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Published by Yuli Noceti, 2018-08-07 19:25:29

Actas XI Congreso de Hispanistas

Actas XI Congreso de Hispanistas

muy similar al brillo del fósforo), entonces sabemos con certeza que se
trata de un animal nocturno.
Así interpretamos las propiedades de los seres vivos como propiedades
complementarias y buscamos en el mundo circundante su contraejem-
plo. (Uexküll, 2014, p. 141)

De este modo, en el sistema propuesto por el biólogo estonio, el conjunto de in-
dividuos es entendido como una red de relaciones complementarias que conforma
un todo armónico: el sentido de existencia de cada unidad depende de su contra-
parte en el mundo.

En esta misma línea se elabora la noción de umwelt: si a cada una de las partes
—seres vivientes— le corresponde una serie elementos complementarios —otros
seres, pero también desinhibidores o estimulantes propios del ambiente—, enton-
ces cada individuo construye su medio. Esto quiere decir que, para Uexküll, es ne-
cesario diferenciar entre welt [mundo], entendido como el todo habitado y
umwelt [mundo circundante], cuyas características varían según las corresponden-
cias subjetivas específicas de cada animal-individuo. Así, al mismo espacio —welt—
habitado por dos animales distintos le correspondería dos umwelts diferenciados.

Martin Heiddegger retoma los desarrollos científicos de Uexküll para llevarlos al
plano de su filosofía metafísica en el Curso de Friburgo (1929-1930), publicado en
1983 bajo el título Los conceptos fundamentales de la metafísica. Siguiendo la lec-
tura e interpretación que Giorgio Agamben realiza sobre la teoría de Heidegger,
nos proponemos vincular los poemas de La ecuación y la gracia (1971) con los
postulados del filósofo alemán, pero más aún, con la lectura precisa del filósofo
italiano. El concepto fundamental que ocupa tanto las meditaciones de Heidegger
como las de Agamben es el de lo abierto entendido como aquello que “nombra
el develamiento del ente” (Agamben, 2007, p. 108), es decir, aquello que da
cuenta del ser en tanto tal. Para ambos filósofos, la definición se encuentra en
algún punto —intersticial, agregaríamos nosotros— en la tensión que se produce
entre lo humano y lo animal. Por una parte, el animal transita en lo abierto del
mundo pero no puede percibirlo ya que carece de un pensamiento auténtico, es
decir que no posee lenguaje. Por ello, se encuentra excluido del conflicto esencial
de velamiento/develamiento del ser. En palabras de Agamben (2007):

El animal está, a la vez, abierto y no abierto. O, mejor, ni una cosa ni
la otra: está abierto en un no-develamiento que, por un lado, lo aturde
y disloca con vehemencia inaudita en su desinhibidor, y, por otro, no
devela de ningún modo como ente aquello que lo tiene así constreñido
y absorto. (p. 110)

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Este aturdimiento, al que refiere el filósofo italiano, constituye el modo de ser
esencial del animal: un estar absorto-en-sí. El animal sólo puede relacionarse con
sus desinhibidores —a los que Uexküll llama portadores de significado— en el cir-
cuito cerrado de su umwelt4. Esto implicaría, por un lado, que el animal está ab-
sorbido por su limitación instintiva —el aturdimiento— y, por otro y como
consecuencia, que no le es posible dirigirse a un ente, es decir, no puede percibir
la cosa en tanto tal5.

Por otra parte, explica Agamben, el hombre que se asume como tal, es decir, que
asume su devenir Dasein, sólo puede hacerlo en la medida en que suspende su
relación con el circuito de sus desinhibidores. Como consecuencia, el hombre

no se abre sobre un espacio ulterior, más amplio y luminoso, conquis-
tado más allá de los límites del ambiente animal y sin relación con él:
por el contrario, sólo está abierto a través de una suspensión y una
desactivación de la relación animal con el desinhibidor (Agamben,
2007, p. 126).

Por esta razón, mientras que el animal queda por fuera del conflicto del vela-
miento/develamiento del ser, ya que no se le es dado pensarlo, el hombre es ex-
cluido, en su devenir Dasein, de la posibilidad de transitar lo abierto.

Agamben lee en Heidegger, entonces, la necesidad de una vecindad extrema
entre lo animal y lo humano como condición de posibilidad de develamiento del
ser para el hombre ya que, como hemos mostrado anteriormente, el animal es
capaz de transitar —estar en— lo abierto pero no le resulta posible dar cuenta de
ello, ni siquiera percibirlo. En relación con esto, el filósofo italiano explica que

la comprensión del mundo humano sólo es posible a través de la expe-
riencia de una “vecindad extrema” —si bien engañosa— con esta expo-
sición sin develamiento (...) quizás sea verdadero (...) que la apertura

4 Los desinhibidores se constituyen como portadores de significado en un circuito cerrado. La for-
mación de un umwelt estaría dada por los vínculos que se establecen entre el inwelt [mundo in-
terior] de animal y el welt propiamente dicho. Uexküll lo explica del siguiente modo: “Hay un
efecto (...) que va desde las características del portador de características [desinhibidor] hasta el
órgano sensorial del animal. En el mundo interior, este efecto sufre diversos cambios y sale a la
luz como una acción del animal para ponerse en funcionamiento en el portador de características.
Así se cierra un círculo que denomino círculo funcional, y que siempre encierra al portador de ca-
racterísticas y al sujeto” (2014, p. 88).
5 Las atribuciones que constituyen al animal, están definidas, para el filósofo alemán, a través de
esta limitación perceptora. El concepto que desarrolla Heidegger para explicar la esencia animal
es el de pobreza de mundo.

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del mundo humano —en cuanto es, también y ante todo, apertura al
conflicto esencial entre develamiento y velamiento— sólo puede ser al-
canzada por una operación efectuada sobre lo no-abierto del mundo
animal. (2007, p. 115)

Para Agamben, en el curso de Heidegger, esa operación sobre lo no-abierto está
dada en lo que el filósofo alemán llama el aburrimiento profundo6 que consistiría,
quizás demasiado sintéticamente, en la supresión de todo vínculo del hombre con
su ambiente.

Hasta aquí hemos desarrollado lo que para cierta parte de la filosofía occidental
constituye el develamiento del ser y/o la revelabilidad del ente en tanto tal. Cabría
en este punto preguntarse, por un lado, si existe otra posibilidad de establecer
esa vecindad extrema entre lo humano y lo animal que abriera, valga la redun-
dancia, lo abierto a la captación del sujeto dotado de pensamiento auténtico y,
por otro lado, interrogarnos sobre la afirmación del filósofo alemán quien, para
dar cuenta de la paradoja animal, apela a una imagen que asocia el conocimiento
de lo abierto al vuelo —en un sentido de liberación o libertad— de la alondra. Dice
Heidegger (2007), “Una piedra (así como un aeroplano) no pueden jamás elevarse
exultantes hacia el sol y moverse como la alondra; y sin embargo, ni siquiera la
alondra ve lo abierto” (p. 238).

Los mutantes

La poesía de Inés Aráoz se inscribe en el vuelo de la alondra, dotando al animal
de la capacidad de captar y dar cuenta. Para ello, sin embargo, es necesario un
proceso de mutación de la sujeto imaginario de estos poemas, quien no trata de
enmascarar lingüísticamente a la voz que habla en ellos para decir o poder decir
lo indecible, sino que genera un procedimiento poético en cuya base existencial
se encuentran unidos sujeto y mundo. En el poema “Lluvia” la sujeto afirma:

Yo soy la tierra
Yo soy la siembra
Yo soy el dique del universo
Yo soy el pájaro y nada mío; me asiento en la punta del pie, eje del
cuerpo, brazos y piernas extendidas, barbilla baja y las venas del cuello
tensas. Lo demás es oscuridad. Estoy para contener en mis palmas.
Estoy en mis palmas, agua, agua... (Aráoz, 1971, pp. 23-24).

6 No desarrollamos este concepto ya que su explicación supera ampliamente la extensión prevista
para este trabajo. El capítulo IV de Los conceptos fundamentales de la metafísica. Mundo, finitud,
soledad. (Heidegger, 2007) se ocupa hondamente de ello.

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La afirmación de una pertenencia total de la sujeto al cosmos, como así también
la equivalencia identitaria son, en primera instancia, sólo de orden lingüístico. Sin
embargo, el yo carga sobre su subjetividad la experiencia de todos los que estu-
vieron antes. En el poema “A una oscura pala de Dios” se produce la apropiación
de todo pasado. El yo asegura: “Las más antiguas generaciones han dotado mi
memoria” (Aráoz, 1971, p. 13), pero además, en un movimiento opuesto, se pro-
pone huir “de toda forma, de cuanto color quiera tentarme” (Aráoz, 1971, p. 13)7.
La sujeto se sabe elegida en la tarea de nombrar. Desde la conciencia de haber
recibido el don más alto produce el canto que conjuga los extremos de la ecuación
y la gracia.

De este modo, a la vez que rechaza toda condición formal, la sujeto debe transitar
toda forma. En el prólogo a la antología Barcos y catedrales (2012), la investiga-
dora María Julia de Ruschi propone pensar la poesía de Inés Aráoz como una po-
esía

de júbilo, de potencia, de ardor [donde] Las mutaciones convierten a
la poeta en mutante: acepta transformarse en piedra, en bicho, en
águila, en lo más impenetrable, en lo más pequeño, en lo más soberano
y dominante [y, de este modo] Celebra su delirio cenestésico. (p. 10)

Entonces, la sujeto de estos poemas que se propone como “pie desnudo sobre el
polvo” (Aráoz, 1971, p. 19) en el que la metonimia no sólo pertenece al yo, sino
que además revela una metáfora de lo primitivo —pie desnudo— sobre lo primige-
nio —el polvo, “el polvo estaría antes que ustedes” (Aráoz, 1971, p. 19)—, decíamos,
la sujeto se construye a sí misma como la heredera de las cosas originarias. Esto,
a su vez, constituye la condición de posibilidad necesaria para producir la mutación
que le permite, poéticamente, dar cuenta del ser de las cosas.

“La oscura pala de Dios” abre los intersticios, puntos vacíos en el mundo, donde
la sujeto se encuentra en total comodidad para convertirse —mutar— en pájaro,
en lluvia, en fuego, es decir, en elementos de la naturaleza que posibilitan transitar
otros umwelts, sin tener que abandonar completamente el pensamiento autén-
tico8:

7 Sería necesario leer estos versos en correlación con un gesto que excede la escritura poética. El
gesto de una poeta joven que, de algún modo, irrumpe en el campo literario tucumano de finales
de los 60, reaccionando contra el pintoresquismo y el color local.
8 En palabras de Agamben: “Sólo el hombre, es más, solo la mirada esencial del pensamiento au-
téntico, puede ver lo abierto que nombra el develamiento del ente. El animal, por el contrario, no
ve jamás este abierto” (2007, p. 108)

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estoy dispuesta, y ya siento un trepidar como fuego de aserrín que
me va comiendo y girando hasta hacerme perenne ráfaga, conjunción
de mínimos espacios y partículas que ocupan el universo. (Aráoz,
1971, p. 18)

Esta idea de comunión entre sujeto y mundo se amplía y varía a lo largo de todo
el poemario y de toda la obra de Inés Aráoz. Dotada de la memoria de todas las
generaciones precedentes y huyendo de toda forma la sujeto es, además, hija de
la tierra y de los amantes. En Tiembla el portal, de ir muriendo la necesidad de
constituirse como una voz lírica sin antecedentes se reafirma para exhibir, por vez
última antes de la mutación, esa capacidad de ser la conjunción de los opuestos:

Los cuerpos viejos en la tierra, hundidos, y la clara acidez de los amantes sobre
ella, empapándola.

