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Published by , 2017-03-15 07:33:46

Cirque du Freak 01 - Darren Shan

Cirque du Freak 01 - Darren Shan

importa cuánto tiempo necesite.
¡Algún día, Vur Horston, le seguiré
la pista hasta cazarle y le mataré
por haberme rechazado!

Steve bajó del escenario de un
salto y corrió hacia la salida.

–¡Algún día! – gritó por
encima del hombro, y oí cómo se
echaba a reír mientras corría; era
una risa enloquecida.

Steve se había ido y yo me
quedé a solas con el vampiro.

Míster Crepsley, sin moverse
del lugar, se quedó sentado mucho
rato con la cabeza entre las manos,
escupiendo restos de sangre sobre
la tarima. Se limpió los dientes con

los dedos, y luego con un enorme
pañuelo.

–¡Niñatos! – resopló en voz
alta, y se puso en pie mientras
seguía limpiándose la sangre de los
dientes; echó una última mirada al
patio de butacas (me agaché aún
más, por miedo a que me
descubriera), dio media vuelta y
desapareció entre las bambalinas.
Vi cómo la sangre goteaba de sus
labios mientras caminaba.

Me quedé donde estaba
durante mucho, mucho tiempo. Fue
duro. Nunca en mi vida había
estado tan asustado como entonces
en aquel palco. Sólo deseaba

escapar de allí tan rápido como mis
piernas me lo permitieran.

Pero me quedé. Me obligué a
esperar hasta que estuve seguro de
que ninguno de los freaks ni de los
ayudantes andaban por allí, luego
me deslicé lentamente por el palco,
bajé las escaleras, entré en el
pasillo, y por fin salí a la noche.

Me quedé delante del teatro
unos instantes, mirando la luna,
observando detenidamente los
árboles hasta que estuve seguro de
que no había vampiros al acecho en
ninguna de sus ramas. Luego,
intentando recuperar la serenidad,
corrí a casa. ¡A mi casa, no a la de

Steve! En aquel momento no quería
estar cerca de mi amigo. Steve me
daba casi tanto miedo como míster
Crepsley, ¡quería ser un vampiro!
¿Qué clase de lunático desea
realmente ser un vampiro?

CAPÍTULO DIECISÉIS

Aquel domingo no telefoneé a
Steve. Dije a mis padres que
habíamos medio discutido, y que
por eso había vuelto a casa más
temprano. No les gustó nada, sobre
todo el hecho de que hubiera tenido
que volver solo a casa tan tarde.
Papá dijo que me dejaba sin paga
por un mes. No discutí. Tal como yo
lo veía, todavía salía bien parado.

¡No quiero ni pensar lo que me
hubieran hecho si llegan a enterarse
de lo del Cirque du Freak!

A Annie le encantaron los
regalos. Se tragó los caramelos en
un santiamén y jugó con la araña
durante horas. Hizo que le
explicara hasta el último detalle del
espectáculo. Quería saber qué
aspecto tenían todos y cada uno de
los freaks y lo que habían hecho.
Puso los ojos como platos cuando
le hablé del hombre lobo y de cómo
le había arrancado la mano a una
mujer de un mordisco.

–Me estás engañando. No
puede ser verdad -dijo.

–Pues lo es -juré.
–Júramelo.
–Te lo juro.
–¿Me lo juras por tu vida?
–Te lo juro por mi vida -le
dije-. Que me quede ciego si
miento.
–¡Vaya! – gritó
sofocadamente-. Me hubiera
gustado estar allí. Si vuelves a ir,
¿me llevarás contigo?
–Por supuesto -dije-, pero no
creo que el espectáculo freak venga
a menudo por aquí. Siempre están
de gira.
No le dije nada a Annie de que
míster Crepsley fuera un vampiro,

ni de que Steve quisiera convertirse
en uno de ellos, pero no dejé de
pensar en ellos todo el día. Quería
telefonear a Steve, pero no sabía
qué decirle. Se empeñaría en
preguntarme por qué no había
vuelto a su casa, y yo no quería
explicarle que me había quedado en
el teatro y le había espiado.

