Iván Soto Camba Javier Henríquez Lara
La caja de arena
Textos por:
Iván Soto Camba (1982), animal mitológico de gran aspecto, avistado en la tundra alpina mexicana y en constante estado de extinción.
Se rumora que su carne, bien cocida, tiene efectos psicotrópicos y propiedades curativas.
Ilustraciones por:
Javier Henríquez Lara (1974), mamífero infame de la familia de los cánidus ilustradus que mantiene su madriguera impoluta. Para cazar, hipnotiza a sus presas con esporas.
Tiene visión 3D aunque se siente más cómodo en el mundo 2D.
La caja de arena
a lana de la oveja vuelve a
crecer después de cierto tiempo,
por eso no tiene miedo de perderla. Si esa
facultad pudiera extenderse al resto de su cuerpo,
no temería tampoco a los lobos. Si le comieran una pata, le volvería a crecer en un santiamén. Serían como plantas, se regenerarían con un poco de agua y sol. Sin nada que temer, serían grandes amigas de los lobos, quizá incluso socios simbióticos: ¿para qué huir del lobo, si realmente ya no podría quitarles nada?
Aún cuando esto no pase nunca, siempre ha habido más ovejas que lobos. Se sabe que siempre habrá ovejas, y siempre habrá también un lobo, así la naturaleza regenera, al menos, el cuento de la especie. Y con el don de moverse libremente por el territorio les otorga también la facultad de elegir al lobo en turno.
Contar ovejas es el pasatiempo favorito en cada territorio de lobo. Un lugar donde la historia es trasquilada y vuelve a crecer cada domingo (víctima y cómplice), en renovadas páginas de periódico.
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as almas del purgatorio suelen
ser representadas como ratones,
pero lo cierto es que para el gato no hay diferencia entre ánimas y roedores. Tampoco distingue perros de pájaros, escarabajos de latas de refresco, arañas de mariposas.
El gato predica su doctrina a todos los seres por igual, convenciéndolos de que para ganar el paraíso es mejor ser ratón que gato. Para este último, todo lo que no es gato es colonia de ratones, colección de corcholatas, lata de atún, bola de estambre, caja de arena.
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l cerdo no puede doblar su
cuello hacia arriba, por eso cuando
se para bajo la lluvia cree que toda esa agua sale de él.
Su visión de la granja es aérea, pero muy cercana al piso (son pésimos cartógrafos). Su visión de sí mismo, en cambio, es rosada y circular: es el único ser vivo que no se refleja en el agua, pero el papel moneda le devuelve la imagen y la autoestima.
Con el cerdo, todo es cuestión de perspectiva, lo que hace del cerdo un cerdo es su visión particular del mundo, siempre cenital y limitada.
Si el cerdo fundara reinos de cerdos, en ellos todo el mundo miraría hacia abajo.Entraría en efecto una alternativa novedosa de gobierno, en la cual cada ciudadano gobernaría todo lo que apareciera en su limitado campo de visión: así, al menos, cada quién sería gobernante de sus propias heces.
Pocos lo saben, pero el cerdo también es capaz de metamorfosearse: cuando un cerdo doméstico se vuelve salvaje, en un par de días su piel se vuelve oscura, le sale pelo grueso y poco después, colmillos. Además nunca se podrá volver a domesticar.
Si el virus del zombi afectara también a este animal, en el mundo post-apocalíptico no habría cerdos zombies renqueando por las calles durante mucho tiempo. Habría sólo un último cerdo, que tras haber devorado toda la flora y la fauna y los autos y los edificios y al resto de los cerdos zombis y toda su propia mierda consecuente, comenzaría a comerse a sí mismo. Al final el único habitante del mundo post-apocalíptico sería la cabeza del último cerdo con su cuello inflexible.
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a carne de burro no es
transparente. La de ciertas especies
de zorro, sin embargo, no puede ser captada
mediante ninguna cámara o artefacto, según piensan ellos.
La cualidad de creerse invisibles los hace casi tan poderosos como si lo fueran. Así se pasean por el gallinero, matando a todas las gallinas aunque al final sólo se lleven una a sus madrigueras. Antes de irse tiran las jaulas, voltean los platos con semillas, arañan las paredes, se cagan en los muebles y hacen todos los destrozos que pueden, por el simple hecho de que pueden.
