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Published by Maestro Rolland, 2015-05-19 15:35:29

EL CORAZON DE LA REVOLUCION

Lo primero que hizo fue nombrar diez Visires y cada
uno de ellos se encargaría de un grupo del Saneth Drín.

Jay estaba cumpliendo noventa años en el momento
en que fue nombrado faraón y se hizo llamar Aken Ank
Kem “servir con vida a Egipto”.

Trató de mantener la paz y el buen entendimiento entre
las dos religiones.

A los setenta días recibió el cetro y el látigo. Los
sacerdotes de ambas religiones se entendieron con la
tradición de la gran ceremonia de coronación, junto con
los diez Visires y los setenta y dos senaders. Los
representantes del Saneth Drín debían saber leer o estar
aprendiendo y ser mayores del quinto ciclo de vida
(cincuenta y cinco años).

En la ceremonia de coronación estuvieron presentes
reyes y altos dignatarios de otros países. También
Tustrahata quien apenas pudo caminar para saludar a Jay,
ya que estaba muy cerca de los cien años.

Ya sentado en la silla faraónica, con los símbolos del
gran poder en sus manos: el cetro del amor y el látigo del
orden y la disciplina, Jay agradeció a todos los visitantes.
En especial habló de Tustrahata y de cómo sus sabios
consejos contribuyeron para que él estuviese en esa
posición y principalmente para que Egipto se uniera
después de tantos problemas vividos.

“¡Cuán separado estaba el pueblo! Ahora el gran
milagro de los corazones crea esta unión. Qué mal deben
sentirse los enemigos en las fronteras, al ver un Egipto
otra vez unido y fuerte, que volverá a ser todo lo que fue
en su grandeza y elevación”

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Después de estas palabras, todos aclamaron y
brindaron por Aken Kem (servidor de Egipto). Pero él
recalcó “No se olviden que también me llamo Jay Arí, es
el nombre que me dio mi padre”.

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Las reformas del Estado
y el Saneth Drín

Los sacerdotes de Amón Ra no estaban muy felices
con esta elección, después de tantas calumnias que habían
creado contra él, pero no tenían ningún líder, nadie para
endiosar. Luego del fracaso del niño Dios Tutankamón,
que no fue protegido por Amón, no tenían argumentos
para el pueblo, se encontraban perdidos…

Lo mismo le sucedió a Akenatón cuando la peste mató
la décima parte de la población de Tebas. El pueblo se
sintió castigado por haber abandonado los dioses de
Amón y volcarse al dios Atón. Todo eso provocó una gran
caída en la fe y comenzó el fracaso de la revolución
religiosa. La historia volvió a repetirse con los creyentes
en Amón. El niño Tutankamón, el hijo de Dios murió y
su Dios no lo salvó.

Los sacerdotes crearon sus argumentos: “Amón, para
salvar al pueblo, sacrificó a su hijo”. La muerte de
Tutankamón fue glorificada ya que él entregó su vida por
los demás. Egipto no estaba lejos de la Quinta catarata
donde los zulúes ofrecían sacrificios para salvar a la tribu.
La influencia del sur sobre creencias y supersticiones era
muy importante. Por eso muchos habían aceptado esa
explicación de que Amón tomó a su hijo como sacrificio
para salvar Egipto.

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Sin embargo, los atonianos, por muchas razones no
consideraron válido ese argumento. Pero Jay ordenó que
la gran familia egipcia no entrara en discusiones religiosas
para poder vivir una hermandad en paz.

Al respecto de este tema, Jay comentó en una reunión
con su familia y algunos seguidores: “A veces me parece
que en vez de avanzar culturalmente, nos atrasamos.
Tomamos ideas de la época en que adorábamos a la
Esfinge y le llevábamos sacrificios humanos para que los
dioses estuvieran contentos.

Como también el dios de mi tatarabuelo Ab Ra Am le
pidió que llevara a su hijo Isaak al sacrificio y después le
dijo que era solamente un prueba para su fe.

Aquel dios hizo sólo una prueba, pero parece que otros
no se conforman sólo con pruebas…

Querida familia y todos mis hermanos, no soy nadie
para criticar la voluntad de los dioses y su forma de
gobernar, pero me cuesta aceptar todo esto. Espero que
nuestro dios Atón, no me pida nada que se refiera a esas
costumbres de los tiempos de la Esfinge.

Nuestra cultura ha avanzado mucho desde aquella
época. Que hoy tengamos que aceptar que los dioses maten
a sus hijos, es la evidencia de una moral decadente”.

Jay solía reunirse con sus seguidores y también
comenzó a hacerlo con el gran Concejo del Saneth Drín.
Además habló con cada saneder cualquiera fuera su
posición personal o la creencia que representaba. A todos
trataba con amabilidad y siempre repetía las palabras:
“gracias a que hay saneders que se oponen a mi forma
de pensar, puedo ver con más claridad mis errores”.

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En las reuniones, sus seguidores constantemente
insistían “Hermano Jay, no espere que siempre la
oposición le haga ver la luz de la verdad. No existe verdad
que se oponga a otra verdad”.

“Puede ser que ninguna de las dos sea una verdad –
respondía Jay. El problema que existe es la vanidad, la
ambición y la falta de tolerancia y espiritualidad. Creer
en Dios o en dioses no significa ser espiritual. Puede ser
consecuencia de miedos, carencias y debilidades”.

Durante las festividades en las que se daban
bendiciones al río Nilo, llegó de visita la hermana de
Tustrahata: Kilgipa. Trajo regalos de su hermano para Jay
y su familia. En su estadía, el Palacio tomó más vida en
cantos y danzas.

Kilgipa tenía un gran afecto por Jay, ya que él le salvó
de ahogarse mientras nadaba en una piscina y la tradición
era estar siempre en deuda con quien te salvó la vida.
Cada año ella venía a visitarlo y le gustaba mucho hablar
con Jay de distintos temas ya que era bastante culta. Esta
vez, Kilgipa insistía en saber sobre la relación que hubo
entre Jay y Tutankamón.

–A usted le costó aceptar su casamiento, ¿verdad?
–Sí, porque yo esperaba que se casara con un sacerdote
de Atón, después de haberse casado con el de Amón.
–Dígame, Jay, ¿por qué él se fue con los sacerdotes de
Amón?
–Ellos alimentaron su vanidad y sus ambiciones de
poder. Yo nunca lo hice. Le daba amor pero él no lo sentía.
Es muy difícil sentir el amor del otro cuando no se siente
el propio.

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–Pero en cierto momento él lo visitó con su esposa.
–Sí, siempre le gustó mostrarme sus conquistas.
Cuando cazaba me traía sus presas para que las viera. Un
día le pregunté: “dime hijo, ¿cuándo me traerás atado un
león vivo para que yo vea que lo conseguiste?” Y me
contestó con una sonrisa irónica: “¿Y tú... Padre Divino,
lo conseguiste?” “Yo no necesito hacer demostraciones”
–le dije y quedó callado.
–¡Qué gran verdad!
–Sí, pero no siempre nos gusta escuchar las verdades.
–Estoy totalmente de acuerdo con usted. ¿Por qué le
llamaba Padre Divino?
–Muchas veces me llamaba así. Ese título me lo dieron
en el ejército porque los soldados, cualquier problema que
tenían recurrían a mí como a un padre. Siempre traté de
darles soluciones o un consejo que pudiera ayudarlos.
Además me hice cargo de tantos hogares de soldados y
oficiales que murieron en las guerras… También de sus hijos.
Por eso, de todos lo títulos que me dieron, fue con el que
más me identifiqué. Soy padre para mis hijos y para los hijos
de los que quiero. Hasta se confunden muchos y creen que
son hijos de mi sangre cuando nunca conocí sus madres.
Kilgipa rió y curiosa seguía queriendo saber más.
–Dígame, Jay, ¿el cetro de su hijo fue suyo?
–¡Ay, mi querida Kilgipa, usted sí que es preguntona!.
Si yo nunca había sido faraón, ¿cómo iba a tener un cetro?
El suyo tenía grabaciones de Amón y lo usaba para
divinizar las ofrendas. Yo nunca pensé tener un cetro y si
ahora lo tengo, nunca lo usaría para bendecir ofrendas a
Dios. La mejor ofrenda es mi amor, mi fe, mi dedicación a
los demás y al pueblo donde hay más necesidad de ayuda.

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–Sí, estoy de acuerdo con usted, mi hermano también
piensa así. Pero dígame, ¿después de la coronación,
siempre estuvo cerca de Tutankamón?

–Seguro, ahí fui su padre y lo llevé a esa posición pero
después quiso que yo dejara de ser su regente. No lo
acepté porque me pareció una falta de principios que un
muchacho de quince años gobernara Egipto. Él alegaba
que era escriba de primer grado y que además tenía el
grado de las estrellas, que era conocedor de los límites de
nuestras tierras y de las leyes de los Dos Países. ¡Imagínese
Kilgipa! ¿Cómo iba a negarle a un muchacho tan sabio y
que mató un rinoceronte con su lanza, que dirigiera el
destino de Egipto?

Yo siento que le debo mucho a mi país, por eso no
acepté renunciar a la regencia. Entonces él habló con los
sumos sacerdotes de Amón y les planteó sus exigencias.
Les gustó la idea de sacarme a mí y ser ellos los que
regentearan. Alegó que se sentía incómodo conmigo, no
comprendido y hasta rechazado. Que no compartía mi
creencia y que sentía más al dios Amón y hasta cambió
su nombre de Tutankatón por el de Tutankamón. Así fue
que tuve que retirarme. Sentí que mi propio hijo me clavó
un puñal en el pecho, sentí su odio… Él nunca quiso a
nadie, ¿por qué me iba a querer a mí?...