Transeúnte de una voz distinta, naceré nuevamente, silenciosa de esa
unión —¡oh varón extremado. cálida mujer— que quiera otorgarme su
semen. Lúcida creación, aquel día cuando las campanas golpeen sus
caras ahuecadas en yunque de hierro terso, oscuro, casi desconocido.
(Aráoz, 1971, p. 36)

En el poema “Los mutantes” se produce el verdadero salto poético en el que la
sujeto deja de enunciarse desde la palabra para dar cuenta, en cambio, de una
transformación en tiempo presente. El poema pone de manifiesto la mutación de
la sujeto que antes se había erigido como perteneciente al origen de las cosas.
Esta mutación es el punto de encuentro de la ecuación y la gracia. La escena es la
siguiente: la sujeto contempla a un grupo de pájaros alimentarse: “Hilos rojos cuel-
gan de sus picos semiabiertos. Los pájaros agónicos, la guerra, el ritual” (Aráoz,
1971, p. 45); la mutación se produce a través del contacto simple del “dedo índice
sobre sus cabezas demasiado blandas” (Aráoz, 1971, p. 45)9 y por medio de un
rito que recuerda a pases de magia, comienza la transformación: “Uno, dos, tres
y el aleteo frágil va subiendo en rojas vibraciones a través de laberintos” (Aráoz,
1971, p. 45). Los pies se hincan y los labios se hacen duros, dando cuenta de la
transformación corporal; la tierra se ensancha bruscamente, señalando el cambio
de percepción. Luego, la sujeto afirma: “Sólo soy una fulguración de plumas, ola
en mis alas contenida, y el estrépito contra el suelo mineral y el temblor uno, dos,
tres” (Aráoz, 1971, p. 46).

9 Es inevitable la referencia a La creación de Adán, uno de los frescos pintados por Miguel Ángel
en el techo de la Capilla Sixtina.

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A partir de allí asistimos a un proceso poético en el que se produce no una “mons-
truosa antropomorfización del animal (...) y una correspondiente animalización
del hombre” (Heidegger citado en Agaben, 2007, p. 108), sino un cambio en el
estado esencial de la animalidad, el ser-absorto-en-sí, o sea, el aturdimiento. Este
cambio consiste, por un lado, en la transformación de la sujeto y, por otro, en
una prosopopeya de la lengua —y, por ende, del pensamiento auténtico—, que po-
sibilita la percepción de lo abierto, es decir, la develación del ente en tanto tal. En
otras palabras, la mutación se produce como pura ganancia: la sujeto del poema
se transforma en pájaro sin perder su capacidad de decir. Otra consecuencia de
la transformación recae sobre la red de visibilidad que construye la sujeto ya que,
al cambiar su corporeidad, cambia también su mirada imaginaria y, por ello, los
vínculos que establece con su mundo circundante: “Bueno, es como andar por ca-
minos esmaltados y encontrarse con grandes ojos pardos sin sostén ni pestañas,
¡qué sé yo! flores amarillas y lentas” (Aráoz, 1971, p. 46).

El poema comienza a tener un tono vertiginoso que busca dar cuenta de la velo-
cidad del vuelo a la vez que nombra todo lo visto. El develamiento del ente en
tanto tal se da en una doble faceta: por un lado, las imágenes se agolpan en el
poema como si quisieran superar el orden sucesivo del lenguaje; por otro, la su-
jeto-pájaro percibe las cosas en lo abierto desde un continuum temporal:

Aquí no hay cosas quietas. Hasta los diminutos hombres celulares cre-
cen embrionarios, un toro blanco sudoroso se incrusta en la silente
vaca. Montañas, barcos, todo mezclado y un chico mamando. (Aráoz,
1971, p. 45)

Desde el decir poético de Inés Aráoz, nombrar el develamiento del ente en tanto
tal significa dar cuenta de las características de ese estar-en-lo-abierto del animal,
de modo que, todo lo percibido es no sólo indivisible —la acumulación de imáge-
nes—, sino que además está en constante transformación. Este develamiento, pone
a la sujeto-pájaro en estado de éxtasis; el ánimo del poema es celebratorio:

Y allí nos ocultamos y desatamos el escándalo; provocamos el estrépito
guerrero; chamuscamos las patitas filosas y los vientres preñados la
gran pira de los huevos blancos y hacemos por último una aurora bri-
llante... ¡Libaciones! ¡Libaciones! ¡Libaciones! (Aráoz, 1971, p. 49)

Los poemas que cierran La ecuación y la gracia se construyen a modo de epílogos
de la mutación. El espejo primigenio se presenta como un texto transicional en el
que la sujeto descansa sumergida en un ensueño agotado. La escena es la de un
soldado después de una batalla, el cansancio y el haberlo visto todo ensordecen;

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el lenguaje, que ha develado al ente en tanto tal, se hace materia densa: “La se-
riedad en que estoy ahora florece hierros que se abren como voces, desde muy
adentro. Hace calor y debo vomitar” (Aráoz, 1971, p. 54). ´

“Curriculum vitae”, el último texto del libro, se propone dar cuenta de aquello
que pasó tomando la forma de un relato de memorias. Por momentos, se escribe
como una lista de objetos preciosos encontrados en la mutación de la guerra y el
amor —otra vez los opuestos reunidos—. Luego de la metamorfosis y la celebración
no queda más que tiempo ya sólo, como si la condensación de lo visto durante la
mutación se desplegara en un instante mínimo de revelación: el ente es sin antes
y sin después. Lo que resta es el transcurso hueco de los minutos, las horas y los
días: “El fuego raído de los dioses no me alimenta ya. Definitivamente mortal, in-
halando extrañas partículas de ensueño humano” (Aráoz, 1971, p. 59). El yo
queda deshecho y no puede rearmarse “Jirones soy, de acero y pulpa, aliento de
nubes irritadas, insidiosas agujeros de luz” (Aráoz, 1971, p. 59).

Conclusión

En La ecuación y la gracia, asistimos a un proceso de metamorfosis de la sujeto
imaginario de los poemas. Esta transformación tiene efectos en la constitución
esencial de la voz que habla en los poemas: modifica tanto la corporeidad de la
sujeto como su capacidad perceptora —mirada imaginaria— y la constitución espa-
cial. Además, otorga a este nuevo modo perceptor la capacidad del decir del pen-
samiento auténtico a través del decir poético. La operación que se realiza sobre y
desde la sujeto de los poemas, siguiendo el pensamiento de Agamben, tiene las
características de una vecindad extrema que, si bien no modifica la esencia de lo
animal, sí le concede la posibilidad de involucrarse en el conflicto de vela-
miento/develamiento del Ser.

De este modo, la sujeto imaginario de estos poemas se constituye como el punto
de unión de los sintagmas nominales ecuación y gracia, pero también guerra y
amor, racionalidad e irracionalidad, animalidad y humanidad, etc. El procedi-
miento poético de la mutación se establece como la condición de posibilidad esen-
cial de develamiento del ente en tanto tal.

Finalmente, así como la sujeto imaginario se transforma, como ya señalamos re-
petidas veces, hacia el final del libro el caudal de objetos atraviesa un proceso si-
milar. Los últimos versos del poemario dan cuenta de esto: “Siluetas escudos,
paraguas, los objetos del mundo han caído frente a mí y me adoran” (Aráoz,
1971, p. 61). Entonces, la correspondencia sujeto/mundo es total. El desplaza-
miento que toda lengua poética propone sobre el lenguaje como instrumento co-
municacional adopta aquí la condición y la forma de lo abierto.

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Bibliografía
Agamben, G. (2007). Lo abierto. (Costa, F. & Castro, E. trads.) Buenos Aires:
Adriana Hidalgo.
Aráoz, I. (1971). La ecuación y la gracia. Buenos Aires: Ediciones de la hoja.
----- (2008). Echazón y otros poemas. Buenos Aires: Nuevohacer - Grupo editor la-
tinoamericano.
----- (2009). Pero la piedra es piedra. Buenos Aires: Nuevohacer - Grupo editor la-
tinoamericano.
----- (2015). Haré del silencio mi corona. Buenos Aires: Leviatán.
de Ruschi, M. J. (2012). La risa y el fuego (Prólogo). En Aráoz, I. Barcos y catedra-
les. Buenos Aires: Hilos editora.
Genovese, A. (2011). Leer poesía: lo leve, lo grave, lo opaco. Buenos Aires: Fondo
de cultura económica.
Heidegger, M. (2007). Los conceptos fundamentales de la metafísica. Mundo, fi-
nitud, soledad. (Ciria, A. trad.) Madrid: Alianza Editorial.
Monteleone, J. (2016). El fantasma de un nombre. Poesía, imaginario, vida. Ar-
gentina: Nube Negra Ediciones.
von Uexküll, J. (2014). Cartas biológicas a una dama. Buenos Aires: Cactus.

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LA PALIDEZ DEL MUNDO. BREVE EXPLORACIÓN
SOBRE LA OBRA DE FEDERICO LEGUIZAMÓN

Carlos Hernán Sosa
UNSa — CONICET

[email protected]

Resumen
A partir de la década de 1990, en las diferentes líneas de escritura de poesía que
conviven en la Argentina, se visualiza una distensión de las poéticas hegemónicas
vigentes durante la década anterior. Despojada de estos dogmatismos, la poesía
argentina avanzó hacia experiencias encuadradas por la tarea colectiva de ciertas
formaciones culturales, que funcionaron como motores de gestación y emergencia
de nuevos circuitos para la producción y lectura de obras poéticas. Aunque con-
tamos ya con lecturas orgánicas que revisan estos procesos en algunos lugares ca-
nonizados como centrales en la vida cultural de nuestro país (las ciudades de
Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Bahía Blanca, en particular), el abordaje de la
producción poética de otros espacios continúa todavía relegado. En este sentido,
nos interesa focalizar en la obra de un poeta jujeño, Federico Leguizamón, cuyos
textos permiten adentrarse con mayores matices al momento de dibujar las pa-
norámicas nacionales existentes. En sintonía con los tópicos y apuestas retóricas
que emprenden otros autores contemporáneos, la producción de Leguizamón
—tanto en narrativa como en poesía— se destaca por resituarse desde la postula-
ción de espacios (San Salvador de Jujuy y sus villas) y perspectivas propias (donde
conviven la cultura popular con las fronteras discursivas y étnicas propias del nor-
oeste argentino). Con el fin de señalar estas particularidades, nuestra primera
aproximación al autor, selecciona algunos de sus libros poéticos: los que llevan su
nombre: Nada (2005) y The sounds of la galaxia (2008), y los que firmó con el
pseudónimo Marta Killcana: Calles de singani (punk) y Plata negra, compilados
en Los libros de Marta Killcana (2006); y parte de su obra narrativa: Cuando llegó
la brigada amanecía en el barrio (2008), que compila Las fronteras (2004) y Work
in progress (2006).