A veces los cerdos, los lobos, los gatos, las palomas, los gallos, los perros y los gorilas, actúan como zorros en el gallinero, y esto nos hace pensar que en realidad no hay cerdos, ni lobos, ni gatos, ni palomas, ni gallos, ni gorilas, sino zorros.
Lo cierto es que donde creemos que hay zorros, no hay zorros. Al menos, nadie los ha visto nunca. Por eso cuando dos zorros se cruzan por el camino, fingen no verse.
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as conductas no tienen
dimensión corporal ni pueden
medirse. La agresividad del chihuahueño,
por ejemplo, sobrepasa por mucho el tamaño de su
cuerpo, al punto de que pareciera romper alguna ley secreta de
la física. Se sabe que, en ciertos casos, el chihuahua llega a sufrir hasta infartos al corazón de pura cólera.
Morir de risa es solamente una expresión, al igual que morir de vergüenza. Morir de cólera, en cambio, no es una frase común, sino un cadáver de chihuahueño en una bolsa de plástico, en un jardín, junto a un agujero cavado con una pala diminuta.
De la raza de perro más pequeña del mundo, se pudieran hacer perfectos (pero frágiles) gladiadores, al menos de su agresividad. Aunque sea más probable, y precisamente debido a ésta misma, que dichos gladiadores resultaran ser mejores bufones. Las risas que provoca lo absurdo siempre provienen de la contradicción de tamaños: del intento de meter varios elefantes en un volkswagen, o de ver chihuahueños salir de largas limusinas.
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l gorila es conocido por el uso
de herramientas para reforzar su
poderío físico: el palo como instrumento para pescar insectos, o para medir la profundidad de un río,
el palo como puente, el palo para rascarse, el palo como método de ataque y defensa: el garrote. Esta última aplicación puede parecer ridícula a primera instancia, considerando el tamaño del gorila en relación con los palos que usa, y de éstos últimos con su eventual víctima, pero alguna razón de peso tendrá el gorila para valerse de él.
El gorila como herramienta, se imagina mejor de cadenero, de guardaespaldas, de secuaz, de matón, de milicia, de antimotines: la expresión “gorila” proviene de estos usos prácticos del mismo. Lo que dificulta sacar esta asociación del abstracto y visualizarla de forma literal, es imaginar al animal invisible que está atrás del gorila, que es capaz de someterlo a su voluntad sin que éste lo note y se rebele; también se dificulta imaginar al palo usando al gorila para pescar insectos, para medir la profundidad de un río, el gorila como puente, el gorila para rascarse, el gorila como método de ataque y defensa: el garrote.
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i le cortan la cola le vuelve a
crecer, pero realmente nunca la
ha necesitado. Aún así la certeza le da cierta
tranquilidad, saber que ésta seguirá ahí, pase lo que pase.
Los monstruos tienen cola, y también están llenos de contradicciones: aún los monstruos diminutos de los lagos, los ríos, las albercas.
Los monstruos acuáticos no asustan a los niños porque no suelen pasearse por los armarios, ni por debajo de las camas.
Lo que hace aún menos aterrador a este monstruo es su obstinada inactividad. Ser hermano deforme de Quetzalcóatl no es excusa para no moverse, y sin em- bargo no se mueve. No lo hace siquiera a nivel evolutivo. El renacuajo de un monstruo que se niega incluso a dejar de ser renacuajo: Bartleby con branquias.
Sabe que el movimiento es requisito para la vida común, pero implica demasiada burocracia interna: danza de neuronas, mensajes eléctricos, flujo sanguíneo, papeleo a nivel molecular, muscular, conocimiento básico de las leyes de la física, mover una pata y luego otra.
El ajolote apenas se mueve para comer. Sólo en ese momento se le ve vivo, desplegando toda su velocidad, activando la boca para buscar el alimento y defenderlo de sus iguales, a quienes es capaz de arrancarles una pata.
