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Published by snullbug20, 2018-07-24 12:33:50

Alien - Alan Dean Foster

discutirlo con toda la tripulación, o discutirlo a solas

con su causa. Si hacía lo primero y se demostraba que


estaba equivocado, como verdaderamente deseaba

estarlo, podía dañar irreparablemente la moral de la

nave. Para no mencionar el riesgo de ser procesado por


la Compañía.

Si tenía razón, los otros pronto lo descubrirían.


Ash se hallaba sentado ante el gran tablero central de

la enfermería, planteando cuestiones a la computadora

médica y ocasionalmente recibiendo una o dos


respuestas. Al entrar Dallas, levantó la mirada y le

sonrió amablemente; luego volvió a su trabajo.

Dallas permaneció a su lado, tranquilo; sus ojos


pasaban de los datos a veces incomprensibles del

tablero a su oficial en ciencias. Los números, palabras y

diagramas que brillaban en las pantallas eran más


fáciles de interpretar que aquel hombre.

—¿Jugando o trabajando?


—No hay tiempo para jugar —replicó Ash, con rostro

impasible.

Tocó un botón y ante él apareció una larga lista de


cadenas moleculares para un aminoácido hipotético

especial. Un toque a otro botón hizo que dos de las


cadenas seleccionadas empezaran una lenta rotación

en tres dimensiones.

—Mandé tomar algunas muestras de los lados del

primer agujero que aquella mano hizo en el puente.

Hizo luego un gesto indicando el pequeño cráter que


había en el lado derecho de la plataforma médica

donde se había desangrado la criatura.

—Pensé que había suficientes residuos de ácido para


echarles una hojeada, químicamente hablando, si logro

descomponer la estructura, Madre quizás pueda


indicarme una forma para un agente capaz de anularlo.

Entonces nuestro nuevo visitante podrá desangrarse

por todo el lugar, si lo herimos, y nosotros lograremos


neutralizar cualquier ácido.

—Parece magnífico —reconoció Dallas, observando

de cerca a Ash—. Si hay alguien a bordo que pueda


hacerlo, ese eres tú.

Ash se encogió de hombros, indiferente.

—Ese es mi trabajo.


Transcurrieron varios minutos de silencio. Ash no

veía razones para reanudar la conversación. Dallas


continuaba estudiando los datos; finalmente dijo con

voz hueca:

—Deseo hablarte.


—Te informaré en el momento en que encuentre algo

—aseguró Ash.


—No es eso de lo que quiero hablarte.

Ash levantó la mirada con curiosidad, y luego volvió

hacia sus instrumentos, cuando nuevos informes

iluminaron dos pequeñas pantallas.

—Considero vital descomponer la estructura de este


ácido. Habría creído que tú también pensarías eso.

Hablemos más tarde. De momento estoy ocupado.

Dallas hizo una pausa antes de replicar, y luego dijo


en voz baja pero firme:

—No me importa, deseo hablar contigo ahora.


Ash movió varios interruptores, vio ponerse en cero

varios marcadores y luego levantó la mirada hacia el

capitán.


—También es tu cabeza la que estoy tratando de

salvar. Pero si es tan importante, hablemos.

—¿Por qué dejaste que el ser extraño viviera dentro


de Kane?

El científico se encogió de hombros.

—No estoy seguro de haberte comprendido. Nadie


ʺdejóʺ que nada viviera dentro de su cuerpo;

sencillamente, así sucedió.


—¡Mentira!

Ash dijo secamente, sin dejarse impresionar:

—No puede decirse que esa sea una evaluación


racional de la situación, de una manera o de otra.

—Bien sabes de lo que estoy hablando. Madre estaba


analizando su cuerpo y tú estabas dirigiendo a Madre.

Así debía ser, porque tú eres el mejor calificado para

hacerlo. Tuviste que tener alguna idea de lo que estaba

ocurriendo.

—Tú viste la mancha negra en la pantalla del monitor


al mismo tiempo que yo.

—¿Esperas que crea que el automédico no tiene

potencia suficiente para penetrar eso?


—No es cuestión de potencia, sino de longitud de

onda. El ser extraño logró detectar las longitudes de


onda que utilizan los rastreadores del automédico. Ya

hemos hablado de cómo y por qué puede hacerse eso.

—Suponiendo que creo en eso de que el ser extraño


pudo generar un campo defensivo para prevenir ser

detectado... Y no lo estoy creyendo... Madre

encontraría otras indicaciones de lo que estaba


ocurriendo. Antes de morir, Kane se quejó de tener un

hambre de lobo. Y lo demostró ante la mesa. ¿No es

obvia la razón de ese fantástico apetito?


—¿Lo es?

—El nuevo ser extraño estaba alimentándose de las


reservas de proteínas y nutrientes del cuerpo de Kane,

y de grasa de su cuerpo para formar su propio cuerpo.

No llegó a ese tamaño metabolizando aire.


—Estoy de acuerdo. Eso es obvio.

—Esa clase de actividad metabólica generaría unos


datos proporcionales en los instrumentos del

automédico, por la simple reducción del peso del

cuerpo de Kane, entre otras cosas.

—En cuanto a una posible reducción del peso —

replicó Ash con calma—, no apareció tal dato. El peso


de Kane simplemente fue transferido al ser extraño. El

rastreador del automédico lo atribuiría todo a Kane. ¿Y

a qué otras cosas te estás refiriendo?


Dallas trató de ocultar su frustración por sólo haber

demostrado cosas parcialmente.


—No lo sé, no puedo dar detalles; sólo soy un piloto.

El análisis médico no es mi departamento.

—No —dijo Ash, significativamente—, es el mío.


—Sin embargo, tampoco soy un total idiota —

contestó Dallas, cortante—. Quizás no conozco las

palabras apropiadas para demostrar lo que quiero


decir, pero no estoy ciego; puedo ver lo que ocurre.

Ash cruzó los brazos, se apartó del tablero

empujándolo con las piernas y dijo duramente a Dallas:


—Exactamente ¿qué estás tratando de decirme?

Dallas atacó de frente:


—Tú quieres que el ser extraño siga con vida. Te

interesa tanto que no te importó la muerte de Kane.

Supongo que debes tener una razón. Te conozco desde


hace poco, pero hasta ahora nunca has hecho nada sin

alguna razón. No creo que vayas a empezar ahora.


—Dices que tengo una razón para esta locura de la

que me estás acusando. Nómbrame una.

—Mira, los dos trabajamos para la misma Compañía.

Luego Dallas cambió de enfoque. Como la acusación

no había dado resultado, trataría de explotar el sentido


de afinidad de Ash. Se le ocurrió a Dallas que estaba

volviéndose paranoico allí mismo en la enfermería. Era

fácil echarle el problema a alguien capaz de resolverlo,


como Ash, y no al que le correspondía: al ser extraño.

Ash era un tipo raro, pero no estaba actuando como


un asesino.

—Simplemente quiero saber —concluyó con voz

implorante—, qué está pasando.


El científico descruzó sus brazos y miró

momentáneamente su tablero antes de responder.

—No sé de qué estás hablando. Y no me importan


esas insinuaciones. Ese ser extraño es una peligrosa

forma de vida. Desde luego, es admirable en muchos

aspectos. Eso no lo niego. Como científico, me parece


fascinador. Pero después de lo que ha hecho deseo más

que tú que no siga con vida.


—¿Estás seguro?

—Sí, estoy seguro —dijo Ash y su voz era de

irritación—. Si no hubieses estado bajo tanta presión


últimamente, tú también lo estarías. Olvídalo, yo lo

olvidaré.


—Sí —dijo Dallas dándose vuelta rápidamente, y

encaminándose hacia la puerta abierta.

Por el corredor subió hasta el puente. Ash lo observó

irse, y luego volvió a sus propios pensamientos. Luego

dirigió su atención a sus instrumentos, pacientes y más


fáciles de comprender.

ʺEstás trabajando demasiado, demasiadoʺ, se dijo

Dallas, sintiendo vibraciones en la cabeza.