Palabras clave: Federico Leguizamón, literatura regional, poesía argentina.

calle alvear, calle necochea, avenida 19 de abril, puente
gorriti, avenida exódo, avenida la bandera,
esquinas y curvas y las 8-20 viviendas con el

desorden habitual de la pobreza baila acá y allá
cumbias y un blues murmurado, otra vez los chicos toman

un trago más, un padrenuestro más, un beso más,
una pajarraca más, una moneda menos, una vuelta de la
aguja menos, las huellas desaparecen, un beso más en tu

boca muerta, de agua dulce, de manos para marioneta
un necesito demás, perpetuo, un vacío puna, espalda
tus hombros sostienen la mañana
(Leguizamón, 2005, p. 37)

Cuando se intenta periodizar la producción poética reciente, en la Argentina, los
estudios críticos coinciden en señalar la década de 1990 como un momento de
“reterritorialización de los espacios” (Genovese, 2011), debido a que a partir de
este momento se visualiza la desarticulación de poéticas que habían sido hege-
mónicas durante la década anterior (objetivismo, neobarroco, neorromanticismo).
Tras esta eclosión, la poesía articula un derrotero más liberado de prescripciones
dogmáticas, avanzando hacia experiencias que difícilmente pueden pensarse fuera
de la lógica de empresas culturales que se congregaron a tareas destinadas a la
producción y divulgación de los textos poéticos. Si bien es posible reconocer este
fenómeno relativamente estudiado en su conjunto para la producción literaria de
Buenos Aires, con la excepción de algunos centros (Córdoba, Rosario, Bahía
Blanca) la producción poética de otros espacios sigue todavía relegada.

El estudio de la obra de jóvenes escritores que iniciaron su producción en Salta y
Jujuy a partir del año 2000 permite renovar la mirada sobre el proceso de confor-
mación de algunas tendencias de la literatura de posdictadura en Argentina. En
este sentido, es posible pensar este corpus como un conjunto de discursividades
que permiten seguir apreciando diferentes temporalidades en el proceso de mo-
dernización cultural en nuestro país; situación que resulta evidente si se opera un
contraste entre estas producciones, responsables de “aclimatar” en los escenarios
provinciales del noroeste ciertas temáticas, empleos discursivos y estrategias de
construcción de subjetividades, que ya habían sido ensayados por algunas poéticas
porteñas diez o quince años antes. Al ahondar en este desfasaje es posible pro-
blematizar una serie de aspectos significativos. El primero de ellos impone consi-
derar los nexos —con proximidades y distanciamientos— entre las dinámicas de los
campos literarios de Buenos Aires y Salta y Jujuy durante el período señalado y su
incidencia en la producción literaria. Por ejemplo, en el terreno de la narrativa, y
fiel a la morosidad en el afianzamiento del género novela en Salta y Jujuy, el
cuento cobra mayor presencia; de modo que es previsible que existan relaciones
más evidentes (de cariz polémico o epigonal) con figuras de la narrativa breve
que han sido posicionadas por la crítica como representativas de la producción

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narrativa de los 90 (como es el caso de Martín Rejtman y Fabián Casas) o del 2000
(Samanta Schweblin, Federico Falco, Luciano Lamberti, Mariana Enriquez).

Existen varios panoramas disponibles sobre el derrotero de la narrativa argentina
de estos años —algunos reordenan series de lectura en función de temáticas pun-
tuales como la construcción de la memoria (Arán, 2010), la tematización de la úl-
tima dictadura (Minelli, 2006) o perspectivas como la de género (Rotger, 2014)—;
uno de los trabajos más exhaustivo (Drucaroff, 2011) propone, incluso, periodi-
zaciones internas para esta franja temporal y la distinción entre dos generaciones
de narradores de posdictadura. Si bien estas propuestas no desatienden la pro-
ducción de autores del interior, priorizan indudablemente el análisis de fenómenos
que centran la mirada en la experiencia porteña. Situación similar ocurre en las
panorámicas que para el período se han ensayado para otros géneros, por ejem-
plo para la poesía (Porrúa, 2011; Genovese, 2011; Dipaola, 2012).

Para subsanar ausencias y desconocimientos, es la perspectiva contrastiva la que
resulta más apropiada para estudiar estos fenómenos de naturaleza articulada.
En principio, el interés bifronte que encauza esta opción metodológica permite
refuncionalizar para el análisis categorías que, a veces, no aparecen lo suficiente-
mente discutidas, como es el caso de literatura regional. Esta última noción pone
el acento, precisamente, en los vínculos de centros y periferias propios de los po-
lisistemas literarios (Even-Zohar, 1999) y resulta pertinente para poder desmontar
las parcialidades inherentes al constructo literatura nacional y, además, reconocer
los matices diferenciales que el mismo proceso de canonización de los centros
suele soslayar.

Resulta operativo aproximarse al análisis de la dinámica de producción, edición y
circulación de los textos literarios en Salta y Jujuy, desde categorías que resulten
más funcionales para explicar el fenómeno de redes conformadas por grupos de
escritores, el sostenimiento de publicaciones periódicas y pequeñas editoriales
(desde las artesanales a las cartoneras), a partir de las cuales se han ido articulando
nexos entre ambas ciudades durante el período, una circunstancia que justifica
además su recorte para un estudio en conjunto. Una de las nociones que enri-
quece la percepción de estas experiencias es la de “formaciones” (Williams, 1981),
en la medida en que permite rastrear y analizar lógicas culturales que se han ido
afirmando, en las últimas décadas, gracias a vínculos y prácticas encarados entre
autores, colectivos artísticos e instituciones oficiales e independientes (Palmeiro,
2011).

Especial atención merece, en este sentido, abocarse a recomponer el derrotero
de algunas empresas culturales como, por ejemplo, la editorial artesanal Ya Era

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de Salta, que además de promover la publicación de jóvenes autores regionales,
fomentó encuentros de escritores y editores y organizó talleres de narrativa y fe-
rias de libros de editoriales alternativas. Situaciones semejantes se gestaron a partir
de Intravenosa. Revista Cultural. Con 14 números, esta publicación se edita en San
Salvador de Jujuy desde 2005 hasta la actualidad, tiempo durante el cual se fue
constituyendo en órgano promotor de los nuevos escritores y artistas de la región
y, con un sello propio, publicó por primera vez a varios poetas y narradores jóve-
nes (Alejandro Luna, Juan Páez, Salomé Esper, Daniel Medina, Fernanda Álvarez
Chamale, entre otros). En tanto entidad polifónica, las operaciones culturales en-
caradas por esta revista literaria responden a búsquedas y ensayos, propios de un
“laboratorio de ideas” (Sarlo, 1992), donde se discuten modos de relación político
culturales con otros centros como San Miguel de Tucumán, Córdoba o Buenos
Aires y se apuesta por la implementación de programas literarios propios, que
parten de relecturas críticas de las tradiciones socioculturales locales.

Es precisamente en el ámbito de lo discursivo donde se manifiestan con mayor
énfasis señales renovadoras frente a las tradiciones literarias previas de la región,
ya que de forma remanente pervivía hasta el período de nuestro recorte el trata-
miento de temáticas, la construcción de un paisaje y la opción por un registro ver-
bal que, con algunas dislocaciones (la poesía de Jacobo Regen y Ernesto Aguirre
o la narrativa de Juan Ahuerma Salazar y Alberto Alabí, por citar solo algunos
ejemplos), todavía se mostraban herederos de las figuras modélicas de Juan Carlos
Dávalos y Jorge Calvetti y las “tipicidades” que sus obras habían fijado en los ima-
ginarios locales.

En diálogo con algunas de las variables socioculturales que fuimos reseñando y
en sintonía con muchos de los tópicos y apuestas retóricas que emprenden otros
autores contemporáneos, la producción de Federico Leguizamón —tanto en na-
rrativa como en poesía— se destaca por resituarse desde la postulación de espacios
(San Salvador de Jujuy y sus villas) y perspectivas propias (donde conviven la cul-
tura popular con las fronteras discursivas y étnicas propias del noroeste argentino).
En este sentido, resulta provechoso focalizar en la obra de un escritor cuyos textos
permiten adentrarse con mayores matices al momento de mapear las tendencias
literarias en las panorámicas nacionales y cuya trascendencia ha comenzado a ex-
plicitarse en las genealogías literarias con las que tejen su propia práctica escritu-
raria otros autores vinculados al noroeste. Cuando Fabio Martínez, narrador
salteño afincado en Córdoba desde hace años, inicia su emblemática novela Los
pibes suicidas (2013), elige un epígrafe de Federico Leguizamón: “El mundo puede
dividirse en dos grandes grupos: los que pensaron en suicidarse y los que no”. Esta
referencia recupera un eje central de la obra de Leguizamón, la construcción de
subjetividades inestables, que también intersecta toda la narrativa de Martínez,

562

poblada de adolescentes autómatas. En el primer relato de Las fronteras, libro
que luego se refundiría en otro posterior titulado Cuando llegó la brigada ama-
necía en el barrio, el coqueteo con el suicidio se configura como un leitmotiv im-
portante de la narrativa de Leguizamón (2008a):

“Yo no quiero morirme, es decir, no quiero matarme”
En Jujuy todos los caminos conducen al suicidio. (…)
La depresión es una bajada y una vez que empezás no te para nada ni
nadie. (...)
Caminaba al barrio Malvinas con el sol comiéndole las neuronas. Era
tan fácil pero él no era el valiente suicida del que habla Hölderlin. El
suicidio es un oxímoron: uno se mata porque ama demasiado la vida o
se ama demasiado a sí mismo. Como no puede verse triste prefiere la
muerte, la nada, el vacío absoluto y no el vacío adrede que todas las
tardes se aplaca en el techo del cuarto. (p. 9)

Estas búsquedas individuales erráticas, en las que naufragan los personajes del
autor, se recuestan en el horizonte mayor de representación de contextos socio-
culturales conflictivos o intimidantes (Drucaroff, 2011 y Echevarría, 2012). Así, esta
recurrencia parece destacar la fiabilidad y la complejidad de sujetos en crisis, que
se contrapone a los caracteres individuales —monolíticos y modelizantes—, en tanto
representaciones monológicas del mundo y de las relaciones humanas, que se rei-
teraban en la narrativa regional previa.

