el planeta que nuestros antepasados crearon para
nosotros, y todos pensamos lo mismo cuando lo
vimos: pensamos «Ese será nuestro hogar». ¡Y lo
es! Volveremos y destruiremos el satélite, y
finalmente podremos dejar de viajar. Y entonces
lo que ves aquí, esto que tanto te ofende porque
lo consideras innatural, toda esta gente viva y
reproduciéndose, volverá a ser lo correcto. El
servicio normal se reanudará. La especie humana
podrá continuar por fin, tras una pausa de dos
mil años. ¿Acaso eso no es algo por lo que luchar?
Holsten asintió lentamente.
—Sí… Supongo que sí.
—Y cuando todo está hecho… Después de haber
empleado a una generación de especialistas
desde que los saqué del cargamento hasta su
muerte, Mason: ¡muerte por el mero paso del
tiempo! Después de haber tomado a sus
descendientes y haberlos educado, y haberlos
criado para compartir mi visión, y luego
habernos preparado para defendernos contra el
satélite y sus ataques, ¿por qué no volver a la
instalación de grabación e intentar que funcione?
¿Crees que nada de esto habría sucedido sin mí?
¿Entiendes lo importante que es tener una sola
visión? Esto no es algo que se pueda delegar a un
comité; esto es la supervivencia de la especie
humana. Y soy viejo, Mason. No he abusado de
nadie más de lo que he abusado de mí mismo, y
500
estoy al borde del colapso, cada brizna de
medicina que poseemos es necesaria meramente
para mantener mis órganos en marcha, y aún no
he terminado, aún no está completo. Necesito ver
cómo acaba. Voy a grabarme en la máquina,
Mason. Es la única forma de asegurarme.
—Quieres ser inmortal. —Pretendía ser una
acusación, pero le salió como algo distinto, algo
que incluía un atisbo de respeto.
Se produjo un horrendo sonido de asfixia, y por
un momento Holsten pensó que Guyen se estaba
muriendo. Pero no: se estaba riendo.
—¿Crees que de eso se trata? Mason, me estoy
muriendo. El grabador no cambia eso. El «yo» en
el que vivo morirá. Y pronto; antes de que
volvamos a ver el planeta verde. Ni siquiera
puedo volver ya al ataúd. No me volvería a
despertar. Pero ahora que he conseguido que el
grabador funcione, puedo conservar una copia
de mí mismo, para asegurarme de que todo salga
bien. No soy un dictador enloquecido, Holsten.
No soy un perturbado con fantasías de divinidad.
Se me encomendó esta tarea: conducir a la
humanidad a su nuevo hogar. No hay nada más
importante que eso. Ni mi vida, ni la tuya.
Holsten se dio cuente con tristeza de que su
propio sentido moral estaba definitivamente
desorientado.
501
—Lain piensa que destruirás los sistemas de la
Gil si lo intentas. Dice que hay copias de tus
cobayas que están causando estragos en la
programación.
—Yo soy mi propio cobaya —gruñó Guyen—.
Cualquier cosa que haya en el sistema son solo
descartes míos. Pero ninguno funcionaba.
Ninguno era yo; no lo suficiente. Pero el escaso
trabajo que conseguí que realizases antes de que
te fueras de paseo ha servido. Quizá eso sea
irónico. Ahora estoy listo. Puedo completar una
grabación, y luego no importará si muero. No
importará cuando muera. En cuanto a Lain, Vitas
no cree que eso destruya el ordenador. Vitas
quiere que lo haga.
En la lista de Holsten de cosas que resultaba
reconfortante decir, esa no figuraba.
—Lain parece bastante segura de que va a ser
algo malo.
—Lain no sabe. Lain piensa en pequeño; le falta
dedicación. —Guyen frunció el ceño, y su rostro
se arrugó como una hoja de papel—. Solo yo
puedo planear a suficiente largo plazo para
salvarnos, Mason. Por eso me escogieron.
Holsten se lo quedó mirando. Los guardias se
encontraban a cierta distancia tras él, y se le
ocurrió que podría asaltar al decrépito Guyen y
dedicarse a arrancarle cosas hasta que la
502
naturaleza siguiese su curso. Y también se le
ocurrió que no tenía intención de hacerlo.
—¿Por qué me volviste a capturar, si no me
necesitabas?
Guyen dio unos pasos rígidos y mecánicos,
colgando de los hilos de su soporte vital.
—Eres nuestro historiador estrella, ¿no es así?
Bueno, ahora puedes dedicarte a la otra parte de
tu trabajo, Mason. Puedes escribir la historia.
Cuando se cuenten entre sí cómo llegamos a
habitar aquel mundo verde, la otra Tierra, quiero
que lo cuenten bien. Así que cuéntalo bien.
Cuéntales lo que hicimos, Mason. Escríbelo. Lo
que hacemos aquí crea el futuro, el único futuro
posible en el que nuestra especie sobrevivirá.
5.6
Guerra de recursos
Las ciudades estado arácnidas poseen diversos
complejos mineros, pero las arañas no cavan.
Para eso cuentan con insectos: es una de las tareas
que resultan más naturales para las colonias de
hormigas que usan de tantas formas. Durante
siglos ha habido suficiente para todas, puesto que
la tecnología arácnida no depende de los metales,
y los compuestos orgánicos que son más
importantes para ellas se fabrican con los bloques
básicos de la propia vida.
503
Aquí es donde comienza.
Una hormiga de una colonia controlada por Siete
Árboles se está internando en un conjunto de
galerías a cierta distancia de la propia ciudad. Su
colonia se extiende a su alrededor: la mina es su
hogar, y las excavaciones de sus hermanas son
solo una forma modificada de los túneles que
usarían para expandir su hormiguero.
Ciertamente, buena parte de la colonia penetra en
la roca sólida, y las hormigas usan técnicas
modernas para conquistar ese elemento. Sus
mandíbulas portan picos metálicos, auxiliados
por una selección de ácidos y otras sustancias que
reblandecen la piedra. La colonia planifica su
propia mina, incluyendo el drenaje y la
ventilación que hacen de aquel un buen lugar de
trabajo para las cientos de mineras ciegas que se
afanan en él.
Esta hormiga en particular está buscando nuevas
vetas de cobre en la roca. El mineral deja señales
que sus antenas sensibles pueden detectar, y la
hormiga mordisquea y labora con paciencia allí
donde las señales son más fuertes, excavando
poco a poco hacia la veta más cercana.
Esta vez, en lugar de eso, súbitamente se abre
paso a otro túnel.
Durante un momento la excavadora se queda
pasmada y sufre de indecisión, tratando de
entender esta información nueva e inesperada. Al
504
cabo, el olor y el tacto le proporcionan una visión
suficiente de lo que la rodea. El mensaje está
claro: recientemente otras hormigas han pasado
por allí, hormigas que pertenecen a una colonia
desconocida. En ausencia de condicionamiento
específico, las colonias desconocidas son
enemigas por defecto. La hormiga da la alarma
de inmediato, y a continuación se adelanta para
investigar. Pronto se encuentra a las mineras de
la otra colonia y, superada en número, es
rápidamente abatida. No importa: sus hermanas
llegan enseguida, convocadas por su alarma.
Tiene lugar una lucha sañuda en aquel recinto
estrecho, sin que ninguno de los bandos conceda
cuartel. Ninguna de las dos colonias ha recibido
instrucciones de sus amas arácnidas para que
crucen esta particular línea roja, pero la
naturaleza sigue su curso.
La segunda colonia, que había socavado
literalmente la mina de Siete Árboles, ha sido
enviada por el Gran Nido para buscar nuevas
vetas de cobre. Poco después, siglos de
diplomacia comienzan a venirse abajo.
Desde que se estableció contacto con la Mensajera
por primera vez, el consumo de metal se ha
incrementado exponencialmente en un intento de
aplicar los complejos esquemas que forman el
plan divino. Las ciudades como el Gran Nido que
siguen más fervientemente los designios de Dios
505
deben expandirse constantemente. La oferta no
puede suplir la demanda a menos que se abran
nuevas minas… o se apropien de las ya
existentes.
