The words you are searching are inside this book. To get more targeted content, please make full-text search by clicking here.
Discover the best professional documents and content resources in AnyFlip Document Base.
Search
Published by La Caracola Editores, 2024-02-09 14:36:12

Bosques que arden maravillosamente

Libro de Pablo Cevallos

51 minaba a mi papá por algún mal acuerdo que había cerrado en su trabajo, que según ella le traería problemas y no ganaría nada de dinero, y mi papá defendía su decisión, asegurando que no había tenido otra alternativa. Yo les comenté que me había juntado con Diana, que quizá se acordarían de ella porque fue nuestra vecina y yo salía a jugar con ella cuando éramos niños; les conté algo de su historia, y hablé sobre cómo había pasado la tarde con ella. No les conté de los rumores de que había estado internada en Colombia para rehabilitación, y les dije que probablemente la invitaría a salir a algún lado, en plan relajado. Le pregunté a mi mamá si acaso se acordaba de ella de cuando vivíamos en la herradura H, y a ella le extrañó bastante la pregunta, pues no recordaba que la calle se llamara así; y por el contrario sí sabía que en algún momento le habían puesto el letrero de Santa Rufna, y dijo que los años que vivimos ahí fueron horribles: la calle era sucia y maloliente, en el parque de al lado había viejos morbosos y borrachos jugando vóley los fnes de semana, y los vecinos eran de lo último. Mi papá sí se acordaba de ella, dijo que además ubicaba a su papá, que tenía una empresa de carga pesada, que en algún momento le tocó tratar con él por algún negocio, pero que no tenía ningún recuerdo en particular. Me preguntó si me pensaba meter ahí, y le dije que no sabía. Yo era empleado de una empresa pública, estaba enrolado desde hacía poco como auxiliar


52 de contabilidad, no tenía mucho tiempo de graduado de la U, la verdad estaba contento, aprendiendo cómo funcionaba la empresa, la parte tributaria y los manejos de la burocracia. Mi jefe me mandó a entregar unas retenciones y otros papeles a donde unos proveedores de la empresa, y uno de ellos tenía ofcinas en un edifcio de esos que quedan atrás del Hilton Colón. Subí a las ofcinas, hice las gestiones que tenía que hacer y al bajar, en el diminuto lobby del edifcio, una persona estaba esperando que autorizaran su ingreso. Era Erwin. No me tomó mucho tiempo reconocerlo, pues lucía exactamente como yo lo recordaba: bajo, gordito, su cara redonda y morena, su pelo con rulos, labios gruesos, ojos saltones. Sujetaba un casco de motocicleta, estaba apoyado en el mostrador y movía el pie con desesperación: quizá tenía algo urgente que hacer y no le permitían subir. Cruzamos miradas cuando yo salía del pasillo que llevaba al ascensor, me pareció que me había reconocido, bajó la mirada, y un segundo después la volvió a alzar para mirarme, y al cruzarnos otra vez desvió el rostro defnitivamente. Me le acerqué y llegué a detenerme a su lado, pero no hizo ningún esfuerzo por mirarme; eso me hizo dudar por unos segundos, pero cuando ya me encontraba en la puerta del edifcio él seguía en la misma posición, y en ese momento al verlo de espaldas confrmé que era él, no me quedaba ninguna duda. No entendí por qué no me


53 había querido saludar, quizá no me recordaba, o mi rostro le resultaba familiar pero no ubicaba de dónde, o estaba pasando por un mal momento y no podía detenerse a conversar. En el camino de regreso a la ofcina trataba de acordarme de todo lo que habíamos vivido en el barrio, y sin duda podría hablar durante días de todas las historias que compartimos. Se me hacía imposible creer que no pudiera acordarse de mí, así que estaba claro que su indiferencia había sido voluntaria. En el camino de regreso estuve pensando en lo que acababa de pasar, el chofer de la empresa me hacía conversación, pero yo no le prestaba mucha atención. Ya en el cubículo de la ofcina, pensaba que mis amigos de la sexta etapa de la Alborada, los amos de la herradura H, seguramente no compartían los mismos recuerdos que yo. Para mí, esa época tenía un signifcado especial, era una pequeña pero importante parte de mi vida que me permitía decir con seguridad que sí tuve una infancia feliz. Pero quizá para Erwin y para otros de los amigos de esa época lo vivido no fue tan importante, y en sus recuerdos no éramos un grupo sino solo unos niños que la vecindad había juntado; unos niños cuyos grupos de amigos estaban en otro lado, y para quienes jugar al fútbol y patinar no habían sido otra cosa que jugar al fútbol y patinar. A lo mejor Diego recuerda cuánto nos burlábamos de él y nos odia, Lean-


54 dro no era tan guapo ni jugaba tan bien al fútbol, Carolina no siempre vestía licra negra, y la canción del Camino de la Sirena nunca la cantamos. Quizá fuimos los dioses de un mundo que ya no existe, o que nunca existió. O lo único que existió fue la sucia y maloliente calle Santa Rufna.


55 Tiburón Ballena Paquita. Habíamos pasado tanto tiempo sin vernos y lo primero que se le ocurrió decir al verme fue eso: Paquita. Por supuesto que nos abrazamos y yo aproveché la ocasión para darle un gancho al hígado como siempre acostumbraba, pero él inmediatamente se separó y me pidió que lo ayudara a cargar las maletas, seguro lo hizo para cortar tanto sentimentalismo. Dejamos de jugar a eso de los apodos más o menos en la misma época en que él había terminado el colegio. Y bueno, a un niño no se le podía pedir más: si tienes un hermano que se llama Pablo, lo que corresponde es que le cambies el nombre por cualquier palabra que comience con Pa. Empezó con los animales: Pato, Pavo, Pantera. Con los años se fue sofsticando: Palmito, Pascal, Pancake (dicho en español: Pan – ca – ke), Pandemia. Pero fue en la última época del colegio cuando me puso el defnitivo Paquita, con el cual, para él, me quedé hasta la fecha.


56 A mí nunca me fue tan bien como a él en eso de andar poniendo sobrenombres. Como Gabriel era más hábil que yo en esto, a mí me tocaba esforzarme bastante. También comencé con animales y por muchos años mi hermano era conocido, por mí, como Gato. En la adolescencia llegué a acudir al diccionario para buscar ideas y fue así como pasé por Garbanzo, Gálibo, Gatillo, Gamberro, y por un momento pensé que ese podía ser el ganador, después de todo, la palabra Gamberro era una ofensa por sí misma. ¿O no? La verdad es que nunca pegó, a nadie en la casa le hacía tanta gracia, y Gabriel no se ofendía ni se incomodaba lo sufciente. Cuando terminó el colegio, yo le decía Gaznate, y a pesar de que no le molestaba, me encantó la palabra. Gaznate me sonaba como una fruta con la que se podía hacer dulces: sufé de gaznate, pie de gaznate, incluso merengón de gaznate, así que me di por bien servido. Luego de recogerlo en el aeropuerto, en el camino a la casa conversamos sobre el trabajo, la familia y yo le resumí la situación del país (¿Cómo te va en el trabajo, Paquita?). Al llegar a la casa fue directo a jugar con los niños y a saludar y conversar con Claudia. Yo cargué las maletas y me pidió que le consiguiera una barra de chocolate que le gustaba (Paquita, cómprate uno de esos chocolates con hierba luisa, porfa). Estaba feliz de tenerlo en mi casa. La cosa se había cal-


