Un kilómetro.
El mismo control fue alterado nuevamente.
—Cada vez más lento. Estoy activando los motores
de descenso.
—Todo cerrado —dijo Kane, que trabajaba confiado
ante sus controles—. El descenso está monitorizado
por computadoras.
Un zumbido tenso y cada vez más alto llenó el puente
cuando Madre tomó el control de la nave regulando los
últimos metros del descenso con mayor precisión que
ningún piloto humano.
—Estamos descendiendo sobre esquíes —dijo
Kane—. Apaguen los motores.
Dallas efectuó una última revisión antes de aterrizar
y apagó varios interruptores.
—Motores apagados. Los aparatos de elevación están
trabajando bien.
Una vibración continua llenó el puente.
—Novecientos metros y estamos cayendo —dijo
Ripley observando su tablero.
—Ochocientos, setecientos, seiscientos.
Siguió contando la tasa de descenso en cientos de
metros. Antes de mucho, estaba contando por decenas.
A cinco metros, el remolque vaciló bamboleándose
sobre sus esquíes sobre la superficie azotada por una
tormenta y envuelta por la oscuridad de la noche.
—Hacia abajo.
Kane ya estaba en acción para ejecutar el movimiento
requerido mientras Dallas daba la orden. Un zumbido
agudo llenó el puente. Varias patas gruesas de metal,
semejantes a las de un inmenso escarabajo, salieron por
debajo de la panza de la nave, y empezaron a moverse
angustiosamente cerca de la roca aún invisible debajo
de ellos.
—Cuatro metros... ¡Ufff!
Ripley se detuvo. Y asimismo el Nostromo cuando los
puntales de aterrizaje hicieron contacto con la durísima
roca. Unos enormes amortiguadores suavizaron el
contacto.
—Hemos llegado.
Algo pareció saltar de su sitio. Probablemente un
circuito pequeño o quizás una descarga no bien
compensada, no calculada con suficiente rapidez. Un
choque terrorífico recorrió la nave. El metal del casco
vibró arrancando un terrible gemido metálico a toda la
nave.
—¡Perdido! ¡Perdido! —gritó Kane, cuando todas las
luces del puente se apagaron.
Todos los aparatos parecieron rechinar, pidiendo
atención, cuando la falla mecánica fue recorriendo los
extremos de los nervios mecánicos interdependientes
del Nostromo.
Cuando el shock llegó a ingeniería, Parker y Brett se
preparaban a destapar otras dos cervezas.
Una hilera de tubos alineados en el techo hizo
explosión. Tres paneles del cubículo de control se
incendiaron, mientras una cercana válvula de presión
se soltaba y luego hacía explosión.
Las luces se apagaron mientras Parker y Brett
buscaban a tientas sus rayos de mano y Parker trataba
de encontrar el botón que controlaba el generador de
retroalimentación que daba energía de emergencia y
servicio directo a los motores.
En el puente reinó una confusión controlada. Cuando
cesaron los gritos y las preguntas, fue Lambert la que
expresó el pensamiento común.
—El generador secundario ya debía haber entrado en
acción —dijo; luego dio un paso y una de sus rodillas
chocó rudamente contra un tablero.
—¿Por qué no ha entrado en acción? —dijo Kane,
acercándose a la pared a tientas.
—Los controles de aterrizaje... aquí. —Hizo correr sus
dedos sobre varias palancas conocidas—. El perno del
puente de popa... allí. Debió de estar cerca... —Su mano
se aferró a una barra de luz de emergencia y la
encendió. Una luz mortecina reveló varias siluetas
fantasmales. Con la luz de Kane sirviendo de guía,
Dallas y Lambert localizaron sus propias barras de luz.
Los tres rayos se combinaron, dando iluminación
suficiente para trabajar.
—¿Qué ocurrió? ¿Por qué no se encendió el
generador secundario? ¿Y qué causó la fuga?
Ripley palpó el botón de intercomunicación.
—Sala de máquinas, ¿qué ocurrió? ¿Cuál es nuestra
situación?
—Pésima —sonó la voz de Parker, atareada, frenética
y preocupada a la vez.
Un zumbido lejano, como el de alas de un insecto
colosal, formó un fondo a sus palabras. Las palabras se
elevaron y se desvanecieron como si el que hablaba
tuviera dificultades para mantenerse en el ámbito del
micrófono de intercomunicación omnidireccional.
—Maldito polvo en las máquinas, eso fue lo que pasó.
Entró cuando descendimos. Creo que no cerramos y
abrimos a tiempo. Allí hay un incendio eléctrico.
—Es grande —fue lo único que Brett añadió a la
conversación. La distancia hacía débil su voz. Hubo
una pausa durante la cual sólo pudieron percibir el
soplar de los extinguidores químicos sobre el
magnavoz.
—Las entradas se han atascado —pudo decir
finalmente Brett a sus ansiosos oyentes—.
Sobrecalentamiento grave, ardió toda una celda.
¡Maldición, todo está suelto aquí...!
Dallas miró a Ripley.
—Esos dos parecen bastante atareados. Alguien que
me dé la respuesta crítica. Algo explotó. Quiero creer
que fue sólo allá en su departamento, pero pudo ser
peor. ¿No se abrió el casco?
Luego aspiró profundamente.
—De ser así, ¿dónde y de qué gravedad?
Ripley efectuó una rápida inspección de los
calibradores de presurización de emergencia, luego
estudió rápidamente los diagramas de cada cabina
antes de sentir confianza para contestar con certeza:
—No veo nada. Aún tenemos toda la presión en los
compartimientos. Si hay un agujero, es demasiado
pequeño y el auto‐sellador ya lo tapará.
Ash estudió su propio tablero. Como los demás, tenía
energía independiente para el caso de una enorme falla
como la que estaban sufriendo por el momento.
—El aire en todos los compartimientos no muestra
señales de contaminación de la atmósfera anterior.
Creo que aún tenemos presión, señor.
—Es la mejor noticia que he tenido en sesenta
segundos. Kane, cuenta las pantallas exteriores que
todavía tengan energía.
El oficial ejecutivo ajustó tres palancas. Hubo un
parpadeo perceptible, la visión vaga de tenues formas
geológicas, luego la oscuridad completa.
—Nada. Estamos ciegos afuera, así como aquí
adentro. Tendremos que conseguir la energía
secundaria, al menos, antes de poder echar un vistazo
a dónde estamos. Las baterías no bastan ni siquiera
para imágenes mínimas.
Los sensores auditivos requerían menos energía.
Llevaban la voz de este mundo a la cabina. Los sonidos
de la tempestad y el viento subieron y bajaron por los
receptores inmóviles llenando el puente con sonidos
semejantes a los de dos peces discutiendo bajo el agua.
—¡Ojalá hubiésemos llegado con la luz del día —dijo
Lambert contemplando la oscuridad—. Habríamos
podido ver sin necesidad de instrumentos.
—¿Qué te pasa Lambert? —le preguntó Kane, por
molestarla—. ¿Tienes miedo a la oscuridad?
Lambert no sonrió.
—No me da miedo la oscuridad que conozco, la que
me aterra es la que no conozco. Especialmente cuando
está llena de ruidos como esa llamada de auxilio.
Luego dedicó toda su atención a la escotilla que
estaba cubierta de polvo.
Su disposición a expresar los temores más profundos
de todos no mejoró la atmósfera mental dentro del
puente. Demasiado atiborrada aun en sus mejores
momentos, se había vuelto sofocante en la oscuridad
casi total, empeorada por el continuo silencio de todos.
Fue un alivio cuando Ripley anunció:
—Nuevamente tenemos intercomunicación con
ingeniería.
Dallas y los otros la miraron expectantes mientras ella
manipulaba el amplificador:
—¿Eres tú, Parker?
—Sí, soy yo.
A juzgar por el sonido, el ingeniero estaba demasiado
cansado para hablar con su habitual manera sarcástica.