Probablemente Ash tenía razón, él había estado

trabajando bajo demasiada presión. Cierto que estaba


preocupándose por cada uno, además del ser extraño.

¿Cuánto tiempo podría soportar aquella clase de carga

mental? ¿Cuánto tiempo más debía intentarlo? Sólo era


un piloto.

ʺKane habría sido un mejor capitánʺ, pensó Dallas.

Kane llevaba más desenvueltamente ese tipo de


preocupación, no dejaba que descendiera muy

profundamente dentro de él. Pero Kane ya no estaba

allí para ayudar.


Con el pulgar, Dallas operó un intercomunicador del

corredor. Una voz respondió inmediatamente.


—Ingeniería.

—Habla Dallas. ¿Cómo van las cosas?

La voz de Parker fue como de quien no quiere


comprometerse.

—Vamos avanzando...


—¡Maldita sea! ¡Habla más claro!

—¡Eh, tómalo con calma, Dallas! Estamos trabajando

tan rápido como podemos. Brett sólo puede completar

circuitos a esta velocidad. ¿Deseas acorralar esa cosa y

tocarla con un tubo de metal con dos mil voltios?


—Lo siento —dijo Dallas, sinceramente—. Hagan lo

que puedan.

—Lo estamos haciendo por todos. Ingeniería, corte.


El intercomunicador quedó en blanco.

Aquello había sido completamente innecesario, se


dijo Dallas, airado. También había sido embarazoso. Si

él ya no se dominaba, ¿cómo esperaba que lo hicieran

los demás?


En aquel preciso momento no se sentía capaz de

enfrentarse a nadie; no, después de aquel encuentro

perturbador con Ash, que no le había llevado a nada.


Aún tenía que decidir por sí solo si había tenido razón

acerca del científico o si estaba en un gran error. Dada

la falta de un motivo, suponía, irritado, lo último. Si


Ash estaba mintiendo, lo hacía muy bien. Dallas nunca

había visto a nadie dominar así sus emociones.


Había un lugar en el Nostromo donde Dallas

ocasionalmente encontraba algunos momentos de

completa intimidad y al mismo tiempo se sentía


razonablemente seguro. Era como una matriz artificial.

Tomó el corredor B, ya no tan preocupado por sus


propios pensamientos que dejara de buscar

constantemente alguna forma, algún movimiento, en

los rincones oscuros. Pero nada se dejó ver.

Finalmente, Dallas llegó al lugar en que el casco se

curvaba ligeramente hacia afuera. Allí una pequeña


escotilla estaba abierta. Era demasiado pequeña para

tener una cerradura. Dallas entró allí cuidadosamente,

y se sentó.


Su mano cubrió otro botón rojo del panel de control

de la navecilla auxiliar, y pasó sin tocarla. Activar la


escotilla del corredor se notaría inmediatamente en el

puente. Eso no alarmaría al que lo notara, pero si

cerrase la escotilla eso alarmaría a cualquiera. Así pues,


Dallas la dejó abierta hacia el corredor, sintiéndose

ligera pero gratamente apartado del Nostromo y sus

actuales horrores e incertidumbres.




X




Dallas estaba estudiando el oxígeno restante por

última vez, con la esperanza de que algún milagro


hubiese añadido otro cero al implacable número del

marcador. Al observar al contador concluir su trabajo,

el último dígito de la línea pasó de 9 a 8. Hubo un


sonido grave en la entrada y Dallas se dio vuelta; se

relajó al ver que eran Parker y Brett. Parker dejó caer


toda una serie de tubos de metal al piso. Cada uno era

aproximadamente del doble de diámetro del pulgar de

un hombre. Resonaron huecamente. Su apariencia era

de armas. Brett se desembarazó de varios metros de

red; parecía satisfecho de sí mismo.


—Aquí están las cosas. Todo ya probado y dispuesto.

Dallas aprobó con la cabeza.

—Llamaré a los demás.


Hizo un llamado general al puente y mientras la

tripulación llegaba se dedicó a inspeccionar, con aire de


duda, la colección de tubos. Ash fue el último en llegar,

pues era el que estaba más lejos.

—¿Vamos a tratar de atrapar al enemigo con eso? —


dijo Lambert señalando los tubos; su voz no dejó dudas

respecto a su opinión sobre su eficacia.

—Dales una oportunidad —dijo Dallas—. Que cada


quien tome uno.

Todos se alinearon, y Brett les pasó las unidades.

Cada una era de cerca de metro y medio de largo. En


un extremo había una instrumentación compacta, y

formaba un burdo mango. Dallas esgrimió el tubo


como un sable para sentir su peso. No era demasiado

pesado, lo que le hizo sentir mejor. Deseaba algo que

pudiera poner entre él y su enemigo, por si hacía


apresuradas emisiones de ácido, o por alguna otra

forma inimaginable de defensa. Al sentir una macana,


hay en ello algo ilógico y primitivo, pero reconfortante.

—Puse tres cargas portátiles en cada uno —dijo

Brett—. Las baterías le darán una buena descarga. No

hay que volver a cargarlas a menos que se mantenga

oprimido el botón de descarga durante largo tiempo, y


quiero decir realmente largo tiempo.

Indicó luego el mango de su propio tubo:

—No tengan miedo de usarlo. Está completamente


aislado aquí el mango, y esta parte hasta el tubo. Si

tocan el tubo cuando esté encendido, tendrán que


tirarlo, pero hay otro tubo en el interior, que conduce

el superfrío; es allí donde se da la mayor parte de la

descarga. Casi el ciento por ciento de la energía


descargada va al otro extremo. Así pues, tengan mucho

cuidado de no poner la mano ahí.

—¿Nos haces una demostración? —preguntó Ripley.


—Sí, claro.

El técnico en ingeniería tocó con su tubo un conducto

que corría a través de la pared más cercana. Una chispa


azul brotó del tubo, hubo un ruido como de un latigazo

y un ligero olor a ozono. Brett sonrió.


—Tendrán que probarlo todos ustedes. Todos

funcionan bien. Tienen bastante jugo en esos tubos.

—¿Hay alguna manera de graduar el voltaje? —quiso


saber Dallas.

Parker negó con la cabeza.


—Quisimos hacer, dentro de lo posible, algo que

ataque, pero que no mate. No sabemos nada acerca de

esta variedad de la criatura, ni teníamos tiempo para

instalar cosas como reguladores de corriente. Cada

tubo genera una sola carga invariable. No hacemos


milagros, ¿sabes?

—Primera vez que te oigo reconocerlo —dijo Ripley.

Parker le echó una mirada dura.


—No le hará daño al pequeño monstruo a menos que

su sistema nervioso sea bastante más sensible que el


nuestro —les dijo Brett—. De eso podemos estar

seguros. Su padre era más pequeño, y bastante duro.

Luego blandió el tubo como un antiguo gladiador


que se preparaba a entrar en la arena.

—Esto sólo le dará un pequeño sobresalto. Desde

luego, no lo sentiré si logra electrocutar al pequeño


monstruo.

—Quizás resulte —reconoció Lambert—. Así pues,

esa es nuestra posible solución al problema uno. ¿Qué


me dicen del problema dos, encontrarlo?

—Me he encargado de eso.


Todo el mundo se volvió, con sorpresa, a ver a Ash

que mantenía un pequeño aparato comunicatorizado.

Sin embargo, Ash tan sólo se dirigía a Dallas. Incapaz


de sostener la mirada del científico, Dallas mantuvo su

atención enfocada exclusivamente en el pequeño


aparato.

—Como es claramente necesario localizar la criatura

en cuanto sea posible, he hecho algo por mi parte. Brett

y Parker han logrado algo admirable, concibiendo un

medio para manipular a la criatura. Bueno, aquí está


mi medio de encontrarla.

—¿Un rastreador portátil? —dijo Ripley, admirando

el compacto instrumento. Parecía haber sido


ensamblado en una fábrica y no ser algo

apresuradamente reunido en el laboratorio de un


remolcador comercial.

Ash asintió con la cabeza.