57 mado bastante en los últimos años: sus visitas eran cada vez más esporádicas, pero discutíamos menos y nos entendíamos mucho más. Todo el tiempo que cursó ingeniería mecánica en la Universidad de Maryland se nos hizo difícil comunicarnos y entendernos. Yo me había quedado estudiando derecho en la Católica de Guayaquil y compartía mi tiempo entre el trago, la playa y las leyes, mientras él sufría por sostenerse en un ambiente hostil y competitivo, donde no tenía ni mucho descanso ni mucha vida social. Nunca sentí que me juzgara por lo que hacía con mi vida de estudiante, pero su reproche tenía la forma de la vergüenza. Cuando lo pude visitar en Estados Unidos en su residencia de estudiante, salimos una sola vez con sus amigos, y cada vez que yo hablaba de mi vida en Ecuador, Gabriel me interrumpía y les daba contexto y explicaciones a sus amigos, como tratando de justifcar lo que yo hacía. Era como hablar con notas al pie de página. Incluso en una noche me pidió que tratara de hablar más claro porque sus amigos no entendían mi inglés. Durante nuestros años universitarios hablamos poco y nos vimos unas cuatro veces. Considerando que su época universitaria duró casi diez años entre pregrado, maestría y doctorado, siento que nos vimos muy poco, y en esas escasas veces peleábamos por cualquier cosa, por razones que ahora ya ni recuerdo. Como que él estaba en FM


58 o en streaming y yo en una pobre AM. Gabriel era ahora un gringo al que le molestaban el desorden, la impuntualidad y la mediocridad. Mis papás, después de la graduación del colegio de mi hermano, se fueron a vivir a Nueva York, así que cada vez que me tocaba escoger destino de viaje, prefería visitarlos a ellos antes que al insoportable de Gaznate. Cuando me gradué de la universidad, casi de inmediato empecé a tener trabajos y puestos en el gobierno y luego logré entrar en una frma jurídica muy prestigiosa; la verdad, desde entonces me ha ido bien, pero mi salud se afectó bastante, especialmente por el sobrepeso. Fue justo después de mi graduación como abogado que Gabriel empezó a llamarme Tiburón Ballena, aunque la mayoría de las veces lo decía en inglés, Whale Shark, o en italiano, Squalo Balena. ¿Qué otro apodo le cabe a un abogado de 120 kilos de peso? Nuevamente le pegó en el blanco; sin embargo, lo alternaba siempre con Paquita. Luego de unos años, empezó a visitarme con más frecuencia. Para entonces yo estaba recién casado, y Claudia y Gabriel se conocían de antes y se llevaban bien, así que eso facilitó nuestra comunicación. Mi hermano la llamaba por teléfono cada quince días y ocasionalmente le escribía, ella le contaba de nuestra vida, de mí, y él hacía lo propio, así que por medio de ella nos enterábamos de lo que pasaba con cada uno; él le pedía a


59 Claudia que me felicitara si había ganado algún juicio, me mandaba a decir que estuviera tranquilo si algo me preocupaba, o simplemente me mandaba saludos (Claudia, dile hola al Tiburón Ballena). Yo siempre hice esfuerzos por acercarme a mi hermano, me sentía culpable de que nos hubiéramos alejado tanto y ocasionalmente lo llamaba para intentar hablar, pero siempre se nos hizo difícil. Los silencios no tardaban en aparecer de ambos lados de la línea, y terminábamos despidiéndonos a los pocos minutos. Una de las formas que encontré para extender nuestras conversaciones y su interés fue contarle y pedirle consejo sobre mi vida sentimental. Eso lo entretenía bastante y hacía que rápidamente se formara opiniones sobre lo que yo hacía o dejaba de hacer. Rompíamos el silencio y su acostumbrada indiferencia, incluso por momentos se apasionaba y le frustraba que yo nunca le hiciera caso. Mis relaciones con las dos novias que tuve antes de Claudia terminaron bastante mal, hasta la fecha ninguna de ellas me habla y coincidió que ambas terminaron con problemas económicos, familiares y personales de los que les costó salir. En esas conversaciones, el Gaznate me dijo que yo le recordaba una palabra en inglés que no tenía una traducción exacta al español: Debaser, que es el título de una gran canción de los Pixies. Resulta que debaser es algo así como un devaluador, una persona que resta valor, un degradador.


60 En alguna ocasión llegó a decirme que toda mujer que se involucraba conmigo terminaba enferma o dos quintiles más pobre. Y es que Margarita siempre tuvo problemas psicológicos: a lo largo de su vida pasó por varios doctores, y luego de romper conmigo tuvo una crisis muy fuerte de la que todavía habla de vez en cuando en su blog y en su cuenta de Instagram. Por otra parte, Ángela era huérfana de madre y su papá era un señor español bastante mayor, que decidió ir a vivir a un pueblito costero de Portugal sus últimos años. Al poco tiempo de terminar nuestra relación, el papá de Ángela murió y su situación personal y económica se complicó por varios años. Yo tuve poco que ver con lo que pasó con ellas, pero a Gabriel siempre le pareció que la culpa era mía. (No te cases con Claudia, eres un debaser, la vas a arruinar). A esta hora mi hermano duerme. A pesar del cansancio del viaje, estuvo un buen rato con los niños y se dio tiempo para conversar, así fuera unos minutos. Luego de hablar acerca de cualquier cosa y de que nos contara que estaba pensando cambiarse de trabajo, se me ocurrió preguntarle si alguna vez en todos estos años había considerado la posibilidad de volver a Ecuador; me contestó con un rotundo no, que no tenía nada que hacer aquí, y que no podía trabajar en un país donde la gente pensaba que los ingenieros mecánicos se dedican a arreglar autos. No lo culpo.


61 Gabriel va a estar unos pocos días con nosotros, así que voy a aprovechar el tiempo con él, seguro le voy a pedir consejo sobre los últimos problemas que he tenido con Claudia y con los niños. Hasta mañana, Gamín, Gandul, Galope. Ganzúa.


63 Camaronas En los crustáceos, los pedúnculos oculares contienen una variedad de hormonas que actúan sobre diversas funciones tales como crecimiento, metabolismo en general, muda, equilibrio osmótico, etc. (Lockwood, 1967). El dolor de las articulaciones ha aumentado estos días, lo que me tiene de muy mal humor y me hace pensar en la posibilidad de que el asunto se complique aún más. Me puse mis chanclas (que calzo con medias de vestir), con algo de difcultad he logrado ponerme el short caqui, mi bividí y mi guayabera, asegurándome antes de haber tomado todas las medicinas que mi edad y mi condición exigen. He tomado el andador y estoy saliendo de mi habitación en el Hogar San José, camino de la silla plástica donde paso mis tardes sin mayores sobresaltos, esperando que sea la hora de comer y rogando que esos chicos de la benefcencia no me visiten estos días, pues no quiero que mis reclamos los espanten antes de


64 que puedan escucharme. Después de todo, me entretienen con sus ingenuidades y con las incomodidades que pasan cuando salgo con mis cosas de viejo. La mayoría de las cosas me las invento solo para ver sus caras cuando tratan de buscar una solución y no hacerme sentir mal. Son buenos chicos. El otro día le dije a uno que me había cagado, que no quería que el resto se enterara y que iba a necesitar que me limpie, que la enfermera me maltrataba cada vez que ocurría, lo cual no es cierto. También a uno le dije que tenía sida y que ya dos chicos anteriores habían sido contagiados, que mantuviera su distancia, y así por el estilo; ya hay algunos que me conocen y no se comen el cuento muy fácil, lastimosamente todos se parecen y no sé a cuáles ya les he gastado la broma. Sentado en la silla plástica pienso en mi juventud, mi matrimonio, mis hijos y las circunstancias que me trajeron hasta acá. Ya no culpo a nadie, fnalmente no la paso tan mal. En las tardes no hago nada más porque a esa hora ya he leído el periódico, he visto los noticieros, he recibido una que otra llamada y he conversado con el resto de viejos que tengo de compañeros. Ya son varios meses que no tenemos mayores cambios de rutina, ya pasaron el día del anciano, el día de la madre, el del padre y todas esas festas: sé que no habrá mayores cambios hasta diciembre, cuando los colegios y fundaciones comiencen sus visitas.