Kilgipa observó la angustia de Jay, sus ojos llenos de
lágrimas y quiso distraerlo.

–Y dígame, todo eso que él decía saber, ¿era verdad?
–Sí, era muy inteligente y pudo haber sido un gran
gobernante, tenía buena piel para eso.
–Y después de que usted dejó de ser regente, ¿lo seguía
viendo?

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–Él venía a verme una vez cada tres o cuatro meses,
venía como panadero que dejó el pan en el horno. Tenía
que irse rápido porque se le quemaba.

Kilgipa sonriendo le preguntó
–¿Tiene algún otro hijo panadero?
–No, gracias a Atón mis otros hijos saben que el
antílope que no sigue la manada se pierde y queda
expuesto a las peores situaciones.
–Tiene razón, apreciado Jay. En muchas familias
encontramos el problema de ese antílope que no sigue la
manada.
–¿También en Mitanni?
–Sí, estamos cerca de Egipto y la influencia es muy
importante.
–Creo que no se precisa influencia, es suficiente con
la rebeldía que tienen los jóvenes con sus mayores.
En ese momento entró Anush trayendo una bandeja
de dátiles, pasas y almendras. También banana con miel
y un té muy aromático. Ella y Kilgipa se abrazaron,
saludándose después con la mano en el corazón.
Comenzaron a hablar de política y Jay se extrañó del
rápido cambio de tema. De pronto Kilgipa volvió a
dirigirse a Jay.
–¿Cómo ve usted a Horemheb y sus amenazas de
destruir todo lo atoniano?
–Él siempre está cerca del fuego, buscando el lugar
desde el cual pueda sacar más ventajas. Sabía que era
muy poco lo que podía obtener de mí. Sin embargo a los
de Amón podía sacarles mucho. Ellos son dueños del
mundo, tienen mucho oro y un gran poder. Mientras que
mi hijo Tutankatón vivía, Horemheb hacía lo que quería

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y ahora quiere seguir teniendo el mismo poder. Él aspira
a mi posición pero no le será fácil de conseguir.

–Usted no se lo va a permitir. ¿Verdad, Jay?
–Para mí no es fácil. Él es el jefe actual del ejército,
consiguió algo muy importante que yo no pude darle:
shekes (dinero) y oro para sus soldados. Mejoró sus armas,
su alimentación, su vestimenta y la condición de sus
hogares. Los templos de Amón pueden costear todo eso,
son mucho más fuertes que el propio Estado.
–Ellos no tienen escrúpulos –intervino Anush. Lástima
que la gente no se da cuenta de eso. Se engañan con el
brillo de unas monedas. –Todos afirmaron con un
movimiento de cabeza y Anush continuó–. No sé por qué
Jay no hace nada al respecto, él tiene más poder que ese
Horemheb. ¿Por qué no lo manda a que sea un General
con los hititas?
Jay no hablaba, no sabía qué decir. Anush era una
mujer corpulenta, con aire de mandona. Era la que
cantaba las oraciones a Atón en el Palacio. Tenía una voz
muy aguda y respiraba con fuerza, siempre con ansiedad
de hablar y hablar. Jay estaba orgulloso de ella por su
voz y por su forma de ser. Sonrió satisfecho con Anush,
con los dátiles y con el tema.
Kilgipa, que no estaba bien informada sobre
Horemheb, escuchaba atentamente y comentó:
–A mi hermano hace un tiempo le sucedió algo
parecido con un General muy ambicioso y él lo puso en
un carro y tomó las riendas. Los Generales tienen esa
enfermedad de la ambición desmedida.
–Yo sé a quién se está refiriendo –dijo Jay. Su hermano
me lo contó. En todos los jardines hay yuyos que pueden

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afectar a las plantas y lo más doloroso, a las plantas
queridas.

–¿Qué piensa el gran consejo del Saneth Drín sobre
Horemheb?

–Bueno, tiene muchos simpatizantes, que no
solamente lo admiran, también lo apoyan en su amenaza
de destruir Neket Atón y no dejar una piedra sobre otra.
¡Es tan agresivo!… y se alimenta con el veneno de la cobra
madre, la que tiene suficiente para destruir un elefante.
Bueno, espero que el río no se desborde en invierno y
que no suframos con nuestras cosechas de buenos
sentimientos. Lástima que sea tan fácil engañar al pueblo.
Y yo estoy viejo para enfrentar a un rinoceronte con la
boca jadeante de rabia.

–Usted todavía tiene Generales decentes que lo siguen
y ellos podrían rebelarse contra ese monstruo
–interrumpió Anush.

–No, no es fácil. Es el gran jefe y al General que se le
oponga él lo puede mandar matar.

–Entonces –agregó Anush, tome medidas con
Horemheb. Ponga una estaca en la boca de ese cocodrilo.

Jay tomó un dátil y empezó a comerlo y por unos
instantes hubo un gran silencio.

–¿Él puede ser capaz de hacerlo? –preguntó Kilgipa.
Una cosa es amenazar y otra llevar a cabo una amenaza
tan grave como borrar Neket Atón. Pero como él sabe
que esa ciudad fue obra suya…

–Seguro –intervino Thamis, creo que por ahora serán
amenazas. Él espera que Jay se enferme o que muera
para toda esa destrucción. Y a Jay le preocupa el futuro
de Egipto en manos de Horemheb y de los sacerdotes de

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Tebas. Al final ellos siempre salen ganando, es imposible
vencerlos. Si nosotros no pudimos, nadie podrá. Ni hoy
ni mañana, por eso Jay trata de dialogar con ellos y buscar
arreglos. Pero lamentablemente en cada arreglo él algo
pierde y así cada vez su poder está más debilitado. Siempre
que hace algún acuerdo dice “Voy a cambiar de árbol de
deseos o a cambiar de piedras o meditaré mejor antes de
tirarlas”.

–Una sacerdotisa de la alta magia de Atón, me
aconsejó que busque un árbol que dé muchos frutos y a
ese apunte mis piedras de deseos. No consigo ganar.
Siempre pierdo frente a los sacerdotes de Amón
–comentó Jay.

Momentos después se presenta un Saneder, con la
propuesta de que el faraón reparta alimentos a los muy
necesitados.

–¿Y de dónde los saco? –preguntó Jay.
–De los que tienen más –respondió el Saneder.
–¿Y ellos lo darán solamente porque el faraón lo pida?
No se olvide que soy el más pobre de los faraones.
–Usted tiene el poder máximo sobre los dos países de
Egipto, ¿por qué no lo usa?
–Es fácil aconsejar, pero no es fácil llevar los consejos
a la práctica. Es difícil hacer justicia. Si le saco bienes a los
que tienen, para darles a los que no tienen, aunque eso
parezca justo, no lo es, porque la mayoría de quienes
tienen bienes o cierto bienestar lo han hecho con sacrificio
y absteniéndose de distintos placeres de la vida, para tener
seguridad para su futuro y el de su hijos. Entonces aparece
el Faraón y les saca parte de sus bienes y se los da a los

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que posiblemente nunca se han sacrificado por tener algo.
Familias que viven sin ninguna disciplina, que comen
aunque no tengan hambre y toman cerveza sin ser días
festivos. Eso no es justicia. El hambre es hijo de un padre
que no lucha por conseguir pan y de una madre que poco
se preocupa.

En ese momento aparece la esposa del Saneder
–Bienvenida a la Casa de Atón –saludó Jay.
Después de un nervioso saludo, la mujer le planteó el
problema que la llevó a dirigirse a él. Una preocupación
que podía surgir en muchos hogares, cuando el esposo
quiere tomar otra esposa y su esposa no lo acepta.
Jay trató de explicarle el fundamento de esas
situaciones:
–Nuestra revolución no fue solamente religiosa, no
hemos querido cambiar únicamente los dioses, sino
también la vida, en todos los órdenes y en especial dentro
de la familia. Creamos una ley que permite a las parejas
elegir cómo vivir en su matrimonio. En las leyes de Amón,
solamente se vive como quiere el hombre y dentro de sus
posibilidades económicas. Para nosotros tanto el hombre
como la mujer tienen el mismo derecho a elegir el camino
del hogar. Existe elegir tener una sola esposa aunque haya
posibilidades económicas para tener más de una.
La esposa del Saneder no quedó satisfecha con la
respuesta e insistió en su planteo:
–Apreciado Jay, o padre Jay, no sé cómo llamarlo para
que usted se sienta más cómodo. La situación que trato
de explicarle es de una amiga a la que quiero mucho.
Ella me contó que no acepta los pedidos de su esposo
porque ella no siente en la mujer que él ha elegido, una

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belleza interior, una paz que le gustaría sentir. Cree que
su marido está fascinado nada más por una atracción física.
Esa fue la causa de llevar este asunto al Saneth Drín para
que lo resuelva y mi esposo me contó que se va decidir a
favor del pedido del hombre. Entonces yo le pregunto,
¿en qué hemos avanzado? Es el mismo buitre con distinto
color. Antes el hombre hacía lo que quería y ahora es
diferente: pide permiso al Saneth Drín y hace su voluntad.

El Saneder que estuvo escuchando todo el tiempo, se
sintió muy mal ya que su esposa fue directo al faraón para
ayudar a su amiga, sin respetar el fallo del Saneth Drín
del cual él era integrante.