En consecuencia, cada vez más complejos
mineros son objeto de lucha entre colonias
rivales. En otros lugares, las caravanas de
minerales se pierden antes de llegar a su destino.
En algunos casos colonias mineras enteras son
destruidas, expulsadas o subvertidas. Las que
pierden suelen ser ciudades relativamente
pequeñas, y ninguna de ellas ferviente seguidora
del mensaje. Sigue una tormenta diplomática,
entre considerable incertidumbre sobre lo que ha
pasado en realidad. El conflicto abierto entre
ciudades arácnidas es casi desconocido, puesto
que cada ciudad se encuentra vinculada a sus
vecinas por cientos de lazos. Hay luchas por el
dominio, pero hasta ahora en su historia siempre
ha estado claro que debe quedar algo que
dominar. Quizá es debido a que el nanovirus
prosigue su trabajo conduciéndolas a la unidad
entre todas aquellas que portan esta particular
marca de Caín. Quizá es simplemente que las
descendientes de la Portia labiata han
desarrollado una visión del mundo en la que el
conflicto armado abierto debe ser evitado.
Todo esto va a cambiar.
506
Al cabo, cuando la realidad de lo sucedido se
hace lo suficientemente evidente para todas las
implicadas, los transmisores del Gran Nido
lanzan un ultimátum a sus vecinas más débiles.
Las condena por desviarse de la pureza del
mensaje, y se arroga el derecho de tomar las
medidas que sean necesarias para realizar la
voluntad de Dios. Las transmisiones de la
Mensajera, aunque siempre son oscuras y están
abiertas a la interpretación, parecen respaldar la
proclamación del Gran Nido. Lentamente al
principio, y luego cada vez más rápidamente,
esta clara división pasa de ser una diferencia local
a convertirse en una fragmentación global de la
ideología. Algunas ciudades fieles proclaman su
alianza bajo la visión del Gran Nido, mientras
que otras (más distantes) lanzan proclamas
rivales basadas en interpretaciones diferentes de
las órdenes de la Mensajera. Ciertas ciudades que
ya habían empezado a alejarse del mensaje han
jurado apoyar a las ciudades que el Gran Nido ha
amenazado, pero estas no están unidas en su
respuesta. Otras ciudades declaran su
independencia y neutralidad, y algunas incluso
cortan todos los lazos con el exterior. Conflictos
conexos estallan entre estados que quizá llevan
desde siempre rozándose con una excesiva
fricción, constantemente compitiendo por los
alimentos y el espacio vital.
507
En las minas en disputa, muchas de las cuales han
cambiado de manos ya varias veces, el Gran Nido
envía sus tropas especiales. Otra tarea que las
colonias de hormigas realizan sin
condicionamiento específico es combatir a
hormigas desconocidas, y una colonia minera no
es rival para una columna invasora equipada con
castas y tecnologías bélicas. En dos meses de
guerra abierta, no ha muerto ni una araña, pero
los insectos a su servicio han perecido por
millares.
El Gran Nido puede reclutar a un ejército
vastamente mayor y mejor coordinado que sus
oponentes, y mejor diseñado y criado para la
guerra, pero aun así los primeros meses no son
decisivos. Cuando Portia y sus camaradas se
reúnen para revisar su progreso, se ven ante una
revelación indeseada.
Pensábamos que las cosas estaban claras, reflexiona
Portia, escuchando a sus pares mientras trazan
sus próximos movimientos: una secuencia de
pasos que las llevarán… ¿adonde? Cuando
acordaron las acciones iniciales sobre las minas
en disputa, su objetivo había parecido evidente.
Todas sabían que tenían razón. La voluntad de la
Mensajera debía cumplirse, y para ello
necesitaban cobre en grandes cantidades, cobre
que no era de utilidad para Siete Árboles y las
demás ciudades apóstatas, salvo para comerciar
508
con el Gran Nido a un precio ruinoso. Por tanto,
debían tomar las minas; en sí mismo, un objetivo
sencillo, y había sido alcanzado con relativa
rapidez y eficiencia, después de todo.
Y sin embargo, parece que construir el futuro no
es nunca tan sencillo. Cada hilo siempre lleva a
otro, y no hay forma fácil de parar de tejer. Las
agentes de Portia en Siete Árboles y las demás
ciudades ya saben que los enemigos del Gran
Nido están preparando fuerzas para recuperar
las minas, y quizá incluso más. Mientras tanto, las
potentadas de los grupos de pares de sus
enemigos están enfrascadas en debates similares
sobre lo que deben hacer. En cada comité hay
extremistas que abogan por ir más allá de la mera
restitución. De repente, las llamadas a la
moderación suponen parecer débil.
Alrededor de Portia, algunas dicen que debe
hacerse más para proteger al Gran Nido de sus
nuevos enemigos, y por tanto para proteger la
voluntad de su creadora divina. Están
empleando el truco más antiguo: construir un
camino por el que alcanzar un destino, solo que
en este caso el destino es la seguridad
permanente. A cada paso que dan hacia ella, la
seguridad se aleja un poco más. Y, con cada paso
que dan, el coste de avanzar hacia la seguridad
crece, y las acciones que se requieren para seguir
adelante se vuelven cada vez más extremas.
509
¿Dónde terminará todo esto?, se pregunta Portia,
pero no se atreve a compartir sus dudas. Una
atmósfera desagradable se ha apoderado de la
cámara de paredes de hilo. El Gran Nido tiene
espías en otras ciudades, individuos y grupos de
pares enteros que han sido comprados o que
simpatizan con la ideología de la ciudad
dominante. Igualmente, esas otras ciudades
tienen agentes en el Gran Nido. Anteriormente,
esta interconexión entre ciudades siempre ha
sido una virtud, una forma de vida. Ahora es
motivo de suspicacia, y tensa los lazos entre los
grupos de pares, sembrando división y
desconfianza.
Aquí ya no se va a decidir nada, así que Portia
sale hacia el templo. Le parece evidente que
necesitan consejo.
Transmite un informe de la situación, y de sus
preocupaciones, tan exacto como puede,
sabiendo que, aunque su texto dirigido a la
Mensajera quedará en privado, la respuesta de
Dios será recibida por cualquiera que esté a la
escucha en las frecuencias del Gran Nido, lo que
ciertamente incluirá a algunas arañas que residen
en Siete Árboles.
En el pasado la Mensajera no siempre ha sido
capaz de dar buenos consejos prácticos, y Portia
es dolorosamente consciente de ello. Sabe que no
puede esperar que algo tan por encima de ella
510
dedique mucha atención a los ínfimos asuntos de
sus criaturas. Dios está volcada en sus máquinas,
que al parecer resolverán muchos problemas, el
menor de los cuales no es la comunicación
enloquecedoramente imperfecta entre la
Mensajera y las que están bajo ella.
Por lo tanto, Portia no espera una respuesta clara,
pero la Mensajera parece entenderla mejor de lo
que pensaba. El significado no es precisamente
diáfano, puesto que a pesar del lenguaje
meticulosamente negociado que han acordado, la
Mensajera y su congregación están separadas por
un abismo de presuposiciones y conceptos que
solo está siendo colmado lentamente. Sin
embargo, Portia entiende lo suficiente.
La Mensajera es consciente de que hay
diferencias de opinión entre sus criaturas.
Sabe que algunas, como Portia, trabajan con tesón
para cumplir sus directivas.
Sabe que otras, como las del templo de Siete
Árboles, no lo hacen, y de hecho han perdido
buena parte de la reverencia hacia la Mensajera y
su mensaje.
Ahora la Mensajera indica a Portia que el
mismísimo futuro de su especie depende de que
su voluntad sea realizada con exactitud y
rapidez. Declara que se acerca una época de
511
grandes peligros, y que solo obedeciéndola podrá
ser evitada.
Dice, en palabras tan claras que Portia las
entiende sin incertidumbre, que Portia debe dar
todos los pasos necesarios para alcanzar el
objetivo sagrado, y que no hay objetivo mayor.
Portia se retira del templo, presa de un torbellino
de emociones. Las emociones arácnidas no son
como las humanas, pero Portia siente algo
parecido a la conmoción, y algo parecido al
alivio. La Mensajera nunca antes había hablado
con tal claridad.
