Manuel García Cartagena
Un día en la vida
de Joe Di Maggio II
Bangüó
Manuel García Cartagena
Un día en la vida de
Joe Di Maggio II
Ediciones Bangó
Sant o Dom ing o, Rep. Dom.
2015
Título original: Un día en la vida de Joe Di Maggio II
Separata de: Historias que no cuentan
© Ediciones Bangó & Manuel García-Cartagena
ISBN: 9871494257583
Qued an rigur osament e proh ibidas, sin autor izac ión esc rita de
los tit ul ares del “Copyr ight”, bajo las sanc ion es est ab lec id as
en las ley es, la rep roducción total o parc ial de esta obra por
cualquier med io o proced im ient o, comprend idas la rep rogra
fía y el tratam iento inf orm át ic o, así como la distrib uc ión en
ejemp lar es de ella med iante alquil er o préstam o púb licos.
Ediciones Bangó
Contacto: [email protected]
Manuel García Cartagena
Un día en la vida de
Joe Di Maggio II
Ediciones Bangó
2015
Para René Rodríguez Soriano
y Miguel Ángel Fornerín
caron, porque al com enz ar a leer se dio cuenta de que le
faltaba la primera página (y cóm o va a ser que le falte la
primera página a un libro que me ha costad o un ojo de
la cara), pero eso era lo de men os, puesto que esa noche
iba a Zinui's y ten ía que estar preparado para dejar a
tod o el mund o con la boca abierta. “Pantalla, pantalla”,
com o dec ía su amig o el Pecos Vicini, aunque de no ser
por lo de pantalla no sería quien es ahora, ése que él
piensa que es (pues él piensa que es com o piensa que
es): direct or de una public itaria, enc argado de todo un
dep art amento (de una ofic in it a en la que no hac e nada
pero en la que tien e de tod o, hasta bodeg a con todo tipo
de lic ores, hasta...) casi dueñ o de dos sec retarias que se
rifan el turn o de pasars e con él los fin es de sem ana en el
Playa Dorada Inn (sus famos os jápi wík ens, de los cuales
no existe alma viva en tod o el mundo que no sep a con
pormen ores por lo men os una anécd ot a, alg una chanza
o el resum en de algun a de sus juergas de pléib oi). José
de May o (ése es él en el inter ior de su cab eza), ex-Enc ar
gad o Gen er al de Asunt os Intrasc end entes de la Univer
sidad del Estad o, mitad Lic enc iad o en Sociol ogía, mitad
chulo de cort ina (“tíg uer e suap e”, com o él mism o se hacía
con ocer en su époc a de estud iante apelando a una viej a
y conocid a clas ific ac ión).
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Lo de la pantalla había pasado a ser casi un lem a pa
ra él que siemp re decidía el color del traje que se pon
dría de acuerdo al color de los ojos de la chica con que
se har ía acomp añar (preferib lem ente verdes, o azul es, o
marrones...) “par a no des ent onar”, seg ún confiab a a cual
quiera que le preguntara. Por eso, la tarde en que citó a
Raquel Welch seg unda (o sea a Jos ef in a Malva Ramos
Vásq uez, alias Josie, cuya dir ecc ión, núm er o de tel éf on o
y dem ás datos pers on ales están baj o el control abs ol ut o
de cualq uiera que desee saberlo, siemp re y cuand o ten
ga el $interés$ sufıciente como para atrev erse a solic itar
inform ación confidencial al encarg ado de pers onal del
Hotel Sheraton II) no pudo conten er un chuipe llen o de
euf em ismos nada acad ém icos al darse cuent a de que no
rec ordab a de qué color eran los ojos de aquel hemb rón
(otra de sus cat eg orías soc ioloc hul índ ricas).
Aunq ue, de tod os mod os, no era esa lig era cuestión
de pigm entos lo que más le importaba, sino el hec ho de
llevarse bien sab idas y mem orizadas todas las citas que
habría de ir disp ersand o por aquí, por allá, siempre cui
dando de que tod o el mund o lo oyer a, hasta aquéllos que
mejor no deb erían oírlo, aquéllos que creían que ya era
dem as iado con su Volvo nuev ec ito, con sus trajes de clá
sic o corte inglés, con esa enc end ed ora de oro que, o con
aquella cig arrera de oro de ésas que, o con aquel reloj
Long ines de doce diamantes que continuaba la trem end a
monotonía que el oro producía por dond eq uier a que se
mirara a don José de May o, (the incred ib le, the surprising and
worldly known Mr. Joe Di Maggio, “The Second”) men os en
los dientes, claro, porque en ningun a cab eza “bien” ca
bría que uno como él (un exquisito) tuv iera dientes de
oro, porque, ¿cóm o va a ser?, ¡eso para los chopos!