–Apreciado Padre Jay, no le responda a mi esposa, yo
voy a responder. Ante todo conozco muy bien el caso, ya
que yo mismo lo estudié para poner mi voz en el fallo y
exponer mi opinión. La señora Yiramaat está cerca de los
sesenta años y el esposo no llegó a los cincuenta. Ella
tiene un problema de no sentir deseos desde hace más
de diez años. Nunca estuvo embarazada, crió dos hijos
de su hermana que murió por una enfermedad al corazón.
El esposo dio mucho cariño a estos dos hijos e hizo de
padre para ellos. El Saneth Drín no está formado
solamente por hombres, lo integran muchas mujeres, en
especial sacerdotisas y escribas y fueron ellas
principalmente las que dieron su voz de que a un hombre
joven no se le debe cortar la energía de la vida y llevarlo
a la tristeza y a la enfermedad. Dijeron que en nuestros
países hay muchas mujeres que no se han podido realizar
y es injusto que miren la vida por la ventana y no la
integren. Nosotros no hacemos la vida como los asirios
que tienen esposas y amantes a la vez. O cambian de

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esposa cuantas veces quieren y tanto los hombres como
las mujeres llevan una vida sin principios y así forman su
familia. Por eso tienen tantos asesinos y ladrones. Sus
líderes son corruptos y no existe respeto por nada ni por
nadie. Un padre no es padre, la madre no es madre y el
esposo no es un esposo fiel. Las mujeres merecen ser
apedreadas por su inmoralidad. Por eso yo apoyé a las
damas Saneder en que un hogar debe tener vida y
demostrar a esos dos hijos que existe un padre de buen
ánimo y no frustrado para que sea a la vez un ejemplo
para ellos. Y estoy seguro de que la amiga de mi esposa,
dejando de lado su egoísmo, podrá compartir su vida con
otra mujer y con el tiempo llamarla “hermana”.

La esposa del Saneder se retiró un poco confusa
después de haber escuchado todos los argumentos en
contra de la voluntad de su amiga.

Jay se sintió muy feliz, tomó su bastón para ponerse
de pie y dijo

–No se trata de que antes el hombre hacía lo quería y
ahora sólo pide permiso para hacerlo. Ahora cada caso
es estudiado por un gran grupo donde todos opinan y la
opinión de la mayoría es lo que prevalece como justicia.

El Saneder se tuvo que retirar por la visita de varios
nietos que vinieron a visitar a Jay Arí. Uno de ellos,
llamado Amerek le pidió:

–Abuelo, cuéntanos una historia. Todos quisieron venir
conmigo para verte y también para oír tus historias que
nos encantan.

–Con mucho gusto les contaré –accedió satisfecho Jay.
Siempre empezaba con la misma historia.

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–Había una manada de antílopes y uno de ellos quedó
atrás de su familia...

–Ya sé lo que pasó –intervino uno de los nietos. Lo
agarraron los leones.

–Bueno, puede ser que otra vez se los haya contado
así…

–Abuelo, tú ya contaste muchas veces la misma historia,
pero siempre te olvidas cuáles fueron los animales que
atacaban.

–Hay gente que hace lo mismo que hacen los leones
–siguió explicando Jay. Devoran a las personas. Otros son
como las hienas que te hacen pedazos.

–¿También hay gente que imita a las hienas? –preguntó
otro nieto.

–Creo que a veces es al revés: los animales imitan al
hombre.

Todos quedaron sorprendidos y Jay volvió a explicar
su historia.

–Nadie debe imitar a ese antílope. Esta vez lo agarraron
las hienas y lo destrozaron en pedazos. Si él hubiera estado
en la manada, nunca le habría sucedido esa desgracia.

Uno de los nietos pidió que contara la historia del
pequeño elefante.

–Esa la dejaremos para mañana.
Sabía Jay, que al día siguiente estarían todos
esperando una historia que ya habían escuchado muchas
veces, pero con su imaginación de niños, la verían distinta.
Jay se levantó de su silla y un nieto se acercó para
preguntarle:
–Abuelo, ¿usted el árbol de los sueños lo plantó aquí
o en Mitanni cuando estuvo viviendo allá?

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–Siempre debemos plantar varios árboles de los
deseos. Si le damos vida, tenemos derecho a exigirle cosas,
como si fuera un hijo o hasta un nieto. Si es tu creación,
ella tiene una deuda contigo. Cuando tú pongas una
piedrita a su lado, con un deseo, el árbol tendrá que poner
su energía para que ese deseo se haga realidad.

–Y los árboles que nadie plantó –siguió preguntando
curioso– ¿no podemos elegir uno y que sea nuestro árbol
de los deseos?

–No, querido nieto, esos árboles los creó Dios y
únicamente Él podrá pedirles.

–¿Tu árbol da frutos, abuelo?
–No. Yo espero de él otros frutos que no se ven y me
hacen feliz.
–Yo voy a plantar un árbol parecido al tuyo.
–Entonces, en el futuro podrás tener los mismos frutos
que yo tengo.
Todos estaban contentos de haber compartido un lindo
momento.

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Crisis social y conspiración religiosa

Dejando los antílopes y los árboles que nos ayudan
en los sueños, Jay va a recibir al Embajador de Nubia.
Un Jay ya anciano que llevaba sus noventa años con
bastante agilidad.

Después de haber pasado por los saludos protocolares,
Jay pidió al Embajador Ababis, como una forma de
mantener las buenas relaciones, cinco mil soldados nubios
para reforzar su ejército.

Pero Ababis respondió explicando su negativa.
–Distinguido Jay, si nuestras relaciones son buenas,
como siempre lo han sido, no necesita pedir soldados a
mi reino. Si no fueran buenas, sería lógico que los dos
pidiéramos para mejorarlas. Estoy muy bien informado
sobre la situación de Egipto. Sé que se encuentra todavía
en una gran crisis interna con dos posiciones que
constantemente se enfrentan y usted las debe apaciguar.
También han pasado por los asesinatos de sus dos hijos
coronados como faraones. Nosotros estamos lejos de lo
que sucede aquí en Egipto y no tenemos interés en estar
muy cerca. Traer cinco mil soldados es acercarnos mucho
a los problemas internos.
Jay escuchó con mucha atención y alegó:
–Creo que la información que tiene es distante de la
realidad. Si existen dos posiciones antagónicas, eso nos

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hace más elevados. Significa que yo, como faraón, no soy
un poder absoluto y no trato de dominar otras opiniones.
Creo que mi país está creciendo mucho en este aspecto,
gracias a una revolución que dio frutos. Cada egipcio tiene
derecho hasta de decirle al Faraón que no piensa igual y
eso, apreciado Embajador, eso es crecer. Es elevarse más
hacia un Dios que busca que haya justicia y honestidad
entre los hombres y frente a ese Dios yo me inclino.

–Comprendo muy bien sus palabras distinguido
Faraón. Pero no solamente existen opiniones o ideas y
dioses en conflicto, sino algo más grave: la amenaza que
usted tiene del General Horemheb y con esa amenaza
ustedes no pueden crecer porque existe el peligro
constante de que destruya Neket Atón por sentirse un
General leal a Tutankamón y a sus ideas de destruirlo.
Usted tuvo que ir al exilio por su seguridad personal. Y si
el día de mañana la balanza del poder y la fuerza se
inclina hacia Horemheb, ¿cómo quedará nuestra relación
con Egipto al haberlo ayudado a usted?

–Yo esperé de su Emperador, que en esa balanza de
la que usted habló, me pusiera en un plato a mí y en el
otro a Horemheb, como personas. Pero me equivoqué,
solamente les interesa estar con el ganador. No importa
la persona, ni toda una trayectoria de amistad que hemos
vivido hasta ahora.

El Embajador se sintió molesto por las palabras de Jay
y remarcó que se las iba a transmitir a su rey. Siguió
hablando mientras le ofrecieron licores.

–Y usted, Jay, ¿sigue alejado de los licores?
–Sí, gracias a mi Dios que me inspiró para que sea
fuerte y no sea dependiente de nada.

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–¡Qué maravilloso! Pero le quita una gran parte de
placer a la vida.

–He cambiado esos placeres por otros más intensos
que hasta mi alma disfruta.

–Siempre se aprende con usted, distinguido Jay. Pero
a veces prefiero vivir en la ignorancia.

–Dentro de la ignorancia es difícil ver la luz de la
sabiduría y del arte. Hay quienes no le dan importancia a
esto y así viven o existen… y así mueren. Pienso que tengo
que vivir intensamente para llegar a una gran muerte. La
vida tiene limitaciones pero esa muerte a la que espero
llegar es infinita y eterna.

El Embajador le deseó suerte y mucha paz y se retiró.
Jay quedó amargado después de esta despedida. Sintió
que la amistad es solamente una palabra y cuando un
sentimiento se transforma en un simple nombre vacío, es
muy triste. Su esperanza de agrandar su ejército era cada
vez más pequeña. Mientras tanto, su rival Horemheb no
tenía ningún tipo de dificultades.
Cuando el Embajador nubio se encontró con su Rey,
le explicó la situación real de Egipto. Jay ya iba a cumplir
los noventa y se veía muy cansado y hasta desilusionado
de todo, con un país muy dividido, manteniendo un poder
solamente por su imagen y por lo mucho que amaba a su
pueblo. Su ejército estaba muy debilitado porque sufría
constantes deserciones. Los soldados buscaban mayores
beneficios en el ejército de Horemheb. Sin embargo una
parte del ejército era muy leal y se conformaba con apenas
un poco de comida que a la vez compartían con sus
familias.

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La economía de Jay era desastrosa, apenas se
cobraban contribuciones y sin recaudar era casi imposible
mantener su gobierno.

Neket Atón estaba quedando sin gente. Había sido
un refugio para muchos enfermos que llegaron con la
esperanza de curarse en la ciudad sagrada. Era triste ver
la realidad de un sueño convertido en un gran fracaso.
Las familias atonianas emigraban hacia Tebas y los que
se quedaban, pedían a Jay que mandara soldados para
protegerlos.

Los atonianos estaban seguros que no los iba a
abandonar en manos de Horemheb. Pero el General no
respondió, alegando que no quería entrar en un conflicto
de sangre entre hermanos. Jay sabía que sitiar Neket Atón
era el anzuelo de Horemheb para destruir su ejército que
era muy inferior en número, conocía muy bien las
intenciones de su rival.