El Gran Nido sabe lo que tiene que hacer. No solo
ha visto cómo se reafirmaba su deber hacia Dios,
sino que las espías en Siete Árboles y las demás
ciudades enemigas habrán oído las últimas
palabras de Dios, y no habrán tenido que
devanarse los sesos para entender qué pregunta
puede haber recibido una respuesta tan
dogmática.
La vida en Siete Árboles no ha resultado ser tan
libre y despreocupada como Fabian esperaba.
Al menos, Bianca ha encajado bastante bien. Sus
contactos entre la hermandad de astrónomas han
permitido que se instale cómodamente en un
grupo de pares respetable, aunque una casa de
pares poderosa en Siete Árboles es
considerablemente menor y más pobre que
512
incluso una casa mediocre en el Gran Nido.
Bianca se ofreció a obtener un puesto favorable
para Fabian, y ciertamente no escatimó esfuerzos
para que lo admitieran con ella, quizá para saldar
su deuda de gratitud, o quizá porque ha visto
cuán útil puede ser ese pequeño cerebro
peligroso. Fabian se negó.
En los meses transcurridos, la vida ha sido difícil
para Fabian, pero tiene un plan. Ha comenzado a
ascender en el hilo de la vida, y esta vez no es la
mascota ni el favorito de nadie, sino que actúa sin
mecenas y sin sacrificar sus cacareadas
libertades. Los machos de Siete Árboles pueden
tener más libertad e influencia que en el Gran
Nido, pero aun así pueden ser asesinados sin
previo aviso. No tienen más derechos que los que
les concede su momentánea utilidad.
Siete Árboles también posee unos bajos fondos,
menos poblados que los del Gran Nido (de la
misma forma que aquí hay menos de todo), pero
aun así repletos de machos descartados y
hembras arruinadas; cada uno presa para los
demás, dejando cadáveres que serán retirados
por las hormigas de limpieza.
Fabian casi fue asesinado varias veces antes de
que pudiera dar los primeros pasos para
establecerse como un diminuto potentado en
Siete Árboles. Las hembras famélicas lo
acecharon, los machos delincuentes lo
513
expulsaron de sus territorios, y se volvió
escuálido por el hambre y las privaciones. Pero
finalmente consiguió contactar con algunas
hembras que lo habían perdido todo, pero
todavía no habían caído en el canibalismo
irracional. Consiguió pillarlas al borde del
salvajismo.
Son tres hermanas demacradas, retoños crecidos
de un grupo de pares que ha quedado reducido a
solo un recuerdo en las altas esferas de la ciudad.
Cuando Fabian las encontró, todavía habitaban
una pequeña tienda bien cuidada a modo de casa
de pares, en la misma base de uno de los árboles
que habían vuelto a brotar allí después de la gran
guerra de antaño, cuando las hormigas
quemaron los originales. Lo escucharon,
turnándose para desaparecer de su vista
supuestamente para dar instrucciones a los
machos para proveerle de un magro refrigerio.
Fabian sabía que no había machos, y que la
hospitalidad que podían ofrecerle eran solo
migajas: insectos diminutos y un viejo ratón
medio momificado con el que se habían
alimentado durante días.
Os devolveré vuestra fortuna, les dijo. Pero debéis
hacer lo que diga.
Fabian las necesitaba. Resultaba amargo
admitirlo, pero cualquier grupo social debía estar
encabezado por hembras. Por ahora.
514
¿Qué tenemos que hacer?, le preguntaron.
Cualquier atisbo de esperanza era como néctar
para ellas, incluso la ofrecida por un macho
extranjero y desaliñado.
Solo tenéis que ser vosotras mismas, les aseguró. Yo
me encargaré del resto.
Tras asociarse de esta manera con ellas, pudo
comenzar el reclutamiento con mayor confianza.
Había cientos de machos abandonados que
vivían miserablemente en los bajos fondos de
Siete Árboles. Carecían de aptitudes, educación o
experiencia útil, pero todos poseían algún tipo de
Conocimiento heredado. Ahora Fabian los buscó,
los entrevistó y adoptó a aquellos cuyas
habilidades podía usar.
Presentándose como un mero sirviente de una de
las viejas arpías para las que supuestamente
trabajaba, comenzó a realizar tareas para casas de
pares más poderosas, empleando la arquitectura
química de las colonias de hormigas. Con este
sistema singular, no tuvo que esperar mucho
antes de que se corriese la voz de sus proezas. La
casa de pares de las tres viejas hembras acumuló
favores y trueques. Pronto pudieron tejerse una
nueva casa más arriba en el árbol, comenzando el
camino hacia las mismas alturas vertiginosas que
antaño habían frecuentado.
515
Cuando intentaron arrebatárselo todo, como
Fabian sabía que harían, simplemente dejó de
trabajar. Para entonces los demás machos habían
entendido su ambición y también depusieron sus
herramientas. Se alcanzó un nuevo arreglo. Las
hembras podrían disfrutar del estatus que la
labor de Fabian les aportara, pero él sería quien
dirigiera la casa, y lo que era más importante, los
suyos serían sacrosantos. Los machos de su casa
no podrían ser tocados.
Aun así, el progreso ha sido lento y complejo.
Como resultado, los métodos poco ortodoxos de
Fabian comenzaron a dar fruto en la sociedad de
Siete Árboles justo cuando comenzaron las
escaramuzas en las minas.
Cuando le llegan los rumores, rápidamente
retoma el contacto con Bianca. La posición de esta
ha cambiado: de científica independiente a
asesora política, pues las principales casas de
pares de Siete Árboles y sus vecinas intentan
decidir una respuesta adecuada. El Gran Nido se
ha apoderado de todas sus minas casi
despectivamente, pero nadie desea ser la primera
en sugerir una respuesta abiertamente violenta.
Sin embargo, cuando las diplomáticas contactan
con el Gran Nido para intentar negociar, se
encuentran con el nuevo mundo que Portia ha
construido tras hablar con Dios. En lugar de
limitarse a explotar su propia fuerza a cambio de
516
concesiones, como es tradicional, la postura del
Gran Nido no se aviene a compromisos. Exige
otros recursos que pertenecen a Siete Árboles y
las ciudades aliadas: granjas, colonias,
laboratorios. Cuando Siete Árboles protesta, las
enviadas del Gran Nido las tachan de herejes. La
Mensajera ha hablado. Ha elegido a sus
campeonas. Esto no es una guerra: es una
cruzada.
Entonces, y solo entonces, Siete Árboles envía
una gran fuerza de hormigas guerreras para
reconquistar las minas. Se enfrenta a ellas una
fuerza similar del Gran Nido, y se produce una
batalla que es solo un débil eco de la catástrofe
que promete el futuro. Las hormigas luchan con
mandíbulas, con cuchillas, con ácidos y con
fuego. Luchan con sustancias químicas que
confunden a las enemigas, que las vuelven locas,
que atacan sus superficies respiratorias, las
subvierten y cambian su lealtad. La fuerza
enviada por el Gran Nido aniquila fácilmente a
las atacantes.
Al día siguiente, Siete Árboles y todas sus
ciudades aliadas reciben un sencillo mensaje de
radio:
Ahora iremos a por vosotras. Rendíos ante
nuestros Conocimientos o haremos lo que
debemos. Es la voluntad de la Mensajera.
517
Esto causa el caos: la sociedad arácnida, de por sí
difusa y no jerárquica, amenaza con venirse
abajo, como suele suceder cuando se encuentra
bajo una gran presión. Los comités de gobierno
se alzan y caen. Algunas aconsejan la rendición y
el apaciguamiento, otras resistencia declarada,
otras simplemente sugieren huir. Ninguna
obtiene una mayoría, sino que cada posición se
fragmenta y se divide en facciones. Lo que está en
juego es cada día más grave.
Entonces, un día, cuando el ejército del Gran
Nido ya se ha puesto en marcha y está en camino,
Bianca pide que se le permita dirigirse a las más
importantes de la ciudad.
