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Published by erikville, 2020-01-12 19:36:38

LA ESPADA I El origen/ muestra

Primera parte

El origen























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La Espada
PRIMERA PARTE

"El Origen"

Índice Interactivo

Inicio

Del autor

Introducción

Capítulo I El Valle de Kindall

Capítulo II Ritual y sepulcro

Capítulo III Grave confusión

Capítulo IV Anhelo cumplido

Capítulo V Tribus y clanes

Capítulo VI Por sangre

Capítulo VII El secreto de Gunthar

Capítulo VIII El desafío

Capítulo IX Fatal destino





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Por: Erik O.Ville

-El fugaz resplandor y el sonido de aquel
relámpago, irrumpió el silencio, dejando ver
unos instantes en esa estruendosa noche, las
siluetas de dos hombres que con paso
apresurado recorrían las callejuelas de un
sombrío suburbio en Manhattan.

-¡Silencio!... ¡Alguien nos está siguiendo! – Se
escuchó imperante aquella voz - ¡Rápido,
ocultémonos ahí! En ese callejón estaremos a
salvo... al menos lo suficiente para poder llegar
sin más contratiempos. – Rápidamente aquellos
hombres quedaron al amparo del oscuro y viejo
callejón. Inmóviles, con la angustia dibujada en
sus rostros esperaban ver pasar el peligro.
Sorprendido y con mirada interrogante dijo en
voz baja el más joven: - ¿Por qué nos siguen?...
no me ha dicho usted Oswald a donde nos
dirigimos, y... - ¡Shh...! ¡Calla insensato, que se
acercan! – En ese preciso momento pasaba por




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delante del callejón apenas a unos pasos de ellos,
un hombre alto, de atlética figura,
elegantemente vestido completamente de negro.
Sólo un objeto resaltaba en la vestimenta de
aquel personaje... un pequeño cráneo plateado
que llevaba prendido en la solapa.
Con mirada fría y escrutadora, se detuvo unos
instantes observando hacia donde se
encontraban aquellos angustiados hombres, y al
no percatarse de nada, prosiguió apurado su
camino perdiéndose en la oscuridad.
Era uno de “ellos” – dijo Oswald -
Afortunadamente se ha ido ya – Y haciendo una
pausa, le dijo al muchacho:
-Vamos Jeffrey, no podemos retrasarnos, el amo
nos espera... Esta noche es el encuentro.-
Y así sin más, de inmediato se pusieron en
marcha, confundiéndose entre las sombras.

-Una cosa era cierta amigo lector, la humanidad
entera sin saberlo, pronto estaría condenada a
un fatal destino. A menos que...-















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Del autor


Mucho tiempo ha transcurrido ya, desde
que sucedieron los eventos que más adelante voy
a relatar. Eran tiempos en los que los hombres
compartían la tierra con seres míticos,
poderosos hechiceros y misteriosas fuerzas de
oscuridad.

Aquel mundo conocido, era muy diferente de
cómo lo hemos concebido en lo que llamamos los
anales de la civilización humana. No existen
registros tan antiguos que nos permitan incluir
aquellos días en la historia de nuestra raza.
Todo vestigio y recuerdo quedó sepultado en las
vastas arenas del tiempo.
Aun cuando todo ello es parte de nuestra
herencia y cultura, parte de nuestro
razonamiento y conducta, de nuestra propia
evolución y conocimientos. No porque los
hayamos aprendido a través de generaciones, ni
porque se trate de un legado escrito en papiros o
esculpido en rocas; sino, porque lo llevamos en
las venas, en los más recónditos lugares de
nuestra mente. Es una desconocida herencia que
forma parte de nuestra naturaleza, de todo
aquello a lo que con nuestra ciencia no le
podemos dar respuesta, los tantos “porqués” a
los que nos enfrentamos día a día, pretendiendo





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sólo darles un significado que nos satisfaga, que
satisfaga nuestra poca capacidad de
comprensión. Ya que la “verdad”, la razón de
nuestros más profundos conflictos, de los más
íntimos temores y deseos, de todo aquello que
nos hace ser como somos... la verdadera
respuesta de todos aquellos “porqués” de la
humanidad... no la entenderíamos. “Ellos” para
su beneficio, no nos enseñaron a comprenderla.