—¿Cómo están allí? —preguntó Dallas, cruzando los
dedos mentalmente—. ¿Qué me dices de ese incendio?
—Finalmente lo hemos apagado.
Un suspiro de alivio sonó como un ventarrón por el
intercomunicador.
—Empezó en esa vieja línea de lubricantes que hay a
lo largo de las paredes del corredor en el nivel C. Por
un momento creí que nos habíamos quemado los
pulmones. Sin embargo, el combustible era más
delgado de lo que yo creía y se consumió antes de
acabar con nuestro aire. Los limpiadores parecen estar
sacando bien el carbón.
Dallas se pasó la lengua por los labios.
—¿Qué daños hay? No te preocupes por las cosas
superficiales. Lo único que me preocupa es el
funcionamiento de eficiencia y la dificultad de
desempeño.
—Veamos... hay cuatro paneles totalmente
inutilizados.
Dallas pudo imaginar al ingeniero contando las cosas
con los dedos antes de informar.
—La unidad de carga secundaria está estropeada; al
menos tres celdas del módulo doce desaparecieron.
Dejó que ese pensamiento fuera bien captado, y luego
añadió:
—¿También quieren saber de las cosas pequeñas?
Denme una hora y tendré una lista.
—Olvídate de eso. No te retires ni un segundo.
Se volvió entonces hacia Ripley:
—Vuelve a intentar con las pantallas.
Así lo hizo Ripley, sin éxito.
Permanecieron tan a ciegas como la mente del
contador de la Compañía.
—Tendremos que prescindir de eso un tiempo más —
dijo Dallas a Ripley.
—¿Estás seguro de que eso es todo? —contestó ella
ante el micrófono. Ripley descubrió que estaba
sintiendo lástima hacia Parker y Brett por vez primera
desde que habían entrado a tomar parte de la
tripulación. O desde que había entrado ella, ya que
Parker había entrado antes, como miembro
complementario del Nostromo.
—Hasta ahora sí.
Dallas tosió ante el micrófono.
—Estamos tratando de recobrar toda la energía de la
nave. El módulo doce, al fundirse, estropeó todo lo de
aquí atrás.
—Les informaremos de la energía cuando sepamos
todo lo que consumió el fuego.
—¿Qué hay de las reparaciones? ¿Pueden
arreglárselas solos?
Mentalmente, Dallas estaba repasando los breves
informes del ingeniero. Tenían que reparar los daños
iniciales, pero el problema de la celda requería tiempo.
No quería pensar en lo que hubiese mal en el módulo
doce.
—No lo podemos arreglar todo aquí atrás, sea lo que
sea —replicó Parker.
—No dije que pudieran. No espero eso. ¿Qué pueden
hacer?
—Necesitamos reparar un par de estos ductos y
realinear las tomas dañadas. Debemos trabajar en los
daños realmente graves. No podemos colocar bien esos
ductos sin llevar la nave a un dique seco. Haremos lo
que podamos, con nuestros recursos.
—De acuerdo. ¿Qué más?
—Ya te lo dije. El módulo doce. Te lo diré de una vez,
perdimos una celda principal.
—¡Cómo? ¿Por el polvo?
—En parte, sí.
Parker hizo una pauta mientras intercambiaba
palabras inaudibles con Brett y luego volvió a
enfrentarse al micrófono:
—Algunos fragmentos se aglutinaron dentro de las
tomas, se solidificaron y causaron un
sobrecalentamiento que causó el fuego. Ya sabes lo
sensibles que son estas cosas. Pasó directamente a
través del blindaje e incendió todo el sistema.
—¿Hay algo que puedas hacer? —preguntó Dallas.
De alguna manera había que reparar el sistema. No
podían reemplazarlo.
—Creo que sí. Y Brett cree que sí. Tenemos que
limpiar todo y volver a crear un vacío y luego veremos
si se sostiene. Si permanece tenso después de limpiarlo,
todo irá bien; si no, podemos tratar de hacer un parche
de metal. Si resulta que hay una grieta a lo largo del
ducto, entonces...
Su voz se desvaneció.
—No hablemos todavía de los problemas últimos —
sugirió Dallas—. Dediquémonos a los inmediatos y
esperemos que no haya más.
—Por nosotros, está bien.
—Correcto —añadió Brett, y su voz sonó como si
estuviera trabajando a la izquierda del ingeniero.
—El puente, corte.
—Ingeniería, corte. Mantengan caliente el café.
Ripley desconectó la intercomunicación y miró
expectante a Dallas que estaba sentado, pensando,
inmóvil.
—¿Cuánto tardaremos antes de funcionar, Ripley?
Supongamos que Parker tiene razón acerca de los
daños y que él y Brett pueden hacer las reparaciones.
Ripley estudió los datos y pensó durante un
momento.
—Si ellos pueden realinear esos ductos y fijar el
módulo doce hasta el punto en que soporte su parte de
la carga de energía, calculo que entre quince y veinte
horas.
—No está mal. Supongamos dieciocho —dijo Dallas
sin sonreír, pero sentía ya renacer su esperanza—. ¿Y
qué me dices de los auxiliares? Más valdrá que estén
listos cuando recobremos la energía.
—Estoy trabajando en ello —dijo Lambert haciendo
adaptaciones en los instrumentos ocultos—. Cuando
hayan terminado en ingeniería, estaremos listos.
Diez minutos después, un minúsculo altoparlante en
la estación de Kane dejó escapar una serie de agudos
ʺbipsʺ. Kane estudió un aparato y luego encendió la
comunicación:
—Puente, habla Kane.
Con voz agotada pero sin poder ocultar su
satisfacción, Parker habló desde el otro extremo de la
nave:
—No sé cuánto tiempo podrá sostenerse. Algunas de
las fundiciones que hicimos son bastante burdas. Si
todo funciona como debe, volveremos a hacerlo con
más cuidado y haremos permanentes los sellos. Ahora,
ya deben tener energía ustedes.
El ejecutivo oprimió un botón; las luces volvieron al
puente y ciertos instrumentos dependientes
parpadearon y luego quedaron encendidos; hubo
murmullos y sonidos dispersos de aprobación de los
demás.
—Otra vez tenemos energía y luz —informó Kane—.
Buen trabajo, ustedes dos.
—Todo nuestro trabajo es bueno —replicó Parker.
—Muy bien.
Brett debía estar hablando junto al micrófono de
intercomunicación, junto a los motores, a juzgar por el
zumbido continuo que formaba un elegante
contrapunto con su habitual respuesta monosilábica.
—No se entusiasmen demasiado —decía Parker—.
Los nuevos nexos deben mantenerse, pero no hago
promesas. Simplemente, aquí unimos cosas. ¿Algo
nuevo por allá?
Kane meneó la cabeza y se recordó a sí mismo que
Parker no podía ver el gesto.
—Absolutamente nada.
Luego dio una ojeada por la escotilla más cercana. Las
luces del puente arrojaban su pálido reflejo sobre un
cuadro de terreno desierto, sin ningún rasgo notable;
ocasionalmente, la tormenta que azotaba aquel paraje
lanzaba algún fragmento de arena o de roca que pasaba
frente a la escotilla y podía verse un breve rayo
producido por reflejos. Pero eso era todo.
—Tan sólo roca. No se puede ver muy lejos. Por lo
que veo, podríamos estar a cinco metros del oasis local.
—Sigue soñando —gritó Parker a Brett y luego
añadió en tono objetivo—: Manténganse en contacto. Si
hay algún problema, hágannoslo saber.
—Ya te enviaremos una postal —dijo Kane, y cortó la
comunicación.