—Se le pone en marcha para que busque un objeto


móvil. Su alcance no es muy grande, pero cuando llega

a cierta distancia empieza a sonar, y el volumen

aumenta proporcionalmente a la distancia decreciente


del blanco.

Ripley tomó el rastreador de manos del científico y le

dio vuelta. Lo examinó con ojo profesional.


—¿Cómo se sintoniza? ¿Cómo distingue a los

compañeros del enemigo?


—De dos maneras —explicó Ash, orgulloso—. Como

ya dije, su alcance es corto. Eso podría considerarse una

desventaja, pero en este caso resulta a nuestro favor, ya


que permite a dos grupos buscar sin que el rastreador

delate al otro grupo; y, algo más importante, tiene


incorporado un sensible monitor de densidad del aire.

Todo objeto que se mueva lo afectará. En el aparato

pueden ver en qué dirección está avanzando el objeto.

Simplemente, manténganlo hacia adelante. No es un

instrumento tan avanzado como yo hubiera querido,


pero fue lo mejor que pude hacer en un tiempo

limitado.

—Lo hiciste estupendamente, Ash —volvió a


reconocer Dallas, y tomó el rastreador de manos de

Ripley—. Esto debe ser más que suficiente. ¿Cuántos


hiciste?

Por toda respuesta, Ash puso un duplicado en la

palma de la mano del capitán.


—Eso significa que podemos dividirnos en dos

equipos. Magnífico. Bueno, no tengo ningunas

instrucciones complicadas que dar; ustedes saben tan


bien como yo lo que hay que hacer. El que lo encuentre

tratará de cogerlo con la red, luego llevarlo a la escotilla

y enviarlo hasta Rigel tan rápidamente como pueda.


No me importa si quieren utilizar los cerrojos

explosivos de la escotilla exterior. Nosotros saldremos


en nuestros trajes si tenemos que hacerlo.

Echó a andar por el corredor; hizo una pausa para

mirar a su alrededor a la habitación llena de


instrumentos. Parecía imposible que algo se hubiese

deslizado allí sin ser notado, pero si ellos iban a


emprender una búsqueda sistemática, mejor sería no

hacer excepciones.

—Para empezar, asegurémonos de que no está en el

puente.

Parker llevaba uno de los rastreadores. Lo encendió,


y con él señaló todo el puente, manteniendo su

atención en la aguja burdamente hecha que había

enfrente de la unidad.


—Seis desplazamientos —anunció después de

completar el registro en todas direcciones—. Todos


ellos aproximadamente en la dirección en que está cada

uno de nosotros.

—Aquí parece estar limpio... Si esta maldita cosa


funciona.

Ash habló sin ofenderse.

—Sí funciona. Tú mismo acabas de demostrarlo.


Unos a otros se pasaron el equipo adicional. Dallas

observaba a sus compañeros que esperaban.

—¿Todos listos?


Se oyó un par de murmullos ʺNoʺ, y todos sonrieron.

La trágica muerte de Kane ya se había desvanecido, o


casi, en sus memorias. Esta vez estaban prevenidos

para enfrentarse al ser extraño y se consideraban

provistos con armas apropiadas para la tarea.


—Los canales están abiertos en todos los puentes —

dijo Dallas avanzando decidido por el corredor. Nos


mantendremos en contacto constante. Ash y yo iremos

con Lambert y un rastreador. Brett y Parker integrarán

el segundo equipo. Ripley, tú serás su jefa con el otro

rastreador. A la primera señal de la criatura, la

prioridad es capturarla y luego echarla en la cámara.


Notificar al otro equipo es una consideración

secundaria. ¡Manos a la obra!

Desfilaron por el puente.




Los corredores del nivel A nunca les habían parecido


tan largos ni tan oscuros. A Dallas le eran conocidos

como la palma de su propia mano y, sin embargo, el

saber que algo mortal podía hallarse oculto en los


rincones o en las cámaras de almacenamiento, le hizo

dar pasos precavidos donde de otra manera habría

caminado con confianza aun con los ojos cerrados.


Todas las luces fueron encendidas, pero eso no iluminó

mucho el corredor. Eran luces de servicio, tan sólo para

uso ocasional. ¿Para qué desperdiciar energía


iluminando todos los rincones de una nave de trabajo

como el Nostromo, cuando su tripulación pasaba poco


tiempo despierta? La luz suficiente para ver durante la

partida y la llegada y durante alguna ocasional

emergencia de vuelo. Dallas podía estar agradecido


por la luz que tenía, pero eso no le impedía lamentar

que no hubiese allí unos reflectores.


Lambert sostenía el otro lado de la red, frente a

Dallas. La red se extendía de un lado a otro del

corredor. Dallas aferró su extremo un poco más

fuertemente, y le dio un tirón. La cabeza de Lambert se

volvió hacia él, sorprendida, con ojos muy abiertos.


Luego Lambert se relajó, le hizo una señal con la cabeza

y volvió su atención a los puntos oscuros del corredor.

Había estado soñando, hundiéndose en una especie de


auto‐hipnosis; su mente estaba tan llena de

posibilidades horribles que había olvidado por


completo lo que traía entre manos. Debía estar

buscando en los nichos y los rincones de la nave, no en

su imaginación. La mirada de alerta volvió a su rostro


y Dallas volvió su atención a la próxima curva del

corredor.

Ash los seguía de cerca, con la mirada fija en la


pantalla del rastreador. Se movía en sus manos de lado

a lado, detectando de pared a pared. El instrumento era

silencioso salvo cuando el científico lo movía


demasiado hacia la izquierda o hacia la derecha;

detectaba a Lambert o a Dallas, y emitía entonces un


sonido ʺbipʺ quejumbroso, hasta que Ash tocaba un

botón para acallarlo.

Se detuvieron ante una escalera que descendía en


forma de caracol.

Lambert se inclinó y luego llamó en voz baja.


—¿Hay algo allá abajo? Aquí arriba estamos tan

limpios como la reputación de su madre.

Brett y Parker aferraron más fuertemente la red y

mientras Ripley se detenía frente a ellos, apartaba la

mirada del aparato y gritaba hacia arriba:


—¡Nada aquí abajo!

En el nivel superior Lambert y Dallas siguieron

avanzando, seguidos por Ash. Su atención estaba fija


en la próxima curva del corredor; no les gustaban

aquellas curvas, ofrecían lugares para ocultarse. El dar


vuelta a uno y descubrir tan sólo un corredor vacío que

se extendía ante ellos, fue para Lambert como

encontrar un tesoro.


El rastreador empezaba a parecer más pesado en las

manos de Ripley, cuando una minúscula luz roja

parpadeó de pronto bajo la pantalla principal. Ripley


vio que la aguja vibraba, y se aseguró que fuera la

aguja, no sus propias manos. Entonces la aguja hizo un

movimiento definitivo, apartándose del cero de la


escala del indicador.

Ripley se aseguró de que el rastreador no estaba


detectando a Brett o a Parker.

—¡Alto! He encontrado algo.

Dio unos cuantos pasos hacia adelante.


La aguja saltó a través de la escala, y la luz roja se

encendió y permaneció encendida.


Ripley se quedó mirándola pero no hizo ningún otro

movimiento, aparte de minúsculos cambios en la

dirección en que se movía. La luz roja permanecía bien

clara.

Brett y Parker contemplaban el suelo del corredor;


inspeccionaban también las paredes y el techo. Cada

uno recordaba cómo el primer ser extraño, aunque

muerto, había caído sobre Ripley. Nadie tenía deseos


de descuidar la posibilidad de que esta nueva versión

también pudiese trepar. Así pues, mantenían la mirada


constantemente tanto en el suelo como en el techo.

—¿De dónde viene? —preguntó Brett en voz baja.

Ripley contemplaba el aparato con el ceño fruncido.


La aguja del indicador había empezado súbitamente a

recorrer toda la escala. A menos que la criatura pudiera

viajar a través de paredes sólidas, el comportamiento


de la aguja no correspondía a los movimientos de un

ser vivo. Ella lo sacudió con ambas manos. Pero la

aguja siguió su extraño comportamiento y la luz roja


permaneció encendida.