De man era que no ten ía otra alt ern at iva que olvidarse
de que al lib ro que ten ía entre las man os le faltaba una
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pág ina y seg uir mem oriley énd ol o, com iénd os el o con las
ansias, par a sustituir el olvido del color de los ojos de Jo
sie con el recuerd o de aquellas frases que, desd e lueg o,
no eran poéticas (puesto que sólo a los pariguayos se les
ocurre tod avía pensar que a las mujeres se las enamora
con poes ía), y que por supuesto, no serían dirig idas a Jo
sie, sin o a todos los que se enc ontrar an a diez metros a la
red ond a (léase: todo el mund o). Se trat aba, por ejemp lo,
de lograr interc ept ar-desc omp oner la preg unta que le hi
cier a Johnny Rod ríg uez a Walter Fern ández y dest ap arse
con una larga explicación poblada de datos y cif ras sob re
los inconven ientes de la imp ortación de tej id os foráneos
par a proces arlos en las fact orías nat iv as, dada la inc om
patibilidad de la inv ersión que tal transacc ión req uer iría
con el alz a desp roporcionad a del dólar en el mercado
de divis as loc al, haciend o desv iar la atenc ión de todos
sob re el hecho de que el país se encuentra en un impas
se inflacionario que hay que aprov echar para hacer un
camb io de polít ic a econ ómica y pub licitaria que aseg ur e
las inv ersiones a cort o plaz o del com erc io vernác ul o y
perm it a el lib re tráns it o interc amb iar io de, con lo cual
dej aba a todos mar eados pero conv enc id os de que él era
un exp erto en cuestiones de mic ro y mac ro economía, y
que no en balde era quien era y estab a en donde estab a,
y sob re tod o, que hab ía que hacerle caso, porq ue si don
José Di May o (sic) lo dice, así es, y ni más pens arlo.
Pero ya eran las seis de la tarde y dud ab a entre se
guir leyend o el libro de Carl Sagan sobre la evoluc ión y
el origen del Cosmos (que él había encarg ado al Book-
of-the-monthc lub del New York Times Book Review porq ue
sabía que los chivitos esos del Hotel Sheraton II con
los que hab ía firmado un contrat o pub licit ario se mo
rían por esos cuentos de ovn is y marc ian os, y ten ía que
dem ostrarles que no bastaba ser gringo y rub io para ser
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más que José de Mayo), o irse al Plaz a Hotel a com er al
go antes de que se hiciera más tarde y así de paso darle
un toquec ito a Helen, la gringuit a rec epcion ist a del hotel
que él se hab ía tirado aquella vez del Congreso de..., pe
ro no, faltaba mucho todavía para las diez, hora en que
ten ía que llegar a Zinnits (es dec ir una hora después de
lo conv en ido, cuest ión de imagen, pantalla, pantalla, y
allí pod ría “picar” algo mientras conversaba con Josie o
con alg uno de los meq uet ref es riquísim os que de seg ur o
irían a la reunión).
“Buen o, bueno”, se dijo José de Maggio (sic) dejando a
un lado el lib ro y rec ost ánd os e sobre su muy cóm odo
sil lón de autént ic a piel de chanc ho, “ésa es una que me falta
en la lista. Me he tirad o a tod as las recepcionistas que han pasado
por el Hotel Sheraton II y ésta no se me salva, con todo y ser Reina
de Belleza, con tod o y ten er un papá riq uísim o. Por los pantis de la
Virgen, deja que tenga el chance y ya vas a ver, tetoncita, te voy a
com er hasta las malacrianzas”.
José de May o perten ecía al grup o de los pocos afor
tun ados que han logrado darse cuenta de que en este
mund o lo único ates or able, lo único realment e valioso
es la envid ia de los dem ás. Ese es el poder que da (que
trae) el poder. “La mejor venganza es la buena vida”, dec ía
siemp re el señ or de May o, rec ordando alg o que oyó de
cir una vez a Oscar de la Renta en una recepción que
sig uió a un Fashion Show en Puerto Ric o y en la que, dis
cretamente, seg ún dic en, hub o hast a violac ion es y fel a
cion es de no muy buen a natura en los lujos os baños del
Carib e Hilton Hotel, en dond e se llev ó a cab o la exh ibi
ción. Desd e que tien e mem or ia, José de May o coopera
con el aumento de las groseras arcas en donde guard a
los resultados de esa fuerza que gen era la envid ia del
prójim o. De lo primero que se percató fue de la enorme
verdad del hecho de que se adm ira más (y por lo tanto,
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aunq ue no lo parezca, se env id ia más) a quien acomp añ a
(y pos ee) a una herm os a y desp amp anante mujer, sobre
todo si ésta es ric a y hace que uno teng a acces o a codear
se con los beautiful people; que se hace más incóm oda la
vis ión de ese hombre que acompaña a (y se acuesta con)
esa mujer, que la de cualq uier otra persona, porque la
inc omodid ad (lo más atract ivo de tod a contemp lac ión)
no la da el observ ar la perfección 100% Pierre Cardin,
ni el Merced es conv ertible del que uno acaba de bajarse,
sin o el sab er que a ese Merced es y a las entrepiern as de
esa mujer que te acomp aña y/o se acuesta contigo, hay
que mirarlos sin verlos, apartando los ojos con resigna
ción, puesto que ambos están ocupad os por un hombre
de verdad, un gallo con más suerte que el rey que rabió.