III
Habría sido mejor para la paz mental de todos ellos
dejar que la emergencia continuara. Nuevamente con
luces y energía y sin nada que hacer salvo mirarse las
caras, las cinco personas del puente se pusieron cada
vez más inquietas. No había espacio para extenderse y
relajarse. Un solo pasillo habría ocupado todo lugar del
puente. Así pues, se quedaron en sus puestos bebiendo
cantidades excesivas de café servido por el autochef y
tratando de pensar en algo que evitara a sus activos
cerebros concentrarse en la desagradable situación. En
cuanto a lo que había fuera de la nave, posiblemente
allí cerca, preferían no hacer especulaciones en voz alta.
De todos ellos, sólo Ash parecía relativamente
contento. Su única preocupación momentánea era el
estado mental de sus compañeros. No había
verdaderas instalaciones recreativas en la nave. El
Nostromo era un remolcador, una nave de trabajo, no de
placer. Cuando no estaba desempeñando las tareas
necesarias, su tripulación debía pasar su tiempo libre
en la confortable matriz del hipersueño. Era natural
que un tiempo libre, de vigilia, los pusiese nerviosos
aun en las mejores circunstancias, y las circunstancias
del momento no eran precisamente las mejores.
Ash podía plantear una y otra vez problemas teóricos
a las computadoras sin aburrirse nunca. Para él, el
tiempo de vigilia era estimulante.
—¿Alguna respuesta a nuestras llamadas? —
preguntó Dallas inclinándose en su silla para ver de
cerca al oficial en ciencias.
—He probado todo tipo de respuestas del manual,
además de la asociación libre. También hice que Madre
probara un enfoque codificado estrictamente
mecanólogo —dijo Ash sacudiendo la cabeza,
decepcionado—. Nada, aparte de aquel llamado de
emergencia, repetido a intervalos, todos los demás
canales están en blanco, salvo un continuo telerrumor
en 0.3‐3.
—Madre dice que esa es la descarga característica de
la estrella central de este mundo. Hay por aquí alguien
o algo vivo, pero no sabe hacer nada más que pedir
auxilio.
Dallas hizo un ruido vulgar.
—Bueno, ya tenemos la energía de vuelta. Veamos
dónde estamos.
Ripley encendió un interruptor. Por la escotilla pudo
verse una cadena de luces poderosas, como perlas
brillantes en el costado oscuro del Nostromo. Ahora
eran más evidentes el polvo y el viento que a veces
formaba pequeños remolinos en el aire y otras soplaba
en línea recta y con fuerza considerable a través de su
línea de visión. Rocas aisladas, escarpamientos y
cañadas eran los únicos rasgos de aquel paisaje
desolado. No había señales de nada viviente ni un
manchón de liquen, una mata, nada. Sólo viento y
polvo girando en una noche extraña.
—No fue un oasis —dijo Kane para sí mismo.
Todo era yerto, monótono, inhospitalario.
Dallas se levantó, avanzó hacia una escotilla y
contempló la tormenta que continuaba; vio pasar ante
el cristal fragmentos de roca. Se preguntó si alguna vez
la atmósfera estaría tranquila en aquel pequeño
mundo. Por lo que sabía de las condiciones locales, el
Nostromo igualmente habría podido posarse en mitad
de un tranquilo día de verano, mas no era probable.
Aquel globo no era lo bastante grande para producir
un clima realmente violento como, por ejemplo, el de
Júpiter. Lo consoló un poco pensar que el tiempo, allá
afuera, probablemente no podía ser mucho peor.
Los avalares del clima local eran el principal tema de
la conversación.
—No podemos ir a ninguna parte en esto —dijo Kane,
señalando la nave— al menos, no en la oscuridad.
Ash desvió la mirada del tablero. No se había
movido, evidentemente estaba tan tranquilo física
como mentalmente. Kane no podía comprender cómo
lo hacía el oficial de ciencias. Si él no hubiese
abandonado su puesto de vez en cuando para pasearse
un poco, ahora ya estaría loco.
Ash levantó la mirada y le ofreció una información
útil:
—Madre dice que el sol local saldrá dentro de veinte
minutos; donde vayamos, ya no será en la oscuridad.
—Eso ya es algo —reconoció Dallas aferrándose a
aquella nueva esperanza—. Si los que pidieron auxilio
ya no pueden o no quieren llamar más, de todos modos
tendremos que ir a buscarlos o a buscarlo, si la señal
fue producida por un rayo automático. ¿A qué
distancia estamos de la fuente de la transmisión?
Ash estudió sus datos y activó, para su confirmación,
un planeador automático.
—A cerca de tres mil metros, en su mayoría de
terreno plano, por lo que dicen los exploradores; poco
más o menos, al nordeste de nuestra posición actual.
—¿La composición del terreno?
—Parece ser la misma que determinamos al
descender. Ahora estamos posados sobre algo duro.
Basalto sólido con variantes menores, aun cuando no
descartemos la posibilidad de encontrar algunas bolsas
amigdaloidades aquí y allá.
—Entonces, tendremos cuidado al avanzar.
Kane comparaba mentalmente la distancia con el
tiempo.
—Al menos está lo bastante cerca para poder ir
andando.
—Sí —dijo Lambert, al parecer complacida—. No me
agradaría nada tener que mover la nave. Un descenso
directo de la órbita es más fácil que un cambio de
superficie a superficie con este tiempo.
—Muy bien. Ahora sabemos que tendremos que
caminar. Veamos a través de qué habrá que avanzar.
Ash, danos un análisis atmosférico preliminar.
El oficial de ciencias oprimió unos botones. Una
pequeña escotilla se abrió en la piel del Nostromo. Un
pequeño frasco de metal surgió al viento durante un
minuto, absorbió una porción del aire de aquel mundo
y volvió a hundirse en la nave.
Esa muestra fue proyectada a una cámara al vacío.
Avanzadísimos instrumentos procedieron a
desmenuzarla. En muy poco tiempo, aquellas piezas de
aire aparecieron en forma de números y símbolos en el
tablero de Ash.
Ash los estudió brevemente, pidió un doble análisis
de uno de ellos y luego informó a sus compañeros:
—Es casi una mezcla primordial. Mucho nitrógeno
inerte, algún oxígeno, alta concentración de bióxido de
carbono libre, hay metano y amoniaco, parte de este
último en estado de congelación. Allí afuera hace frío.
Ahora estoy trabajando sobre los elementos, pero no
espero ninguna sorpresa. Todo parece bastante
normal, pero irrespirable.
—¿Presión?
—De diez a la cuarta de dina por centímetro
cuadrado. No nos sostendrá, a menos que el viento
realmente nos levante.
—¿Qué contenido de humedad? —quiso saber Kane,
y de su mente desaparecieron las imágenes de un
supuesto oasis terrenal.
—Noventa y ocho doble P. Quizás no huela bien, pero
es húmedo. Mucho vapor de agua. Es una mezcla
extraña. Nunca pensé encontrar tanto vapor
coexistiendo con el metano. ¡Oh, bueno! No
recomendaría beber de ninguna fuente, si es que
existen. Probablemente no hay agua.
—¿Hay algo más que debamos saber? —preguntó
Dallas.
—Sólo que hay una superficie de basalto, con mucha
lava endurecida. Y aire frío muy por debajo de la línea
—les informó Ash—. Necesitaremos ropas para
enfrentarnos a esa temperatura. Aunque el aire sea
respirable, no es probable que haya nada vivo allí.
Dallas pareció resignado:
—Supongo que resulta irrazonable esperar algo más.
Quiero creer que hay unas fuentes eternas. Ya hay una
atmósfera que hace que la visión sea mala. Habría
preferido que hubiera aire; en fin, nosotros no
diseñamos estas rocas.
—Nunca se sabe —dijo Kane filosofando de nuevo—
. Quizás esa sea la idea que alguien tenga de un paraíso.
—No tiene ningún objeto maldecir —les aconsejó
Lambert—. Habría podido ser mucho peor.
Luego estudió la tormenta de afuera. Todo iba
iluminándose conforme se aproximaba el amanecer.
