miró a las olas durante un rato, luego miró a Cari
Hollywood a los ojos y habló despacio.
—Acepto sus credenciales y le ruego que transmita
mi más sincero agradecimiento y estima a Su
Majestad, así como mis disculpas al impedirme las
circunstancias componer una respuesta más formal a
su amable carta, cosa que en cualquier otro momento
sería naturalmente mi prioridad más alta.
—Lo haré en cuanto pueda, Su Majestad —dijo
Cari Hollywood.
Oyendo esas palabras, la Princesa Nell pareció
perder un poco el equilibro y movió los pies para
recuperarlo; aunque aquello podría ser producto de la
contracorriente. Cari comprendió que nadie se había
dirigido a ella de esa forma antes; que, hasta que
Victoria la había reconocido de esa forma no había
comprendido totalmente su posición.
—La mujer que busca se llama Miranda —dijo él.
Todo pensamiento sobre coronas, reinas y ejércitos
pareció desvanecerse de la mente de Nell, y fue sólo de
1001
nuevo una joven dama buscando... ¿qué? ¿A su
madre? ¿A su maestra? ¿A su amiga? Cari
Hollywood le habló a Nell en voz baja y suave,
proyectando la voz lo suficiente para que se le
escuchase sobre el sonido de las olas. Le habló de
Miranda, y del libro, y de las viejas historias de los
hechos de la Princesa Nell, que había presenciado de
refilón, más o menos, al observar cómo Miranda
trabajaba muchos años atrás en el Parnasse.
Durante los siguientes dos días muchos de los
refugiados de la costa fueron transportados por naves
de aire y superficie, pero algunas de ésas fueron
destruidas de forma espectacular por las armas del
Reino Celeste. Tres cuartas partes de las chicas del
Ejército Ratonil se evacuaron a sí mismas por el
procedimiento de desnudarse y meterse en masa en el
océano, uniéndose por los brazos formando una balsa
flexible e imposible de hundir que gradual, lenta y
cansadamente navegaba hasta Nueva Chusan. Los
rumores se extendían rápidamente por toda la
longitud de la costa; las fronteras tribales parecían
acelerar más que entorpecer ese proceso y la relación
entre lenguas y cultura producía nuevas variantes de
cada rumor, adaptados a los miedos y prejuicios
1002
locales. El rumor más popular era que los celestes
planeaban dar a todos paso seguro y que los ataques
los producían minas inteligentes fuera de control o,
peor aún, algunos comandantes fanáticos que
desafiaban las órdenes y que pronto serían
controlados. Había un segundo rumor más extraño
que daba a la gente un incentivo para permanecer en
la orilla y no confiar en las naves de evacuación: una
joven con un libro y una espada estaba creando túneles
mágicos en el fondo que los llevarían a la salvación.
Esas ideas eran oídas con escepticismo por las culturas
más racionales, pero en la mañana del sexto día del
cerco, la marea de cuadratura llevó una señal peculiar
a la arena: una cosecha de huevos translúcidos del
tamaño de pelotas playeras. Cuando se abrían las
frágiles envolturas, contenían mochilas adornadas por
un delicado diseño fractal de respiradero. Una
manguera rígida se extendía desde la parte alta y
estaba conectada a una máscara. Dadas la
cirscunstancias, no era difícil adivinar el uso de
aquellos objetos. Las gentes se colgaron las mochilas a
la espalda, se colocaron las máscaras y se metieron en
el agua. Las mochilas actuaban como agallas de peces
y daban un suministro continuo de oxígeno.
1003
Las agallas no llevaban ninguna identificación
tribal; simplemente llegaban a la playa, por miles, con
cada marea alta, producidas orgánicamente por el mar.
Los atlantes, nipones y otros asumieron que venían de
su propia tribu. Pero muchos apreciaron la conexión
entre aquello y los rumores sobre la Princesa Nell y
los túneles bajo las olas. Las personas migraban hacia
el centro de la costa de Pudong, donde las pequeñas,
débiles y frágiles tribus se habían concentrado. Esa
contracción de la línea defensiva fue inevitable al
reducirse el número de defensores dada la evacuación.
