el
cerebro. Hacía años, desde que Jay se había ido a Mitanni,
que no reconocía a nadie. Los médicos cirujanos no se
animaban a operarla. Era un vegetal, pero sin flores ni
frutos…

Los sacerdotes de Amón alegaban que era un castigo
por haber acompañado a los revolucionarios herejes. Jay,

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que era un hombre inteligente, se reía por dentro de esos
tontos justificativos. Pensó cómo serían las religiones si
no tuvieran tantos farsantes. Seguramente Amón Ra no
tendría tantos templos lujosos si hubiera sido apoyado
solamente por sacerdotes honestos y de buena fe.

Jay era creyente en un dios Creador, no en un dios
que pudiera resolver problemas domésticos o económicos.
Decía: “El hombre tiene inteligencia para resolver sus
problemas y corazón para sentirlos. Le basta con tener un
corazón inteligente y agradecer a Dios por la vida y por
todo lo que le da”.

En un descanso de la caravana, uno de los jóvenes
que nunca había podido hablar con Jay, buscó esa
oportunidad dentro del grupo que se sentó alrededor del
fuego.

–General, ¿tiene algún sueño para su Ba, cuando
reencarne? –le preguntó. ¿Qué le gustaría ser en otra vida?

–Tantas veces me pregunté qué quisiera ser si Atón me
hace nacer de nuevo. Me gustaría ser sacerdote médico del
alma y del corazón, para poder curar a mucha gente y
compensar el dolor que causé en esta vida. Creo que mi
dios Atón nos da oportunidades para mejorar y todo lo
necesario para que lo podamos hacer con nuestro propio
esfuerzo. Le pido poco a Dios, estoy seguro de que no tiene
tiempo para mis problemas ya que tiene que escuchar
pedidos en tantos templos… Yo no voy a templos, lo quiero
mucho a mi Dios y no lo quiero molestar.

El joven escuchó atentamente, agradeció la respuesta
y se sintió muy feliz por el contacto.

Algunas mujeres servían la gran rueda que se había
formado, mientras comentaban:

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–El Rey Tustrahata se va a asustar cuando vea cómo
ha crecido la caravana. ¿Dónde se dará alojamiento a toda
esta gente? –dijo una de ellas con tono de preocupación.

–No te preocupes, el Rey tiene más corazón que
cuerpo, sabrá cómo encontrar soluciones.

Jay estaba sentado en la rueda pero apenas hablaba,
le faltaban fuerzas. No comprendía porqué le tocaba vivir
ese momento. Que el hijo vaya a las funerarias del padre
y haga las oraciones para el alma del difunto, es normal.
Pero que el padre lo haga para el hijo, es terrible… Más
allá de las brechas que existieron entre ellos, a pesar de
toda la guerra que Tutankamón le hizo a Jay, él nunca
dejó de amarlo. Un padre jamás puede odiar al hijo.

La mayor parte de la caravana estaba integrada por la
familia de Jay y familiares de soldados que habían muerto
en las guerras. Él fue padrino de casamiento de muchos
jóvenes que integraban sus ejércitos y la tradición de la
época era que el padrino debía ser como un segundo
padre y hacerse cargo de la familia, en caso de faltar el
esposo. Así, el General Jay se hizo cargo de muchas
esposas e hijos de sus soldados. Algunos hijos se
encariñaban mucho con él y lo llamaban Padre Jay o
Padre Divino. Otros mayores le decían hermano Jay, que
es una forma cariñosa de llamarlo.

Jay estaba muy confuso. Hubiera querido quedarse
en Tebas, pero la situación era muy difícil. Se preguntaba
qué iba a hacer en Mitanni. ¿Qué le esperaba ahí? Jugar
al ajedrez con algún alto funcionario o con Tustrahata.
Nada lo motivaba dentro del momento que vivía. Ni las
sonrisas que le brindaban sus esposas lo hacían cambiar

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de actitud. Le ofrecieron un camello para que viajara con
mayor comodidad. Estaba muy cansado pero no por el
viaje sino por su tristeza que lo iba destruyendo poco a
poco. En un momento se sintió mal sobre el camello y
tomó su caballo y galopó y galopó, adelantándose mucho
al resto de la caravana. Algunos hijos fueron a
acompañarlo, se daban cuenta de que su estado anímico
era muy malo. Toda la caravana lo sentía, no había alegría,
no había música ni danzas. Parecía escucharse un canto
de tristeza que acompañaba el andar y las campanitas de
los camellos. La tradición era ir uno detrás del otro, los
más importantes iban adelante. No podían ir de a dos,
porque hay un solo camino y es el jefe de la caravana
quien lo marca. Él indica el tiempo de caminar y el tiempo
de descansar. Siempre es necesario pensar en las reservas
de los camellos, los días que pueden soportar la falta de
comida y de agua.

Jay apenas probaba los manjares que le ofrecían y
casi no hablaba con nadie.

La caravana se cruzó con otra que iba para Tebas. Los
jefes se saludaron y se desearon buen viaje. Eran
recorridos agotadores, a pesar de que estaban muy bien
abastecidos.

En un momento dijo Jay: “Espero que no me toque
otra vez hacer un viaje así. Y mucho menos por un motivo
como éste”.

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Tustrahata, rey de Mitanni

Ya cuando estaban llegando a Mitanni, Tustrahata
envió una comitiva para recibirlos, con agua fresca,
cerveza, dátiles y pasteles recién hechos. Pero no se logró
que Jay se alegrara. Apenas tomó un poco de agua y
comió algún dátil.

Tustrahata al recibirlo le dijo: “Ahora tiene alguien muy
cercano que va a pedir por usted en el día de su juicio”.
Jay agradeció el saludo tan tradicional de las funerarias.
Quiso decir algo más pero lo calló. Seguramente habrá
pensado en la defensa que Tutankamón habría hecho de
él. Tustrahata lo comprendió y también quedó en silencio.

–Lo estoy esperando para una partida de ajedrez y
espero que hagamos tablas sin ganadores.