Se encuentra colocada en el centro de una red con
casi cuarenta; hembras poderosas agazapadas en
los bordes, con las patas extendidas atentamente
hacia delante para percibir sus palabras a través
de los hilos individuales. La escuchan con
atención. Todas saben que necesitan un golpe
maestro para salvarse, pero no se ponen de
acuerdo en qué puede ser.
Pero la propia Bianca no tiene nada que decir. En
vez de eso, les dice: Voy a traer ante vosotras a
alguien que ha encontrado la forma de combatir la
amenaza. Debéis escucharlo hasta que termine. Debéis
escuchar lo que tiene que decir.
La reacción instantánea es escarnio, conmoción e
ira. Las potentadas de Siete Árboles no tienen
518
tiempo para estas necedades. No hay nada que
un macho pueda decir que ellas mismas no hayan
pensado una docena de veces.
Bianca continúa. Este macho procede del Gran Nido,
explica. Solo gracias a su ayuda conseguí escapar de
allí. Posee una curiosa habilidad para usar a las
hormigas. Incluso en el Gran Nido su trabajo era muy
respetado, pero creo que ha descubierto algo secreto,
algo nuevo. Algo que el Gran Nido aún no tiene.
Por fin, con estos medios, consigue que le presten
atención, las tranquiliza y las persuade de que
escuchen a Fabian.
El macho se dirige lentamente al centro, para
recibir la atención concentrada de las hembras.
Fabian ha dedicado cierta reflexión a este
momento, basándose en su fallo con Portia. No
va a pedir demasiado. Les mostrará, más que
contarles. Las seducirá, pero al modo de las
hembras, con el éxito, y no al de los machos, con
adulación.
Dadme una fuerza de hormigas y derrotaré a su
ejército, declara.
Su respuesta no es tan negativa como había
esperado. Después de todo, saben que es un
renegado del Gran Nido. Lo interrogan
cuidadosamente, y él da respuestas evasivas y
cautelosas, en un combate de esgrima librado
mediante vibraciones sutiles y gestos equívocos.
519
Sugiere que dispone de un conocimiento secreto
de las colonias de hormigas del Gran Nido, pero
no les da nada más. Observa cómo hablan entre
sí, tocando con discreción los hilos radiales de la
tela para enviar mensajes alrededor del círculo
sin que su conversación alcance el centro, donde
él se encuentra.
¿Cuántas hormigas?, le pregunta finalmente una.
Solo unos pocos centenares. Espera que eso sea
suficiente. Lo está arriesgando todo en esta única
aventura, pero cuanto más pequeña sea la fuerza
que lleve consigo, más valiosa parecerá su
victoria.
Lo que pide es una fuerza ridículamente pequeña
en comparación con el ejército que amenaza el
territorio de Siete Árboles, y finalmente las
hembras deciden que no tienen mucho que
perder. La única alternativa seria es rendirse y
entregar todo lo que poseen a los grupos de pares
del Gran Nido.
Fabian vuelve a toda prisa a su propia casa de
pares y elige a una docena de sus asistentes mejor
preparados, todos machos. Conocen buena parte
de su secreto: la nueva arquitectura. Junto con
ellos, se dedica de inmediato a la tarea más
laboriosa, recondicionando a las hormigas que le
han entregado para que obedezcan a su
arquitectura primaria, de forma que se les pueda
dar instrucciones sobre la marcha.
520
Al día siguiente salen de Siete Árboles para
entrar, según espera Fabian, en los anales de la
historia. Viaja con su equipo de aprendices, con
su escasa fuerza de insectos soldados… y con
Bianca. Las líderes de Siete Árboles no pueden
tolerar que una fuerza carezca de guía femenina,
y por tanto ella es su fachada, la cara respetable
del fabianismo.
Por su parte, Bianca no comparte el secreto de
Fabian, pero recuerda su huida milagrosa del
Gran Nido y conoce su reputación como
arquitecto químico. Ha asociado su futuro al de
él, y ahora debe esperar que sea tan eficiente
como él mismo cree.
Las viejas armas que permitieron a su especie
dominar por completo a las hormigas, y por tanto
enriquecer y complicar vastamente su sociedad,
ya no son armas viables de guerra. El efecto
descondicionador del olor esencial del escarabajo
bombardero es algo que ahora la mayoría de las
hormigas están preparadas para resistir, tanto a
causa de las rivalidades entre las arañas como
sencillamente porque los propios escarabajos
bombarderos están interfiriendo constantemente
con la arquitectura de las colonias para sus
propios fines, y siguen siendo un espíritu
persistente en su maquinaria orgánica. Las
arañas solo pueden esforzarse por minimizar sus
efectos.
521
El plan de Fabian es más complicado, y por tanto
más arriesgado. La primera fase consiste en un
ataque frontal.
El camino que probablemente seguirá la columna
del Gran Nido; ya ha sido densamente sembrado
con un complejo laberinto de fosos, resortes,
redes y trampas ígneas. Ninguna araña los
pasaría por alto, pero los sentidos de las
hormigas son fáciles de engañar, especialmente
porque tienen pocas facultades para percibir
nada a distancia. La fuerza del Gran Nido viaja
protegida por una amplia y difusa nube de
exploradoras que se tropiezan con estas trampas
y las activan, y es contra estas que Fabian dirige
a sus propias tropas.
La respuesta es inmediata: los olores de alerta
atraen cada vez a más invasoras. Situado a favor
del viento respecto a la lucha, Fabian libera un
olor tras otro en el aire. Cada uno contiene
nuevas instrucciones, codificadas químicamente,
que permiten que su pequeña fuerza reaccione
rápidamente, cambie sus tácticas y supere al
enemigo, mientras que las hormigas del Gran
Nido se limitan a seguir la arquitectura básica de
batalla que no resulta muy diferente de los
antiguos instintos de lucha de los insectos.
En unos minutos, las fuerzas de Fabian se han
retirado con pérdidas mínimas, y cargadas con
522
prisioneras, un puñado de exploradoras aisladas,
inmovilizadas y capturadas.
Fabian y los suyos se retiran, y continúan
retirándose hasta que las exploradoras del Gran
Nido que los persiguen desisten y regresan sobre
sus propios rastros de olor para volver a
encontrar la columna. Una vez que ya no es
objeto de ataque, el equipo de Fabian establece un
laboratorio y usa muestras de las exploradoras
capturadas para fabrican un nuevo juego de
instrucciones para sus soldados.
Sus hormigas reciben las órdenes iniciales. La
pequeña fuerza se divide, cada hormiga por su
cuenta, y se dirige hacia el enemigo.
¿Qué estás haciendo?, exige saber Bianca. Has
disuelto tu ejército. Todo el mundo sabe que las
hormigas solo resultan efectivas en gran número.
Una hormiga solitaria no sirve de nada.
Debemos movernos, dice Fabian por toda
respuesta. Debemos colocarnos a favor del viento.
Esta es una limitación de su técnica que
encuentra irritante, pero ya la resolverá en el
futuro. En su cabeza comienza a describir
sistemas en los que los escarabajos bombarderos
serán portadores de nueva información, o en que
se liberaran productos químicos mediante
señales visuales a distancia… pero por ahora
debe trabajar con lo que tiene.
523
La hueste de hormigas separadas alcanza la
columna enemiga, y atraviesan la ancha franja de
exploradoras sin que estas den la alarma. Tocan
las antenas de las invasoras, con un rápido
movimiento de los apéndices, y las dejan pasar,
reconociéndolas como amigas.
Desde su atalaya entre las ramas, Fabian observa
en tensión cómo sus hormigas se van
incorporando sin ser advertidas a las filas del
Gran Nido. Ahora viene el paso más duro para el
propio Fabian. Nunca ha sido responsable de la
muerte de otro de su especie. Sabe que hay
algunos que viven vidas de privaciones en las
que luchar, matar y consumir a otra araña es pura
cuestión de supervivencia, pero su clara
impresión es que él está luchando contra dichas
privaciones, y que matar a uno de los suyos es
cosa del pasado. El nanovirus en su interior se
resiste a admitir la necesidad de su propósito,
reconociendo los lazos de hermandad con las
víctimas potenciales.
Pero su plan se encuentra en un equilibrio
delicado, y no puede permitir que nada lo ponga
en peligro.
