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Published by snullbug20, 2018-11-01 06:07:01

La Era Del Diamante - Neal Stephenson

miró a las olas durante un rato, luego miró a Cari

Hollywood a los ojos y habló despacio.




—Acepto sus credenciales y le ruego que transmita

mi más sincero agradecimiento y estima a Su

Majestad, así como mis disculpas al impedirme las


circunstancias componer una respuesta más formal a

su amable carta, cosa que en cualquier otro momento


sería naturalmente mi prioridad más alta.



—Lo haré en cuanto pueda, Su Majestad —dijo


Cari Hollywood.




Oyendo esas palabras, la Princesa Nell pareció

perder un poco el equilibro y movió los pies para

recuperarlo; aunque aquello podría ser producto de la


contracorriente. Cari comprendió que nadie se había

dirigido a ella de esa forma antes; que, hasta que

Victoria la había reconocido de esa forma no había


comprendido totalmente su posición.



—La mujer que busca se llama Miranda —dijo él.




Todo pensamiento sobre coronas, reinas y ejércitos


pareció desvanecerse de la mente de Nell, y fue sólo de





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nuevo una joven dama buscando... ¿qué? ¿A su

madre? ¿A su maestra? ¿A su amiga? Cari

Hollywood le habló a Nell en voz baja y suave,


proyectando la voz lo suficiente para que se le

escuchase sobre el sonido de las olas. Le habló de

Miranda, y del libro, y de las viejas historias de los


hechos de la Princesa Nell, que había presenciado de

refilón, más o menos, al observar cómo Miranda


trabajaba muchos años atrás en el Parnasse.



Durante los siguientes dos días muchos de los


refugiados de la costa fueron transportados por naves

de aire y superficie, pero algunas de ésas fueron


destruidas de forma espectacular por las armas del

Reino Celeste. Tres cuartas partes de las chicas del

Ejército Ratonil se evacuaron a sí mismas por el


procedimiento de desnudarse y meterse en masa en el

océano, uniéndose por los brazos formando una balsa

flexible e imposible de hundir que gradual, lenta y


cansadamente navegaba hasta Nueva Chusan. Los

rumores se extendían rápidamente por toda la

longitud de la costa; las fronteras tribales parecían


acelerar más que entorpecer ese proceso y la relación

entre lenguas y cultura producía nuevas variantes de


cada rumor, adaptados a los miedos y prejuicios





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locales. El rumor más popular era que los celestes

planeaban dar a todos paso seguro y que los ataques

los producían minas inteligentes fuera de control o,


peor aún, algunos comandantes fanáticos que

desafiaban las órdenes y que pronto serían

controlados. Había un segundo rumor más extraño


que daba a la gente un incentivo para permanecer en

la orilla y no confiar en las naves de evacuación: una


joven con un libro y una espada estaba creando túneles

mágicos en el fondo que los llevarían a la salvación.

Esas ideas eran oídas con escepticismo por las culturas


más racionales, pero en la mañana del sexto día del

cerco, la marea de cuadratura llevó una señal peculiar


a la arena: una cosecha de huevos translúcidos del

tamaño de pelotas playeras. Cuando se abrían las

frágiles envolturas, contenían mochilas adornadas por


un delicado diseño fractal de respiradero. Una

manguera rígida se extendía desde la parte alta y

estaba conectada a una máscara. Dadas la


cirscunstancias, no era difícil adivinar el uso de

aquellos objetos. Las gentes se colgaron las mochilas a

la espalda, se colocaron las máscaras y se metieron en


el agua. Las mochilas actuaban como agallas de peces

y daban un suministro continuo de oxígeno.








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Las agallas no llevaban ninguna identificación

tribal; simplemente llegaban a la playa, por miles, con

cada marea alta, producidas orgánicamente por el mar.


Los atlantes, nipones y otros asumieron que venían de

su propia tribu. Pero muchos apreciaron la conexión

entre aquello y los rumores sobre la Princesa Nell y


los túneles bajo las olas. Las personas migraban hacia

el centro de la costa de Pudong, donde las pequeñas,


débiles y frágiles tribus se habían concentrado. Esa

contracción de la línea defensiva fue inevitable al

reducirse el número de defensores dada la evacuación.