Las fronteras entre tribus se hicieron inestables y
finalmente desaparecieron, y el quinto día del cerco
todos los bárbaros se habían hecho fungibles y se
unieron en una masa en el punto más externo de la
península de Pudong, varias decenas de miles de
personas comprimidas en el espacio no superior al de
algunas calles. Más allá estaban los refugiados chinos,
en su mayoría personas muy identificadas con la
República Costera, que sabían que nunca podrían
encajar en el Reino Celeste. No se atrevían a invadir
el campamento de los refugiados, que todavía tenían
armas muy poderosas, pero avanzando centímetro a
centímetro y nunca retirándose, redujeron
insensiblemente el perímetro, de forma que muchos
1004
bárbaros se encontraron metidos en el océano hasta las
rodillas.
Se extendió el rumor de que la mujer llamada
Princesa Nell tenía un mago y consejero llamado Cari,
que había aparecido un día de la nada sabiendo casi
todo lo que sabía la Princesa Nell y algunas cosas que
ella no conocía. Ese hombre, según los rumores, tenía
en su poder un juego de llaves mágicas que le daba a
él y a la Princesa Nell el poder de hablar con los
Tamborileros que vivían bajo las olas.
En el séptimo día, la Princesa Nell entró desnuda
en el mar al amanecer, desapareció bajo las olas
coloreadas de rosa por el sol naciente, y no regresó.
Cari la siguió unos minutos después, aunque al
contrario que la Princesa Nell tuvo la precaución de
llevar un equipo de agallas. Entonces todos los
bárbaros entraron en el océano, dejando atrás las
sucias ropas tiradas por la playa, entregando el
último trozo de tierra china al Reino Celeste. Todos
caminaron en el océano hasta que desaparecieron las
cabezas. La retaguardia estaba formada por las chicas
que quedaban del Ejército Ratonil, quienes se
metieron desnudas en las olas, se unieron para
1005
formar una balsa y se abrieron paso lentamente por
el mar, arrastrando a algunos enfermos y heridos con
ellas en balsas improvisadas. Para cuando el pie de la
última chica perdió contacto con el fondo arenoso del
océano, ese trozo de tierra ya había sido reclamado
por un hombre con un trozo de tela escarlata
alrededor de la cintura, que permaneció en la orilla
riendo al pensar que ahora el Reino Medio era un
solo país de nuevo.
El último diablo extranjero en salir del Reino
Medio fue un caballero Victoriano rubio de ojos
grises, quien permaneció de pie entre las olas durante
un tiempo mirando a Pudong antes de volverse y
continuar el descenso. Al elevarse el mar hacia él, le
quitó el bombín de la cabeza, y el sombrero continuó
balanceándose sobre las olas durante algunos
minutos mientras los chinos detonaban fuegos
artificiales en la orilla y pequeños fragmentos de
papel rojo se elevaban sobre el océano como pétalos de
cerezos.
En una de sus incursiones en el mar, Nell había
encontrado a un hombre —un Tamborilero— que
había salido nadando de las profundidades, desnudo
1006
excepto por un juego de agallas. Debía haberla sor‐
prendido; pero al contrario, ella había sabido que él
estaba allí antes de haberlo visto, y cuando se acercó,
Nell pudo sentir cosas que sucedían en su mente que
venían de fuera. Había algo en su cerebro que la
conectaba a los Tamborileros.
Nell había dibujado algunos planos generales y se
los había dado a sus ingenieras para que los
elaborasen, y ellas se los habían dado a Cari, quien
los había llevado a un C.M. portátil y en
funcionamiento en el campamento de Nueva
Atlantis y había compilado un pequeño sistema para
examinar y manipular dispositivos
nanotecnológicos.
En la oscuridad, motas de luz brillaban en la piel
de Nell, como luces de aviones en el cielo nocturno.
Cogieron una de ésas con un escalpelo y la
examinaron. Encontraron dispositivos similares en
su corriente sanguínea. Aquellas cosas,
comprendieron, debían de haber llegado a la sangre de
Nell cuando la violaron. Quedaba claro que los
destellos de luz en la piel de Nell eran la luz del faro
1007
que guía a otras personas a través del golfo que nos
separa de nuestros vecinos.
