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Published by snullbug20, 2020-08-28 22:04:59

Herederos del tiempo - Adrian Tchaikovsky

hombre estaba hinchándose a ojos vista allí


donde el aguijón había atravesado su uniforme.


Estaba gritando, y ahora el hombre en el exterior

empezó a gritar también; Scoles estaba


intentando cerrar la esclusa por la fuerza, pero ya


había hormigas dentro con ellos, recorriendo los


confines cerrados de la cabina, buscando nuevas

víctimas.



Holsten se arrodilló junto a Tevik, intentando


separar la cabeza de la hormiga de su pierna,


consciente de que sus costillas debían estar

protestando a voces justo entonces. Al final tuvo


que arrancarla con una pinza, mientras Tevik se


aferraba al suelo, pues los analgésicos de

emergencia claramente no eran suficientemente


efectivos.



Holsten sostuvo la cabeza ante sí y la miró


detenidamente. Las mandíbulas ensangrentadas

parecían extrañamente pesadas… y metálicas.



Scoles había conseguido cerrar la esclusa y él,


Nessel y Lain habían estado pisoteando a todos


los insectos que encontraron, mientras la cabina

se llenaba lentamente con el acre hedor de sus


cuerpos aplastados. Holsten vio cómo


encontraban una hormiga más que había subido

a las consolas.



—No golpeéis los sistemas electrónicos —avisó


Lain—. Podemos necesitar… ¿Es eso una llama?








300

Se produjo un breve destello y una llamarada en


el abdomen de la hormiga, que estaba


dirigiéndose agresivamente hacia ellos.



Apuntándoles, fue la palabra que vino a la mente

a Holsten.



Entonces ese extremo de la cabina se incendió.



La tripulación retrocedió del súbito chorro de


llamas que estaba arrojando sustancias

inflamables por el espacio cerrado. Nessel


tropezó y se cayó sobre Holsten y Tevik,


palmeándose el brazo. De repente una línea de


fuego apareció entre ellos y la esclusa, alzándose

tanto que parecía imposible, y mostrando una


combustión más violenta y rápida de lo que


podía esperarse. Y la hormiga seguía

expulsándolo; ahora el plástico de las consolas


estaba derritiéndose, llenando el aire con vapores


tóxicos.



Lain se tambaleó hacia la parte trasera, tosiendo,

y manoteó uno de los paneles, buscando el cierre


de emergencia. Holsten se dio cuenta de que


estaba intentando abrir el acceso a la bodega… o

adonde había estado la bodega. Al cabo de un


momento, la pared trasera de la cabina se abrió


mostrando un espacio vacío y Lain casi cayó por

él.
















301

Scoles y Nessel salieron enseguida con Tevik


entre los dos, y Lain levantó a Holsten por las


axilas y lo ayudó a seguirlos.



—Las hormigas… —consiguió decir.


Scoles ya estaba mirando alrededor, pero de


alguna forma la gran hueste de insectos que


habían visto antes parecía haberse desintegrado


en los pocos momentos en que habían estado

dentro. En lugar de la aproximación intencionada


de una horda ahora había solo pequeños nudos


de insectos que luchaban entre ellos, o

simplemente vagabundeaban de aquí para allá.


Parecían haber perdido todo el interés en la


lanzadera. Muchos se dirigían de vuelta a los


árboles.


—¿Los hemos envenenado, o algo así? —


preguntó Scoles, pisoteando al más cercano solo


para asegurarse.



—Ni idea. Quizá los hemos matado con nuestros

gérmenes. —Lain se dejó caer junto a Holsten—.


¿Y ahora qué, jefe? La mayor parte de nuestro


material está ardiendo.


Scoles miró a su alrededor con el aspecto


desconcertado y furioso de alguien que ha


perdido el control de las últimas briznas de su


propio destino.


—Vamos a… —comenzó, pero no pudo formular


ningún plan tras esas palabras.






302

—Mirad —dijo Nessel con voz queda.



Algo se aproximaba desde la linde del bosque,


algo que no era una hormiga: era más grande, y


tenía más patas. Los estaba observando; no había

otra forma de definirlo. Ostentaba unos orbes


oscuros y gigantescos, como las cavidades


oculares de una calavera, y se acercaba con

movimientos súbitos, un correteo veloz, y luego


se paró y se los quedó mirando de nuevo.



Era una araña, una araña monstruosa como una


mano espinosa y retorcida. Holsten se quedó

mirando su cuerpo peludo, sus piernas


separadas, los colmillos curvos. Cuando su


mirada se desplazó hacia los dos ojos enormes


que ocupaban en buena medida su parte frontal,

sintió una insoportable sensación de contacto,


como si la araña estuviera ocupando un territorio


que Holsten solo había compartido con otros

humanos hasta ese momento.



Scoles alzó la pistola, con la mano temblorosa.



—Como en la grabación del dron —dijo Lian


despacio—. Joder, es tan larga como mi brazo.


—¿Por qué nos está mirando? —exigió Nessel.



Scoles blasfemó, y entonces la pistola resonó en


su mano, y Holsten vio que el monstruo


agazapado se giraba en un súbito agitar de

miembros convulsos. La expresión del cabecilla


de los amotinados se estaba convirtiendo






303

lentamente en una de desesperación; la de un


hombre que, al parecer, acabaría dirigiendo la


pistola contra sí mismo.



—¿Qué está sonando? —preguntó Nessel.


Holsten estaba pensando que se trataba del eco


del disparo, pero se dio cuenta de que había algo


más, algo parecido al trueno. Alzó la vista.



No se terminó de creer lo que vio. En el cielo

había una forma. Se hizo mayor mientras miraba,


descendiendo lentamente hacia ellos. Al cabo de


un momento arrojó un chorro de luz blanca,


iluminando todo el escenario del aterrizaje

forzoso con su pálido brillo.



—La lanzadera de Karst —jadeó Lain—. Nunca


pensé que me alegraría de verlo.



Holsten dirigió la vista hacia Scoles. Este estaba

mirando a la nave mientras descendía, y, ¿quién


podía adivinar qué pensamientos amargos y


desesperados pasaban por su cabeza?


La lanzadera se aproximó hasta unos tres metros


del suelo, maniobró un poco, y luego escogió un


lugar de aterrizaje a cierta distancia de la cicatriz


de devastación que había causado la cabina

estrellada. Incluso antes de posarse, la escotilla


lateral se abrió, y Holsten vio un trío de figuras


con armaduras del equipo de Seguridad, dos de

ellas con los rifles ya apuntándoles.










304

—¡Suelta el arma! —resonó la voz amplificada de


Karst—. ¡Rendíos y dejad el arma! Preparaos para


ser evacuados.



La mano de Scoles temblaba, y tenía lágrimas en

los ojos, pero Nessel le puso una mano en el


brazo.



—Se acabó —le dijo—. Hemos terminado. No


hay nada que podamos hacer. Lo siento, Scoles.


El cabecilla de los amotinados echó un último


vistazo al bosque ante ellos, que ya no parecía tan


maravillosamente vibrante, verde y terrestre. En


las sombras parecían habitar ojos invisibles de

movimientos quitinosos.



Dejó caer la pistola con despecho, como un


hombre cuyos sueños se hubieran hecho


pedazos.


—Eso es. Lain, Mason, acercaos los primeros.


Quiero comprobar que no habéis sufrido daño.



Lain no dudó, y Holsten la siguió arrastrando los

pies, sintiendo solo una sensación muy débil y


entumecida de dolor, pero respirando y


caminando trabajosamente, curiosamente


desconectado de su propio cuerpo.


—Entrad —les dijo Karst.



Lain se detuvo en la escotilla.



—Gracias —dijo, sin una traza de su burla


habitual.






305

—¿Pensabas que os dejaría aquí? —le preguntó


Karst, cuyo visor seguía dirigido hacia el exterior.



—Pensé que Guyen podría hacerlo.



—Eso es lo que quería que pensaran.



