Título: La Salvación del duende
Anoche en casa, después de cenar y ver un rato la tele, me fui a mi dormitorio
para leer un libro.
Cuando di al interruptor de la luz, encontré a un duende durmiendo en mi
cama. Al principio me asusté un poco y quise llamar a mis padres, pero, al acercarme,
él no se movió y decidí despertarle.
Cuando despertó, le pregunté quién era y me dijo que se llamaba Rivett. Era
muy pequeño, tenía el pelo pelirrojo y sus orejas eran puntiagudas. Antes de contarme
su misión, necesitaba comer y beber algo.
Fuimos a la cocina y, sin hacer ruido para que mis padres no se asustaran, abrí
el frigorífico y le pregunté qué quería comer. Rivett me dijo que le gustaban mucho las
verduras, así que cogí unas zanahorias, unas hojas de lechuga y se las di; de beber, me
dijo que le gustaba el agua.
Qué casualidad que mi madre empezó llamarme:
- Raúl, ¿dónde estás?
Ella vino a la cocina para ver qué estaba haciendo. Menos mal que no vio a Rivett,
porque se escondió debajo de la mesa. Le dije que tenía hambre y que quería comer
algo. Mi madre se sorprendió, ya que a mí no me gusta la verdura, pero le dije que ese
día en el colegio nos habían dicho que las zanahorias eran buenas para la vista, así que
mi madre, sin más preguntas, se fue de nuevo al salón.
Después de que comiese y bebiese, nos fuimos de nuevo a mi dormitorio.
Rivett estaba tranquilo, no tenía miedo de mí, a pesar de la diferencia de tamaño entre
los dos. Le pregunté de nuevo quién era y qué hacía en mi habitación. Él no contesto,
me cogió de la mano con gran esfuerzo, ya que se tuvo que empinar para llegar a mí.
Salimos de casa, dirección a mi “cercao”; eso sí, fue casi imposible, porque tuvimos
que salir de puntillas para no hacer ruido.
Pasamos por el pasillo, ahí nos encontramos con mi perro Pumuki. Me dio la
sensación que ellos ya se conocían, ya que Pumuki ni se inmutó al verlo. Después
pasamos por el salón y allí estaba mi gata Flora. Ella nos miró y no saludo maullando;
también parecía que ya se conocían. ¡Qué extraño todo!
Cuando por fin llegamos a mi “cercao”, justo en medio, vimos un gran agujero.
Al asomarme, me quedé paralizado por lo que había dentro.
Había una puerta, con forma rectangular. Miré sorprendido a Rivett, intentando
buscar una explicación en sus ojos grandes de color verde y en los que sólo tenía 3
pestañas y una ceja.
Rivett abrió la puerta, me agarró con fuerza de la mano y pasamos juntos. Me
temblaba todo el cuerpo. Parecía un sueño. Abrí los ojos y vi más duendes como
Rivett. Todos se parecían muchos, yo los veía a todos iguales. Todo a mi alrededor era
de pequeño tamaño, pero bajando la cabeza podía entrar en las casas y edificios. Había
casas de colores, muchos árboles y flores, un río y un gran lago.
¡Era una aldea de duendes!
Parecía como si hubiera entrado en un cuento.
Todos me miraban y susurraban señalándome. ¡No entendía lo que estaba
ocurriendo!, Rivett, al ver mi cara de asombro, me dijo que estábamos en su planeta,
llamado “Fimy”. Me cogió de la mano y me llevó a un edificio en una isla.
Desde fuera, se veía muy pequeño. Entramos y bajamos por las escaleras; me
quedé asombrado, era un laboratorio muy grande.
Todos los científicos llevaban batas de colores. Había pantallas por todas partes
que mostraban el Planeta Tierra, mi casa y mi familia. No daba crédito a todo lo que
estaba viendo.
Bajamos a otra planta donde había laboratorios con microscopios, ordenadores
y científicos trabajando con unos líquidos de colores.
Yo seguía sin entender por qué estábamos allí. Rivett me cogió de la mano y me
llevó a un sitio apartado donde nadie podía escucharnos y me dijo:
- Estamos intentando ayudar a los humanos, pero nos da miedo salir a la luz.