Cari abrió una de las cosas de la sangre de Nell y
encontró dentro un sistema de lógica de barras, y un
sistema de cinta que contenía algunos gigabytes de
datos. Los datos estaban divididos en bloques dis‐
cretos, cada uno encriptado por separado. Cari probó
todas las claves que había obtenido de John Percival
Hackworth y descubrió que una de ellas —la clase de
Hackworth— descifraba algunos de los bloques.
Cuando examinó el contenido desencriptado,
descubrió fragmentos de un plan para algún tipo de
dispositivo nanotecnológico.
Sacaron sangre a varios voluntarios y encontraron
que uno de ellos tenía los mismos pequeños
dispositivos en la sangre. Cuando pusieron juntos los
dos dispositivos, se encontraron usando lidar y se
unieron, intercambiando datos y realizando algún
tipo de cálculo que produjo calor.
Los dispositivos vivían en la sangre de la especie
humana como virus y pasaban de una persona a otra
durante el sexo o cualquier otro intercambio de fluidos
1008
corporales; eran paquetes inteligentes de datos, igual
a los que recorrían la red de media, y uniéndose unos
con otros en la sangre, formaban un vasto sistema de
comunicación, paralelo y probablemente unido a la red
seca de líneas ópticas y cables de cobre. Como la red
seca, la red húmeda podía usarse para realizar
cálculos; para ejecutar programas. Y quedaba ahora
claro que John Percival Hackworth la estaba usando
exactamente para eso, ejecutando algún tipo de
enorme programa distribuido de su propia invención.
Estaba diseñando algo.
—Hackworth es el Alquimista —dijo Nell—, y está
usando la red húmeda para diseñar la Simiente.
A medio kilómetro de la costa, comenzaban los
túneles. Algunos de ellos debían de llevar allí muchos
años, porque eran irregulares como troncos de árboles,
cubiertos de lapas y algas. Pero era evidente que en
los últimos días se habían dividido orgánicamente,
como raíces buscando humedad; tubos nuevos y
limpios forzaban el paso a través de las incrustaciones
y corrían hacia la línea de la marea, dividiéndose una
y otra vez hasta que muchos orificios se ofrecían a los
refugiados. Los tallos terminaban en labios que cogían
a la gente y la metían dentro, como la punta de una
1009
trompa de elefante, aceptando a los refugiados con un
mínimo de agua de mar. Los túneles estaban cubiertos
por imágenes mediatrónicas que les instaban a
adentrarse en los túneles; siempre parecía que un
lugar cálido, bien iluminado y seco les esperaba sólo
un poco mis adelante. Pero la luz se movía junto con
las personas para que penetrasen más en los túneles,
como en la peristalsis. Los refugiados llegaban al
túnel principal, el cubierto de incrustaciones, y
seguían moviéndose, ahora reunidos en una masa
sólida, hasta que eran descargados en una gran
cavidad abierta muy por debajo de la superficie del
océano. Allí les esperaban alimentos y agua, y comían
con hambre.
Dos personas no comieron nada aparte de las
provisiones que habían traído con ellos, eran Nell y
Cari.
Después de que hubiesen descubierto los
nanositos en la carne de Nell que la convertían en
parte de los Tamborileros, Nell se había quedado
despierta toda la noche diseñando un
contrananosito, uno que buscase y destruyese los
dispositivos de los Tamborileros. Ella y Cari se
1010
habían puesto los dispositivos en la sangre, por lo
que Neíl estaba ahora libre de la influencia de los
Tamborileros y los dos permanecerían así. Sin
embargo, no se arriesgaron a comer la comida de los
Tamborileros, y estaba bien, porque después de la
comida los refugiados se adormilaron y se tendieron
en el suelo a dormir, con el vapor saliendo de su piel,
y pronto comenzaron a resplandecer destellos de
luz, como estrellas que aparecen cuando se pone el
sol. Después de dos horas, las estrellas se habían
unido para formar una superficie continua de luz
parpadeante, lo suficientemente brillante para
poder usarla para leer, como si la luna llena brillase
sobre los cuerpos de los juerguistas en un prado.