Jay se preguntaba cuánto iba a durar esa situación y
qué iba a pasar cuando él ya no estuviera… ¡Qué caos le
esperaba a Egipto!

Y así, con esos pensamientos caminaba por el jardín.
¿Qué será de Neket Atón? ¿Cuánta sangre se va a
derramar?... ¿Qué será de su familia? ¿Cuántos conflictos
habrá entre sus hijos? Sentía que todo lo que hasta ese
momento había construido podría desaparecer…Tierras
que fueron de Jay, habían caído en manos de los templos
de Amón. Pensaba que si él no conseguía recuperarlas,
¿quién podría hacerlo cuando el estuviera en su tumba?
¿Qué tumba? Ya ni eso tenía…Mientras acariciaba su
perro pensaba qué sería también de él. Imaginaba cómo
sus enemigos iban a escribir la historia. A veces hablaba

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solo y decía “¡Tengo que vivir! ¡Ay, Dios! Dame un poco
más de tiempo. Tú sabes Atón, cuánto te amo y cuánto
luché para que te reconozcan como el Dios de la justicia,
del orden y del amor. Sabes que siempre sentí la
inspiración Divina que emana de ti llevándome a luchar
por una sociedad que sirva únicamente a la verdad y a la
honestidad”.

Tantas veces Jay se sentaba bajo su árbol de los deseos
y pedía la victoria de la paz, el amor y la fraternidad.

Una de sus esposas se acerca interrumpiendo sus
pensamientos.

Su nombre era Tefnu, “pura como el agua”.
–Deja de preocuparte por el mañana. Preocúpate por
el hoy que es tuyo, es nuestro…
–No puedo pensar solamente en el hoy. El hoy nos
divide del ayer y del mañana. Me sumerjo en el pasado y
eso hoy me da fuerza para el futuro, porque todo lo que
existió volverá a existir. No hay nada nuevo bajo el sol.
–No es bueno recordar todo lo que pasó. Tenemos
que recordar lo hermoso, para seguir soñando.
–No solamente con soñar podremos caminar, tiene que
haber sueños que hayan sido realidad, para que vuelvan
a serlo.
–Tienes razón Padre Divino. Creo que en algún
momento el hombre tomará conciencia de que Maat no
es el nombre de una diosa, sino un principio, como tú lo
enseñaste. Que endiosemos la verdad es bueno y sería
maravilloso que un día ella reine entre los hombres. Si
todos ponemos Maat en nuestro corazón y en nuestra
boca, nunca existirá el engaño ni el crimen y siempre habrá
justicia. Debería existir una ley que castigue con el destierro

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a quien va contra la verdad, que viva en otros países pero
nunca en el Alto ni en el Bajo Egipto.

–Me gusta como hablas, principalmente porque sientes
cada palabra que pronuncias.

–Gracias Padre Divino. Tú sabes que el pueblo te llama
así por tu grandeza y no por haber tenido un hijo Dios.
Atón te dará más vida de lo que tú crees.

–Tener vida solamente no es importante, sino que ella
tenga valor. Que sea útil para los otros también y que
podamos sentirnos bien de servir.

–Estoy segura que tú harás que tu vida tenga valor.
¡Vive, Jay! ¡Vive!

–Esa es mi lucha, querida Tefnu.
–Padre Divino… siempre quise preguntarte si te
molesta que te llamemos así.
–Ya sé por qué lo dices. Porque los sacerdotes de
Amón endiosaron a mi hijo y si él era Divino, yo también
debería serlo. Nunca supieron qué hacer conmigo, yo
era un estorbo. Deseaban que muriera de una vez. En
un momento quisieron acercarse a mí haciéndome
ofrendas, pensando que tal vez yo me convirtiera también
en creyente de Amón. Pero eso nunca va a suceder,
porque no solamente creo en un dios llamado Atón,
también creo en la idea de un Dios Único para el mundo
que inspire justicia entre los hombres, tanto en lo material
como en lo espiritual. Para que el hombre deje de ser un
niño, que comparta sus cosas y también su felicidad con
el que no la tiene.
Tenemos que aprender de un gobierno que nos enseñe
con espiritualidad y corazón inteligente, a madurar y a
crecer para poder compartir.

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No pude convencer a los sacerdotes de Amón, de que
mi Dios quiere que se valore más lo espiritual que el oro,
sin alimentar ambiciones y vanidades. Me trataron de
idiota. Y mi propio hijo fue el que más me destrató y me
llamó “General de los retardados”…

–¡Cuánto sufriste querido Jay! Nunca más te llamaré
“Divino Padre”.

–No, querida Tefnu, eso nunca me molestó, era
necesario tomar un título para que mi hijo pudiera sentirse
bien con su origen. Pero ese muchacho estaba muy
confundido y lleno de resentimiento hacia mí. Un día
proclamó que yo no era más “Divino” y los sacerdotes no
sabían qué hacer con ese dogma. ¡Qué contradicción! El
dios Amón eligió a un descendiente de las tribus de Ab
Ra Am para que sea el hijo de Dios. Y fue necesario su
sacrificio para que Egipto no tenga más plagas y no haya
más sufrimientos en el mundo…

Lo más triste es que lo endiosaron por alejarse de mi
camino. No sólo se negaba a alcanzarme el bastón, lo
arrancó de mi mano y trató de hacer más difícil mi
caminar…

Tefnu quedó en silencio. No quiso opinar sobre un
hijo que no salió de su vientre. Pero en un momento
reaccionó, tratando de sacar a Jay del pozo.

–Él ya murió, deja que esté en paz. Ya salió del mundo
de los vivos.

–No sé si estará en paz caminando con su alma en el
submundo y dejando su cuerpo en mi tumba. Estoy seguro
de que al principio estará incómodo, pero con el tiempo
se acostumbrará y hasta será feliz en la eternidad. Creo
que en la muerte hay más Luz y la verdad está más

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presente. Verá cuánto era mi amor por él y las injusticias
que cometió contra mí y se arrepentirá.

Los ojos de Jay se humedecieron marcando más aún
la angustia que cargaban sus palabras. Después de las
funerarias de Tutankamón, había quedado muy
sensibilizado y cada situación, por más pequeña que
fuera, podía provocarle angustia, ira o agresividad. Pero
todos los que estaban a su alrededor aceptaban sus
palabras hirientes sin protestar. Era amado y todos
comprendían que estaba pasando por un momento muy
difícil.

Tefnu insistió en sacarlo de ese tema.
–Por favor, amado Jay, deja de hablar de Tutankamón.
Siempre te angustias, tienes otros hijos. ¿Por qué no hablas
de ellos o preguntas por ellos? Cada vez te alejas más de
todos, nuestra familia quedó invadida por la tristeza sin
que exista un motivo verdadero. ¡Por favor! Toma
conciencia de esta realidad y no destruyas a los que más
te aman.
Jay quedó pensativo, en silencio… De pronto se irritó
y protestó contra Tefnu
–¡Déjame! ¡Basta! Tú no conoces bien todo lo que está
pasando.
–Sí –replicó Tefnu. Lo sé. Los dioses de Amón
bendicen a los que te odian y ellos serán los victoriosos.
Tu hijo era uno y Horemheb es otro.
–¡Mira qué bendición! Dónde quedó mi hijo…Y
Horemheb estoy seguro que nunca derramó cerveza en
su tierra, por lo tanto quedará estéril y poco a poco se
transformará en un desierto.
Tefnu afirmaba con la cabeza dándole la razón.

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–A tu hijo le diste tu tumba y a Horemheb, Atón le
dará un lugar en el Kab (Lago de Natrón) para que sus
huesos descansen.

–Lo tendrá merecido –sonrió Jay. Que el natrón
purifique sus sentimientos de odio y maldad.

Por la mañana Jay recibió un grupo del Saneth-Drín.
Seis ancianos y una mujer que vestía una túnica de
sacerdotisa de Atón, Meshu Maat. Una verdadera
revolucionaria, muy famosa en las Casas de Vida, donde
se ayudaba a la gente y se enseñaba tanto a compartir
como a educar los hijos para una sociedad más espiritual
y más justa. Según las enseñanzas de Jay, se debía formar
a la gente para que no sigan ciegamente una creencia,
para que conozcan sus principios y los practiquen con
amor y con fe.

La sacerdotisa Meshu Maat era jueza. Jay mantuvo con
ella y con su esposo Gueber, una profunda amistad y gran
cariño. Él era un alto funcionario muy luchador, un
hombre joven pero con grandes dificultades para caminar
por un problema en las caderas.

Meshu Maat, la líder del grupo, se dirigió a Jay.
–Divino Padre, Hermano de mi alma, corazón de
nuestra revolución, hace unos días me nombraste con el
título de Suma Sacerdotisa. No era necesario, con el título
o sin él, yo soy la misma. Lo que más me preocupa es
nuestra marcha, si es que perdemos nuestra estabilidad,
no desearía vivir en otra sociedad. Sería la primera en
tomar el veneno de la cobra Naja Haya (la cobra en
reposo del desierto). Porque si es que en esta vida vamos
a vivir una derrota, ya nunca existirá una victoria para

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nosotros. Y como usted lo ha dicho, tendríamos que
esperar muchos miles de años para que el hombre madure
y haya otra revolución.

Jay afirmaba con la cabeza como aceptando las
palabras de Meshu Maat.