¡Increíble, un vampiro de
verdad! De pequeño pensaba que
existían, pero mis padres y
profesores me habían convencido
de lo contrario. ¡Bravo por la
sabiduría de los adultos!

Me preguntaba cómo eran
realmente los vampiros, si de

verdad podían hacer todo lo que
decían de ellos los libros y las
películas. Había visto cómo míster
Crepsley hacía volar una silla por
los aires, cómo se dejaba caer
desde el techo del teatro y cómo le
chupaba la sangre a Steve. ¿Qué
más era capaz de hacer? ¿Podía
transformarse en un murciélago,
desaparecer como el humo,
convertirse en rata? ¿Veía su
imagen en el espejo? ¿La luz del sol
podía matarle?

Pero pensaba tanto en Madam
Octa como en míster Crepsley.
Volví a sentir deseos de comprar
una araña como aquélla, a la que

pudiera dominar. Si tuviera una
araña como Madam Octa, podría
unirme a una troupe de freaks,
viajar por el mundo y vivir
aventuras maravillosas.

Pasó el domingo. Miré la
televisión, ayudé a papá en el
jardín y a mamá en la cocina (era
parte de mi castigo por haber vuelto
a casa solo tan tarde), di un largo
paseo por la tarde y soñé despierto
con vampiros y arañas.

Llegó el lunes y había que
volver al colegio. De camino me
puse muy nervioso pensando en lo
que iba a decirle a Steve o en lo
que él pudiera decirme a mí.

Además, no había dormido mucho
durante el fin de semana (no es fácil
conciliar el sueño cuando uno ha
visto a un vampiro de verdad), así
que estaba cansado y flojo.

Cuando llegué, Steve estaba en
el patio, lo que no era habitual. Por
lo general llegaba yo antes que él.
Se había apartado de los demás y
me esperaba. Respiré hondo, fui
decidido hacia él y me apoyé en la
pared a su lado.

–¿Qué hay? – dije.
–¿Qué hay? – contestó.
Tenía profundas ojeras bajo
los ojos; estoy seguro de que había
dormido incluso mucho menos que

yo durante las dos últimas noches.
–¿A dónde fuiste después del

espectáculo? – me preguntó.
–Me fui a mi casa -dije.
–¿Por qué? – preguntó,

mirándome con suspicacia.
–Al salir estaba muy oscuro y

no me fijé por dónde iba. Me
equivoqué en alguna esquina y me
perdí. Para cuando vi algo que me
resultó familiar, estaba más cerca
de mi casa que de la tuya.

Intenté que la mentira sonara
convincente, y noté que dudaba en
si creerme o no.

–Seguro que tuviste problemas
al llegar -dijo Steve.

–¡Dímelo a mí! – refunfuñé-.
Me han dejado sin paga por un mes,
y mi padre dice que voy a tener que
cuidar del jardín hasta la primavera
y ayudar a mamá en todo lo que me
pida. Aún así -añadí con una
sonrisa-, valió la pena, ¿no? Quiero
decir que el Cirque du Freak fue
algo fantástico, ¿o no?

Steve fijó su mirada en mis
ojos por un instante y decidió que
le estaba diciendo la verdad.

–Sí -dijo, devolviéndome la
sonrisa-. Fue genial.

Llegaron Tommy y Alan y
tuvimos que explicárselo todo.
Steve y yo disimulamos bastante

bien. Nadie hubiera dicho que él
hubiera hablado con un vampiro el
viernes ni que yo lo hubiera visto.

Me di cuenta, a medida que
fue pasando el día, de que las cosas
habían cambiado para siempre
entre nosotros. Aunque me creía,
una parte de él desconfiaba. Le
pillé mirándome de una forma
extraña varias veces, como si le
hubiera herido.

Por mi parte, ya no me sentía
tan cercano a él. Me daba miedo,
tanto lo que Steve le había dicho a
míster Crepsley como lo que el
vampiro le había contestado. Según
míster Crepsley, Steve era

malvado. Me preocupaba. Después
de todo Steve estaba dispuesto a
convertirse en vampiro y a matar
para conseguir sangre. ¿Cómo
podía seguir siendo amigo de
alguien así?

