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Published by kemicholo, 2018-04-20 10:12:06

Vero

Libro















de














Almas















Diario de un Shinigami











Ketty Carig

Un shinigami es un dios en la cultura




japonesa que incita a la muerte e introduce





en los seres humanos el deseo de morir.




Cómo todo escritor de ficción he




modificado esto para que se adapte a




nuestros libros, así que me he tomado




ciertas licencias.




Este relato es un pequeño extracto de la





vida de un shinigami, desde su nacimiento




hasta convertirse en adulto y obtener su




libro de almas.




El shinigami del mundo de Blueland.




Ketty Carig

Dedicado a Vero San:




A nuestra compi soñadora, bromista y




sensata, por ser quién eres. Tus





compañeros de fechorías te deseamos un




feliz cumpleaños.




Que la magia de los libros te traiga,




lágrimas y alegría, felicidad y tristeza.




Felicidad por los sueños compartidos




tristeza por los que se terminan.





Que la vida solo te depare alegrías, y




aunque trillado que el año que inicias sea




mejor que el anterior, pero no tan bueno




como el que vendrá.




Muchas Felicidades

Dicen que estoy maldito




dicen que cada alma que llevo




me condena un poco más.





Dicen que mi hambre no se sacia




que mis dedos vacíos están,




que mi condena es eterna




y soy hijo de la eternidad.




Dicen aquellos que no saben,




aquellos incautos que no me esperan





qué impunes caminan por la vida.




Soy muerte y soy vida,




juez y verdugo,




soy tu suerte o tu condena,




soy un shinigami.



Principio





No recuerdo mi vida anterior, ni




recuerdo haber muerto. Al principio era





todo oscuridad y las voces. Tantas voces




que gritaban en mi cabeza, tanto dolor,




tanto tormento y sufrimiento. Luego se




hacía el silencio. Después llegaban los




cantos, inundando todo de calor, de vida y





alegría.









Lo llaman la forja, porque allí se




forjan a los shinigami. A las puertas del




averno y a la vez, a las puertas del edén.

Nacido de la eternidad,



del llanto de los condenados,



del silencio de los penitentes




y los cantos de los salvados.





Mi esencia es la eternidad, en ella moro




y en ella yaceré. Los gritos de los




condenados me colmaron de dolor, que me




ha dado una conciencia. El silencio de los




penitentes, me ha hecho reflexivo y el canto





de los salvados, anhelar algo que nunca




tendré, me ha llenado de odio.









Nacido del dolor y la alegría, forjado




en el silencio, un shinigami.

Así nací a la vida, en la forja del dolor,




la llaman algunos, otros la forja del




silencio y los menos afortunados, la forja





de los cantos. Para mí solo fue la forja.







Allí crecí, allí mi alma tomó forma,





entre gritos, cantos y silencios.






Y mi alma vagó deseando escapar de su




confinamiento, yendo hacia los cantos,





huyendo de llanto y refugiándose en el





silencio.






Luego se hizo la nada y mi alma




cansada, retorna derrotada.

Se oyen los llantos lejanos y llega el




dolor. A veces profundo, a veces llevadero;




pero grito igual que aquellos que gritaban





en mi mente. Y mi alma se desgarra y mi




esencia se estremece.









Después reina el silencio, respiro, mi




alma se recompone y vuelve a descansar.




Al final, me despiertan los cantos, la





alegría llena mi alma y hay gozo en mi




corazón.









Pero nada es duradero en la forja,




vuelven los llantos, el silencio, lo cantos.

Un ciclo de vida eterno, así la eternidad se




convierte en madre.










Así en la eternidad de un mundo sin




tiempo , la forja da forma a mi cuerpo y al




fin, me despierto.









Abro los ojos, respiro, oigo y siento. Mi




piel se siente tirante sobre un mar de





huesos. Me siento en la oscuridad, la




soledad, el silencio.









Siento el hambre reconcomerme por




dentro. Aguardo, escucho y veo.