Entre los millares de hormigas de la columna hay
una docena de arañas observadoras del Gran
Nido. ¿Acaso no ven a las hormigas extranjeras
que se entremezclan en sus filas? Aunque el
ejército del Gran Nido sigue su habitual y rígida
524
arquitectura, existirán una serie de protocolos
preestablecidos que serán activados por las
oficiales arácnidas, sin duda incluyendo uno para
ordenar el ataque sobre Siete Árboles. Es posible
que una de estas posiciones predeterminadas
constituya algún tipo de respuesta de
emergencia.
Con una sensación de ruina inminente, Fabian
libera su siguiente juego de instrucciones.
Las hormigas infiltradas buscan y abaten
sistemáticamente a las arañas del Gran Nido que
acompañan al ejército. Las atacan sin miedo a
nada, liberando olores de alerta que causan un
frenesí entre las hormigas leales que las rodean.
Se trata de un acto calculado e implacable
meticulosamente planeado de antemano.
Observando los resultados, que dejan nudos de
hormigas aferradas a miembros arrancados y
fragmentos de caparazón, el equipo de Fabian y
Bianca se queda muy callado. Por supuesto, no es
la primera vez que una araña mata a otra, o
incluso que un macho ha matado a una hembra,
pero esto es diferente. Esto representa el
comienzo de una nueva guerra.
Desde ese momento, la columna del Gran Nido
está condenada. Los soldados de Fabian la
devoran desde su interior. El ejército invasor
dispone de ciertas defensas, condicionamientos
preestablecidos para defenderse frente a ataques
525
inesperados, además de códigos de olor que
cambian con el tiempo de acuerdo con una
secuencia predeterminada. Pero la nueva
arquitectura de Fabian le permite moverse
velozmente para adaptarse. La pesada y
compleja máquina analítica que constituye el
ejército del Gran Nido ha detectado que algo va
mal, pero sencillamente no puede modificarse lo
bastante rápido como para entender la amenaza.
Para cuando Fabian ha terminado, el rastro de
hormigas muertas se extiende a lo largo de
kilómetros. Él mismo ha perdido a menos de una
docena. Sus Termopilas no han sido una
constricción física, sino mental, que el enemigo
simplemente no podía atravesar mientras él la
defendiera.
El Gran Nido aún no ha sido derrotado. La
columna que Fabian ha destruido es una mera
fracción de la maquinaria militar de la que puede
disponer el templo. La victoria de Siete Árboles
recibirá como respuesta nuevas agresiones, sin
duda. Fabian regresa a su hogar y se presenta
ante las gobernantes.
Estas exigen conocer su secreto. Él no está
dispuesto a contárselo, y confirma que tanto él
como todo su grupo de pares han tomado
precauciones para asegurar que sus nuevos
Conocimientos no puedan ser extraídos por la
fuerza de sus cadáveres.
526
Una de las hembras (llamadla Viola) toma la
palabra.
¿Y ahora qué harás?
Fabian sospecha que Viola está pensando en un
futuro más allá del que contemplan sus
hermanas, ya que ha usado los servicios de
Fabian antes de la guerra, y tiene una cierta idea
de cómo piensa este.
Derrotaré al Gran Nido y a sus aliadas, declara. Si es
necesario, conduciré a un ejército de Siete Árboles
hasta su ciudad, y les mostraré lo equivocadas que
están.
Las reacciones que percibe constituyen una
mezcla fascinante: horror ante el hecho de que un
macho hable tan abiertamente de asuntos de
tanto peso; ambición por ver a su rival más
poderosa humillada; desesperación, pues, ¿qué
alternativa tienen?
Viola lo insta a continuar: sabe que tiene más que
decir.
Tengo una condición, admite Fabian. Ante su
mirada colectiva y hostil, les detalla lo que desea,
a lo que quiere que Siete Árboles se comprometa
a cambio de su supervivencia. Es el mismo trato
que propuso a Portia. Las arañas de Siete Árboles
no están más predispuestas a su favor, pero
Portia no se encontraba en una situación tan
precaria como ellas.
527
Quiero el derecho a vivir, les dice, con toda la
firmeza que se atrevía a emplear. Quiero que la
muerte de un macho sea objeto de castigo, como la
muerte de una hembra… incluso una muerte tras el
apareamiento. Quiero el derecho a establecer mi propia
casa de pares, y a hablar en su nombre.
Ante él se encuentra un prejuicio de un millón de
años. La arcaica araña caníbal, cuyos viejos
instintos aún forman el caparazón que alberga a
su cultura, retrocede horrorizada. Fabian percibe
el conflicto al que se enfrentan: la tradición contra
el progreso, el pasado conocido contra el futuro
desconocido. Como especie han progresado
mucho; disponen del intelecto para romper las
ataduras del ayer. Pero no será fácil.
Gira sobre sí mismo en una serie de movimientos
cortos y espasmódicos, mirando a cada araña a
los ojos. Ellas lo miran calibrándolo, y ponderan
el coste de sus exigencias contra el coste de tener
que admitir las del Gran Nido. Reflexionan sobre
lo que la victoria de Fabian les ha aportado, y
cómo ha mejorado su posición negociadora.
Meditan sobre lo que el Gran Nido les arrebatará
si se rinden: ciertamente el templo de Siete
Árboles será purgado y enviarán sacerdotisas
extranjeras que impondrán su visión ortodoxa de
la voluntad de la Mensajera. El control de Siete
Árboles ya no estará en manos de las hembras
presentes. Su ciudad se convertirá en un títere de
528
cuyos hilos tirará a distancia el Gran Nido, que la
hará bailar al ritmo de sus instrucciones radiadas.
Debaten, se atormentan, se amenazan
mutuamente y riñen por quedar por encima.
Finalmente, formulan su respuesta.
5.7
Ascensión
—No era mi intención que pasara esto. No se
suponía que fuera a llevar tanto tiempo.
Holsten estaba cenando con Guyen. Los acólitos
del comandante, o sus ingenieros de alta
formación, o lo que sea que fueran en realidad, le
habían traído raciones que recordaba haber visto
recuperar en grandes cantidades de la estación
terraformadora. Las calentaron hasta
descongelarlas, y quedó un líquido denso y tibio
que se llevó a la boca con una cuchara sin mucho
entusiasmo mientras el viejo hablaba. No estaba
claro qué era lo que Guyen comía estos días, pero
probablemente lo hacía por un tubo… y habría
otro en el extremo opuesto para librarse de lo que
sus tripas resecas no pudieran procesar.
—Desperté a una tripulación que parecía
apropiada, de acuerdo con los registros. Todos
tenían experiencia técnica —continuó Guyen, o al
menos lo hicieron las máquinas que hablaban por
él—. Disponíamos de todo el material que
529
habíamos cogido de la estación. Se suponía que
preparar la nave debía ser cosa de poco tiempo.
Unos pocos días más. Unos pocos meses más.
Solo otro año más. Siempre otro año más. Y yo
me iba a dormir un rato, y me despertaba, y no
habían terminado el trabajo… —Su rostro
marchito se relajó al recordar—. ¿Y sabes qué? Un
día me desperté, y vi todas esas caras jóvenes…
Me di cuenta de que la mitad de la gente había
nacido fuera de las cámaras de suspensión. Se
habían pasado la vida entera trabajando, Mason;
habían intentado que funcionase todo ese
tiempo. Y la nueva generación… no estaba tan
formada. Habían aprendido lo que habían
podido, pero… Y luego vino otra generación,
degenerada, que entendía aún menos. Todos
estaban demasiado ocupados con el trabajo para
transmitir el conocimiento. No conocían nada
más que la nave, y a mí. Yo tenía que liderarlos
porque debían hacer el trabajo, no importaba lo
inferiores que fueran, y cuánto tardaran.
—¿Por que necesitas combatir al satélite de Kern,
el hábitat Brin? —completó Holsten entre dos
bocados.
—Tengo que salvar a la especie —confirmó
Guyen, como si las dos cosas significasen lo
mismo—. Y lo conseguimos. Lo conseguimos
entre todos. Todas esas vidas no fueron en vano.
