49 Fragmento I Thomas foi até o carro, enquanto Andrés ficava esperando nervoso ao lado da sua mochila. Era a primeira vez desde que deixou Buenos Aires que tinha que enfrentar-se com este tipo de situação, não sabia o que esperar. Pensou em fugir rapidamente pelo mato, estava assustado com a simples ideia de pensar em pisar a delegacia. A esperança de fugir desapareceu em segundos, pois com a mochila seria impossível fugir e ainda sem ela duvidava das possibilidades de ocultar-se de um policial apenas um pouco mais velho que ele e conhecedor da zona. Limitou-se a esperar enquanto segurava forte sua mochila e apertava seus dentes com nervosismo e raiva. Tentava manter a calma para não mostrar qualquer tipo de atitude suspeitosa, mas sua calma tinha desaparecido e tinha certeza que este policial já o percebera. Fragmento II A estrada estava aí, pôde sentir o asfalto com sua mão. Agora só precisava que algum motorista o visse, mas os segundos passavam e a estrada continuava deserta. Sentiu que uma pequena parte de seu sofrimento tinha acabado. Não sabia muito bem quanto tempo tinha se arrastado pela lama, talvez alguns minutos, talvez algumas horas. Era impossível para ele precisá-lo dado que para ele foi uma eternidade. As dores começaram a acentuar-se em todo seu corpo; também aumentou a dificuldade para respirar. Sentia como sua vida se extinguia pouco a pouco e foi então quando todo esse arrependimento que o incomodava mais que a dor da ferida, foi substituído por outro sentimento mais penetrante e paralisante. O medo. Medo do que aconteceria depois, medo porque nem ele nem ninguém o sabiam, medo porque ele duvidava de sua fé cristã e medo porque não sabia quanto era conveniente para ele que existisse um Deus que tudo o vê. Se era este o caso, estaria prestes a ser julgado. Por outro lado, se não existisse nenhum Deus, tudo, absolutamente tudo, terminaria em questão de minutos. O punhal escondido
50 Fragmento III O homem olhou para onde estava a multidão com algum desprezo. Sorriu desdenhosamente enquanto bebia de um gole um pequeno copo de cana que segurava na mão. Fechou os olhos como se tivesse gostado demais. Depois acendeu um cigarro e após o primeiro sopro de fumaça, falou. -Escuta, isto é importante e há boa grana. Não podemos tomar a qualquer ignorante que fique bêbado e atue como um idiota quando vê um par de pernas ou quando outro cara olha feio para ele. Isto não é para idiotas. Sempre ando por aqui, muitos me conhecem, mas ando sempre escondido, vendo as pessoas. Bem assim como você. Heh, primeiro pensei que você se dedicada ou mesmo que eu, mas depois me disseram que tão só você é da chácara. O “tão só” tinha ferido seus ouvidos e lhe revolvera o estômago. Talvez esta fosse a oportunidade que tanto esperava. Não era ingênuo e sabia que estes “trabalhos” estavam relacionados com o ilegal. Mesmo assim não se incomodava muito com isso, finalmente, segundo lhe disse este carismático sujeito, só tinha que ir às vezes ao porto de noite. Estaria refugiado pela escuridão e pela selva que ele conhecia bem.
51 Avá 32-33 es una historia de Ciencia Ficción donde seres de un mundo paralelo encuentran la forma de cruzar a nuestro planeta para escapar de una mortal enfermedad que los tiene condenados en una guerra sin fin. Con el paso del tiempo, las diversas apariciones de estos seres entre los humanos los convirtieron en “mitos” para nosotros, otorgándoles nombres y actitudes propias de la cultura y la religión de nuestros antepasados. Para armar una historieta En cada uno de los espacios en blanco puedes crear los diálogos de los personajes para así tener tu propio final de esta historia. AVÁ 32-33 Pablo GOCHEZ
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54 Avá 32-33 é uma historia de Ciência Ficção onde seres de um mundo paralelo encontram a forma de cruzar a nosso planeta para fugir de uma mortal doença que os tem condenados numa guerra sem fim. Com o passo do tempo, as diversas aparições destes seres entre os humanos os converteram em “mitos” para nós dando-lhe nomes e atitudes próprias da cultura e a religião dos nossos antepassados. Como fazer uma historia em quadrinhos Em cada um dos espaços em branco você pode criar os diálogos das personagens para assim ter teu próprio final desta historia. AVÁ 32-33
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57 Jueves Itinerante y de Homenajes
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59 El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Faltábanle aún dos calles; pero como en éstas abundaban las chircas y malvas silvestres, la tarea que tenían por delante era muy poca cosa. El hombre echó, en consecuencia, una mirada satisfecha a los arbustos rozados, y cruzó el alambrado para tenderse un rato en la granilla. Más al bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre un trozo de corteza desprendida del poste, a tiempo que el machete se escapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo. Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él quería. La boca, que acababa de abrírsele en toda su extensión, acababa también de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobre su pecho. Sólo que tras el antebrazo e inmediatamente por debajo del cinto, surgía de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete; pero el resto no se veía. El hombre intento mover la cabeza, en vano. Echó una mirada de reojo a la empuñadura del machete, húmeda aún del sudor de su mano. Apreció mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y adquirió, fría, matemática e inexorablemente, la seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia. La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación de ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro. Pero entre el instante actual y esa postrera respiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, antes de su eliminación del escenario Horacio QUIROGA El Hombre Muerto Recordando a
60 humano! Es éste el consuelo, el placer y la razón de nuestras divagaciones mortuorias. ¡Tan lejos está la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún! ¿Aún…? No han pasado dos segundos: el sol está exactamente a la misma altura; las sombras no han avanzado un milímetro. Bruscamente, acaban de resolverse para el hombre tendido las divagaciones a largo plazo: se está muriendo. Muerto. Considerarse muerto en su cómoda postura. Pero el hombre abre los ojos y mira. ¿Qué tiempo ha pasado? ¿Qué cataclismo ha sobrevenido en el mundo? ¿Qué trastornos de la naturaleza trasuda el horrible acontecimiento? Va a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va a morir. El hombre resiste -¡es tan imprevisto ese horror!-. Y piensa: es una pesadilla; ¡esto es! ¿Qué ha cambiado? Nada. Y mira: ¿No es acaso ese bananal su bananal? ¿No viene todas las mañanas a limpiarlo? ¿Quién lo conoce como él? Ve perfectamente el bananal, muy raleado, y las anchas hojas desnudas al sol. Allí están muy cerca, deshilachadas por el viento. Pero ahora no se mueven… Es la calma de mediodía; pronto deben ser las doce. Por entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo rojo de su casa. A la izquierda, entrevé el monte y la capuera de canelas. No alcanza a ver más, pero sabe muy bien que a sus espaldas está el camino al puerto nuevo; y que en la dirección de su cabeza, allá abajo, yace en el fondo el valle el Paraná dormido como un lago. Todo, todo exactamente como siempre; el sol de fuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inmóviles, el alambrado de postes muy gruesos y altos que pronto tendrá que cambiar. ¡Muerto! ¿Pero es posible? ¿No es éste uno de los tantos días en que ha salido al amanecer de su casa con el machete en la mano? ¿No está allí mismo, a cuatro metros de él, su caballo, su malacara, oliendo parsimoniosamente el alambre de púa? ¡Pero sí! Alguien silba… No puede ver, porque está de espaldas al camino; mas siente resonar en el puentecito los pasos del caballo… Es el muchacho que pasa todas las mañanas hacia el puerto nuevo, a las once y media. Y siempre silbando… Desde el poste descascarado que toca casi con las botas, hasta el cerco vivo de monte que separa el bananal del camino, hay quince metros largos. Lo sabe perfectamente bien, porque él mismo, al levantar el alambrado, midió la distancia. ¿Qué pasa, entonces? ¿Es ése o no un natural mediodía de los tantos en Misiones, en su monte, en su potrero, en su bananal ralo? ¡Sin duda! Gramilla corta, conos de hormigas, silencio, sol a plomo… Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto. Desde hace dos minutos su persona, su personalidad viviente, nada tiene ya que ver ni con el potrero, que formó él mismo a azada, durante cinco meses consecutivos; ni con el