-Este libro será tal vez amigo mío, el único
indicio existente, que nos remonte a conocer un
poco los principios de esa trágica herencia.-



Introducción


Por todos es sabido que desde el inicio de
los tiempos conocidos existe la tremenda e
incesante lucha que se ha librado entre el bien y
el mal.
Hemos estado envueltos en rituales despiadados
con ofrendas animales o humanas invocando a
Dioses ó a demonios. Grandes guerras, batallas,
o simples combates y reyertas, motivadas por la
tentación, el odio y la envidia del hombre.
Los deseos de poder y conquista, la codicia de
tener un territorio ajeno, acrecentar el propio o
incrementar las riquezas y el dominio.





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La vanidad de querer ser superiores y aplastar
civilizaciones enteras con tal de lograr sus
propósitos. Reyes con halos de divinidad,
gobernantes tiranos, emperadores insaciables,
faraones convertidos en dioses, que para sus
súbditos tenían por pago sólo esclavitud,
miseria, hambre y muerte.
Desde los Sumerios quienes fueron una de las
primeras civilizaciones conocidas, que con sus
numerosas ciudades en la antigua Mesopotamia,
al igual que los Babilonios y Asirios, lucharon
encarnizadamente por establecer sus imperios
en aquella región que se extendía a través del
Tigris y el Éufrates, grandes ríos que daban a
ese fértil valle un especial deseo de conquista.
Las guerras y la maldad se han extendido por
toda la tierra en el transcurso del tiempo. Cada
vez más y más complejos han sido los motivos
que ha tenido el hombre para destruirse.
Toda gran civilización y cultura tiene en su
haber excesos bélicos y tiranías. Los Egipcios,
Fenicios, Persas, Griegos, Romanos, Celtas, en
fin; la humanidad se ha encargado de teñir de
rojo nuestra historia, que hasta nuestros días ha
sido un constante desorden.
Pero sus místicos orígenes nos revelan que este
caos obedece a un equilibrio universal. No puede
existir lo bueno sin lo malo, o lo malo sin lo
bueno. - Juzgue usted la mejor perspectiva. -En
el espíritu impuro del hombre habita esa





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dualidad, ese pecado latente; por lo que nadie es
completamente bueno, y a su vez nadie es por
completo malo, pero necesitamos de las dos
fuerzas para existir.-

No sabríamos lo que es bueno sin tener la
referencia de lo malo. No hay paz sin haber
padecido guerras, no habría Dioses sin la
existencia de demonios, no sabríamos apreciar
la felicidad sin haber sufrido por ella. Y aunque
los conceptos –bueno, malo– sean abstractos,
sabemos por intuición, moral, conciencia, o
como guste usted nombrarle a ese razonamiento,
del cómo diferenciarlos.

Así pues, esta dualidad ahora es parte de
nuestra condición y naturaleza que heredamos
en los albores del tiempo, ya que en esencia
pura... el hombre no era así.
















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-Esta historia que conocerán, es sin duda
parte del origen de ese equilibrio, de esa
herencia. Y para no faltar a la verdad, mi
memoria dista mucho de ser lo que fue, por tal,
y para legar esto a la humanidad, comenzaré mi
relato, que se remonta a tiempos muy lejanos.-


















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Capítulo I

El Valle de Kindall

En el valle de Kíndall – Lo que hoy es
conocido por la región de Provence al sur de
Francia - Habitaba una tribu... los Galkas.
Asentados en esos lares, después de ser nómadas
durante generaciones, recorriendo las frías
latitudes del norte europeo, hasta llegar a la
Europa central – En aquel entonces llamada
Sionya. –

Allí, en ese vasto y rico valle, encontraron un
clima sumamente agradable, con tierras fértiles
para labrar, un lago cercano que les proveía de
agua y pesca, robledas extensas, pastizales,
praderas y colinas ricas en yerbas y flores
silvestres propias para alimentar el ganado. Y lo
más importante... la tranquilidad de un lugar en
donde habitar y establecer su comunidad en paz
y armonía, natural forma de vida en su especie.
Ya hacía algún tiempo que su andar los condujo
a Kíndall. Hombres jóvenes, ancianos, mujeres y
niños, se ocupaban de sus labores dentro de la
tribu.