–Vengo a plantear el mismo tema que varias veces
hemos tratado. Los templos de Amón y su líder,
Horemheb, nos están presionando para que sean
devueltas las tierras que fueron quitadas de forma
arbitraria. Ya que todas las tierras pertenecen al Faraón,
él puede dar el derecho a quien estime conveniente. Creo
que en todos los tiempos se tomaron medidas cuando las
tierras no eran bien explotadas. Pero esta vez se nos acusa
de haber abusado de un derecho, en especial con los que
se habían enriquecido con la cebada y otras cosechas,
ignorando las contribuciones al gobierno faraónico. Y no
es justo, como usted nos enseñaba, que un solo hombre
tenga el derecho o el poder de decidir “Tú serás rico, tú
serás pobre. Tú tendrás muchas tierras y tú ninguna”. No
puede ser, Divino Padre, que hoy con nuestras ideas,
aceptemos esos juicios dados por Tutankamón y hasta
por Amenofis III y sus antecesores. Ahora que existe un
Saneth-Drín, un Concejo maravilloso para resolver
situaciones, venimos a usted para que imponga su
autoridad. Los partidarios de Amón, aunque tienen
representantes en el Concejo, igual no aceptan lo que ellos
deciden. Únicamente están de acuerdo con este señor
Horemheb, que nunca está conforme con ninguna
decisión que se tome. Yo pienso que el único que lo puede
enfrentar sería usted, Divino Padre.

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Jay permaneció en silencio y la preocupación se
traslucía en su rostro. Meshu Maat seguía explicando

–Según Tebas, se dio derecho de explotar las tierras a
holgazanes que apenas las trabajan, solamente porque
gritan que son de Atón y se reúnen en Casas de Vida.
También nos acusan de que actualmente existen más
necesidades en el pueblo, más gente descontenta y que
ninguna persona que tenga alguna riqueza se siente
segura en nuestro país. Muchos egipcios se fueron para
países vecinos llevando sus riquezas y sus haciendas. Nos
acusan de no saber gobernar y de ayudar, dando tierras,
a gente que hasta había perdido una mano por robar.

–Muchas situaciones fueron errores y los reconozco –
interrumpió Jay. Nosotros hicimos una revolución y no
estábamos preparados para ella. Nuestras mentes estaban
lejos y también nuestros corazones. Hicimos mucha obra
con gente que no merecía ser ayudada, gente que
escapaba del trabajo y de cualquier responsabilidad. Que
no supieron aprovechar esa oportunidad que la
revolución les ofrecía. Me enteré de muchos casos en los
que, las herramientas que les dábamos para trabajar, las
cambiaban por cerveza. No puede ser que miremos
solamente al que produce y se enriquece, para poder
sacarle más y más contribuciones, sin ver lo que nosotros
estamos haciendo. Mucha gente está cómoda sin trabajar,
solamente envidiando al que se hace rico con su esfuerzo.
Hace muy poco que tomé el timón de esta barca, pero ya
era tarde, estábamos sumidos en un caos de ambiciones
de poder, viviendo el fracaso de no haber sabido manejar
esta revolución. Eso nos llevó a esta crisis que vivimos.
No hay shekes, no hay dinero para solventar nuestro país,

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nuestro ejército, nuestros embajadores, estamos con las
arcas vacías. Si bien se luchó por justicia para el pueblo
egipcio, se sacó mucho a los que producían,
desmotivándolos de continuar con su trabajo. Y todo eso
para ayudar a los que nunca habían hecho nada y
siguieron sin hacer nada, disfrutando y tomando cerveza.

–Es verdad Divino Padre –asintió Meshu Maat, es
verdad. No estábamos preparados para esta revolución.
Fuimos considerados con los necesitados sin averiguar
por qué estaban en esa situación. Tendríamos que haber
estudiado cada familia primero y saber luego cómo
ayudar. No solamente repartir riquezas por impulsos
sentimentales, dando privilegios a los que eran atonianos.
También fuimos injustos, creamos otra gran injusticia
dentro del pueblo. Unos nos odian por lo que les quitamos
y otros no nos quieren porque no seguimos dándoles más
y más. Querían ser ricos aún sin trabajar, sin sacrificarse.
Querían tener casas más grandes y mejores túnicas,
mejores sandalias y algunos hasta querían sirvientes…
Mire, Divino Padre, el hombre es difícil de arreglar. No sé
cuántas revoluciones necesitaríamos para mejorar nuestra
forma de pensar y de sentir.

–Bueno, ¿cuál es la situación que tenemos que tratar
ahora? –puntualizó Jay.

–Es sobre las tierras de Keneth. Posiblemente fueron
demasiado divididas y no son aprovechables, pero de
cualquier forma los antiguos poseedores las reclaman,
alegando que falta un buen proyecto de trabajo. En parte
les doy la razón. Pero si devolvemos esto, tendremos que
seguir devolviendo y seguir fracasando en nuestro sueño
de un Egipto grande y justo.

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–Déjenme todos esos dibujos con las medidas de las
tierras. Yo los voy a estudiar y dentro de unos días les
daré mi respuesta.

El grupo queda satisfecho con la reunión. Meshu Maat
pide un momento para conversar a solas con Jay y luego
de que él acepta con un ademán, el resto del grupo saluda
y se retira.

–Divino Padre, quisiera pedirle un consejo sobre un
problema que estoy viviendo. Mi ánimo está muy mal y
vivo con tristeza. Tengo dos hijos, uno está en nuestras
filas como un gran líder revolucionario y el otro, tal vez
por celos o por la rivalidad con su hermano, hace todo lo
contrario. No lucha por lo nuestro, no visita ninguna Casa
de Vida y tampoco hace nada de su vida. Pero mi mayor
problema lo estoy viviendo con mi esposo. Ya hace más
de un año, desde que visitó al sacerdote Pephi, quien le
dijo que tenía cuatro destinos de esposas, no ha parado
de hablarme sobre ese tema. Quiere que haya una
segunda esposa y alega que esto va a mejorar nuestra
relación de pareja que está bastante deteriorada. Yo le
contesté que lo primero que tenemos que hacer es mejorar
nuestra pareja, antes de crear otra. Pero él no lo entiende
y no quiere entenderlo. Después de la ley que sacamos
de que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre
de aceptar o no, otra esposa… Usted sabe que para tomar
otra esposa el hombre tiene que ser mayor de treinta y
tres soles y la mujer mayor de veintinueve. Los dos ya
pasamos hace mucho esa edad y él insiste
constantemente con tener otra esposa. Créame, Divino
Padre, que ya estoy dispuesta a abandonarlo y encerrarme
en los templos y servir solamente a Dios.

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–Pero haciendo eso lo destruye por completo a su
esposo. Al ser abandonado por su esposa, un hombre
queda observado por los sacerdotes y condenado a no
tener otra. Únicamente que exista un alegato, justificando
que ella lo abandonó por estados enfermizos del alma.
Sólo así podría volver a casarse.

–Divino Padre, yo conozco nuestras leyes, pero estoy
muy perdida, sin saber qué camino tomar. Las leyes no
me sirven, necesito su sabiduría para resolver mi vida.

–Apreciada Meshu Maat, dé una oportunidad a su
pareja. Tome una segunda esposa.

–También en eso hay un problema. La mujer que él
quiere y que según el sacerdote Pephi es parte de su
Destino, es una gansa, con su cuello muy estirado y lleno
de adornos, igual que su madre. Tiene otras costumbres,
es una mujer rica que nunca se sentó en un banco duro,
nunca se lavó en un balde y usa perfumes de Arab. Para
mí sería un verdadero sacrificio.

–Bueno, a veces el amor crea esas pruebas y son
necesarias para afirmarlo.

A Meshu Maat, que tenía un espíritu muy rebelde y
era bastante caprichosa, le gustaron muy poco las palabras
de Jay y su consejo.

–Qué lástima, Divino Padre, que usted no haya sido
mujer en ninguna vida.

–Aunque hubiera sido mujer…Un juicio debe ser
imparcial.

–Yo le pregunto, Divino Padre, si se puede ser
imparcial frente a esta situación, cuando usted tiene tantas
esposas.

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–Ser totalmente imparcial es muy difícil, casi imposible.
Nuestra identidad está formada por recuerdos y tenemos
recuerdos de un lado del río y también del otro lado.
Ambos influyen en nuestra alma. Cuando pensamos en
este lado del río, a la vez escuchamos voces, a veces gritos,
que vienen del otro lado.

Meshu Maat sonrió
–Su forma de hablar siempre nos enseña, Divino
Padre.
–Cada uno que habla en este mundo, contribuye con
un granito de arena para que el hombre pueda crecer.
–Y algún día seremos desierto.
Jay asintió con un movimiento de cabeza.
–Sí, es verdad. De tanto hablar y comunicarse estallará
como un volcán y los granitos de arena se transformarán
en un desierto, todo sin vida.
–¿Cuánto falta para eso Divino Padre?
–Eso depende de Dios y de su paciencia. Con mi
Maestro Amot Ra yo aprendí mucho de las estrellas y
también que existen más tierras desconocidas, pero sus
culturas son muy primitivas, parecidas a las que
encontramos después de la quinta catarata. Seguramente
algún día querrán aprender de nosotros, de nuestro arte,
de nuestra sabiduría y hasta de nuestra revolución. Todo
puede influir en ellos, pero falta mucho tiempo, aunque
nuestros cuerpos sean momificados, quién sabe si podrán
ser testigos. Querida Meshu Maat, siempre hemos luchado
contra el tiempo, lo hemos aplazado pero nunca lo
vencimos y él nos vencerá y vencerá al hombre. Tratarán
de olvidarnos pero eso sí va a ser imposible. Siempre
estaremos de este lado del río y lo sentiremos y lo

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escucharemos. Puede ser que el cocodrilo abandone al
río y el hipopótamo también. Puede ser que el río se
transforme en un mar. Todo podrá cambiar…Eso me
enseñó Amot Ra. ¡Qué gran Maestro! No sabía nada de
guerras ni de batallas. Pero me decía: “Llegará un día en
que el hombre madure, deje de ser niño y aprenda a
compartir sus cosas, sus caballos, sus tierras y hasta sus
riquezas.”