Las fronteras entre tribus se hicieron inestables y

finalmente desaparecieron, y el quinto día del cerco


todos los bárbaros se habían hecho fungibles y se

unieron en una masa en el punto más externo de la

península de Pudong, varias decenas de miles de


personas comprimidas en el espacio no superior al de

algunas calles. Más allá estaban los refugiados chinos,

en su mayoría personas muy identificadas con la


República Costera, que sabían que nunca podrían

encajar en el Reino Celeste. No se atrevían a invadir

el campamento de los refugiados, que todavía tenían


armas muy poderosas, pero avanzando centímetro a

centímetro y nunca retirándose, redujeron


insensiblemente el perímetro, de forma que muchos





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bárbaros se encontraron metidos en el océano hasta las

rodillas.




Se extendió el rumor de que la mujer llamada

Princesa Nell tenía un mago y consejero llamado Cari,

que había aparecido un día de la nada sabiendo casi


todo lo que sabía la Princesa Nell y algunas cosas que

ella no conocía. Ese hombre, según los rumores, tenía


en su poder un juego de llaves mágicas que le daba a

él y a la Princesa Nell el poder de hablar con los

Tamborileros que vivían bajo las olas.




En el séptimo día, la Princesa Nell entró desnuda


en el mar al amanecer, desapareció bajo las olas

coloreadas de rosa por el sol naciente, y no regresó.

Cari la siguió unos minutos después, aunque al


contrario que la Princesa Nell tuvo la precaución de

llevar un equipo de agallas. Entonces todos los

bárbaros entraron en el océano, dejando atrás las


sucias ropas tiradas por la playa, entregando el

último trozo de tierra china al Reino Celeste. Todos

caminaron en el océano hasta que desaparecieron las


cabezas. La retaguardia estaba formada por las chicas

que quedaban del Ejército Ratonil, quienes se


metieron desnudas en las olas, se unieron para





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formar una balsa y se abrieron paso lentamente por

el mar, arrastrando a algunos enfermos y heridos con

ellas en balsas improvisadas. Para cuando el pie de la


última chica perdió contacto con el fondo arenoso del

océano, ese trozo de tierra ya había sido reclamado

por un hombre con un trozo de tela escarlata


alrededor de la cintura, que permaneció en la orilla

riendo al pensar que ahora el Reino Medio era un


solo país de nuevo.



El último diablo extranjero en salir del Reino


Medio fue un caballero Victoriano rubio de ojos

grises, quien permaneció de pie entre las olas durante


un tiempo mirando a Pudong antes de volverse y

continuar el descenso. Al elevarse el mar hacia él, le

quitó el bombín de la cabeza, y el sombrero continuó


balanceándose sobre las olas durante algunos

minutos mientras los chinos detonaban fuegos

artificiales en la orilla y pequeños fragmentos de


papel rojo se elevaban sobre el océano como pétalos de

cerezos.

En una de sus incursiones en el mar, Nell había


encontrado a un hombre —un Tamborilero— que

había salido nadando de las profundidades, desnudo









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excepto por un juego de agallas. Debía haberla sor‐

prendido; pero al contrario, ella había sabido que él

estaba allí antes de haberlo visto, y cuando se acercó,


Nell pudo sentir cosas que sucedían en su mente que

venían de fuera. Había algo en su cerebro que la

conectaba a los Tamborileros.




Nell había dibujado algunos planos generales y se


los había dado a sus ingenieras para que los

elaborasen, y ellas se los habían dado a Cari, quien

los había llevado a un C.M. portátil y en


funcionamiento en el campamento de Nueva

Atlantis y había compilado un pequeño sistema para


examinar y manipular dispositivos

nanotecnológicos.




En la oscuridad, motas de luz brillaban en la piel

de Nell, como luces de aviones en el cielo nocturno.

Cogieron una de ésas con un escalpelo y la


examinaron. Encontraron dispositivos similares en

su corriente sanguínea. Aquellas cosas,

comprendieron, debían de haber llegado a la sangre de


Nell cuando la violaron. Quedaba claro que los

destellos de luz en la piel de Nell eran la luz del faro









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que guía a otras personas a través del golfo que nos

separa de nuestros vecinos.