61 bananal, obra de sus solas manos. Ni con su familia. Ha sido arrancado bruscamente, naturalmente, por obra de una cáscara lustrosa y un machete en vientre. Hace dos minutos: se muere. El hombre, muy fatigado y tendido en la gramilla sobre el costado derecho, se resiste siempre a admitir un fenómeno de esa trascendencia, ante el aspecto normal y monótono de cuanto mira. Sabe bien la hora: las once y media… El muchacho de todos los días acaba de pasar sobre el puente. ¡Pero no es posible que haya resbalado…! El mango de su machete (pronto deberá cambiarlo por otro; tiene ya poco vuelo) estaba perfectamente oprimido entre su mano izquierda y el alambre de púa. Tras diez años de bosque, él sabe muy bien cómo se maneja un machete de monte. Está solamente muy fatigado del trabajo de esa mañana, y descansa un rato como de costumbre. ¿La prueba…? ¡Pero esa gramilla que entra ahora por la comisura de su boca la plantó él mismo, en panes de tierra distantes un metro de otro! Y ése es su bananal; y ése su malacara, resoplando cauteloso ante las púas de alambre! Lo ve perfectamente, sabe que no se atreve a doblar la esquina del alambrado, porque él está echado casi al pié del poste. Lo distingue muy bien; y ve los hilos oscuros de sudor que arrancan de la cruz y del anca. El sol cae a plomo, y la calma es muy grande, pues ni un fleco de los bananos se mueve. Todos los días, como ese, ha visto las mismas cosas. …Muy fatigado, pero descansa solo. Deben de haber pasado ya varios minutos… y a las doce menos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo rojo, se desprenderán hacia le bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar. Oye siempre, antes que las demás la voz de su chico menor que quiere soltarse de la mano de su madre: ¡Piapiá! ¡Piapiá! ¿No es eso..? ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oye efectivamente la voz de su hijo… ¡Qué pesadilla…! ¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está! Luz excesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne, que hace sudar al malacara inmóvil ente el bananal prohibido. …Muy cansado, mucho, pero nada más. ¡Cuántas veces, a mediodía como ahora, ha cruzado volviendo a casa ese potrero, que era capuera cuando él llegó, y que antes había sido monte virgen! Volvía entonces, muy fatigado también, con su machete pendiente de la mano izquierda, a lentos pasos. Puede aún alejarse con la mente, si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo y ver desde el tajamar por él construido, el trivial paisaje de siempre: el pedregullo volcánico con gramas rígidas; el bananal y su arena roja; el alambrado empequeñecido en la pendiente, que se acoda hacia el camino. Y más lejos aun ver el potrero, obra sola de sus manos. Y al pie de un poste descascarado, echado sobre el costado derecho y las piernas recogidas, exactamente como todos los días, puede verse a él mismo, como un pequeño
62 bulto asoleado sobre la gramilla –descansando porque está muy cansado… Pero el caballo rayado de sudor, e inmóvil de cautela ante el esquinado del alambrado, ve también al hombre en el suelo y no se atreve a costear el bananal, como desearía. Ante las voces que ya están próximas -¡Piapiá!-, vuelve un largo, largo rato las orejas inmóviles al bulto; y tranquilizado al fin, se decide a pasar entre el poste y el hombre tendido –que ya ha descansado. QUIROGA, Horacio. El hombre muerto. El Desterrado En: Cuentos Completos II. Buenos Aires: Seix Barral, 1997
63 Homem morto O homem e seu facão tinham acabado de limpar a quinta fila do bananal. Faltavam-lhe ainda duas filas; mas como abundavam as maleiteiras e malva selvagens, a tarefa que tinham pela frente era muito pouca coisa. O homem jogou, em consequência, um olhar satisfeito aos arbustos roçados e cruzou o arame para deitar-se uns instantes na relva. Mais ao baixar o arame farpado e passar o corpo, o seu pé esquerdo escorregou em um pedaço de casca desprendida poste, ao mesmo tempo em que o facão escapava da mão. Enquanto caía, o homem teve a idéia extremamente distante de não ver o facão de plano no chão. Já estava deitado na relva, deitado do lado direito, como ele queria. A boca que tinha acabado de se lhe abrir em sua totalidade, acabava também de se fechar. Estava como tinha desejado estar, os joelhos dobrados e sua mão esquerda sobre o peito. Só que depois do antebraço e imediatamente abaixo da cintura, surgia da sua camisa o punho e metade da lâmina do facão; mas o resto não se via. O homem tentou mover a cabeça, em vão. Olhou de soslaio o punho do facão, ainda molhado do suor da sua mão. Apreciou mentalmente a extensão e a trajetória do facão dentro do seu ventre, e adquiriu, fria, matemática e inexoravelmente, a certeza que tinha acabado de chegar o final de sua existência. A morte. No decorrer da vida se pensa muitas vezes em que um dia, depois de anos, meses, semanas e dias de preparação, chegará a nossa vez ao umbral da morte. É a lei fatal, aceitada e prevista; tanto assim, que nos deixamos levar prazerosamente pela imaginação desse momento, supremo entre todos, em que lançamos o último suspiro. Mas entre o momento atual e o último suspiro, que de sonho, transtornos, esperanças e dramas presumimos em nossa vida! O que nos reserve ainda esta vida cheia de vigor, antes de sua eliminação do cenário humano! Este é o consolo, o prazer e a razão de nossas divagações mortuária. Tão longe está a morte, e tão inesperado o que devemos viver ainda! Ainda...? Não passaram nem dois segundos: o sol está exatamente na mesma altura; as sombras não avançaram nem um milímetro. De repente, se resolveram para o homem deitado as divagações a longo prazo: está morrendo. Morto. Considerar-se morto em sua confortável posição. Mas o homem abre os olhos e olha. Quanto tempo passou? Que cata-
64 clismo sobreveio no mundo? Que transtornos da natureza cansada o horrível acontecimento? Vai morrer. Fria, fatal e inevitavelmente, vai morrer. O homem resiste - é este horror tão inesperado!-. E pensa: é um pesadelo; é isso! O que mudou? Nada. E olha: não é por acaso este bananal seu bananal? Não vem todas as manhãs para limpá-lo? Quem como ele o conhece melhor? Vê perfeitamente o bananal, muito raleado e as largas folhas nuas ao sol. Ali estão muito perto desfeitas pelo vento. Mas agora não se movem... É a calma do meio-dia; em breve deve ser médio dia. Através das bananeiras, lá em cima, o homem vê desde o chão duro o telhado vermelho de sua casa. À esquerda, entrevê e o mato e a capuera1 de canelas. Não pode ver mais, mas você sabe muito bem que atrás dele está o caminho para o novo porto; e que na direção de sua cabeça, lá embaixo, jaze no fundo do vale o Paraná dormido como uma lagoa. Tudo, tudo exatamente como de costume; o sol de fogo, o ar vibrante e solitário, as bananeiras imóveis, o alambrado de postes muito grossos e altos que, em breve, terá que trocar. Morto! Mas é possível? Não é este um dos muitos dias que saíra ao amanhecer de sua casa com o facão na mão? Não esta ali mesmo, a quatro metros dele seu cavalo, seu malacara2 , cheirando tranquilamente o arame farpado? Mas sim! Alguém assobia... não pode ver, porque está de costas ao caminho; mas sente ressoar na ponte os passos do cavalo... É o rapaz que passa todas as manhãs para o novo porto, às onze e meia. E sempre assobiando... desde o poste descarado que quase toca com as botas, até a cerca de vida do mato que separa as bananeiras do caminho, há quinze metros de comprimento. Sabe-o perfeitamente bem, porque ele mesmo, ao levantar o alambrado, mediu a distância. O que acontece, então? É esse ou não um natural meio-dia dos muitos em Misiones, em seu mato, em seu potreiro, em bananal ralo? Sem dúvida! Relva curta, cones de formigas, silêncio, sol de chumbo... Nada, nada mudou. Só ele é diferente. Faz dois minutos sua pessoa, sua personalidade vivente, não tem nada a ver com o potreiro que construiu ele mesmo com a enxada, durante cinco meses consecutivos; nem com o bananal, obra de suas mãos. Nem com sua família. Tem sido arrancado abruptamente, naturalmente, por causa de uma casca lustrosa e um facão no seu ventre. Faz dois minutos: está morrendo. 1 Capuera: do idioma guaraní “capuan” que significa matagal. Terreno composto de plantas bravas. 2 Malacara: cavalo que quelquer pêlo que apresenta uma mancha na cara desde a testa até perto do focinho.
