—Temo que esas cosas tendrán que esperar —dijo
Rorden— hasta que hayamos resuelto otros problemas
mucho más importantes. De todos modos yo tengo una
imagen clara de la mente de Alaine. Es posible que él y yo
tengamos muchas cosas en común.
Caminaron en silencio unos cien metros, siguiendo el
límite de las grandes excavaciones. La tumba de Yarlan Zey
surgía sucia y llena de polvo junto a la enorme zanja en el
fondo de la cual trabajaban furiosamente varios equipos de
robots.
—¡Ah… de paso…! —dijo Alvin de manera brusca—.
¿Sabe que Jeserac ha decidido quedarse en Lys?
¡Precisamente Jeserac! Le gusta aquello y no piensa volver.
Naturalmente eso dejará un puesto libre en el Consejo.
—Así es —dijo Rorden como si nunca se hubiera
parado a pensar las implicaciones de ello. Hacía algún
tiempo habría pensado que pocas cosas resultaban más
imposibles para él que el ganarse un puesto en el Consejo.
Pero ahora sabía que era sólo cuestión de tiempo. Estaba
seguro de que habría otras dimisiones en el futuro. Varios
de los consejeros más viejos se sentían incapaces de
enfrentarse con los nuevos problemas que planteaba el
gobierno de Diaspar.
No se apreció el menor movimiento en la colina que
conducía a la Tumba por su larga avenida de árboles
eternos. Al final del paseo la nave espacial de Alvin
350
bloqueaba el camino.
—Éste es el mayor de los misterios —dijo Rorden de
improviso—. ¿Quién fue el Maestro y de dónde sacó su
nave espacial y sus robots?
—He estado pensando en ello —le respondió Theon—
. Nosotros sabemos que proceden de los Siete Soles y lo más
posible es que hubiera allí una cultura muy elevada cuando
la civilización de la Tierra se hallaba en su momento más
bajo. Por lo que respecta a la astronave puede estar seguro
de que es obra del Imperio. Yo creo que el Maestro estaba
huyendo de su propio pueblo. Tal vez tenía ideas con las
cuales los demás no se hallaban de acuerdo. Se encontró
aquí con nuestros antepasados, amistosos y supersticiosos
y trató de educarlos, pero no logró entenderlos y sus
enseñanzas fueron deformadas. «Los Grandes» no eran
sino los hombres del Imperio… pero no era de la Tierra de
donde se habían marchado sino que habían abandonado el
Universo entero. Los discípulos del Maestro no
entendieron o no creyeron esto y, así, basaron toda su
mitología y todos sus ritos en una premisa falsa. Tengo
intención de profundizar un día en la historia verdadera
del Maestro y así descubriré por qué intentaba ocultar su
pasado. Creo que puede resultar una historia sumamente
interesante.
—Tenemos muchas cosas que agradecerle —dijo
Rorden cuando entraban en la nave espacial—. Sin él jamás
351
hubiéramos llegado a saber las verdades de nuestro
pasado.
—No estoy seguro de ello —le replicó Alvin—. Más
tarde o más temprano Vanamonde hubiera sido
descubierto… o mejor dicho, él nos hubiera descubierto a
nosotros. Y, créeme, estoy convencido de que hay más
astronaves ocultas en la Tierra y espero encontrarlas un día.
La ciudad se hallaba ya demasiado distante para
reconocer la obra del hombre y el planeta comenzaba a
descubrir su curvatura. Dentro de poco podrían ver la línea
del crepúsculo a miles de kilómetros de distancia en su
marcha infinita sobre el desierto. Arriba y abajo de ellos, las
estrellas, todavía brillantes pese a la gloria perdida.
Durante bastante rato, Rorden se quedó mirando el
desolado panorama que se extendía a sus pies y que él
jamás antes contemplara. Sintió un repentino desprecio y
rabia por los hombres del pasado que habían dejado morir,
por su propia desidia, la belleza maravillosa del planeta
Tierra. Si llegaba a realizarse uno de los sueños de Alvin y,
en efecto, todavía seguían existiendo las grandes plantas
transmutadoras, no tendrían que transcurrir muchos siglos
antes de que los océanos volvieran a existir de nuevo.
¡Cuánto había por hacer en los años futuros! Rorden
sabía perfectamente que se hallaba entre dos Eras: en torno
suyo podía sentir el pulso de la humanidad que de nuevo
volvía a latir con energía y regularidad como el enfermo
352
que vuelve a la vida.