65 Realmente somos afortunados de estar aquí, en el asilo más famoso, el único que conocen los señores de la benefcencia; hay numerosos asilos en la ciudad, pero somos el que ha estado de moda entre las fundaciones y sociedades de damas desde hace varios años, así que ni se molestan en distribuir adecuadamente los regalos, todo es para nosotros, y ni siquiera para todos nosotros, pues a los de pensionado los visitan mucho menos, suponen que como tienen dinero para pagar su estadía no necesitan de distracciones ni del aire fresco de la juventud. Mejor, menos boca más me toca. En esas estoy hoy, dándole vueltas a lo mismo, rumiando las mismas ideas de siempre, salvo por el asunto de las tuertas. Como es de imaginar, si a un crustáceo se le extirpa el pedúnculo ocular se produce un aumento en la frecuencia de la muda y un incremento en la vitelogénesis, es decir, maduración. No sé en qué momento pasó, ni cuándo comenzaron los rumores, pero desde mi experiencia de anciano viajado, es una de las peores atrocidades que ha cometido la humanidad en contra de sí misma. Es claro que las bajas tasas de natalidad son uno de los mayores desafíos que hemos enfrentado, y que es una situación que nos pondrá al borde de la extinción en unas pocas décadas, pero me parece que la forma de solucionarlo hace que no merezcamos seguir como especie, nos hemos convertido en unos monstruos indolentes,


66 hemos empujado nuestra biología hasta el borde y estamos dando el salto fnal. Siempre estuve consciente de que somos muy malos reproductores, las posibilidades de que una mujer quede embarazada siempre son bajas, la gestación toma cuarenta semanas, las posibilidades de que el feto sobreviva son más bajas en los primeros tres meses del embarazo, los partos siempre son complicados, y toma más de una década que la criatura pueda subsistir sin la ayuda de sus padres. Recuerdo cómo pacientemente el doctor Valencia le explicaba eso a mi mujer para consolarla luego del primer aborto, y yo como espectador escuchaba el llanto de ella y me parecía que todo era un drama innecesario, y no lo pude comprender hasta ahora. Pero a pesar de nuestras carencias como reproductores, como especie no lo hicimos mal, poblamos y sobrepoblamos la Tierra, agotamos casi todos los recursos y, hasta hace no mucho, estábamos haciendo malabares para darle de comer a toda esa gente. Quién creería que tiempo después estaríamos preocupados de ser muy pocos, de no ser capaces de seguir llenando de gente este planeta, quién diría. Pero ahora surge esto de las tuertas y nos enfrenta a todos a unos dilemas que no sé cómo los debemos abordar. Hasta ahora hay quienes lo niegan, en este mismo asilo hay varios de estos viejos que se rehúsan a creerlo, a pesar de todas las evidencias, las enfermeras tratan de no darse por enteradas, y los directivos del


67 asilo no me prestan la más mínima atención: me miran de forma amable y siguen su camino sin esperar a que yo exponga mi punto. ¿Cómo se pueden negar ante tanta y tanta evidencia? Ya se habla de comités secretos, de grupos de apoyo, de empresas que desvían recursos para investigar el fenómeno, de gobiernos que están usando fondos secretos para concluir las investigaciones, perfeccionar las técnicas, pagar voluntarias, depurar los datos, ya hay sospechas de tratados frmados entre los rusos y los gringos, es un secreto a voces. Acá varios de los chicos me lo han confrmado. Aún cuando muchos de ellos me miran asustados y callan, hay otros que me dan la razón, incluso uno de ellos me asegura que su hermana ya se hizo sacar el ojo derecho y que actualmente está en tratamiento de recuperación; me ha pedido discreción, pero pronto todo se sabrá. Porque algo de tamaña proporción no puede pasar desapercibido y a la sombra mucho tiempo. Una tuerta puede no llamar la atención, pero cuando empiecen a aparecer varias, cuando se multipliquen, el fenómeno no podrá seguir ocultándose. Hay que ver cómo lo descubrieron. Seguro algún científco encontró algún patrón y experimentó con algunas mujeres antes de arribar a una conclusión: por razones estadísticas, no es posible sacar conclusiones estudiando a las tuertas, sino que tuvieron que hacerlo con mujeres sanas con problemas de fertilidad, extraerles un ojo y lue-


68 go determinar si ello infuía en sus posibilidades de concebir, y todos los estudios apuntaron a que hay una relación directa, que las mujeres con problemas de fertilidad a las que se les extrae el ojo derecho mejoran signifcativamente sus posibilidades de reproducirse. Al parecer, en el glóbulo ocular derecho hay alguna suerte de órgano microscópico que produce una sustancia que inhibe la secreción de las hormonas necesarias para la concepción, y su extracción impide que el glóbulo ocular siga secretando esa sustancia, lo cual mejora signifcativamente las posibilidades de un embarazo. Y ante esta crisis de natalidad, los médicos están considerando estandarizar cada día más este procedimiento. Me dijo uno de los chicos que en la facultad de medicina ya están estudiando los protocolos de esa intervención quirúrgica, aunque todavía como una curiosidad y no como una asignatura del pensum. El desove se produce entre 3-5 días a 3 semanas luego de la ablación. La ablación se realiza mediante distintas técnicas: a) apretando el pedúnculo ocular con dos dedos; b) cortando el pedúnculo ocular con tijeras; c) punzando el lóbulo ocular con un alfler o aguja. Es increíble que esas cosas estén sucediendo. Siempre los viejos nos quejamos de la decadencia moral de los jóvenes y cómo la sociedad ha entrado en una espiral de degeneración que no parece tener marcha atrás, pero la verdad es que esto ha


69 sobrepasado los límites. ¿Y qué van a hacer ahora? ¿Obligar por ley a las mujeres a practicarse la ablación? ¿A incluirlo como una obligación en los votos matrimoniales? No sé hasta dónde vamos a llegar. ¿Y qué dirán esas feministas que hay ahora? Imagino que se deben estar oponiendo, pero no sé qué tendrán en mente, si lo rechazarán sin ambages, lo califcarán como una nueva aberración del patriarcado y no aceptarán excepción alguna, lo plantearán como una cuestión de soberanía sobre el cuerpo y de decisión exclusiva y voluntaria de la mujer, o estarán en negación como casi todos. Me da miedo pensar que los diputados estén discutiendo de estas cosas. La derecha seguro respaldará la medida, los liberales lo plantearán como otro uso más de la libertad y los más conservadores dirán que debe ser obligatorio; la izquierda seguramente respaldará la medida y dirán que es una cuestión de Estado, que la patria no puede esperar, que así como los soldados sacrifcan hasta su vida por el resto, por qué las mujeres no pueden sacrifcar un ojo por proporcionarle a la Patria los hijos que la defenderán y la sostendrán en el futuro. Ahhh, qué asco, de solo pensar en el nivel de esas discusiones me lleno de asco. Pronto tendré que hacer algo. Tendré que preparar mis cosas y largarme de aquí, antes de que me tengan que sacar en una caja donde mi cuerpo ni siquiera entre, como lo sacaron al pobre Enrique la semana pasada. Los


70 chicos tuvieron que cargar el ataúd con los pies saliéndose de la caja, hasta el vehículo de la universidad que se lo llevó a la facultad de medicina, y, si no me equivoco, esa misma caja está de regreso en la bodega, así que puede que yo sea el siguiente. Me iré y tendré que de inmediato buscar a los periodistas, a los líderes de la sociedad civil y a todo aquel que quiera escucharme, porque en este ancianato nadie me quiere tomar en serio, hasta me han dado pastillas para controlar la demencia: piensan que estoy alucinando, pero eso mismo han creído de todos los grandes de la historia que se propusieron hacer algo contra el statu quo, y no pienso dar mi brazo a torcer. Mañana mismo después de la misa voy a hablar con uno de los chicos, a lo mejor alguno de ellos me ayude a escapar, seguro los primeros días en el asilo ni se dan cuenta. En muchos casos se utilizan antibióticos y cauterización de la lastimadura producida para evitar infecciones posteriores (Lockwood, 1967).