Xólotol era hermano gemelo de Quetzalcóatl, gemelo deforme. También era el único Dios que temía a la muerte. Para escapar del verdugo se escondió primero entre las milpas, transformado en planta de maíz; luego entre los magueyes; finalmente se lanzó al agua convertido en ajolote, y así lo encontró el verdugo, que lo volvió códice.
Dios de las oficinas subacuáticas, el ajolote no se mueve todavía. Concentra toda su energía en mirar al frente y no hacer nada, no mover un músculo, no perder la cola. Piensa que si se concentra de veras, si enfoca toda su esencia en no hacer nada, dejará de ser nada: desaparecerán los papeles y el escritorio y dejará de perseguirlo la cola. Podrá, por fin, dejar de ser renacuajo.
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as palomas transmiten
igualmente parásitos que paz. Son
liberadas en actos políticos, pero también en religiosos. Representan tanto la belleza como el asco,
viven tanto en palacios como en cloacas. Sus ojos contienen una mirada particular, tan inocente como profundamente paranoica: las palomas mensajeras, particularmente, no se preocupan por el remitente de los papelitos enrollados en su pata, sólo por el destinatario. Están entrenadas para llevar el mensaje y volver, no para entenderlo.
Paloma es oficina postal, parque, boda, familia de parásitos, graduación, jaula con las puertas siempre abiertas.
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ún cuando camina solo
lo persigue el gallinero: el cacareo
de las gallinas, las rejas de alambre, los gritos del granjero, las plumas sueltas, el caos de semillas y lodo,
se amontonan como en un montaje de cine negro en su diminuto cerebro. Su memoria sólo retiene cinco días de vida, siempre idénticos entre sí y también idénticos a los cinco anteriores, como fotocopias mentales de gallo. Y sin embargo él no lo sabe, y tampoco sabe que no lo sabe. Después de todo, los días del gallo son una película de Kafka, y cada jaula un diminuto escritorio tras el cual se sienta otra rolliza secretaria, a picotear las teclas de máquinas de escribir imaginarias. No hace falta leer cada página para saber que todas repiten una y otra vez la misma onomatopeya, que estructura todos los memorandums: cloc-cloc cloc-cloc.
El gallo despierta todos los días sobresaltado, bañado en sudor y alpiste, con la paranoia de llegar tarde. Aunque cada gallo cree ser el único gallo, lo cierto es que hay más gallos, y todos tienen exactamente el mismo empleo miserable: marcar el paso del tiempo en un carrusel destartalado.
Cada lunes despierta renovado y aventura un vuelo. Se posa sobre una rama y contempla su dominio desde arriba, sus gallinas. La vista le infla el pecho hasta casi hacerlo reventar: el gallo es pimp, en el fondo. Como no le interesa mirar arriba, no ve los zopilotes, que dan vueltas sobre él cada semana.
El gallo es el animal mejor acostumbrado a caminar con pasos cortos, sin despegar del todo las patas del suelo, como atrapado en una fila invisible y perpetua hacia sí mismo. Ha perdido gran parte de sus facultades de vuelo debido a la selección artificial, pero aún antes de eso, la naturaleza ya se había encargado de recortarle también los pasos, las rodillas. Es incapaz de establecer un ritmo o una trayectoria libre, como si tuviera los tobillos encadenados entre sí, y al mismo tiempo sujetos a grilletes que sólo desaparecen de vez en cuando y por poco segundos, cuando entra a la cantina.
El gallo pertenece a la especie de ave más numerosa del planeta. Se puede comprar un gallo por cien pesos. Además del gallo común, existen también el objeto gallo, la carta de lotería gallo y la idea gallo. Un gallo también se puede fumar. El gallo es un ser omnívoro y no le importa qué bebida esté en su vaso: no está en la cantina para cantar, sino para ahogar sus cinco días.
A veces, un gallo se duerme... pero sus gallinas se anexan a otro gallo, y el carrusel sigue girando sin él.
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sinfin...
Ilustraciones: Javier Henríquez Lara Textos: Iván Soto Camba Diseño: Henríquez Lara Estudio www.henriquezlara.com Dirección diseño editorial: Chris Gautschi
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