–Llegará ese día –dijo sonriendo Meshu Maat. Pero
faltan muchas más revoluciones…

–No, apreciada Meshu Maat, no serán necesarias. El
hombre hará su propia revolución, dentro de él mismo y
esa es la más importante. Si todos lo queremos, con la
ayuda de Dios, a través de la oración y de la meditación,
será una gran realidad.

–Todo el mundo tendría que tomar el elixir del árbol
Aruj y así pensaríamos todos igual.

–No, no. Replicó Jay. No es suficiente solamente
pensar, habrá que sentirlo.

–Seguiremos soñando.
–No, nosotros no tenemos que soñar. Nosotros
tenemos la misión de formar soñadores, crearlos dentro
de nuestra Iniciación de Neket Atón. Que ellos sean los
nuevos soñadores y que construyan una nueva sociedad.
Que nuestro mundo mire las pirámides como símbolo de
un gran poder para la eternidad. Que los ojos del mundo
se vuelquen hacia ellas porque solamente con mirarlas y
sentirlas, se puede madurar.
–¿Por qué no les habla a todos de esta manera? Sus
palabras pueden influir para que haya más madurez y se
alcance una mayor hermandad. Así como me está

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hablando a mí, el mundo tendría que escucharlo. A mí,
como mujer me llega a lo más profundo y mi alma es la
que escucha. Usted Padre Divino, que está rodeado de
esposas, sabe, que las mujeres somos más sensibles.

–Creo que estoy rodeado de piedras preciosas, brillan
como estrellas y son muy sensibles. Cada una es una flor
de piedra. Ellas aprendieron y sintieron la revolución tanto
o más que otros y han luchado al lado mío como zulúes,
dando su vida con todo su amor por nuestras ideas, por
nuestro Dios, por nuestro sentir. Escúcheme algo que
quiero contarle. Fue en plena batalla cuando una esposa
se me acercó y me dijo: “¡Soy tan feliz! No se imagina lo
feliz que soy de luchar a su lado”. Y no eran sólo palabras,
lo vi en su rostro.

Meshu Maat, después de escuchar atentamente a Jay,
queda en silencio por un momento. Luego se despide
con el saludo atoniano: “Que haya paz y éxito en la
revolución” y se retira.

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El sacerdote Hinum

Jay estaba en su cuarto de meditaciones cuando llegó
su esposa Mir Ameth, muy elegante, con su peluca muy
arreglada y su vestido brillante al igual que sus sandalias.
Era arquitecta y también sacerdotisa, formada en los
templos de Maru Atón, en Neket Atón. Era oriunda de
Mitanni y Jay la admiraba mucho por sus obras.

–¿Cómo está mi amado esposo? ¿Descansaste en la
noche?

–Bien, bien. Me siento mejor. Estoy llevando sobre
mis espaldas noventa años de vida, pero con hermosos
recuerdos.

–Eso es lo importante, que te sientas bien. Yo hoy estoy
muy dolorida, no hay una parte de mis miembros que no
tenga dolor. Tal vez los problemas que guarda mi cabeza
están afectando mi cuerpo. Será que no tenemos shekes
para pagar a los albañiles, pero el dios Atón proveerá. Y
tampoco me gusta tratar con hombres y estar siempre
protestando que la pared no está derecha o a la columna
le falta consistencia.

–Ya sé que no te gusta tratar con hombres pero no te
preocupes porque todos saben que eres una mujer casada
y te respetan.

–Sí. Eso nunca ha sido un problema, pero el lenguaje y
sus costumbres no me agradan, a veces me hacen sentir mal.

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–Amada Mir Ameth, ¿qué noticias tienes para mí?
–Pocas amado. A veces pienso por qué mi hermana
no habrá sido varón, así mi padre habría aceptado que
yo fuera niña. Sin querer me daba todo de varón, me
enseñaba todo de las construcciones. Soy la única
arquitecta mujer en los Dos Países. Cuando veo las niñas
que me admiran y me dicen que van a ser arquitectas
como yo, les digo que nunca hagan esa locura. No saben
lo que les espera en esta profesión. Me hubiera gustado
estar en Maru Atón, solamente sirviendo allí… Pero sé
que tú necesitas alguien de confianza para que dirija las
obras. Tantas veces pienso por qué no habrá una pequeña
guerra, alguna batalla, algo que justifique que deje las
construcciones y tome mi arco, mis flechas y mi lanza para
luchar a tu espalda. Estaría a tu lado y podría ofrecerte
algo más importante y no traerte problemas de cómo
conseguir dinero para las construcciones.
–¡Ay, qué locura! Desear que haya guerra para poder
estar juntos…Eso no es justo.
–¿Y te parece justo que mi vida sea estar siempre
respirando el polvo de las piedras y lejos de ti? Además,
después de la muerte de tu hijo te has puesto tan apático.
Tu rostro cambió y ya no sonríes, siempre estás triste y
quejoso. ¡Vamos, amado Jay! Tienes que entrar en
razones. Si tú hubieras muerto, él no estaría ni un día triste.
Pero tampoco creo que estuviera muy feliz porque su
conciencia lo mortificaría.
Jay escuchaba y no respondía.
–Tutankamón no fue un hijo, fue un rival. Te envidiaba
todo, en especial estar rodeado de tanto amor y lealtad.
Tantos soldados que dan la vida por ti. Él nunca lo tuvo,

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lo único que tenía eran los sacerdotes de Tebas que lo
elogiaban y alimentaban su vanidad y su egoísmo. Él quiso
superarte pero no pudo. ¡Cómo iba a poder! Ese
muchacho que se creía perfecto porque los sacerdotes lo
endiosaron y él se lo creyó. ¡Por favor, Jay!, cambia tu
rostro, cambia tu ánimo. Por favor…

–Sí, amada Mir Ameth, trataré. Tengo muchas
responsabilidades y necesito volver a ser el mismo de ayer.

–¿Quieres desahogarte y hablar de tus penas? Tal vez
eso te pueda ayudar ¿No quieres que llame a la sacerdotisa
Nefer Ru para que escuche tu corazón?

–Llámala, necesito hablar con ella sobre otras
situaciones que son más importantes que desahogarme.

–Bueno, iré en su busca, su Casa de Vida no está muy
lejos de aquí.

Al poco tiempo, Mir Ameth se encuentra con la suma
sacerdotisa Nefer Ru, en la Casa de Vida que llevaba su
nombre en honor a la misión que allí cumplía.

–Paz y éxito en nuestra revolución –fue el saludo de
Mir Ameth

–¿A qué se debe tan distinguida visita? –preguntó Nefer
Ru, luego de responder el saludo.

–No vengo por mí, vengo por mi amado esposo. Lo
encuentro muy deprimido, su viaje a Mitanni le ayudó
poco. Sus ojos brillan demasiado, seguramente por la
angustia de no poder superar la muerte de Tutankamón.

–Me han contado que el Padre Divino Jay estaba muy
bien y que caminaba con fuerza, casi sin apoyarse en su
bastón.

–Puede ser, amada Nefer Ru, pero en el bastón no
puede demostrar su tristeza.

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–Sí, es verdad, alguien puede estar físicamente bien
pero con su alma destrozada y es ella la que necesitaría
un bastón.

–Eso es lo que quisiera, un bastón para su alma y usted
en eso lo puede ayudar.

–Puede ser, pero no es fácil llegar al alma del Padre
Divino y darle un bastón. No sé si yo soy la indicada. Soy
muy joven para ser un bastón para él.

El sacerdote de Hinum, el que predecía el crecimiento
del río, es un anciano muy sabio y él podría ayudarlo.
Creo que es mayor que el Padre Divino Jay y sabemos
que él lo respeta mucho.

–Habría que buscar un motivo para que lo visite y el
Padre Divino no debe enterarse de nuestra estrategia.

–Déjemelo a mí –dijo Nefer Ru. Yo me encargaré de
arreglar ese encuentro.

Y así fue. Al poco tiempo el sacerdote de Hinum visitó
a Jay.

–Mucha paz para nuestros países –saludó el sacerdote.
–También tú la veas y la disfrutes –respondió Jay.
Cuando Jay le preguntó sobre el motivo que lo traía,
Hinum respondió
–Tengo una gran preocupación por la crecida del río.
Tuve un sueño de que el río no crecía y había hambre en
nuestros países. Los niños lloraban porque no tenían
comida.
–Apreciado sacerdote Hinum, siempre respeté tus
sueños y cuando son proféticos mucho más todavía ya
que siempre han estado cerca de la verdad. Pero tenemos
muchos silos llenos de granos y podemos soportar varios

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años de cosechas malas, aunque no deja de preocuparme
esta noticia.

–No quisiera haberle traído otra preocupación,
principalmente porque sé que está viviendo un tiempo
muy difícil después de la muerte de su hijo. Y ya que estoy
aquí, me gustaría ver sus pulsos y saber cómo está su
corazón.

–Mis pulsos están bien y mi corazón camina con fuerza
como tambor de caballería.

–¿Y su alma cómo está después de esa gran pérdida?
–Eso sí que no lo sé. Nadie puede ser profeta en su
propia tierra.
–Yo lo soy –dijo rápidamente el sacerdote.
–Bueno, es una excepción. Son pocos los que reciben
los mensajes como usted.
–Quisiera poder ayudarlo a levantar su ánimo, nuestros
Dos Países lo necesitan.
–¿Cómo podría ayudarme?
–Con meditaciones y con que usted pueda
desahogarse de ese gran dolor que lleva su alma.
–Con meditaciones no lo pude resolver. Yo medité
mucho y conseguí muy poco sobre mi estado de ánimo.
–Pero si lo hacemos entre los dos. Usted sabe, Padre
Divino, cuánto yo lo aprecio y si unimos ese sentimiento
al suyo, podemos avanzar y hasta llegar al éxito.
–¿Usted cree, sacerdote Hinum, que lo podamos
lograr?
–Meditando, conversando y con un preparado con la
base de Almendora y alguna otra hierba, estoy seguro
que podemos llegar a lo que fue antes de visitar el “palacio
dorado para la eternidad” de su hijo.