—No lo sé, la máquina se ha vuelto loca, corre por


toda la escala.

Brett dio un puntapié a su red, y maldijo entre

dientes.


—¡Diablos! No podemos permitirnos errores de

funcionamiento. Yo le enseñaré a Ash...


—Espera —dijo ella con apremio, y puso de cabeza el

aparato; la aguja se estabilizó inmediatamente.

—Está trabajando bien, simplemente está confuso. O

mejor dicho, yo lo estaba. La señal viene de debajo de

nosotros.


Ambos miraron a sus pies. Nada surgió del suelo

para atacarlos.

—Es en el nivel C —gruñó Parker—. Estrictamente


mantenimiento. Mal lugar para buscar.

—¿Quieres que no le hagamos caso?


El la contempló, pero esta vez sin verdadera ira.

—Eso no tiene gracia.

—No. No la tiene —dijo ella, compungida—. Vayan


adelante. Los dos conocen ese nivel mejor que yo.

Parker y Brett, sosteniendo cuidadosamente la red

entre los dos, la precedieron por una escalera poco


usada. El nivel estaba mal iluminado, aun para las

normas humildes del Nostromo. Se detuvieron en la

base de la escalera para dejar que sus ojos se adaptaran


a la casi oscuridad reinante.

Ripley tocó una pared por accidente, y retiró la mano


con repugnancia; todo estaba cubierto por una viscosa

capa de limo. ʺViejos lubricantesʺ, murmuró. Una nave

transespacial habría sido clausurada si un inspector


descubriera en ella tales condiciones; pero nadie se

preocupaba de tales deslices en una nave como el


Nostromo. Los lubricantes no preocupaban a ningún

alto personaje. ¿Qué importaba aquel desorden a la

tripulación de un remolcador?

Ripley se prometió que cuando hubiesen concluido

aquel viaje, ella pediría su cambio a un transespacial o


renunciaría al servicio. Pero recordó que ya se había

hecho la misma promesa una docena de veces antes;

sin embargo, esta vez se mantendría firme.


Ripley apuntó con el rastreador al piso del pasillo.

Nada. Cuando lo levantó apuntando a la pared de


enfrente, la luz roja volvió a encenderse. La aguja

iluminada registraba una percepción clara.

—Bueno, vamos.


Echó a andar confiada en la pequeña aguja, porque

sabía que Ash realizaba bien su trabajo, porque hasta

entonces el aparato había funcionado bien, y porque no


tenía alternativa.

—Pronto daremos con algo —le avisó Brett.

Transcurrieron varios minutos. El pasillo se bifurcó.


Ripley siguió valiéndose del rastreador, y empezó a

avanzar por el pasaje de la derecha. La luz roja empezó


a debilitarse. Ella se dio vuelta y se encaminó hacia el

otro corredor.

—Por aquí.


Las luces eran aún más escasas en aquella sección de

la nave. Sombras profundas los rodeaban, sofocantes


pese al hecho de que nadie entrenado en aquella nave

del espacio profundo había sentido nunca

claustrofobia. Sus pasos resonaban sobre el puente de

metal, tan sólo opacados cuando atravesaban

pequeños charcos de fluido acumulado.


—Dallas debe exigir una inspección —murmuró

Parker disgustado—. Cerrarían el 40 por ciento de la

nave, y entonces la Compañía tendría que pagar la


limpieza.

Ripley sacudió la cabeza y echó al ingeniero una


mirada escéptica.

—¿Quieres apostar algo? A la Compañía le resultaría

más fácil y más barato comprar al inspector.


Parker luchó para ocultar su decepción. Otra de sus

ideas brillantes que fracasaba. Lo peor del caso era que

la lógica de Ripley casi siempre era irrefutable. Su


resentimiento y su admiración por ella crecieron, en

proporción uno de la otra.

—Hablando de arreglar y de limpiar —continuó


Ripley—, ¿qué pasa con las luces? Yo dije que no

conocía bien esta parte de la nave, pero tú apenas


puedes verte aquí tu propia nariz. Yo creía que ustedes

se encargaban del Módulo Doce. Debiéramos tener

mejor iluminación, aun aquí abajo.


—¡Pero si la arreglamos! —protestó Brett.

Parker se apartó para revisar un panel contiguo.


—El sistema de abastecimiento debe hacerse con

cautela. Algunos de los circuitos no han estado

recibiendo su corriente habitual, ¿sabes? Fue bastante

difícil devolver la energía sin volar cada conductor de

la nave. Cuando las cosas se complican, los sistemas


afectados limitan su entrada de energía para evitar

sobrecargas. Sin embargo, éste está exagerado. Pero

podemos arreglarlo.


Tocó un interruptor del panel y modificó un contacto.

La luz del corredor se hizo más poderosa.


Siguieron avanzando un buen tramo hasta que Ripley

se detuvo de pronto levantando una mano:

—Esperen.


Parker estuvo a punto de chocar con ella, en su prisa

por obedecer y Brett se tropezó con la red. Nadie rió.

—Estamos cerca —murmuró Parker, esforzando sus


ojos para penetrar en la negrura.

Ripley revisó la aguja, con la escala hecha a mano por

Ash en el metal, dentro de la pantalla iluminada:


—Según esto, está a menos de quince metros.

Parker y Brett afianzaron con mayor fuerza la red sin


que nadie les dijera nada. Ripley levantó el tubo y lo

encendió. Avanzó precavidamente, con el tubo en la

derecha y el rastreador en la izquierda. Sería difícil


imaginar tres personas que hicieran menos ruido que

Ripley, Parker y Brett avanzando por el corredor. Hasta


su jadeo anterior, antes acompasado, dejó de oírse.

Recorrieron cinco metros, luego diez. Un músculo de

la pantorrilla izquierda de Ripley saltó como una

langosta, causándole dolor; no le hizo caso y siguieron

adelante. La distancia, a juzgar por el rastreador, se


reducía irrevocablemente.

Ahora Ripley avanzaba casi en cuclillas, dispuesta a

saltar hacia atrás en el instante en que cualquier


fragmento de las tinieblas pareciera moverse. El

rastreador, con el sonido intencionalmente bajo, les


hizo detenerse, al cabo de los quince metros. Allí la luz

seguía siendo mortecina, pero suficiente para

mostrarles que nada se ocultaba en el corredor


maloliente.

Dando vuelta lentamente al rastreador, Ripley trató

de ver simultáneamente a él y al extremo del pasaje. La


aguja se movía con lentitud en el cuadrante. Ripley

levantó la mirada y notó un pequeño casillero en la

pared del pasaje. Estaba apenas entornado.


Parker y Brett notaron dónde se había concentrado su

atención. Se colocaron, tanto como fue posible, frente


al casillero. Ripley les hizo una señal con la cabeza,

tratando de enjugarse parte del sudor que cubría su

rostro. Aspiró profundamente y dejó el rastreador en el


suelo. Con la mano libre, tomó el mango del casillero.

En su mano ya húmeda lo sintió frío y pegajoso.


Levantando el tubo, oprimió el botón que había en el

extremo del mango, y se arrojó contra la pared del

corredor dejando caer el tubo de metal dentro de la

cerradura. Un chillido horrible sonó por todo el

corredor. Una pequeña criatura, toda ojos saltones y


garras brillantes pareció explotar en el pequeño

espacio. Aterrizó limpiamente en la mitad de la red,

mientras el par de ingenieros luchaban frenéticamente


por enredarla en tantas capas de hilo como fuese

posible.


—¡Sosténlo, sosténlo! —gritaba Parker, triunfante—.

¡Tenemos al pequeño canalla, tenemos...!

Ripley estaba revisando ansiosamente la red. Una


enorme oleada de decepción la recorrió. Apagó el tubo

y recogió el rastreador.

—¡Maldita sea! —dijo cansadamente—. Cálmense,


ustedes. Miren.