65 O homem, muito cansado e deitado na relva sobre o lado direito, resiste-se sempre a admitir um fenômeno de tal importância, perante a aparência normal e monótona de todo o que está vendo. Sabem bem a hora onze e meia... O rapaz de todos os dias acabou de passar pela ponte. Mas não é possível que tenha escorregado...! O cabo do seu facão (logo deverá trocá-lo por outro; já tem pouco voo) estava perfeitamente pressionado entre mão esquerda e o arame farpado. Após dez anos no mato, ele sabe muito bem como operar um facão. Simplesmente está muito cansado do trabalho dessa manhã, e descansa por um instante como de costume. A prova..? Mas esta relva que agora entra pela comissura de sua boca a plantou ele mesmo, em porções de terra, distantes um metro do outro! E esse é seu bananal; e esse seu malacara, relinchando cauteloso frente ao arame farpado! Vê-o perfeitamente, sabe que não se atreve a dobrar a esquina do alambrado, porque ele esta jogado quase ao pé do poste. Distingue-o muito bem; e vê os fios escuros de suor que começa na Cruz e da anca. O sol cai a chumbo, e a calma é muito grande, nem um fio das bananeiras se move. Todos os dias, como este, tem visto as mesmas coisas. …Muito cansado, mas apenas descansa. Devem ter passado já vários minutos... e às quinze para o meio-dia desde lá em cima, desde o chalé de telhado vermelho, se encaminharam em direção ao bananal sua mulher e seus dois filhos, a buscá-lo para o almoço. Sempre ouve, antes que as outras a voz de seu filho mais novo que quer se liberar da mão de sua mãe: Papai! Papai! Não é isso..? Claro, ouve! Já é a hora. Ouve efetivamente a voz de seu filho... Que pesadelo...! Mas é um dos tantos dias, trivial como todos, claro está! Luz excessiva, sombras amareladas, calor silencioso do forno sobre a carne, que faz suar ao malacara imóvel ente ao bananal proibido. …Muito cansado, muito, mas nada mais. Quantas vezes, ao meio-dia como é agora, cruzou voltando para sua casa esse potreiro, que era capuera, quando ele chegou, e que antes tinha sido mata virgem! Voltava então, muito cansado também, com seu facão pendente da mão esquerda, com passos lentos. Pode ainda se afastar com a mente, se quiser; pode se quiser abandonar um momento seu corpo e ver desde talha-mar por ele construído, a trivial paisagem de sempre: o cascalho vulcânico com gramíneas rígidas; o bananal e sua areia vermelha; o alambrado pequeno na encosta, que se acomoda ao caminho. E mais longe ver o potreiro, obra só de suas mãos. E ao pé de um poste descascado, deitado do lado direito e as pernas recolhidas, assim como todos os dias, pode se ver a ele mesmo, como um pequeno pacote ensoalheirado sobre a relva descansando porque está muito cansado... Mas o cavalo riscado do suor e ainda imóvel de cautela frente ao alambrado, vê também vê ao homem no chão e não se atrevem a costear o ba-
66 nanal, como gostaria. Ante as vozes que estão próximas - Papai! - volta um longo, longo instante as orelhas imóveis ao pacote; tranquilizado ao fim, se decide passar entre o poste e o homem deitado- que já tem descansado.
67 El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse, con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque. El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras. El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violeta y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho. El dolor en el pie aumentaba, con sensaciones de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento. Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba. -¡Dorotea! –alcanzó a lanzar en un estentor-. ¡Dame caña! Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno. -¡Te pedí caña, no agua! –rugió de nuevo-¡Dame caña! -¡Pero es caña, Paulino! –protestó la mujer, espantada. -¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo! Horacio QUIROGA A la Deriva Recordando a
68 La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro, dos vasos, pero no sintió nada en la garganta. -Bueno; esto se pone feo…-murmuró entonces, mirando su pie, lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo la carne desbordaba como una monstruosa morcilla. Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta, que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo. Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a la canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú. El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito –de sangre esta vez- dirigió una mirada al sol, que ya transponía el monte. La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría llegar jamás él solo a Tucurú-Pucú y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacia mucho tiempo que estaban disgustados. La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba; pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho. -¡Alves! –gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano- ¡Compadre Alves! ¡No me niegues este favor! –clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva. El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas, bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, atrás, siempre la eterna muralla lúgubre; en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única. El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, en asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
69 El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú. El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún con su compadre Gaona, en Tacurú-Pucú?. Acaso viera también a su ex patrón mister Douglas y al recibidor del obraje. ¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay. Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entre tanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Douglas. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueves meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente. De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración… Al recibidor de maderas de míster Douglas, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un Viernes Santo… ¿Viernes? Sí, o jueves…. El hombre estiró lentamente los dedos de la mano. -Un jueves… Y cesó de respirar. QUIROGA, Horacio: A la deriva y otros cuentos. Bs. As. Ed. Colihue, 1998
70 À Deriva O homem pisou algo brando e mole e, em seguida, sentiu a mordida no pé. Saltou para frente, e ao se virar com um palavrão, viu a jararacuçu que se enrolava sobre si mesma; preparava outro ataque. O homem lançou uma rápida olhada a seu pé, onde duas gotinhas de sangue engrossavam dificultosamente, e sacou o facão da cintura. A serpente viu a ameaça, e fundiu mais a cabeça no centro mesmo de sua espiral; mas o facão caiu sobre ela, deslocando-lhe as vértebras. O homem abaixou-se até a mordida, limpou as gotinhas de sangue, e durante um instante contemplou. Uma dor aguda nascia dos dois pontinhos violeta, e começava a invadir todo o pé. Apressadamente, amarrou o tornozelo com seu lençol, e continuou pelo trilho até seu rancho. A dor no pé aumentava, e de repente, o homem sentiu dois ou três fulgurantes pontadas que como relâmpagos haviam-se irradiado da ferida, até a metade da panturrilha. Movia a perna com dificuldade; uma sede metálica na garganta, seguida de uma sede ardente, arrancou-lhe outro palavrão. Chegou finalmente ao rancho, e se jogou a roda de um moinho. Os dois pontinhos violeta desapareciam agora na monstruosa inchação do pé inteiro. A pele parecia enfraquecida, e pronta a ceder, de tensa. Quis chamar a sua mulher, mas sua voz se quebrou num grunhido rouco de garganta ressecada. A sede o devorava. - Dorotea! — conseguiu gritar. — Me dá cachaça! Sua mulher correu com um copo cheio, que o homem sorveu de três goles. Mas não havia sentido gosto algum. - Te pedi cachaça, não água! — rugiu de novo. — Me dá cachaça! — Mas é cachaça, Paulino! — protestou a mulher, espantada. — Não, você me deu água! Quero cachaça, te digo! A mulher correu outra vez, voltando com o garrafão. O homem bebeu um atrás outro, dois copos, mas não sentiu nada na garganta. — Bom; isto está ficando feio... - murmurou então, olhando seu pé, lívido e já com um brilho gangrenoso. Sobre a funda amarração do lenço, a carne desbordava como uma monstruosa morcela. As dores fulgurantes sucediam-se em contínuos relâmpagos, e chegavam agora à virilha. A atroz sequidão da garganta, que o hálito parecia esquentar mais, aumentava ao mesmo tempo. Quando pretendeu encorpar-se, um fulminante vômito o manteve meio minuto com a testa apoiada na roda de pau. Mas o homem não queria morrer, e descendo até a costa, subiu em à canoa. Sentou-se na popa e começou a remar até o centro do Paraná. Ali, a