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–Siento que usted no vino solamente por la crecida
del río. Que alguna paloma influyó en usted para que
venga a ayudarme.

–Usted sabe que recibo mensajes, también los pájaros
y las palomas, si los observamos nos dan mensajes. Mirar
al cielo siempre es bueno.

–No lo dudo. Si la gente mirase más al cielo y menos a
la tierra, serían más espirituales y podrían sentir más al
Gran Dios.

–Sus palabras siempre son sabias.
–Siento que su intención es buena, así que no importa
qué paloma o que pájaro lo trajo hasta aquí. ¿Cómo quiere
empezar?
–Mire, Divino Padre, mi intención siempre es ayudar.
Cuando me puse esta vestimenta e hice un juramento,
sabía porqué lo hacía. Para mí el campesino es igual al
alto funcionario. Doy la misma atención, no hago
diferencias. Bueno, antes de empezar con las
meditaciones, me gustaría que usted me hablara de las
funerarias de su hijo. Eso es muy necesario, más hable de
su dolor, más lo aliviará. Tiene que escucharlo hasta que
a usted mismo lo canse. Ahí estará vacío del dolor que
afecta su alma. No me importa cuántas veces usted me
repita la situación por la que está sufriendo. Yo lo
escucharé con sentimiento de afecto y de protección y
usted sentirá que ya no está solo para cargar con todo el
peso, que tiene ayuda para llevarlo.
–¡Qué bueno! No conocía este sistema de curar, creo
que dará resultado. Tengo mucha fe en usted.
–Gracias por su fe. Eso nos va a ayudar mucho a los
dos.

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–No sé por dónde empezar.
–Comience por el principio de las funerarias.
–No me acuerdo cómo empezaron. Muchas cosas se
borraron de mi mente.
–Puede ser que se hayan borrado de la mente, pero
nunca de su alma. Trate de que su alma hable. Ella sí
recuerda cada detalle, no importa el orden en que me
cuente lo que pasó. Hable como vaya saliendo de su alma.
Las cosas que más pesan saldrán primero.

Jay quedó en silencio por unos momentos y luego
empezó diciendo

–Cuando entré en el Palacio dorado para la
eternidad, me encontré con mucha gente que sentí que
acompañaba mi dolor. Algunos estaban confusos
porque sabían que mi hijo estaba muy lejos de mí y
hablaba mal, decía que yo era un asesino, que no era
verdad que el pueblo me quería. Según él yo no tenía
ni una virtud siquiera y no hacía nada bien… Yo sentía
en las miradas de la gente, hasta lo que pensaban.
Algunos me decían “Acompañamos su dolor, Padre
Divino” Otros “Un momento muy difícil pero usted lo
va a superar”. “El muchacho murió muy joven y era
muy joven para enfrentar al Gran Dios”. “No sufra
Padre Divino. La balanza de Ozar (Osiris) siempre será
justa”. También se me acercaban sacerdotes de Amón
para decirme que debía controlar mis impulsos y yo
pensaba “¿de qué impulsos me hablan?, si apenas
pude llegar hasta aquí”. Se me acercó un sacerdote que
no recuerdo su nombre y me dijo algo que me gustó:
“El camino es largo y eso es necesario. En ese camino

139

su hijo lo va a esperar para caminar juntos. Tendrán un
gran encuentro y él aprenderá a ver la verdad que no
pudo apreciar por ser demasiado joven”. Cuánto
quisiera recordar el nombre de ese sacerdote que me
hizo tanto bien con sus palabras. Cuando entré en la
cámara estaba llena de artistas y artesanos, los más
importantes del mundo creo. No pude entender cómo
llegaron tan pronto. Se comprende que a mí me
correspondía la ceremonia de abrir la boca del difunto
para que pudiera salir su alma. Se lo aseguro Hinum,
¡vi su alma saliendo! Apenas me pude mantener en pie,
mis piernas temblaban. Los sacerdotes me ayudaban a
abrir su boca y en ese momento me acordé cuando era
recién nacido y lo puse en el pecho de la madre y lo
ayudaba para que sacara su leche. También cuando
tenía tres años y se lastimó la boca por una caída, yo le
ponía un pedazo de carne cruda sobre la herida para
curarlo. Siendo niño a veces tartamudeaba al hablar y
siempre le miraba la boca, cómo movía los labios.

Una vez se atragantó con un pedazo de carne y se
estaba asfixiando y lo tomé de los pies y lo puse con la
cabeza hacia abajo hasta que logré que ese trozo de carne
saliera. ¡Cuántos recuerdos en ese momento! Pensar que
siempre creí que él tendría que hacer ese ritual conmigo
y podría conocer mi alma cuando saliera de mi boca y así
se daría cuenta de que estaba equivocado. Era una
esperanza que tenía guardada en mi corazón. Pero no,
me tocó estar ahí y ver su alma… ¡Qué desgracia la mía!

Jay quedó mudo, ahogado por sus recuerdos, pero
Hinum insistió para que continuara.

–Adelante, Padre Divino. Siga hablándome.

140

–Ahí estaba Ankenesamón, la joven viuda, mi nuera.
No se acercó a mí y dio vuelta su rostro para no mirarme.
Pensar que yo estuve en el momento en que se recibió el
mensaje de que ella era su Destino y lo apoyé, porque
sin mi apoyo no hubiera sido mi nuera. Pero tuve que
soportar su indiferencia. Ella estaba siempre al lado de
Horemheb y cuando él quiso también ayudar con el “abre
boca” yo le dije “Tú no tienes ningún derecho a este ritual”
y él bajó la cabeza y se retiró.

–Qué mal momento para usted, Padre Divino.
–Sí, muy difícil, con mi nuera y con Horemheb tan
cerca de mí. Yo entré con un ánfora de agua fresca para
que él nunca tenga sed y a la vez sirva para que pueda
resucitar y volver a la vida. Creo que fueron más mis
lágrimas que el agua que había en el ánfora. Me tocó estar
en la momificación y apoyar mi dedo meñique en la nuca
para transmitirle mi Shu, para que pueda tener fuerza de
transitar por el camino tan difícil de la eternidad. Cada
integrante de mi familia que estaba tras de mí en ese
momento, llevaba un amuleto distinto para que le sirviera
en las distintas ocasiones de ese tránsito. Habían más de
cien amuletos y papiros con frases de los rollos de papiro
de los Muertos. Los amuletos fueron puestos en el
sarcófago de oro y los papiros a los pies. Todo mi oro se
lo di a los artesanos para que fuera completamente en
oro como los sacerdotes de Amón Ra querían para su
niño Dios. Y yo para mi hijo, hubiera querido dar mi alma.
–Vuelva a contarme qué sintió cuando vio el alma de
su hijo.
–Sí, la vi salir cuando abrí la boca. Su cuerpo estaba
puesto en posición hacia el occidente y ahí estaban las

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dos estatuas que lo representaban. En una entró el alma,
su Ba y en la otra su Ka, lo vi con mis propios ojos.
Después, cuando miré a una de esas figuras, sentí que
sus ojos tenían vida y me transmitían un sentimiento:
“Perdóname, padre. Perdóname, por favor”… Será que
uno ve lo que quiere ver... Durante los cuarenta días de
preparaciones no falté un momento, solamente cuando
cerraban las cámaras y me iba. Aunque Horemheb estaba
al frente de las funerarias, los sacerdotes sabían quién tenía
de verdad el derecho. Yo hace muchos años abandoné
las religiones y los templos a tantos dioses, ya que me
encontré con el Único y Gran Dios Atón. No creo ni acepto
que me hablen de esos cientos de dioses que existen en
Egipto. Pero ahí, en el Palacio Dorado a la Eternidad, de
mi hijo, respeté su religión. Aunque era un muchacho que
quiso creer en todo lo que su padre no creía y querer
todo lo que su padre rechazaba, por su rebeldía ignorante
de nada más ir en contra, ya que no sabía lo que quería,
pero sabía lo que no debía querer. Cada tablilla que me
traían con mensajes de distintos dioses, yo las aceptaba,
pensando que si así fue en la vida y así también debería
aceptarlo en la muerte. Las tablillas decían “La diosa Nut
dijo: Adivino tu belleza oh Osiris Rey Neb Keperu Re.Tu
alma vive en otros palacios…los cuatro hijos de Horus
rinden honores a Tutankamón… Hasta una decía Seht el
dios de las tormentas te recibe como hijo suyo. Este último
fue el mensaje que más me afectó en ese momento, fue el
más verdadero porque sentí muchas tormentas en ese
lugar. Nunca me imaginé que en esa tumba que había
hecho para mí pondría a un hijo mío, con todos los
mensajes de dioses que rechacé y con rituales que nunca

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pensé seguir. Pero siempre en todo lo que está mal,
encontramos algo bueno, porque así podré cumplir mi
deseo de ser sepultado en un pedacito de arena del
desierto y que las tibias arenas mantengan mi cuerpo con
la ternura de esa gran madre naturaleza que tanto amo.

A Jay le caían lágrimas y el sacerdote lo abrazó y le
dio una meditación de Atón, Ashem Izbor, palabras que
Jay había aprendido con su padre abrahamita Yuya.