Estamos haciendo una vacuna para el virus que está destruyendo la
humanidad y necesitamos que seas nuestra voz, a nosotros nos da miedo
hablar con los adultos.
Yo me quedé sorprendido. Le dije que yo solo era un niño y que a los niños no
nos escuchan en temas tan serios como este. También le dije que a lo mejor mis
padres podrían ayudarnos. Pero para eso, necesitaba que Rivett se presentara a mis
padres y confiara en ellos también.
A Rivett no le hacía mucha gracia la idea, pero finalmente accedió. Planeamos
el momento adecuado para dicha conversación y, sobre todo, la manera de hacerlo
para que a mis padres no les diera un patatús.
Estaba decidido, lo haríamos esa misma noche. Así que volvimos a mi casa.
Me resultaba difícil hacerlo, pero decidí ser lo más directo posible. Los desperté
y les dije que me acompañasen al salón donde esperaba Rivett, sentado en el sofá. Allí
les dije:
- Papá, mamá: os presento a mi amigo, el duende Rivett.
Mis padres se quedaron estupefactos. Casi les da un ataque al corazón, mientras
Rivett les saludaba con su manita y se reía. Entonces, mi madre dijo:
- ¿Esto es un sueño? ¡¡¡ De todas formas, voy a por el desinfectante, no lo habrás
tocado!!!, ¿verdad? ¡¡¡¡A ver si va a tener algo contagioso!!!! ¡¡Ve ahora mismo
a lavarte!!
Mi padre, con cara de sorpresa se sentó en una silla, a una distancia prudencial de
mi amigo.
Cuando mi madre volvió, con su mascarilla, guantes, trapos y el desinfectante,
le dije que no se preocupara. Rivett no tenía nada contagioso o, al menos, eso creía yo.
Y mi madre, aunque desconfiada, pareció tranquilizarse un poco y se sentó en otra silla
al lado de mi padre, que seguía sin decir palabra.
Rivett les contó que su pueblo estaba desarrollando una vacuna para acabar
con el virus llamado “divoc-91”. Estaban buscando a un niño para que les ayudara y
excavando, excavando por los “cercaos”, habían llegado al nuestro. Pero ahora había
que encontrar un remedio, una forma para que esta vacuna llegara a los humanos,
pero sin que estos supieran su procedencia; si se enteraban que existía el planeta
“Fimy” podrían eliminarlo.
- Entonces, ¿qué deberíamos hacer? -preguntaron mis padres -.
Rivett les contestó:
- Seguramente que mi planeta haya perfeccionado la vacuna, pero necesitamos la
ayuda de Raúl, a nosotros no pueden descubrirnos.
Dicho y hecho, todo estaba preparado. Teníamos en nuestro poder la primera
vacuna para vencer al divoc-91. ¡Qué emocionante! Íbamos a combatir al virus.
- Bueno, ¿y ahora que hacemos, Rivett? - pregunté emocionado.
- “¿Cómo llegaría nuestra vacuna a una jeringuilla? ¿Cómo convenceríamos a los
médicos que yo, un niño, tenía en mi poder la vacuna que pararía al divoc-91?”
Además, debíamos conseguir llevar la vacuna a todas las personas, pero el
gobierno acababa de prohibir salir de casa para que no nos infectáramos.
Nos sentíamos muy mal, teníamos la solución y no podíamos utilizarla.
Se hizo tarde, era hora de dormir y marchamos a casa. Rivett decidió dormir
conmigo y hacerme compañía en mi habitación. Tal vez, mañana se nos ocurriría la
manera de llevar nuestra vacuna a la humanidad.
Tan cansado estaba, que nada más cerrar los ojos, tuve un largo sueño:
Me vi haciendo una poción que curaba el virus. Viajaba con Rivett por todo el planeta
rociándola y viendo cómo se curaban las personas.
También estuve por el campo, recogiendo unas plantas curativas. Con estas plantas
hacíamos infusiones para dárselas a los pueblos y ciudades para que se curaran.