—Desde luego, prefiero esto a tratar de aterrizar en
algún gigante gaseoso, donde habríamos tenido
vientos de trescientos kilómetros por hora en períodos
de calma, y diez a veinte gravedades a las que hacer
frente. Por lo menos, podremos pasearnos sin soporte
de generador y estabilizadores. No saben lo bien que
nos ha ido.
—Es curioso, pero no me siento muy bien —replicó
Ripley—. Preferiría estar en el hipersueño.
Algo pasó junto a sus tobillos y ella se agachó para
acariciar el lomo de Jones. El gato ronroneó agradecido.
Kane dijo animado:
—Oasis o no, yo me ofrezco a salir primero. Quiero
tener oportunidad de ver de cerca al de la llamada
misteriosa. Nunca se sabe qué se puede encontrar.
—¿Joyas y dinero? —dijo Dallas, sin poder contener
una sonrisa; Kane era un notable soñador.
El se encogió de hombros.
—¿Por qué no?
—Bueno, ya te oí. Muy bien.
Quedó aceptado que Dallas sería miembro de la
pequeña expedición. Dio un vistazo alrededor del
puente en busca de un candidato que completara el
grupo:
—¿Vienes tú también, Lambert?
Lambert no pareció muy contenta.
—Bueno. Pero ¿por qué yo?
—¿Por qué no tú? Eres nuestra especialista en
orientación. Veamos qué tal lo haces sin tus
instrumentos.
Echó a andar por el corredor y luego se detuvo y dijo
en tono objetivo:
—¡Ah! Algo más. Seguramente nos encontraremos
ante un cadáver abandonado y un rayo de repetición,
o por el contrario en estos momentos ya habríamos
oído algunos sobrevivientes. Pero aún no podemos
estar seguros de lo que veremos. Este mundo no parece
pulular de vida, hostil o no, pero no correremos riesgos
innecesarios. Saquemos algunas armas.
Luego vaciló cuando Ripley se apresuró para
reunirse a ellos.
—Tres es el máximo que pueden salir de la nave,
Ripley. Tú tendrás que aguardar turno.
—No iba a salir —le dijo Ripley—. Me gusta estar
aquí. Simplemente, he hecho ya todo lo que he podido.
Parker y Brett van a necesitar ayuda con el trabajo
delicado al tratar de arreglar esos duelos.
Allá en el cuarto de máquinas, hacía demasiado calor
pese a los mejores esfuerzos de la unidad de
enfriamiento del remolcador. El problema se debía a la
cantidad de fundiciones que Parker y Brett tenían que
hacer y al minúsculo espacio en que habían de trabajar.
El aire cerca de los termostatos seguiría
comparativamente frío, mientras que alrededor de la
propia fundición todo se calentaría rápidamente.
El fundidor láser no era problema. Generaba un rayo
relativamente frío. Pero donde el metal se fundía para
formar un sello nuevo, generaba calor, como un
derivado. Ambos trabajaban sin camisa y el sudor
corría por sus torsos desnudos.
Por allí cerca, Ripley se apoyó contra una pared y se
valió de una herramienta peculiar para sacar un panel
protector. Complejos agregados de alambres de color y
minúsculas formas geométricas quedaron expuestos a
la luz. Dos pequeñas secciones se habían carbonizado.
Con otra herramienta. Ripley sacó los componentes
dañados y buscó en la funda que llevaba bajo un
hombro los reemplazos adecuados.
En el momento en que colocaba el primero de ellos en
su lugar, Parker cerró el rayo láser. Luego, con ojo
crítico, examinó la fusión.
—Me atrevo a decir que no está mal. —Luego se
volvió para examinar a Ripley. El sudor hacía que la
túnica se le pegara al busto.
—¡Eh! Ripley, tengo una pregunta para ti.
Ella no levantó la mirada de su trabajo. Un segundo
módulo nuevo entró en su lugar, con un chasquido,
junto al primero, como un diente que se coloca en su
cavidad.
—¿Sí? Estoy escuchando.
—¿Tenemos que ir con la expedición o nos
quedaremos aquí hasta que todo pase? Ya hemos
arreglado la energía. El resto de estas cosas —e indicó
con un amplio ademán el desordenado cuarto de
máquinas— es de cosméticos. Nada que no pueda
esperar unos cuantos días.
—Los dos conocen las respuestas —dijo Ripley
volviendo a sentarse y frotándose las manos mientras
los miraba—. El capitán escogió a un par, y allí queda
todo. Nadie más podrá salir hasta que vuelvan a
informar. Tres fuera, cuatro dentro. Esa es la regla.
Luego se detuvo al pensar súbitamente en algo y los
miró intencionadamente:
—No estás pensando en eso ¿verdad? Lo que te
preocupa es lo que puedan encontrar. O bien todos te
hemos juzgado mal y realmente eres un buscador de
conocimientos, un verdadero devoto dedicado a hacer
retroceder las fronteras del universo conocido.
—¡Diablos, no! —dijo Parker que no parecía ofendido
en lo más mínimo por el sarcasmo de Ripley—. Estoy
verdaderamente dedicado a hacer retroceder las
fronteras de mi cuenta bancaria. Así pues... ¿Qué me
dices de una repartición en caso de que encontrasen
algo valioso?
Ripley parecía aburrida.
—No te preocupes. Los dos recibirán lo que les
corresponda.
Luego empezó a buscar en la bolsa de herramientas
cierto módulo en estado sólido, para llenar la última
sección dañada en la pared de la nave.
—No trabajo más —anunció Brett súbitamente—
hasta que se nos garanticen partes iguales.
Ripley encontró la pieza que buscaba para colocarla
en la pared.
—A cada uno de ustedes su contrato les garantiza que
recibirán una parte de todo lo que encontremos.
Ambos lo saben. Ahora, déjense de eso y vuelvan a
trabajar.
Luego se dio vuelta y empezó a asegurarse de que los
módulos recién asegurados funcionaran bien.
Parker la miró duramente y abrió la boca para decir
algo, pero lo pensó mejor. Ella era la encargada de las
garantías. Echársela en contra no serviría de nada. El
había planteado su argumento sin éxito. Más valía
dejar las cosas allí, por mucha rabia que sintiera. Sabía
proceder lógicamente cuando la situación lo exigía.
Con violencia encendió el rayo láser y empezó a sellar
otra sección del ducto roto.
Brett, encargado de la energía de la fundición, dijo sin
dirigirse a nadie en particular:
—Correcto.
Dallas, Kane y Lambert avanzaron por un estrecho
corredor. Ahora llevaban botas, chaquetas y guantes,
además de sus pantalones aislantes de trabajo.
Llevaban pistolas láser, versiones en miniatura del
fundidor que estaban usando Parker y Brett.
Se detuvieron ante una maciza puerta, marcada con
símbolos y palabras:
CÁMARA DE PRESIÓN: SOLO PERSONAL
AUTORIZADO.
A Dallas siempre le resultaba divertidamente
redundante la advertencia, pues a bordo de la nave no
podía haber más que personal autorizado, y cualquier
autorizado para estar a bordo podía penetrar en la
cámara de presión.
Kane tocó un interruptor. Surgió de la pared un
escudo protector y reveló tres botones ocultos debajo.
Los oprimió en sucesión.
Hubo un chirrido y la puerta se apartó. Todos
entraron.
Siete trajes al alto vacío se hallaban dispuestos en las
paredes. Eran voluminosos, incómodos y
absolutamente necesarios para aquel paseo si los
cálculos de Ash acerca de lo que podía haber en el
exterior eran siquiera aproximados. Se ayudaron unos
a otros a entrar en aquellas pieles artificiales y
revisaron las funciones unos de otros.
Luego, llegó el momento de ponerse los cascos; esto
se hizo con la debida solemnidad y cuidado; cada uno,
a su vez, se aseguró de que tanto él como su vestido
estuviesen herméticamente colocados.