Tenemos defensas tecnológicas del Imperio,
530
físicas y electrónicas. No queda ningún punto
débil por el que pueda entrar Kern y
desconectarnos. Pero para entonces me di cuenta
de que me había hecho viejo, y entendí lo mucho
que la nave me necesitaba, por lo que tomamos la
instalación de grabación y comenzamos a
trabajar en ella. Lo he dado todo, Mason. He dado
tantos años al proyecto de la Gilgamesh. Quiero…
Realmente quiero cerrar los ojos y dejarme ir.
La voz artificial se redujo a un susurro de estática.
Holsten reconoció que se trataba de una pausa
sagrada, y no intentó insertar ninguna palabra.
—Si pensase que ya no soy necesario —murmuró
Guyen—. Si pensase que ellos, o vosotros, podéis
seguir adelante sin mi dirección, me marcharía.
No quiero seguir aquí. ¿Quién querría ser esta
cosa moribunda e intubada? Pero no hay nadie
más. La especie humana descansa sobre mis
hombros, Mason. Yo soy su pastor. Solo a través
de mí nuestro pueblo alcanzará su auténtico
hogar.
Mason asintió, y volvió a asentir, y pensó que
puede que Guyen se creyera todo eso, o puede
que no, pero él detectaba un atisbo de falsedad de
todas formas. Guyen nunca había estado
dispuesto a recibir consejos o a compartir del
mando. ¿Por qué se iba a convertir ahora en
alguien capaz de entregar el poder,
especialmente cuando podía lograr una especie
531
de inmortalidad si el asunto de la grabación
funcionaba?
Siempre que el grabador no destruyese los
sistemas de la Gilgamesh.
—¿Por qué no Lain? —le preguntó a Guyen.
El viejo se crispó al oír ese nombre.
—¿Qué pasa con Lain?
—Es la jefa de Ingeniería. Si querías que se
realizase todo este trabajo, ¿por qué no la
descongelaste antes? La he visto. Ha envejecido,
pero no… —no tanto como tú—… no es tan mayor.
Seguramente no la sacaste de las cámaras hace
mucho tiempo. ¿Por qué no comenzaste con ella?
Guyen lo miró con el ceño fruncido un momento,
o quizá alguna máquina lo hizo en nombre del
ciego Guyen.
—No confío en Lain —repuso—. Tiene sus
propias ideas.
Ante eso no había nada que decir. Para entonces
Holsten se había formado una clara impresión
sobre si Guyen estaba loco, y sobre si Lain estaba
cuerda. Por desgracia eso no parecía traducirse
en una certeza equivalente acerca de cuál de los
dos tenía razón.
Tenía una bala más en la recámara. Había una
secuencia de grabaciones que Lain le había
mostrado antes de la reunión con Karst y Vitas:
532
las últimas transmisiones de la colonia lunar que
habían dejado atrás en el sistema de Kern. Era el
arma secreta de Lain para persuadirlo de que era
necesario hacer algo. En ese momento, había
funcionado. Lain había sido implacable, y
Holsten había quedado sumido en una depresión
y una tristeza mayores de lo habitual. Oyó las
voces desesperadas y llenas de pánico de la gente
que Guyen había abandonado: sus súplicas, sus
informes. Todo había fallado, la infraestructura
de la colonia simplemente no era autosuficiente.
Largas décadas después de que se fundase la
base, había comenzado a morir.
Guyen había dejado en ella una comunidad,
algunos despiertos, otros en suspensión. Los
había dejado allí para que viviesen y criasen a sus
hijos para sustituirlos al mando de esa empresa
condenada. Luego el comandante de la Gil había
escuchado sus gritos moribundos, sus frenéticos
ruegos, padeciendo el frío y el aire envilecido…
Los afortunados se habrían podrido en sus fríos
ataúdes una vez que falló la energía.
El último mensaje había sido una señal de
emergencia automática, repetida una y otra vez:
la versión de la humanidad sucesora de la
llamada milenaria de Kern. Finalmente incluso
eso había cesado. Ni siquiera eso había superado
la prueba de aquel corto periodo de tiempo.
533
—He escuchado las grabaciones de la base lunar
—le dijo a Guyen.
El rostro correoso del comandante se volvió hacia
él.
—¿Ah, sí?
—Lain me hizo escucharlas.
—Claro que sí.
Holsten esperó una continuación que no llegó.
—¿Estás… estás negándolo? ¿Estás diciendo que
Lain las falsificó?
Guyen negó con la cabeza, o algo lo hizo por él.
—¿Qué querías que hiciera? —exigió—. ¿Volver
a por ellos?
Holsten estuvo a punto de decir que sí, que eso
era exactamente lo que Guyen debería haber
hecho. En vez de eso, una cierta consciencia
científica moderó su pasión, y empezó a decir…
—El tiempo…
—Estábamos a varias décadas de distancia —
asintió Guyen—. Habríamos tardado décadas en
llegar hasta ellos. Para cuando entendieron que
tenían un problema, no disponían de tanto
tiempo. ¿Querrías que hubiese realizado el
colosal esfuerzo de hacer que esta nave virase,
solo para enterrarlos?
534
Guyen casi lo consiguió en ese momento. Las
percepciones de Holsten sobre lo que estaba bien
y mal se agitaban como un pez fuera del agua, y
se dio cuenta de que era posible mirar ese rostro
grisáceo y moribundo y contemplar al salvador
de la humanidad: un hombre que había sido
entrenado para tomar decisiones difíciles, y las
había tomado con pena pero sin dudar.
Entonces una auténtica impresión se abrió paso
finalmente en la cara de Guyen.
—Y además —añadió—, eran traidores.
Holsten se quedó allí sentado, muy quieto,
mirando la terrorífica recomposición de los
rasgos del comandante. Una especie de estúpida
e infantil satisfacción se había apoderado del
viejo, quizá sin que este fuera consciente de ello.
Había habido amotinados, por supuesto, como
Holsten podía recordar por muy buenas razones.
Se acordaba de Scoles, Nessel y toda aquella
retórica sobre ser sacrificados en una tumba
helada.
Y tenían razón.
Y, por supuesto, la mayor parte de los
amotinados habían muerto. El cargamento
descongelado para formar la tripulación de la
base lunar no había estado formado por
traidores; de hecho, habrían tenido una idea muy
535
escasa de lo que había sucedido antes de
entender su destino.
—Traidores —repitió Guyen, como saboreando
la palabra—. Al final, recibieron su merecido. —
La transición de serio líder y mártir a psicópata
furioso había sucedido sin que Holsten fuera
consciente de que se hubiera traspasado ninguna
frontera visible.
Entonces varias personas comenzaron a entrar en
la cámara: el personal de Guyen. Andaban
arrastrando los pies e iban vestidos con sus
túnicas, y se arremolinaron formando una
congregación harapienta ante la gran majestad
mecánica del estrado de Guyen. Holsten los vio
entrar por centenares: hombres, mujeres y niños.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—Estamos listos —jadeó Guyen—. Ha llegado la
hora.
—¿De tu grabación?
—De mi ascensión, mi guardia eterna que me
permitirá conducir a mi pueblo por siempre, en
este mundo y en el que vendrá. —Comenzó a
caminar rígidamente, un paso tras otro.
Desde alguna parte aparecieron Vitas y un
puñado de su equipo, rodeando a las máquinas
como sacerdotes. La jefa científica miró una vez a
Holsten, pero sin mostrar ningún interés. En
torno a las paredes de la cámara, había una
536
docena de hombres y mujeres con uniformes
acorazados: el equipo de Seguridad de Karst.
Uno de ellos debía ser el propio Karst, pero
tenían los visores bajados.
Así que la vieja banda está reunida de nuevo, excepto
una. Holsten era muy consciente de que Lain
desearía que él intentase retrasar las cosas,
aunque no sabía si realmente estaría en camino.
—Guyen —llamó al comandante—. ¿Y ellos? —
Su gesto abarcó a la masa de la congregación—.
¿Qué les sucederá cuando tú seas… traducido?
¿Seguirán multiplicándose hasta que la nave se
colapse? ¿Hasta que no quede nada más que
comer? ¿Qué pasará?