Jay sonrió y le respondió:
–En la vida es muy difícil pretender no ganar, pero si
así lo prefiere, usted manda. Usted es un rey y yo ya no
soy nadie. Ni General soy, porque no se puede ser General
sin un ejército. Usted no podría ser rey sin tener un
dominio.
Los dos rieron. Jay se sentó frente al ajedrez y empezó
la partida. Las mujeres servían nueces, almendras y dátiles.
Y la vida continuó, pero Jay sentía que la suya era
parecida a la de Nefertiti, que vegetaba. Había dejado de
ser todo lo que fue. Pero, ¿qué podía hacer para cambiar

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la situación? ¿Ir a Egipto y enfrentar a Horemheb? Con
eso sólo ganaría más muertes, más sangre…

Pasaba pensando en su hijo. Evocó el momento en
que con lágrimas puso frente al sarcófago la corona que
su primera esposa le armó con flores de apio silvestre de
Mitanni. Tenía una flor por cada esposa y una por cada
hermano. También recordó que los sacerdotes pusieron
a la derecha del sarcófago al buitre Nekhbet y a la
izquierda del féretro estaba la serpiente Buto para que lo
protegiera. ¿De quién? Siempre pensaron que Jay era un
enemigo, pero nunca se le hubiera ocurrido atacar a un
hijo. También miraba tantos ungüentos que ponían en
sus vendas y en la sábana, todos eran protectores. En ese
momento Jay preguntó por qué no lo protegieron en la
vida. Ahora que está junto a Osiris, ¿para qué lo protegen?
Le pusieron tantos amuletos, todos sacados de los papiros
de los muertos. Uno decía “Levántate de la no vida. Vence
a tus enemigos y que triunfes con los que fueron contra
ti”. Jay tomó ese amuleto y miró al sacerdote superior
como diciendo si aquello era para protegerlo también de
él. Por otro lado le puso una banda de oro que tenía dos
cobras y en cada una el sol de Atón. El sacerdote bajó la
cabeza y no emitió opinión. En definitiva era el padre y
tenía derecho sobre su hijo. Luego el Sumo Sacerdote le
colocó un collar con el símbolo de Horus, hecho de
pequeñas láminas de oro.

El Padre Divino seguía recordando todo lo que pasó
durante los cuarenta días de duelo. No se atrevió a poner
ningún símbolo del sol de Atón en el recipiente que tenía
grabadas las diosas protectoras Isis, Neftis, Neith y Selkit.

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Allí estaban guardadas las vísceras de su hijo, pero en un
momento en que nadie le prestaba atención, puso dentro,
una “mantita” con el sol de Atón. También llevó como
regalos para la tumba, abanicos con plumas de avestruz
que en el mango tenían el disco solar de Atón. Hizo llevar
una carroza en la que su hijo lo acompañaba en los desfiles
cuando todavía era Tutankatón...

Jay debía mover una pieza del ajedrez y Tustrahata
se dio cuenta de que estaba muy lejos del juego, que
aún estaba en las funerarias. Esa era la verdad, no
podía salir de ellas, luchaba por hacerlo pero no lo
conseguía.

Recordó cuando el sacerdote levantó la cabeza de
Tutankamón para apoyarla en la almohadilla de Urs, pero
Jay no lo permitió, quiso hacerlo él. La mirada del
sacerdote fue la de una hiena, pero no le importó.

Interrumpiendo sus pensamientos, Tustrahata le dice
a Jay que está obligado a mover su rey, porque si no lo
hace, se lo va a matar.

–Nunca pensé que usted quería matar mi rey.
–Más que eso, quisiera matar esos recuerdos que lo
están destruyendo.
–Tiene razón, ya no tengo rey, ya no me queda nada,
usted gana.
Tustrahata quedó triste, no quería ganarle a un hombre
que estaba tan abatido.
Jay no se podía concentrar en nada de lo que
Tustrahata le hablaba. Su pensamiento no salía de aquella
tumba. Hasta que el rey se levantó y abandonó la mesa
dirigiéndose a Jay con tono enérgico.

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–Apreciado Jay, debe dejar de pensar en las funerarias,
en los sacerdotes de Amón y en todo lo que sucede en
Egipto. ¡Por favor! Olvídese un poco de todos ellos.

–No es fácil olvidar un hijo, olvidar todo lo que pasó y
las injusticias que estoy sufriendo. Mi único pensamiento
es cómo conseguir paz y estabilidad para Egipto. Lo que
más quisiera es que todos fueran felices.

–No deja de ser un soñador.
–Sí, soy un soñador. Es lo que me mantiene con vida.
–Usted tiene que construir un sueño de cómo volver a
Egipto y ser útil allí.
–Por más que lo quiera a usted y a su reino, no me
siento en casa. Y mi familia también sufre este exilio.
Aunque fue voluntario, nadie me echó de Egipto, pero
en estos tiempos no me siento bien allá. Tengo que esperar
que pase un poco el tiempo y se calmen los ánimos para
que yo pueda encontrar un lugar en ese avispero de
sacerdotes, visires y altos funcionarios que viven dentro
de una locura de ambiciones y luchas internas de poder.
Debo esperar que llegue el momento. Estoy seguro de
que va a llegar.
Mientras Tustrahata escuchaba, apareció en su rostro
un dejo de felicidad al ver que Jay se transformaba en el
auténtico, el verdadero. Estaba volviendo a ser él.

Sus esposas y algunos hijos estaban escuchando.
Alguien gritó: “¡Dijo que vamos a volver! Todos gritaron
y silbaron en un estallido de felicidad. Hasta Tustrahata
trataba de imitar ese silbido pero no lo lograba. Sí
acompañaba la alegría del grupo y la emoción que sentían.

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En los días que siguieron, en varias oportunidades Jay
se sentó a hablar con Tustrahata, quien siempre se
mostraba dispuesto a escucharlo.

–¡Cuénteme, Jay! Hábleme de lo que pasó en Tebas.
Sé que a usted le hará bien hablar de eso. Supe que tuvo
muchas discusiones con el Sumo Sacerdote Hamek.

–Sí, las tuve. Imagínese que la tumba fue mía y lógico
que la había hecho a mi gusto. Fueron muchos años que
estuve construyéndola, con gran sacrificio. Usted sabe que
las tumbas no son fáciles de hacer. No siempre aparecen
los artesanos indicados ni los albañiles. Pero todo estaba
hecho de acuerdo a mis creencias, con objetos muy
queridos para mí. No es un sentimiento egoísta,
posiblemente para su forma de creer nada de eso era
necesario. Aquí en Mitanni no hacen tanto culto a los
muertos. Pero yo nací con esas tradiciones y con ellas fui
construyendo mi lugar para la eternidad. Iba siempre que
podía y llevaba cosas muy queridas y regalos que me
daban especialmente para adornarlo. Además cuando
vine para Mitanni, pensé que tal vez no pudiera volver a
Egipto. Entonces algunos muebles especiales y cosas que
no podía traer en la caravana, las llevé para mi tumba
porque si de algo estaba seguro es de que mis esposas
llevarían mi cuerpo hasta ella, sin importar la distancia.
Algunas ya aprendieron a momificar, en ese aspecto me
siento seguro. Pero las discusiones que tuve con Hamek
eran, primeramente porque no existía una tumba para mi
hijo, nunca esperaron una sorpresa tan trágica para el niño
dios. Además estaba tan protegido por todos los dioses,
en especial por Anubis y por la diosa madre Isis, que nunca