Dallas revisó el casco de Kane, Kane revisó el de
Lambert y ella lo hizo con el del capitán. Llevaron a
cabo aquel juego con la mayor seriedad; los viajeros del
espacio parecían tres simios que se imitaran unos a
otros, por último se acomodaron los reguladores
automáticos. Pronto los tres estuvieron respirando el
aire inerte, pero saludable, de sus respectivos tanques.
Con una mano enguantada, Dallas activó el
comunicador interno del casco:
—Estoy transmitiendo. ¿Me oyen?
—Estamos recibiendo —anunció Kane, y luego hizo
una pauta para adaptar la energía de su propio
micrófono—. ¿Me oyes?
Dallas asintió con la cabeza y se dirigió hacia Lambert
que aún no había hablado.
—Estoy recibiendo —dijo, sin tratar de ocultar su
descontento. No se había reconciliado con formar parte
de la expedición.
—Vamos, Lambert —dijo Dallas, tratando de
animarla—. Te escogí por tus habilidades, no por tu
alegre carácter.
—Gracias por el cumplido —dijo ella secamente—.
¿Por qué no pudiste escoger a Ash o a Parker?
Probablemente a ellos les habría encantado ir.
—Ash tiene que permanecer a bordo; ya lo sabes.
Parker tiene quehacer en el cuarto de máquinas y no
podría orientarse sin instrumentos en una bolsa de
papel. No me importa si maldices a cada paso que des.
Simplemente asegúrate que encontremos la fuente de
esa maldita señal.
—Sí, divertidísimo.
—Muy bien, en eso quedamos, entonces. Mantente
lejos de las armas a menos que te diga lo contrario.
—¿Esperas encontrar tipos amistosos? —preguntó
Kane, dudando.
—Esperamos lo mejor, antes que lo peor —dijo
Dallas, y luego tocándose los controles externos del
traje, abrió otro canal—. Ash ¿estás ahí?
Fue Ripley la que respondió:
—Va camino a la cámara de ciencias. Dale un par de
minutos.
—Con cuidado —dijo Dallas volviéndose hacia
Kane—. Cierra la escotilla interna.
El ejecutivo tocó los controles necesarios y la puerta
se deslizó tras ellos, hasta quedar cerrada.
—Ahora, abre la exterior.
Kane repitió el procedimiento que les había dado
entrada a la esclusa. Después de oprimir el último
botón, permaneció de pie junto con los otros y esperó.
Inconscientemente, Lambert oprimió su traje contra la
puerta interna de la cámara, en reacción instintiva a lo
desconocido que podía haber afuera.
La escotilla exterior se deslizó hasta quedar abierta.
Nubes de polvo y de vapor aparecieron girando ante
los tres seres humanos. La luz de la preaurora era del
color de una naranja quemada. No era el jovial y
reconfortante color amarillo del sol, pero Dallas tenía
esperanzas de que aquello mejorara cuando el sol
siguiera subiendo. Les daba luz suficiente para ver,
aunque no había gran cosa que ver en aquel aire denso
y lleno de partículas.
Salieron a la plataforma de un ascensor que corría
entre zancos de soporte. Kane tocó otro interruptor. La
plataforma descendió, y unos sensores colocados en su
interior indicaron dónde estaba el suelo. Computó la
distancia, y se detuvo cuando su base parecía besar el
punto más alto de una piedra negra.
Encabezados por Dallas, más por hábito que por un
procedimiento formal, avanzaron cuidadosamente
hasta llegar a la propia superficie. La lava era dura bajo
sus botas. Vientos con fuerza huracanada los azotaban
mientras observaban el panorama barrido por el
viento.
Por el momento no pudieron ver nada más que lo que
pasaba entre sus botas, formando parte de una neblina
color anaranjado y marrón.
ʺ¡Qué lugar tan deprimente!ʺ, pensó Lambert. No era
precisamente aterrador, aunque la incapacidad de ver
lejos sí resultaba desconcertante. Le hizo pensar en un
chapuzón nocturno en aguas infestadas de tiburones.
Nunca se sabía lo que podía salirle a uno de entre las
tinieblas.
Quizás estaba prejuzgando, pero no le pareció. En
toda aquella tierra no había ni un solo color vivo. Ni un
azul, ni un verde; tan sólo una continua mezcla de
amarillo, anaranjado y marrones y grises cansados.
Nada para animar el ojo mental que, a su vez, puede
tranquilizar los propios pensamientos. La atmósfera
era del color gris de un experimento fallido, el terreno
del de las excrecencias compactas de una nave. Sintió
lástima de todo lo que pudiera vivir allí. Pese a la falta
de pruebas en algún sentido, tenía la sensación de que
nada vivía por entonces en aquel mundo.
Quizás no tuviese razón. Quizás aquel fuese el
concepto del paraíso que pudiera tener alguna criatura
desconocida. Si tal resultaba el caso, pensó que no le
gustaría mucho la compañía de semejante criatura.
—¿En qué dirección vamos?
—¿Qué? —La neblina y las nubes se habían mezclado
con sus pensamientos, pero logró deshacerse de ellos.
—¿Por dónde tomamos, Lambert? —dijo Dallas,
contemplándola fijamente.
—Estoy bien. Pensaba demasiado. —En su mente
había visualizado su puesto a bordo del Nostromo.
Aquel asiento con sus instrumentos de navegación, tan
sofocante y limitado en condiciones normales, y ahora
le parecía un pedazo del paraíso.
Verificó una línea que había en la pantalla de un
pequeño aparato que tenía sujeto a su cintura.
—Por allí. En esa dirección —dijo, señalando.
—Te seguimos —dijo Dallas colocándose detrás de
ella.
Seguida por el capitán y por Kane, echó a andar en
mitad de la tormenta. En cuanto abandonaron la masa
protectora del Nostromo, la tormenta los rodeó por
todos lados.
Ella se detuvo, molesta, y manipuló los instrumentos
de su traje.
—Ahora no puedo ver nada.
La voz de Ash sonó, inesperadamente, en su casco.
—Enciende el buscador. Está sintonizado con la
llamada de auxilio. Déjate guiar, y no interfieras. Yo ya
lo he hecho.
—Ya está encendido y sintonizado —respondió ella
con violencia—. ¿Crees que no conozco mi trabajo?
—No quise ofender —respondió el científico.
Ella gruñó y echó a andar entre la neblina.
Dallas habló dirigiéndose al micrófono de su casco:
—El rastreador está trabajando bien. ¿Seguro que nos
oyes bien, Ash?
Dentro de la cámara de ciencia de la parte baja de la
nave, Ash desvió su mirada de las figuras oscurecidas
por el polvo que se alejaban lentamente y contempló el
tablero brillantemente iluminado que tenía enfrente.
En la pantalla aparecían claras y nítidas las imágenes
estilizadas. Tocó un control y hubo un ligero ruido
cuando la silla corrió ligeramente sobre sus rieles,
alineándose precisamente con la pantalla iluminada.
—Te veo claramente en la burbuja. Leo claramente, y
los sonidos son altos. Buena imagen en la pantalla de
aquí. No creo perderte. La niebla no es lo bastante
espesa, y no parece haber mucha interferencia aquí en
la superficie. La señal de auxilio está en una frecuencia
distinta, por lo que no hay peligro de interferencia.
—Me parece bien —dijo la voz de Dallas, deformada
por el micrófono—. Estamos recibiendo claramente.
Hay que asegurarse de mantener abierto el canal. No
queremos perdernos aquí.
—Verificaré. Si es necesario les daré instrucciones a
todos a cada paso. No se preocupen, mientras no pase
nada.
—Bueno, Dallas fuera. —Dallas dejó abierto el canal
de la nave y vio que Lambert lo observaba desde el
visor de su traje.
—Estamos perdiendo el tiempo. Hay que moverse.