Parker soltó la red al mismo tiempo que Brett. Ambos

habían visto lo que habían atrapado y murmuraban


furiosos. Un gato malhumorado se libró como pudo de

la red y se alejó bufando por el corredor antes de que


Ripley pudiera protestar.

—¡No, no! —dijo ella, demasiado tarde— ¡No le dejen

ir!


A lo lejos alcanzaron a ver cómo se desvanecía su piel

anaranjada.


—Sí, tienes razón —dijo Parker—. Debimos matarlo.

Ahora volverá a aparecer en el rastreador.

Ripley le dirigió una dura mirada, y no hizo ningún

comentario. Luego volvió su atención a Brett, que

mostraba instintos menos asesinos.


—Ve tú por él. Debemos discutir más tarde lo que

haremos. Pero sería buena idea mantenerlo encerrado

en su caja para que no pueda confundir a la máquina,


o a nosotros.

Brett asintió con la cabeza.


—Correcto.

Se dio vuelta y trotó por el pasaje, siguiendo al gato.

Ripley y Parker siguieron avanzando lentamente, en la


dirección opuesta, con Ripley llevando el rastreador y

el tubo y ayudando a Parker al mismo tiempo con la

red.


Una puerta abierta lo condujo a una gran crujía de

mantenimiento de equipo. Brett echó una última

mirada arriba y abajo del corredor y no vio ninguna


señal del gato. Por otra parte, aquella cámara con pocos

materiales era ideal para que en ella se ocultase algún


gato. Si no estaba allí dentro, él iría a reunirse con los

otros. El animal podía estar en cualquier parte de la

nave, pero la crujía de mantenimiento era buen lugar


para refugiarse.

Había luz en el interior, aunque no más brillante que


en el pasillo. Brett no hizo caso a la hilera de

instrumentos alineados, a los recipientes de módulos

de reemplazos de estado sólido ni a las herramientas

sucias. Unos paneles luminiscentes identificaban el

contenido.


Se le ocurrió entonces que probablemente sus dos

compañeros ya no podrían oírlo. Aquella idea le hizo

temblar. Cuanto más pronto pusiese las manos en


aquel maldito gato, mejor.

—Jones, ven, micho, micho... Jones, ven a ver a Brett,


gatito.

Se inclinó para ver en la oscuridad una gran rendija

entre dos recipientes. El lugar estaba desierto.


Irguiéndose se limpió el sudor de la frente, primero del

lado izquierdo, luego del derecho.

—¡Maldito Jones! —murmuró en voz baja—, ¿dónde


diablos te escondiste?

En lo profundo de la crujía se oyó que algo raspaba

las paredes. El ruido fue seguido por un vago, pero


tranquilizador sonido inconfundiblemente felino. Brett

dejó escapar un suspiro de alivio y avanzó hacia el


lugar.



Ripley se detuvo, miró cansadamente la pantalla del


rastreador. La luz roja se había apagado, la aguja estaba

nuevamente en cero y ningún sonido salía del aparato.


Mientras ella miraba, la aguja vibró un momento, luego

quedó inmóvil.

—Aquí nada —le dijo al reciario que le quedaba—.

Creo que no hay nada aquí, aparte de nosotros y de

Jones.


Echó una mirada a Parker:

—Acepto cualquier sugestión.

—Volvamos. Lo menos que podemos hacer es ayudar


a Brett a atrapar a ese maldito gato.

—No la tomes contra Jones —dijo Ripley, asumiendo


automáticamente la defensa del animal—. Está tan

asustado como todos nosotros.

Dieron vuelta y avanzaron por el corredor


maloliente. Ripley dejó encendido el rastreador, por si

acaso.

Brett se había abierto paso entre pilas de equipo, y no


podía avanzar mucho más. Zancos y soportes para la

superestructura del Nostromo formaban un intrincado

laberinto de metal a su alrededor. Estaba


desalentándose ya cuando otro murmullo familiar

llegó hasta él. Apartando un pilón de metal, vio dos


pequeños ojos amarillos que brillaban en la oscuridad.

Vaciló durante un momento. Jones era poco más o

menos del tamaño de lo que había brotado del pecho


del pobre Kane. Otro maullido le hizo sentir mejor. Tan

sólo un gato ordinario podía producir semejante


sonido.

Al avanzar más trabajosamente, se agachó para

encender su rayo y alcanzó a ver una piel de gato y

unos bigotes: era Jones.

—Ven, gatito... me alegro de verte, maldito gato


peludo.

Extendió la mano hacia Jones. El animal bufó,

amenazándolo, y retrocedió más profundamente al


rincón.

—¡Vamos, Jones! Ven a Brett. No hay tiempo para


tonterías.

Algo no tan grueso como el rayo que el técnico de

ingeniería acababa de arreglar, llegó hasta abajo.


Descendió en completo silencio, produciendo la

sensación de una enorme energía mantenida al acecho.

Unos dedos se extendieron, asieron y envolvieron por


completo la garganta del ingeniero, cruzándose uno

sobre otro. Brett alcanzó a proferir un grito, llevándose

ambas manos a la garganta. Por el efecto que tuvieron


sobre él aquellos dedos de acero bien podían haber

estado soldados.


Fue levantado en el aire por aquella mano; sus

piernas quedaron bailando en el aire. Jones saltó por

encima de él.


El gato pasó como un tiro a Ripley y a Parker, que

acababan de llegar. Sin pensarlo, se lanzaron dentro de


la crujía de equipo. Pronto estuvieron donde un

momento antes se acababan de ver colgando las

piernas de Brett. Mirando profundamente en la

oscuridad, tuvieron al fin un breve atisbo de unas

piernas colgando y un dorso que se debatía en lo alto.


Por encima de la figura inerte del ingeniero alcanzaron

a ver un tenue contorno, algo hasta cierto punto

humano, pero que definitivamente no era un hombre.


Algo enorme y malévolo. Fue una visión de una

fracción de segundo, una luz que se reflejaba en unos


ojos demasiado grandes para ser de un hombre así

hubiese tenido una cabeza enorme. Luego, al mismo

tiempo el ser extraño y el ingeniero desaparecieron en


los niveles superiores del Nostromo.

—¡Cristo! —murmuró Parker.

—Creció —dijo Ripley, mirando su tubo y


considerándolo en relación con la enorme masa que

acababa de desaparecer allá arriba.

—Creció pronto. Todo el tiempo que estuvimos


buscándolo del tamaño de Jones, ya se había

convertido en eso...


De pronto, se dio cuenta del espacio limitado, de las

tinieblas y de los embalajes que parecían oprimirlos, de

los incontables pasajes que había entre las latas y los


gruesos soportes de metal.

—¿Qué hacemos parados aquí? Puede regresar.


Levantó el tubo, que ahora le pareció un juguete,

pensando en el poco efecto que podría tener sobre una

criatura de aquel tamaño.

Apresuradamente salieron de la crujía. Por mucho

que lo intentaran, el recuerdo de aquel último grito no


los abandonaría, quedaría pegado a sus cerebros.

Parker era amigo de Brett desde hacía largo tiempo,

pero aquel último grito le hizo correr tan rápidamente


como Ripley...




XI



Había menos confianza que la última vez en los


rostros de quienes se reunieron alrededor de la mesa.

Ninguno trató de disimularlo; menos que nadie Parker

y Ripley. Habiendo visto a lo que ahora tenían que


enfrentarse, les quedaba muy poca confianza.

Dallas estaba examinando un esquema recién

impreso del Nostromo. Parker se hallaba junto a la


puerta, echando ocasionales miradas por la puerta, al

pasillo.


—Sea lo que fuere —dijo el ingeniero en medio del

silencio—, era grande. Se lanzó sobre él como un

murciélago gigantesco.


Dallas levantó de los planos su mirada.

—¿Estás absolutamente seguro de que arrastró a Brett


por un respiradero?

—Desapareció por uno de los ductos de enfriamiento

—dijo Ripley, rascándose el dorso de una mano con la

otra—. Estoy segura de lo que vi. De todos modos, no

tiene dónde más ir.