71 correnteza do rio, que nas imediações do Iguaçu corre seis milhas, o levaria antes de cinco horas a Tacurú-Pucú. O homem, com sombria energia, pôde efetivamente chegar até o meio do rio; mas ali suas mãos dormidas deixaram cair o remo na canoa, e depois de um novo vômito - de sangue esta vez -, dirigiu um olhar ao sol, que já transpunha o mato. A perna inteira, até metade da coxa, era já um pedaço disforme e duríssimo que rompia a roupa. O homem cortou a ligadura e abriu a calça com sua faca: o ventre inferior desbordou inchado, com grandes manchas lívidas e terrivelmente dolorosas. O homem pensou que não poderia chegar jamais sozinho a Tacurú-Pucú, e se decidiu a pedir ajuda a seu compadre Alves, embora fizesse muito tempo estivessem descontentes. A correnteza do rio precipitava-se agora para a costa brasileira, e o homem pôde facilmente atracar. Arrastou-se pelo trilho em subida, mas a vinte metros, exausto, ficou caído de peito. - Alves!- gritou com toda força que pôde; e foi em vão. - Compadre Alves! Não me negue este favor! - clamou de novo, levantando a cabeça do chão. No silêncio da floresta, não se ouviu rumor. O homem teve ainda valor para chegar até sua canoa, e a correnteza, apoderando-se dela de novo, levoua à deriva. O Paraná corre ali no fundo de uma imensa depressão, cujas paredes, altas de cem metros, estreitaram funebremente o rio. Desde as margens bordejadas de negros blocos de basalto, ascende o bosque, negro também. Adiante, aos lados, atrás, sempre a eterna muralha lúgubre; em cujo fundo o rio afunilado se precipita em incessantes erupções de água lodosa. A paisagem é agressiva e reina nele um silêncio de morte. À tardezinha, contudo, sua beleza sombria e calma ganha uma majestade única. O sol já havia caído, quando o homem, estendido no fundo da canoa, teve um violento calafrio. E, de repente, em assombro, ergue pesadamente a cabeça: sente-se melhor. A perna lhe doía, apenas, a sede apagava-se, e seu peito, livre já, abria-se em lenta inspiração. O veneno começava a ir embora, não havia dúvida. Achava-se quase bem, e embora não tivesse forças para mover a mão, contava com a queda do orvalho para repor-se todo. Calculou que antes de três horas estaria em Tacurú-Pucú. O bem-estar progredia, e com ele, uma sonolência cheia de recordações. Não sentia mais nada nem na perna nem no ventre. Viveria ainda seu compadre Gaona em Tacurú-Pucú? Por acaso viu também seu ex-patrão, mister Douglas, e ao encarregado da obra? Chegaria rápido? O céu, no horizonte, abria-se agora em tela de ouro, e o rio tinha-se corido também. Desde a costa paraguaia, já em trevas, o mato
72 deixava cair sobre o rio seu frescor crepuscular, em penetrantes eflúvios de flores de laranjeiras e mel silvestre. Um casal de araras cruzou o céu muito alto e em silêncio até o Paraguai. Lá embaixo, sobre o rio de ouro, a canoa derivava velozmente, girando às vezes sobre si mesma, ante a erupção de um remoinho. O homem que ia nela se sentia cada vez melhor, enquanto pensava quanto tempo havia passado sem ver seu ex-patrão Douglas. Três anos? Talvez não, não tanto. Dois anos e nove meses? Por acaso. Oito meses e meio? Isso sim, certamente. De repente, sentiu que estava gelado até o peito. Que seria? E a respiração... Ao madereiro de mister Douglas, Lorenzo Cubilla, o havia conhecido em Puerto. Esperança em Sexta-feira Santa...Sexta-feira? Sim, ou quinta-feira... O homem estendeu lentamente os dedos da mão. - Uma quinta-feira... E parou de respirar.
73 Y fue el descubiertero avanzando en el monte… Su machete era un péndulo de acero que venía cortando que subía cortando que bajaba cortando El isipó cortando el tacuapí cortando abriendo el pique verde un túnel largo y verde abría el descubiertero con su machete duro con su cansancio largo con su reviro breve y su cocido amargo (El sol era una ácida herida que rajaba el coágulo bermejo de los cerros dormidos el cedro en lo profundo del monte se ocultaba fingiendo ser un simple montón del ramerío) Pero el descubiertero mascando su tabaco despacio, paso a paso rumbeaba para el cedro que vestido de verde inútilmente huía ALBERTO LEOPOLDO SZRETTER Balada del descubiertero y el cedro Recordando a
74 corriendo entre los cerros sigiloso y descalzo. De madrugada el rumbo con el rocío el rumbo iba el descubiertero sin perder nunca el rumbo a puro tajo y tajo callado y sin apuro sin que anidara el sueño debajo de sus párpados. El cedro sollozaba con llanto de amargura anticipadamente sollozaba su muerte con un temblor de pájaro oculto en la espesura. (Era diciembre. El sol arriba hervía y el cedro estaba lejos, muy lejos todavía) Cuando de pronto el túnel de aquel descubiertero fue cerrando sus labios sus heridas sus huecos sus grietas sus espacios en una catarata de espermas y de savia en un regreso lento de tigres y de árboles de culebras y sapos La tierra festejaba el rebrote de culantrillo y de fumo bravo y el isipó crecía y el tacuapí crecía crecía el ñandandí crecía Una invasión de hongos de cogollos de gajos atrapando los brazos las piernas, la cintura de aquel descubiertero Atrapando los ojos
75 las alas de los sueños el ansia de las alas por trepar a la altura abierta de los cielos. Y finalmente el túnel cicatrizó en capuera y nadie pudo nunca encontrar el sendero que abriera aquel machete en su vaivén de péndulo Y nadie nunca nadie pudo encontrar el cedro perdido en la vorágine del verde ramerío ni halló al descubiertero que se fue diluyendo más lejos y más lejos más lejos y más lejos de los rancheríos. Pero dicen los viejos que desde siempre viven en aquellos parajes que a veces, como un péndulo se mueve entre las hojas un machete que corta el tupido ramaje… …que corre un hombre verde confundido en la sombra y que en medio del monte de noche cuando hay viento, hay un árbol que llora y algunos aseguran de que hay un hombre adentro. Vocabulario: Capuera: lugar inculto que antes fue selva Cocido: bebida hecha con yerba mate Fumo bravo: arbusto Ibapoy: árbol, Ficus Isipó: liana Ñandandí: yuyal, pajonal Pique: picada, senda Reviro: comida típica con harina y grasa Tacuapí: tacuara fina, caña.
76 E foi o descobridor Avançando no mato… Seu facão era um pêndulo de aço Que vinha cortando Que subia cortando Que descia cortando O cipó cortando O tacuapí cortando Abrindo o pique verde Abria o descobridor Com seu facão duro Com seu cansando extenso Com seu reviro breve E seu chá-mate amargo. (O sol era uma ácida ferida que rachava O coágulo avermelhado dos cerros dormidos O cedro na profundidade da mata se ocultava Fingindo ser um simples montão de ramagem) Porém o descobridor Mastigando seu tabaco Devagar, passo a passo. Rumava para o cedro Que vestido de verde Inutilmente fugia Correndo entre os cerros Sigiloso e descalço. De madrugada o rumo Com o orvalho o rumo Ia o descobridor Sem perder nunca o rumo Puro talho e talho Calado e sem pressa. Sem que abrigasse o sonho Balada do descobridor e o cedro
77 Debaixo de suas pálpebras. O cedro soluçava Com pranto de amargura Antecipadamente Chorava sua morte Com um tremor de pássaro Oculto na espessura. (Era dezembro. O sol lá encima fervia E o cedro estava longe, muito longe ainda) Quando de repente o túnel Daquele descobridor Foi fechando seus lábios Suas feridas seus ocos Suas fendas seus espaços Numa cascata de espermas e de seiva Num regresso lento De tigres e de árvores De cobras e sapos. A terra festejava o rebrote De avencas e do fumo bravo E o cipó crescia E o tacuapí crescia Crescia o ñanandí crescia Uma invasão de cogumelos De miolos de galhos Prendendo os braços As pernas, a cintura Daquele descobridor Prendendo os olhos As asas dos sonhos A ânsia das asas Por subir à altura Aberta dos céus. E finalmente o túnel Cicatrizou em capuera E ninguém pôde nunca Encontrar o caminho
78 Que abrisse aquele facão No seu balanço de pendulo E ninguém nunca ninguém Pôde encontrar o cedro Perdido na voragem Da verde ramagem. Nem achou ao descobridor Que foi diluindo-se Mais longe e mais longe Mais longe e mais longe Dos ranchos. Mas dizem os velhos Que desde sempre vivem Naquelas paragens Que às vezes, como um pêndulo Move-se entre as folhas Um facão que corta A espessa ramagem… ...que corre um homem verde Confundido na sombra E que no meio da mata De noite quando há vento, Há uma árvore que chora E alguns asseguram De que há um homem dentro. Vocabulário: Capuera: lugar inculto que antes foi selva Ibapoy: árvore, Fícus. Pique: trilho no meio da mata Reviro: comida típica feita de farinha, ovo e gordura Ñandandí: gramínea selvagem Tacuapí: taquara fina, cana.