Lambert se dio vuelta sin decir palabra, su atención
volvió a concentrarse en el rastreador, y echó a andar
por el limo flojo. La gravedad ligeramente inferior
eliminaba el peso de los trajes y los tanques aun cuando
todos seguían preguntándose por la composición de un
mundo tan pequeño que, sin embargo, podía generar
tanta gravitación. Mentalmente, Dallas se reservó
tiempo para hacer un análisis geológico profundo.
Quizás fuera la influencia de Parker, pero la
posibilidad de que aquel mundo contuviera grandes
depósitos de valiosísimos metales pesados no podía
pasarse por alto.
Desde luego, la Compañía se arrogaría todo el
descubrimiento, pues la expedición se había hecho con
equipo de la Compañía y con el tiempo de la
Compañía. Pero podía significar alguna generosa
bonificación. Su parada no intencional podía resultar
provechosa, después de todo. El viento los empujaba,
azotándolos con polvo y piedrecillas como una lluvia
sólida.
—No puedo ver más allá de tres metros en cualquier
dirección —murmuró Lambert.
—Deja de quejarte —se oyó la voz de Kane.
—Me gusta quejarme.
—¡Vamos! Dejen de actuar como dos niños. Este no
es el lugar.
—Sin embargo, es un bonito lugarcillo —dijo
Lambert, sin dejarse intimidar—. No estropeado por el
hombre ni por la naturaleza. Muy buen lugar para
estar... si fueras una roca.
—Dije que ya basta.
Lambert se calló, pero no dejó de quejarse entre
dientes. Dallas podía ordenarle dejar de hablar, pero no
dejar de refunfuñar.
De pronto, a sus ojos llegó una información que
momentáneamente apartó sus ideas de sus quejas del
lugar. Algo había desaparecido de la pantalla del
rastreador.
—¿Qué pasa? —preguntó Dallas.
—Espera.
Lambert realizó un ligero ajuste del aparato, con
dificultad, por causa de los guantes voluminosos. La
línea que había desaparecido en el rastreador volvió a
aparecer.
—La había perdido, ya la tengo de nuevo.
—¿Dificultades? —sonó en su casco una voz lejana.
Ash manifestaba su preocupación.
—Nada importante —le informó Dallas.
Lentamente se dio vuelta, tratando de localizar algo
sólido en la tormenta.
—Sigue habiendo mucho polvo y viento. Empieza a
hacerse borrosa la imagen en el rayo del rastreador.
Para un segundo, perdimos la transmisión.
—Pues aquí todavía es clara —dijo Ash revisando sus
instrumentos—. No creo que sea la tormenta. Quizás
estén entrando en terreno ondulado. Eso podría
bloquear las señales. Tengan cuidado. Si la pierden y
no pueden recuperarla, hagan que el rastreador busque
mi canal hasta la nave mientras recuperan la
transmisión. Entonces trataré de dirigirlos hasta aquí.
—Lo tendremos presente; pero hasta ahora no es
necesario. Te haremos saber lo que pase.
—De acuerdo. Corto.
De nuevo reinó el silencio. Iban sin hablar a través de
un limo anaranjado cargado de polvo.
Después de un rato, Lambert se detuvo.
—¿Lo perdiste de nuevo? —preguntó Kane.
—No, cambió de dirección —dijo Lambert haciendo
un gesto en dirección a su izquierda—. Ahora por ahí.
Siguieron avanzando sobre la nueva ruta; toda la
atención de Lambert estaba fija en la pantalla del
rastreador, Dallas y Kane observaban a Lambert. A su
alrededor la tormenta cobró, momentáneamente,
mayor intensidad. Las partículas de polvo hacían
ruidos insistentes cuando el viento las lanzaba contra
el visor de sus cascos, formando pautas mentales en sus
cerebros:
—Tick, tick... déjennos entrar... flick, pock... déjennos
entrar, déjennos entrar...
Dallas se estremeció. Silencio, la desolación de
aquellas nubes, el halo anaranjado, todo empezaba a
afectarlo.
—Queda cerca —dijo Lambert; los monitores de su
traje momentáneamente informaron al lejano Ash de
una súbita intensificación de su pulso—. Muy cerca.
Siguieron avanzando. Algo apareció en la lejanía, al
frente, por encima de ellos. El aliento de Dallas pudo
notarse ahora en breves jadeos, tanto por la emoción
cuanto por el cansancio.
Desilusión... tan sólo era una gran formación rocosa,
grotesca y protuberante. Estaba resultando atinado el
diagnóstico de Ash acerca de la posibilidad de que
llegaran a un terreno más alto. Por un momento se
refugiaron junto al monolito pétreo. Al mismo tiempo,
la línea se desvaneció del rastreador de Lambert.
—La perdí de nuevo —informó a los demás.
—¿La hemos pasado? —preguntó Kane estudiando
las rocas, tratando de ver por encima de ellas.
—No, a menos que sea subterránea —dijo Dallas,
apoyándose en la pared de piedra—. Podría estar tras
esto.
Y golpeó la piedra con su puño enguantado.
—O quizás sea tan sólo un desvanecimiento debido a
la tormenta. Quedémonos aquí y veamos.
Aguardaron en el lugar mientras descansaban
apoyados contra la pared de piedra. Polvo y niebla
aullaban a su alrededor.
—Ahora estamos a ciegas —dijo Kane.
—Pronto deberá amanecer —dijo Dallas ajustándose
su micrófono—. Ash, escúchame. ¿Cuánto falta para el
amanecer?
La voz del oficial de ciencias llegó tenue,
distorsionada por los sonidos atmosféricos:
—El sol deberá ascender aproximadamente en diez
minutos.
—Podremos ver algo entonces.
—O al revés —intervino Lambert que no trataba de
ocultar su falta de entusiasmo. Estaba cansada y aún
tenía que localizar la fuente de la señal. Su debilidad no
era física. La desolación y el extraño colorido del lugar
estaban afectándola. Anhelaba la limpia y brillante
familiaridad de su tablero.
La claridad creciente no ayudaba; en lugar de
levantar su espíritu, la salida del sol los alarmó al
cambiar el color anaranjado del aire por un rojo sangre.
Quizás fuese menos intimidador cuando las débiles
estrellas estuviesen en lo alto...
Ripley se pasó una mano por la frente y dejó escapar
un suspiro de cansancio. Cerró el último panel de la
pared tras la que había estado trabajando después de
asegurarse de que los nuevos componentes
funcionaban bien y dejó sus herramientas en los
compartimientos de su bolsa.
—Debes poder arreglar lo demás. Yo ya terminé con
el trabajo delicado.
—No te preocupes. Lo lograremos —la tranquilizó
Parker, manteniendo un tono cuidadosamente
objetivo. No miró en su dirección y continuó
concentrado en su propio trabajo. Aún estaba
pensando en la posibilidad de que él y Brett fueran
dejados al margen de lo que se descubriera en la
expedición.
Ripley echó a andar hacia la escalera más cercana:
—Si encuentran dificultades y necesitan ayuda, yo
estaré en el puente.
—De acuerdo —dijo Brett en voz baja.
Parker la vio alejarse y observó su esbelta figura
desaparecer allá arriba.
—Perra —murmuró.
Ash oprimió su control. Un trío de formas que se
movían se hicieron agudas y regulares, perdiendo su
halo, cuando el ensamblador cumplió con su trabajo.
Ash revisó los otros monitores. Las tres señales de las
ropas continuaban llegándole claramente.
—¿Cómo van las cosas? —quiso saber una voz por el
intercomunicador.
Rápidamente Ash apagó la pantalla y dio su
respuesta:
—Hasta ahora, todo bien.
—¿Dónde están? —preguntó Ripley.
—Acercándose a la fuente de información. Han
llegado a un terreno rocoso y la señal a veces se pierde,
pero están tan cerca que no veo cómo podrían dejar de
encontrarla. Pronto debemos tener noticias de ellos.
—Y a propósito de esa señal, ¿no hemos recibido
nada nuevo aún?
—Todavía no.