71 Trinidad Piñarrieta Cuando mi mami decía que Trinidad Piñarrieta olía a cofre, yo no entendía de qué me hablaba. Y siempre reproducíamos la misma conversación: que el olor del cofre depende de lo que uno le ponga, que seguro era el exceso de maquillaje o algún perfume de vieja que ella se ponía, que decir olor a cofre es como decir color madera, y eso depende del tipo de madera, no es igual caoba que laurel, y así por el estilo. Podíamos pasarnos horas, y mi mami siempre concluía que me tomaba todo muy en serio, que debía aprender a reírme un poco. Me acordaba de todas esas cosas mientras hacía los trámites para el sepelio de mi mami. A ella la cogió de golpe un derrame cerebral que en cuestión de días se la llevó. Recuerdo cómo me miraba en el hospital cuando trataban de ponerle los tubos por la nariz; su lado derecho estaba inmovilizado, así que con su mano izquierda


72 iba tocándose el cuerpo para comprobar si sentía algo. Luego de eso no la volví a ver consciente, entró en coma y al poco tiempo murió. Como en los días en que murió mi mami aún no había tanto celular, me tocó ir a avisarles sobre el sepelio a algunos amigos y familiares: visité la casa de los Rodríguez y de los Morales, fui a ver a los hijos de doña Trinidad, quienes eran buenos amigos de mi mami, y avisé por teléfono a mis primos de Guayaquil y a la familia de Jipijapa. Al poco tiempo la familia que venía de Guayaquil organizó algo que parecía un paseo familiar, alquilaron un bus, tomaron whisky todo el camino y llegaron a hospedarse en casa de mi mami, que era mi casa también. Avisé temprano sobre la muerte recién ocurrida, a eso de las ocho de la mañana, y a las seis de la tarde ya estaba llegando el bus a Portoviejo; habían parado en Cascol a comer y traían dulces de Rocafuerte conseguidos en la carretera. La misa sería al día siguiente, a las doce, y a la una sería el sepelio que yo misma me estaba encargando de organizar; todo personalmente, pues mis hermanos venían de afuera y llegarían para alcanzar apenas a presenciar una hora de velorio, la misa y el sepelio. En la funeraria no tuve mayores inconvenientes, pues había contratado para mí un nicho en Parques del Recuerdo, y solo tuve que frmar papeles para que lo pudiera usar el cuerpo de mi mami. Me ofrecieron todo tipo de cosas raras,


73 desde música hasta el servicio de unas lloronas. La señorita me decía ay, ñiña, lo que pasa es que no a todos los muertos los quieren igual, y hay familias que se avergüenzan de que la gente no llore a sus muertos, y por eso contratan a alguien que llore por ellos para que no parezca que nadie quería al occiso, y también hay veces que la gente las contrata para que el muerto parezca más ilustre de lo que en realidad fue, usualmente los parientes de los políticos muertos hacen eso. También me ofrecieron los servicios de una soprano, la lectura de poesías, guitarristas para la misa con repertorio especializado, entre otras cosas, pero la verdad es que a mi mami la mataba la vergüenza ajena y no le podía hacer eso. Esa mañana me quise poner un vestido negro que guardaba para ocasiones como estas, pero como no había tenido un sepelio hacía tiempo el vestido olía a guardado y no podía ponérmelo así. Creo que hasta tenía manchas de veragua, así que busqué un pantalón y una blusa negra, tenía algunas porque esos días trataba de usar colores oscuros para no verme tan gorda; encontré un sombrero Montecristi de mi mami que ella siempre decía que me quedaba lindo, y salí temprano para preparar los últimos detalles. También metí en mi cartera negra unos abanicos que mi mami usaba para ir a la iglesia, unos bien bonitos con motivos españoles. Al pasar por el cuarto de mi mami me atacó una tristeza horrible, empecé a


74 darme cuenta de que ella no volvería a estar ahí nunca más, y que esta ya no sería la casa de mi mami, que sería mi casa, la de una mujer sola. Y es que después del divorcio no me quedaron muchas ganas de rehacer mi vida con nadie, me daba pereza; así que me pegué a mi mami, me vine a vivir a su casa con el bebe y así estuvimos años hasta que ella murió. Ella siempre me culpó del divorcio, le perdonaba todo a Carlos, siempre estaba de su lado. Nunca pude entender por qué ella defendía todo lo que hacía mi marido, si bien que sabía en todo lo que andaba, pero igual nunca me perdonó por tomar la decisión de separarme, especialmente a partir de que regresé a la casa, cuando las cosas se complicaron. Éramos como dos solteronas, pues ella era viuda hacía muchos años y yo llevaba más de cinco divorciada, y ahí estábamos las dos viendo cómo sobrevivir, pagar las cuentas y contarnos las cosas que nos pasaban durante el día: ella me repetía que todo estaba carísimo, que ya no había los productos de antes, y yo le contaba cómo estaban las cosas en la cooperativa. Las dos teníamos problemas para dormir y a esa hora no queríamos saber de nada, y al fnal de la tarde nos juntábamos para comer, conversábamos un ratito con el bebe, y luego seguíamos cada una para nuestro cuarto, yo a hacerme cargo del bebe y ella a ver televisión o a leer alguna revista. En medio de esa rutina, un día en la mañana la encontré a mi mami gimiendo y con cara de


75 terror, el bebe me ayudó a cargarla y la llevamos a la clínica, para que ella entre en coma y nos toque tomar la horrible decisión de desconectarla. Cuando los doctores me preguntaron si yo autorizaba desconectarla, yo solo moví la cabeza de arriba hacia abajo varias veces y me tocó frmar papeles, pero no pude nunca pronunciar palabra, solo pensé en lo que me habían dicho de los costos, el sufrimiento, la calidad de vida, y lo vana que resultaría la espera, pues fnalmente mi mami no volvería a despertar, y tenía riesgo alto de morir de todas formas. Así que me llené de fuerzas y moví la cabeza, tenía los ojos cerrados, y pensaba en cómo sería físicamente el instante de la desconexión, si de verdad era solo desconectar de la pared algún artefacto o si era algo más. Nunca lo supe y tampoco quise averiguarlo. Cuando entré a la habitación, ella ya no tenía los tubos en la nariz y respiraba con difcultad, tenía la boca abierta y no se movía, solo el involuntario entrar y salir del aire. El sacerdote que ofció la misa no había conocido a mi mami, ella trabajó en las obras sociales de la iglesia y el padre Rogelio siempre la confesaba y hablaba muy bien de ella, pero él estaba fuera del país esos días, así que hablamos con el párroco para que él diera la misa. Habló generalidades sobre cómo debemos los católicos enfrentar la muerte, que oremos por el alma de mi mami, que seguro ella estaría ya en los brazos del