79 Lluvia en la chacra La mandioca retirada se estira cual vieja chusma y un zapallo que no escucha se toma un vaso de lluvia. La batata que es tremenda está al lado de la casa y trata que no se moje la gallina bataraza. Es que tiene doce huevos y empollando está la pobre y los pollos que la miran no saben por qué se esconde. Pasa el día sin comer por ahí de vez en cuando baja toda desgreñada del batatal caminando. la chacra se está mojando se vino la lluvia mansa y el maíz recién nacido toma gotitas que pasan. Poemas Isabel BIRRIEL Recordando a
80 la chacra se está mojando y la lluvia hacía falta ¡qué ruido y qué chusmerío! hay entre lluvias y plantas. El tamanduá Orillando montes lento y montaraz persiguiendo hormigas pasa el tamanduá Con su hocico fino, su lengua voraz, con sus uñas fuertes sigiloso va. Y todos lo temen muy grande no es, el oso hormiguero que yo suelo ver. Se alza con sus manos cuando va a atacar, amarillo y negro es el tamanduá. Busca su comida y su gran manjar son miles de hormigas, no importa la edad. Orillando montes lento y montaraz pasa el hormiguero, pasa el tamanduá. Trique trique Trique trique triquiñuela la ranita marianela trique trique triquitón el grillito Don Gastón Triquit trique trique cuá Doña Pata y Don Cuá Cuá Trique trique trique chís estornuda la lombriz Trique trique trique chús que se enoja el avestruz Trique trique trique chusa que me llama la lechuza Trique trique trique tanque mis amigos habitantes Trique trique trique trís trique trique soy feliz.
81 Chuva na fazenda A mandioca retirada Estica-se qual velha fofoqueira E uma abóbora que não escuta Toma-se um copo de chuva. A batata-doce que é formidável Está ao lado da casa E tenta que não se molhe A galinha caipira. É que tem doze ovos E chocando está a coitada E os frangos que a olham Não sabem porque se esconde. Passa o dia sem comer Por ai de vez em quando Baixa toda despenteada Do batatal andando. A chácara se está molhando Veio a chuva mansa E o milho recém-nascido Toma gotinhas que passam. A chácara se está molhando E a chuva era necessária Que barulho e que fofoca! Há entre chuva e plantas. Poemas
82 O tamanduá Ao longo da mata Lento e indomável Perseguindo as formigas Passa o tamanduá Com seu focinho fino, Sua língua voraz, Com suas unhas fortes Sigiloso vai. E todos o temem Muito grande não é, O Tamanduá Que eu posso ver. Eleva-se com suas mãos Quando vai atacar, Amarelo e preto É o tamanduá. Procura sua comida E seu grande manjar São milhares de formigas, Não importa a idade. Ao longo da mata Lento e indomável Passa o formigueiro Passa o tamanduá. Trique Trique Trique trique triquenela A raninha Marianela Trique trique triquitão O grilo seu Gastão Triquit trique trique quak Dona pata e seu quak quak Trique trique trique atchim Espirra a lombriga Trique trique trique chuz Fica brava a avestruz Trique trique trique uja Como me chama a coruja Trique trique trique tanque Meus amigos habitantes Trique trique trique trís Trique trique sou feliz.
83 Había una vez una nación con millones de árboles distintos, con todos los colores, que fue exterminada con millones de árboles, todos iguales, pero sin ningún nido ni una flor. En aquella patria, ahora difunta, convivían todos los pájaros con todos los animales, y con los insectos. El agua del arroyo era cristalina y los peces desovaban en paz, a plena luz del día y cara al cielo. Pero donde alumbraban vuelos, ahora solo quedan alas incineradas. Donde crecían cantos, reina el silencio. Donde hubo vida, gobierna la muerte y la tierra encastra con su sangre al condenado moribundo río Paraná. El viento desparrama dolor y una llovizna gris se ahoga en la tierra seca. Para colmo, al borde de la alta barranca colorada, sobre un árbol degollado, un Yaguareté-avá decidió no volver a ser humano nunca más. Y Tupá (Dios) no pudo alterar esa determinación. Juan Pedrozo estaba solo en lo profundo del monte desde tiempos inmemoriales. Temblaba. Era viernes y la luna llena se instaló en el cenit. Comenzaba a desenfrenarse un tiempo de desahogo y convulsión. La sangre del hombre atropellaba por las venas, como miles de arroyos dementes a punto de saltar fuera de su cauce. Se acercaba la tormentosa hora en punto en que debían reunirse y amalgamarse fuerzas cósmicas para dar cumplimiento al mandato de Tupá: que el humano se transfigurara en yaguareté-avá, el ser más temible y poderoso, puesto sobre la tierra para defender la integridad de la patria guaraní. Entre los duendes que moraban en aquel territorio, este fabuloso espíritu no solo era el único que contenía hasta la última fibra y al mismo tiempo la condición humana y felina, configurándole así una naturaleza inmortal. Thay MORGENSTERN Yaguareté-avá Recordando a
84 También, sólo él, tenía el privilegio de estar en contacto directo con el Creador del Universo. La inmensidad de su poder y autoridad absoluta llevó incluso, a que muchos se aventuraran en la creencia de que Juan era un hijo predilecto del Hacedor y que había sido parido por la Tierra, en el principio de los siglos. Desde que el hombre desarrolló más habilidades que los otros animales y no pudo controlar sus bestiales ambiciones, Yaguareté-avá fue puesto sobre el planeta con la sagrada misión de preservar hasta las últimas consecuencias, el ritmo del ciclo vital montaraz. Y ocurrió la implosión. Sobrevino el estremecimiento. Juan comenzó a cambiar. Se le inflamaron los ojos. Uno a uno los dientes fueron rajándose. Las manos parieron garras. Se retorcieron los huesos. Hirvieron la saliva y la piel. La sangre fue transpirada a chorros. El corazón de aquel ser humano fue vomitado. Se precipitó el llanto y de inmediato, ocurrió la reverberación del grito, hasta que explotó el rugido. Los árboles, los cerros y las piedras hicieron rebotar el desesperado bramido más allá de los confines de la nación guaraní. La luna se puso enteramente colorada. Todos los moradores de la selva supieron que fueron convocados por Yaguareté-avá a reunirse de manera urgente en la naciente del arroyo Piray. Los venados fueron los primeros en llegar. Luego aparecieron conejos brasileros y más tarde, calandrias correntinas. Los carpinchos paraguayos cruzaron a nado el río Paraná y cuando la madrugada agonizaba, se acercaron al punto del encuentro. Los últimos en aparecer por el lugar fueron los que estaban en dramática extinción: un zorzal con un ojo reventado, un puma manco, una mojarra destartalada, una mariposa con las alas desteñidas, un tatú lisiado, una cotorra muda, un oso hormiguero castrado, una lluvia agria y un ejército de hormigas ciegas, entre otros seres atormentados. El felino pide un minuto de silencio por aquellos animales que ya no están, por los vegetales vencidos, por los insectos envenenados y por la luz turbia de la luciérnaga. Pero desmedidamente triste fue ver a la hembra del pecarí sacada de la órbita de la esperanza, arrastrando entre sus patas despellejadas a una cría muerta, con la certeza de que nunca más podía quedar preñada porque en una vertiente inmaculada, habían terminado de exterminar a su definitivo y amado macho. Y doloroso en extremo fue contemplar el desguace de la última araucaria que, para colmo, se derrumbó con sus toneladas de siglos encima de un mono aullador que pasaba por ahí y traía los huevos de un siete colores agonizante, al que desmembraron los latidos. Al amanecer, el felino pidió un instante inmenso por aquellos animales