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pensaron siquiera en una tragedia así. Y, aunque tuvieran
mil obreros, no se puede construir una tumba en setenta
y dos días, que es el tiempo de la momificación. Al
principio lo pensaron, pero ningún arquitecto quiso tomar
esa responsabilidad. Cuando consultaron al anciano
arquitecto que construyó la tumba de Tutmosis (aunque
fue profanada y esto provocó un gran desprestigio para
él), opinó que era imposible. Entonces, mi ofrecimiento
fue lo mejor. Una tumba con mucho espacio, ideal para
él. Y yo estaba dispuesto a retirar todas mis pinturas y
adornos, aunque en parte mi hijo también había vivido
con ellos. Cuando era niño me acompañaba a visitar mi
tumba y le encantaba. ¡Quién iba a pensar que sería para
él y no para mí! Un verdadero juego de Dios… de la
vida… El sacerdote Hamek tuvo que ceder en muchas
situaciones. No podía tirar mis cosas a las arenas porque
a él no le gustaban. Un gran problema fue que según la
tradición, al construirse la tumba ya se nombra a quien la
va a sellar. El cierre lo iba a hacer mi General más joven
Agur Ra Ek. Este compromiso ya estaba escrito en un
papiro que el escriba selló con la sangre de Agur Ra Ek.
Es algo que no se puede cambiar. Pero Hamek quería él
poner el sello y cerrar la tumba. El sello ya estaba hecho
con el disco solar de Atón. Todo fue discusión tras
discusión. En un momento me dijo que él estaba
hablando con un abrahamita y no con un egipcio. Eso
me enfureció tanto que le apreté el cuello a ese jabalí
Hamek y casi lo ahorco. Todos los sacerdotes de su jauría
lo defendieron. Al final acepté cambiar el sello por uno
que ellos eligieron.

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–¿Se sintió muy ofendido cuando lo llamaron
abrahamita, General?

–No. No es una ofensa. Mi abuelo fue Jacobo, una
excelente persona, de gran corazón. Lo admiré mucho
por su amor por Ra Ka El. Trabajó siete años casi como
un esclavo por el sí de su suegro para casarse. También
me siento orgulloso porque Jacobo fue una persona
correcta, como lo fue mi padre, Yuya. Y si es que existen
críticas sobre mi tatarabuelo Abraham, sabemos que en
todos los pueblos hay hombres que están lejos de ser
perfectos. ¿Por qué siempre buscan los defectos de los
abrahamitas? Deberían ver también sus virtudes. Son
inteligentes, buenos artesanos, maravillosos joyeros y
personas honestas.

Tustrahata se dio cuenta de que no debió hacer esa
pregunta y trató de llevar la conversación hacia otro lado.

–Cuénteme, Jay. ¿Qué más pasó allá?
Jay ya había sufrido mucho por sus hijos. Primero Meri
Atén, después Shemenkare y ahora Tutankamón…
aunque el tema le provocaba un gran dolor, también era
un desahogo y continuó hablando.
–Pude mantener dentro de la tumba el Himno a Atón,
con la familia real, que es parte de mi familia. En cierto
momento, mirándolo bien, Hamek me pareció de verdad
un jabalí, porque su boca no era de un sacerdote, era de
un animal, con sus dientes que sobresalían. Y ese animal
se sintió dueño de mis sentimientos de padre y él dirigía
cómo tenía que ser el ritual. No tuve un solo momento de
paz para poder llorar tranquilo a mi hijo. Ese sacerdote jabalí
me perturbaba. Por momentos me invadían pensamientos

71

muy agresivos y llegaba a pensar cómo matarlo. Además
estaba seguro de que si él moría por alguna razón, me
hubieran acusado a mí. ¡Otro abrahamita asesino! Todo
eso lo pensé, mi querido rey. Y muchas cosas más, pero no
lo quiero cansar con las ideas que tuve contra Hamek y su
séquito. Parecían una manada de hienas, atacándome
constantemente. Diciendo que yo no tenía derechos, que
Tutankamón era de ellos y no mío. ¿Y yo qué fui para él?
Comprendo que no es sólo dar una semilla de vida. Él
tuvo una madre ausente y su padre también lo fue. ¿Qué
se podía esperar de un muchacho que estaba bajo la
influencia de Hamek? A mí la revolución me costó caro,
perdí hijos, salud, vida, economía y ahora hasta mi tumba.
Si mañana me muero, ¿qué harán con mi cuerpo? No se
sabía si mi corazón podría soportar todo el proceso de las
funerarias, pero ya pasó lo peor.

–Querido General –interrumpe Tustrahata. ¿Por qué
no construye desde ahora su tumba aquí en Mitanni?

–Mitanni no es mi tierra. Aunque aquí vive mi amigo,
mi hermano.

–¿Acaso su tierra debería ser la de Canaán, la de sus
ancestros?

–Tal vez debería serlo, pero no la siento. Uno debe
sentir la tierra que fue un hogar en la vida, para que sea
un hogar en la muerte.

Tustrahata no quiso discutir sus conceptos, porque cada
uno tiene su forma de pensar y debe ser respetada. Pero
conociendo a Jay, sabía que no se sentía totalmente
identificado con los abrahamitas. Nunca tomó una esposa
de ese origen.

72

Jay, que se sentía muy comprendido por Tustrahata,
no buscó dar más explicaciones sobre el tema.

–La verdad es que Hamek me hizo padecer. No
solamente quería que yo retirara mis objetos más queridos,
sino también los murales de las paredes. Pensaba que yo
iba a destruir una tumba para darle satisfacción. Y cuando
me dijo “Piense un momento, General. ¿Qué le hubiera
gustado más a Tutankamón? ¿Sus estúpidos murales o los
de él?” Ahí quise matarlo miles de veces. Le contesté: ¿qué
podía saber ese muchacho que apenas empezaba a vivir?
Más aún, rodeado de cobras y buitres. ¡Cuánto veneno
había en su cuerpo! Su boca se había transformado en un
pico de buitre, ni más linda ni más fea que la suya, que es
la de un jabalí. Su carne es repugnante para nosotros los
atonianos. ¡¿Se imagina lo que es usted para mí?! “¡Su
religión está sobre el gran cimiento de la mentira! –me
contestó. Un Dios invisible que da vida a través del disco
solar… una tradición que les prohíbe comer los más ricos
manjares… a la carne, para comerla le sacan la sangre para
que sean cobardes y huyan y sean perseguidos como las
liebres”. En ese momento me enfurecí tanto con Hamek.
No estaba para explicarle que la sangre de los animales
nos transmite enfermedades y también un salvajismo animal
que como humanos no lo aceptamos.

Tustrahata escuchaba y movía la cabeza de un lado
para otro, como si lo aprobara, pero a él le costaba
aceptarlo. No quiso discutir, no era momento para hacerlo.
Entendió que son tradiciones que imponen las religiones
y cuando uno cree tiene que aceptar todo, lo positivo y lo
negativo de cada creencia.