Los hombres se daban a la tarea de recolectar
material para hacer sus chozas. Paja, lodo,
maderos, corteza de árboles que desprendían y




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humedecían para cortar con filosas lajas de
piedra en tiras que entrelazaban para hacer
cuerdas bastante resistentes. Todo lo que podían
lo almacenaban para hacer reparaciones o para
construir alguna choza más, cuando era
necesario. Eran industriosos en esas tareas, por
lo que se preciaban ya lo suficiente de ser
buenos constructores a pesar de sus limitadas
herramientas. Incluso hacían ladrillo con lodo y
paja en un horno hecho del mismo material pero
quemado al sol, y aunque su producción en esto
no era mucha, por lo menos era lo suficiente
para construir sus chimeneas, mismas que
usaban como hornos y hogueras. Ya tenían la
sabiduría del fuego.

Era también menester importante de los
hombres mantener la seguridad de la tribu,
mujeres, niños, ganado, y claro, de ellos mismos,
que a pesar de no ser un pueblo de guerreros ni
de cazadores habituales, ya que su naturaleza
era en todo lo que cabe pacifica, también cierto
es que en aquellas regiones habitaban bestias
salvajes que les producían bajas en sus ovejas,
vacas, caballos, gallinas, cerdos, y cabras.
Aquellas bestias que les causaban este mal no
eran sino lobos, que no siempre conformes con
sus presas animales en más de una ocasión
tomaron víctimas humanas, y por desgracia las
más vulnerables... niños.





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Por lo tanto estos pacíficos hombres
aprendieron a combatirlos y estar siempre
alerta ante el peligro. Sus armas en verdad eran
rudimentarias, se componían de artefactos
como lanzas, hachas, arcos y flechas, hechos de
piedras talladas o huesos.

Tenían también un sencillo sistema de alarma
que rodeaba el cercado en donde guardaban a
sus animales. Se trataba de una trama de tensos
cordeles con cuentas de piedras pequeñas y
huesos atados en cortos intervalos para que con
cualquier movimiento venido del exterior les
diera aviso de que algún intruso se acercaba
demasiado. Y aunque no siempre daba resultado
este sistema, ya que el encargado de vigilar se
quedaba profundamente dormido por algún
ocasional exceso de tónico embriagante, motivo
por el cual no escuchaba los ruidos de alarma.
Afortunadamente eran menos las veces que
ocurría esto, ya que tenían en su cuenta
bastantes pieles de aquellos lobos a los que les
daban caza al momento de sorprenderlos, de tal
modo que muchos de los habitantes vestían ya
aquellas pieles. – Digamos que la necesidad
impuso esa moda, muy adecuada por cierto para
las frías noches en temporada invernal. –
Sus armas y cacería eran pues, únicamente para
defenderse de aquellas bestias, o en alguna





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ocasional necesidad obtener carne de caza para
alimentarse. No combatían con otros humanos
porque vivían en plena armonía con los de su
especie, y regularmente no cazaban porque el
mayor sustento se lo proporcionaban con la cría
de animales, la recolección de raíces y yerbas
medicinales que crecían en abundancia en
regiones cercanas, y con la siembra
principalmente de avena, trigo, cebada, lentejas,
algunos vegetales y frutos que se daban en la
región.
Las mujeres eran las artesanas, se encargaban
de tejer cestos de juncos en que recolectar y
almacenar las cosechas. En una especie de
molino construido con dos lajas grandes de
piedra, lo utilizaban para moler los granos y
hacer harinas. Cocinaban en piezas de barro
cocido, que ellas mismas fabricaban mediante
sencillos tornos de madera, adecuados a ese
efecto.
Otra industriosa labor que desempeñaban las
mujeres era la de confeccionar vestimentas
hechas de lino que hilaban y tejían de manera
excelente en rústicos bastidores, terminadas las
prendas de cerrados urdimbres, las teñían con
pigmentos obtenidos a base de moler coloridos
pétalos de flores reposados en fermentos.
Los más pequeños, niños y niñas crecían
aprendiendo a ayudar en los trabajos de sus
padres, pastoreando al ganado, recolectando