Estuvimos hasta en la ribera, allí cogimos piedras y las pusimos al sol, le echamos
polvos mágicos y surgió algo milagroso, las personas se curaron.
Y de repente, me vi viajando con mi amigo encima del lomo de un dragón, llamado
Beguetta. Rivett me había dado una bolsa llena de otros polvos mágicos curativos.
Viajábamos por todo el mundo echando estos polvos curativos por colegios,
hospitales, casas … Cruzamos hasta algunos mares.
Me dio la sensación que caía al suelo, desperté y Rivett me estaba llamando,
era de día, todo había sido un sueño. Teníamos que ponernos manos a la obra.
Estábamos desayunando, y de repente, se nos ocurrió una idea, podíamos
pedirle a los científicos del planeta “Fimy” que mezclaran la vacuna con caramelos para
la tos. Así, podríamos repartirlo a todas las personas y, en especial, a los mayores. ¡Ya
no necesitábamos poner inyecciones!
Ahora “solo” teníamos que encontrar una fábrica de caramelos y ¡Todo
estaba cerrado!
!!!Parecía que todo estaba en contra nuestra¡¡¡Pero, caramba, la cabeza no está sólo
para tener los pelos, como diría mi abuela!!! ¡MI ABUELA! ¡¡¡Eso es!!!, si hay alguien
con experiencia y sabiduría en la vida son los abuelos.
¡Tenía una idea que sin duda iba a funcionar!
Llamé a casa de mis abuelos y hablé con mi abuela. Le dije que estaba muy
aburrido en el confinamiento, que después de hacer las tareas que los maestros
enviaban por correo electrónico, jugaba un rato con mis amigos en la PlayStation, pero
después había muchas horas en el día que no sabíamos qué hacer.
Le recordé los dulces tan ricos que me hace siempre en mis cumpleaños.
- ¡Pero ahora quiero que me enseñes a hacer caramelos! - le dije
- ¡Fantástico! - me contestó mi abuela
- Yo también estoy un poco aburrida de estar tanto tiempo en casa y … aunque he
hecho muchos dulces y pasteles, ¡me encantará hacer caramelos!, nunca los he hecho.
- Por cierto, ¿cómo vas a venir si no puedes salir de casa?
- No te preocupes abuela. Tengo un amigo que se llama Rivett que me ayudará con
eso.
- ¿Rivetteee? ¡Qué nombre más raro!
- ¡Pues verás cuando te lo presente abuela! Ja ja ja
- ¿Te espero mañana entonces? No sé cómo lo vas hacer para llegar hasta aquí, los
niños no podéis salir de casa, ¡no te vayas a meter en líos!
- Tranqui abuela. Tendrás que estar preparada para hacer un montón de caramelos.
No te preocupes por los ingredientes, yo los llevo.
- Bien, Rivett el plan es el siguiente: tenemos que traer a una parte de la población de
tu planeta “Fimy”. Busca duendes como tú que sepan hacer dulces. Tendréis que venir
a la Tierra. Hacer una ruta desde “Fimy” hasta la casa de mis abuelos, que vamos a
convertir en una fábrica de caramelos artesanales. Tenemos que estar unidos para
vencer a este virus.
¡No se te olvide! Traeréis ingredientes como azúcar, miel y frutas como melón,
plátano y fresa. Mezclaremos todo y haremos unos caramelos que parecerán
gominolas. También traerás trabajadores para relevar a los que están aquí, porque se
trabajará muy duro, tanto de día como de noche. Además, contaremos con los
científicos, estos nos darán las instrucciones para poner la dosis de la vacuna en los
caramelos.
¡Todos serán nuestros héroes, seréis nuestros héroes! ¡Manos a la obra Rivett!
Al día siguiente, nos presentamos en casa de mis abuelos, por la parte de atrás,
sin que nadie nos viera, en “plan duende” y Rivett sabía de eso …
La operación “Palo dulce al divoc-91” estaba comenzando. Sólo nos faltaba
pensar cómo saldrían los caramelos de la casa-fábrica de mis abuelos y repartirlos por
todo el mundo
Preguntamos a mi padre, que tiene buenos contactos:
-Papá, ¿Cómo podríamos llevar los caramelos a los pueblos y ciudades?