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–Después quiso achicar el féretro –continuó diciendo
Jay. Lógico que estaba preparado para mí. Quería sacar
el Himno a Atón y en su lugar poner una placa donde
estaba Tutankamón con su reciente esposa. Sacarle el
homenaje a Atón para dárselo a esa niña caprichosa y
tonta con la que también me tocó vivir situaciones difíciles.
Me dejaron las estatuas que representan mis verdaderos
enemigos: el negro africano y la imagen de un asiático.
Hamek no aceptaba el sello de Tutankamón que yo tenía,
encabezado con el disco solar. ¿Cómo se puede cambiar
un sello que fue hecho dentro de los primeros siete días
de vida, cuando entra el Ba en el cuerpo? Aunque estaba
encabezado por el disco solar y el escarabajo, tuvo que
aceptarlo. Yo tuve que aceptar a Anubis, que lo pusieron
en el lugar que yo tenía para mis padres. Mire Tustrahata,
mi tumba era tan majestuosa, con cámara, antecámara y
lugar para el tesoro. Era tan envidiada que sentía que algo
le iba a suceder a esa tumba. Y así fue… ¿Recuerda un
vaso de unguentos que usted me mandó de regalo? Tenía
la forma de un animal de Mitanni que su cabeza es
parecida a la del camello, con cuernos y los ojos estaban
hechos de bronce y una pasta de vidrio que brillaba en la
noche. El animal era de color azul y tenía algo hecho en
marfil. ¿Se acuerda de él?

Tustrahata movía la cabeza afirmando.
Hamek me dijo que ese vaso pertenecía a mis fetiches
atonianos. Cuando le expliqué que era un regalo del rey
Tustrahata, no habló más. “No es mi culpa que los templos
de Amón tengan un Sumo Sacerdote tan ignorante” –
repliqué.

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–Dígame, General. ¿No quisiera hablarme de su
revolución y por qué llegó a esta crisis? Hubiera sido
maravillosa…

–Usted que no la conoce de cerca, se la imagina
maravillosa. ¡Pero cuidado amigo Tustrahata! Iba contra
el poder absoluto de reyes y faraones y contra el poder
religioso que se apoya en oro y riquezas. No le hubiera
favorecido a usted y si la hubiera tenido aquí, seguramente
no habría opinado que era maravillosa.

–Puede ser –respondió Tustrahata. Pero no se debe
pensar solamente en cada uno, sino en lo que es bueno
para el país, primero está mi pueblo y después yo.

–¡Lo felicito! No es fácil oír de un monarca lo que acaba
de decir. Lo escuché únicamente de Akenatón y ahora
de usted. Aunque no me sorprende porque siempre lo
he considerado una persona superior. Pero déjeme decirle
algo, nuestra revolución y todas las que vendrán en el
futuro, van a fracasar cuando se enfrenten al gran poder
del oro.

–Entonces se debe actuar con inteligencia, tratando
de aceptar ese poder y convivir con él.

–También es difícil. Unos quieren cambiar los sistemas
y los otros quieren cambiar las mentes, ofreciendo muchas
palabras lindas, grandes protecciones y dioses
conservadores del sistema faraónico, dentro del cual ellos
hacen su vida con sus grandes intereses protegidos. Por
eso nuestro león atoniano no se puede enfrentar al elefante
de Amón. Por más que seamos bendecidos por nuestro
Dios, es imposible ganarle la batalla a tantos dioses y tanta
riqueza. Nosotros no teníamos dinero para pagarles a

75

nuestros soldados que pasaban hambre y necesidades,
mientras que los templos pagaban mercenarios sirios y
tenían un ejército mejor equipado que el del gobierno. Un
gobierno pobre que convivía con la opulencia de los
templos de Amón, que constantemente trataban de
influenciar sobre la gente para que no pagara los impuestos
y no diera contribuciones al Estado.

Nosotros éramos soñadores y queríamos transformar
nuestro Egipto, tan cruel, a través de la mística y del
humanismo. Que hubiera más justicia en el reparto de las
tierras, ya que en principio todas pertenecían al faraón, él
decidía quién más, quién menos y quién nada. No era
justo que unos tuvieran mucho, otros poco y la mayoría
no tenía tierras. Debían pescar o cazar o se les daba algún
trabajo en las cosechas y en especial en las siembras.
Después del desborde del Nilo, las tierras fertilizadas por
la crecida debían ser rápidamente sembradas y se
precisaban la mayor cantidad de trabajadores para esa
tarea. Pero el pago era una miseria de shekes (moneda
egipcia)

La masa de gente pobre pensaba que los dioses eran
injustos con ellos y sólo ayudaban a los ricos.

Los atonianos impusieron su Dios Único que era tanto
para los ricos como para los necesitados. Un dios que
favorecía a quienes luchaban por justicia social, a quienes
sentían el sufrimiento del otro, a quienes no tenían qué
comer o le faltaban medios para llegar a los templos. Los
sacerdotes de Amón solamente se dedicaban a servir a
ricos, privilegiados y altos funcionarios. Nunca tenían
tiempo para los pobres, los mandaban a otros templos,

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haciéndolos recorrer grandes distancias que agravaban
su enfermedad.

Los jóvenes fueron los primeros en sentirse atraídos
por los discursos de los nuevos aspirantes al sacerdocio
del dios Atón, el dios justo, el dios del amor, el dios de
los desamparados. Sin embargo, los que dirigían eran
hijos de padres acaudalados y hasta de altos funcionarios.
Constantemente hablaban de cambiar los dioses y el
sistema de vida, de tener un dios que se preocupe por
los niños hambrientos, para que puedan tener alimentos
y también sandalias, médicos que los curen y también
sacerdotes maestros que les enseñen a leer para que no
sean ignorantes. “Atón cuidará de los enfermos. Aunque
sean pobres tienen derecho a curarse con las agujas
sagradas”. “Que los faraones venideros, dejen de
llamarse hijos de dios y sean como nuestro Akenatón,
simplemente un servidor de Atón, como un sacerdote.
Y en vez de haber templos lujosos, que hayan solamente
casas, simples, que se llamen casas de vida y en ellas se
ayude al que lo necesita”. “ ¿Para qué tener muchos
dioses si sólo sirven a los privilegiados? Los verdaderos
privilegiados deberían ser los que más necesitan”. Éstas
eran algunas de las proclamas de miles de jóvenes que
todos los días al caer el sol, desfilaban vestidos de negro,
con estandartes del disco solar de Atón. No había nada
escrito en el estandarte porque nadie podía leerlo. La
gente mayor estaba en contra de ellos porque les costaba
desprenderse de sus dioses ya que eran muy antiguos y
estaban arraigados en la mentalidad del pueblo. Pero la
nueva generación pedía cambios urgentes porque los

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enfermos y los niños que sufrían la falta de alimento, no
podían esperar.

Cuando hicimos el llamado a todos aquellos que
quisieran participar en la construcción de la ciudad para
el Dios Atón, albañiles y artesanos fueron los primeros en
presentarse. Formaron un gran movimiento ya que de
todas partes de Egipto llegaban obreros, muchos con sus
esposas e hijos. Ansiaban poder construir una ciudad
donde convivir con justicia y amor, con un “corazón
inteligente”.

Se cantaban himnos a Atón y a los líderes de la
revolución.

Los sacerdotes de Amón, de los grandes y lujosos
templos de Tebas, tildaron a los revolucionarios de herejes
y traidores a los dioses egipcios. Tanto Akenatón, como
yo, fuimos considerados herejes y condenados por los
templos de Amón.

