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Published by snullbug20, 2019-01-31 12:04:57

Relaciones Extrañas - Philip Jose Farmer

Luego, de prisa, antes que ella recobrara el


sentido y pronunciara alguna palabra que lo


trastornara y debilitara, corrió hacia uno de los


armarios. Manoteó una toalla pequeña, corrió otra


vez hacia ella y la amordazó. Luego, con la cuerda,


le ató las manos a la espalda.




—¡Ahora, perra! —jadeó—. ¡Ahora veremos


quién lleva las de ganar! Esto es lo que me hubieras


hecho, ¿no? Te lo mereces; ¡y tu monstruo merece



morir!




Empezó a empacar las cosas, como si las furias


lo persiguieran. En quince minutos había hecho dos


atados con los trajes, los cascos, los tanques y los


alimentos. Se puso a buscar el arma que Marcia


había mencionado y encontró algo que


probablemente fuera lo que buscaba. Tenía una


culata que se adaptaba a la forma de su mano, un



dial que podía ser un reóstato para controlar los


distintos grados de intensidad de lo que disparaba y


una ampolleta en la punta. La ampolleta, supuso,


era la que lanzaba la energía adormecedora y


mortífera. Por supuesto, podía equivocarse. Quizá


tuviera un uso totalmente distinto.




Marcia había recobrado el conocimiento. Estaba


sentada en el borde de la cama, con la cabeza


hundida entre los hombros; las lágrimas resbalaban





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por sus mejillas hasta la mordaza. Sus ojos


desmesuradamente abiertos estaban clavados en el


gusano destrozado a sus pies.




Lane la asió por el hombro con rudeza y la puso


de pie. Ella lo miró enloquecida, y él le dio un ligero


empujón. Sentía asco de sí mismo, sabiendo que


había matado a la larva cuando no debía haberlo


hecho y que la trataba con tanta violencia porque


tenía miedo, no de ella sino de sí mismo. Si se había



sentido asqueado porque ella había caído en la


trampa que él le había tendido, era porque también


él, a pesar de su repulsión, había querido cometer


ese acto de amor. Cometer, pensó, era la palabra


justa. Tenía connotaciones delictivas.




Marcia giró sobre sí misma, perdiendo casi el


equilibrio a causa de las ataduras de sus manos.


Gesticulaba, con sonidos ahogados por la mordaza.




—¡Cierra el pico! —aulló, volviendo a


empujarla. Ella se tambaleó y sólo dejándose caer de



rodillas evitó dar de bruces contra el suelo. Una vez


más la puso de pie, notando mientras lo hacía que se


había desollado las rodillas. La vista de la sangre, en


vez de ablandarlo, lo enfureció aún más.




—¡Pórtate como es debido o te irá peor! —le


vociferó.







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Ella le dirigió una última mirada interrogante,


echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un quejido


extraño y ahogado. Inmediatamente su cara cobró


un tinte azulado. Un segundo después, se


desplomaba exánime sobre el piso.




Alarmado, Lane le dio la vuelta. Se estaba


asfixiando.




Le arrancó la mordaza, le metió la mano en la


boca y tironeó del frenillo de la lengua. Se le escurrió


entre los dedos y lo volvió a asir, sólo para que se le



volviera a escapar, como si fuese un animal vivo que


lo desafiara.




Luego tuvo que sacarle la lengua de la garganta;


en un intento de matarse, se la había tragado.




Lane esperó. Cuando tuvo la certeza de que se


recuperaría, la volvió a amordazar. En el momento


en que iba a hacer el nudo en la nuca, se detuvo.


¿Qué objeto tenía continuar con todo esto? Si la


dejaba hablar, diría la palabra que lo descomponía.


Si estaba amordazada, se volvería a tragar la lengua.




Sólo podría salvarla un número determinado de


veces. Al cabo, lograría su propósito de



estrangularse.













403

La única manera de resolver su problema era el


único camino por el que no podía optar. Si le cortaba


la lengua de raíz, no podría hablar ni tampoco


matarse. Algunos hombres podrían hacerlo; él no.




La otra forma de hacerla callar era matarla.