Veo las almas entrando y saliendo, y mi




hambre aumenta y me siento sediento, más




mis manos no alcanzan aquello que deseo.










El hambre se hace mi amiga




inseparable, mis manos se crispan, mi




estómago se retuerce.









Vago salvaje en mi jaula etérea de





eternidad, las puertas no se abren y no




alcanzo aquello que acallará mi hambre y




saciará mi sed. Mis garras desgarran mi




carne, intentando devorar mi alma.

Grito desesperado y sé que en ese




momento he nacido, llega a mi el




conocimiento. Aquello que soy, aquello que






anhelo.












































Al fondo brota una luz, se abre mi




camino y lo sigo.

Calvario





La luz me llevó a otro plano de mi




existencia, para seguir creciendo, para





seguir formándome. La luz no es cálida, es




fría y hiere el alma. Aquí uno puede ver los




planos de existencia y a los que moran en




ellos.










Un shinigami nace hambriento, de




todo. Hambre de alimentos, de vida, de




sentimientos… Y sed, la sed nunca cesa, es




como un dolor agudo, que nunca te




abandona y no se calma.

Solo cesa un instante, solo en ese




mínimo momento en que un alma pasa a




otro plano; dolor, silencio o canto.





Entonces me siento lleno y mi energía de




vida rebosa y el hambre remite, no así la




sed.









La sed del Desierto de las Almas




perdura durante toda la existencia de un





shinigami. Cuando naces eres arrastrado




allí. Y como su nombre indica allí no hay




almas, solo retazos de las mismas, como




miasmas de su existencia. No alimentan




solo merman el hambre.

El desierto es feroz, te desgarra y duras




penas puedes sobrevivir. El hambre




aumenta, y buscas el miasma que los





planos de existencia van dejando a su paso.




Te alimentas de los que puedes encontrar,




antes de que se fundan en las arenas del




olvido. Y así mi cuerpo creció y mi alma




siguió su camino de transformación.










Solitario, viendo vidas pasar, como




proyecciones sin fin, en aquel desierto sin




vida. Aprendiendo, soñando, anhelando




una vida distinta a la mía.

Vagué por el desierto en busca de




planos, absorbiendo conocimientos,




descubriendo el bien y el mal, aprendiendo






a juzgar, a ver mi balanza.

















































Seguí sin rumbo la estela de vidas, su




brillo incesante, pero frío.

Soportando la carga de pecados que no




eran míos, las alegrías de la bondad y el




silencio de los que tiran la piedra y





esconden la mano.









El miasma que dejaban estas




existencias a su paso, cada vez me sabía a




menos, anhelaba disponer de las Almas y




juzgarlas, saciar mi hambre y mi sed con





su muerte en un plano y su desplazamiento




a otro. Oír en la lejanía sus llantos o




cantos, incluso solo escuchar el silencio.

Mi calvario en vida. La eternidad de




nuevo se volvió madre, hermana y




confidente, mientras vagaba por las arenas





del olvido.




Olvidado vaga por el olvido



solitario contempla la vida



aquel que mora en la luz



del crepúsculo de la existencia.





El hambre me atenazó un día, la sed se




hizo imposible de soportar, caí en la arena,




dolorido y gritando en agonía. Quizás la




eternidad oyó mi llanto, quizás mi llanto




me trajo descanso, pero cerré los ojos y





expiré.

El Camposanto





La lluvia empapaba mi cuerpo y




calentaba mi cuerpo. Lo lavaba de las





heridas infligidas por la luz. Un nuevo




paso en el camino se abría ante mí.

Un nuevo paisaje lleno de vida se




extiende ante mí. Árboles con las ramas




retorcidas y desnudas se mueven al viento,





produciendo extraños gemidos de llanto.









Mi hambre no se ha extinguido, mi




sed aún quema mis entrañas. Me levanto y




comienzo a caminar por ese bosque de




árboles desnudos. El agua sigue golpeando





mi rostro, pero las huelo, mis presas,




almas errantes que han perdido su rumbo,




que no han avanzado y quedan presas en




un mar de tinieblas.