76 Señor, que el Señor es mi pastor nada me faltará, y trató sin mucho éxito de relacionar el hecho de la muerte con el pasaje de la primera lectura del libro de Job. En cada una de las ocasiones en que pidió por el alma de mi mami, no se acordó del nombre y lo tuvo que leer, leía su nombre completo incluyendo su segundo nombre, cosa que ella odiaba y que me olvidé de advertirle al cura antes de la misa. A la salida de la iglesia me topé con mis dos hermanos, que ya habían llegado de Nueva York, alcanzaron con las justas al fnal de la misa por un retraso de su vuelo; me abrazaron, lloraron por varios minutos y me acompañaron hasta el carro, luego ellos fueron a ver a mis primos para cargar el ataúd. Me pareció que uno de mis hermanos me dio el pésame. Luego de eso sepultamos a mi mami, nos quedamos unos minutos en silencio, y fnalmente nos fuimos a la casa, donde estaban mis primos, tíos y hermanos, y no tomó mucho tiempo hasta que toda la casa fuera una sola carcajada que recordaba las cosas graciosas de mi mami. Hay muchas cosas de ese día que vuelven, pero una en particular no me deja, y es que me tocó ir a ver el cuerpo de mi mami antes del velorio: me llamaron para hacer algo parecido a un control de calidad, aprobar la ropa con la que íbamos a enterrarla, que el maquillaje no fuera muy escandaloso, en general que todo estuviera en su lugar, y tocarla por última vez, porque antes de


77 pasar el ataúd a la sala de velaciones le pondrían un vidrio para que se la pudiera ver sin que nadie la tocara, y así se iría el cadáver hasta el nicho, donde sellarían el hueco con ladrillo y cemento, le pondrían una lápida, y hasta ahí llegaría todo. Cuando me acerqué a darle un último beso sentí un olor extraño, y entendí lo que mi mami quería decir. Ella se había equivocado. Trinidad Piñarrieta no olía a cofre, mami, no era eso, ella olía a muerto, olía a muerto y nunca te diste cuenta. Cuánto nos hubiéramos reído.


79 La Reina de Jamaica El aterrizaje no estuvo tan mal después de todo. El avión se movió un poco, pero como todo en este viaje, no se movió lo sufciente como para que pasara algo. Porque la historia de Dylan tiene algo de eso, es la crónica de cosas que no pasaron, que pudieron pasar pero no fueron. Mi condición de fanático de su música no me permite juzgarla sin caer en su apasionada defensa, pero sin duda vamos a entrar a un territorio de especulaciones y de preguntas que no tienen respuesta. ¿Qué hace que una mujer con un brillante futuro en la industria musical decida retirarse y llevar una vida sin sobresaltos y sin mayores emociones? ¿Quién cambia la luz de un escenario y los aplausos por un mostrador en un banco? ¿Quién, los acordes y pentagramas por los balances y estados de cuenta? Hablo desde la perspectiva de quien está cambiando poco a poco la música (no se olviden que aún conservo mi banda y ocasionalmente ju-


80 gamos a ser rock stars en algún bar de la calle Panamá) por las letras y la crónica periodística, y por eso quizá no puedo dejar de pensar en ella y en la emoción que me causa conocerla, tener la oportunidad de conversar con ella sobre su música, sobre la industria y sobre su vida, ante todo de su vida. Porque no es mi intención que esta sea una crónica de su trayectoria como artista, la cual no amerita más que unas pocas líneas por su fugacidad, sino que pretendo ante todo encontrar a la mujer de las decisiones, me propongo sentarla frente al momento en que tomó la decisión de dejar la industria, y que escarbe en su memoria las razones para ello. Quién sabe qué haya ahí para mí. Aterrizamos en el aeropuerto de Kingston y nos fuimos directo al hotel que la revista nos había asignado. De la capital al pueblo de Dylan hay unas tres horas por caminos en pasable estado. Ella vive en Linstead, St. Catherine, un pequeño pueblo sin mayores aspiraciones, con una estructura colonial compuesta de la trilogía parque-iglesia-cabildo, como centro alrededor del cual se construye la vida del pueblo y sus habitantes, con horarios de atención que nunca se extienden más allá del comienzo de la tarde, y numerosos perros callejeros que adivino viven de la generosidad de los vecinos. En este contexto me toca buscar a Dylan, la llamo por celular y generosa me da indicaciones sobre cómo llegar


81 a su casa, que no es otra que una casa vecina a la casa donde creció y de donde salió hacia Kingston en busca de los titanes de la época, quienes le prometían ponerla en lo más alto de la esfera musical y que la ubicaban en el frmamento junto a Alton Ellis, Hopeton Lewis y Duke Reid, cosa que sucedió de muchas maneras. Y sí, no la conocí por primera vez esa tarde que sostuvimos la entrevista en su casa, pues ya habíamos tenido contacto por redes sociales y por teléfono, llamadas y mensajes que contestaba personalmente, pues a diferencia de una estrella de rock, esta jubilada no tenía agente, ni asistentes, ni una estructura que la sostuviera en un manto de misterio necesario para agrandar su leyenda. Ya pasa los setenta años, su voz suena cansada, su acento jamaiquino se ve atenuado probablemente por los años que pasó en el mundo bancario y corporativo, porque esta mujer, que hoy luce un importante sobrepeso, solía ser una diosa con una voz privilegiada y una fgura deslumbrante, que un día dejó el showbiz por una carrera en un conocido banco de New York. ¿Qué queda de la estrella del rocksteady? Porque la historia de Dylan es cualquier cosa menos una leyenda. No hay nada muy oculto, las pocas cosas que pasaron no dejaron oportunidad para la especulación. Y es así que ella misma nos cuenta parte de su historia cuando comenzamos la conversación en la sala de su casa, oscura, po-


82 bremente decorada, y con el sufciente polvo para dejarme con algunas molestias en la nariz. La sala era de un solo ambiente compartido con un comedor atajado en una esquina, la cocina tipo americana y un pequeño corredor desde el que se divisaba el ingreso a un dormitorio antecedido por un pequeño estudio con ventana hacia la calle desértica. En el estudio, una modesta biblioteca exhibía unos tomos que ella no me dejó escudriñar. Le expliqué los protocolos previos, le pedí permiso para tomar fotos de la casa y de ella, a lo cual accedió de mala gana, suavizando su molestia con bromas acerca de los periodistas y nuestro rol morboso. «Sus periódicos y revistas populares son como esos comedores de la benefcencia» dijo, pero no se molestó en explicar, y hasta el momento en que escribo este testimonio pienso si esa frase tiene algún sentido, y presiento que me perseguirá algún tiempo. Tomamos asiento en un duro mueble de madera y cuero curtido, que parecía chillar de dolor cada vez que alguien se sentaba en él o se movía una vez sentado. Si la conversación hubiera tenido una banda sonora, habría sido la de ese mueble con su cuero viejo chillando. Comenzamos nuestra entrevista, que se desarrolló en inglés y no estuvo exenta de difcultades para entendernos (peor aún para escribirla posteriormente, por lo que la traducción y sus malos entendidos son responsabilidad mía).


83 Pablo Cevallos: ¿Desde cuándo vives en esta casa? Conociendo parte de tu historia, me sorprende encontrarte aquí. Dylan Phillipe: Vivo acá desde que enviudé. Mi esposo falleció hace unos cinco años y mis hijos ya tienen sus familias y viven en Nueva York, pero yo decidí regresar a mi pueblo natal, a vivir cerca de la casa donde me críe. Yo crecí en una casa a unas pocas cuadras, que mis papás en algún momento decidieron vender. Bueno, para ser honesta, en este pueblo todo está a unas pocas cuadras. PC: Pregunto esto porque esperaba encontrarte viviendo en una casa lujosa de la capital, luego de tu carrera en el banco y las referencias que obtuve. DP: Sí, tengo una casa en la capital: la arriendo y vivo de eso y de mis ingresos de jubilación. Aquí se detiene la entrevista por primera vez, pues ella se muestra inquieta sobre el sentido de las preguntas iniciales. Me dice que ella entendía que la entrevista sería sobre su brevísima trayectoria artística, que no entiende qué tienen que ver su situación económica y su carrera en el banco. Le explico que sobre su carrera artística escribí ya hace unos años una reseña, que lo que ahora me interesa es indagar las razones sobre su decisión de abandonar la música, pese a su éxito tan repentino, que muchos hubiéramos esperado que ella continuaría y no abandonaría a su público.


