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Published by snullbug20, 2018-11-03 04:46:12

El Leon De Comarre/ A la caida de la noche - Arthur C. Clarke

—Temo que esas cosas tendrán que esperar —dijo

Rorden— hasta que hayamos resuelto otros problemas

mucho más importantes. De todos modos yo tengo una


imagen clara de la mente de Alaine. Es posible que él y yo

tengamos muchas cosas en común.

Caminaron en silencio unos cien metros, siguiendo el


límite de las grandes excavaciones. La tumba de Yarlan Zey

surgía sucia y llena de polvo junto a la enorme zanja en el

fondo de la cual trabajaban furiosamente varios equipos de

robots.


—¡Ah… de paso…! —dijo Alvin de manera brusca—.

¿Sabe que Jeserac ha decidido quedarse en Lys?

¡Precisamente Jeserac! Le gusta aquello y no piensa volver.

Naturalmente eso dejará un puesto libre en el Consejo.


—Así es —dijo Rorden como si nunca se hubiera

parado a pensar las implicaciones de ello. Hacía algún

tiempo habría pensado que pocas cosas resultaban más


imposibles para él que el ganarse un puesto en el Consejo.

Pero ahora sabía que era sólo cuestión de tiempo. Estaba

seguro de que habría otras dimisiones en el futuro. Varios

de los consejeros más viejos se sentían incapaces de


enfrentarse con los nuevos problemas que planteaba el

gobierno de Diaspar.

No se apreció el menor movimiento en la colina que

conducía a la Tumba por su larga avenida de árboles


eternos. Al final del paseo la nave espacial de Alvin




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bloqueaba el camino.

—Éste es el mayor de los misterios —dijo Rorden de

improviso—. ¿Quién fue el Maestro y de dónde sacó su


nave espacial y sus robots?

—He estado pensando en ello —le respondió Theon—

. Nosotros sabemos que proceden de los Siete Soles y lo más


posible es que hubiera allí una cultura muy elevada cuando

la civilización de la Tierra se hallaba en su momento más

bajo. Por lo que respecta a la astronave puede estar seguro

de que es obra del Imperio. Yo creo que el Maestro estaba


huyendo de su propio pueblo. Tal vez tenía ideas con las

cuales los demás no se hallaban de acuerdo. Se encontró

aquí con nuestros antepasados, amistosos y supersticiosos

y trató de educarlos, pero no logró entenderlos y sus


enseñanzas fueron deformadas. «Los Grandes» no eran

sino los hombres del Imperio… pero no era de la Tierra de

donde se habían marchado sino que habían abandonado el


Universo entero. Los discípulos del Maestro no

entendieron o no creyeron esto y, así, basaron toda su

mitología y todos sus ritos en una premisa falsa. Tengo

intención de profundizar un día en la historia verdadera


del Maestro y así descubriré por qué intentaba ocultar su

pasado. Creo que puede resultar una historia sumamente

interesante.

—Tenemos muchas cosas que agradecerle —dijo


Rorden cuando entraban en la nave espacial—. Sin él jamás




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hubiéramos llegado a saber las verdades de nuestro

pasado.

—No estoy seguro de ello —le replicó Alvin—. Más


tarde o más temprano Vanamonde hubiera sido

descubierto… o mejor dicho, él nos hubiera descubierto a

nosotros. Y, créeme, estoy convencido de que hay más


astronaves ocultas en la Tierra y espero encontrarlas un día.

La ciudad se hallaba ya demasiado distante para

reconocer la obra del hombre y el planeta comenzaba a

descubrir su curvatura. Dentro de poco podrían ver la línea


del crepúsculo a miles de kilómetros de distancia en su

marcha infinita sobre el desierto. Arriba y abajo de ellos, las

estrellas, todavía brillantes pese a la gloria perdida.

Durante bastante rato, Rorden se quedó mirando el


desolado panorama que se extendía a sus pies y que él

jamás antes contemplara. Sintió un repentino desprecio y

rabia por los hombres del pasado que habían dejado morir,


por su propia desidia, la belleza maravillosa del planeta

Tierra. Si llegaba a realizarse uno de los sueños de Alvin y,

en efecto, todavía seguían existiendo las grandes plantas

transmutadoras, no tendrían que transcurrir muchos siglos


antes de que los océanos volvieran a existir de nuevo.

¡Cuánto había por hacer en los años futuros! Rorden

sabía perfectamente que se hallaba entre dos Eras: en torno

suyo podía sentir el pulso de la humanidad que de nuevo


volvía a latir con energía y regularidad como el enfermo




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que vuelve a la vida.