Camino siguiendo su rastro como un




lobo hambriento detrás de un ciervo. Mis




manos se cierran en puños, mis garras





cercenan las palmas. El hambre es ciega y




no ve que ciego camino, y el ansia come




mis entrañas.









El viento amaina, la lluvia lentamente




va dejando una una bruma a su paso. Sigo





mi rumbo, entre los árboles. Las ramas




golpean mi carne, arañan mi piel; pero el




hambre me obliga a seguir, sin rumbo o






por instinto.

El cielo ahora se tiñe de rojos y azules,





como si el Averno y el Edén pugnaran una




batalla.









Y al fin veo mi primera alma, siento su




sabor dulce ya en mi boca, solloza en un





claro del bosque, atrapada en la tierra sin




poder moverse.

Entonces mis ojos realmente se




abrieron, observé lo que aquel bosque era




realmente, un cementerio de almas.









































Almas atrapadas en el campo del estío,




para secarse y morir en agonía. Mis ojos




ahora podían verlas en muchos de los




árboles como presencias fantasmales de lo




que una vez fueron.

Pero esas almas ya estaban perdidas,




atrapadas por siempre en un nicho de




madera, recordando para la eternidad su





vida.









Sin embargo, esa que habìa olido, era




fresca, la muerte de su cuerpo reciente. Su




apego por la vida la había retenido y no la




dejaba avanzar. La parca la había





encontrado, sin ella desearla. Pero yo tenía




el poder de equilibrar su balanza, de




llevarla a su lugar de reposo. Fuese el uno,




fuese el otro, su tránsito me alimentaria.

Entonces lo vi, al otro lado, aún lejos






de ella, pero acercándose a mi presa.








































Era otro como yo, pero más fuerte.




Sabía que ella no sería mi alimento. Luego




se acercó otra sombra, más robusta, más





compacta. Con una enorme guadaña en su




espalda.

Y comenzó la lucha, las sombras de




los dos shinigami se movieron una sobre la





otra. Ondulantes y sinuosas, como dos




serpientes enfrentadas. El resultado, al




final, es el mismo; o comes o te comen. Fue




la primera vez que vi como un shinigami




devoraba a otro, y no sería la última.

Es un mundo cruel para un shinigami




recién nacido. No importa lo que hagas en




la ley del más fuerte.










La sombra dejó de serlo y en su lugar




apareció una mujer hermosa con una gran




guadaña en su espalda. Con un sencillo




movimiento de muñeca, la guadaña




cercenó el tronco de árbol y el shinigami





recogió el alma en un pequeño frasco de




cristal. Entonces no lo supe, pero aquella




alma proveería de alimento más adelante




en época de necesidad, para alguien




amado.

No obstante, yo estaba famélico y




agotado. Sin energía ya para salir de




caza. Temeroso a la vez de pasar de





cazador a presa. Así que me senté,




apoyado en el tronco de un árbol.









Escuché pasar el tiempo, en el sonido




del viento. Luego llegaron los sollozos, las




plegarias, las voces de nuevo en mi cabeza.





Sin embargo, el silencio no llegaba, eran




otras voces. Eran almas atrapadas, aún




vivas, algunas agonizantes, otras solo




cansadas, pero siguen siendo almas.




Levanté la vista y la vi, ahí estaba.

Casi ya ahogada, casi ya olvidada su




esencia de vida y el estío casi dueño y señor




de su mundo. Perecer para renacer, su





promesa. Tenía que pensar y hacer mía




esa alma moribunda, y el hambre agudiza




el ingenio.

Así que solo hice lo que me pareció más




sencillo y lógico, hablé con ella. Al




principio mis palabras no la alcanzaron,





luego el alma comenzó a hablarme de ella.




Sus recuerdos fueron míos, sus sueños, sus




penas y alegrías…









No sabía de qué me serviría y estaba




agotado. Mi cuerpo se extinguía y mi





mente se dormía. Pero con mi último




aliento, dije lo que sentía mi corazón.