Cari abrió una de las cosas de la sangre de Nell y

encontró dentro un sistema de lógica de barras, y un

sistema de cinta que contenía algunos gigabytes de


datos. Los datos estaban divididos en bloques dis‐

cretos, cada uno encriptado por separado. Cari probó


todas las claves que había obtenido de John Percival

Hackworth y descubrió que una de ellas —la clase de

Hackworth— descifraba algunos de los bloques.


Cuando examinó el contenido desencriptado,

descubrió fragmentos de un plan para algún tipo de


dispositivo nanotecnológico.



Sacaron sangre a varios voluntarios y encontraron


que uno de ellos tenía los mismos pequeños

dispositivos en la sangre. Cuando pusieron juntos los

dos dispositivos, se encontraron usando lidar y se


unieron, intercambiando datos y realizando algún

tipo de cálculo que produjo calor.




Los dispositivos vivían en la sangre de la especie

humana como virus y pasaban de una persona a otra


durante el sexo o cualquier otro intercambio de fluidos





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corporales; eran paquetes inteligentes de datos, igual

a los que recorrían la red de media, y uniéndose unos

con otros en la sangre, formaban un vasto sistema de


comunicación, paralelo y probablemente unido a la red

seca de líneas ópticas y cables de cobre. Como la red

seca, la red húmeda podía usarse para realizar


cálculos; para ejecutar programas. Y quedaba ahora

claro que John Percival Hackworth la estaba usando


exactamente para eso, ejecutando algún tipo de

enorme programa distribuido de su propia invención.

Estaba diseñando algo.




—Hackworth es el Alquimista —dijo Nell—, y está


usando la red húmeda para diseñar la Simiente.

A medio kilómetro de la costa, comenzaban los

túneles. Algunos de ellos debían de llevar allí muchos


años, porque eran irregulares como troncos de árboles,

cubiertos de lapas y algas. Pero era evidente que en

los últimos días se habían dividido orgánicamente,


como raíces buscando humedad; tubos nuevos y

limpios forzaban el paso a través de las incrustaciones

y corrían hacia la línea de la marea, dividiéndose una


y otra vez hasta que muchos orificios se ofrecían a los

refugiados. Los tallos terminaban en labios que cogían


a la gente y la metían dentro, como la punta de una





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trompa de elefante, aceptando a los refugiados con un

mínimo de agua de mar. Los túneles estaban cubiertos

por imágenes mediatrónicas que les instaban a


adentrarse en los túneles; siempre parecía que un

lugar cálido, bien iluminado y seco les esperaba sólo

un poco mis adelante. Pero la luz se movía junto con


las personas para que penetrasen más en los túneles,

como en la peristalsis. Los refugiados llegaban al


túnel principal, el cubierto de incrustaciones, y

seguían moviéndose, ahora reunidos en una masa

sólida, hasta que eran descargados en una gran


cavidad abierta muy por debajo de la superficie del

océano. Allí les esperaban alimentos y agua, y comían


con hambre.



Dos personas no comieron nada aparte de las


provisiones que habían traído con ellos, eran Nell y

Cari.




Después de que hubiesen descubierto los

nanositos en la carne de Nell que la convertían en

parte de los Tamborileros, Nell se había quedado


despierta toda la noche diseñando un

contrananosito, uno que buscase y destruyese los


dispositivos de los Tamborileros. Ella y Cari se





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habían puesto los dispositivos en la sangre, por lo

que Neíl estaba ahora libre de la influencia de los

Tamborileros y los dos permanecerían así. Sin


embargo, no se arriesgaron a comer la comida de los

Tamborileros, y estaba bien, porque después de la

comida los refugiados se adormilaron y se tendieron


en el suelo a dormir, con el vapor saliendo de su piel,

y pronto comenzaron a resplandecer destellos de


luz, como estrellas que aparecen cuando se pone el

sol. Después de dos horas, las estrellas se habían

unido para formar una superficie continua de luz


parpadeante, lo suficientemente brillante para

poder usarla para leer, como si la luna llena brillase


sobre los cuerpos de los juerguistas en un prado.