Lain no parecía convencida, pero ayudó a

Holsten a entrar tras ella.



—Venga, tomad a vuestros prisioneros y


salgamos de aquí.



—No habrá prisioneros —declaró Karst.



—¿Cómo? —preguntó Holsten, y entonces los

hombres de Karst comenzaron a disparar.



Ambos había elegido a Scoles como primer


blanco, y el cabecilla de los amotinados cayó

instantáneamente sin un solo chillido. Luego


dirigieron sus armas contra los otros dos… y


Holsten se abalanzó sobre ellos, gritando y

exigiéndoles que se detuviesen.



—¿Qué estáis haciendo?



—Son órdenes. —Karst lo empujó hacia atrás.


Holsten tuvo un breve atisbo de Tevik y Nessel,


que intentaban esconderse tras la cabina

estrellada para eludir a los rifles. El piloto de los


amotinados se cayó, se levantó con esfuerzo


aferrándose la pierna herida, y luego dio una

sacudida cuando uno de los hombres de


Seguridad le disparó certeramente.










306

Nessel consiguió llegar hasta la linde de los


árboles y se desvaneció en la profunda oscuridad.


Holsten se quedó mirando por donde había

desaparecido con una creciente sensación de


horror.



¿Preferiría que me pegasen un tiro? Desde luego que


sí. Pero no era una elección que nadie le hubiese

planteado.



—Tenemos que recuperarla, y viva —insistió—.


Es… valiosa. Es una erudita, tiene…



—No habrá prisioneros. No queremos líderes


para un futuro motín —le dijo Karst

encogiéndose de hombros—. Y a la mujer de allá


arriba no le importa siempre que no haya


ninguna interferencia con su precioso planeta.



Holsten se lo quedó mirando.


—¿Kern?



—Estamos aquí para limpiar el estropicio en su


nombre —confirmó Karst—. Nos está

escuchando en este mismo instante. Tiene el


control de todos nuestros sistemas. Así que solo


podemos entrar y salir sin detenenos.



—¿Negociasteis con Kern para venir a por

nosotros? —aclaró Lain.



Karst se encogió de hombros.















307

—Ella os quería fuera de aquí. Nosotros


queríamos que volvieseis. Hicimos un trato. Pero


ahora tenemos que marchamos.



—No puedes… —Holsten miró por la escotilla al

oscuro bosque que se extendía allá fuera.


¿Llamamos a Nessel para que vuelva y sea ejecutada?


Se resignó, sabiendo que, en el fondo,

simplemente se sentía contento de estar a salvo.



—Entonces, Kern —alzó la voz Karst—, ¿qué


hacemos? No me gusta la idea de internarnos en


esa cosa para recobrarla, y supongo que eso

requeriría más interferencia de la que puedes


tolerar.



Los tonos cortantes y hostiles de Avrana Kern


surgieron del panel de comunicaciones.



—Vuestra falta de eficiencia es notable.


—Pues vale —gruñó Karst—. Vamos a volver a la


órbita, ¿de acuerdo? ¿Te parece bien?



—En este momento parece que es la opción

menos indeseable —asintió Kern, con disgusto en


la voz—. Marchaos, y destruiré la nave estrellada.



—¿La…? ¿Puede hacer eso? —siseó Lain—. Es


decir, que podría haber…



—Es un arma de un solo uso. Tiene el control de

nuestro dron —explicó Karst—. Va a moverlo


hasta la lanzadera caída y luego provocará una


especie de detonación controlada de su reactor,







308

quemando la nave sin destruir toda la zona. No


quiere que sus preciosos monos jueguen con


juguetes de adultos, al parecer.



—Bueno, no hemos visto ningún jodido mono —

masculló Lain—. Salgamos de aquí.







3.10


Gigantes sobre la tierra



Portia examina a la criatura mientras esta

duerme.



No llegó a tiempo para ver ninguno de los


acontecimientos portentosos e inexplicables que


dejaron una gran cicatriz calcinada sobre la faz de

su mundo; y el fuego sigue ardiendo a pesar de


los esfuerzos de las hormigas por contenerlo. De


otras de su especie ha oído una versión

distorsionada de los hechos, mutilada por la


incapacidad de quienes la cuentan de entender lo


que han presenciado.



Pero todo será recordado por las generaciones

venideras. Este Conocimiento, este contacto con


lo incognoscible, será uno de los hechos más


analizados y reinterpretados de la historia de su


especie.


Algo cayó del cielo. No era la Mensajera, que


claramente continúa trazando su circuito


habitual en las alturas, pero en la mente de Portia


y su pueblo está ligado a esa mota orbital.




309

Constituye la promesa de que los cielos albergan


más de una estrella móvil, y de que incluso las


estrellas pueden caer. Algunas conjeturan que

era un heraldo o precursor, un mensaje de la


Mensajera, y que si pueden interpretar su


significado, la Mensajera tendrá nuevas lecciones


que enseñarles. En sucesivas generaciones, este

punto de vista (que se trata de un examen más


allá de la simple y pura manipulación de


números) ganará popularidad, aunque

simultáneamente será considerado una especie


de herejía.



Sin embargo, los hechos en sí no parecen admitir


discusión. Algo cayó, y ahora ha quedado

convertido en una cáscara ennegrecida de


metales y otros materiales desconocidos que se


resisten a su análisis. Algo más cayó a la tierra, y


luego volvió al cielo. Lo que es más esencial,

aparecieron cosas vivas. Aparecieron gigantes


que llegaron del cielo.



Cuando las camaradas de Portia los vieron por


primera vez, estaban enfrentándose a las

exploradoras de la colonia de hormigas. Luego,


cuando las exploradoras fueron eliminadas o


convertidas, las gigantes mataron a una de la

especie de Portia, uno de los asistentes de Bianca.


Tras su partida, dejaron atrás algunos cadáveres


de su propia especie, algunos abatidos por las

hormigas, otros simplemente muertos por







310

heridas misteriosas. El equipo de Bianca trabajó


velozmente para retirar estos restos del


escenario, lo que fue afortunado dada la

explosión que sucedió a continuación, lo que


puso fin a cualquier indagación útil y mató a otro


puñado de los machos de Bianca.



En aquel momento, nadie se dio cuenta de que

una de las criaturas de las estrellas seguía viva y


había entrado en el bosque.



Ahora Portia la examina, mientras al parecer


duerme. La forma de un ser humano no despierta

ningún recuerdo ancestral en ella. Incluso


aunque sus distantes antecesoras hubieran


tenido algún recuerdo que transmitir, su


diminuto campo visual habría sido incapaz de

apreciar la escala de algo tan enorme. A la propia


Portia le cuesta trabajo: la pura talla y volumen


de este monstruo alienígena le da que pensar.



La criatura ya ha matado a dos de su especie

según ha tropezado con ellas. Se habían


intentado acercar, y la cosa las atacó nada más


verlas. Morderla tuvo poco o ningún efecto: el

veneno de Portia, diseñado para su uso contra las


arañas, posee un efecto limitado contra los


vertebrados.


Si se tratase simplemente de algún tipo de bestia


monstruosa, tenderle una trampa y matarla sería


cosa fácil, decide Portia. En el peor de los casos,


podrían simplemente lanzar a las hormigas




311

contra ella, pues es evidente que resultan aptas


para la tarea. Sin embargo, el significado místico


de esta criatura supone algo diferente. Ha llegado

del cielo: por tanto, de la Mensajera. No es una


amenaza a la que enfrentarse, sino un misterio


que desvelar.



Portia siente el batir del destino bajo sus patas.

Tiene la sensación de que todo lo que ha pasado


y todo lo que vendrá se encuentra en equilibrio


en ese momento del tiempo, y el fulcro está en su


interior. Este momento es de una importancia

designada divinamente. Aquí, bajo esta


monstruosa forma viva, se halla una parte del


mensaje de la Mensajera.



Le tenderán una trampa. La capturarán y la

llevarán al Gran Nido, usando todas las artes y el


ingenio a su disposición. Encontrarán alguna


forma de desvelar su secreto.