Saqué la balanza, y juzgue, que su lugar




era cantado, trayendo dicha a condenados




como él.

Entonces, el hambre cesó, me sentía




pleno y completo. La sed se extinguió por




un momento, un instante de placer, exiguo





y a la vez eterno. El árbol a mis espaldas




tembló y se hizo polvo que arrastró el




viento.




Camposanto de estío



sembrado de almas.



Oscuras tus raíces,



de muerte y de olvido.








Seguí mi camino, escuchando las voces




mortecinas, que el agua de lluvia acallaba.

Agua cálida que silenciaba sus voces y




ayuda al olvido. Después de cada tormenta




reiniciaba mi búsqueda. Mis hallazgos me





fortalecían y mi sombra era cada vez más




poderosa.









Y llegó de nuevo el día en que encontré




un alma fresca y a otro shinigami joven




cazando. Oí sus gruñidos de aviso, sentí su





temor, su desesperanza y su hambre.




Sonreí, me giré y busqué a mi nueva presa,




el bosque estaba lleno de ellas.









El camposanto era mi feudo.

Poco a poco, el Camposanto me




desveló sus secretos. Muchos éramos los




que allí morábamos, pocos los que





reinaban. Las tormentas de lluvia eran




cíclicas, llovía y luego llegaba el estío. Era




la época de caza. Pero como pude ver no




solo de almas, los shinigami también




éramos presas.










Eran tres, el bosque los llamaba




Maestros, eran y no eran shinigamis, eran




meras sombras sedientas. Ellos cazaban,




nos cazaban, cuando buscabas una presa,




eras la presa.

Acechaban y cuando el hambre nos




cegaba, allí estaban. Te rodeaban, cazando




en manada, como lobos hambrientos y





luego atacaban. Devoraban la esencia del




shinigami y dejaban el alma. Luego




volvían al acecho. Uno tras otro, cayendo




en sus redes. Ellos buscaban, ellos




devoraban, ellos gobernaban.










Yo los observaba, yo los eludía, pero




algún día la lluvia no cubriría mis huellas




y a sus sentidos expuesto quedaría.

El feudo





Sabía que había crecido en poder,




tanto que la sed solo era un ligero





tormento. Mis poderes habían crecido, mi




velocidad, mi capacidad de fundirme con




las sombras, mi fuerza para invocar la




balanza… También sé que tarde o




temprano vendrán a por mí.










El camposanto es mi feudo, porque no




lucho con nadie por el alimento, pero no




reino, ni soy señor.

Pronto los Maestros vendrán a por mí.




No para absorberme, soy demasiado fuerte




para eso, pero no sé cuál es su plan. Hace





tiempo que ellos habitan este plano y no




van a permitir que yo usurpe su lugar. Sé




que he de moverme, trasladarme a otro




plano o me tomarán y no seguiré mi




camino.










He de buscar al otro, al que todos




temen, a “Guadaña”. Él no es un Maestro,




está por encima de ellos, solo viene de vez




en cuando, cuando extravía un alma.

No obstante, encontrar a Guadaña y




no ser hallado es ardua tarea. Las almas




recientes son el coto de caza de los





Maestros y aguardar a Guadaña podría




ser mi sentencia de muerte.









Quizás la solución no sea esa, quizás




pasaba por conocer mi feudo. Guadaña




entraba y salía por algún lado, y tenía que





encontrarlo.









Así que me dediqué a viajar




adentrándome, más y más en la espesura




de bosque.

El bosque siempre fue inhóspito, pero a




medida que avanzo, lo veo más temible.




Aquí los árboles apenas hablan, sus voces





son meros susurros apagados y casi




inaudibles. Y los hay que guardan un




silencio eterno convertidos en fósiles.









Cuanto más me adentro los fósiles son




cada vez mayores y han dejado de parecer





árboles. Sus ramas yacen en el suelo,




partidas en pedazos conformando un suelo




de gravilla que hiere los pies al caminar.