—¿Has tratado de hacer la transmisión por ECIU,
para un análisis detallado? —dijo Ripley, y en su voz
hubo un dejo de impaciencia.
—Mira, estoy tan ansioso de conocer los detalles
como tú. Pero Madre aún no los ha identificado; así,
¿qué objeto tiene que yo me meta en eso?
—¿Te importa si doy un vistazo?
—Estás en tu casa —dijo Ash—. No causará ningún
daño, y ya sabes qué hacer. Sólo infórmame en el
momento en que encuentres algo, si tienes suerte.
—De acuerdo. Si tengo suerte.
Y Ripley apagó.
Ella se hundió un poco más profundamente en su
silla del puente. Ahora parecía extrañamente
espacioso, pues el resto de la tripulación del puente
estaba fuera, y Ash en su cámara. En realidad, era la
primera vez que ella recordaba haber estado sola en el
puente. Se sentía extraña, y no del todo tranquila.
Bueno, si iba a tomarse la molestia de hacer un
análisis con ECIU, tenía que empezar inmediatamente.
Al tocar un interruptor llenó el puente con los extraños
gemidos de la tormenta. Se apresuró a bajar el
volumen; ya era bastante perturbador oír aquello a bajo
volumen.
Fácilmente podía Ripley concebir que aquello fuera
una voz, como había sugerido Lambert; sin embargo,
ese era un concepto más fantástico que científico.
ʺ¡Domínate, mujer! Ve qué puede decirte la máquina y
deja a un lado tus reacciones emocionalesʺ.
Consciente de lo improbable de lograr algo allí donde
Madre no encontraba nada, activó un panel al que se
daba poco uso. Pero, como había dicho Ash, ya era algo
que hacer. No podía soportar estar sentada, ociosa, en
el puente vacío. Sus pensamientos se volvían
incontrolables. Era mejor hacer algo inútil que no hacer
nada.
IV
Mientras el sol oculto continuaba subiendo, el color
rojo de la atmósfera empezó a iluminarse. Ahora era un
amarillo mustio, sucio, en lugar de la conocida aurora
brillante de la Tierra; pero ya era mucho mejor que lo
anterior.
La furia de la tormenta se había reducido un poco y
el polvo omnipresente había empezado a asentarse.
Por primera vez, los tres exploradores, con los pies
cansados, pudieron ver unos cuantos metros más allá.
Durante un tiempo habían ido en ascenso. El terreno
seguía siendo irregular, pero salvo los aislados pilares
de basalto, éste seguía compuesto por flujo de lava.
Había unas cuantas protuberancias agudas que en su
mayoría se habían convertido en suaves curvas y
cañadas a causa de innumerables eones de viento
continuo y polvo en el aire.
Kane iba al frente, seguido de cerca por Lambert.
Ahora esperaba que ella anunciara en cualquier
momento haber recobrado la señal. Asomó la cabeza
por encima de una pequeña protuberancia y miró al
frente esperando ver más de lo que hasta entonces
había encontrado, como rocas alisadas que condujeran
a un terraplén más alto.
En cambio, su mirada descubrió algo completamente
distinto, lo bastante distinto para que sus ojos se
agrandaran tras el visor transparente del casco; lo
bastante distinto para que gritara ante el micrófono:
—¡SANTO CIELO!
—¿Qué pasa? ¿Qué rayos?
Lambert se detuvo a su lado, seguida por Dallas.
Ambos quedaron tan asombrados por aquella visión
inesperada como el propio Kane.
Habían supuesto que la llamada de auxilio era
generada por una maquinaria de algún tipo, pero en
sus cerebros no se habían formado cuadros de la fuente
transmisora. Habían estado demasiado ocupados con
la tormenta y con la simple necesidad de mantenerse
unidos. Ahora, ante la verdadera fuente,
considerablemente más impresionante de lo que
ninguno de ellos se había atrevido a pensar, ni
temporalmente, perdieron su objetividad científica.
Era una nave, casi intacta, y más extraña de lo que
ninguno de ellos hubiese creído posible. Dallas no la
habría llamado horrible, pero era inquietante, de modo
tal que la tecnología no hubiera podido crear. Las líneas
del macizo aparato abandonado eran claras, pero
antinaturales, dando a todo su diseño una
perturbadora anormalidad.
Se elevaba por encima de ellos y sobre las rocas
circundantes. Por lo que podían ver de ella, pensaron
que había aterrizado, en cierta forma como el Nostromo,
sobre su barriga. Básicamente tenía la forma de una ʺUʺ
metálica enorme, con los dos cuernos de la U
ligeramente apuntando uno hacia el otro. Uno de los
brazos era ligeramente más corto que el otro, y más
torcido hacia adentro. Si esto se debía a daños o a algún
concepto extraño de lo que constituía una grata
simetría, no tenían manera de averiguarlo.
Al acercarse más vieron que la nave se hacía
ligeramente más gruesa en la base de la U, con una
serie de protuberancias concéntricas, como gruesas
placas que se elevaban hacia una cúpula final. Dallas
llegó a la conclusión de que los dos cuernos contenían
las secciones de ingeniería y maquinaria de la nave, en
tanto que el frente más grueso albergaba las cabinas,
posiblemente el espacio de carga y el puente. Por lo que
ellos sabían, todo podía ser también al revés.
La nave yacía inmóvil, sin dar ninguna señal de vida
o de actividad. En aquella proximidad, la transmisión
era ensordecedora y los tres se apresuraron a bajar el
volumen de sus escafandras.
Cualquiera que fuese el metal de que estaba
construido el casco, brillaba a la luz creciente de una
manera extrañamente vidriosa, como dando a entender
que no había allí ninguna aleación debida a la mano del
hombre. Dallas ni siquiera estaba seguro de que fuese
de metal. La primera inspección no reveló nada
parecido a una juntura, una unión, un sello o algún otro
método reconocible de unión de placas o secciones
separadas. La extraña nave producía la impresión
antes bien de haber crecido allí que de haber sido
creada.
Desde luego, todo aquello era extraño; fuese cual
fuese el método de construcción, lo importante era que,
indiscutiblemente, era una nave.
Tan asombrados se habían quedado ante aquella
visión inesperada que ninguno de ellos pensó por un
momento en lo que aquello pudiera representarles,
fuese por el salvamento, fuese por la bonificación.
Los tres gritaron al mismo tiempo ante su micrófono:
—¡Sí, una especie de nave! —Kane lo repetía
insensatamente una y otra vez.
Lambert estudiaba el brillo lustroso, casi húmedo de
aquellos costados curvos, la ausencia de todo rasgo
exterior conocido y sacudía la cabeza asombrada.
—¿Estás seguro? Podría ser quizás una estructura
local... es fantástico...
—No —dijo Kane, cuya atención estaba fija en los
cuernos gemelos que formaban la parte trasera del
vehículo—. No está fijo. Aun suponiendo ciertos
conceptos arquitectónicos extraños, es claro que no
forma parte del paisaje. Es una nave, con toda
seguridad.
—Ash, ¿puedes ver esto?
Dallas recordó que el científico podía ver claramente
por medio de los videos de sus respectivos trajes y que
probablemente había descubierto la nave en el
momento en que Kane se asomó sobre aquella
protuberancia y profirió su grito de asombro.
—Sí puedo verla. No muy claramente, pero sí lo
bastante para darle la razón a Kane: es una nave.
La voz de Ash vibraba de excitación dentro de sus
cascos. Al menos, mostraba tanta excitación como la
que él era capaz de sentir.
—Nunca había visto cosa igual. No se retiren, esperen
un minuto.
Ellos aguardaron mientras Ash estudiaba los datos y
hacía un par de rápidas preguntas al cerebro de la nave.
—Tampoco Madre sabe qué es —informó—. Es de un
tipo completamente desconocido, y no corresponde a
nada que hayamos visto antes. ¿Es tan grande como
parece desde aquí?