—No hay duda de eso —añadió Parker—. Está

utilizando los respiraderos para desplazarse. Por eso

nunca lo encontramos con el rastreador.


—Los respiraderos —dijo Dallas, convencido—.

Puede ser. Lo mismo hace Jones.


Lambert removió su café agitando el líquido negro

con un dedo ocioso.

—Brett aún podría estar vivo —dijo.


—No hay ninguna posibilidad —respondió Ripley,

no por fatalismo sino por lógica—. Lo tomó como a un

muñeco de trapo.


—De todos modos, ¿para qué lo quiere? —dijo

Lambert pensativa—. ¿Por qué llevárselo en lugar de

matarlo allí mismo?


—Quizás lo necesite como una especie de

incubadora, por el modo tan extraño como utilizó a


Kane —sugirió Ash.

—O quizás lo use para alimentarse —dijo Ripley

secamente. Luego se estremeció.


Lambert dejó en la mesa su café.

—De un modo u otro, lleva dos y aún le faltan cinco,


desde el punto de vista del enemigo.

Parker había estado dando vueltas a su tubo en la

mano. Entonces se volvió y lo arrojó violentamente

contra la pared. Se dobló, cayó al suelo y resonó un par

de veces antes de quedar inmóvil.


—¡Ataquemos al maldito canalla con un rayo laser y

corramos los riesgos!

Dallas trató de parecer comprensivo.


—Bien sé cómo te sientes. Todos éramos amigos de

Brett. Pero debemos conservar la sangre fría. Si la


criatura es ahora tan grande como dices, ya tiene ácido

suficiente para hacer en la nave un agujero tan grande

como esta habitación. No quiero ni pensar en lo que


haría a los ductos y controles que pasan por el puente.

No podemos hacer esto; aún no.

—¿Aún no?


El sentido de impotencia de Parker anuló gran parte

de su furia.

—¿Cuántos más tienen que morir aparte de Brett


antes de que veas que ésta es la forma de enfrentarse a

tal ser?


—De todos modos, no serviría, Parker.

El ingeniero se dio vuelta para enfrentarse a Ash y lo

miró con el ceño fruncido:


—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que tendrías que atinarle a un órgano


vital con el láser a la primera descarga. Por tu propia

descripción de la criatura, sé que ahora es

extremadamente rápida, así como grande y poderosa.

Considero razonable suponer que conserva la misma

capacidad de regeneración rápida que en su anterior


forma de ʺmanoʺ. Eso significa que tendrías que

matarla instantáneamente o se lanzaría sobre ti. Eso no

sólo sería difícil si tu enemigo fuese hombre; es algo


virtualmente imposible de hacer con este extraño ser, y

no tenemos la menor idea de dónde están sus puntos


vitales. Ni sabemos aun si tiene un punto vital.

¿Comprendes?

Parker estaba tratando de comprender, como lo había


hecho antes Dallas. Todos sabían que los dos

ingenieros habían sido amigos íntimos.

—¿Puedes figurarte lo que ocurriría? Supongamos


que dos de nosotros lográramos enfrentarnos a la

criatura en un lugar abierto, donde se pudiera disparar

claramente contra él, lo que está lejos de ser una


incertidumbre. Quizás podríamos atinarle con el láser,

media docena de veces, antes de que nos hiciera


pedazos, y antes de que derramara ácido suficiente

para hacer incontables agujeros en la nave. Quizás

parte de ello llegara a los circuitos de los que depende


el abastecimiento de aire, o al abasto de la energía de la

nave. No considero que eso fuera imposible, dado lo


que sabemos de la criatura. ¿Y cuál sería el resultado?

Perderíamos dos personas o más, y la nave estaría peor

que antes de enfrentarnos al monstruo.

Parker no contestó, y permaneció con expresión

sombría. Finalmente murmuró:


—Entonces ¿qué demonios vamos a hacer?

—El único plan que parece tener posibilidades de

funcionar es el anterior —le dijo Dallas, dando


golpecitos en el detector—. Descubrir dónde se

encuentra, y luego arrojarlo de allí a una cámara de


aire, y de allí lanzarlo al espacio.

—¿Llevarlo? —dijo Parker, sonriendo huecamente—

. Te estoy diciendo que el maldito es enorme.


Escupió para mostrar su desprecio contra el tubo

doblado.

—Con eso no llevaremos al maldito a ninguna parte.


—Por esta vez tiene razón —dijo Lambert—.

Tenemos que llevarlo a una cámara. Pero ¿cómo lo

llevamos?


La mirada de Ripley recorrió a todos sus compañeros.

—Creo que es tiempo de que el departamento de


ciencia nos ponga al día en lo que concierne a nuestro

visitante. ¿Tienes alguna idea nueva, Ash?

El científico pensó un momento:


—Bueno, parece haberse adaptado bien a una

atmósfera rica en oxígeno. Eso quizás tenga algo que


ver con su espectacular desarrollo en esta etapa.

—¿En esta etapa? —repitió Lambert, sorprendida—.

¿Quieres decir que puede convertirse nuevamente en

otra cosa?

Ash extendió las manos, como a la defensiva:


—Sabemos muy poco acerca de él. Debemos estar

preparados para lo que venga. Ya se ha

metamorfoseado dos veces: de huevo a forma de mano,


de mano a lo que salió del cuerpo de Kane, y ahora en

esta forma bípeda mucho mayor. No hay ninguna


razón para suponer que ésta es la etapa final de su

cadena de desarrollo.

Hizo una pausa y luego añadió:


—La siguiente forma que concebiblemente puede

adoptar quizás sea aún más grande y más poderosa.

—Muy alentador... —murmuró Ripley—. ¿Algo más?


—Además de la nueva atmósfera, ciertamente se ha

adaptado a sus requerimientos nutricionales. Así pues,

sabemos que puede mantenerse con muy poco en


varias atmósferas y posiblemente en ninguna de ellas

por un período no especificado. Lo único que


desconocemos es su capacidad para enfrentarse a

grandes cambios de temperatura. A bordo del

Nostromo hace un calor confortable. Si consideramos la


temperatura media del mundo en que lo descubrimos,

creo que podremos excluir un gran frío como enemigo


suyo, aunque su anterior forma de huevo acaso fuese

más resistente que su forma actual; de ello hay

precedentes.

—Muy bien —dijo Ripley—. ¿Qué me dices de la

temperatura? ¿Qué ocurre si la elevamos mucho?


—Veamos —dijo Ash—. No podemos elevar la

temperatura de toda la nave por la misma razón que no

podemos sacar todo el aire. En nuestros trajes no hay


suficiente aire, hay una movilidad limitada y

estaríamos indefensos, confinados en los congeladores;


y hay otras razones. Pero la mayoría de los seres vivos

retroceden ante el fuego. No es necesario calentar toda

la nave.


—Podríamos pasar un cable de alto voltaje por unos

cuantos corredores y atraerlo hacia ellos. Eso lo dejaría

frito —sugirió Lambert.


—No tenemos que vérnosla con un animal —le dijo

Ash—. O, en caso de serlo, entonces es supremamente

hábil. No va a cargar a ciegas contra un cordón, o


contra algo que bloquee una vía de tránsito tan clara

como un corredor. Ya lo ha demostrado escogiendo los


ventiladores para trasladarse, en lugar de los pasillos.

Además, ciertos organismos primitivos, como los

tiburones, son sensibles a los campos eléctricos. En


general, no es una buena idea.

—Quizás pueda detectar los campos eléctricos que


generen nuestros propios cuerpos —dijo Ripley

sombríamente—. Tal vez sea así como nos detecta.

Parker pareció dudoso.

—Yo no apostaría a que depende de sus ojos. Si eso

son esas cosas.


—No lo son.

—Una criatura con tantos recursos probablemente

utiliza muchos sentidos al detectar —intervino Ash.


—De todos modos, no me gusta la idea del cable —

dijo Parker, cuyo rostro había enrojecido—. Estoy harto


de esconderme; cuando salga de su lugar yo quiero

estar allí, quiero verlo morir.