Los refugiados, ahora Tamborileros, durmieron y

soñaron todos el mismo sueño, y las luces abstractas


que brillaban sobre la cubierta mediatrónica de la

caverna comenzaron a organizarse en oscuras

memorias de lo más profundo de la mente in‐


consciente. Nell comenzó a ver cosas de su propia

vida, experiencias mucho tiempo atrás asimiladas en

las palabras del Manual se mostraban ahora de


forma más cruda y aterradora. Nell cerró los ojos;

pero las paredes también producían sonido, del que


no podía huir.





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Cari Hollywood controlaba las señales que

pasaban por las paredes de los túneles, evitando el


contenido emocional de las imágenes al reducirlas a

dígitos binarios e intentando descubrir los códigos

y protocolos internos.




—Tenemos que irnos —dijo Nell finalmente, y


Cari se levantó y la siguió a través de una salida

elegida al azar.




El túnel se dividía una y otra vez, y Nell elegía el

camino por intuición. En ocasiones, los túneles se


ampliaban para formar grandes cavernas llenas de

Tamborileros luminiscentes, durmiendo, jodiendo o

simplemente dando golpes a las paredes. Las


cavernas siempre tenían muchas salidas, que se

dividían y dividían y luego convergían a otras

cavernas; una red de túneles tan vasta y complicada


que parecía ocupar todo el océano, como un aparato

nervioso con las dendritas tejiéndose y

ramificándose para ocupar todo el volumen del


cráneo.











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Un suave tamborileo se encontraba en el mismo

límite de lo perceptible desde que habían dejado la

caverna en la que se habían dormido los refugiados.


Al principio Nell lo había considerado el sonido de

las corrientes submarinas chocando contra las

paredes del túnel, pero al hacerse más fuerte, supo


que eran los Tamborileros hablando entre sí,

reunidos en alguna caverna central enviándose


mensajes por toda la red. Al comprenderlo, sintió

que ía urgencia se transformaba en pánico por

encontrar la reunión central, y durante algún


tiempo corrieron por el perfectamente engañoso

laberinto tridimensional, intentado localizar el


epicentro del tamborileo.



Cari Hollywood no podía correr tan rápido como


la ágil Nell y acabó perdiéndola en la confusión de

túneles. Desde ese momento tomó sus propias

decisiones, y después de que pasase algún tiempo —


era imposible saber cuánto— su túnel llegó a otro

por el que iba una corriente de Tamborileros hacia

otro piso del océano. Cari reconoció a algunos de los


Tamborileros como antiguos refugiados de las playas

de Pudong.








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El sonido de los Tamborileros no aumentó

gradualmente sino que explotó en una confusión

ensordecedora y que destruía la mente al salir Cari a


una gran caverna, un anfiteatro cónico que debía de

tener un kilómetro de ancho, cubierto por una

tormenta de imágenes media‐trónicas a lo largo de


una vasta cúpula. Los Tamborileros, visibles bajo la

luz parpadeante de la tormenta de imágenes superior


y por su propia iluminación interna, se movían

arriba y abajo por el cono en una especie de corriente

de convección. Atrapado en un remolino, Cari fue


transportado hacia el centro y se encontró con una

orgía de dimensiones fantásticas. Las estelas de sudor


vaporizado se elevaban del centro del pozo formando

una nube. Los cuerpos que se apretaban contra la

piel desnuda de Cari eran tan calientes que casi le


quemaron, como si todos tuviesen una fiebre muy

alta, y en algún compartimento abstracto de su

mente que, de alguna forma, continuaba en su curso


racional, comprendió la razón: intercambiaban

paquetes de datos con sus fluidos corporales, los

paquetes se unían en la sangre y la lógica de barras


producía calor que elevaba la temperatura corporal.