La revolución había tomado un cauce de mucha
agresividad, como consecuencia de las amenazas de los
seguidores de Amón. Era indudable que de un momento
a otro iba a correr sangre por las calles de Tebas. Allí, en
el Palacio de Akenatón que se había transformado en la
casa de todos, se proyectaba la gran revolución de los
atonianos. Estaban orgullosos de sus sueños y de su dios,
un dios que enseñaba a amar al otro y decirle “tu vida me
interesa”. Formaban grupos que se llamaron “uniones”,
bajo el lema “Si tu vida se junta con la mía, seremos más
fuertes”. Cada uno tenía hasta diez miembros como
máximo y recibía un nombre que un sacerdote de Atón

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elegía. Por ejemplo: “unión de amor”, “unión de justicia”,
también “unión de albañiles de las tierras de Ptah”,
“unión de artesanos del norte de Tebas”, “unión de
pescadores de la segunda catarata”… Al mismo tiempo
se formaban las “Casas de Vida”. Muchos ofrecían su casa
para esa misión que consideraban sagrada. En algunas
se daba ayuda a los hombres, en otras a las mujeres y
habían las que eran solamente para los niños.

La gente estaba agradecida al dios Atón y a sus
sacerdotes por el interés y el amor con que se dedicaban
a cada uno. Por fin nació un sentimiento de preocupación
por el pueblo. Atón, a través de su disco solar le daba
vida a todos. No existían fronteras para Él. Un dios justo
que ama a todos los pueblos sin importar cómo sean o
dónde se encuentren. Sus rayos son como brazos que dan
ayuda a todos los que la necesitan.

Los creyentes en el dios Amón, acusaban a los
atonianos de tener ideas que pertenecían a las tribus
abrahamitas, ideas herejes que podían destruir Egipto.
Decían que los dioses nunca perdonarían sus acciones
que traicionaban las sagradas tradiciones de su tierra.

En ese momento de su relato, Jay se dio cuenta de
que Tustrahata se había dormido. No supo cuánto tiempo
estuvo hablando solo, pero no le importó porque al
evocar los ideales de la revolución, él mismo se había
entusiasmado. Se levantó y se retiró a sus aposentos.

Al día siguiente, Jay tuvo una agradable sorpresa. En
la mañana recibió la visita de algunos de sus hijos que
llegaron en una caravana desde muy lejos. Felices del
encuentro se reunieron a disfrutar de unos frutos secos y

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un licor de menta o yerba buena. También comieron pan
neferish untado con miel. Fue un gran festejo porque
Tustrahata al enterarse de que Jay había recibido visitas
tan importantes, le mandó muchos pasteles de varios
sabores y otros manjares. Fueron días felices junto a sus
hijos. Ellos le trajeron muchos regalos y el más importante
era un adorno con la forma del disco solar de Atón. El
hijo mayor, que fue el que le puso el regalo en sus manos,
le preguntó:

–¿Cuál sería el número correcto de brazos que debería
tener el disco solar?

–Tantos como necesitados tenemos en nuestro mundo
–respondió Jay.

A su hijo le gustó la respuesta y siguió preguntando.
–¿Qué haría el Dios Atón sin un sol?
–Estaríamos en la oscuridad, hijo. Necesitamos luz para
vivir y para crecer.
Todos afirmaban moviendo la cabeza.
–Necesitamos una energía viva –continuó explicando
Jay. Una luz real y no estatuas muertas en los templos. Y
menos arrodillarnos frente a ellas. ¡No puede ser! Ya hemos
crecido. Ya encontramos el camino hacia la eternidad. Ya
somos adultos y tenemos que dejar de jugar con estatuillas
de dioses y depender en cada situación de una de ellas.
Hablar y llorar con ellas. ¡Basta! Ya somos grandes y somos
atonianos. Nuestro Dios no es una estatua. Y no solamente
tenemos un Dios, también tenemos ideas y podemos
volar…
A los hijos le gustaba escuchar a su padre. Uno de
ellos dijo: “Nuestro Dios es importante”.

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–Sí, es importante –afirmó Jay. Tiene que serlo para
que la gente crea en él y lo siga. Principalmente cuando
se trata de un dios nuevo para la mayoría. Los dioses y
las ideas no deben fracasar porque sin ellos, el hombre se
pierde en lo doméstico y en sus necesidades.

Los hijos apoyaban lo que Jay decía. Para ellos, sus
palabras eran muy valiosas. Seguían sus enseñanzas y sus
creencias.

–Si el hombre cree en Dios es porque tiene fe –agregó
el Padre Divino. Si tiene fe, se integra a un amor, a un
ideal, a una meta… Esa es una de las razones
fundamentales para sus triunfos, aunque él los adjudica a
la ayuda divina. Debemos tomar conciencia de que existe
una esencia de lo divino en cada uno de nosotros.
Tenemos que llegar a ella a través de la meditación o de
la oración. Eso nos ayuda a encontrarnos y a conocer
más de nuestros propios talentos y virtudes, a sentir en
qué podríamos ser más útiles.

–Padre, yo quisiera ser soldado y llegar a ser importante
como usted –le planteó uno de sus hijos

–Hijo, ser importante para otros no quiere decir que lo
seamos para nosotros mismos.

–Padre, usted va a estar en la Historia y también estará
siempre en el corazón de sus hijos. ¿Eso no lo hace sentir
importante?

–Eso es lo que más vale para mí.
Su hijo se sintió feliz y una amplia sonrisa iluminó su
rostro al oír la respuesta.
Una de sus hijas, que había escuchado atentamente y
en silencio, intervino:

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–La verdad, padre, es que la nueva religión le dio a la
mujer voz para decidir y ya no está obligada a aceptar un
hombre por imposición. Tiene derecho a vivir su destino
en el amor, una unión para la vida y para la eternidad.
Todo eso me conquistó, sin mirar si dios es bueno o no.
Lo que convenció mi alma fue la forma de pensar y de
sentir de los atonianos y la búsqueda de una mayor justicia
social.

El padre sonrió y se vio en su rostro la satisfacción y el
orgullo que sintió al escuchar a su hija. También el hijo
menor, un poco inmaduro dijo:

–Padre, ¿por qué huiste? ¿Por qué estás aquí en
Mitanni? En Egipto todos te quieren, bueno, habrá algunos
que no te quieren, pero la mayoría sí. Tú eres un General,
siempre nos enseñaste que un soldado no debe huir de
la guerra, que es una gran falta. Si tú puedes enfrentar a
tus enemigos ¿por qué no los enfrentas?

–Es que mis enemigos –respondió Jay– no son
soldados que pueda vencer en una batalla. Son sacerdotes
y sus lanzas son sermones que nos critican en los templos
y sus flechas envenenadas de mentiras, hieren y duele.
No fui preparado para luchar en ese campo de batalla. Es
difícil para un hombre que quiere vivir dentro de la
verdad, luchar contra las mentiras y el cinismo de los que
creen solamente en sus propios intereses y usan al pueblo
convenciéndolo con pequeñas regalías para que los sigan.