85 que ya no están, por los vegetales decapitados, por los ovarios vencidos, por los insectos envenenados y por la luz turbia de la luciérnaga. De pie, sobre el tronco sangrante de un cedro, Yaguareté-avá clamó con voz ronca su determinación. El rocío lloró desesperadamente. Un escarabajo se suicidó. El viento se detuvo. El fuego se murió de frío y el Fundador de todas las cosas cayó de rodillas y se persignó detrás del sol. Juan había decidido, contra la voluntad del Hacedor, abandonar para siempre sus raíces humanas y ser nada más que un tigre efímero. Esta abdicación estuvo determinada por la espantosa derrota que padeció a manos de los hombres, que impiadosamente devastaron la selva hasta descuajar las entrañas de la primavera. Yaguareté-avá comunicó que había perdido la batalla en defensa de todas las formas de vida. Después, vomitó su corazón humano y se descrucificó la piel de Juan Pedrozo. Desde aquella noche excéntrica la luna llena tiene los ojos de tigre y dos lágrimas de sangre en las mejillas. (De: Rastro Colorado)
86 Era uma vez uma nação com milhões de árvores diferentes, com todas as cores, que foi exterminada com milhões de árvores, todos iguais, mas sem nenhum ninho nem nenhuma flor. Naquela pátria, agora defunta, convivam todos os pássaros com todos os animais, e com os insetos. A água do arroio era cristalina e os peixes desovavam em paz, em plena luz do dia e com a vista para o céu. Mas onde iluminavam vôos, agora só ficam asas incineradas. Onde cresciam cantos, reina o silêncio. Onde houve vida, governa a morte e a terra encaixa com seu sangue ao condenado moribundo Rio Paraná. O vento espalha dor e um chuvisco cinzento se afoga na terra seca. Para pior, na beira do alto barranco vermelho, sobre uma árvore degolada, um Yaguarete-avá decidiu não voltar a ser humanos nunca mais. E Tupã (Deus) não pôde alterar essa determinação. João Pedrozo estava sozinho nas profundezas da mata, desde tempos imemoriais. Tremendo. Era sexta-feira e a lua cheia se instalou no céu. Começava a desenfrear-se um tempo de desabafo e convulsão. O sangue do homem atropelava pelas veias, como milhares de arroios dementes prontos para sair de seu leito. Aproximava-se a hora tempestuosa em que deviam reunir-se e amalgamar as forças cósmicas para cumprir o mandato de Tupã: que o humano se transfigurasse em Yaguarete-avá, o ser mais temível e poderoso, colocado na terra para defender a integridade da pátria guarani. Entre duendes, que moravam naquele território, este fabuloso espírito não só era o único que continha até a última fibra e ao mesmo tempo a condição humana e felina, definindo-lhe assim uma natureza imortal. Também, só ele, tinha o privilégio de estar em contato direto com o Criador do universo. A imensidão do seu poder e autoridade absoluta levou a que muitos se aventuraram na crença de que João era um filho favorito do Criador e que tinha sido parido pela terra, no início do século. Desde que o homem desenvolveu mais habilidades do que outros animais e não pôde controlar suas bestiais ambições, Yaguarete-avá foi colocado no planeta com a sagrada missão de preservar até às últimas consequências, o ritmo do ciclo vital selvagem. E ocorreu a implosão. Seguiu-se o estremecimento. João começou mudar. Inflaram-se os olhos. Um por um os dentes foram partindo-se. As mãos Yaguarete - avá
87 pariram garras. Retorceram-se os ossos. Ferveram a saliva e a pele. O sangue foi suado a jatos. O coração de aquele ser humano foi vomitado. O choro foi precipitado e imediatamente, ocorreu a reverberação do grito, até que explodiu o rugido. As árvores, os cerros e as pedras fizeram quicar o desesperado bramido além dos confins da nação guarani. A lua ficou totalmente vermelha. Todos os moradores da floresta souberam que foram convocados pelo Yaguarete-avá para reunir-se urgentemente na nascente do arroio Piray. Os veados foram os primeiros a chegar. Depois apareceram os coelhos brasileiros e mais tarde, as calandras Correntina. As capivaras paraguaias cruzaram nadando Rio Paraná e quando a madrugada agonizava, se aproximaram ao ponto de reunião. Os últimos em aparecer no local foram aqueles que estavam em dramática extinção: um tordo com um olho arrebentado, um puma manco, um sargo caindo aos pedaços, uma borboleta com asas desbotada, um tatu aleijado, um papagaio silencioso, um Tamanduá castrado, uma chuva ácida e um exército de formigas cegas, entre outros seres atormentados. O Felino solicita um minuto de silêncio por aqueles animais que não estão mais, pelos vegetais vencidos, pelos insetos envenenados e pela luz obscura dos vaga-lumes. Mas excessivamente triste foi ver à fêmea do pecari removida da órbita da esperança, arrastando entre suas patas escalpadas a um filhote morto, com a certeza de que nunca poderia ficar grávida, porque em uma vertente imaculada, tinha acabado de exterminar seu definitivo e amado macho. E doloroso em extremo foi contemplar a demolição da última Araucária que, para pior, derrubou-se com as mil toneladas de séculos em cima de um macaco que passava por lá e trazia os ovos de um sete cores agonizante, ao quem desmembraram os batimento cardíaco. Ao amanhecer, o felino solicitou um instante imenso por aqueles animais que já não estão, pelas plantas decapitadas, pelos ovários vencidos, pelos insetos envenenados e pela luz obscura do vaga-lume. Em pé, sobre um tronco sangrento de um cedro, Yaguarete-avá clamou com voz rouca a sua determinação. O orvalho chorou desesperadamente. Um besouro suicidou-se. O vento parou. O fogo morreu de frio e o fundador de todas as coisas caiu de joelhos e se abençoou atrás do sol. João tinha decidido, contra a vontade do Criador, abandonar para sempre suas raízes humanas e ser nada mais que um tigre efêmero. Esta abdicação esteve determinada pela terrível derrota que sofrera em mãos dos homens que impiedosamente devastaram a floresta até desesperançar as entranhas da Primavera. Yaguarete-avá informou que tinha perdido a batalha em defesa de todas as formas de vida. Depois, vomitou seu coração humano e se desprendeu
88 da pele de João Pedrozo. Desde aquela noite excêntrica a lua cheia tem os olhos de tigre e duas lágrimas de sangue nas bochechas.