Guardó silencio durante un rato y luego añadió, con


menos emoción:

—Quiero oírlo gritar como gritó Brett.

—¿Cuánto tiempo necesitarías para unir tres o cuatro


unidades incineradoras? —Quiso saber Dallas.

—Dame veinte minutos. Las unidades básicas ya

están allí almacenadas. Sólo es cuestión de modificarlas


para hacerlas manuales.

—¿Puedes darles suficiente potencia? No queremos


encontrarnos en la clase de situación que describió Ash

si vamos a usar láser. Necesitamos algo que lo detenga

instantáneamente.


—No te preocupes —dijo Parker con voz fría, fría—.

Yo los arreglaré de modo que cocinen todo con lo que


se ponga en contacto.

—Entonces, esa parece nuestra mejor oportunidad —

dijo el capitán mirando a todos alrededor de la mesa—

. ¿Tiene alguien alguna idea mejor?

Nadie habló.


—Muy bien —dijo Dallas, apartándose de la mesa y

levantándose—. Cuando Parker esté listo con sus

lanzallamas, partiremos de aquí y volveremos al nivel


C y a la cámara donde atacó a Brett. Le seguiremos el

rastro desde allí.


Parker pareció dudar.

—Subió con él a través de la armazón del casco antes

de entrar en la cámara de aire. Sería dificilísimo subir


allí. No soy un simio.

Miró a Ripley como advirtiéndole, pero ella no hizo

ningún comentario.


—¿Prefieres entonces quedarte sentado aquí y

esperar a que él venga a buscarte? —preguntó Dallas—

. Cuanto más tiempo podamos tenerlo a la defensiva,


mejor será para nosotros.

—Salvo por una cosa —dijo Ripley.


—¿Cuál?

—Ni siquiera estamos seguros de que haya estado a

la defensiva —dijo ella, mirándolo fijamente.




Los lanzallamas eran más voluminosos que los tubos,


y parecían menos eficaces. Pero los tubos habían

funcionado como de ellos se esperaba, y Parker les

había asegurado a todos que también lo harían los

incineradores. Esta vez se negó a dar una

demostración, porque, según explicó, las llamas eran lo


bastante poderosas para dañar el puente.

El hecho de que estuviera confiando su propia vida a

sus aparatos fue prueba suficiente para todos los


demás, salvo para Ripley. Ella empezaba a desconfiar

de todo y de todos. Siempre había sido un poquito


paranoide. Y los acontecimientos la estaban

empeorando. Empezó a preocuparse tanto por lo que

ocurría a su propio cerebro como a lo que pudiese


pasar por el ser extraño.

Desde luego, en cuanto hubiesen descubierto y

matado al enemigo, los problemas mentales se


desvanecerían. Eso esperaba ella.

El apretado grupo de hombres nerviosos avanzó

cautelosamente desde el comedor hasta el nivel B. Se


encaminaban a la escalera cuando los dos detectores

empezaron a silbar frenéticamente. Al punto, Ash y


Ripley apagaron el sonido. Tuvieron que seguir las

agujas vibrantes tan sólo unos doce metros antes de

que llegara a sus oídos un sonido distinto y más alto: el


de metal que se destroza.

—Calma —dijo Dallas colocándose el lanzallamas


bajo el brazo y dando vuelta a la esquina del corredor.

Los ruidos continuaban ahora más claros. Dallas supo

dónde se originaban.

—El casillero de los alimentos —susurró a sus

compañeros—. Está dentro.


—¡Escuchen eso! —murmuró Lambert

atemorizada—. ¡Dios, debe de ser grande!

—Bastante grande —dijo Parker, suavemente—.


Recuerda que yo lo vi y es fuerte. Se llevó a Brett...

Se interrumpió a media frase; los recuerdos de Brett


le quitaron todo deseo de conversar.

Dallas levantó el cañón de su lanzallamas.

—Hay una abertura en la parte trasera del casillero.


Por allí se metió —echó una mirada a Brett—. ¿Estás

seguro de que estas cosas funcionarán?

—Yo las hice ¿no?


—Eso es lo que me preocupa —respondió Ripley.

Siguieron avanzando. Los sonidos de metal

continuaban. Cuando se encontraron en sus puestos


fuera del casillero, Dallas indicó a Parker, con la

mirada, la perilla de la puerta. De mala gana, el


ingeniero empuñó firmemente la pesada bola. Dallas

retrocedió dos pasos y preparó el lanzallamas.

—¡Ahora!


Parker abrió violentamente la puerta, y de un salto se

apartó del camino. Dallas oprimió el gatillo de la


pesada arma. Un verdadero abanico,

sorprendentemente extenso, de fuego de color

anaranjado llenó la entrada del casillero de los

alimentos, haciendo que todos retrocedieran

precipitadamente por el intenso calor. Dallas avanzó,


olvidándose del calor que le quemaba la garganta y

envió otra descarga al interior, y luego una tercera. Se

hallaba ahora sobre un base más elevada, y tuvo que


agacharse para poder disparar a los lados.

Pasaron varios minutos en nerviosa espera, hasta que


el interior del casillero se enfrió lo bastante para que

pudiesen entrar. Pese a la espera, el calor que

irradiaban los restos carbonizados de lo que había


dentro era tan intenso que tuvieron que caminar

cuidadosamente, para no tropezar contra las ardientes

paredes del casillero o los estantes sobrecalentados.


El casillero mismo era un desastre. Lo que había

comenzado el ser extraño lo había terminado el

lanzallamas de Dallas. Las profundas grietas negras


que se veían en las paredes eran prueba del poder

concentrado del incinerador.


El olor de componentes de alimento artificial

quemado, junto con los paquetes carbonizados, era

insoportable en aquel pequeño espacio.


Pese a los estragos causados por el lanzallamas, no

todo lo que había en el casillero había quedado


destruido. Por todos lados había, dispersas, pruebas de

la fuerza del ser extraño, no tocadas por las llamas. Por

el suelo yacían paquetes de todos tamaños, ʺlatasʺ (así

llamadas por tradición, no por su constitución

metalúrgica) de almacenamiento de metal sólido,


habían sido abiertas arrancándoles la cubierta como a

frutas. Por lo que todos pudieron ver, el extraño no

había dejado casi nada intacto para que lo terminaran


las llamas.

Manteniendo a mano los detectores y los


incineradores, se abrieron paso entre los restos. Un

humo que ya llenaba sus pulmones también les quemó

los párpados.


Una inspección cuidadosa de todas las filas de

abastos calcinados no produjo el descubrimiento

esperado.


Como todos los alimentos almacenados a bordo del

Nostromo eran artificiales y de composición

homogénea, los huesos que descubrieran podían ser


los del extraño. Pero lo más parecido que encontraron

a unos huesos fueron las bandas de refuerzo de varios


grandes embalajes.

Ripley y Lambert, relajándose, estuvieron apunto de

apoyarse en una pared aún caliente, pero se acordaron


a tiempo.

—No lo logramos —dijo la oficial, decepcionada.


—Entonces, ¿dónde demonios está? —le preguntó

Lambert.

—Allá.

Todos se volvieron para ver a Dallas, de pie junto a la

pared del fondo, tras una pila de plástico carbonizado.


Con su lanzallamas señalaba la pared.

—Allá es donde se fue.

Avanzando, Ripley y los demás vieron que la figura


de Dallas estaba bloqueando la abertura del ventilador.

La reja protectora que normalmente cubría el hueco


yacía en el suelo hecha pedazos.

Dallas se quitó del cinturón su barra de luz y dirigió

el rayo hacia la cámara. Tan sólo le reveló metales


retorcidos. Cuando volvió a hablar, había excitación en

su voz.

—Creo que es tiempo de hacer una pausa.


—¿De qué estás hablando? —preguntó Lambert.

El la miró, en respuesta.

—¿No lo ves? Eso podría ser en nuestro beneficio.