La hija mayor, que tenía una gran influencia emocional
sobre su padre, dijo:

–Usted no va a poder mantenerse mucho tiempo aquí
aislado, yo veo que pronto dará órdenes para que salga

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la caravana de regreso. Padre, es maravilloso que usted
trate de que no haya enfrentamientos entre hermanos
egipcios, dejando de lado el orgullo y la vanidad. Pero si
tiene que correr sangre, igual sucederá en su ausencia.
Los ideales existen y el pueblo ya abrió sus ojos y sus
oídos…

La entrada de otra de las hijas ofreciendo té, pasteles
y algunas rosquillas, interrumpe la argumentación de su
hermana y Jay prefiere dedicarse a las cosas ricas que
son servidas. Luego de esta conversación con sus hijos,
nace en Jay un impulso de volver. En un momento
hubiera querido gritar “¡Nos vamos para Egipto!” Pero
calló, pensó que no era aún el momento. Y se preguntó
cuándo llegaría ese momento… Se sintió invadido por
una gran angustia y sus hijos lo percibieron pero se sentían
impotentes para ayudarlo. De pronto sale de la boca de
Jay como un desahogo, como si fuera un grito del alma:
“¡Aborrezco el fracaso!”

–Pero no has fracasado, padre –replicó el hijo mayor.
Trajiste ideas maravillosas para nuestros Dos Países y esas
ideas van a perdurar.

En el fondo, Jay intuía que esto iba a suceder, que
una verdad puede trasponer las fronteras y el tiempo.

Las hijas estaban ansiosas por hablarle de todo lo que
habían aprendido en las Casas de Vida. La hija mayor se
llamaba Ra Ka El en homenaje a su abuela, una de las
cuatro matriarcas de los abrahamitas. Se sentía orgullosa
de su nombre y de sus ancestros. Ella le contó sobre una
sacerdotisa llamada Thi Amet que le daba clases en la
Casa de Vida de los frutos y le enseñó sobre la importancia

83

de las madrinas en las tradiciones de la familia. Jay la
escuchaba con atención.

–Hay dos clases de madrinas –explicaba. La más
importante, la primera madrina, colabora constantemente
en la crianza y es la que acepta la responsabilidad de que
en caso de enfermedad o de muerte de la madre, ella
será la primera madre del hijo, como tal le dará cariño y
atención hasta que se case. La segunda madrina, asume
la misma responsabilidad en caso de que también le
suceda algo a la primera madrina. También debe
encargarse de suplantar en todo momento a la primera,
en sus deberes.

La hija menor, Meri Maat fue siempre muy callada pero
con una forma de pensar muy práctica, tanto sobre lo
doméstico como sobre temas elevados. Ella también quiso
contar su experiencia.

–Esa misma sacerdotisa me enseñó el concepto del
amor hacia un hombre. Que tiene que ser Destino, que
las almas hayan estado unidas con amor, en otras vidas.
Y los únicos que pueden saber si existió ese amor, son las
sacerdotisas y los sacerdotes de Atón, que lleven sobre
sus túnicas el broche del escarabajo azul o el rojo vino y
en el cuarto dedo el anillo de la cobra que es el símbolo
de protección, así como el escarabajo simboliza la lejana
visión de las reencarnaciones.

Feliz con las palabras de su hija, Jay le preguntó:
–Dime, ¿sabía Thi Ameth que ustedes eran mis hijas?
–No.
–De cualquier manera ella no hubiera hecho ninguna
diferencia, estoy seguro de eso.

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–Y también las dos nos sentimos más cómodas de que
todo el grupo lo ignorase.

Por un lado a Jay le hubiera gustado que dieran más
atención a sus hijas, pero a la vez comprendía que tenía
que acatar las leyes y tradiciones que él mismo había
impuesto.

Otra de las hijas, que estaba vestida con el color de la
revolución, también quiso hablar.

–En la Casa de Vida de la Suma Sacerdotisa Meshu
Maat, una sacerdotisa que también era jueza, me dijo que
el único derecho que debe existir en la unión de las parejas
es a través del Destino. No se acepta ninguna otra
influencia en las uniones, ni pasiones, ni atracción por el
físico. Los padres ya no podrán elegir parejas para sus
hijos. Lo importante es el alma en la convivencia del amor
y las uniones serán para la eternidad. En un momento la
Suma me miró y me dijo “Te encuentro conocida. ¿De
quién eres hija?” Yo le dije que usted era mi padre,
entonces me sonrió y me dijo “Tu padre fue también mi
Maestro”. Se dio vuelta y se fue casi sin saludarme. Ahora
entiendo que no me haya dado importancia por ser hija
suya.

–Esa Suma Sacerdotisa actuó como debía actuar. En
nuestro mundo no hay lugar para los privilegiados,
aunque al corazón le cueste comprenderlo.

Cuando Tustrahata mandó algunos sirvientes para
ayudar en la casa de Jay Arí, éstos fueron rechazados.
Luego le explicaron al rey, que tener servidores y
esclavos estaba en contra de los principios atonianos,

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que todos tienen los mismos derechos, ya sea el faraón
o un albañil.

Nadie precisa servidores. Sólo se acepta servir a través
del amor, a Dios y a los seres que queremos.

El rey se rió. Tustrahata pensó que eso nunca podría
funcionar. Que un albañil le pueda dirigir una palabra de
crítica al faraón…

–Esto va al derrumbe, se fueron al otro extremo del río
–le dijo a Jay.

–Tengo fe en el hombre y en su respeto por aquel que
tiene más sabiduría. Quien es más sabio es el que debe
dirigir, siempre con un corazón inteligente.

–Como ya le he dicho varias veces, no veo que el
hombre esté preparado para esas ideas.

–En eso estamos, en preparar al hombre.
–Perdóneme General pero usted ya puso las ideas
antes. El arado lo puso adelante y los bueyes atrás. No
podrá sembrar así y mucho menos cosechar. Usted está
soñando, la realidad es distinta. Está muy lejos de lo que
quiere llevar adelante. La gente está impregnada de la
religión de Amón y tiene un dios para cada necesidad y
hasta un dios que le ayude con los sirvientes y con los
esclavos. Tiene un dios para que la gallina ponga más
huevos. Usted, Jay, le saca todos los dioses y le da
solamente un dios invisible que se manifiesta a través de
un disco solar. Le quita el derecho a los padres sobre los
hijos y les impone el Destino. Quiere que la riqueza se
distribuya mejor, pero la gente que no le gusta trabajar, la
va a malgastar y le dará tierras a gente que no le gusta la
tierra, que le gusta juntar cosas para vender en los