Una de las particularidades sorprendentes al leer a Leguizamón es la abulia sinto-
mática de enunciadores y personajes, que refuerzan la escenificación de una ano-
mia arrasadora en la cual los sujetos ahogan toda expectativa programática. Esta
elección inquietante recupera el modo en que, en la década de los 90, Martín Rejt-
man ideó con historias de adolescentes de sectores acomodados —los tipificados
chetitos porteños de zona norte— que sólo persiguen historias banales, una lectura
levemente cínica sobre el consumismo y la pérdida de valores del gran relato de
la nación en crisis que hizo eclosionar el menemismo. Y si bien en la narrativa y la
poesía contemporánea de Fabián Casas puede rastrearse ya una recomposición
de esos mismos aspectos, adaptados a las vivencias de la clase popular trabajadora
de Buenos Aires, la diferencia sustancial de Leguizamón es que injerta el mismo
topos, el de la biografía de jóvenes zombies, en un nuevo espacio narrativo casi
veinte años después. Así, en uno de los poemas de Calles de singani (punk), el
enunciador patea la calle jujeña alienado en su propia desazón:

morir es morir siempre cerca
para mí estás muerto

563

cuento las cuadras
cuento los días
olvido las cuadras
subo las calles
calle arriba
calle abajo
un cuerpo que necesita una mano
un destello por las calles
calle arriba
calle abajo

puentes
cables
chapas y vidrios

luces en el agua
y el viento de agosto
latigueando las manos
que se enredan en otros días
diferentes
mundos
cortados
y tan lejos. (Leguizamón, 2006, s/p)

De manera complementaria, la escenificación del presente (Contreras, 2010 y Ga-
rramuño 2009 y 2015) como circunstancia obsesiva —y asfixiante— de las represen-
taciones de mundo, permite apreciar en la literatura de Leguizamón diferentes
procesos de discursividad, ideológicamente potentes, que privilegian, frente a las
posibilidades más clausuradas como las que podría brindar una recomposición
“amena” del pasado, otras lecturas más incómodas, escépticas e inorgánicas, sobre
la contemporaneidad. Ahora bien, esta escritura del presente es, por supuesto,
otra diferente a la que se acentuaba en Rejtman y Casas, por la distancia crono-
lógica y además, especialmente, por la nueva elección del espacio representado.

La opción por la historia urbana, que aparecen en el autor y en la mayoría de los
jóvenes escritores de la región, desplaza definitivamente el antiguo imperio del
ámbito rural y focaliza, generalmente, en los lugares periféricos y fronterizos, de
tránsito, tanto en las disposiciones urbanas (las villas del margen antes que el cen-
tro) como en las fronteras nacionales (en este caso entre Argentina y Bolivia);
todo ello, sin desatender los matices propios de lo local: se escenifica la pequeña
ciudad de provincias, se atraviesa la frontera pobre de la nación. La obra de Le-
guizamón aparece atiborrada de elementos con efecto de anclaje de todo tipo:
las villas de San Salvador y sus calles, las líneas de colectivos y sus recorridos, los

564

consumos culturales populares (la música tropical peruana y la saya boliviana), las
zapatillas colgadas en los cables de luz como íconos decadentes de la modernidad
periférica. El vagabundeo deviene naturalizado como la mejor opción para el des-
plazamiento urbano. Fabián Casas tituló El spleen de Boedo (2004) uno de sus li-
bros, en obvio homenaje al flâneur baudeleriano, e infiltró en esta intertextualidad
una operación que honraba más al muy porteño culto al barrio que a la impronta
de la crisis del sujeto artístico en la vorágine de la modernidad occidental que el
poeta francés —vía Walter Benjamin (2012) o Marshall Berman (1999)— problema-
tizaba en parte de su obra.

Los personajes de Leguizamón se moldean también en la pasta costumbrista del
paria urbano, son rateros de poca monta, ciegos mendicantes, fumados con el
coco quemado, matoncitos en germinación, escolares fugados a media tarde, chi-
cas trans que laburan la calle, prostitutas de filosofía dominguera como Marta
Killcana —la enunciadora de dos poemarios del autor—. Semejan, en todo caso, a
flâneurs frustrados del subdesarrollo, no se autoperciben extrañados ante las
transformaciones de lo urbano y sus prácticas socioculturales ad hoc; a decir ver-
dad, en sus desplazamientos rara vez salen de la periferia, no abandonan las villas
y sus estrechos pasillos coronados de cables bajos. Precisamente, el lugar donde
se incineran todas las esperanzas es el día a día en la villa, condimentado con el
chisme de las viejas cuando van a la verdulería y los gritos indiscretos de la mujer
que aguanta al marido golpeador. Este escenario colma, por ejemplo, los peque-
ños parágrafos que organizan el libro The sound of la galaxia:

56. De los sonidos del barrio: la radio, el televisor, una cumbia, los pá-
jaros, los autos, el agua por los caños, sillas arrastradas en el piso de
arriba, otro televisor con noticias por ahí.
57. De las cosas por decir. Es para decir un vaso de leche. Un vaso de
leche entre las paredes rajadas. Del dolor. Sin quererlo. Es así el dolor.
Generalmente sin quererlo. El malestar de las cosas. Arruinadas por el
silencio. Rasguño del dolor. Siempre. Sin querer. O por culpa de gente
que creés y no. Y te lastima el cuerpo. La gente. De las cosas por decir.
(Leguizamón, 2008b, s/p)

Esta discursividad fronteriza, en la que se codean convenciones de la crónica, la
narrativa y la poesía, suele incorporar numerosos registros que redimensionan y
enriquecen los modos verbales incorporados a la obra de Leguizamón. En este
punto, es indiscutible la relevancia de los aportes provenientes de las diversas ma-
nifestaciones de la cultura popular (canción, cómic, televisión, cine, etc.), la cultura
audiovisual en general y los diversos modos de circulación de la información que
aportan las nuevas tecnologías. Este nuevo bagaje discursivo se presenta, en ge-

565

neral, con procedimientos —como la fragmentación, el montaje, el collage— que
acentúan en lo procedimental la percepción astillada, descompuesta, de los sen-
tidos de mundo que vehiculizan los textos, al tiempo que obligan a rediscutir los
alcances de la especificidad literaria de algunas de estas nuevas textualidades (Lud-
mer, 2010; Sarlo, 2007; Kamenszain, 2007).

Como hemos adelantado, en relación con las líneas de contraste resulta impor-
tante indagar sobre las formas de relación que pueden rastrearse entre las pro-
ducciones narrativas de los escritores del noroeste y los capitalinos, a la vez que
arriesgar tras el análisis, posibles interpretaciones que den cuenta de los disímiles
desarrollos de tendencias narrativas en la Argentina. Así, por ejemplo, podría con-
frontarse el modo en que algunos de los recursos narrativos de las representacio-
nes de las zonas obreras y barriales porteñas, en las que insiste la obra de Casas,
aparecen readaptadas al presentar los estragos de la década menemista en una
zona periférica como Tartagal en el norte de Salta, tras el declive de la privatiza-
ción de YPF; espacio y circunstancia que se reitera en la producción de Fabio Mar-
tínez, casi veinte años después de lo propuesto por Casas para Boedo. En el mismo
sentido, conviene repensar las relaciones que hemos establecido entre Casas y
Rejtman y la obra de Leguizamón. Este tipo de cruces es el que colabora en la le-
gitimación del estudio de las literaturas regionales como entidades que permiten
reconocer discontinuidades de procesos, desigualdades en el terreno de la mo-
dernización cultural y, en definitiva, como puede observarse en este breve reco-
rrido por la obra de Leguizamón, acercan un panorama más complejo sobre la
crisis del gran relato de la literatura nacional argentina, que se exterioriza con
mayor intensidad desde los años 90 y sigue dando sus coletazos en la literatura
reciente de la región noroeste.

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DULCINEA: SERIE Y TRANSGRESIÓN
EN MARCO DENEVI

Angélica Marisa Renaut
FHyCS — UNaM

[email protected]
Gabriela Isabel Román

UNaM CONICET. Programa de Semiótica. FHyCS
[email protected]

Resumen
Personajes que han tenido gran repercusión en la literatura universal provocan,
en las múltiples textualidades que los recrean, una sensación de regresión infinita,
de devenir cuyo desmontaje de sentidos se torna una meta-transgresión de la
transgresión original. Es el caso de Dulcinea, la figura femenina que crea el genio
cervantino en la imaginación de Alonso Quijano y que, por su valor simbólico,
logra una trascendencia excepcional.

Desde esta perspectiva, nos interesa revisar un conjunto de relatos breves que
Marco Denevi presenta en sus libros Falsificaciones, Parque de Diversiones, Salón
de Lectura y Los locos y los cuerdos, donde conforma una serie que gira en torno
a esta figura de ficción femenina de la literatura española; un conglomerado de
bloques o fragmentos, de contigüidades variables que se mueven, cambian o aco-
modan al sentido de acuerdo con la obra en la que se insertan o al efecto que
quiere suscitar el escritor.

Esta postura nos lleva a comprender una definición particular de serie que tiene
sus principios básicos en la conjunción de textos que guardan cierta relación entre
sí. Además, queremos abordar la idea de serie como episodio, como segmento
de un continuo mayor, de una totalidad que le da un significado particular a cada
hecho, pero cuya unidad puede ser interpretada de manera independiente. Cada
narración deneviana representa un momento transgredido y desterritorializado
de la obra cervantina lo que produce la construcción de figuras disímiles de la
mujer española y argentina.

Este trabajo se inscribe en el proyecto de investigación “De (re) configuraciones
genéricas menores” bajo la dirección de Mercedes García Saraví.

Palabras clave: Dulcinea, Marco Denevi, serie literaria, transgresiones.

Acerca de la serie…

En el campo de los estudios literarios en general y de la minificción en particular
—teniendo en cuenta que el corpus de Denevi que analizamos pertenece en su
mayoría a este último tipo textual— podemos encontrar perspectivas teórico-críti-
cas sobre la noción de serie que tienen puntos en común con pequeños rasgos de
distinción frente a algunos pocos que presentan una propuesta completamente
nueva.

Sobre la base de los primeros, por ejemplo, Anderson Imbert (2006) define esta
idea de serie como cuentos agrupados de un modo explícito por el escritor o el
narrador en tres tipos de enlaces posibles: de encargo (de un editor), cuentos in-
tercalados (con otras formas genéricas) y cuentos asimilados por novelas, la com-
binación puede darse por algún personaje o por un narrador.

Gabriela Mora (2006) habla de colección integrada de cuentos que presentan pa-
radigmas (motivos, temas, signos, personajes, narradores) de integración entre
relatos, aspecto que distingue de las misceláneas. Reconoce en la serie integrada
subtipos como ciclo cuentístico, “colección secuencial” y “colección parcialmente
integrada” que pueden correlacionarse por asociaciones unitivas o por fragmen-
tación y discontinuidad.