Este ducto termina en la toma de aire principal. Sólo

hay otra abertura lo bastante grande para que ese ser


escape de allí, y ésta otra podemos cubrirla. Entonces

podremos acosarlo con los lanzallamas, y arrojarlo al

espacio.


—Sí —dijo Lambert, en un tono indicador de que no

compartía el entusiasmo de su capitán por aquella


idea—. Nada de eso. Todo lo que tienes que hacer es

meterte gateando por el respiradero persiguiéndolo,

orientarte entre todo eso hasta que te encuentres frente

a frente con él, y entonces rogar al cielo que tenga

miedo al fuego.


La sonrisa de Dallas se desvaneció.

—La intervención del elemento humano acaba con

toda la sencillez del plan, ¿verdad? Pero saldría bien si


el monstruo tiene miedo al fuego. Es nuestra mejor

oportunidad. Así no tenemos que arrinconarlo y dejar


que las llamas lo maten a tiempo. Puede seguir

retirándose hacia el agujero que le aguarda.

—Todo eso está muy bien —convino Lambert—. El


problema es ¿quién va a ir tras él?

Dallas examinó al grupo, buscando al personaje

adecuado para aquel juego letal. Ash tenía los mejores


nervios, pero Dallas aún desconfiaba del científico. De

todos modos el proyecto de Ash de encontrar algo que

anulara los ácidos del monstruo lo excluía como


candidato para la cacería.

Lambert ponía una expresión resuelta, pero era


probable que bajo presión ella se desmoronara antes

que los otros. En cuanto a Ripley, no lo haría mal en el

momento de la actual confrontación. Dallas no estaba


seguro de si se quedaría helada o no. No creía que

ocurriera, pero no podía apostar su vida a eso.


En cuanto a Parker... Parker siempre había simulado

ser un hombre rudo y desalmado. Se quejaba mucho,

pero podía hacer un trabajo arduo y bueno cuando

fuese necesario. De ello eran prueba los tubos y ahora

los lanzallamas. Además, era su amigo el que había


sido víctima del monstruo. Y conocía los sistemas de

lanzallamas mejor que ninguno de ellos.

—Bueno, Parker, siempre quisiste una participación


completa y una bonificación de fin de viaje.

—¿Sí? —dijo el ingeniero indiferente.


—Métete en la cámara.

—¿Por qué yo?

Dallas pensó darle varias razones, pero decidió en


cambio decir algo sencillo:

—Simplemente, quiero verte ganar tu parte del

dinero, eso es todo.


Parker meneó la cabeza y dio un paso atrás.

—No hay manera; puedes quedarte con mi parte.

Puedes quedarte con todo mi salario de este viaje.


Con la cabeza indicó la apertura de la ventilación.

—No me meteré allí.


—Yo iré.

Dallas miró, sorprendido, a Ripley. Ella siempre

había querido ofrecerse como voluntaria, tarde o


temprano. Extraña chica. El siempre la había

subestimado. Y todos los demás también.


—Olvídalo.

—¿Por qué? —preguntó ella, resentida.

—Sí, ¿por qué? —repitió Parker—. Si ella está

dispuesta a ir, ¿por qué no dejarla?

—Mi decisión está tomada —dijo Dallas secamente


mirándola y contemplando en su rostro una mezcla de

resentimiento y confusión. No pudo comprender por

qué él la había rechazado. ʺBueno, no importa, algún


día quizás me lo explicaráʺ.

Pero Dallas no podía explicárselo ni a sí mismo.


—Tú sigues el respiradero —dijo Dallas a Ripley—.

Ash, tú te quedas aquí y cubres este extremo, por si de

algún modo se coloca detrás de mí. Parker, tú y


Lambert cubren la salida lateral de la que les hablé.

Todos ellos lo miraron, con distintos grados de

comprensión. No había duda de quién entraría en el


respiradero.

Respirando trabajosamente, Ripley llegó al vestíbulo

de estribor. Una mirada a su detector no le mostró


ningún movimiento en el área. Tocó entonces un

cercano interruptor rojo. Un suave zumbido llenó esa


sección del corrredor. El pesado cerrojo se apartó.

Cuando vio que no había nadie y que el zumbido había

cesado, hizo accionar el intercomunicador.


—Respiradero de estribor, listo.

Parker y Lambert llegaron a la sección del corredor


especificada por Dallas, y allí se detuvieron. El

respiradero, cubierto por su reja y de aspecto tranquilo,

mostraba junto a la pared tres cuartos del camino hacia

arriba.

—De aquí es donde saldrá, si prueba por esta sección


—observó Parker.

Lambert asintió, y se acercó al micrófono más cercano

para informar que ya estaba en su posición.


Allá en la alacena, Dallas escuchó con expresión

intensa el informe de Lambert, que siguió al de Ripley.


Dallas hizo un par de preguntas, escuchó las respuestas

y cortó la comunicación. Ash le entregó su lanzallamas.

Dallas ajustó el cañón y disparó un par de descargas


rápidas.

—Aún funciona bien. En cuestiones de maquinaria,

Parker es aún mejor de lo que cree.


Advirtió entonces la expresión del rostro de Ash.

—¿Ocurre algo?

—Tú tomaste tu decisión. No es momento para


comentarios.

—Tú eres el científico. Adelante, di lo que tengas que


decir.

—Esto no tiene nada que ver con la ciencia.

—Bueno, no es momento de sutilezas. Di lo que


tengas que decir.

Ash lo miró con verdadera curiosidad.


—¿Por qué tuviste que ser tú el que fuera? ¿Por qué

no enviaste a Ripley? Estaba dispuesta y es bastante

competente.

—Yo no debí ni sugerir a nadie más que a mí mismo

—dijo Dallas revisando el nivel del fluido del


lanzallamas—. Ese fue un error. Es mi responsabilidad.

Dejé que Kane descendiera en la nave extraña. Ahora,

me toca a mí. Ya he delegado bastantes riesgos sin


correr ninguno yo mismo. Es el momento de hacerlo.

—Tú eres el capitán —replicó Ash—. Es el momento


de ser prácticos, no heroicos. Hiciste lo adecuado al

enviar a Kane. ¿Por qué cambiar ahora?

Dallas le sonrió. No era frecuente pescar a Ash en una


contradicción.

—No te corresponde a ti hablar de los procedimientos

adecuados. Tú abriste el cerrojo y nos dejaste volver a


la nave, ¿recuerdas?

El científico no contestó.

—Así pues, no me sermonees acerca de lo apropiado.


—Será más difícil para los que quedamos si te pasa

algo. Especialmente ahora.


—Acabas de decir que considerabas bastante

competente a Ripley. Estoy de acuerdo. Ella es la que

seguirá al mando. Si no regreso, no hay nada que yo


pueda hacer que ella no sepa.

—No estoy de acuerdo.


Estaban perdiendo el tiempo. No podía saberse

dónde se hallaba la criatura.

Dallas estaba cansado de discutir.

—Ya no importa. Esa es mi decisión y es definitiva.

Se volvió, puso el pie derecho en la abertura del


respiradero y luego deslizó delante de él su

lanzallamas, cuidando que no resbalara en la superficie

ligeramente inclinada.


—No resultará así —murmuró, mirando hacia

abajo—. No hay espacio suficiente para ponerse en


cuclillas.

Hizo pasar luego su otra pierna.

—Tendré que avanzar a gatas.


Se agachó y entró, teniendo que doblarse mucho por

la abertura.

En el respiradero había menos espacio del que había


creído. Cómo algo del tamaño descrito por Parker y

Ripley había logrado pasar por aquel minúsculo

espacio era algo que no podía imaginar. ¡Bueno! Dallas


tuvo esperanzas de que el respiradero continuara

angostándose. Quizás la criatura, en su prisa por huir,


se dejaría acorralar definitivamente. Eso simplificaría

las cosas.

—¿Cómo está todo? —le dijo una voz desde atrás.


—No demasiado bien —informó Dallas a Ash; su voz

encontró eco a su alrededor.


Dallas logró colocarse a gatas.

—Es lo bastante grande para ser incómodo.

Encendió entonces su barra de luz y durante un


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