Portia mira hacia arriba: el dosel del bosque le

impide ver las estrellas, pero es muy consciente


de ellas; tanto de las constelaciones fijas que rotan


lentamente a lo largo del año como de la veloz

chispa de la Mensajera a través de la oscuridad.


Las considera la futura herencia de su pueblo, si


tan solo su pueblo es capaz de entender lo que les

están comunicando.



Su especie ha obtenido una gran victoria sobre las


hormigas, convirtiendo a las enemigas en aliadas,


invirtiendo la marea de la guerra. De ahora en




312

adelante, una colonia tras otra caerá ante ellas.


Claramente es en reconocimiento de esto, como


recompensa por su inteligencia, su resistencia y

su éxito, que la Mensajera les ha mandado esta


señal.



Con su cuerpo embargado de destino manifiesto,


Portia planea ahora la captura de su presa

colosal.







3.11


Gulag lunar



Desde la sala de Comunicaciones, Holsten

observó cómo la última lanzadera partía para la


base lunar, transportando a su cargamento


humano en suspensión.



El plan de Guyen era sencillo. Una tripulación

activa de cincuenta personas había sido


despertada e informada de lo que se esperaba (o


más bien se exigía) de ellos. La base estaba


preparada para ellos, todo construido por los

sistemas automáticos durante el último largo


sueño de la Gilgamesh, y comprobada su


habitabilidad. La tarea de la tripulación sería

mantenerla en marcha y operativa para


convertirla en un nuevo hogar para la especie


humana.



Dispondrían de otras doscientas personas en

hibernación, listas para ser descongeladas






313

cuando las necesitasen, para reponer las pérdidas


o, si todo iba bien, para expandir su población


activa cuando la base estuviera lista. Tendrían

hijos. Sus hijos heredarían lo que construyesen.



En algún momento del futuro, varias


generaciones después, se esperaba que la


Gilgamesh volviese de su largo viaje al siguiente

proyecto de terraformación, si todo iba bien


trayendo un cargamento de tecnología


recuperada del Viejo Imperio que permitiría,


según lo expuso Guyen, hacer la vida de todos

mucho más fácil.



O permitirle organizar un ataque al satélite de Kern y


apoderarse de su planeta, pensó Holsten, y


seguramente no era el único que lo pensaba,

aunque nadie lo dijera en voz alta.



Si la Gilgamesh no volvía… si, por ejemplo, el


siguiente sistema albergaba a un guardián más


agresivo que Kern, o acaeciese algún otro

infortunio a la nave arca… entonces la colonia


lunar tendría que…



«Apañárselas» era la palabra que Guyen había

usado. Nadie quería interpretar lo que


significaba. Nadie quería pensar en el número


limitado de posibilidades que tendría esa mota

de polvo humano en la vasta faz del cosmos.



El nuevo líder designado de los colonos no era


otro Scoles, ciertamente. La intrépida mujer







314

escuchó sus órdenes con adusta resignación.


Mirándola a la cara, Holsten se convenció de que


podía ver una desesperación terrible y desolada

oculta en sus ojos. ¿Qué estaba recibiendo,


después de todo? En el peor de los casos una


sentencia de muerte, en el mejor una cadena


perpetua. Un periodo de encarcelamiento que

sus hijos heredarían en cuanto saliesen de su


vientre.



Dio un respingo cuando alguien le puso la mano


en el hombro: Lain. Los dos, junto con Karst y su

equipo, habían salido recientemente de


cuarentena. El único beneficio de toda la


malhadada excursión de Scoles al planeta era que

no parecía haber ninguna bacteria ni virus ahí


abajo que constituyera un peligro inmediato para


la salud humana. ¿Y por qué sería de otra forma?


Como Lain había indicado, no parecía haber nada

remotamente humano ahí abajo que permitiera


incubarlos.



—Es hora de acostarse —le dijo la ingeniera—. La


última lanzadera ha salido, así que estamos listos

para partir. Mejor que estés en suspensión antes


de que detengamos la rotación. Hasta que


aumentemos la aceleración, la gravedad no será

fiable.



—¿Y tú?



—Soy la jefa de Ingeniería. Mi tarea es trabajar a


pesar de eso, viejo.




315

—No te falta mucho para alcanzarme.



—Cállate.



Mientras ella le ayudaba a levantarse de la silla,


sintió que sus costillas protestaban. Le habían

dicho que la cámara de suspensión le permitiría


curarse completamente mientras dormía, y


deseaba fervientemente que fuera cierto.



—Alegra esa cara —le dijo Lain—. Cuando

despiertes, tendrás todo un tesoro de galimatías


arcaicos solo para ti. Serás como un niño con


juguetes nuevos.



—No si Guyen se sale con la suya —gruñó

Holsten. Dirigió una última mirada a las


pantallas, hacia el frío y pálido orbe de la prisión


lunar… la colonia lunar, se corrigió. Su indigno


pensamiento fue: Mejor vosotros que yo.


Apoyándose en Lain, caminó cuidadosamente


por el pasillo, rumbo a la cámara de sueño de la


Tripulación Principal.







3.12

Una voz en el desierto



La gigante había muerto, por supuesto, pero


tardó mucho en hacerlo. Hasta ese momento, ella


(para Portia y su pueblo era difícil pensar que

aquella cosa no era sino una hembra) había


vivido en cautividad, consumiendo la limitada







316

selección de alimentos que estaba dispuesta a


comer, mirando a través de los muros color


niebla que la retenían, alzando la vista hacia la

parte superior abierta de su corral, donde las


eruditas se reunían para observarla.



Las gigantes muertas fueron diseccionadas, y se


averiguó que eran esencialmente idénticas a los

ratones en casi todas las estructuras internas,


salvo por la diferencia de proporción en los


miembros y ciertos órganos. El estudio


comparativo confirmó su hipótesis de que la

gigante viva era probablemente hembra, al


menos en comparación con sus primos más


pequeños poseedores de esqueleto interno.



El debate sobre su objetivo y su significado, sobre

la lección que la llegada de tal prodigio debía


enseñar, se prolongó varias generaciones,


durante el plazo completo de la larga vida de la

criatura y más allá. Su comportamiento era


extraño y complejo, pero parecía muda, pues no


producía ningún tipo de gesto o vibración que


pudiera considerarse un intento de habla.

Algunas observaron que cuando abría y cerraba


la boca, una tela ingeniosamente diseñada podía


captar un curioso murmullo, el mismo que podía

sentirse cuando los objetos chocaban entre sí. Era


una vibración que viajaba por el aire, en lugar de


por un hilo o por el suelo. Durante un tiempo se

supuso que esto era un medio de comunicación,







317

lo que generó mucho debate inteligente, pero


finalmente lo absurdo de tal idea quedó de


manifiesto. Después de todo, usar el mismo

orificio para comer y comunicarse era


evidentemente ineficiente. Las arañas no son


exactamente sordas, pero su oído está


profundamente ligado a sus sentidos del tacto y

de la vibración. Las palabras de la gigante, todas


las frecuencias del habla humana, no son para


ellas ni siquiera susurros.



En todo caso, las vibraciones por vía aérea se

volvieron cada vez más escasas durante el


cautiverio de la cosa, y finalmente dejó de


emitirlas. Algunas sugirieron que esto significaba

que la criatura se había resignado a su cautiverio.



Dos generaciones tras su captura, cuando los


hechos que rodeaban su llegaba se habían


convertido en algo parecido a teología, un

asistente observó que la gigante movía las


extremidades, las hábiles subpatas que usaba


para manipular objetos, en una forma que


imitaba las señales de los palpos, como si tratase

de copiar el habla visual básica de las arañas. Se


produjo una nueva racha de interés, y un gran


número de visitas desde otros nidos e

intercambio de Conocimientos para iluminar a


futuras generaciones. Tras ciertos experimentos,


se sugirió que la gigante no estaba simplemente

copiando lo que veía, sino que asociaba los







318

significados con ciertos símbolos, permitiéndole


pedir agua y comida. Los intentos de


comunicación a un nivel más sofisticado se

vieron frustrados por su incapacidad para imitar


o entender más que unos pocos símbolos muy


sencillos.