Hasta acá, recae en la figura del autor o del narrador la construcción de series li-
terarias. Entonces, ¿podemos decir que cada autor reconfigura una definición par-
ticular de serie a partir de su obra? Suponemos que hay factores que la evolución
literaria (Tinianov 2008) acarrea como modos y formas genéricas determinadas
con las que los escritores sientan las bases de un estilo propio que los dista pero
que a la vez les da pertenencia. Se puede observar una tendencia en los primeros
escritores argentinos de minificción como Borges y Cortázar que agrupan sus re-
latos bajo un hilo conductor temático, por un personaje, etc.; particularidad que
Denevi hereda de sus maestros, pero que en su obra la serialización se complejiza
dado su constante reagrupamiento de textos en ediciones de un mismo libro o
en la discontinuidad de sus libros que incorporan minificción.

Por ejemplo, Parque de diversiones (1970) se integra por las series denominadas
“Informes reservados”, “Doce variaciones sobre don Juan”, “Silva de varia y na-
rración breve”, “El amor a través de los amores”, “Vindicaciones”, “Otra vuelta de
tornillo” e “Ingeniosidades del señor Perogrullo”. En su versión de 1979, Parque
de diversiones II, reagrupa nuevamente con algunas variantes en “Concilio uni-
versal del amor” y “Antiguas noticias de la actualidad”. Estos sub-conjuntos al in-
terior de una misma obra forman lo que Zavala denomina “ciclos breves”.

571

Falsificaciones por su parte, en todas las ediciones, agrega la variante de “ciclos
de ciclos”.

El escritor es quien toma una pieza de su jenga literario para armar bloques in-
conclusos capaces de establecer continuidades en distintos espacios que promue-
ven sentidos disímiles. En Falsificaciones, en su edición 1984, Denevi recoge una
selección de relatos de sus anteriores obras minificcionales y los agrupa bajo una
nomenclatura que muestra una gran serie compuesta por las huellas de series in-
finitas, proliferantes, esquizofrénicas que se comunican por contigüidades varia-
bles en una forma totalizadora.

Pollastri (2006) toma de la teoría de Mora la denominación ciclo cuentístico y ob-
serva la problematización de las nociones de literatura, género, lectura y escritura
en esta definición. Bajo la forma proliferante que propone el narrador y ante la
paradoja de clausura-continuidad, la conformación de ciclos o series también recae
en la figura del lector crítico, en la del editor o en la del compilador, quien esta-
blece estrategias de lectura que le permiten leer desde una continuidad que va
más allá de la organización propuesta por el autor.

Desde este lugar, reconocemos una huella que se disemina en el hilado de la es-
critura deneviana, de un germen que proviene de afuera, de otro texto, de otra
época y que produce nuevos sentidos tras la reversión, la transgresión, y la recon-
textualización del texto simiente en una regresión infinita.

En este sentido, la proliferación se establece por la escritura recurrente del episo-
dio del encuentro/desencuentro entre Dulcinea, Sancho y Quijote en “El precursor
de Cervantes” (Falsificaciones, 1966; 1969; 1977 y como “Dulcinea del Toboso” en
Falsificaciones 1984 y 20131, entre el primer título y el segundo podemos observar
una introducción al texto en “El precursor de Cervantes” y un cambio del final del
relato con la versión del segundo título), en “Historia cómica. Proposición sobre
las verdaderas causas de la locura de Don Quijote” (Falsificaciones, 1966; 1969;
1977), en “Dulcinea no existe” (Parque de diversiones, 1970, la misma historia con
el título “La mujer ideal no existe” en Parque de diversiones II, 1979, en Falsifica-
ciones, 1984 y 2013. La obra teatral “Los locos y los cuerdos” parece una versión
extendida de este microrrelato), en “Dulcinea existe” (Parque de diversiones, 1970
y con el título “Los ardides de la impotencia” en Falsificaciones, 1984; 2013) y en
“De la grave epidemia que hay de Dulcineas del Toboso” (Salón de lectura, 1974
y con el título “Epidemia de Dulcinea del Toboso” en Falsificaciones, 1984 y 2013).

1 Edición Especial para el Ministerio de Educación de la Nación.

572

Cinco relatos con sus variantes que pueden ser leídos de modo independiente
como elemento integrante de las series compuestas por el autor, es decir, en re-
lación con textos con otros personajes, motivos, temática que están en el mismo
libro al que pertenece el relato o como ruptura de la serie en la que está inscripta
y continuidad con las minificciones intertextuales sobre Dulcinea, es decir como
función constructiva (Tinianov, 2008), que entra en correlación con los otros dis-
positivos del mismo sistema y con el sistema entero.

Esto demuestra que podemos entender la noción de serie como heterogénea,
multiserial (Deleuze, 2010) integrada por el autor o construida por el lector a
partir de uno o varios acontecimientos entre los personajes de El Quijote ya sea a
través de nombres designadores de sentidos (Dulcinea, Sancho, Quijote), o de ex-
presiones (mujer ideal, mujer inexistente), etc. Esto determina que bajo series apa-
rentemente homogéneas se despliegan infinitas líneas y cruces que dan cuenta
de la imposibilidad de agotamiento semántico en un pequeño grupo de textos.
Esta última manera de comprender el concepto de serie responde al segundo
orden que planteamos en el primer párrafo de este apartado.

Acerca del acontecimiento…

Dulcinea representa un caso paradigmático en la historia literaria, es la figura fe-
menina por excelencia del Renacimiento que el Neoplatonismo y el Petrarquismo
se encargaron de enaltecer; es el personaje que en la obra de Cervantes se anun-
cia/describe/traza y evidencia perennemente pero que nunca se revela ante los
ojos del lector. Se yergue elemento no humano (alter ego de Aldonza Lorenzo),
como una “ausencia”, una “idea” que no obstante completa la obra y le da signi-
ficado al todo; su existencia es cabal, trascendente, de ahí su valor simbólico-ale-
górico.

No es extraño entonces que su reminiscencia, su nombre tan peculiar y tan cer-
vantino como su epíteto la sin par —y amén de este atributo que le confiere Don
Quijote para referirse a su ser inigualable per se—, se haya multiplicado o repro-
ducido en la historia literaria que lo sucedió tanto como todo lo que se desprende
de esta obra clásica. En este sentido, los microrrelatos quijotescos que han proli-
ferado en el mundo literario en general, han tenido eco en Argentina con precur-
sores como Borges y Anderson Imbert, pero han encontrado en la maquinaria
creadora de Denevi un impulso llamativo si consideramos que El Quijote se en-
cuentra entre una de las obras más referidas/falsificadas en su corpus literario.

Ahora bien, a este respecto nos interesa indagar en torno a las relaciones que se
establecen en este diálogo entre la obra original —particularmente el capítulo 10

573

de la segunda parte— y los microrrelatos denevianos, en función de la construcción
de la figura femenina que devienen como acontecimiento (Deleuze), como una
línea de fuga que desterritorializa la imagen de la mujer que el genio cervantino
crea para reterritorializar-la nuevamente en una ficción que la resignifica con la
impronta de lo nacional y que a su vez propone sus propias variantes: reinvención,
re-escritura que propicia y da fundamento a la serialización de la que hablamos
antes.

En “Dulcinea del Toboso” de su Falsificaciones de 1966, Denevi repone el sentido
íntegro de la novela cuando encarna la figura idealizada de Dulcinea en la locura
a la que es arrojada una tal Aldonza Lorenzo por el hábito que posee de leer
libros de caballería. A partir de este microcosmos narrativo, que bien podría anun-
ciarse como una lectura en espejo, se subvierte completamente la trama argu-
mental del texto español con el guiño al lector que el pacto ficcional incita. De
esta manera, leemos:

Se hacía llamar doña Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presen-
cia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen
la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta
años y las señales de la viruela en la cara. También inventó un galán,
al que dio el nombre de don Quijote de la Mancha.
Un hidalgüelo de los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar
por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un rocín y salió
a los caminos a repetir las hazañas del imaginario caballero. Cuando,
seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había
muerto de tercianas. (Denevi, 1966, p. 20)

En la otra versión del mismo relato (Falsificaciones, 2013), leemos un final dife-
rente:

Se hacía llamar Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las
gentes se arrodillasen y le besaran la mano, se creía joven y hermosa
pero tenía treinta años y pozos de viruelas en la cara. Se inventó un
galán a quien dio el nombre de don Quijote de la Mancha (…)
Un hidalgo de los alrededores, un tal Alonso Quijano (…) ideó hacerse
pasar por Don Quijote (…) Cuando, confiado en su ardid, fue al Toboso
y se presentó delante de Dulcinea, Aldonza Lorenzo había muerto (De-
nevi, 2013, p. 51)

Una característica que va a adquirir la figura de Dulcinea en esta serie es ser el eje
de una repetición de sucesos que van a sufrir a su vez variaciones, y con ello una

574

multiplicación de efectos de lectura. Además, se va a establecer una alteración de
la focalización de la historia a partir de la re-enunciación de la misma en la voz de
otro personaje, en este caso, de la misma Dulcinea; con lo cual asistimos a la re-
construcción de la protagonista ahora presentada en el plano de lo real. Así, la
presencia/ausencia ficcional de esta figura se pone en jaque; se reinventa en la
narrativa deneviana.

“Dulcinea no existe” de Parque de diversiones 1970, tiene su correlato en “La
mujer ideal no existe” de sus Falsificaciones de 1984 y de 2013. Estas narraciones
construyen una Dulcinea que dialoga con Sancho Panza quien le comenta los atri-
butos de la mujer a quien don Quijote amó hasta morir; en su respuesta, su inter-
locutora —homónima de aquella— deja entrever su naturaleza humana o quizás lo
que Denevi (1970) considera su naturaleza femenina: “Verde de envidia, Dulcinea
masculló: Conozco a todas las mujeres del Toboso. Y le puedo asegurar que no
hay ninguna que se parezca ni remotamente a esa que usted dice” (p. 97).

El acontecimiento de la búsqueda de Dulcinea por parte de Sancho se disgrega
en un continuum de sentido que en cada entramado se quiebra tras la irrupción
de escenarios disímiles, espacios atemporales que reviven los sentidos de cada
nueva escritura paródica. En el drama “Los locos y los cuerdos”, Sancho ingresa a
una posada/prostíbulo y le atiende Celesta —la encargada del lugar— quien admite
no conocer a ninguna muchacha con las características que le da el ayudante del
caballero pero que, al ver la oportunidad de crecimiento económico y social con-
fabula con Sancho en tomar el lugar de Dulcinea.

Esta obra teatral conecta raíces de hechos literarios que se entretejen y mueven
en una misma enunciación: primero, la transgresión Celesta/Celestina/Madama-
prostituta manipuladora/Dulcinea, rasgo recurrente en la construcción de los per-
sonajes denevianos como características de lo argento, aquella que busca la vida
fácil, que no tiene inconvenientes en estafar, en falsificar su imagen para obtener
algún beneficio. Y segundo, Dulcinea cervantina ideal que es sinónimo de mujer
joven por Celesta-Dulcinea, una mujer vieja, grotesca, exuberante desde el punto
de vista físico y en el atuendo, próxima a las serranas del Arcipreste.