Había grandes problemas a los que enfrentarse y

Diaspar sabría hacerlo. El establecimiento de la cronología


del pasado, con toda su necesaria precisión histórica,

tardaría siglos en terminarse, pero cuando lo fuera, el

hombre habría recobrado todo lo que había perdido. Y,


como fondo de toda la cuestión, siempre seguiría

existiendo el gran enigma, tal vez insoluble, de

Vanamonde…

Calitrax tenía razón. Vanamonde se había desarrollado


mucho más rápidamente de lo que sus creadores habían

esperado, y los filósofos de Lys seguían confiando en una

futura cooperación que no confiarían a nadie. Habían

llegado a sentirse muy unidos, casi afectuosamente ligados,


a esa supermente infantil y quizá pensaban que podrían

disminuir los eones que su evolución natural requería y lo

convertirían en un ser adulto, maduro antes de lo esperado.


Pero Rorden sabía que el destino definitivo de Vanamonde

era algo en lo cual el hombre no podía participar. No, el

hombre no podía alterar la suerte futura del niño‐mente.

Había soñado y había creído que su sueño era realidad, que


al final del Universo, Vanamonde y la «Mente Loca» se

encontrarían uno a otra entre los cadáveres de las estrellas.

Alvin interrumpió sus sueños y Rorden apartó sus ojos

de la pantalla del visualizador.


—Deseaba que viera usted esto —le dijo Alvin con




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tranquilidad—. Tal vez tengan que transcurrir siglos antes

de que tenga una nueva oportunidad de hacerlo.

—¿No vas a abandonar la Tierra?


—No. Incluso en el caso de que exista otra civilización

en esta Galaxia, dudo que merezca la pena el esfuerzo que

hay que hacer para dar con ella. ¡Y hay tantas cosas que


hacer aquí en la Tierra!

Alvin contempló el gran desierto, pero en vez de la

arena sus ojos vieron las aguas que un día, quizá en miles

de años, los volverían a anegar y los convertirían en mares


de maravillosa belleza. El hombre había vuelto a descubrir

su mundo y tras este redescubrimiento estaba obligado a

devolverle su belleza. Y después de aquello…

—Voy a enviar la astronave fuera de la Galaxia para


que siga a los hombres del Imperio doquiera que éstos

marchen. La búsqueda tal vez requiera Eras y Eras, pero el

robot no se cansará ni desistirá. Un día, nuestros parientes


recibirán mi mensaje y sabrán que aquí, en la Tierra,

estamos esperándolos. Regresarán y espero que para

entonces, nosotros habremos sabido hacernos dignos de

ellos, por muy grandes que hayan llegado a ser.


Alvin guardó silencio, como si estuviera contemplando

el futuro que él había comenzado a dar forma, pero cuya

plenitud, quizá, jamás llegaría a ver. Y mientras el Hombre

estaba reconstruyendo su mundo, la nave espacial estaría


cruzando la oscuridad entre las Galaxias y tal vez dentro




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de miles de años regresaría a la Tierra. Confiaba en estar

todavía aquí para recibirlo, pero si no era así no le

importaba demasiado y se sentiría igualmente satisfecho.


En esos momentos se encontraban sobre el Polo y el

planeta bajo ellos era una esfera casi perfecta. Mirando

hacia abajo, sobre el cinturón del crepúsculo, Alvin se dio


cuenta de que por un instante estaba viendo al mismo

tiempo el orto y el ocaso en horizontes opuestos de la

Tierra. El simbolismo resultaba tan perfecto y tan

conmovedor que sabía que ese momento lo recordaría


durante toda su vida.

En un Universo estaba cayendo la noche; las sombras se

adelantaban hacia el Este, un Este que no conocería ningún otro

amanecer. Pero en otras partes, las estrellas aún eran jóvenes y la


luz de la mañana se aprestaba a despertarlas. Y, así, a lo largo de

la senda que antaño siguiera el Hombre, la aurora volvería a lucir

de nuevo.
































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Notas






[1]

¿Qué podría hacer o escribir

a la caída de la noche




Pese a que el adverbio against tiene varios significados,

el traductor ha creído más adecuado traducir libremente el

título, de modo que refleje en castellano la idea general de


la novela. Por eso se ha permitido traducir, igualmente, el

segundo verso del poema. (Nota del Traductor) <<

[2] Tiempo de duración infinita, sin término. (N. del T.)

<<


[3] El autor se refiere a Lee de Forest, físico

norteamericano nacido en 1873 que, entre otras

invenciones, descubrió la lámpara audión, que de manera


notabilísima ha contribuido al perfeccionamiento de la

radiotelefonía. En la actualidad, sin embargo, los

transistores han sustituido al triodo generalmente. (N. del

T.) <<


[4] Cuando el autor escribió esta novela, la cibernética se

encontraba en mantillas y sus conocimientos no se habían

divulgado todavía. Esto explica las extrañas aclaraciones

que el Archivero Mayor ofrece de sus máquinas, que


ejecutan funciones que en la actualidad realizan las




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computadoras con suma facilidad y, desde luego, en un

tiempo infinitamente menor del de esos aparatos. (N. del T.)

<<
















































































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