Las eruditas desconcertadas, apoyándose en los

años acumulados de estudio de su especie,


concluyeron que la gigante era una criatura


simple, probablemente diseñada para dedicarse a


labores adecuadas para una cosa de su inmensa

talla y fuerza, pero no más inteligente que un


escarabajo bombardero o una escupidora, y quizá


menos.



Poco después, la gigante murió, al parecer de

alguna enfermedad. Su cuerpo fue diseccionado


y estudiado a su vez, y comparado con los


Conocimientos codificados genéticamente que se

habían obtenido de los exámenes de las gigantes


muertas originales realizados por generaciones


anteriores.



Las especulaciones sobre su objetivo original y su

conexión con la Mensajera continuaron; la teoría


más aceptada sostenía que la Mensajera era


servida en el cielo por una raza de gigantes que

realizaban para ella las tareas necesarias. Por


tanto, al enviar a sus emisarias mudas tantos años


antes, podía entenderse que se mostraba algún

tipo de aprobación. La herencia de los






319

Conocimientos suponía un obstáculo para que


las arañas pudieran crear mitologías basadas en


su propia historia, pero aun así la correlación

entre su victoria sobre las hormigas y la llegada


de las gigantes se había aceptado como conectada


de alguna forma.



Sin embargo, para cuando la última gigante

murió, el mundo de la teología de Portia se vio


sacudido por otra revelación.



Había una segunda Mensajera.



En aquel tiempo la guerra con las hormigas había


terminado hacía mucho. La estrategia de los

escarabajos bombarderos se había desplegado


con éxito contra una colonia tras otra, hasta que


las arañas redujeron la influencia de los insectos

a su territorio original, donde en una ocasión una


arcaica Portia había saqueado su templo, robado


su ídolo, y sin saberlo había llevado la palabra de


la Mensajera a su propio pueblo.


Las eruditas de la especie de Portia habían


procurado no reprogramar a la colonia de


hormigas, como habían hecho con sus varios

miembros y fuerzas expedicionarias, porque al


hacerlo sus habilidades se perderían, y las arañas


no estaban ciegas ante los avances que había

logrado el desarrollo de esa colonia. De forma


que comenzaron años de complejas campañas,


con un considerable coste de vidas, hasta que se


consiguió poner a la colonia de hormigas en una




320

posición donde la cooperación con las arañas


vecinas era el curso de acción más favorable, tras


lo cual la colonia pasó, sin acritud ni

resentimiento, de ser una implacable enemiga a


una aliada servicial.



Las arañas no tardaron en experimentar con los


usos del metal y el cristal. Como eran criaturas de

vista aguda, sus estudios sobre la luz, la


refracción y la óptica se sucedieron velozmente.


Aprendieron a usar cristal cuidadosamente


manufacturado para extender el alcance de su

vista hasta lo micro y lo macroscópico. La antigua


generación de eruditas pasó el relevo sin


perturbaciones a una nueva generación de

científicas, que dirigieron sus ojos recién


aumentados a los cielos nocturnos y


contemplaron a la Mensajera en gran detalle, y


luego miraron más allá.


Al comienzo se creyó que el nuevo mensaje


provenía de la propia Mensajera, pero las


astrónomas refutaron esa idea rápidamente. En


colaboración con las sacerdotisas de los templos,

encontraron que ahora había otro punto móvil en


el cielo que podía hablar, y que su movimiento


era más lento, y curiosamente irregular.


Lentamente, las arañas comenzaron a construir


una imagen de su sistema solar tomando como


referencia su propio hogar, la luna de este, su

Mensajera, el sol, y ese otro planeta que a su vez






321

poseía un cuerpo en órbita que emitía su propia


señal.



El problema de este segundo mensaje es que era


incomprensible. Al contrario que las secuencias

numéricas regulares y de una belleza abstracta


que se habían convertido en el corazón de su


religión, la nueva Mensajera emitía solo caos: un

galimatías cambiante, oscilante y sin sentido. Las


sacerdotisas y las científicas escucharon sus


pautas y las registraron con su compleja notación


de nudos y nodos, pero no pudieron extraer

ningún significado de ellas. Años de estudio


infructuoso concluyeron con la sensación de que


esta nueva fuente de señales era algún tipo de

antítesis de la Mensajera, alguna fuente casi


malévola de entropía en lugar de orden. En


ausencia de más información, se le atribuyeron


toda clase de curiosas intenciones.


Entonces, unos años después, la segunda señal


dejó de variar y se redujo a una sola transmisión


repetida, una y otra vez, y esto a su vez condujo


a una masa de especulaciones a lo largo de lo que

para entonces se había convertido en una


comunidad global de sacerdotisas científicas.


Una y otra vez la señal fue investigada para

desvelar su sentido, pues con certeza un mensaje


repetido una y otra vez debía ser importante.



Hubo una peculiar escuela de pensamiento que

detectó una especie de necesidad en la señal, e






322

imaginativamente se planteó que, allá afuera a


través del espacio impensable entre su mundo y


la fuente de ese segundo mensaje, algo perdido y

desesperado estaba pidiendo ayuda.



Entonces llegó el día en que la señal desapareció,


y las desconcertadas arañas se quedaron mirando


inexpresivamente hacia un cielo súbitamente

despoblado, incapaces de entender por qué.









4


Ilustración







4.1

La cueva de las maravillas



De niño, a Holsten Mason le chiflaba el espacio.


La exploración de la órbita terrestre había

comenzado un siglo y medio antes, y una


generación de astronautas había saqueado las


colonias perdidas, desde la base de la Luna hasta

los satélites de los gigantes gaseosos. Se había


sumergido en las recreaciones dramáticas de los


intrépidos exploradores que entraban en


peligrosas estaciones espaciales abandonadas,

esquivando a los sistemas automáticos


supervivientes para hacerse con la tecnología y


los datos de los viejos ordenadores desactivados.

Había visto grabaciones de las expediciones


reales, a menudo perturbadoras, a menudo




323

súbitamente interrumpidas. Recordaba, con no


más de diez años, haber visto cómo una linterna


iluminaba el cadáver reseco por el vacío de un

astronauta milenario.



Para cuando se hizo adulto, su interés se había


desplazado hacia atrás en el tiempo, de aquellos


valerosos pioneros de la chatarra hasta la

civilización perdida que estaban redescubriendo.


¡Y qué tiempo de descubrimientos! Habían


retirado de la órbita tanto, y tan poco que


pudieran entender. Por desgracia, la época

dorada de los clasicistas había terminado cuando


Holsten comenzó su carrera. A lo largo de su vida


había visto cómo su disciplina se veía cada vez

más contaminada por el disgusto indirecto; había


cada vez menos que sacar de los fragmentos y


trozos que el Viejo Imperio había dejado tras de


sí, y se había hecho evidente que esos

antepasados largo tiempo muertos seguían


presentes de una forma maligna e intangible. El


Viejo Imperio estiraba la mano desde la historia

antigua para envenenar inexorablemente a sus


hijos. No era de extrañar que el estudio de aquel


pueblo complejo y asesino perdiese poco a poco


su atractivo.


Ahora, a una distancia inconcebible de su hogar


moribundo, a Holsten Mason se le había


entregado el auténtico santo grial de los

clasicistas.







324

Estaba sentado en la sala de Comunicaciones de


la Gilgamesh, completamente rodeado por el


pasado, llenando el espacio virtual de la nave

arca con una transmisión tras otra de la sabiduría


de los antiguos. Por lo que a él concernía, había


dado con una mina.