Podemos advertir aquí una de las premisas deleuzeanas, esto es, el trastocamiento
del sentido, de la causa y del efecto. En términos de este autor, son dos series di-
vergentes, dos lecturas de un mismo hecho: hablamos de la Dulcinea cervantina
(ideal) en relación con la deneviana (real) además de la Dulcinea —multiplicada—
que la serie del escritor argentino recrea en sus textualidades. Dice Deleuze (2010):

…se trata de una síntesis de lo heterogéneo; o, más bien, la forma serial
se realiza necesariamente en la simultaneidad de dos series por lo

575

menos. Cualquier serie única, cuyos términos homogéneos se distingan
solamente por el tipo o el grado, subsume necesariamente dos series
heterogéneas, constituida cada serie por términos del mismo tipo o
grado, pero que difieren por naturaleza de los de la otra serie (por su-
puesto, también pueden diferir en grado). La forma serial es pues esen-
cialmente multiserial. (p. 33)

La paradoja existencia/no-existencia, y por lo tanto real/irreal o ideal, funciona
como disparador de lo multiserial, que a través de la parodia difumina las fronteras
entre los sujetos de papel y el autor como sujeto concreto. En estas direcciones,
la figura de la mujer se construye como estampa protopícia de una concepción
machista: en “Dulcinea del Toboso” la inversión muestra a la típica romántica del
siglo XIX al estilo Madame Bovary, lectora de novelas y enamorada de una imagen
de varón audaz e íntegro, que luego se replica en “De la grave epidemia de Dul-
cinea de Toboso” en el que las mujeres del lugar que son parte de cierta clase so-
cial se encuentran a la espera de un hombre ideal e inexistente que las lleva a la
eterna soltería; acá frases como “No pretenderán que me case con un pazguato”,
“Felizmente no todos los hombres son iguales” (Denevi, 1984, p. 129) son apre-
ciaciones de la típica solterona —la tía solterona— que es una constante en las obras
de Denevi y que posiblemente tiene que ver con las fronteras entre la realidad/fic-
ción de la vida del autor.

Los microrrelatos se asumen aquí como acontecimientos; su aparición tiene un
rumor de fondo, algo detrás que los precede, un punto de referencia que da aper-
tura a un universo de sentidos que se renuevan; en términos de Deleuze (2010)
un “bloque de sensaciones”. Estos textos en su devenir deconstruyen (Derrida,
1977) la arquitectura narrativa que les dio origen; Dulcinea es así acontecimiento
y expresión.

Las potencialidades que la obra de Cervantes abre a la escritura de microrrelatos
—sobre todo hispanoamericanos— son infinitas; así, personajes, situaciones y hasta
estados psicológicos son utilizados por quienes ingresan en este espacio lúdico
que el género propone. Los personajes femeninos son, en este sentido, uno de
los elementos que adquieren importancia sustancial; Teresa Panza, Dulcinea y Al-
donza Lorenzo (las dos caras de una misma imagen femenina que recorren toda
la novela española) resultan emblemáticas y son los personajes con los que Denevi
deleitará a los lectores.

Desdoblamientos, elipses, juegos entre los títulos y la narración subsiguiente, rein-
vención de situaciones de por sí trastocadas (y que transgreden totalmente el sen-
tido del hipotexto) en diversos títulos del escritor argentino configuran series, es

576

decir, fragmentos de una unidad mayor. Los trastocamientos de sentido encon-
trarán sus variaciones incluso en un mismo título del corpus literario como una
ruptura en el sistema en el cual están inscriptos.

Resulta excepcional la infinita figura de Dulcinea que no se agota en las diferentes
líneas de análisis que proponemos sino que estas apenas ofician de apertura de
conversaciones futuras.

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577

EL MODERNISMO LATINOAMERICANO
EN LA BIBLIOTECA LOS POETAS
DE EDITORIAL CLARIDAD

Camila de Oro
Universidad Nacional de La Plata/ Universität Rostock

[email protected]

Resumen
Editorial Claridad fue fundada en 1922 por Antonio Zamora, un inmigrante espa-
ñol radicado en Argentina desde su adolescencia, con el propósito de educar a
los sectores populares. Mediante la publicación de dos revistas culturales —Los Pen-
sadores y Claridad— y cientos de obras reunidas en diferentes Bibliotecas que se
vendían en papel de mala calidad, a precios muy bajos y en espacios urbanos no
especializados, la editorial se consagró como mediadora entre un nuevo público
y la cultura “letrada”.

A pesar de tener preferencia por la ficción —en términos generales— y por el rea-
lismo social —en particular—, Claridad publicó textos de divulgación científica, en-
sayos, textos de carácter histórico, tratados filosóficos, literatura de viajes,
biografías y poesía. En esta oportunidad nos ocuparemos de la Biblioteca Los Po-
etas —colección que apareció en 1924— y de dos de los numerosos escritores mo-
dernistas que aparecen en el catálogo de la misma, a fin de indagar cuál es la
relación entre este movimiento literario y los objetivos de la editorial creada en el
marco del ideario socialista.

Si bien el modernismo surgió como una crítica radical a la burguesía, a comienzos
del siglo XX se convirtió en la estética de los grupos dominantes. Por lo tanto,
¿cómo promover el compromiso y el cambio social de los sectores populares a tra-
vés de un movimiento literario que conjugó la renovación métrica y lexical con la
brevedad y el fragmentarismo de la vida moderna, el cosmopolitismo, el indige-
nismo, la cultura grecolatina, la fascinación por el exotismo, la belleza y el lujo?,
¿a qué se debe la frecuencia de estos autores en Los Poetas?, ¿existe un vínculo
ideológico entre ellos y la empresa cultural? Estas y otras preguntas serán tratadas
en el presente trabajo.

Palabras clave: Biblioteca Los Poetas, Delmira Agustini, Editorial Claridad, José
Martí.

Editorial Claridad se inscribe en el marco de las editoriales populares que emer-
gieron en Argentina durante las dos primeras décadas del siglo XX, con el propó-
sito de conquistar a los nuevos lectores surgidos de las campañas de alfabetización
impulsadas por el Estado Nacional hacia finales del siglo XIX. Para ello, los agentes
culturales recurrieron a las ediciones popularísimas —en términos de Domingo Buo-
nocore (1974)—: novelas, poemas o cuentos editados en cuadernillos comerciali-
zados a precios muy bajos en quioscos, puntos de venta al aire libre y escaparates
de librerías. A su vez, estos impresos también fueron denominados por Luis Al-
berto Romero (1995) como libros baratos y define a la edición de los mismos como
una empresa cultural porque se trata de editoriales que ofrecían una cuidadosa
selección de obras literarias y de pensamiento universal a precios económicos or-
ganizadas en colecciones, a través de las cuales orientaban los gustos e intereses
de un público lector.

Pese a que en ese período convivieron los proyectos editoriales llevados a cabo
por Juan Carlos Torrendell1, Samuel Glusberg2 , Manuel Gleizer3 y Jacobo Samet4,
el fundador de la editorial que nos compete en este trabajo, Antonio Zamora,
afirmó: “Los libros, en esa época, eran muy caros. Con la edición que imaginé, el
precio se pondría accesible para la gente del pueblo” (Corbière, 1981, p. 38). Es
decir, Zamora eligió ignorar a sus contemporáneos porque lejos estaban de su

1 Fundador —junto a su padre— de la emblemática Editorial Tor (1916-1971), el sello que marcó un
antes y un después en la literatura masiva de nuestro país (Abraham, 2016 [2012]).
2 Entre 1919 y 1929, Glusberg publicó Ediciones selectas de América, una colección de cuadernos
—en un principio de aparición mensual y luego quincenal— que editó fundamentalmente obras de
la literatura latinoamericana, cuyo objetivo era difundirlas entre los sectores populares (Chicote,
2014). Luego surgieron los primeros números de Editorial Babel —Biblioteca Argentina de Buenas
Ediciones Literarias—, volúmenes con una pulcra edición que invadieron las vidrieras de las librerías
y se comercializaron a uno o dos pesos. En 1921 los libros se transformaron en una revista, cam-
biando su nombre a Babel. Revista de arte y crítica. La publicación de la misma se extendió hasta
1928, año en que Samuel inició un nuevo proyecto: La vida literaria, una revista en formato ta-
bloide, que se enmarca en un contexto cultural americanista encabezado por Frank en Estados
Unidos y por Mariátegui en Perú. En 1931 desaparece la revista y el editor ruso se radica en San-
tiago de Chile, donde publica la segunda etapa de Babel —con numerosas diferencias en relación
a la edición argentina— hasta 1951 (Tarcus, 2001).
3 En 1918, las peripecias de su trabajo como vendedor de billetes de lotería lo llevaron a convertirse
en librero popular. Tres años después fundó Librería La Cultura, punto de encuentro de escritores
argentinos. Gleizer se consagró como uno de los grandes impulsores de la literatura argentina de
aquella época y como un cultor del libro, al cual consideraba “un producto del espíritu, más que
una mercancía” (Buonocore, 1974, p. 103).
4 Jacobo Samet fue dueño de un negocio familiar que posteriormente mutó a una librería de fon-
dos reducidos especializada en obras de teatro y literatura. La popularidad entre los lectores fue
tal que su emprendimiento no tardó en cobrar reconocimiento en el extranjero. Si bien su carrera
como editor fue breve, desde 1924 a 1932 editó un vasto catálogo de literatura argentina con
grandes tiradas y ediciones de lujo.

579

propuesta editorial (Paine Ubertalli Steinberg, 2016): educar a los sectores popu-
lares mediante la promoción del libro y la lectura.

En esta oportunidad, proponemos indagar cuál fue la función del género poético
dentro de las propuestas sociales y formativas de la editorial. Para ello nos cen-
traremos en la Biblioteca Los Poetas y en los poetas modernistas que figuran en
el catálogo de la misma, entre los que se destacan Delmira Agustini, como repre-
sentante de la incipiente problemática de género, y José Martí, como ícono del
tópico “las armas y las letras”. En este trabajo analizaremos dos folletos: El rosario
de Eros, de la poetiza uruguaya y Versos libres del escritor cubano, pero antes
consideramos necesario adentrarnos en la historia de la editorial.