84 No le agrada la idea, pero dice que sobre eso sí tiene algo que decir. PC: Dylan, cuéntanos algo sobre los años previos a Queen of Jamaica, ese primer y único álbum que grabaste. DP: No fue lo único que grabé: pasé dos años grabando singles y dúos, pero como álbum efectivamente eso fue lo único. Yo cantaba en la iglesia del pueblo, los responsables del culto reclutaban a los niños locales para el coro e incluso traían niños de otros pueblos para que el coro fuera realmente un tributo a Dios. Siempre he pensado que la religión que gane la batalla fnal será aquella que logre producir la mejor música (se ríe escandalosamente). Ya tenía catorce años y me seguían pidiendo que colaborara con la primera voz del coro, y a los vecinos les encantaba escucharme y siempre a la salida me hacían buenos comentarios sobre mi voz. Mi mamá pensó que sería buena idea que yo me probara en los coros de las iglesias de Kingston, y eso hicimos en varias ocasiones que viajamos con ella; ahí fue que comenzó todo. El que luego sería mi productor buscaba siempre segundas voces para sus producciones en las iglesias de la capital, y así me descubrió. A raíz de eso empecé a vincularme con las productoras y con artistas locales que ya tenían trayectoria y que estaban manteniendo permanente contacto con Nueva York. En esa época, todos queríamos ir a


85 Nueva York, allá estaban pasando cosas. Empecé a grabar canciones sueltas en un estudio en Kingston, hasta que mi mamá autorizó mi viaje y me fui con la gente de Duke (se refere a Duke Reid, nada más y nada menos) a grabar ese primer disco, que estaba compuesto enteramente de covers de canciones que por ese momento estaban sonando. El proceso de grabación tomó varias semanas, pero se logró un producto muy depurado. Canciones como Make me Yours, Picture on the Wall, Woman of the Guetto, Te Love Tat a Woman Should Give to a Man, Perfdia… empezaron a sonar en radios y bares casi al día siguiente de su lanzamiento. Yo vivía como en un cuento de hadas esos días. PC: Luego del lanzamiento de tu disco te fuiste de gira. DP: Recorrimos USA, principalmente la costa este: estuvimos en bares, festivales y programas de radio, incluso dimos un par de conciertos con buena acogida. Todo era arreglado por Duke y sus amigos, él siempre fue un hombre infuyente: a pesar de su juventud, ya tenía abiertas las puertas de todos los estudios y escenarios posibles. Era una época en que los negros se pusieron de moda, y él estuvo en el momento indicado. PC: ¿Tú no estuviste en el lugar y el momento indicado? Me da esa impresión… DP: ¿Indicado para qué? PC: Para tener éxito.


86 DP: Si por éxito entiendes lo que me pasó, estuve en el momento y el lugar indicado. PC: ¿No había condiciones para tu música entonces? DP: Claro que sí, había condiciones para que mi música se hiciera conocida y que el público la disfrutara. Pero yo empecé a no soportarla, ya no disfrutaba lo que me estaba pasando. PC: ¿Qué no soportabas? DP: Que un par de hombres mayores que yo, con un poder sobre mí, y que ya habían pasado por las difcultades que un negro pobre puede atravesar para surgir, me estuvieran haciendo algo como lo que me hicieron. PC: ¿Qué te hicieron? DP: Es difícil contarlo. Me causa mucha amargura y me hace retornar a esos momentos de tanta decepción. PC: ¿Fue una decepción amorosa? En varias reseñas se habla de un romance entre tú y Duke Reid… DP: Siempre se trata de eso, ¿verdad? Siempre me hacían las mismas preguntas, por eso dejé de dar entrevistas desde que ocurrió la separación. Para la prensa de la época siempre se trató de eso, yo era una mujer decepcionada, una niña enamorada, que tomaba una decisión con el corazón roto, del cual nunca me pude recuperar. Veo que eso no ha cambiado mucho.


87 PC: Es fundamental para nosotros saber las razones por las cuales privaste al público de tu música, que era muy querida en la época. DP: ¿Quiénes son esos «nosotros»? ¿La industria musical? ¿La prensa de espectáculo? Yo no tengo por qué ser una mártir, chico, no pensaba sacrifcarme para que el público pudiera disfrutar de mi música. No lo hice entonces y no lo haría ahora. ¿Por qué tengo que llevar mi carrera hasta el sacrifcio? No soy ninguna heroína. Yo no quería que mi música fuera una causa, quería que fuera mi empleo, y que eso me permita disfrutar de mi dinero. Me engañaron y se llevaron mis derechos; entonces, mientras no encuentre la forma de recuperarlos, pues sencillo: no canto más. PC: ¿Es eso lo que pasó, Dylan? ¿Se quedaron con tus ganancias? DP: Pues básicamente fue eso, pasaron los años de giras, entrevistas y producciones, y yo seguía siendo una negra pobre de Jamaica, a la que mantenían generosamente sus productores, con súplicas de por medio. Me mantenían con una pequeña porción de mi propio dinero, y el resto se lo gastaban en mi cara y sin mucha vergüenza. Me hicieron frmar un contrato gigante que no entendía y que me perjudicaba: me engañaron y me quitaron todo. Luego de años de eso, me cansé y decidí dedicarme a otra cosa. PC: ¿Qué te detuvo de irte tanto tiempo? ¿Tu relación con Duke?


88 DP: De nuevo con lo mismo. En este momento ella detiene nuevamente la entrevista, y me pide que no insista con lo mismo; entonces le explico que para nuestros lectores esos aspectos son importantes, que ella puede dar su versión, pero que cada lector sacará sus propias conclusiones; que respecto de su relación me interesa transmitir los hechos, que ella tiene la oportunidad de exponerlos, que el reportaje lo abordaría sin tomar ninguna posición al respecto. Ella decide continuar. DP: Yo vivía enamorada de Duke, y tuvimos una relación por años, pero yo no pasé de ser su pequeña amante, era una niña para esa época. Nuestra relación empezó antes de que yo cumpliera los dieciocho años. Creo que él se divertía y yo sufría como la adolescente enamorada que era. Pero, aunque ustedes no me crean, ni me quedé tanto tiempo por él ni me fui por él. Me fui por el dinero, chico. Me cansé de estar agradeciendo que me hubieran sacado de aquí, de Linstead, para llevarme a Nueva York. ¿De qué servía todo eso? Sentía que mi voz y mi talento valían más de lo que me pagaban. Y esos años de abuso hicieron que me decepcionara de la música, no quería vivir de mi voz ni de mi fgura… quería vivir de cualquier otra cosa, cualquiera. PC: ¿No te parece que fue una decisión muy apresurada? DP: Para nada, fue una decisión que medité lo sufciente. Y no me arrepiento, para nada, amo lo


89 que fui y lo que soy. Siempre soñamos con la fama, el éxito y, en mi caso, vivir de la música; pero si no se pudo, no voy a sentarme a llorar. PC: Puedo entender tus razones Dylan, pero ¿un banco? DP: Fue lo que se presentó ese momento: fue una oportunidad, no quería regresar a Jamaica y por los días en que esperaba que Duke regresara a la ciudad, cerca de mi casa buscaban chicas para atención al cliente en un banco, y decidí aplicar. Cuando Duke regresó yo ya me había mudado; me fue a buscar, tuvo que esperar su turno para poder hablar conmigo en la sucursal donde yo atendía, porque me negaba a recibirlo en mi casa y más aún a tomar un café. No volvimos a hablar. Él siguió su carrera musical y produjo a muchos otros artistas. Yo seguí mi camino, hice carrera en el Banco, escalé posiciones, llegué a dirigir la operación de varias sucursales, gané dinero. Luego me casé con Tomas: él me persiguió desde que fue mi cliente los primeros años en que trabajé en la sucursal, y tuve mis dos hijos. No veo nada de malo. PC: ¿Volviste a cantar después de eso? DP: Todo el tiempo, chico. Cada vez que volvía a Jamaica me organizaban pequeños conciertos en Kingston, cantaba en mi iglesia de Linstead, en las reuniones familiares no me perdonaban que no cantara, en los aniversarios del banco, y en cuanta ocasión se me presentara. Yo