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leña, y por supuesto, cuando terminaban sus
labores jugaban alegremente en las praderas.
De esta manera su comunidad albergaba a unos
trescientos habitantes y conformaba una
sociedad reducida pero bien organizada.
Eran ellos, una de las pocas tribus humanas que
existían en ese entonces por aquellos lugares.
Las poblaciones dispersas por todo el continente
tenían poca relación entre sí, solo las tribus
cercanas intercambiaban de vez en vez alguna
mercancía constituida en granos, pieles o
animales. La comunidad vecina a menos
distancia de los Galkas se encontraba en las
afueras del Valle de Kindall, serían dos o tres
lunas de distancia a caballo, en la región de
Yarum. Con esta tribu llamada Muni, era
prácticamente con los únicos de su especie que
compartían de cuando en cuando. Aunque es
menester decir, que en los tiempos errantes de
los Galkas, era muy fácil encontrar otros
asentamientos humanos, o a otras tribus
nómadas que se cruzaban por los caminos, y
siempre que esto ocurría, se prestaban unos a
otros ayuda e intercambiaban conocimientos
para enriquecerse y acrecentar sus habilidades y
compartir costumbres.
Era para los humanos en aquellos días, motivo
de gran gozo y ventura tener estas experiencias
con otros de su misma especie, que por todos,
apenas y constituían una pobre porción en un





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mundo tan grande... Un mundo que apenas
comenzaban a descubrir.

Volviendo pues a los Galkas nuestra tribu,
podemos decir por lo anterior que era en todo
una comunidad ejemplar. No existían jerarquías
ni gobernantes, y cada quién se encargaba de
sus labores con agrado y esmero particular
porque todo era en bien común. Tal vez era eso
– sus actividades - lo único que los diferenciaba
a unos de otros si de escalas se trata.

Una de las labores que en su tiempo tuvo un
mayor compromiso y por lo tanto un grande
respeto por la comunidad, había sido la de
“Guía” una especie de líder. Nombrado así a la
persona encargada de llevar a la tribu en su
condición de nómadas en busca del lugar
añorado para establecerse. Este puesto lo
mantuvo durante largos años con gran dignidad
y aprobación de todos el muy querido Wighen.
Hombre sabio e ingenioso que aportó grandes
conocimientos a la tribu, y que por supuesto fue
quien los condujo a Kindall.
Este singular hombre que ocupa ahora nuestro
relato, era como ya he dicho, venerado y
respetado por todos. Y aunque su condición de
“guía” había terminado, se le continuaba
considerando como líder, y conservaba una
misión particular y un tanto extraña dentro de





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la tribu... Presidía una comisión secreta de cinco
miembros, de respetable edad, quienes elegían el
lugar en donde habrían de sepultar a sus
muertos, y se encargaban de realizar los rituales
mortuorios según sus costumbres.
Tareas estas, a las que les daban suma
importancia, y que constituía un verdadero
misterio ancestral. -En su momento revelaremos
el motivo y los misterios que entrañan esta
especial labor. -

A este importante personaje –Wighen - se
acudía siempre para pedir diversos consejos.
Hombres, mujeres y niños disfrutaban de su
presencia y compañía, de sus siempre acertadas
palabras, y la dulzura y amabilidad de su trato.
Wighen era un hombre anciano. Largos y
plateados cabellos cubrían su cabeza y su barba.
De mediana estatura, su complexión era robusta
aunque ya mermada por los años al igual que su
salud. La mayoría del tiempo lo pasaba postrado
en su lecho, o dentro de su choza. Prácticamente
sólo salía cuando sus máximos deberes le
obligaban, o si no, cuando su condición se lo
permitía daba cortos paseos por las cercanías de
la aldea, y nunca -como se podrá suponer – le
faltaba compañía.

La alegría de su espíritu, su franca mirada y
gesto amable, pero sobre todo la sabiduría que





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