Editorial Claridad

Fundada en 1922 por Antonio Zamora, un inmigrante español de tradición socia-
lista que llegó a nuestro país durante su adolescencia. Antes de desempeñarse
como editor, Zamora incursionó en la escritura de crónicas policiales en el diario
La Montaña y posteriormente como corrector de pruebas en el diario Crítica (Tar-
cus, 2007). Fue allí donde surgió su curiosidad por la edición y donde decidió crear
su propio proyecto editorial con el propósito de educar a los sectores populares.
De hecho, Zamora declaró que “una editorial no debía ser una empresa comercial,
sino una especie de universidad popular” (Corbière, 1981, p. 38). Persiguiendo ese
objetivo, se publicó el primer número de Los Pensadores el 30 de enero de 1922;
eran cuadernillos semanales que contenían una obra selecta de un autor consa-
grado que se correspondiera con los propósitos pedagógicos y morales que de-
fendía la editorial, ya que a través de esos títulos se podría lograr el progreso de
sus lectores.

Los Pensadores se publicó en ese formato hasta diciembre de 1924, año en que
se transformó en una revista ilustrada de arte, crítica y literatura en torno a la
cual se formó el grupo de Boedo (Ferreira de Cassone, 2008, p. 35). Asimismo, en
junio de 1926, Zamora y compañía anunciaban otra modificación: Los Pensadores
continuaría como una biblioteca de la editorial y la revista cambiaría su nombre
por Claridad —en referencia directa al grupo literario Clarté, liderado por Henri
Barbusse en París durante los años veinte— aspirando a convertirse en una tribuna
de pensamiento izquierdista. Ambas publicaciones son parte de un proyecto más
amplio que abarca numerosas colecciones o Bibliotecas —como las llamaba el di-
rector de la editorial—, entre ellas se encuentran: Biblioteca científica, Los nuevos,
Clásicos del amor, Los Poetas, Teatro Nuevo, Teatro Popular, Teatro Contempo-
ráneo, Biblioteca Cosmos, Novelas de aventuras, Grandes Novelas Modernas, Bi-
blioteca Teosófica, Colección de Obras de Estudios Sociales, Colección Claridad y

580

Colección Sherlock Holmes. Como puede apreciarse a partir de los nombres de las
colecciones, las temáticas eran diversas: desde ficción, poemas, ensayos filosóficos,
estéticos y políticos, hasta publicaciones sobre la salud física y la sexualidad. Sin
embargo, no hay una colección vinculada a la tradición nacional: la literatura crio-
llista y gauchesca no formaban parte de los intereses de Zamora, como tampoco
lo hicieron manifestaciones como el tango o los folletines —considerados como un
veneno más terrible que la morfina— capaces de corromper el alma del pueblo y
embrutecer a los hombres. En Los Pensadores manifestaron que: “Hay literatura
de este género para niños, para viejos verdes y para señoritas. Cada edad y cada
sexo tienen su publicación especial. El veneno alcanza a todos… Nadie habla de
ponerlos en la cárcel” (Ferreira de Cassone, 2008, p. 52).

Beatriz Sarlo (1988) afirmó que Editorial Claridad armó una biblioteca de aficiones
del pobre porque la diversidad de contenidos se correspondía con la intención de
satisfacer las inquietudes culturales de un público lector que ya había concluido
su etapa de alfabetización. Para los años treinta en Buenos Aires los índices de
analfabetismo habían descendido notablemente. Aunque, como sostienen Gutié-
rrez y Romero, no necesariamente “los considerados letrados estuviesen capaci-
tados para la lectura sostenida y comprensiva de textos aun elementales. Pero
indica que una mayor cantidad de personas estaban en condiciones de acceder a
otro instrumento de conocimiento que no fuera la mera experiencia” (Sarlo, 1988,
p. 18). Por lo tanto, se define un público lector que incluía a las clases medias y a
los sectores populares.

El precio de las publicaciones de Editorial Claridad oscilaba entre los veinte y cua-
renta centavos —posible gracias al escaso valor del papel y a las amplias tiradas— y
se correspondía con el principio de:

Desencadenar una revolución en el mundo editorial (…) Los títulos que
publicamos son muy apreciados por el lector estudioso que cuida el
perfeccionamiento de su carácter y aspira a forjarse una inteligencia
propia… hemos sido los primeros en poner en práctica un sistema de
difusión de las obras que beneficiará al pueblo aunque perjudique al
comerciante. Hay mucho por hacer en materia editorial. (Montaldo,
1987, p. 43)

Esta política editorial hizo que la empresa cultural se convirtiera en una mediadora
entre la cultura “alta” y los sectores populares porque, a través de la constitución
de un catálogo de obras legitimadas por la tradición literaria —a la que no se cues-
tiona—, le dieron la oportunidad de acceder al libro como objeto a quienes no te-
nían posibilidades materiales ni formación previa, de iniciarse en la tarea del

581

autodidactismo. En definitiva, el acceso a la lectura y a los títulos que formaron el
extenso catálogo ofició como vía de reflexión y enseñanza para generar una so-
ciedad más justa.

En 1927, luego de comprar su propia imprenta, el proyecto editorial creció de ma-
nera notable. El catálogo siguió aumentando y las ediciones de tapa blanda se
transformaron en libros encuadernados con ilustraciones e impresión a color. Sin
embargo, el precio seguía siendo muy económico hasta que, en el marco de la Se-
gunda Guerra Mundial, el papel aumentó su costo considerablemente y resultó
imposible mantener la política de las ediciones baratas. Además, a fines de los
años treinta aparecieron nuevos competidores como Losada, Sudamericana, Es-
pasa Calpe y Emecé —sellos fundados por editores españoles que llegaron al país
a raíz de la grave situación que se vivía en la península ibérica—. Este suceso, ligado
al aumento del papel, provocó el declive de la editorial con el catálogo más amplio
de la época. Sin embargo, Antonio Zamora siguió abocado al mundo editorial.
Continuó imprimiendo libros bajo su nombre, aunque ya no en amplias tiradas
como lo había hecho durante el auge de Claridad. Luego ejerció la dirección en el
diario platense El día, hasta que decidió volver a su taller gráfico a trabajar para
terceros.

Los Poetas

¿Qué lugar le adjudicó Editorial Claridad a la poesía?, ¿se la vinculaba con las for-
mas no educativas del arte, con el pasatiempo? Para responder a estas preguntas
es necesario indagar en la Biblioteca Los Poetas que apareció en 1924 —en princi-
pio mensualmente y luego cada quince días— con el objetivo de:

Llevar al alcance de los amantes de la esencia literaria las obras de los
autores que en este género han producido las más brillantes páginas
de su ingenio. (…) iniciamos esta nueva colección, seguros de que no
es una publicación más, —tenemos ideas propias y no copiamos a
nadie—, sino una nueva publicación, única en su género, que está des-
tinada a llenar un vacío entre el público que lee para estudiar y estudia
para saber, con el fin de formarse un criterio propio forjado en la lec-
tura y estudio de las buenas obras de los mejores autores. (Ghiraldo,
1924, s/n. El subrayado es nuestro)

En esta colección se publicaron autores de diversas procedencias, desde escritores
de la vanguardia latinoamericana hasta obras clásicas de la literatura universal
que se encontraban agotadas o que eran muy costosas. En el catálogo predomi-
nan títulos de autores consagrados y otros que no gozaron de popularidad uni-

582

versal —tanto hombres como mujeres— que se inscriben en determinados movi-
mientos literarios, pero que no fueron ajenos a las discusiones y problemáticas so-
ciales y políticas de su época, aspecto vinculado directamente con el propósito
editorial, es decir, que sus lectores tengan acceso a obras de calidad literaria para
poder reflexionar y generar una conciencia crítica sobre la realidad.

Como mencionamos anteriormente, nos centraremos en el análisis de El Rosario
de Eros de Delmira Agustini y Versos libres de José Martí no sólo para desentrañar
cuál fue la función de la poesía, sino también para indagar cuál es la relación entre
las obras publicadas, los autores y los valores impulsados por la editorial, pero
antes es importante hacer una mención a la materialidad de los textos. Cabe pre-
cisar que la palabra folleto hace alusión a los libros de tapa blanda impresos en
papel de baja calidad, con mala corrección e impresión y con un máximo de no-
venta páginas, y las medidas varían entre 15 cm x 11 cm y 16,07 cm x 12 cm. Se
publicaban cada quince días y se vendían al módico precio de veinte centavos en
espacios urbanos no especializados (Sarlo, 2011) como estaciones de trenes y sub-
terráneos y a domicilio. Los mismos tenían anuncios que anticipaban las próximas
publicaciones de la editorial en la guarda de la tapa y el catálogo de la colección
en la guarda de la contratapa.

Delmira Agustini

Delmira Agustini es una de las tres mujeres5 que integran el catálogo de Los Poe-
tas. La escritora uruguaya fue integrante de la generación del Novecientos y pre-
cursora de la poesía erótica hispanoamericana. La obra de Agustini, inscripta en
el movimiento modernista, cuestiona la figura de la mujer y su rol en la sociedad
batllista. Durante la primera década del siglo XX, en Uruguay, las mujeres gozaron
del trabajo asalariado, de la expansión de la educación formal y tuvieron una im-
portante participación en el movimiento obrero. Desde estos espacios lucharon
por la igualdad en el ámbito legal y político, como así también por la liberación
sexual: en contraposición al matrimonio tradicional propusieron el amor libre.
Lejos de hacer referencia al libertinaje, “defendía el derecho de hombres y mujeres
a formar parejas basadas en el amor y atracción mutuos, y a separarse en caso de
que disminuyeran o desaparecieran dos características” (Ehrick, 2000, p. 231), lo
que hoy en día denominamos monogamia seriada.

En este contexto se inscribe la obra de Delmira Agustini, aunque debemos hacer
una aclaración: la emancipación femenina para esta autora es del orden de lo in-
dividual, reflexivo y espiritual. Es decir, sus textos no tratan sobre la necesidad de

5 Las otras mujeres son Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou. En esta Biblioteca aparecieron sus
poemas publicados en el número 43 y 54, respectivamente.

583

una revolución o sobre la explotación capitalista, pero sí se percibe la utopía re-
volucionaria de un mundo sin desigualdad ni restricciones ni opresión.
En esta oportunidad nos centraremos en el número 59 de Los Poetas, El rosario
de Eros —obra póstuma— publicada en 1926, como puede observarse en la si-
guiente imagen:

IMAGEN NÚMERO 1: Agustini, D. (1926). El rosario de Eros. Buenos Aires, Argen-
tina: Editorial Claridad

584

El volumen de la colección está basado en la edición de Máximo García publicada
en Uruguay en 1924, diez años después de la trágica muerte de la escritora. Por
lo tanto, en este folleto se reproduce Rumbo, una suerte de prólogo que nos po-
dría ayudar a comprender a qué se debe la presencia de Agustini en Los Poetas.
Deteniéndose en lo anecdótico, el texto hace referencia al dolor y a la adoración
de los padres hacia su hija, quienes destacan el virtuosismo y la humildad de la
joven:

Parece que el hacer poesías fue en la gran artista una cosa espontánea.
Cuando los padres descubrieron los primeros versos, sorprendíanse:
—¿Tú has hecho esto? —Sí —¿Y cómo no nos decías nada? La niña se sin-
ceró: —Porque yo pensaba que esto era una cosa que hacía toda la
gente. (Agustini, 1925, p. 7)

Según el texto, era una artista innata —también pintaba y tocaba el piano— que
no había transitado la educación formal, pero sobre todo tenía una bondad y una
simpleza absoluta:

Cuando daba una vuelta por el centro, del brazo de su madre, distri-
buía monedas entre los chicos pobres con los que se topaba. Los ven-
dedores de diarios eran sus protegidos. Viéndolos alegres, volvía a la
casa inundada de satisfacción. (…) Sus gustos no podían ser más senci-
llos. Elegía sus vestidos entre los menos complicados y detestaba las al-
hajas. (Agustini, 1925, p. 7)

A partir de estos fragmentos y del prólogo en términos generales, los lectores de
Claridad reconstruyen una imagen de la autora que se corresponde con los valores
que la empresa quería fomentar: Delmira Agustini era genial, una escritora íntegra
con gran sensibilidad, pero sobre todo estaba atenta a las necesidades de los más
carenciados y no era ostentosa como su contemporánea Alfonsina Storni, a quien
acusaron de frívola y excéntrica en el número 106 de Los Pensadores.