—Les proveeré de lo que necesiten —prometió
Guyen—. Les mostraré el camino.
—Sera otra vez como con la colonia lunar —
repuso Holsten—. Morirán. Se comerán todos los
alimentos. Habitarán en todos los espacios hasta
que las cosas empiecen a fallar. Esta nave no está
hecha para ser habitada. Ellos son el cargamento.
Todos somos cargamento. —Aspiró
profundamente—. Pero para entonces ya habrás
creado tu avatar electrónico. Así que mientras
haya energía, estarás bien. Probablemente la
mayor parte de la nave estará bien, incluyendo el
cargamento en suspensión… Pero esta gente, y
sus hijos… ¿y luego qué? Tal vez una generación
más, y después morirán. Tus seguidores morirán
537
una muerte prolongada de hambruna y
maquinaría decrépita, y frío, y asfixia, ¡y todas las
demás cosas que pueden suceder porque estamos
en el jodido espacio! —Se sorprendió a sí mismo
por la vehemencia de su diatriba, y pensó:
¿Realmente me importan tanto estos lunáticos? Al
parecer, así era.
—¡Yo proveeré! —La voz de Guyen se alzó sin
esfuerzo, emitida por los altavoces repartidos por
la sala—. Soy el último pastor de la especie
humana.
Holsten había esperado que sus propias palabras
causaran un cierto impacto de miedo e
incertidumbre entre la congregación, pero esta
parecía extrañamente plácida, aceptando lo que
Guyen decía y sin apenas percibir las palabras
pronunciadas en su contra. De hecho, la única
respuesta que obtuvo es que de repente dos de
las ovejas más corpulentas del rebaño de Guyen
lo rodearon, aferrándolo como si estuvieran a
punto de llevárselo en volandas. Necesitaba más
munición. Ahora tendría que jugar sucio.
—¡Hay algo más! —gritó, justo cuando Guyen
alcanzaba el escalón más alto—. ¿Sabes que Karst
y Vitas han estado colaborando con Lain a tus
espaldas?
El silencio total que siguió a su declaración fue
interrumpido por la voz de Karst, distorsionada
por el casco, que escupió:
538
—¡Hijo de puta!
Guyen se había quedado completamente
quieto… y, por tanto, todos los demás también.
Holsten dirigió una rápida mirada a Vitas, que
observaba la situación a su alrededor con aire de
tranquila curiosidad, como si no pudiera sentir el
súbito cambio de humor de la multitud. El
equipo de Karst comenzó a agruparse. Todos
llevaban pistolas, y ahora apuntaban sobre todo
a los fieles.
¿Habré hecho lo más sensato que podía hacer, en
estas circunstancias?
—No te creo —graznó la voz de Guyen, aunque
si su voz que venía de todas partes estaba en
efecto carente de creencia, rebosaba de duda
electrónica. La paranoia de Guyen claramente
poseía un campo de visión de 360 grados.
—Cuando tus payasos me atraparon, volvía de
una reunión en la que estábamos yo, Lain, él y
ella —dijo apuntando a los culpables para que el
tribunal pudiera verlos.
—¡Mason, cállate o te volaré la jodida cabeza! —
bramó Karst, borrando así cualquier duda que
quedase sobre su inocencia.
La congregación estaba en su mayor parte
armada, aunque fuera con cuchillos y lanzas y
mazos improvisados. Superaban en número por
539
mucho al equipo de Karst, y el espacio era
reducido.
—¡Debéis volver a entrar en suspensión! —
repuso Guyen—. ¡Tú, Vitas, y todos los vuestros!
—¡Y una mierda! ¿Y luego qué? —respondió
Karst—. ¿Crees que confío en ti?
—¡Yo seré la propia nave! —aulló Guyen—. Seré
todo. Tendré poder de vida y muerte sobre todos
los miembros de la especie humana. ¿Crees que
simplemente no entrar en suspensión te salvará
de mi ira, si me desafías? Obedéceme ahora y me
mostraré clemente.
—Comandante… —comenzó a decir Vitas. Por
encima del murmullo que se elevaba de la
congregación, Holsten intentó leer sus labios.
—¡Tú también, traidora! —Guyen le apuntó con
un dedo escuálido como una ramita.
Entonces Karst o uno de los suyos (Holsten no vio
quién) intentó apuntar con una pistola a Guyen,
y comenzó la lucha. Sonaron vanos disparos, que
arrancaron chispas del techo, y algunos se
abrieron paso entre la multitud, pero la situación
degeneró en un tumulto casi de inmediato, pues
las masas sin preparación pero fervientes se
lanzaron contra las escasas fuerzas de Karst.
Entonces fue cuando Lain eligió hacer su
movimiento.
540
Un grupo de acólitos con túnicas se abrió paso
entre la multitud y subió a saltos los escalones
hacia Guyen, e incluso Holsten pensó que se
trataba de fanáticos que se dirigían a proteger a
su divinidad, formando una especie de escudo
humano. Solo cuando su líder extrajo un arma
improvisada, y su capucha cayó hacia atrás, se
dio cuenta de su error.
Al momento siguiente Lain había colocado su
arma (algún tipo de pistola de clavos industrial)
contra la cabeza de Guyen y estaba gritando para
que todos le prestasen atención.
Para entonces había unas veinte personas
derribadas, heridas o muertas: un par de la banda
de Karst, y el resto desafortunados seguidores de
la iglesia de Guyen. Lain no consiguió el silencio
que buscaba: sonaban llantos, gritos de auxilio, y
al menos un agudo gemido que transmitía un
pesar desolado. Sin embargo, la mayoría de los
creyentes se habían quedado de piedra al ver que
su profeta estaba a punto de ser derrotado en el
mismísimo momento de su trascendencia.
—Vale —gritó Lain, tan alto como pudo. Su voz
no estaba hecha para proclamaciones públicas o
para confrontar herejías, pero lo hizo lo mejor
posible—. Nadie va a ninguna parte, y eso
incluye a ese jodido ordenador.
—Karst… —Era la voz de Guyen, aunque sus
labios no se habían movido. Holsten miró hacia
541
el equipo de Seguridad, obligado a retroceder
hasta formar un nudo apretado en torno a su
líder. Si hubo alguna respuesta, fue demasiado
callada para oírla, pero quedó claro que Guyen
no recibiría ayuda de ellos, ya no.
—Vitas, desconecta esta mierda —instruyó
Lain—. Entonces podremos empezar a ordenar
este lío.
—Hmm. —La jefa científica inclinó la cabeza
hacia un lado—. Entonces, ¿tienes algún plan, jefa
de Ingeniería? —Parecía algo extraño
proviniendo de alguien incapaz de charlar
informalmente. Holsten vio que Lian fruncía el
ceño.
Y, por supuesto, Vitas había querido que la
grabación se realizase. Había querido ver lo que
iba a pasar.
—¡Lain! —gritó Holsten—. ¡Ya ha comenzado!
¡Se está grabando ahora! —Se trataba de un
proceso prolongado, pero por supuesto Guyen
había estado conectado todo este tiempo.
Probablemente llevaba una eternidad
introduciendo su cerebro en la memoria de la Gil,
trocito a trocito.
Lain se dio cuenta al mismo tiempo, y apretó el
gatillo.
El rostro de Vitas fue digno de verse en esa
milésima de segundo: por fin expresó una
542
auténtica conmoción, pero combinada con una
especie de interés obsceno, como si incluso este
giro fuera a producir datos para sus estudios. El
rostro de Guyen, por supuesto, desapareció con
el resto de su cabeza y pintó de rojo la instalación
de grabación.
Sonó un gemido colosal cuyos ecos rebotaron por
la sala, se retorció y distorsionó y se redujo a
estática, pero se volvió a reconstruir
irregularmente hasta que por fin se convirtió en
una voz.
—¡Yo! —gritó Guyen al mismo tiempo que su
cadáver se derrumbaba en su nido de tubos y
cables—. ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!