Lo otro que aprendió a tiemp o José de May o (sic) fue que
ganarse el respet o de los otros est á est recham ente rela
cionado con lograr hacer que todos des een est ar donde
estás, sab er lo que sabes, ten er lo que tien es, hacer lo que
haces, ser tú mism o, de ser posib le, para lo cual hay que
batallar const antem ente, sin ced er un sól o cent ím et ro, a
fin de conseg uir que tod o el mund o se entere de que tú
eres el mej or, sin permit irles siquier a el desp erdicio de
la dud a. Y todo porq ue hay una regla más sagrada que
la regla de oro, la cual cons iste en saber que ten er poder
es poder ten er, y que hablar de poder es poder hab lar
más alto y mejor que tod os, sab er más que nadie lo que
se pued e hac er con el dinero, con las palab ras o con el
ripit o colgante que sirv e par a muc hís im as cos as además
de par a llenar el pantalonc illo. Una vez aprendid o est o,
desp renderse del anonim ato, trep ar a la notoriedad de
una pos ic ión important e, colg arse de la pic ot a pública,
hacerse el cent ro de atracc ión de fot ógrafos, per iodis
tas, solter onas millonar ias que te asedien para averig uar
por ellas mism as dónde guardas el secreto de tu fam a,
a qué amuleto deb es tu carism a, y tod as esas cosas por
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el estil o, son tan fácil es com o rec ost arse en el esp aldar
de una chais e-long ue con un dry martin i entre los ded os de
tu man o derec ha, obs ervand o a las últim as bañistas en
tanga o en minúsc ul os bik inis chap ot ear balb uceando
su coquetería en la piscin a de ese hotel en el que todos,
desd e los moz os hasta el gerent e, te env id ian.
A eso de las siete y med ia, José Di Mayo (sic) pus o
a un lado el lib ro de Sagan (Carl), y se desp erezó en
un algodonoso bostezo sob re su sil lón de pur o cuer o
de chancho. Como ten ía una vastís ima cult ur a cin ema
tográfic a, sabía que, en mom ent os par ec id os, todos los
protagonist as —sin exc epc ión— sienten las mism as ga
nas de beb erse un buen vaso de whisky con soda, así
que él no podía faltar a esa costumb re —que, en él, cas i
rayaba en la manía— de actuar siemp re según un guión
o un mod el o previam ente est ab lec id o, de maner a que se
levantó de su sillón para ir a prep ararse un trag o en el
bar que había mandado a hacer, tod o en caoba, como el
de Bogard, en aquel la películ a, ¿cóm o se llamab a?, bue
no, no importa, pues nadie adem ás de él la ha visto en
est e pais ito…
Con el trago de whisky on the rocks que se había ser
vido en un vaso de cristal cincelado, Joe De Mayo (sic)
se sintió grand ios o, esp léndido, cap az de realizar proez as
int el ectual es de cualquier env erg ad ura, com o por ejem
plo, aprender alemán en tres meses para disertar sobre
la obra de Kant y citar textualmente y en su idiom a ori
ginal algun os pasajes de la Crítica de la Razón Pur a, o de
la Raz ón Práctica, o de cualquiera de las Razon es, ante los
ojos descoyuntados por el asombro y la envid ia de los
zop ilotes que constant em ente and ab an rond ánd ol o. Per o
luego se dio cuenta de que pocas veces los que aparecían
en los film es made in Hollyw ood eran intelect ual es ni nada
parec ido, así que, dand o otro sorbito a su whisky, prefirió
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sentirs e grand ios o, espléndid o, pero com o si fuer a alg ún
tipo de magn ate petrolero que se ha ido de vacaciones a
Acapulco o a Río, con el pecho inflado por la promesa
de acostarse esa mism a noche con una mexicanita o una
carioquita: ojaz os negros, pel o de loc ur a, lab ios narc ót i
cos… ¡todo incluid o!; y sólo desp ués del tercer trago se
sintió grandioso, esp léndid o, al recordar que él era él mis
mo, el envid iab le José de Mayo (sic), aunq ue bien podría
ser Joe Di Maggio (sic) “The Sec ond”, como decía a veces
su amigo el Pecos Vicini en son de guasa, y que esa noc he
ten ía en list a a la hemb rita Jos efina Malv a Ram os Vásq uez,
alias Josie, a quien habría de tir arse indef ect iblement e par a
mantener su récord de pítcher invicto, su fama de pléiboi
emp edern id o e inveterad o.