—No lo puedo hacer a sangre fría —dijo en voz


alta—. Así, si quieres morir, Marcia, tendrás que


suicidarte. Eso, no lo puedo evitar. Vamos, arriba.


Recogeré tu bulto, y en marcha.




Marcia se puso azul y cayó inerte en el piso.




—¡Esta vez no te socorreré! —le gritó, pero


cuando quiso acordarse estaba tratando


frenéticamente de desatarle el nudo.




Al mismo tiempo se decía qué estúpido era.


¡Claro! La solución estaba en utilizar con ella su



propia arma. Hacer girar el reóstato hasta el grado


de embotamiento y desmayarla cada vez que


empezara a volver en sí. Esa opción significaba que


tendría que cargarla a ella además de su equipo,


durante un trayecto por el tubo de sesenta


kilómetros hasta la salida próxima a la base. Pero


podía hacerlo. Se ingeniaría para armar una especie



de vehículo primitivo. ¡Lo haría! Nada podría


detenerlo. Y la Tierra...









404

En ese momento, al oír un ruido extraño, levantó


la cabeza. Dos eeltaunianas en trajes espaciales


estaban allí, de pie, y una tercera entraba por el


túnel. Cada una tenía en la mano un arma rematada


por una ampolleta.




Desesperado, Lane manoteó el arma que llevaba


en su cinturón. Con la mano izquierda hizo girar el


reóstato al costado del caño, esperando conseguir


con esto el máximo de intensidad. Luego encañonó



al grupo con la ampolleta...




Se despertó tendido sobre su espalda, vestido


con su traje, excepto el casco, y atado a una camilla.


Tenía el cuerpo inerte, pero podía mover la cabeza.


Lo hizo y vio a muchas eeltaunianas desmantelando


la habitación. La que lo había adormecido con su


arma antes de que él pudiera disparar la suya,


estaba a su lado.




Hablaba un inglés que tenía un leve dejo de


acento extranjero.




—Tranquilo, señor Lane. Le espera un largo


viaje. Estará más cómodo cuando lleguemos a



nuestra nave.




Abrió la boca para preguntarle cómo sabía su


nombre, pero la cerró cuando comprendió que debía


haber leído las anotaciones en el libro de bitácora de





405

la base. Y era previsible que algunas eeltaunianas


aprendieran las lenguas de la Tierra. Durante más


de un siglo sus naves espaciales habrían estado


sintonizando la radio y la televisión.




En ese momento Marcia le habló a la capitana.


Tenía el rostro desencajado, enrojecido por el llanto


y las marcas de los golpes.




La intérprete le dijo a Lane:




—Mahrseeya me dice que le pregunte por qué


mató a su... bebé. No puede comprender por qué


pensó que tenía que hacerlo.




—No puedo responder —dijo Lane.




Sentía la cabeza muy liviana, casi como si fuera


un globo lleno de gas. Y la habitación comenzó a


girar lentamente.




—Yo le diré a ella el porqué —dijo la


intérprete—. Le explicaré que esa es la naturaleza de



la bestia.




—¡Eso no es verdad! —gritó Lane—. No soy una


bestia perversa. ¡Hice lo que hice porque lo tenía que


hacer! ¡No podía aceptar su amor y seguir siendo un


hombre! No esa clase de hombre...














406

—Mahrseeya —dijo la intérprete— rogará para


que le sea perdonado el asesinato de su bebé y para


que usted, algún día, con nuestras enseñanzas, sea


incapaz de volver a hacer una cosa semejante. Ella,


a pesar de estar agobiada de dolor por la muerte de


su bebé, lo perdona. Espera que llegará el día en que


usted pueda considerarla como a una... hermana.



Cree que hay algo bueno en usted.



Mientras le ponían el casco, Lane apretó los



dientes y se mordió la punta de la lengua hasta


hacerla sangrar. No se atrevía a hablar, porque sabía


que no podría hacer otra cosa que gritar y gritar.


Sentía como si hubieran puesto algo en él, algo que


rompía su caparazón y se convertía en algo


semejante a un gusano. Lo estaba devorando, y lo


que sucedería antes de que lo devorase por



completo, no lo sabía.



FIN








































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