–Estoy llegando a mis noventa años con la gran angustia
de haber perdido este hijo. Lo que más siento es que
siempre quise transmitirle mi felicidad de haber encontrado
el Destino de mi vida y el camino hacia mi fe…

También quiero hablarle, sacerdote Hinum, del
momento en que me preguntó el sacerdote si quiero
intervenir con algunos shauabti (ushabti) que aseguren
al difunto con mis deseos de que quien profane la tumba,
muera. Se acercó en ese instante el General Min Nekht al
que quiero mucho, es mi yerno y siempre me ha sido muy
leal. Sosteniendo la estatuilla del ushabti me dijo: “Amado
General Jay, su tumba no puede y no debe ser profanada
y el que lo haga, merece la muerte”. Mientras él apretaba
la estatuilla en mis manos, yo consentí con mi cabeza y
mis labios repetían también un deseo de muerte para los
ladrones y profanadores de lo sagrado. El sacerdote
también me agradeció por el shauabti. Nadie puede entrar
y profanar, quitando la paz del alma que transita.

Al salir, el General Min Nekht me ayudó y como se
dio cuenta de mi estado, se ofreció para acompañarme.
“No, querido yerno, afuera está mi familia esperándome”
Respondió a mi negativa con una sonrisa irónica
preguntándome: “¿Y yo soy no parte de ella? ¿Cuántos

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nietos le di para agrandar la familia? Fíjese que hice una
gran contribución”. Los dos reímos, me causó gracia su
forma de hablar. Después de aquella risa no me acuerdo
que haya tenido otra.

–Ya las tendrá, Padre Divino, ya volverá a sonreír. La
vida es una sucesión de momentos, algunos felices y otros
que no lo son. Eso es la vida… Momentos…

Jay asintió con su cabeza. Ya mostraba signos de
cansancio y el sacerdote decidió retirarse.

Al día siguiente regresó temprano en la tarde.
–¿Cómo se encuentra hoy el Padre Divino? –preguntó.
¿Con más paz y más ánimo?
–Creo que sí. Hoy me levanté con ideas de hacer cosas.
Me gustó su forma de atenderme. Lo más importante fue
que sentí su afecto . ¿Usted no sigue la Escuela de Ptah
Otep?
–Sí, la sigo, es la escuela más completa. Pero también
sigo la escuela de medicina de Selschmet, que cura a base
de minerales, hierbas y órganos de animales. Los
sacerdotes médicos que seguimos ese camino, hemos
tenido grandes éxitos. Le hago un ejemplo Padre Divino:
con la vulva de una perra joven conseguí fertilidad en
una mujer del quinto ciclo, con ojos de buitre conseguimos
grandes mejorías en ciertos tipos de ceguera. Y así, en
muchas cosas que son difíciles logramos muy buenos
resultados.
–¡Qué interesante! ¿Usted pertenece a los templos de
Maru, donde hacen también medicina para animales?
–Pertenecí. Ahora hace un tiempo que me retiré.
Los médicos jóvenes quieren mandar más que los viejos
y lo peor es que dicen saber más que nosotros, eso ya

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es doloroso… Nuestra revolución tiene muchos vacíos,
está muy mal organizada por eso vemos constantes
fracasos.

Jay escuchaba y hacía gestos de que comprendía a
Hinum, pero no hablaba.

–Una revolución no se hace sólo con ideas –continuó
Hinum. Se necesita una proyección y una buena jefatura
que dirija sin ambiciones personales. Estoy seguro de que
estamos frente a frente con nuestro fracaso. Nuestra
economía no existe. Los grupos de jóvenes revolucionarios
saben solamente gritar y protestar, pero no saben adónde
van y no tienen la menor idea de qué es lo que quieren
de verdad. Sólo buscan destruir el sistema de Tebas, sus
riquezas y sus poderes. Es triste ver jóvenes que no
conocen la importancia de los jeroglíficos y menos su
valor, gritando contra escribas cultos, con palabras
obscenas e insultos. La mayoría de los revolucionarios
ignora cuáles son los fines de nuestra revolución, lo único
que saben es atacar con violencia los templos y han
llegado a hacer secuestros para ganar dineros para la
revolución.

Ayer usted mencionó a su yerno el General Min Nekht,
que tuvo un enfrentamiento con el General Horemheb.
¡Cuántos murieron! Cuántos heridos que yo atendí en mi
Casa de Vida. ¿Y todo para qué? ¿Qué se ganó? Egipto
se está desintegrando, se matan entre hermanos. En cada
familia existen dos posiciones diferentes en la forma de
pensar, de creer y las familias se destruyen. Los padres
por un lado y los hijos por otro. Y yo pregunto ¿de qué
lado está Dios?

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Al fin Jay pronunció alguna palabra.
–Nosotros tenemos que estar donde Él está y no
esperar que Dios venga a nosotros.
Hinum permaneció un momento en silencio y luego
dijo
–¿Qué le parece, Padre Divino, si cambiamos de tema?
Quisiera que me siga hablando de las funerarias.
–Bueno, usted es mi médico, usted manda. Yo estuve
los cuarenta días como le dije ayer y también llevé un
duelo con ceniza sobre mi cabeza de setenta y dos días,
hasta el sellado de la tumba. Cada día era tan doloroso
que parecía una eternidad. Además, dentro de la tumba
faltaba el aire, había demasiada gente. Nadie esperaba
la muerte de un Faraón tan joven y no había ninguna
preparación para su tumba. Trajeron los carros de guerra
que fueron míos y yo por mi edad ya no los usaba y se
los había regalado a mi hijo, que en ese entonces se
llamaba Tutankatón. Teníamos el mismo Dios, las
mismas ideas, aunque a él le faltaba madurarlas y
asimilarlas porque era demasiado niño. Tampoco eran
para su edad esos carros de guerra, pero pensé que él
estaba más cerca de ellos. Él iba hacia ellos y yo me voy
de ellos. También le di mis caballos, los de esos carros.
Uno muy especial que se llamaba Wathi. Cuando trajeron
los carros vi uno que fue roto en una batalla y nunca
quise arreglarlo para que se mantuviera como recuerdo
de mi caída. Casi me mataron, salí muy herido de una
cadera y un hombro, con algunas costillas rotas y perdí
un ojo. Traían a la tumba, cosas que no solamente eran
valiosas para mi hijo, sino para mí. Tuvimos cosas tan
importantes en común. ¿Cómo puedo estar bien,

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sacerdote Hinum? ¿Cómo mejorar con todos esos
recuerdos que siguen viviendo en mí y mi hijo está
muerto. Tengo un recuerdo muy marcado, era el octavo
año de la revolución, él tenía doce años. Estábamos
tomando un té y me dijo “Padre, siempre estaremos
juntos, hasta la muerte. Únicamente la muerte nos va a
separar. Te quiero mucho padre”. “Tú eres parte de mi
vida” le respondí y él se recostó en mí y volvió a decir
“Siempre juntos”. Otro día, se acercó con su arco que
era hecho a su medida y me preguntó “¿Cuando yo sea
General, tú estarás muerto?” “Puede ser” le respondí.
“Entonces no quiero ser General”. Cuando escuché eso
por un lado me sentí feliz, pero en el fondo de mi alma
yo quería que él fuera un General como yo y me dejó
triste. Y así, mirando los carros, pensé en ese caballo
que tanto queríamos los dos. ¿Será que lo van a traer a
Wathi? Tuve miedo que esos fanáticos lo sacrificaran
para momificarlo. Qué suerte que no lo hicieron. Hace
unos días fui hasta los establos faraónicos buscando a
Wathi, pero el encargado de los caballos me explicó que
hace varias lunas lo sacrificaron cuando se lastimó una
pata. ¡Qué triste! Y más triste quedé porque él no me
participó de esa desgracia. Yo ya no era nadie para él,
no tenía motivos para participarme… Hace unos días
mandé una invitación a Ankenesamón para que venga
a tomar un té conmigo y no me respondió. Estoy seguro
de que ella amó a Tutankamón. Es tan joven y ya es
viuda, una tragedia para esa muchacha. Tengo una
esposa que la conoce mucho y me advirtió que no iba a
venir porque está muy envenenada por mi hijo. ¿Qué
más puedo contar de mi sufrimiento? Sacerdote Hinum,

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Tutankamón se hizo amigo de todos mis enemigos y hasta
de militares desertores que buscando mejoras me
abandonaron. Siempre cada uno tiene un justificativo
para su conciencia o para los otros.

–Dígame, Padre Divino, ¿usted piensa hacer su gran
casa en Neket Atón, en la ciudad de Dios?

–No, apreciado Hinum. Estoy seguro de que Dios no
necesita una ciudad ni honores. Mi Dios no tiene
vanidades ni ambiciones. Dios está en todas partes, en
cada pie de tierra existe su obra.

–Padre Divino, ¿le parece que existen esperanzas para
nuestra revolución?

–Apreciado Hinum, si no es ahora que el hombre
tome conciencia de que debe ser superior al animal, de
que no se trata de luchar por la presa y el más fuerte se
la lleva, será en un mañana. Posiblemente ni usted ni
yo existamos, tampoco nuestros hijos y nietos. Las
revoluciones tienen que seguir, el hombre tiene que
crecer y pensar que el otro es su hermano. Si no piensa
así se va a destruir. Y cada vez tendrá mejores armas
para destruirse y el hombre, como tal, se perderá. Se
transformará en un Shet, en un demonio incontrolable
y vendrán más revoluciones para salvar al hombre. Pero
siempre se van a inspirar en nuestras ideas y
posiblemente hasta en nuestras creencias. El hombre
tendrá que meditar y eso lo salvará.

Jay se sintió muy cansado. Se disculpó frente al médico
Hinum y se retiró.

En la tarde siguiente, allí estaba de nuevo, dispuesto a
ayudar.

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