Los refugiados, ahora Tamborileros, durmieron y
soñaron todos el mismo sueño, y las luces abstractas
que brillaban sobre la cubierta mediatrónica de la
caverna comenzaron a organizarse en oscuras
memorias de lo más profundo de la mente in‐
consciente. Nell comenzó a ver cosas de su propia
vida, experiencias mucho tiempo atrás asimiladas en
las palabras del Manual se mostraban ahora de
forma más cruda y aterradora. Nell cerró los ojos;
pero las paredes también producían sonido, del que
no podía huir.
1011
Cari Hollywood controlaba las señales que
pasaban por las paredes de los túneles, evitando el
contenido emocional de las imágenes al reducirlas a
dígitos binarios e intentando descubrir los códigos
y protocolos internos.
—Tenemos que irnos —dijo Nell finalmente, y
Cari se levantó y la siguió a través de una salida
elegida al azar.
El túnel se dividía una y otra vez, y Nell elegía el
camino por intuición. En ocasiones, los túneles se
ampliaban para formar grandes cavernas llenas de
Tamborileros luminiscentes, durmiendo, jodiendo o
simplemente dando golpes a las paredes. Las
cavernas siempre tenían muchas salidas, que se
dividían y dividían y luego convergían a otras
cavernas; una red de túneles tan vasta y complicada
que parecía ocupar todo el océano, como un aparato
nervioso con las dendritas tejiéndose y
ramificándose para ocupar todo el volumen del
cráneo.
1012
Un suave tamborileo se encontraba en el mismo
límite de lo perceptible desde que habían dejado la
caverna en la que se habían dormido los refugiados.
Al principio Nell lo había considerado el sonido de
las corrientes submarinas chocando contra las
paredes del túnel, pero al hacerse más fuerte, supo
que eran los Tamborileros hablando entre sí,
reunidos en alguna caverna central enviándose
mensajes por toda la red. Al comprenderlo, sintió
que ía urgencia se transformaba en pánico por
encontrar la reunión central, y durante algún
tiempo corrieron por el perfectamente engañoso
laberinto tridimensional, intentado localizar el
epicentro del tamborileo.
Cari Hollywood no podía correr tan rápido como
la ágil Nell y acabó perdiéndola en la confusión de
túneles. Desde ese momento tomó sus propias
decisiones, y después de que pasase algún tiempo —
era imposible saber cuánto— su túnel llegó a otro
por el que iba una corriente de Tamborileros hacia
otro piso del océano. Cari reconoció a algunos de los
Tamborileros como antiguos refugiados de las playas
de Pudong.
1013
El sonido de los Tamborileros no aumentó
gradualmente sino que explotó en una confusión
ensordecedora y que destruía la mente al salir Cari a
una gran caverna, un anfiteatro cónico que debía de
tener un kilómetro de ancho, cubierto por una
tormenta de imágenes media‐trónicas a lo largo de
una vasta cúpula. Los Tamborileros, visibles bajo la
luz parpadeante de la tormenta de imágenes superior
y por su propia iluminación interna, se movían
arriba y abajo por el cono en una especie de corriente
de convección. Atrapado en un remolino, Cari fue
transportado hacia el centro y se encontró con una
orgía de dimensiones fantásticas. Las estelas de sudor
vaporizado se elevaban del centro del pozo formando
una nube. Los cuerpos que se apretaban contra la
piel desnuda de Cari eran tan calientes que casi le
quemaron, como si todos tuviesen una fiebre muy
alta, y en algún compartimento abstracto de su
mente que, de alguna forma, continuaba en su curso
racional, comprendió la razón: intercambiaban
paquetes de datos con sus fluidos corporales, los
paquetes se unían en la sangre y la lógica de barras
producía calor que elevaba la temperatura corporal.