Había grandes problemas a los que enfrentarse y
Diaspar sabría hacerlo. El establecimiento de la cronología
del pasado, con toda su necesaria precisión histórica,
tardaría siglos en terminarse, pero cuando lo fuera, el
hombre habría recobrado todo lo que había perdido. Y,
como fondo de toda la cuestión, siempre seguiría
existiendo el gran enigma, tal vez insoluble, de
Vanamonde…
Calitrax tenía razón. Vanamonde se había desarrollado
mucho más rápidamente de lo que sus creadores habían
esperado, y los filósofos de Lys seguían confiando en una
futura cooperación que no confiarían a nadie. Habían
llegado a sentirse muy unidos, casi afectuosamente ligados,
a esa supermente infantil y quizá pensaban que podrían
disminuir los eones que su evolución natural requería y lo
convertirían en un ser adulto, maduro antes de lo esperado.
Pero Rorden sabía que el destino definitivo de Vanamonde
era algo en lo cual el hombre no podía participar. No, el
hombre no podía alterar la suerte futura del niño‐mente.
Había soñado y había creído que su sueño era realidad, que
al final del Universo, Vanamonde y la «Mente Loca» se
encontrarían uno a otra entre los cadáveres de las estrellas.
Alvin interrumpió sus sueños y Rorden apartó sus ojos
de la pantalla del visualizador.
—Deseaba que viera usted esto —le dijo Alvin con
353
tranquilidad—. Tal vez tengan que transcurrir siglos antes
de que tenga una nueva oportunidad de hacerlo.
—¿No vas a abandonar la Tierra?
—No. Incluso en el caso de que exista otra civilización
en esta Galaxia, dudo que merezca la pena el esfuerzo que
hay que hacer para dar con ella. ¡Y hay tantas cosas que
hacer aquí en la Tierra!
Alvin contempló el gran desierto, pero en vez de la
arena sus ojos vieron las aguas que un día, quizá en miles
de años, los volverían a anegar y los convertirían en mares
de maravillosa belleza. El hombre había vuelto a descubrir
su mundo y tras este redescubrimiento estaba obligado a
devolverle su belleza. Y después de aquello…
—Voy a enviar la astronave fuera de la Galaxia para
que siga a los hombres del Imperio doquiera que éstos
marchen. La búsqueda tal vez requiera Eras y Eras, pero el
robot no se cansará ni desistirá. Un día, nuestros parientes
recibirán mi mensaje y sabrán que aquí, en la Tierra,
estamos esperándolos. Regresarán y espero que para
entonces, nosotros habremos sabido hacernos dignos de
ellos, por muy grandes que hayan llegado a ser.
Alvin guardó silencio, como si estuviera contemplando
el futuro que él había comenzado a dar forma, pero cuya
plenitud, quizá, jamás llegaría a ver. Y mientras el Hombre
estaba reconstruyendo su mundo, la nave espacial estaría
cruzando la oscuridad entre las Galaxias y tal vez dentro
354
de miles de años regresaría a la Tierra. Confiaba en estar
todavía aquí para recibirlo, pero si no era así no le
importaba demasiado y se sentiría igualmente satisfecho.
En esos momentos se encontraban sobre el Polo y el
planeta bajo ellos era una esfera casi perfecta. Mirando
hacia abajo, sobre el cinturón del crepúsculo, Alvin se dio
cuenta de que por un instante estaba viendo al mismo
tiempo el orto y el ocaso en horizontes opuestos de la
Tierra. El simbolismo resultaba tan perfecto y tan
conmovedor que sabía que ese momento lo recordaría
durante toda su vida.
En un Universo estaba cayendo la noche; las sombras se
adelantaban hacia el Este, un Este que no conocería ningún otro
amanecer. Pero en otras partes, las estrellas aún eran jóvenes y la
luz de la mañana se aprestaba a despertarlas. Y, así, a lo largo de
la senda que antaño siguiera el Hombre, la aurora volvería a lucir
de nuevo.
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Notas
[1]
¿Qué podría hacer o escribir
a la caída de la noche
Pese a que el adverbio against tiene varios significados,
el traductor ha creído más adecuado traducir libremente el
título, de modo que refleje en castellano la idea general de
la novela. Por eso se ha permitido traducir, igualmente, el
segundo verso del poema. (Nota del Traductor) <<
[2] Tiempo de duración infinita, sin término. (N. del T.)
<<
[3] El autor se refiere a Lee de Forest, físico
norteamericano nacido en 1873 que, entre otras
invenciones, descubrió la lámpara audión, que de manera
notabilísima ha contribuido al perfeccionamiento de la
radiotelefonía. En la actualidad, sin embargo, los
transistores han sustituido al triodo generalmente. (N. del
T.) <<
[4] Cuando el autor escribió esta novela, la cibernética se
encontraba en mantillas y sus conocimientos no se habían
divulgado todavía. Esto explica las extrañas aclaraciones
que el Archivero Mayor ofrece de sus máquinas, que
ejecutan funciones que en la actualidad realizan las
356
computadoras con suma facilidad y, desde luego, en un
tiempo infinitamente menor del de esos aparatos. (N. del T.)
<<
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