89 A un pobrecito, obligado a vivir en estas regiones, preparado para cualquier cosa y dispuesto a soportar todo, suceden a veces cosas superiores a toda imaginación. Esta, por ejemplo, de pasar en vida por la séptima sima del infierno del Dante como un vulgar ladrón. Yo que soy la negación del comerciante no hubiera podido imaginar. Escuchen lo que ocurrió días pasados: Al anochecer volví del trabajo con la azada al hombro, cansado y muerto de sed. Pero apenas me senté para descansar un poco, mi mujer me preguntó: - ¿Y Tito dónde está ? Tito es un “morfel” de cinco años, “dañino como él solo”, apegado más al papá que a la mamá. - Estará en casa... - No, acá no está -respondió asustada mi mujer. - Pero dónde querés que esté ! Sabés que es como un gato y cuando es la hora del baño huye. - Te digo que debe haber quedado allá en el fondo de la chacra -agregó. - Pero te digo que no, caramba! Lo ví partir. Aún más me dijo : “Papá, voy a tomar agua”. Y se fue. La mujer mandó rápido a los otros chicos a buscarlo a la despensa, al huerto, a la bohardilla, a todas partes donde sospechaba que podría haberse escondido, yo me quedé sentado esperando la cena, convencidísimo que de un momento al otro aquel picaro aparecería. Poco después regresaron todos sin noticias. La cosa se vuelve seria. En lugar de cenar me levanto también para buscarlo.....¿Pero dónde ? El niño perdido Benito ZAMBONI Recordando a
90 En tanto se hizo de noche. Encendí un farol y con uno de los chicos recorro nuevamente el camino que hice al venir del trabajo, mirando por todas partes, bajo los árboles, entre los yuyos, en medio de la mandica, para ver si por casualidad no se había dormido allí. Llamo fuerte: Tito, Tito ; pero sólo el eco del monte vecino me responde....ito....ito..... Regresamos a casa. Mi mujer, cansada de buscar, se sentó sobre la silla, con el último en brazos y comenzó a llorar. ¿Qué hacemos? ¿Dónde podrá estar? En casa, observa ella, no se vio ni un alma en todo el día, peligros no hay; sólo el pozo al que tenía mucho miedo por eso había mirado allí primero. ¿Y si estuviese en el fondo ? me dijo la pobrecita - Los ahogados flotan en el agua respondí- “Mentira” ....Solamente después de un cierto tiempo -insitió- suben. Y me miró con los ojos llenos de lágrimas implorando. Veo que sabe más que yo y comprendo la indirecta. Verdaderamente la idea de entrar al fondo de un pozo, de noche, para buscar a un hijo ahogado, no me seducía de ninguna manera. Pero por otro lado, ¿cómo podría uno sentarse a la mesa o acostarse sabiendo que falta un hijo y sin haber hecho de todo para encontrarlo? El pozo es profundo, 12 metros, pero el agua no tiene más que dos metros, así que pienso que tirándome con violencia llegaré con los pies al fondo y como no tiene más de un metro de diámetro podré encontrarlo enseguida. Sin ser un Tiraboschi, siempre he sido un buen nadador. Pero no sé por qué me desvestí con verdadera repugnancia para entrar. Y si no hubiese sido por el hijo me habría dicho: mañana tendrás un millón en aquel pozo y yo que no tengo ni un centavo habría rechazado entrar allí. Ligué bien una cuerda y entré con el propósito de servirme de ciertos agujeros que forman una escalera a cada lado del pozo. Los chicos y mi mujer quedaron listos para recibir mis órdenes, tirar o soltar la cuerda, según lo necesitase. Aferrado a la cuerda, a tientas buscaba con los pies los agujeros para apoyarme y lentamente descendí. Cuando estaba a ocho metros de profundidad, al poner el pie en un agujero, sentí algo que se deslizó bajo mi pie y al mismo tiempo una cosa viscosa se enroscó en mi pierna desnuda. Grité y con una mano traté de agarrarla ; pero un poco por el apuro, un poco por el miedo y un poco por el peso del cuerpo, me resbalé y “patatumpete”, caí derecho hasta tocar el fondo. No olvidé el niño y aproveché para pasar el pie por el fondo entre el fango, sentí una lata vieja y un balde pero nada del hijo. Me apuré para salir del agua porque no podía más de las ganas de respirar ; moví la mano en la oscuridad para agarrar la cuerda mientras que con la otra nadaba para mantenerme a flote; pero antes de que pudiese aferrar la cuerda y gritar “tiren”, la maldita serpiente, que no era otra cosa, y que estaba allí en la superficie, se lanzó a mi cuello, me pasó sobre la boca, después detrás de la oreja y vino
91 a posarse con su cabeza sobre la mía quedando envuelto con su inmunda y gélida espiral. ¡Oh, virgen santa....! ¿Se puede uno imaginar una cosa más espantosa y horrible? La tomé por la parte del cuerpo que me pasaba por la boca y dulcemente tironeo, sin hacerle daño, de miedo de que me muerda, pero inútilmente ella se aferraba tenazmente y se servía de mi cabeza para tener la suya fuera del agua. Finalmente encontré la cuerda, me apoyé y grité desesperadamente para que tiren y ayudándome con los pies, con los hombros y con los codos, subí, siempre con la maldita serpiente enroscada como un trofeo entre mi cabeza y mi cuello. Durante la subida, no dije nada a mi mujer por temor de que, asustada, me dejase caer de nuevo. Pero cuando me aseguré bien al borde externo del “brocal”, le dije: atenta que vengo con una serpiente: acercá la luz para ver si es venenosa. Mi mujer miró, gritó y me dijo que era una “culebra”. Entonces no sin repugnancia, la tomé del cuello y girando el brazo a espiral en el sentido contrario al que ella se había aferrado, la desprendí y la tiré al suelo y con un bastón la maté. Entramos en casa, mi mujer corrió al cuarto para buscarme una camisa seca y en seguida oímos un grito: ¡Corran ! Volamos todos y ¿qué vimos ? En un baúl de la ropa blanca en el que apenas entraba, estaba el niño perdido, rojo como un tomate y cubierto de sudor, durmiendo plácidamente. Con la brisa fresca y el ruido abrió los ojos y nos miró uno a uno, maravillado de vernos a todos allí alrededor de él. Pero en seguida, sus hermanitos comenzaron a insultarlo en todas las lenguas: “burich”, “pícaro”, “canalla” hacernos buscar tanto y vos, sucio como estás, durmiendo en el baúl de la ropa blanca... Yo casi estaba por despotricar contra la madre por no haber buscado en el baúl pero después me acordé de las palabras de Manzoni que “del senno di poi son piene le fosse” y me callé. Contrariamente a mis hábitos, bebí un vasito de “caña” que me pareció fuego en el estómago y después cansado de tantas emociones, me acosté sin cenar. Santa Ana, 3 de enero de 1921. (De “Escenas familiares campestres”)
92 O menino perdido A um coitado, obrigado a morar nestas regiões, preparado para qualquer coisa e disposto a suportar tudo, acontecem-lhe à vezes coisas superiores a toda imaginação. Esta, por exemplo, de passar em vida pela sétima sima do inferno do Dante como um vulgar ladrão. Eu que sou a negação do comerciante não tivesse podido imaginar. Escutem o que aconteceu dias passados: Ao anoitecer voltei do trabalho com a enxada no ombro, cansado e morto de sede. Mal me setei para descansar um pouco, minha mulher me perguntou: - Cadê o Tito? - Tito é um “Morfel” de cinco anos, daninho que nem ele, apegado muito mais a seu pai do que a sua mãe. - Deve estar em casa… - Não, aquí não está- respondeu assustada minha mulher. - Mas onde você quer que esteja! Você sabe que é como um gato e que quando é a hora do banho foge. - Te digo que deve ter ficado lá no fundo da chácara – agregou - Mas eu te digo que não, puxa! Vi- o partir. Até mesmo me disse: “Pai, vou tomar agua”. E foi embora. A mulher mandou rápido aos outros meninos a buscá-lo à armazem, ao horto, ao sótão, a todas partes onde supeitava que poderia ter se escodido, eu fiquei sentado esperando o jantar, convencidíssimo que de um momento a outro aquele pícaro apareceria. Pouco depois voltaram todos sem noticias. A coisa ficou séria. Em lugar de jantar me levanto também para buscálo... mas onde? Enquanto isso se fez de noite. Acendi um farol e com um dos meninos percorro outra vez o caminho que fiz ao voltar do trabalho, olhando por todas partes, embaixo das árvores, entre a erva, no meio da mandica, para ver se talvez não tivesse ficado dormido ali. Chamo forte: Tito, Tito; mas só o eco da mata vizinha me responde … ito...ito Voltamos a casa. Minha mulher, cansada de buscar, sentou se na cadeira, com o último em braços e começou chorar. O que vamos fazer? Onde poderá estar? Em casa, observa ela, não se viu nenhuma alma no dia todo, perigos não há; só o poço ao que lhe tinha