Era uno de los pocos miembros de la Tripulación

Principal que podía participar desde la


comodidad de la propia Gilgamesh. Karst y Vitas


habían cogido una lanzadera y algunos drones


para explorar el planeta de apariencia desierta a

sus pies. Lain y sus ingenieros estaban en la


propia estación a medio terminar, avanzando


lentamente a lo largo de sus compartimentos y

grabando todo lo que encontraban. Cuando


hallaban maquinaria en funcionamiento a la que


podían acceder, enviaban a Holsten los


resultados, y este los descifraba y catalogaba

cuando podía, o los archivaba para futuro


estudio cuando no.



Nadie había encontrado antes una estación


terraformadora del Viejo Imperio, aunque fuese

una incompleta. Nadie había estado seguro de


que tal cosa realmente existiese. Aquí, en el peor


momento de su carrera, y en el peor momento de

la historia de la especie humana, Holsten se


encontraba finalmente en la innegable posición


de poder proclamarse el mayor experto en el

Viejo Imperio.







325

La idea era embriagadora, pero tenía un regusto


de desoladora depresión.



Holsten tenía en su poder un tesoro de


comunicaciones, ficción, manuales técnicos,

avisos y documentos diversos en varios lenguajes


imperiales (aunque la mayoría en el Imperial C


de Kern) mayor que cualquier erudito antes que

él desde el final del propio Imperio. No podía


dejar de pensar que su propio pueblo, una


cultura emergente que se había puesto de nuevo


en pie con esfuerzo tras la edad de hielo, no era

más que una sombra de la pasada grandeza. No


era solo que la Gilgamesh y todo su programa


espacial fuera un amasijo de remiendos de

pedazos canibalizados y solo medio


comprendidos de la tecnología vastamente


superior de aquel mundo perdido. Era todo lo


demás: desde sus comienzos su pueblo había

sabido que estaba heredando un mundo usado.


Las ruinas y las reliquias deterioradas de un


pueblo precedente habían estado por todas

partes, en el suelo que pisaban, bajo tierra, sobre


las montañas, inmortalizadas en relatos. El


descubrimiento de tanta riqueza de metal muerto


en órbita no había sido una sorpresa, después de

que toda la historia escrita fuese un avance sobre


un desierto de huesos quebrados. No había


innovación que los antiguos no hubiesen

alcanzado antes, y mejor. ¿Cuántos inventores


habían sido relegados a un rincón de la historia




326

porque un buscador de tesoros posterior había


encontrado un método más antiguo y superior de


obtener el mismo resultado? Armas, motores,

sistemas políticos, filosofías, fuentes de energía…


El pueblo de Holsten se había tenido por


afortunado porque alguien hubiese construido


una escalera tan conveniente que conducía desde

la oscuridad hasta el brillo de la civilización.


Nunca se habían llegado a dar cuenta de que esos


escalones llevaban a un solo lugar.



¿Quién sabe lo que podríamos haber conseguido, si no

hubiésemos estado tan ansiosos por recrear todas sus


locuras?, pensaba ahora. ¿Podríamos haber salvado


la Tierra? ¿Estaríamos viviendo ahora en nuestro

propio planeta verde?



Ahora tenía todo el conocimiento del universo al


alcance de sus manos, pero para esa pregunta no


había respuesta.



La Gilgamesh disponía de algoritmos de

traducción, la mayoría diseñados por el propio


Holsten. Anteriormente la suma total de la


palabra escrita de los antiguos había sido tan

escasa que el descifrado automático era muy


poco fiable: por ejemplo, no habría deseado


mantener una conversación con Avrana Kern por

medio de la traducción de la Gilgamesh. Ahora,


con una biblioteca variada a su disposición, los


ordenadores estaban trabajando para producir al

menos versiones medianamente inteligibles del






327

Imperial C. Sin embargo, la mayor parte del


tesoro de conocimiento seguía encerrado en


lenguajes arcaicos. Incluso con ayuda electrónica,

simplemente no había tiempo para descifrar


todo, y probablemente la mayor parte no era de


interés para nadie salvo él mismo. Lo mejor que


podía hacer era conjeturar lo que representaba

cada archivo, catalogarlo para futura referencia,


y pasar al siguiente.



En ocasiones Lain o su equipo contactaban con él


y le hacían preguntas, casi siempre sobre

tecnología que encontraban y que no parecía


tener ningún propósito claro. Le daban vagos


términos de búsqueda y lo enviaban a excavar en

sus directorios para hallar algo que pudiera estar


relacionado. Con frecuencia, su sistema y la


cantidad de material acababa produciendo algo


de utilidad, y en esos casos les enviaba una

traducción provisional. El hecho de que podrían


haber realizado la búsqueda ellos mismos era


algo que comentaba de vez en cuando, pero

estaba claro que para los ingenieros hojear el


catálogo de Holsten era mucho más difícil que


limitarse a darle la lata.



Para ser sincero, Holsten había esperado entablar

una conversación de naturaleza más social con


Lain, pero, en los cuarenta días que llevaba


despierto este turno, no había llegado a

encontrarse con ella cara a cara. Los ingenieros







328

estaban ocupados, y de hecho estaban viviendo


la mayor parte del tiempo allá afuera, en el gran


cilindro hueco de la estación. Habían

descongelado y despertado a una tripulación


auxiliar de treinta personas bien preparadas, y


aun así tenían más trabajo del que podían


realizar.


Seis personas había muerto: cuatro víctimas de


algo que o bien era un sistema de seguridad


activo, o bien un sistema de mantenimiento


defectuoso; una por un fallo del traje espacial; y

una por pura torpeza, pues había conseguido


desgarrarse el traje mientras intentaba empujar


una pieza de equipo a través de una abertura con

bordes cortantes en la infraestructura de la


estación.



Era mucho menos que lo que habría esperado a


juzgar por aquellas grabaciones de las primeras

exploraciones, pero en todo caso aquí no había


viejos cadáveres, ni sugerencia alguna de que


esta instalación hubiese sido presa de las luchas


intestinas que habían derribado al Imperio y toda

su forma de vida. Los ingenieros de un pasado


distante simplemente se habían marchado,


probablemente de regreso a la Tierra, cuando

todo se vino abajo. El proyecto de terraformación


que habían comenzado había quedado a la lenta


e inconsciente merced de las estrellas.










329

Podría haber sido mucho peor. Lain dijo que


aquel sitio había sido envenenado, infectado con


algún tipo de plaga electrónica que había

destruido el soporte vital original y buena parte


de los sistemas principales de la estación. Pero la


Gilgamesh había resultado ser una copia


demasiado mala de la elegante tecnología del

Viejo Imperio. Sus sistemas habían demostrado


ser terreno yermo para los ataques virtuales,


frustrados por su primitivismo. La cuestión de si

Kern lo había sabido y los había enviado hacia


una trampa fue objeto de debates entre todos


salvo el equipo de Ingeniería, a quien se había


asignado la tarea de amañar los sistemas de la

estación para que entregasen sus secretos.



Un sonido tras Holsten lo sacó abruptamente de


su ensoñación. Se había tratado de un ruido


quedo, sigiloso, y por un momento le vino a la

mente en un resplandor de pesadilla el recuerdo


de aquel distante mundo verde con sus


artrópodos gigantes. Pero no era ningún

monstruo: tras él solo estaba Guyen.



—¿Todo bien, espero? —inquirió el comandante


de la nave arca, contemplando a Holsten como si


sospechase alguna deslealtad. Ahora parecía más

esbelto y gris que cuando dejaron atrás la colonia


lunar. Mientras Holsten dormía pacíficamente, el


comandante se había despertado una y otra vez

para supervisar el funcionamiento de su nave.







330

Ahora miraba a su principal clasicista con una


superioridad en edad que encajaba con su rango.



—Todo bien —confirmó Holsten, preguntándose


a qué vendría esta visita. Guyen no era un

hombre que gustase de trivialidades.



—He estado revisando tu catálogo.



Holsten aplacó la tentación de expresar sorpresa


de que nadie hubiese hecho tal cosa, y mucho

menos Guyen.



—Tengo una lista de archivos que quiero leer —


le dijo el comandante—. Tan pronto como te sea


posible, desde luego. Las peticiones de Ingeniería

tienen prioridad.