90 no me perdí de nada, fueron ustedes los que se perdieron de escucharme. PC: Yo te sigo escuchando, Dylan. Hoy es más fácil encontrar tu música. DP: Muchas gracias, pero ten presente a quién enriqueces cuando la escuchas. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que si algo me quedaba por preguntar, ya había perdido la oportunidad. Decidí agradecerle, preguntarle por su salud, por sus hijos, y despedirme. Le pedí que se tomara una selfe conmigo, pero me dijo que le parecía poco profesional de mi parte. Me despedí y emprendí el camino de regreso al hotel en Kingston. La sensación luego de la entrevista no podía llamarse decepción. Había entrevistado a uno de mis ídolos musicales, pero estaba seguro de que el resultado era pobre, que no había logrado mi objetivo. Fui en busca de una historia sobre luchas y decisiones difíciles, y no creo haberla encontrado. ¿Dylan escogió el camino fácil? ¿Se rindió muy pronto? En el avión de regreso a casa, no podía dejar de pensar en un retrato familiar que colgaba de la pared de su sala y que no nos dejó fotografar.


91 Como burros, pero lindísimos Estefanía estaba triste porque en unos días Sebitas se iría a vivir a los Estados Unidos. Al buen Pedro le habían ofrecido un trabajo en alguna ciudad de Carolina del Norte, y era una oportunidad que no podía dejar pasar. Su esposa, Manuela, entendió inmediatamente, así que escogió no dar la pelea y aceptó la idea de irse. Sebitas tiene diez años, es rubio, blanco, lindo. Mi hijo Gabriel está por cumplir los once y es amigo de Sebitas desde que llegamos a Quito. Estefanía, mi mujer, se ha hecho muy amiga de Manuela, y siempre salen juntas. Cada vez que le pregunto qué hace cuando sale con Manuela, me contesta lo mismo: hablar huevadas. Con Pedro mi relación es cordial y distante, mientras que con Manuela siempre conversamos y buscamos la oportunidad de reírnos, a ella le encanta la literatura y eso nos da de qué hablar. Ella trabaja, o al menos lo hará hasta el fn de semana, en la


92 hacienda familiar, y es la única de sus hermanas que mete las manos en la tierra. La verdad es que nunca me afectó mucho la noticia de que se iban, salvo quizá por la pena de que Gabriel se separe de Sebitas. Pero cuando recordé lo de Saverio, me di cuenta de que era posible que Gabriel sufriera, y que no sería cualquier sufrimiento: quizá no se le pasaría tan rápido. La primera vez que Gabriel me habló de Sebitas fue cuando me preguntó si Colombia era un valle, y le dije que no, que era un país, y le expliqué que dentro de Colombia había muchos valles, sin tener claro de dónde venía la pregunta; él me contó sobre su amigo que venía del valle de Colombia. Estefanía más tarde me explicó que el niño se llamaba Sebastián del Valle Coloma, y que ella había conocido a su mamá en las primeras reuniones de padres de familia. Que Sebitas se había hecho muy amigo de nuestro hijo y que habían sido compañeros de aula desde prekínder. Eran una de esas familias donde papá y mamá estaban siempre preocupados por el bienestar de sus hijos, que tenían en su casa todo bien limpio y alineado en su sala, y que a pesar de lo nítidas que lucían sus vidas, no te producían envidia ni tampoco te generaban ganas de rom£perles todo, por lo perfecto que lucía su casa. Eran simpáticos, solidarios y, si lograbas algo de confanza con ellos, te hacían saber las difcultades por las que habían pasado. Era como que trataban de decirte


93 que toda esa belleza y orden había costado muchas lágrimas. Cuando yo tenía la misma edad de Gabriel, vivía en el condominio Las Orquídeas, de la décima etapa de la Alborada, al norte de Guayaquil, y estudiaba en la Escuela Espíritu Santo, que queda sobre la avenida Juan Tanca Marengo. Una mañana de febrero o marzo de 1992, lo recuerdo porque estábamos de vacaciones en la escuela, yo bajaba las escaleras del condominio y vi que en el departamento que quedaba al pie de la escalera, unos obreros cargaban cajas y cosas para meterlas al departamento, y vi entrar a Saverio llevando una lámpara. Me sonrió cuando me vio y seguramente me dijo algo, pero a mí no me hizo mucha gracia. Saverio era compañero mío en la escuela, tenía mi edad y era quizá el mejor futbolista de la clase y el más rápido corriendo. Por alguna razón el atletismo era importante entre los niños del Espíritu, y la profesora más temida era justamente la de atletismo, una licenciada llamada Fátima Navarro: una señora alta, grande, fuerte, negra, siempre en unos calentadores que se le apretaban contra las nalgas y, por supuesto, siempre un silbato colgándole del cuello, lo usaba tanto para marcar la salida de los corredores en las prácticas y competencias, como para llamar a los estudiantes o para regañarlos. Saverio era deportista y muy amiguero; a pesar de sus malas notas en el colegio, los profesores lo


94 querían y siempre lo mencionaban o le dirigían unas palabras en clase. Era de esos niños queridos que aún sin intentarlo, llamaba la atención de los adultos. Es tan menudito, decía la profesora de inglés sobre Saverio. Yo era buen estudiante, estaba becado, tanto por buenas notas como por la generosidad del doctor Ortega, el rector. Saverio me molestaba, y yo no lo quería para nada, y no es que él fuera un niño problema o un bully, al contrario, trataba de hacerme juego y bromas, se esforzaba por simpatizarme. Alguna vez que no tuve lápices de colores para un trabajo, me los prestó y se sentó al lado mío para conversar, pero yo me concentré en terminar la tarea. Yo no tomaba bien ese esfuerzo de Saverio. Por eso me caía mal, porque conmigo lo intentaba mucho. Digamos que los primeros días luego de la mudanza, nos empezamos a ver para jugar fútbol en el barrio o para andar en bicicleta. Luego empezamos a intercambiar visitas en nuestras casas. Saverio aseguraba que jugaba en el interbarrial de Diario El Universo, con un equipo llamado Werder Bremen, y que había anotado varios goles ya. El Campeonato Interbarrial de Diario El Universo me parecía en esa época como una cosa gigantesca, con montones de equipos y jugadores, y lo más importante: las noticias del interbarrial salían a página entera en el mismo diario, y yo a esa edad ya leía los periódicos. Me parecía increíble la posibilidad de que el nombre


95 de Saverio saliera en el periódico, y desde esa vez que me contó sobre el Werder Bremen y el Interbarrial, me puse a buscarlo en las noticias; quizá tomó varios días, pero fnalmente lo encontré en la lista de los jugadores que habían anotado, en la tabla de goleadores: Saverio Morbioni, del Werder Bremen, cuatro goles. En la misma página aparecían las tablas de posiciones de los equipos en los distintos grupos, y el Bremen iba último en su grupo. Parece que el talento de Saverio no era sufciente. La noticia del fracaso del Werder Bremen me alegró, y apenas lo leí, le pedí permiso a mi mamá para bajar donde Saverio, y fui a buscarlo con ganas de burlarme de él, pero no lo encontré ese día, y me tuve que contentar con decírselo varios días después, sin poder enseñarle el diario. El cuarto de Saverio tenía una ventana hacia la parte de adelante del condominio: si uno iba a la planta baja, al pie de la escalera estaba el departamento de la familia Morbioni, y si uno se daba la vuelta a la escalera, podía encontrarse una ventana, ahí estaba su cuarto. Con el tiempo aprendí que no era necesario tocar el timbre de su casa para llamarlo, sino que bastaba acercarse a la ventana y gritar su nombre, y si no estaba en su cuarto daba lo mismo, desde esa misma ventana se escuchaba todo en el depar, así que Saverio inevitablemente aparecía. La ventana tenía rejas y tela metálica, unos vidrios plegables y no tenía cortina, pero el vidrio cerrado no dejaba ver ma-