93 muito medo por isso tinha olhado ali primeiro. E se estivesse no fundo? Disse a coitadinha- os afogados flutuam na água respondi- “mentira”... Só depois de um tempo- insistiu- sobem. E me olhou com os olhos cheios de lágrimas implorando. Vejo que sabe mais do que eu e compreendo a indireta. Verdadeiramente a ideia de entrar ao fundo de um poço, de noite, para buscar a um filho afogado, não me seduzia de nenhuma maneira. Mas por outro lado, como poderia um sentar-se à mesa ou deitar-se sabendo que falta um filho e sem ter feito de tudo para encontrá-lo? O poço é profundo, 12 metros, mas a água não tem mais que dois metros, assim que penso que me jogando com violência chegarei com os pés ao fundo e como não tem mais de um metro de diâmetro poderei encontrá-lo rapidamente. Sem ser um Tiraboschi, sempre fui um bom nadador. Mas não sei por que me desvesti com verdadeira repugnância para entrar. E se não tivesse sido por o filho me diria: amanhã vais ter um milhão naquele poço e eu que não tenho nem um centavo tivesse rejeitado entrar ali. Segurei bem uma corda e entrei com o propósito de usar alguns buracos que formam uma escalada a cada lado do poço. As crianças e minha mulher ficaram prontos para receber minhas ordens, esticar ou soltar a corda, segundo eu necessitasse. Aferrado à corda, tentando buscar com os pés os buracos para me apoiar e lentamente desci. Quando estava a oito metros de profundidade, ao pôr o pé num buraco, senti algo que se deslizou baixo meu pé e ao mesmo tempo uma coisa viscosa se enrolou na minha perna desnuda. Gritei e com uma mão tentei segurá-la; mas um pouco pela pressa, um pouco pelo medo e um pouco pelo peso do corpo, escorreguei e “patatumpete”, cai reto até tocar o fundo. Não esqueci o menino e aproveitei para passar o pé pelo fundo entre a lama, senti uma lata velha e um balde, mas nada do filho. Apressei-me para sair da água porque não podia mais da vontade de respirar; movi a mão na escuridão para pegar a corda enquanto que com a outra nadava para manterme flutuando; mas antes de que pudesse segurar a corda e gritar “atirem”, a maldita serpente, que não era outra coisa, e que estava ali na superfície, se jogou a meu pescoço, passou-me sobre a boca, depois detrás da orelha e veio a pousar-se com sua cabeça sobre a minha ficando envolvido com sua imunda e gélida espiral. Oh, virgem santa...! Pode-se imaginar uma coisa mais espantosa e horrível? Peguei-a pela parte do corpo que me passava pela boca e docemente atirei, sem lhe fazer dano, de medo de que me mordesse, mas inutilmente ela se aferrava tenazmente e se servia de minha cabeça para ter a sua fora da água. Finalmente encontrei a corda, apoiei-me e gritei desesperadamente
94 que puxem e me ajudando com os pés, ombros e cotovelos, subi sempre com a maldita serpente enrolada como um troféu entre minha cabeça e meu pescoço. Durante a subida, não disse nada a minha esposa por tremor de que assustada me deixasse cair mais uma vez. Mas quando me segurei bem para a borda externa do “brocal”, disse-lhe: atenção que veio com uma serpente: traz a luz para verse era venenosa. Minha esposa olhou, gritou e disse-me que era uma “culebra”. Então, não sem relutância, a peguei pelo pescoço e girando o braço a espiral em direção oposta à que ela tinha se aferrado, desprendi-a e joguei-a no chão e matei-a com um bastão. Entramos em casa, minha esposa correu para o quarto para buscar-me uma camisa seca e então ouvimos um grito: corram! Voamos todos e o que vimos? Em um baú das roupas brancas no qual mal entrara, estava o menino perdido, vermelho como um tomate e coberto de suor, dormindo pacificamente. Com a brisa fresca e o ruído abriu os olhos e nos olhou um por um, maravilhado ao ver-nos todos lá em torno dele. Mas então seus irmãos começaram a insultá-lo em todas as línguas: “burich”, “desonestos”, “canalha” fazer-nos buscar tanto e você, sujo como está, dormindo no baú das roupas brancas... Eu estava quase prestes para reclamar contra a mãe por não ter buscado no baú, mas depois lembrei-me das palavras de Manzoni, que “del senno di poi son piene le fosse” e calei. Ao contrário dos meus hábitos, bebi um copo de “Cana”, o que achei fogo no estômago e então cansado de tantas emoções, fui para a cama sem jantar. Santa Ana, em 3 de Janeiro de 1921.
95 Yo soy “Pilincho Piernera” y qué le vamos a hacer... Habré nacido pa´ pobre, eso quisiera saber! - Yo soy el despojador...! Mi canasto naranjero, mi “piernera” bien baqueana, chaleco de cotonina, y escalera de tacuara! Pilincho... a mí me llaman, porque tengo el cuero duro requemado por el sol y la tierra colorada. Piernera soy de apellido, porque amanezco con ella y hasta me sirve de almohada! En el tiempo de “cochesa”, cuando pinta la naranja, en el zumo de mis venas un grito me pide... ¡”tarja”! Yo... no tengo guaina fija, mi vida es un... aleteo. Como el pájaro en la fruta, la que alcanzo... picoteo! Yo... soy hijo de un arroyo y mi máma... alguna estrella. La tierra fue tibia cuna Pilincho Piernera Carlos MARTINEZ ALVA Recordando a
96 y mi poncho una piernera. Sobre el camión roncador ¡Va canastos y escalera...! Somos una “revolera” en las aguas del destino, que entre farra y desatino, una mañana cualquiera, al naranjal dormilón, caemos en invasión “engüeltos en polvadera” Yo soy “Pilincho Piernera” y qué le vamos a hacer... Habré nacido pa´ pobre, eso quisiera saber! Aunque no soy entonao, yo canto cada mañana... Todos comen la naranja y el pobre naranjo... ¡nada! Afirmao en la escalera y masticando mi “naco”, manoteo sin descanso la luz que relampaguea, en el oro de la fruta, y a veces digo la... pucha... cuando me acogota el yugo y se desata el rencor. Otros se toman el jugo, yo... me chupo mi sudor. Así voy por estas tierras “descubiertando” en mi canto, una cosa que no encuentro y un algo que voy buscando. Yo soy “Pilincho Piernera” y qué le vamos a hacer... Habré nacido pa´ pobre, eso quisiera saber! *Ramón Ayala le puso música a este poema
97 Eu sou “Pilincho Perneira” E o que vamos fazer... Terei nascido pra pobre Isso quisesse saber! -Eu sou o despojado...! Minha cesta de laranjas, Minha “perneira” bem gaúcha Colete de cretone, E escada de taquara! Pilincho... me chamam, Porque tenho o couro duro Queimado pelo sol E a terra vermelha. Perneira sou de apelido, Porque acordo com ela E ainda me serve de travesseiro! Na época de “cochesa 1 “, Quando tem laranja, No suco de minhas veias Um grito... me pede “corta”! Não tenho nenhuma guaina 2 fixa Minha vida é um... adejo. Como o pássaro no fruto, Aquela que pego... bico! Eu... sou filho de um arroio E minha mãe... alguma estrela. A terra foi morno berço E minha pala uma perneira. Sobre o caminhão roncador Vão cestas e escadas...! Somos uma “revolera 3 “ Nas águas do destino, Pilincho Perneira 1 Cochesa: é a palavra cosecha (colheita) mas dita ao invés. 2 Guaina: do idioma guarani significa mulher, moça. 3 Revolera: mistura
98 Entre folia e desatino Uma manhã qualquer, Ao laranjal dorminhoco, Caímos em invasão Envoltos em poeira Eu sou “Pilincho Perneira” Eu sou “Pilincho Perneira” E o que vamos fazer... Terei nascido pra pobre Isso quisesse saber! Embora não sou entoado, Eu canto cada manhã... Todos comem a laranja E a coitada laranjeira... nada! Afirmado na escada E mastigando meu “naco”4 , Tateio sem descanso A luz que relampeja, No ouro da fruta, E às vezes digo... puxa... Quando me sufoca o jugo E se desata o rancor. Outros tomam o suco, Eu... chupo meu suor Assim vou por estas terras Descobrindo no meu canto, Uma coisa que eu acho E um algo que procurando. Eu sou “Pilincho Perneira” E o que vamos fazer... Terei nascido pra pobre Isso quisesse saber! *Ramón Ayala lhe pos música a este poema 4 Naco: tabaco, fumo