Seguíamos charlando acerca
de Madam Octa a última hora de la
tarde. Steve y yo habíamos evitado
hablar demasiado sobre míster
Crepsley y su araña. Nos daba
miedo mencionar el tema por si se
nos escapaba algo. Tommy y Alan
seguían importunando y acabamos
por explicarles todos los detalles
de aquella actuación.

–¿Cómo creéis que dominaba

a la araña? – preguntó Tommy.
–Puede que fuera falsa -dijo

Alan.
–No era falsa -bufé-. Ninguno

de los freaks era un fraude. Por eso
fue tan espectacular. No había duda
de que todo era auténtico.

–¿Y entonces, cómo la
dominaba? – volvió a preguntar
Tommy.

–Quizá la flauta fuera mágica -
dije-, o puede que míster Crepsley
sepa hipnotizar arañas igual que los
hindúes hacen con las serpientes.

–Pero has dicho que míster
Alto también fue capaz de controlar
a la araña -dijo Alan- cuando

míster Crepsley la tenía en la boca.
–Ah, sí. Lo había olvidado -

dije-. Bueno, supongo que eso
significa que tienen que utilizar
flautas mágicas.

–No usaron ninguna flauta
mágica -dijo Steve.

Había estado silencioso la
mayor parte del día, sin decir casi
nada sobre el espectáculo, pero
Steve jamás podía resistir la
tentación de destrozar a alguien con
sus argumentos.

–¿Y entonces, qué utilizaron?
– pregunté.

–Telepatía -respondió Steve.
–¿Tiene eso algo que ver con

los teléfonos? – preguntó Alan.
Steve sonrió, y Tommy y yo

nos echamos a reír (aunque yo no
estaba del todo seguro de lo que
significaba “telepatía”, y me jugaría
algo a que tampoco Tommy lo
sabía).

–¡Imbécil! – se burló Steve, y
golpeó a Alan en broma.

–Adelante, Steve -dije-,
cuéntales lo que significa.

–La telepatía es cuando uno
puede leer la mente de otra persona
-explicó Steve-, o enviarle
pensamientos sin hablar. Así es
como controlaban a la araña, con el
poder de su mente.

–¿Y qué pasa con las flautas?
– pregunté.

–O bien son puro espectáculo
-dijo Steve-, o bien, y es lo más
probable, las necesitan para atraer
su atención.

–¿Estás diciendo que
cualquiera puede controlarla? –
preguntó Tommy.

–Cualquiera que tenga
cerebro, sí -dijo Steve-. Y eso te
incluye a ti, Alan -dijo, sonriendo
para mostrar que no lo creía
realmente.

–¿No será también necesario
utilizar una flauta mágica, saber
cómo tocarla ni nada? – preguntó

Tommy.
–No lo creo -respondió Steve.
Luego cambiamos de tema -

fútbol, creo-, pero yo no prestaba
atención. Porque, de repente, un
nuevo pensamiento había empezado
a darme vueltas en la cabeza,
haciéndome bullir de ideas el
cerebro. Me olvidé de Steve, de los
vampiros y de todo lo demás.

–¿Quieres decir que
cualquiera puede dominarla? – dije.

–Cualquiera con cerebro, sí.
–¿No necesitas una flauta
mágica, ni saber tocarla, ni nada?
–Me cuesta imaginarlo, pero
creo que es innecesaria.

Las palabras de Tommy y
Steve se me quedaron en la cabeza,
no podía dejar de repetirlas
mentalmente, como un CD rayado.

“Cualquiera” podía
controlarla. Y ese cualquiera
podría ser yo. Si lograba
apoderarme de Madam Octa y
comunicarme con ella podría ser mi
mascota y la dominaría y…

No. Era una locura. Quizá
pudiera dominarla, pero nunca la
poseería. Era de míster Crepsley y
no había forma humana de
separarlos, ni con dinero, ni con
joyas ni con…

Vi la solución de repente,




























































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