—Por supuesto. —Holsten giró la cabeza hacia la


pantalla—. ¿Quieres…?



Guyen le entregó un bloc que mostraba media

docena de números dispuestos ordenadamente,


en el formato del sistema de indexado que


Holsten había creado.



—Pásamelos directamente —insistió. No llegó a

decir No hables con nadie de esto, pero toda su


actitud lo insinuaba.



Holsten asintió sin decir nada. Solo por los


números no sabía de qué se trataba, ni por qué

esto requería una petición en persona.















331

—Ah, y quizá quieras venir a escuchar. Vitas nos


va a contar lo que sabemos sobre el planeta, y


cuán avanzado está el proceso de terraformación.



Eso sería bienvenido, y era algo que Holsten

había estado esperando con impaciencia.


Rápidamente se puso en pie y siguió a Guyen. De


momento ya bastaba con los secretos del pasado.

Quería saber un poco más sobre el presente y el


futuro.







4.2


La muerte cabalga


Portia contempla la vasta complejidad entretejida


que era el Gran Nido y ve una ciudad que está


comenzando a morir.



Durante las últimas generaciones, la población

del Gran Nido ha crecido hasta unas cien mil


arañas adultas, e incontables crías. Se extiende a


lo largo de varios kilómetros cuadrados de


bosque, alzándose desde el suelo hasta el dosel

de árboles, una auténtica metrópolis de la era


arácnida.



La ciudad que Portia ve ahora está despoblada.


Aunque su muerte acaba de comenzar, cientos de

hembras están abandonando el Gran Nido por


otras ciudades. Otras simplemente se internan en


las zonas deshabitadas para probar suerte,

usando sus Conocimientos de siglos para






332

recuperar la forma de vida de sus antepasadas


cazadoras. Muchos machos han huido también.


La delicada estructura de la ciudad ya muestra

signos de deterioro, pues nadie se ocupa del


mantenimiento.



La plaga se acerca.



En el norte, un puñado de grandes ciudades están


ya en ruinas. Una epidemia global está saltando

de una comunidad a otra. Cientos de miles han


muerto ya, y ahora el Gran Nido ha sufrido sus


primeras víctimas.



Sabe que esto era inevitable, porque esta Portia es

una sacerdotisa y científica. Ha estado trabajando


para intentar entender la virulenta enfermedad y


encontrar una cura.



No acaba de comprender por qué esta

enfermedad ha tenido tal impacto. Aparte de su


naturaleza altamente contagiosa, y su habilidad


de extenderse mediante el contacto (y, de forma

menos eficiente, por el aire), la mera


concentración de cuerpos en las ciudades del


pueblo de Portia ha convertido una infección

menor y controlable en algo más virulento que la


Peste Negra. Tales concentraciones de cuerpos


han creado todo tipo de problemas de miseria y

salubridad; el pueblo de Portia apenas había


comenzado a entender la necesidad de ocuparse


colectivamente de esos temas cuando la


propagación de la plaga lo pilló por sorpresa. Su




333

sistema de gobierno informal y casi anárquico no


es adecuado para tomar el tipo de duras medidas


que podrían resultar efectivas.



Otro factor en el grado de mortalidad de la

enfermedad es la práctica, cada vez más normal


en el último siglo, de que las hembras escojan


como compañeros a machos nacidos en su propio

grupo de pares, en un intento de concentrar y


controlar la difusión de sus Conocimientos. Esta


práctica, bienintencionada e ilustrada a su


manera, ha llevado a la endogamia y ha

debilitado los sistemas inmunes de muchas casas


de pares poderosas, lo que significa que aquellas


que podrían poseer el poder para actuar son a

menudo las primeras en sucumbir a la plaga


cuando esta aparece. Portia es consciente de esta


pauta, aunque no de su causa, y también es


consciente de que su propio grupo de pares sigue

la pauta perfectamente.



Sabe que existen animales diminutos asociados


con la enfermedad, pero sus lentes de aumento


no son lo suficientemente potentes para detectar

a los virus responsables de la plaga. Tiene los


resultados de los experimentos realizados por


sus colegas científicas en otras ciudades, muchas

de las cuales ya han perecido por la plaga.


Algunas desarrollaron una teoría de la


vacunación, pero el sistema inmune del pueblo

de Portia no es la máquina adaptativa y eficiente







334

que poseen los humanos y otros mamíferos. La


exposición a un contagio sencillamente no lo


prepara para infecciones posteriores y similares.



El mundo se está viniendo abajo, y Portia está

conmocionada por lo poco que ha hecho falta


para que esto suceda. Nunca se había dado


cuenta de que toda su civilización fuera una

entidad tan frágil. Ha oído las noticias


procedentes de otras ciudades donde la plaga se


ha extendido. Una vez que la población comienza


a reducirse, por muerte o por abandono, la

estructura completa de la sociedad se colapsa


rápidamente. La forma de vida elegante y


sofisticada que las arañas han construido siempre

ha cubierto un gran abismo de barbarie,


canibalismo y retorno a valores primitivos y


salvajes. Después de todo, en el fondo son


depredadoras.


Portia se retira al templo, abriéndose camino a


través de la masa de ciudadanas que se han


refugiado en él, buscando alguna certidumbre


del más allá. No hay tantas como el día anterior.

Portia sabe que no es solo porque quede menos


gente en la ciudad: es consciente de que también


hay un creciente desencanto con la Mensajera y

su mensaje. ¿De qué nos sirve?, preguntan. ¿Dónde


está el fuego enviado desde el cielo para purgar la


plaga?










335

Tocando el cristal con su vara metálica, Portia


baila siguiendo la música de la Mensajera


mientras esta pasa por el cielo; sus pasos

complejos describen a la perfección las


ecuaciones y sus soluciones. Como siempre, la


colma la incomensurable seguridad de que hay


algo ahí fuera; de que solo porque ahora no

pueda entender algo no significa que no pueda


ser entendido.



Algún día te comprenderé, dirige su pensamiento


hacia la Mensajera, pero ahora suena vacío. Sus

días estás contados. Los días de todas están


contados.



Se sorprende elaborando un pensamiento


herético: Ojalá pudiéramos enviarte nuestro propio

mensaje. El templo actúa celosamente contra esa


clase de pensamiento, pero no es la primera vez


que Portia ha sopesado esa idea. Sabe que otras

científicas, incluso sacerdotisas científicas, han


estado experimentado con algunos medios para


reproducir las vibraciones invisibles por las que


se propaga el mensaje. Públicamente, el templo

no puede respaldar tales intromisiones,


naturalmente, pero las arañas son una especie


curiosa, y las que se ven atraídas por el templo

son las más curiosas de todas. Era inevitable que


la flor de invernadero de la herejía acabase siendo


cultivada por las propias guardianas de la

Ortodoxia.







336

En este día, Portia se da cuenta de que cree que,


si pudieran de alguna forma hablar a través del


vasto y vacío espacio con la Mensajera, esta

tendría con certeza una respuesta para ellas, una


cura para la plaga. Portia se da cuenta, de la


misma forma inexorable, que tal diálogo no es


posible, no recibirán ninguna respuesta, y por

tanto debe encontrar su propia cura antes de que


sea demasiado tarde.



Después del templo, vuelve a su casa de pares,


una construcción enorme y dispersa con muchas

cámaras tendidas entre tres árboles, para


encontrarse con uno de sus machos.