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La orgía continuó durante horas, pero la

convección se redujo gradualmente y se condensó en

una estructura estable, como una multitud en un


teatro que se sienta en los sitios asignados al

acercarse la hora en que se levante el telón. Un

amplio espacio abierto se formó en el centro, y el


anillo más interior de espectadores consistía en

hombres, como si fuesen los ganadores de un gran


concurso de fornicación que se aproximaba a la

prueba final. Un Tamborilero solitario recorrió el

anillo interior, entregando algo; resultaron ser


condones me‐diatrónicos que resplandecían en vivos

colores al ser colocados en los penes erectos de los


hombres.



Una mujer entró en el anillo. El piso en el centro


absoluto se elevó bajo sus pies, levantándola en el aire

como en un altar. El tamborileo llegó a un punto

insoportable y se detuvo. Luego comenzó de nuevo,


en un ritmo lento pero continuo, y los hombres en el

círculo interior comenzaron a bailar a su alrededor.




Cari Hollywood vio que la mujer en el interior

era Miranda.








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Ahora lo entendía todo: los refugiados habían sido

reunidos en los dominios de los Tamborileros por el

conjunto de nuevos datos que corrían por su sangre,


que esos datos habían sido introducidos en la red

húmeda en el curso de una gran orgía, y que todo iba

ahora a ser colocado en Miranda, cuyo cuerpo iba a


ser el lugar de ejecución de algún climax

computacional que la quemaría viva en el proceso.


Era cosa de Hackworth; aquélla era la culminación

del esfuerzo para diseñar la Simiente, y con eso

disolvería de paso la base de Nueva Atlantis, Nipón


y todas las sociedades que se habían desarrollado

alrededor del concepto de una Toma centralizada y


jerárquica.



Una figura solitaria, destacada porque su piel no


emitía ninguna luz, luchaba por llegar al centro.

Entró de golpe en el círculo interior, tirando a un

bailarín que se le puso delante, y trepó por el altar


central donde yacía Miranda de espaldas, con los

brazos extendidos como crucificada y su piel

convertida en una galaxia de luces coloreadas.




Nell acunó la cabeza de Miranda entre los brazos,


se inclinó y la besó, no un suave roce en los labios





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sino un beso salvaje con la boca abierta, y la mordió

fuerte al hacerlo, mordiendo sus propios labios y los

de Miranda para que se mezclasen las sangres. La luz


que emitía el cuerpo de Miranda se redujo y se apagó

lentamente al ser perseguidos y cazados los

nanositos por los depredadores que habían entrado


en su sangre desde la de Nell. Miranda se despertó y

se levantó, con los brazos rodeando ligeramente el


cuello de Nell.



El tamborileo se había detenido; los Tamborileros


se sentaron impasibles, claramente felices con

esperar —años si fuese necesario— a otra mujer que


pudiese ocupar el lugar de Miranda. La luz de sus

cuerpos se había reducido, y el mediatrón superior

mostraba imágenes oscuras y vagas. Cari


Hollywood, viendo finalmente algo que hacer, fue al

centro, pasó un brazo bajo las rodillas de Miranda y

otro bajo los hombros, y la levantó en el aire. Nell se


volvió y los guió fuera de la caverna, sosteniendo la

espada frente a ella; pero ninguno de los

Tamborileros se movió para detenerlos.




Pasaron por muchos túneles, siempre tomando el


camino hacia arriba hasta que vieron la luz del sol





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que brillaba sobre las olas, creando líneas de luz

blanca en el techo translúcido. Nell cortó el túnel tras

ellos usando la espada como una aguja de reloj. El


agua cálida cayó sobre ellos. Nell nadó hacia la luz.

Miranda no nadaba con fuerza, y Cari se sentía

dividido entre el deseo aterrorizado por llegar a la su‐


perficie y su deber para con Miranda. Luego vio

sombras que descendían desde arriba, docenas de


niñas desnudas nadando, con líneas de burbujas

plateadas saliendo de sus bocas, y los ojos

almendrados emocionados y traviesos. Muchas manos


suaves sostuvieron a Cari y Miranda y los llevaron

hacia la luz.




Nueva Chusan se elevaba ante ellos, a una corta

distancia a nado, y desde lo alto de la montaña


pudieron oír repicar las campanas de la catedral.






























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