Las luces se apagaron, volvieron a encenderse,
parpadearon. Las pantallas que llenaban la sala
se activaron súbitamente con vómitos aleatorios
de color y luz, fragmentos de un rostro humano,
y mientras la voz seguía tartamudeando:
—¡Yo! ¡Yo! ¡Mío! ¡Obedeced! ¡Yo! —Era como si
Guyen hubiese sido destilado hasta dejar solo los
impulsos básicos que siempre lo habían
motivado.
—¡Informe de daños! —El equipo de Lain había
subido al estrado, y accedió a la Gil a través de la
maquinaria que había allí—. ¡Karst, controla la
situación, cretino inútil!
543
Karst apunto su rifle al techo y disparó varias
veces, y el rugido del arma barrió de la sala
cualquier otro ruido humano, sin ser capaz de
eliminar la glosolalia que salía por los altavoces.
En las pantallas, algo intentaba adoptar la forma
de la cara de Guyen, como prueba de su
ascensión para los auténticos creyentes; falló una
y otra vez, incompleto y distorsionado. A veces,
Holsten pensó que veía en su lugar la cara de
Kern.
Subió torpemente los escalones para reunirse con
Lain.
—¿Qué sucede?
—Guyen está en el sistema, pero… es otra copia
incompleta, como en las pruebas. Solo que es
más: hay más de él. Estoy intentando aislarlo,
pero está defendiéndose… Todos están
defendiéndose. Es como si hubiese sembrado el
jodido ordenador con su gente, y los hubiera
enviado por delante para despejarle el camino.
Yo…
—¡No podréis detenerme! —tronó el Guyen
virtual, su primera frase completa—. ¡Yo! ¡Yo!
¡Soy! ¡Eterno! ¡Soy!
—¿Qué…? —comenzó Holsten, pero Lain hizo
un gesto para que se alejase.
—Cállate, ¿vale? Está intentando obtener el
control del soporte vital.
544
El equipo de Karst estaba despejando a los
seguidores de Guyen, que parecían mucho
menos exultantes acerca de la ascensión parcial
de su dios de lo que probablemente habían
esperado.
—Vitas, ayúdame, por favor.
La jefa científica se había quedado mirando las
pantallas, pero al fin pareció tomar una decisión.
—Estoy de acuerdo, esto ha ido lo bastante lejos.
—Como si fuera simplemente cuestión de un
experimento que había durado demasiado.
—¿Qué puedo…?
Lain se volvió hacia Holsten entonces, confiando
en que su equipo le permitiría alejarse un
momento de las consolas.
—En serio, has hecho lo que has podido. Has
hecho lo que había que hacer. Lo has hecho bien.
Pero este es nuestro campo, viejo. Si quieres, ve a
ayudar a Karst, y cruza los dedos para que
podamos contener al jodido virus de Guyen antes
de que cause demasiado…
Se produjo un estremecimiento a lo largo de la
nave, y Lain se puso muy pálida.
—Mierda. Vamos, vete, Holsten. Mantente a
salvo.
Dijo un habitante de la cáscara de huevo a otro.
545
5.8
Héroe conquistador
Fabian ha llegado ante las puertas del Gran Nido
con un ejército.
Técnicamente, el ejército no es suyo. Siete
Árboles no está tan desesperada como para
conceder el mando oficial de una fuerza como
esta a un macho. Viola, una de las hembras más
poderosas de esa ciudad, es la representante de
su hogar y por tanto se encuentra teóricamente al
control. El cometido de Fabian es ejecutar sus
órdenes. Este arreglo le resulta menos amargo de
lo que había esperado.
Que Viola sea tranquila, inteligente y previsora
facilita las cosas. No intenta decirle a Fabian
cómo hacer su trabajo. Le indica la estrategia a
grandes rasgos, aportando una comprensión de
los conflictos y de la naturaleza arácnida que
supera con mucho la de Fabian. El cometido de
este es la táctica; maneja un ejército de miles de
hormigas como un virtuoso gracias a su
arquitectura química fluida y adaptable. Ambos
trabajan sorprendentemente bien juntos.
Otro motivo por el que Fabian se alegra de no
cargar con la autoridad última es que también
carece de la responsabilidad final. Para llegar
hasta aquí, Siete Árboles y sus aliadas han
sumado una cantidad de enemigos masacrados
que hace que Fabian se estremezca cada vez que
546
piensa en ello. Aparte de las innumerables
hormigas muertas, varios cientos de arañas han
perecido en la lucha, algunas intencionadamente,
otras por casualidad. El Gran Nido ha hecho todo
lo que ha podido para invertir la tendencia
mediante el asesinato de las líderes de Siete
Árboles, pero le ha perjudicado su creencia de
que esas líderes deben ser hembras. Por tanto,
Fabian ha sido ignorado por las asesinas en varias
ocasiones, mientras que Viola ha perdido dos
patas y ha acabado personalmente con la vida de
tres arañas que intentaban matarla. Todas las
participantes en este conflicto han aprendido una
terrible verdad sobre sí mismas: pertenecen a una
especie que no mata a la ligera, pero si le das un
motivo, matará.
Y ahora están ante el propio Gran Nido, y su
ejército se encara con una hueste de hormigas
formada por los restos de las colonias de esa gran
ciudad, la mayor parte de las cuales ni siquiera
están condicionadas para el servicio militar, pero
si se las obliga lucharán contra las hormigas
enemigas.
Ante ellos, la vasta metrópolis que constituye la
ciudad más grande de las arañas parece frágil,
como unos meros andrajos de seda que el viento
podría llevarse. Durante la mayor parte de su
vida, fue el hogar de Fabian. Hay cientos de miles
de arañas actualmente agazapadas en sus casas
547
de pares, bajo sus doseles, contra los troncos y las
ramas, esperando a ver lo que sucede a
continuación. Apenas ha habido alguna
evacuación, y Fabian ha oído que el templo ha
hecho todo lo que ha podido para evitar que
nadie se fuera.
Viola ha enviado a un mensajero a las casas de
pares del Gran Nido, con una lista de demandas.
El mensajero es macho, y por tanto Fabian no
apuesta porque vuelva con vida. Cuando
protestó por esto, Viola declaró sombríamente
que si Fabian realmente deseaba que su sexo
recibiera todas las libertades de las hembras,
entonces los machos debían asumir los mismos
riesgos.
Fabian solo puede intentar imaginar el debate
que debe estar produciéndose en el Gran Nido.
Portia y sus sacerdotisas deben estar instando a
la resistencia. Quizá crean que la Mensajera las
salvará, de la misma forma que en una ocasión
intercedió por su pueblo en la gran guerra de
tiempos remotos contra las hormigas.
Ciertamente, las frecuencias de radio del templo
deben estar atestadas de oraciones por la
salvación. Si la Mensajera tiene el poder para
ayudar a sus fieles, ¿a qué está esperando?
¿Radio? Fabian se sumerge brevemente en una
ensoñación científica en la que cada hormiga
soldado dispondría de su propio receptor de
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radio, y de alguna manera podría escribir su
propia arquitectura química de acuerdo con las
señales enviadas por la red invisible. ¿Una
colonia de hormigas que pudiera ser manejada a
la velocidad del pensamiento…? Se estremece
ante la idea. ¡Qué no podríamos hacer!
Y tiene la persistente sensación de que se le ha
ocurrido antes la misma idea. Con un
estremecimiento súbito, se da cuenta de que el
gran proyecto de la Mensajera, por el que Portia
y sus fanáticas camaradas han llegado tan lejos
como para causar indirectamente esta guerra,
podría ser justamente algo así. Sin hormigas, sin
sustancias químicas: una red de cobre que
transmitiera impulsos exactamente como la
radio, como las hormigas individuales en una
colonia. ¿Y acaso no disponía de interruptores,
bifurcaciones, puertas lógicas…? Le parece que
ese diseño tendría la virtud de la velocidad, y aun
así, ¿cómo podría ser tan versátil y complejo
como una colonia de hormigas que trabajase con
toda su capacidad?
Tú conoces a Portia. ¿Cederá?, lo interpela Viola.
Han estado esperando una respuesta desde hace
tanto que el sol comienza a ponerse. Su plazo
límite es cuando caiga la noche, pues las
hormigas pueden combatir perfectamente en la
oscuridad.
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