Desde que comenzaron los estragos de la plaga,


el papel del macho en la sociedad arácnida ha

cambiado sutilmente. Tradicionalmente la mejor


fortuna a la que podía aspirar un macho era


asociarse con una hembra poderosa y confiar en

que cuidasen de él, o bien (en el caso de los


nacidos con Conocimientos valiosos) terminar


convertido en una mercancía mimada en un


harén, dispuesto para ser intercambiado o

emparejado como parte de los juegos de poder en


constante cambio entre las casas de pares. Por lo


demás, el destino de un macho se reducía a

constituir una especie de baja casta de carroñeros


urbanos que luchaban constantemente entre sí


por restos de comida, y siempre en peligro si no

disponían de una protectora. Sin embargo, de







337

formar una hueste de inútiles y superfluos, como


mucho decorativos y aptos para los trabajos


serviles, cuando no para ser un bocado furtivo, se

han convertido en un recurso desesperado en esa


hora de necesidad. Los machos son menos


independientes, menos capaces de apañárselas


por su cuenta allá en los despoblados, y por tanto

tienden a quedarse cuando las hembras huyen. Si


el Gran Nido y muchas otras ciudades siguen en


funcionamiento en absoluto es debido al número

de machos que han aprovechado la oportunidad


para adoptar papeles tradicionalmente


femeninos. Ahora hay incluso machos guerreros,


cazadores y guardianes, porque alguien debe

tomar la honda y el escudo y la granada


incendiaria, y a menudo no queda nadie más


para hacerlo.



Las hembras del estatus de Portia han podido

elegir desde hace mucho a sus acompañantes


masculinos y, mientras algunas los mantienen


meramente para que les bailen el agua

(literalmente) y para contribuir a la importancia


aparente de la hembra, otras los han educado


como asistentes bien preparados. La Bianca de


antaño, con sus ayudantes de laboratorio

masculinos, había descubierto una cierta verdad


respecto a la política de género arácnida cuando


protestaba que colaborar con hembras suponía

demasiada competencia por el dominio, y que los


viejos instintos siguen intactos bajo la fina capa




338

de la civilización. La actual Portia ha terminado


también por confiar reticentemente en los


machos.



No mucho tiempo antes, envió a una banda de

machos, un grupo de aventureros cuyos servicios


había usado con frecuencia anteriormente. Todos


eran muy capaces y estaban acostumbrados a

trabajar juntos desde sus primeros días como


arañitas abandonadas en las calles del Gran


Nido. Su misión era una que Portia sentía que


ninguna hembra aceptaría; su recompensa sería

seguir recibiendo el apoyo del grupo de pares de


Portia: comida, protección, acceso a la educación,


el entretenimiento y la cultura.



Uno de ellos ha regresado: solo uno. Llamadlo

Fabian.



Va al encuentro de Portia en la casa de pares. Le


falta una pata, y parece medio famélico y


agotado. Los palpos de Portia chasquean, y uno

de los machos inmaduros de la guardería se


apresura a buscar comida para ambos.



¿Y bien? Portia se sacude nerviosamente mientras

lo observa.



La situación es peor de lo que pensabas. Además, me


fue difícil volver a entrar en el Gran Nido. Los viajeros


sospechosos de provenir del norte son rechazados si

son hembras, y ejecutados inmediatamente si son











339

machos. Sus palabras son un lento arrastrar de


patas, confusas y desiguales.



¿Eso es lo que pasó con tus camaradas?



No. Soy el único que ha vuelto. Han muerto todos. Es

una oración fúnebre muy breve para aquellos con


los que ha pasado la mayor parte de su vida.


Pero, por supuesto, es cosa sabida en la sociedad


de Portia que los machos en realidad no sienten

con la misma intensidad que las hembras, y


ciertamente no pueden formar los mismos lazos


de unión y respeto.



El joven macho regresa con comida: grillos vivos

y atados, y pólipos vegetales de las granjas.


Agradecido, Fabian toma uno de los insectos


prisioneros y le clava un colmillo. Demasiado

fatigado para molestarse en usar veneno, chupa a


la criatura que se debate espasmódicamente


hasta dejarla seca.



Hay supervivientes en las ciudades de la plaga, como

suponías, continúa mientras come. Pero no han


conservado nada de nuestra forma de vida. Viven como


bestias, tejiendo y cazando. Había hembras y machos.

Mis compañeros fueron capturados y devorados uno


tras otro.



¿Pero lo conseguiste?, patalea Portia ansiosamente.



La atroz experiencia ha afectado tanto a Fabian

que no responde de inmediato a su pregunta,


sino que replica: ¿No te preocupa que pueda haber






340

traído la plaga al Gran Nido? Parece probable que me


haya contagiado.



La plaga ya está aquí.



Los palpos de Fabian se mueven lentamente, en

un gesto de resignación.



Lo conseguí. He traído tres crías de la zona de la


plaga. Gozan de buena salud. Son inmunes, como


deben serlo el resto de los que siguen con vida.

Tenías razón, si es que sirve de algo.



Llévalas a mi laboratorio, le ordena Portia.


Entonces, viendo cómo tiemblan los miembros


restantes de Fabian, añade: Cuando lo hayas hecho,

la casa de pares está a tu disposición. Serás


recompensado por este gran servicio. Puedes pedir lo


que desees.



Fabian la mira directamente a los ojos, una

actitud temeraria… pero siempre ha sido un


macho temerario, ¿cómo si no se habría


convertido en una herramienta tan útil? Una vez

haya descansado, querría ayudarte con tu trabajo, si


me lo permites, le dice. Sabes que tengo


Conocimientos de las ciencias bioquímicas, y además

he estudiado.



La oferta sorprende a Portia, que lo demuestra


con su postura.



El Gran Nido es también mi hogar, le recuerda


Fabian. Todo lo que soy está aquí. ¿Realmente crees

que puedes derrotar a la plaga?





341

Creo que debemos intentarlo o estaremos todas


perdidas. Un pensamiento sombrío, pero su lógica


es innegable.






4.3


Notas desde un planeta gris



Holsten se quedó desconcertado ante la cantidad


de gente que se reunió para oír las noticias. La

Gilgamesh no tenía auditorios, así que el lugar era


un hangar de lanzaderas reformado, desnudo y


lleno de ecos. Se preguntó si las lanzaderas


ausentes estarían actualmente conectadas con la

estación abandonada, o si este era el sitio donde


Lain y él habían sido llevados por los amotinados


que los habían secuestrado. Todos los hangares

tenían el mismo aspecto, y era de suponer que


cualquier daño que hubiera sufrido este estaría


ya reparado.



Durante sus tareas en solitario había perdido la

cuenta de cuántas personas habían sido


despertadas para ayudar en los trabajos de


puesta en marcha de la estación. Al menos un


centenar estaban sentadas por el hangar, y se

sorprendió sintiendo una reacción casi de pánico


ante ellas: eran demasiadas, y estaban demasiado


juntas, en un espacio demasiado reducido.

Terminó quedándose cerca del umbral,


constatando que una parte de su mente se había


acostumbrado a la idea de que en el futuro solo




342

trataría con un puñado de seres humanos, y


quizá lo había preferido.



Y en fin, ¿por qué estamos todos aquí? No había


ninguna necesidad real de asistir físicamente,

después de todo. Él mismo podría haber


continuado con su trabajo y haber visto la


presentación de Vitas en una pantalla, o podría

haberla escuchado parlotear en su oído. Nadie


necesitaba transportar sus kilos de carne hasta


ese lugar solo para fiarse de sus ojos y oídos


anticuados. La propia Vitas no tenía ninguna

necesidad práctica de realizar la presentación en


persona. Incluso en la Tierra, este tipo de


reuniones académicas para acrecentar el estatus

había tenido lugar a distancia, la mayor parte de


las veces.



Entonces, ¿por qué? ¿Y por qué he venido? Pasando


la vista por la multitud allí reunida, oyendo el

murmullo de sus conversaciones, podía


especular que la mayoría había venido solo para


ser sociable, para estar con sus camaradas. Pero yo


no, ¿verdad?


Y reconoció que por supuesto que sí. Estaba


conectado inexorablemente a una especie social,


por mucho que se considerase un solitario.

Tenían, incluyendo a Holsten, el deseo de


interactuar con otros seres humanos,


preservando un lazo entre uno mismo y los

demás presentes. Incluso Vitas estaba allí no por






343

el prestigio académico o por ganar estatus entre


la tripulación, sino porque necesitaba extender la


mano y saber que podría tocar algo.