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mercados. Le piensa sacar gran parte de la pesca a los
pescadores que han quebrantado su salud en esa tarea,
para darle a unos holgazanes que esperan que les den lo
necesario para vivir, como si mantenerlos fuera una
obligación del Estado porque son egipcios. No, no, mi
querido Jay, usted está muy equivocado. Sabe cuánto yo
lo aprecio, pero hay cosas que usted quiere llevar adelante,
con las que no estoy de acuerdo, no como rey, sino como
una persona que piensa. Una “justicia social” también
puede llamarse “justicia estúpida” y que me perdone su
Dios que lo está inspirando en todo esto. Creo que su
Dios está equivocado también en querer dar tierras a gente
que nunca trabajó la tierra. Su país se empobrecerá y le
dará la razón a los de Amón. Ellos serán los victoriosos y
se reirán de ustedes. Mire, Jay, le voy a contar un ejemplo.
Las tierras que son de mi reinado no producen casi nada,
la gente descansa en mis tierras, como son del rey y como
yo no puedo ir a ver qué hacen, si trabajan o están
tomando té, mi tierra no me da nada. Además tengo que
mantener a los que supuestamente trabajan en ellas pero
son unos holgazanes. Por eso yo no quiero tener más
tierras propias. Cuando los agricultores que tienen sus
tierras, sacan malas cosechas y no pueden pagar los
impuestos con productos, me ofrecen un pedazo de tierra
como pago. Pero yo no acepto. ¿Para qué tener más tierra
sin que produzca? Usted quiere transformar todo Egipto
al mismo sistema que yo tengo con mis tierras. Mi error, lo
quiere llevar a su mundo. No lo haga. El hombre tiene
que tener una ambición en su trabajo. Aquí los agricultores
que trabajan mucho se enriquecen y los que trabajan poco

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tienen poco. Claro que también influye la capacidad de
cada uno en el éxito que alcance. Repartir la riqueza de
gente que ahorró y trabajó duro y dársela a otros que
toman más cerveza que agua, que les gusta llamarse
atonianos y esperan que les den todo solamente por estar
unidos a ese ideal… A ellos que nunca merecieron nada
de los dioses, su Dios les dará un premio por seguirlo.
Eso no es justo. Perdóneme, Jay, la justicia de su Dios no
me convence. Hasta ahora nunca le dije nada ni le hablé
de lo que pienso, pero ya que hoy entramos en este tema
y aprovechando que sus hijos se fueron a caminar y no
nos escuchan, me siento más libre para hablarle. Estuve
de acuerdo cuando las Casas de Vida empezaron a formar
la gente para una nueva sociedad. Ahí sí estaban haciendo
las cosas como se debe: primero formar la gente para
después llevar las ideas a la acción. Pero eso no fue así.
Apenas empezaron a formar y enseguida se impuso el
nuevo régimen. Su pueblo no está preparado para ese
cambio y esto será su fracaso. Además, con enemigos
internos tan poderosos, que manejan la riqueza y la mente
de la gente… Usted no va a poder con ellos. No ha podido
hasta ahora. Acepte el consejo de este anciano rey. Intente
convencer a su dios Atón de que sea más moderado y
tolerante. Las ideas, aunque sean buenas, necesitan su
tiempo para germinar y transformarse en árboles fuertes,
capaces de resistir una tormenta de arena. ¡Piénselo, Jay!
Trate de no hablar de lo que su pueblo no está preparado
para entender ni aceptar. Solamente contará con el apoyo
de los que nunca se sacrificaron por nada, de los que
quieren ser beneficiados por esas ideas. Me gustaría que

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pronto usted pueda volver a su tierra, pero con ideas más
moderadas. Las Casas de Vida deberían enseñar
constantemente una nueva forma de vivir, con un
sentimiento de servicio, sin egoísmo ni ambiciones
personales. Tienen que mostrar que los atonianos son
superiores en el pensamiento y en el espíritu. Que no son
solamente revolucionarios que están en contra de todo,
rebeldes que han perdido el sentido de lo que está bien y
lo que está mal.

Jay escuchaba y cada vez se convencía más de que el
anciano Tustrahata tenía razón, mucha razón. Él con su
pasión e idealismo y su total entrega al dios Atón, no veía
los errores que estaba cometiendo. “Sí, estoy en un gran
error. ¿Estaré a tiempo para arreglarlo? –pensó Jay. Tengo
que volver a Egipto con un nuevo plan. No es el tiempo
para esta revolución. Habrá que esperar e inculcar en el
corazón del pueblo, ideas para mañana, para el futuro,
pero no para hoy. Soy demasiado impulsivo, tengo que
cambiar mi forma de pensar y de actuar. Dios nos ayudará
para que algún día todo cambie.

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PARTE II
JAY REGRESA A EGIPTO

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92

Jay es coronado faraón

En pocos días Jay ordenó organizar la caravana de
regreso. Pensó en crear un proyecto para enfrentar la
realidad que lo esperaba en Egipto. Sus enemigos se
habían fortalecido tras sus templos y con ejércitos
mercenarios. Horemheb, su rival de siempre, que ahora
había alcanzado un gran poder… y sospechaba que
también iba a encontrarse con muchas sorpresas.

Aprovechó para volver con sus hijos y toda su familia.
Al despedirse del rey Tustrahata le dijo:

–Hay reyes y reyes. Usted, es uno al que nunca trataría
de derrocar porque es un hombre sabio y muy humano.
Mi estadía aquí en Mitanni ha sido muy provechosa,
principalmente por sus consejos que van a ser beneficiosos
para Egipto. Seré moderado, dejaré mis impulsos y mis
arrebatos. Seré más tolerante conmigo mismo y con los
demás. Seré más anciano y trataré de aprender de un sabio
rey, cómo se deben llevar las ideas para una buena
culminación y para tener mejores logros. No se puede
apurar una semilla para que germine en el tiempo que
nosotros queremos. Precisa su propio tiempo y tenemos
que respetar esas leyes. Si hemos sembrado una semilla
en la mente y en el espíritu de la gente, tenemos que darle
su tiempo y esperar con paciencia. Así Dios hizo el mundo,
tuvo mucha paciencia para que todo pasara por una

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evolución de millones de años. ¿Cuánto tiempo hace que
está formando al hombre? ¿Y cuánto más falta para que
el hombre sea como Dios quiere que sea?

Los hijos lo escucharon atentamente y no entendían
qué le pasaba a su padre que estaba tan calmo. ¿La
convivencia con Tustrahata influyó tanto sobre él?

Dentro de muy poco estaré en Egipto –pensaba Jay.
Y me enfrentaré a los nuevos gobernantes, a los que
tienen el poder. Ya saben que vuelvo y se están
preparando para la llegada del León del desierto. Pero
no va con ideas de ataque, no tiene hambre. Se alimentó
bastante con pensamientos pacíficos y constructivos, sin
venganza y sin agresividad. Regresa en una postura hábil
y política. Ya habrá tiempo para desenvainar la espada
y mostrarles a las hienas que el León todavía puede ser
el que debe ser.

Se estaba corriendo la voz por las calles de Tebas:
“Está llegando el representante del dios Atón, el más
sanguinario de los Generales, el más absolutista y
fanático. No se le debe dejar entrar. Se le debe quemar
vivo como hereje y traidor a los dioses de Amón”. Vuelve
el que está a favor de la destrucción del imperio, ese
General loco que fue amante de la reina loca Nefertiti y
hermano de la reina extranjera Thie, hija de abrahamitas,
que dio a luz al hereje Akenatón. Todos enfermos, locos,
sanguinarios y malditos”. Esos eran los comentarios que
los sacerdotes de Amón estaban preparando como
bienvenida para Jay.