Los troncos han perdido su forma




humanoide y el viento los erosiona.

La lluvia ya no cae aquí, y el estío es




perpetuo. El viento es árido y arrastra




esquirlas a su paso que se clavan en tu piel





y te hieren.









El hambre a regresado, aquí no hay




almas, no logro alimentarme. Y la sed es




tan fuerte como antes.










Los árboles han desaparecido,




lentamente se han convertido en rocas




parduzcas y ya ni hay viento, como si el




silencio fue el dueño del lugar.

Perecieron un día



y olvidados yacen.



Como olvidada su vida





huecos fósiles sin alma.





Estoy cansado.



Entonces veo el humo, se eleva en





espiral detrás de un cerro. Algo me dice




que es mi destino y hacia allí encamino






mis pasos.

Hace tiempo que no noto la presencia




de los Maestros siguiéndome, desde el mar




de fósiles negros, pero han estado ahí, todo




el tiempo, como guiando mis pasos para





que no me pierda o de media vuelta. Son




depredadores, y ese es su coto, no el




nuestro. Para nosotros es un mero paso




más en el camino.

Tiene sentido, alimentarse en el bosque




es muy sencillo, sin nuestro propio




depredador, aniquilaríamos todo a nuestro





paso, quedando solo ceniza. Hasta




convertirnos en ellos, en nuestros propios




depredadores, sin avanzar.









Quizás sea una prueba y solo aquellos




que la pasan logran evadir a los Maestros,





realmente cómo descubrí luego, no




maestros sino guardianes del bosque de las




ánimas.

La forja





Un nuevo paisaje se abrió ante mis




ojos. Los árboles dejaron de estar desnudos





y el verde los cubría. Su interior ya no




albergaba almas humanas. Su alma era





más antigua y tenía su lugar.

La forja estaba allí, al pie del cerro.




Un arroyuelo, alimentaba el taller, para




así enfriar el metal. Parecía atemporal y





fuera de lugar, sin embargo sería mi




hogar.









Y allí también entre las sombras de la




noche encontré a Guadaña.

Guadaña realmente se llamaba




Shiana. Era una shinigami adulta y




gracias a ella aprendì muchas cosas. Y





realmente fui muy afortunado de que




estuviera allì, sino mi paso por la forja no




sería tan sencillo.









La forja es un ente propio, con sus




manías y caprichos. La guadaña de cada





Shinigami es única. La forja responde a ti,




a los sentimientos del alma, ya que en sí,




la guadaña también es una parte del




shinigami. Una unidad indisoluble, una




unidad para la eternidad.

Así que me puse a forjar mi guadaña, y




mientras me peleaba con la forja,




preguntaba a Shiana. ¿Cómo era el




mundo? ¿Qué hacía ella allí? ¿Qué eran





las botellitas de colores que atesoraba?




¿Para qué servían? ¿Cuándo podría irme?




¿Y adónde?

Todo era un ciclo; fundir, templar,




enfriar.










Al principio, Shiana era reticente a




hablar; sin embargo, al terminar mi




primera guadaña, me dijo lo que tenía que




hacer. Tenía que cercenar un árbol del




Bosque de las Ánimas y guardar el alma




en una de la botellas destinadas.










Me habló de los Guardianes del




Equilibrio, los Señores del Camposanto.




Ahora no tendría nada que temer porque




era un elegido.

La guadaña tenía que ser una extensión




de mí, si se quebraba, si yo me




desgarraba… entonces lo era la guadaña y





vuelta a empezar.









La primera vez que la utilicé casi no




pude levantarla, no había equilibrio, pero




aún así logré cercenar el árbol y tomar el




alma, la cual se introdujo rçápidamente en





uno de los frasquitos rojos que tenía en la




cintura. En mis ratos de ocio, cuando la




forja no me dejaba trabajar lo miraba




intrigado. Brillaba a la luz y parecìa como




si una vida se moviese en su interior.


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