Mirando a la multitud, Holsten pudo identificar

algunos rostros conocidos. Además del equipo


científico de Vitas, la mayor parte de la


Tripulación Principal estaba ocupada en la

estación, por lo que la anterior vez que casi todos


los presentes habían abierto los ojos había sido


todavía en la Tierra, y no sabían nada de Kern ni


del planeta verde o sus horribles habitantes,

excepto por lo que les habían contado, o por los


documentos no clasificados como secretos


disponibles en los archivos de la Gil (si los había).

Aunque era cierto que muchos de ellos eran


jóvenes, lo que lo hacía sentirse viejo era la


diferencia de conocimientos, como si hubiese


estado despierto siglos enteros mientras ellos

dormían, en lugar de haber pasado unos meros


días entrecortados en otro sistema solar.



Guyen se había situado al fondo, manteniéndose


igualmente a distancia, y en ese momento Vitas

se adelantó, con precisión y delicadeza, y miró a


su público como si no estuviera completamente


segura de haber entrado en la sala correcta.


La pantalla que había instalado su equipo, y que


cubría buena parte de la pared a su espalda, pasó


de estar apagada a mostrar un gris brillante. Vitas









344

la miró con ojo crítico, y luego consiguió sonreír


con los labios apretados.



—Como sabéis, he estado dirigiendo una


investigación del planeta en cuya órbita nos

encontramos. Parece incontrovertible —y fue tan


amable de dedicar un corto asentimiento en


dirección a Holsten— que hemos alcanzado uno

de varios proyectos de terraformación que el


Viejo Imperio había emprendido justo antes de su


disolución. El anterior proyecto que vimos estaba


completo, y bajo una cuarentena impuesta por un

satélite avanzado por razones desconocidas.


Como hemos descubierto, el trabajo en este lugar


parece haberse detenido durante el propio

proceso de terrafomación, y las instalaciones de


control fueron abandonadas. Me consta que


Ingeniería está dedicada a la formidable tarea de


explorar dicha instalación, mientras que yo he

estado investigando el propio planeta para ver si


pudiera servirnos de alguna forma como hogar.



No había nada en su pronunciación seca y


cortante que diera una pista sobre sus

conclusiones, si es que había llegado a alguna.


Esto no era por teatralidad o por el deseo de crear


suspense, sino simplemente porque Vitas se

consideraba ante todo una científica, e informaría


de los hechos positivos o negativos con la misma


sinceridad, sin juzgar el valor o lo deseable del

resultado. Holsten estaba familiarizado con esa







345

escuela de pensamiento, que se había vuelto cada


vez más popular según se acercaba el final de la


Tierra, y los resultados positivos eran cada vez

más difíciles de encontrar.



Vitas pasó la vista sobre la reunión, y Holsten


trató de interpretar su expresión, su lenguaje


corporal, cualquier cosa que le diera una de idea

de adonde iba esto. ¿Nos quedamos aquí?


¿Seguimos adelante? ¿Volvemos atrás? La última


posibilidad era su mayor preocupación, pues era


uno de los poquísimos que había tenido una

experiencia de primera mano en el mundo verde


de Kern.



La pantalla se aclaró, pasando por diversos tonos


de gris, y luego mostró la curva de un horizonte

oscuro: estaban viendo el planeta gris.



—Como habréis notado, la superficie del planeta


tiene un aspecto curiosamente uniforme. Los


análisis espectrográficos, sin embargo, muestran

abundante química orgánica: todos los elementos


que necesitaríamos para sobrevivir —les contó


Vitas—. Enviamos un par de drones en cuanto

nos situamos en órbita alta. Las imágenes que


vais a ver provienen de las cámaras de los drones.


Los colores son todos auténticos, sin retoques ni

licencias artísticas.



A Holsten no le parecía que hubiese ningún color,


salvo si contaba el gris, pero cuando el sol


naciente iluminó el orbe que se desplegaba ante




346

sus ojos vio contornos y sombras: indicaciones de


montañas, valles y canales.



—Como podéis ver, el planeta es activo


geológicamente, lo que puede haber sido un

requisito para la terraformación del Imperio. No


sabemos si es simplemente porque, de todas las


cualidades terrestres que deseaban encontrar en

un nuevo mundo, esa sería la más difícil de


fabricar (si es que no era imposible), o porque han


inculcado dicha cualidad en el planeta en una


primera fase. Esperamos que la información que

recuperemos de la estación nos dará una idea de


en qué consistía el proceso. Está dentro de lo


posible que algún día nosotros mismos podamos

duplicar esta hazaña.



Y se notó al menos un atisbo de que Vitas se


sentía un poco emocionada por esa idea. Holsten


estaba seguro de que su voz se agudizó

ligeramente, y una de sus cejas incluso tembló.



—Podéis ver aquí las lecturas de los drones sobre


las condiciones básicas del planeta —continuó


Vitas—. Son: gravedad en torno al ochenta por

ciento de la terrestre, rotación lenta que produce


un ciclo diurno de unas cuatrocientas horas. La


temperatura es alta, soportable en los polos y en

las latitudes más altas, pero probablemente


excesiva para los humanos en el ecuador. Veréis


que los niveles de oxígeno están solo en torno al

cinco por ciento, por lo que este no sería un hogar






347

fácil, me temo. Sin embargo, representa una


lección aprovechable, como comprobaréis.



La imagen cambió a una vista mucho más


cercana de la superficie, pues los drones volaban

mucho más bajo, y un estremecimiento recorrió


la multitud; un movimiento de desconcierto e


inquietud. El gris estaba vivo.



Toda la superficie, tan lejos como podían

registrar las cámaras de los drones, estaba


cubierta por una vegetación densamente


entretejida, gris como la ceniza. De ella brotaban

frondas como de helechos que se alzaban unos


sobre otros, abriendo pliegues como manos para


captar la luz. En otros puntos se alzaban torres


fálicas cubiertas de las verrugas de yemas o

frutos. Tapaba las montañas hasta sus cumbres.


Formaba una alfombra gris y gruesa sobre todas


las superficies visibles. La imagen cambió, y

volvió a cambiar, y Vitas indicó diversas


localizaciones, marcadas en un mapa del globo


inserto. Los detalles de la vista, sin embargo,


apenas cambiaban.


—Lo que estáis viendo puede considerarse un


hongo —explicó la jefa científica—. Esta especie


solitaria ha colonizado el planeta entero, de un

polo a otro y a cualquier altitud. Los escaneos del


suelo, aquí mostrados, revelan que la topografía


real del planeta es tan variada como podría

esperarse de un mundo que debe sustituir a la






348

Tierra: hay cuencas marinas pero no hay mares,


valles fluviales pero no ríos. La investigación


sugiere que en este organismo que tenéis ante

vosotros se encuentra toda el agua del planeta. Y


es posible que se trate de un solo organismo. No


hay ninguna división obvia perceptible. Parece


capaz de realizar algún tipo de fotosíntesis, a

pesar de su color, pero los bajos niveles de


oxígeno sugieren que es diferente químicamente


a cualquier cosa que conozcamos. No sabemos si

esta especie omnipresente es una parte


intencionada del proceso de terraformación, o si


fue el resultado de un error, y su presencia


imposible de erradicar llevó a los ingenieros a

abandonar su trabajo, o si ha surgido después del


abandono como consecuencia natural de un


proyecto a medio terminar. Sea como sea, creo

que podemos afirmar que esa cosa está aquí para


quedarse. Ahora este mundo es suyo.



—¿Puede ser despejada? —preguntó alguien—.


¿Podemos quemarla, o algo así?



Finalmente la calma exterior de Vitas pareció

perturbada.



—Os deseo buena suerte si pretendéis quemar


algo con tan poco oxígeno —dijo con

desaprobación—. Además, recomiendo no seguir


explorando este planeta. Para cuando


establecimos nuestra posición ahí abajo, y

realizamos unas investigaciones preliminares, los






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