96 yor cosa hacia adentro. A veces me acercaba a la ventana y me quedaba parado ahí, tratando de escuchar y ver lo que pasaba cuando yo no estaba con él. Fue así que me enteré de que Saverio aún se orinaba en la cama. Un sábado me acerqué temprano a la ventana para preguntarle si quería ir a jugar fútbol a la cancha de tierra, pero antes de que pudiera decir su nombre escuché cómo su mamá le gritaba de una forma que me llenó de miedo; sentí el impulso de correr, luego quería ayudarlo, pero fnalmente me quedé en silencio en la ventana, agachado para que no pudieran verme, escuchando todo. La mamá gritaba escandalosamente, le decía te measte de nuevo, muchacho de mierda, hijueputa, hasta cuándo vas a hacer lo mismo, ya tienes once años y te sigues meando la cama, anda lávala tú mismo, yo no voy a seguir soportando esto, por mí que duermas en tu propio meado, y cosas por el estilo. Sabía que su mamá le gritaba a él, pero nunca lo escuché contestarle ni tampoco llorar: no hacía ruido alguno. Yo no le conté a Saverio que estuve ese sábado en su ventana, pero un tiempo después tuvimos una pelea en la escuela, y yo como respuesta le dije que vaya a su casa a orinarse en su cama, y le conté a todos los niños que estaban cerca en ese momento que Saverio se meaba. No recuerdo si se rieron de él ni cómo terminó todo, pero sí tengo claro que después de eso seguimos


97 jugando al fútbol en el barrio, y que pudimos seguir siendo amigos. Con Saverio aprendimos a hacernos la paja un día en que el hermano de uno de los vecinos con los que jugábamos fútbol nos preguntó si nos la habíamos hecho alguna vez. Ninguno de los dos sabía de qué nos hablaba. Luego de una breve explicación, recuerdo que nos quedamos sorprendidos, hablamos y nos reímos. Ese día en la casa de Saverio decidimos intentarlo, yo me fui al baño y él se metió al clóset, y después de unos minutos nos juntamos. Cada uno enseñó su pene infantil a través del pantalón, para mostrarlo erecto como prueba de que lo habíamos hecho, y nos preguntamos mutuamente si había salido algo, y la respuesta fue la misma, a ninguno le había salido nada. Él se reía muchísimo, yo estaba con una sensación como de culpa, tenía claro que habíamos hecho algo que no debíamos, pero la risa de Saverio era muy contagiosa, y no podía evitar seguírsela. Jugábamos en una cancha de tierra que algún vecino construyó en los terrenos vacíos al frente del condominio. Un día llegaron unas volquetas y derramaron tierra en el terreno, lo aplanaron, pusieron unos arcos de caña, y desde entonces jugábamos ahí. Había otra cancha al fnal de la cuadra, pero como no se veía desde el condominio, nuestros papás no nos dejaban ir, aunque a veces nos escapábamos a jugar allá con unos mu-


98 chachos más grandes. En la calle de al lado del condominio también jugábamos, era adoquinada y no tenía salida, terminaba en un parque donde a veces nos mecíamos en los columpios o armábamos una cancha de vóley amarrando una cuerda entre dos árboles. Ahora que lo pienso, hacíamos muchas cosas que yo a Gabriel no le permito hacer sin que un adulto lo esté supervisando. Fue en esa calle adoquinada donde le pegamos un pelotazo al carro de Gus Machado. El dueño de ese carro no se llamaba así, pero tenía arriba de la placa ese nombre, y el señor salió histérico a reclamarnos porque el pelotazo había activado la alarma. Saverio y yo corrimos a escondernos en el parque, pero Gus Machado nos encontró y nos regañó. Hasta ahora mi mamá se acuerda de esa historia. Años después me enteré de que Gus Machado era el nombre de un distribuidor de Ford, y que por eso el carro tenía ese nombre. Si buscas en internet a Gus Machado, sabrás que es un señor ya anciano, se lo ve muy feliz en las fotos. A veces también nos íbamos a un canal de aguas lluvias que quedaba junto a la cancha del fnal de la cuadra, y armábamos cañas de pescar amarrando un pedazo de pan al fnal de una piola. Nunca pescamos nada porque el canal también llevaba aguas servidas (lo supe muchos años después), y más allá de ser un criadero de mosquitos, no había ningún tipo de vida ahí.


99 En ese parque al fnal de la calle adoquinada, jugábamos con otros niños al burrito de San Andrés, que era un juego donde un grupo de niños hacía una fla y se agachaba para agarrarse de la cintura y meter su cabeza entre las piernas del niño que estaba adelante, de tal forma que las espaldas de los niños agachados formaban un lomo, y los restantes tenían que correr y saltar apoyándose en la espalda del último niño en la fla, y caer en la espalda del que estaba primero, y sentarse; y el segundo niño corría y debía saltar y sentarse en la espalda del niño que estaba segundo, y así sucesivamente; una vez que ocupaban la espalda del último niño, el burro, es decir, el grupo de niños agachados, debía empezar a moverse para tumbar a los que estaban sobre el lomo. Se jugaba en grupos de al menos ocho niños. Cuando Gabriel sale al parque de la esquina de la casa, nunca hay más de dos. Saverio vivió en ese departamento un par de años, y cuando me enteré de que se iba a cambiar de casa, todo ocurrió muy rápido. Se mudó a Urdesa y no recuerdo haber podido despedirme. El día que Saverio se iba me acosté en mi cama a llorar y mirar el techo, y lloré mucho tiempo, no quería que se fuera. A decir verdad, yo quería que Saverio fuera mi hermano y que viviera en mi casa para siempre. Le propuse a mi mamá que se quedara con nosotros, que su mamá le gritaba y lo trataba mal, que podíamos compartir el cuarto


100 y que yo lo trataría bien. Mi mamá se dio cuenta de que había estado llorando y quiso abrazarme, pero yo me metí a bañar para no tener que hablar y que se me fuera la cara de llanto. Seguimos siendo compañeros de escuela con Saverio, pero poco tiempo después ambos entramos a la secundaria, yo me fui a otro colegio y no recuerdo haberme visto con él nunca más. Hace unos años lo vi en la televisión, estaba dando una rueda de prensa como directivo de la Federación Ecuatoriana de Fútbol. Estaba calvo, pero su cara era tal como la recordaba. Llevé a Gabriel a la casa de Sebitas para que se despidieran. El día en que viajaban fuimos temprano porque los Del Valle Coloma estaban muy ocupados con los preparativos, y más tarde no tendríamos oportunidad de verlos. Manuela aún en pijama me agradeció por llevar a Gabriel, y los niños se vieron, hicieron bromas entre ellos, y se despidieron de lejos asiéndose de las manos. Manuela y yo tuvimos que obligarlos a darse un abrazo, cosa que los puso un tanto incómodos. Luego nos fuimos rumbo al ascensor, donde le pregunté a Gabriel si estaba bien, a lo que me contestó que sí, y me pidió que fuéramos a comer algo pues habíamos salido de la casa sin desayunar. Mi mamá y mi papá se fueron a vivir a los Estados Unidos hace algunos años y, en una visita que les hice, vi que cerca de su casa había un


Click to View FlipBook Version