—Más grande —informó Dallas—. Es una
construcción maciza y hasta ahora no hay pequeños
detalles visibles. Si ha sido construida a la misma escala
que nuestra nave, los constructores tienen que ser
increíblemente más grandes que nosotros.
Lambert dejó escapar una risita nerviosa.
—Ya descubriremos si hay alguno de ellos a bordo
para darnos la bienvenida.
—Estamos cerca y en línea —dijo Dallas a Ash, sin
hacer caso del comentario de la navegante—. Debió
haber recibido una señal de nosotros mucho más clara.
¿Qué hay del llamado de auxilio? ¿Algún cambio?
Estamos demasiado cerca para saberlo.
—No. Lo que esté produciendo la transmisión está
ahí adentro, estoy seguro. Así tiene que ser. Si estuviese
más lejos, nunca la habríamos recibido a través de esa
masa de metal.
—Si es metal —dijo Dallas que continuaba
examinando el extraño casco—. Casi parece plástico.
Kane frunció el ceño.
—O hueso —sugirió un pensativo Kane.
—Bueno, suponiendo que la transmisión venga de
adentro, ¿qué hacemos ahora? —quiso saber Lambert.
El ejecutivo dio un paso adelante:
—Entraré a echar una ojeada y les informaré.
—No te retires, Kane. No seas imprudente. Uno de
estos días tendrás dificultades.
—Yo iré dentro. Miren, tenemos que hacer algo. No
podemos quedarnos aquí, esperando que alguna
revelación mágica de la nave aparezca en el aire.
—¿Están sugiriendo que no debemos entrar?
—No, no. Pero no hay necesidad de apresurarse.
Luego añadió, dirigiéndose al lejano oficial de
ciencias:
—¿Aún puedes vernos, Ash?
—Más débilmente ahora que están sobre el
transmisor —llegó la respuesta—. Hay cierta
interferencia inevitable. Pero aún los oigo claramente.
—Muy bien. No veo luces ni señales de vida. Ningún
movimiento como no sea el del maldito polvo.
Aprovecha nuestra posición para esta visión en la
misma línea, a más distancia; prueba con tus sensores.
A ver si descubres algo que nosotros no podamos ver.
Hubo una pausa mientras Ash se apresuraba a
obedecer la orden. Continuaban maravillados ante
aquellas líneas, elegantemente curvadas, de la enorme
nave.
—Ya lo he probado todo —finalmente informó el
científico—. No estamos equipados para este tipo de
problemas. Somos un remolcador comercial, no una
nave de exploración. Necesitaría muchos aparatos
caros, que no llevamos, para una lectura apropiada.
—Así pues... ¿qué puedes decirme?
—Desde aquí, nada, señor. No he obtenido ningún
resultado y está emitiendo tanta energía que no logro
una lectura aceptable. Sencillamente, no tenemos los
instrumentos necesarios.
Dallas trató de disimular su desencanto:
—Comprendo. De todos modos, no importa mucho.
Pero sigue probando. Y cuando encuentres algo, sea lo
que sea, hazlo saber. Especialmente alguna indicación
de movimiento. No entres en detalles. Al final haremos
los análisis.
—De acuerdo. Tengan cuidado.
—¿Y ahora, qué hacemos, capitán?
La mirada de Dallas recorrió la longitud de la enorme
nave y luego volvió para descubrir a Kane y Lambert
que lo observaban. El ejecutivo tenía razón, desde
luego. No bastaba con saber que aquella era la fuente
de la señal. Había que seguir el rastro hasta su
generador, intentar descubrir la causa de la señal y de
la presencia de la nave en aquel pequeño mundo. No
había que pensar siquiera en haber llegado hasta allí y
no explorar las entrañas de la nave desconocida.
Después de todo, la curiosidad era la que había
movido a la humanidad desde aquel mundo aislado
poco importante, y entre los golfos que separaban a las
estrellas. Y también recordó que la curiosidad mató al
supuesto gato. Llegó entonces a una decisión; la única
lógica.
—Desde aquí, parece muerto. Primero nos
acercaremos a la base. Después, si nada se presenta...
Lambert lo miró fijamente...
—Después... ¿Qué...?
—Después... veremos.
Echaron a andar hacia el casco; el rastreador colgaba
inútilmente del cinturón de Lambert.
—En este punto —empezó a decir Dallas al acercarse
a la curva de la nave— sólo puedo pensar una cosa...
A lo lejos, a bordo del Nostromo, Ash seguía
cuidadosamente cada palabra. De pronto, sin
advertencia, la voz de Dallas se desvaneció. Luego
volvió, con bastante fuerza, una vez más, antes de
perderse por completo. Al mismo tiempo, Ash perdió
el contacto visual.
—¡Dallas!
Frenéticamente, Ash manipuló los botones del
tablero, movió interruptores y dio una mayor actividad
al ya agotado micrófono.
—¡Dallas! ¿Puedes leerme? ¡Los he perdido! Repito,
los he perdido...
Tan sólo el constante zumbido termonuclear del sol
local sonaba quejumbroso sobre la multitud de
magnavoces...
Allá arriba, cerca del casco, la escala colosal de la
extraña nave era más evidente que nunca. Se curvaba
sobre los exploradores, elevándose sobre el aire
cargado de polvo y dando la impresión de ser más
sólida que la roca sobre la que descansaba.
—Aún no hay señales de vida —murmuró Dallas,
como para sí mismo, observando el caso—. Ni luces ni
movimientos.
Hizo un gesto hacia la supuesta proa de la nave.
—Y no veo cómo entrar. Tratemos de subir por allá.
Mientras trepaban cuidadosamente sobre rocas
extrañas y guijarros sueltos, Dallas tuvo conciencia de
lo pequeño que le hacía sentirse la extraña nave. No
pequeño físicamente, aun cuando el arco que cubría a
los tres humanos les hacía parecer enanos, sino
insignificante en la escala cósmica. La humanidad aún
conocía muy poco del universo; sólo había explorado
una fracción de uno de sus rincones. Era emocionante
y producía cierta alegría especular sobre lo que podía
yacer allí a la espera, en los negros golfos, cuando
alguien se hallaba al otro extremo de un cinescopio;
otra cosa muy distinta era hacerlo aislado en un mundo
pequeño y desagradable como aquél, ante una nave de
fabricación no humana que, de manera inquietante,
parecía una protuberancia, no una máquina ordinaria
para manipular y superar las claras leyes de la física.
Tuvo que reconocer que eso era lo que más le
preocupaba de la nave. Si se hubiese conformado a las
conocidas líneas y composición, entonces su origen no
humano no habría parecido tan amenazador. Sus
sentimientos no se reducían a simple xenofobia.
Básicamente, no habría esperado que lo extraño fuese
tan completamente extraño.
—Algo viene.
Dallas vio que Kane señalaba el casco delante de ellos.
Se dijo a sí mismo que era hora de dejar a un lado toda
especulación ociosa y enfrentarse a la realidad.
Aquella extraña forma con cuernos era una nave
espacial que, después de todo, sólo de modo superficial
se distinguía del Nostromo. No había nada maligno en
el material del que estaba hecha, nada ominoso en su
diseño. Uno era resultado de una tecnología distinta, el
otro posiblemente de ideales estéticos, como de
cualquier otra cosa. Vista de tal manera, la nave
adquiría una especie de belleza exótica. Sin duda, Ash
ya estaría muriéndose de curiosidad por el extraño
diseño de la nave y deseando estar aquí entre sus
compañeros.
Dallas advirtió la expresión fija de Lambert y supo
que al menos había un miembro de la tripulación que,
sin vacilar, habría cambiado su lugar por el del
científico.
Kane había señalado un trío de sombras negras en el
costado del casco. Al acercarse, trepando sobre las
rocas, las manchas se convirtieron en aperturas ovales
exhibiendo profundidad, además de altura y anchura.
Finalmente, se encontraron de pie exactamente
debajo de las tres marcas que se destacaban en el metal