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Ya habían salido grupos de personas vestidas con finas
túnicas gritando: “¡Fuera el abrahamita Jay Arí, asesino y
hereje, traidor de los dioses de Egipto!”

Jay estaba enterado del buen recibimiento que le
estaban preparando. Uno de los organizadores de la
bienvenida era sin duda Horemheb, que temía el poder
de la personalidad de Jay y la gran influencia que
mantenía sobre la población, especialmente entre los
jóvenes y las clases humildes. Grupos de jóvenes, vestidos
de negro, salían también a las calles a defender la imagen
de Jay Arí, respondiendo a quienes la atacaban. Hubo
muchos enfrentamientos aunque no llegaron a mayores.

¡Qué hostilidad! ¡Cuántas calumnias y palabras de
agravio debía soportar Jay! Pero regresó muy cambiado,
había aprendido a enfrentar de otra forma al enemigo que
usaba las peores armas contra él. Por primera vez en la
historia de Egipto, un General hizo un llamado al pueblo.
Una gran convocatoria para anunciar sus planes y sus
sueños para los Dos Países.

Cuando llegó el día, una muchedumbre se reunió para
escucharlo. Todas las clases sociales de Egipto estaban
presentes: sacerdotes, militares, altos funcionarios,
campesinos, artesanos, pescadores y miles de mujeres que
tenían una gran admiración por el líder de los atonianos.

Amo mucho mi país y por lo tanto quiero lo mejor
para él –comenzó diciendo Jay. Todo egipcio debe tener
el derecho de creer en el Dios que sienta. Los templos
atonianos y las Casas de Vida, se deben dirigir como sus
sacerdotes lo prefieran. El pueblo tendrá derecho a vivir

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como lo sienta, cada egipcio en su núcleo con el sistema
de su religión. Tenemos que terminar la lucha por
defender cada uno a sus dioses, para que no se derrame
más sangre. Dejaremos que el tiempo y la conciencia de
los hombres y mujeres egipcios, vean si nos beneficia más
el dios Atón o todos los dioses existentes.

Tenemos que ir a trabajar nuestras tierras, los
artesanos a sus mesas de trabajo, los albañiles a las
construcciones, los pescadores al río y en especial, los
sacerdotes a sus templos y a sus Casas de Vida. Todos
debemos preocuparnos por nuestros Dos Países, que no
haya hambre, que los enfermos sanen y que nuestros
niños puedan seguir jugando y soñando con lo que serán
cuando crezcan. Soy un viejo soldado con cicatrices en
todo mi cuerpo, pero las más profundas las llevo en el
alma, por el dolor que veo aquí. ¡Cómo se despedazan
entre hermanos! ¡Y cómo se enfrentan padres e hijos por
su forma de creer! Espero que los hijos respeten a sus
padres y que los padres puedan también ser tolerantes
con las ideas de los jóvenes. Somos el país más grande
del mundo, el más poderoso y a la vez el más culto. No
puede ser que no podamos ver una realidad y darle
solución sin enfrentamientos y sin derramar sangre. Vengo
de Mitanni y estuve hospedado en el Palacio del rey
Tustrahata, que fue siempre un amigo de Egipto. Nunca
nos trató mal, aunque a veces nosotros le hayamos hecho
tantas exigencias, tal vez hasta injustas, con el pago de
tributos. Él está lejos de todos los dioses egipcios, tanto
de Amón como de Atón y pudo opinar y aconsejarme de
una forma muy neutral. Con esa influencia les hablo, sin
vanidades y sin ambiciones personales. Lo único que

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quisiera es que todos vivamos en paz y que en las familias
egipcias no haya más discusiones ni enfrentamientos
religiosos. Cada uno debe respetar las ideas del otro.
Quisiera que formemos un Saneth Drín representativo
de las ideas y de los dioses. Donde todos tengamos
derecho a opinar cómo gobernar nuestro amado país sin
despotismo, sin engaños ni mentiras. Con la verdad, con
justicia y amor. Es necesario que haya un hombre o una
mujer, que esté por encima de las setenta y dos personas
que forman el Saneth Drín. Una persona que no tendrá
derechos de Faraón, que solamente organizará el Saneth
Drín, que dará la palabra a cada uno que quiera opinar
y así crear entre todos, las leyes y las normas para que
nuestro pueblo sea más feliz.

Dentro del Saneth Drín habrá diez grupos de siete
integrantes y dos serán escribas, pero también podrán
opinar. Dos grupos deben ser de sacerdotes, uno de Amón
y otro de Atón. Un grupo que represente los altos
funcionarios y a los ricos que rigen asuntos internos y
otro grupo que atienda asuntos extranjeros. Un grupo
que atienda los asuntos de granos y haciendas y debe
también haber un grupo que represente a los campesinos,
otro a los albañiles y artesanos, uno a los pescadores y
otro a los escribas y a la enseñanza.

Queremos tener una sociedad mejor que sea el
cimiento de nuestra vida.

No queremos que hayan cárceles para mantener a
los ladrones, si roba se le corta un dedo por cada robo. Y
por seis robos pierde la mano. Por un crimen, la condena
es la muerte y si hiere, será herido. Por el engaño a una
mujer, se le quitará el derecho a tener esposa. Si castiga

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a una esposa, no podrá tener ninguna. Si castiga a un
hijo, ese hijo quedará al cuidado de su padrino.

Aquel cuyo engaño se pueda equiparar a un robo,
perderá medio dedo.

Queremos dormir en casas sin puertas y con estas leyes
le pondremos “yerba buena” para que no nos visiten
serpientes.

A toda persona que se compruebe que ha calumniado
a alguien, se le cortará la lengua. Todo hombre que abuse
de una mujer recibirá la condena de quedar eunuco y
perderá sus derechos otorgados, ya sea en tierras, esposas
e hijos.

Ningún hombre tiene derecho de abandonar a una
mujer. Pero ella, si no puede amar a su marido, deberá
dedicar su amor a su templo y vivir dentro de él o en su
Casa de Vida. El adulterio se deberá condenar.

Sin importar cuál sea la religión que practicamos,
debemos tener principios de una cultura superior. Estoy
seguro de que con estas medidas habrá paz en cada
hogar.

A lo largo de toda la alocución de Jay, se escuchaban
aclamaciones, gritos de apoyo y expresiones de júbilo.
¡Viva el Jay! ¡Viva el Saneth Drín! ¡Viva el nuevo Egipto
sin poderes absolutos!

En cuanto terminó el discurso, tanto los sacerdotes
de Amón como los de Atón y el pueblo en general, le
ofrecieron a Jay que sea faraón y gobierne unido al
Saneth Drín.

A los pocos días ya estaba instalado en el Palacio,
mientras que el pueblo formaba el Saneth Drín.

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