1014
La orgía continuó durante horas, pero la
convección se redujo gradualmente y se condensó en
una estructura estable, como una multitud en un
teatro que se sienta en los sitios asignados al
acercarse la hora en que se levante el telón. Un
amplio espacio abierto se formó en el centro, y el
anillo más interior de espectadores consistía en
hombres, como si fuesen los ganadores de un gran
concurso de fornicación que se aproximaba a la
prueba final. Un Tamborilero solitario recorrió el
anillo interior, entregando algo; resultaron ser
condones me‐diatrónicos que resplandecían en vivos
colores al ser colocados en los penes erectos de los
hombres.
Una mujer entró en el anillo. El piso en el centro
absoluto se elevó bajo sus pies, levantándola en el aire
como en un altar. El tamborileo llegó a un punto
insoportable y se detuvo. Luego comenzó de nuevo,
en un ritmo lento pero continuo, y los hombres en el
círculo interior comenzaron a bailar a su alrededor.
Cari Hollywood vio que la mujer en el interior
era Miranda.
1015
Ahora lo entendía todo: los refugiados habían sido
reunidos en los dominios de los Tamborileros por el
conjunto de nuevos datos que corrían por su sangre,
que esos datos habían sido introducidos en la red
húmeda en el curso de una gran orgía, y que todo iba
ahora a ser colocado en Miranda, cuyo cuerpo iba a
ser el lugar de ejecución de algún climax
computacional que la quemaría viva en el proceso.
Era cosa de Hackworth; aquélla era la culminación
del esfuerzo para diseñar la Simiente, y con eso
disolvería de paso la base de Nueva Atlantis, Nipón
y todas las sociedades que se habían desarrollado
alrededor del concepto de una Toma centralizada y
jerárquica.
Una figura solitaria, destacada porque su piel no
emitía ninguna luz, luchaba por llegar al centro.
Entró de golpe en el círculo interior, tirando a un
bailarín que se le puso delante, y trepó por el altar
central donde yacía Miranda de espaldas, con los
brazos extendidos como crucificada y su piel
convertida en una galaxia de luces coloreadas.
Nell acunó la cabeza de Miranda entre los brazos,
se inclinó y la besó, no un suave roce en los labios
1016
sino un beso salvaje con la boca abierta, y la mordió
fuerte al hacerlo, mordiendo sus propios labios y los
de Miranda para que se mezclasen las sangres. La luz
que emitía el cuerpo de Miranda se redujo y se apagó
lentamente al ser perseguidos y cazados los
nanositos por los depredadores que habían entrado
en su sangre desde la de Nell. Miranda se despertó y
se levantó, con los brazos rodeando ligeramente el
cuello de Nell.
El tamborileo se había detenido; los Tamborileros
se sentaron impasibles, claramente felices con
esperar —años si fuese necesario— a otra mujer que
pudiese ocupar el lugar de Miranda. La luz de sus
cuerpos se había reducido, y el mediatrón superior
mostraba imágenes oscuras y vagas. Cari
Hollywood, viendo finalmente algo que hacer, fue al
centro, pasó un brazo bajo las rodillas de Miranda y
otro bajo los hombros, y la levantó en el aire. Nell se
volvió y los guió fuera de la caverna, sosteniendo la
espada frente a ella; pero ninguno de los
Tamborileros se movió para detenerlos.
Pasaron por muchos túneles, siempre tomando el
camino hacia arriba hasta que vieron la luz del sol
1017
que brillaba sobre las olas, creando líneas de luz
blanca en el techo translúcido. Nell cortó el túnel tras
ellos usando la espada como una aguja de reloj. El
agua cálida cayó sobre ellos. Nell nadó hacia la luz.
Miranda no nadaba con fuerza, y Cari se sentía
dividido entre el deseo aterrorizado por llegar a la su‐
perficie y su deber para con Miranda. Luego vio
sombras que descendían desde arriba, docenas de
niñas desnudas nadando, con líneas de burbujas
plateadas saliendo de sus bocas, y los ojos
almendrados emocionados y traviesos. Muchas manos
suaves sostuvieron a Cari y Miranda y los llevaron
hacia la luz.
Nueva Chusan se elevaba ante ellos, a una corta
distancia a nado, y desde lo alto de la montaña
pudieron oír repicar las campanas de la catedral.
1018