-Tengo amigos que trabajan entregando paquetes a domicilio, les contaré
todo y a ver si nos ayudan. También algunos trabajan en agencias de viaje.
Todos colaborábamos, Rivett, los duendes y yo en casa de los abuelos haciendo los
caramelos curativos, y mi padre llamando a sus amigos, para conseguir el transporte.
No os podéis imaginar el impacto de mis abuelos, al ver a los duendes entrando
en casa. Le hicieron tantas preguntas a Rivett que al pobre no le daba tiempo a
contestar: que de dónde venían, que, si eran extraterrestres, qué por qué nos
ayudaban, si los caramelos se podían mezclar con la vacuna… Y lo más importante
¿¿Cuántos miles de caramelos necesitarían??
Rivett con paciencia, le explicó todo y lo entendieron. Pensaron que estarían las horas
que fueran necesarias para fabricar todos los caramelos curativos.
De repente, llegó mi padre muy contento, sus amigos nos mandaban enormes
camiones llenos de cajas para poder repartir los caramelos.
Mi abuela tenía recetas de dulces ricos ricos, pero pensó inventar una riquísima para
que a todo el mundo le gustara y así, todos se los comieran, sino la vacuna no serviría
de nada.
Yo tenía una pregunta:
- ¿La gente cuando viesen que les regalaban caramelos se los comerían? ¿No
desconfiarían?
Aun así, continuamos con nuestro plan. Hicimos envolturas de colores llamativos para
los caramelos: fucsia, azul, amarillo y verde, así llamaban la atención, también
inventamos un nombre original y pegadizo. Después de pensar mucho decidimos que
el nombre perfecto sería Kanchy. Este caramelo tenía que llegar a todo el mundo,
como el caramelo más bueno contra la tos y malestar general; además también
ayudaba a respirar mejor, en definitiva, estos eran los síntomas que tenía esa
enfermedad tan grave. Claro, no podíamos decir que curaba la enfermedad... nos
tomarían por locos.
Primero empezamos a repartir por nuestro pueblo, es pequeñito y los camiones
repartieron muy rápido. Después por otros pueblos y ciudades. Mientras Riveet, los
demás duendes, mis abuelos y yo fabricábamos miles de caramelos y los metíamos en
cajas.
Los caramelos tuvieron tanto éxito que salieron en los medios de comunicación, tele,
radio, como los “caramelos contra el malestar general”.
Se estuvieron repartiendo por España y Europa, pero… ¿Cómo íbamos a repartir por
todo el mundo? Tuvimos que hablar con los amigos de Papá que trabajaban en
agencias de viaje, se portaron muy bien y los repartieron con aviones y barcos.
Todo iba bien, pero surgió un problema. Nos dimos cuenta de una cosa. En los países
pobres no podrían ver la tele y no sabrían lo importante que era tomar estos
caramelos. Así que empezamos a pensar en ideas.
Mi madre pensó en disolver la vacuna y que esta siguiera el ciclo del agua, así llovería
la cura. A mi padre se le ocurrió que podíamos hacer un viaje por esos países, pero solo
éramos cuatro. Después de mucho pensar encontró una solución. Hablar con algunas
ONG y pedirles ayuda. Y así fue, algunas ONG se ofrecieron a llevar los caramelos a
esos países. Ahora solo había que esperar a que funcionara.
Los caramelos llegaron a todos los países, también a Francia e Italia, 2 países
muy afectados por el “divoc – 91”. Nos costó mucho que llegaran a América, su
presidente no dejaba entrar ningún producto español. Al final logramos que un avión
aterrizara allí repleto de caramelos.
Después todo fue un éxito, lo habíamos conseguido, los caramelos habían surtido
efecto, los contagios eran cada vez menos y además aprendimos que todos juntos
podemos solucionar muchos problemas.
¡La pandemia fue al fin controlada! ¡El divoc – 91 ya es historia!
CUENTO COLABORATIVO DE PRIMARIA.
CABEZAS RUBIAS – RELIGIÓN. JUNIO DE 2020