Ese rec uerd o lo animó a serv irse otro buen trago de
whisky on the same rocks, sonriendo con el brillo del triun
fo en los ojos, div ertid o de ser quien era, cas i env idiándo
se a sí mismo, y sólo a las ocho y cuarto se animó a pre
pararlo todo para tomar un baño rep arador y ref rescant e,
con sales sal ut íf er as y perf um adas, mientras esc uc haba la
última adq uis ición para su bien surtid a discotec a: la suit e
de Igor Straw insky Le Sacre du Printemps, en interpreta
ción de la Fil arm ón ica de Berlín dirigid a por Von Kara
jan. “¡Ah!, Strawinsky”, se dec ía, esn obís imo, sumerg id o
en la enorme bañera de su enorm e sala de baño, con el
vaso de whisky siemp re al alcanc e de su boc a.
Ya para las nuev e y diez estaba vestid o: medias de se
da Gucc i; calzoncil los Jockey (the first nam e in underw ear);
cam iset a Fruit of the Loom (puesto que había env iado a
la lavand ería las dos docenas de cam is et as Lac ost e, 100%
cott on que había comprado en un baratil lo —in a bar
gain, yo know— en su última vueltec ita por Nueva York);
camisa de Yves de Saint Laurent, con dos boton es dora
dos en el puñ o, ajustadita al cuerpo como una seg unda
Un día en la vida de Joe Di Maggio II 15
piel, de color tost ad o, o beig e; corb ata ital ian a de sed a
tejid a, y un complet, sac o y pantalón de color marrón,
seg ún dis eñ o de Cart ier, el diseñ ad or de últ ima en los
U.S.A. Per o just o cuando se agachaba para ajustarse los
zap at os Bally que comp letar ían su atuend o de aquel la
noc he, sintió unas gan as imp ostergab les de ir a hacer
unos dep ósitos en el inodoro, de man era que se puso
los zapatos como pudo y, tom and o cualquier revista de
sob re la lujosa cóm oda en pino blanco que ten ía en su
hab itac ión, volvió a meterse en el baño, de donde sal ió
quinc e min ut os más tard e, silb ando una mel od ía de su
invenc ión.
Por fin, a las diez men os cuarto, se miró por últim a
vez en el esp ejo, se colocó aquí y allí unas gotitas de La
gerf eld, el perfum e acerca del que aquel la pub lic id ad de
mod a dec ía que era “sól o para algunos homb res” y, tom an
do las llaves de su Volv o, bajó las esc aleras del edific io
en que viv ía— y del que pensab a mudarse a otro que
tuv ier a asc ens or, en lo que acab aban de construirle la
“cas ita” que le habían empez ado hacía tres mes es y ape
nas iban por el seg und o piso—. Su pulso firm e, la calm a
del tránsito nocturno en aquella parte de la ciud ad, la
seg ur idad de que allí, en Zinn its, todos est arían esp e
rando que él, que José De Mayo (sic) hic ier a fin alment e
su entrada, a la que mucho conv end ría una fanfarria de
tambores y trompetas, por lo elev ado del porte, por lo
disting uid o del paso y la firm ez a del gest o; su conf ianza
en que, una vez más, su virilidad sería confirm ad a con
est répito ent re los abiert os musl os de Josie Ramos Vás
quez, tod o lo hizo sonreír, acelerar un poquito para no
dejarse reb asar por aquel tip o del Ford que de seg uro
envidiab a tamb ién su Volvo, com o todos, acomodarse
hasta hallar el ángulo de su cuerpo en el mullid o sillón
del aut omóvil, y seg uir disf rutando de su buena suerte,
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mientras se acercaba cada vez más a Zinnits, a Josie, a
los meq uet ref es mil lonar ios que la rodeaban en la me
sa del nit e club, a su nuev a proeza de conquista y gloria
sobre la envidia de tod os y tod as pens and o que “hoy est a
ciudad, ¡mañana el mundo!”
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Un día en la vida de Joe Di Maggio II,
separata de Historias que no cuentan,
se terminó de editar en Santo Domingo,
capital de la República Dominicana,
el 18 de octubre de 2015.