No obstante, hay una gran ausencia en Rumbo: a pesar de que la modernista uru-
guaya hizo del erotismo su fundamento estético, en ningún momento se men-
ciona dicho aspecto. Hay un intento por desexualizar la poesía de Agustini
aunque, en un principio, el título del volumen habilita interpretaciones opuestas
y luego los poemas terminan de demostrarlo, como sucede en Cuentas falsas,
donde el amor sólo se restringe al cuerpo, al deseo carnal:

Los cuervos negros sufren hambre de carne rosa;
En engañosa luna mi escultura reflejo,

585

Ellos rompen sus picos, martillando es espejo,
Y al alejarme irónica, intocada y gloriosa,

Los cuervos negros vuelven hartos de carne rosa.
(Agustini, 1926, p. 13)

En otros casos, el amor abarca la totalidad del amado, es decir lo físico y lo mental:

¡Ah, entre todas las manos yo he buscado tus manos!
Tu boca entre todas las bocas, tu cuerpo entre todos los cuerpo,

De todas las cabezas yo quiero tu cabeza,
De todos esos ojos, ¡tus ojos solo quiero!
Tú eres el más triste, por ser el más querido,
Tú has llegado el primero por venir desde más lejos…

(…)
Ven a mí: mente a mente;
Ven a mí: ¡cuerpo a cuerpo!
Tú me dirás qué has hecho de mi primer suspiro,
Tú me dirás que has hecho del sueño de aquel beso…
Me dirás que si lloraste cuando te dejé solo…
¡Y tú me dirás si has muerto!...

(…)
(Agustini, 1926, pp. 15-16)

El tópico de la cabeza remite a la posesión total del hombre por parte de la mujer,
hecho que sólo será posible cuando se separe la cabeza del cuerpo de él y esta
quede en manos de ella, ya que cuando la cabeza está viva el amado no accede
a los deseos femeninos. Esta constante aparece en varios poemas y transforma al
hombre en “metáfora de sus deseos eróticos insatisfechos” (Valverde, 2000, p.
206). He aquí la osadía y la transgresión de Agustini, una mujer que defendió y
promulgó la libertad sexual en una sociedad desigual y conservadora.

No es casual que Claridad se haga eco de un prólogo que elide el carácter erótico
de la poesía de Delmira Agustini. En aquellos años la sexualidad fue abordada
desde una perspectiva biologicista —como un estado de equilibrio y armonía des-
ligado completamente del placer y del plano sentimental— por eso la empresa de
Zamora y otras editoriales populares contemporáneas dedicaron varias publica-
ciones a este tema. Algo similar sucedió con la higiene personal y la salud física
porque buscaban combatir las desviaciones de una vida moral y físicamente sana
a través de campañas contra la prostitución, el alcoholismo y el tabaquismo.

586

José Martí

Entre las figuras más destacadas del Modernismo se encuentra José Martí, quien
supo conjugar el antiguo tópico de las armas y las letras. Fue escritor, periodista,
político y soldado en la Guerra de la Independencia Cubana, donde murió en
manos de los españoles en 1895, dejando un vasto legado a través del cual pode-
mos rastrear características propias de la modernidad: la profesionalización del
oficio literario vinculado al periodismo y con ello, no sólo la retribución monetaria,
sino también la intervención en la opinión pública sobre diferentes acontecimien-
tos de la actualidad; el sentimiento de desencantamiento del mundo que predo-
minó en el hombre moderno a causa de la división internacional del trabajo
intelectual, de la incorporación del continente a la economía mundial, de la mo-
dernización social y de la implementación de un nuevo régimen, y en términos de
la literatura latinoamericana, la mixtura entre el cosmopolitismo y las literaturas
del pasado occidental y no occidental (Ramos, 2003).

Sin dudas, la urbe es uno de los escenarios más frecuentes en la obra martiana,
no sólo en sus populares crónicas, sino también en la poesía. En este sentido, po-
esía y ciudad conviven en Versos libres6 donde, en palabras de Enrique Foffani
(2002), “las relaciones entre una y otra (…) han dado siempre pie para que el
poeta se aboque a ejercer una crítica acerba, corrosiva, despiadada, contra los
efectos del capitalismo” (p. 228). Esta tensión también puede advertirse en la si-
tuación de exilio del poeta: Martí fuera de su patria, la Cuba que se encuentra
bajo la dominación de la colonia española y el imperio norteamericano, y por la
que el luchará.

6 Libro publicado post mortem por Gonzalo de Quesada y Aróstegui, cuyos textos fueron fechados
entre 1878 y 1882.

587

IMAGEN NÚMERO 2: Martí, J. (1925). Versos libres. Buenos Aires, Argentina: Edi-
torial Claridad

588

Este libro que “inaugura la poesía contemporánea de la ciudad” (González Eche-
varría en Foffani, 2002, p. 236) apareció en el número 36 de la Biblioteca Los Po-
etas, publicado en 1925 y aunque no se reprodujo la totalidad del contenido
—faltan textos como “Mis versos”, “Pollice Verso”, “Hierro”, “Amor de ciudad
grande”—, se halla “Isla Famosa”, poema en el que es necesario reparar porque
tematiza el exilio:

Aquí estoy, solo estoy, despedazado.
Ruge el cielo; las nubes se aglomeran,
Y aprietan, y ennegrecen, y desgajan.

Los vapores del mar la roca ciñen.
Sacra angustia y horror mis ojos comen.

¿A qué, Naturaleza embravecida,
A qué la estéril soledad en torno
De quien de ansia de amor rebosa y muere?
¿Dónde, Cristo sin cruz, los ojos pones?
¿Dónde, oh sombra enemiga, dónde el ara
Digna por fin de recibir mi frente?
¿En pro de quién derramaré mi vida?

Rasgóse el velo; por un tajo ameno
De claro azul, como en sus lienzos abre
Entre mazos de sombra Díaz famoso,

El hombre triste de la roca mira
En lindo campo tropical, galanes
Blancos, y Venus negras, de unas flores

Fétidas y fangosas coronados.
Danzando van; ¡a cada giro nuevo
Bajo los muelles pies la tierra cede!
Y cuando en ancho beso los gastados
Labios sin lustre, ya trémulos juntan,

Sáltanles de los labios agoreras
Aves tintas en hiel, aves de muerte.

(Martí, 1925, p. 18)

En este poema pueden advertirse los elementos que forman parte del imaginario
sobre la cultura cubana —lindo campo tropical, galanes blancos y venus negras,
en alusión directa a las etnias que habitan su suelo—, la muerte representada en
las aves del último verso y el desgarro del cuerpo del poeta por estar fuera de su
patria: “aquí estoy, sólo estoy”. Incluso las palabras despedazado, aprietan, en-
negrecen y desgajan remiten a la ruptura sustancial del sujeto como producto de
la violencia de la urbe (Foffani, 2002).

589

Asimismo, la ciudad sepulta y se convierte en cementerio, como ocurre en “Pór-
tico”, poema que remite a la imponente construcción:

Frente a las casas ruines, en los mismos
Sacros lugares donde Franklin bueno
Citó al rayo y lo ató, por entre truncos
Muros, cerros de piedra, boqueantes

Fosos, y los cimientos asomados
Como dientes que nacen a una encía,

Un pórtico gigante se elevaba.
Rondaba cerca de él la muchedumbre

........que siempre en torno
De las fábricas nuevas se congrega.
Cuál, que ésta es siempre distinción de necios,
Absorto ante el tamaño; piedra el otro
Que no penetra el Sol, y cuál en ira
De que fuera mayor que su estatura.
Entre el tosco andamiaje, y las nacientes

Paredes, aquel pórtico,
En un cráneo sin tope parecía
Un labio enorme, lívido e hinchado.
Ruedas y hombres el aire sometieron;
Trepaban en la sombra; más arriba
Fueron que las iglesias; de las nubes
La fábrica magnífica colgaron:
Y en medio entonces de los altos muros
Se vio el pórtico en toda su hermosura.

(Martí, 1925, p. 28)

En este poema Martí incorpora la tecnología arquitectónica, adjudicándole un
tinte violento a la escena puesto que convive la imponente obra, los materiales
pesados y la gente que se acercó a observar el acontecimiento con un cráneo que
emerge entre los andamiajes. Es decir, para el poeta, Nueva York es el epicentro
de la violencia, la frivolidad, el capitalismo salvaje y por consiguiente, del imperia-
lismo norteamericano.

Por eso, no es casual que este título haya aparecido en Los Poetas. Sin ir más lejos
el folleto contiene una Nota Biográfica que reza lo siguiente:

(…) Desde niño puso de manifiesto sus ideas revolucionarias.
Hizo sus primeras armas literarias en el periodismo escribiendo El diablo

590

cojuelo, La patria libre y algunos folletos en los que defendía la depen-
dencia de su patria. Esta campaña, que comprendió en pro de la liber-
tad de su país, le valió ser deportado a España, donde residió algunos
años (…) Cuando logró salir de España, viajó por Inglaterra y Francia,
y residió después en Méjico, Guatemala y Estados Unidos. Obsesionado
siempre por la idea de la independencia de su patria, se dedicó de lleno
a luchar por su objeto. (Martí, 1925, p. 5)

Como puede advertirse, Editorial Claridad se detiene en el compromiso y en la
lucha que el poeta llevó a cabo para liberar a Cuba de las “garras de dos águilas:
la colonia española y el otro imperio, EE. UU” (Foffani, 2002, p. 231), al cual Za-
mora y su equipo le dedicaron numerosas páginas en revistas con el objetivo de
denunciar los abusos de poder.

Asimismo, en la biografía de Martí mencionan su recorrido académico —ya que su
familia era muy humilde, cursó en un instituto gracias a la protección económica
de un amigo y luego hizo un doctorado en Leyes durante su estadía en España—
para destacar que su iniciativa por formarse radicaba en la emancipación de su
pueblo porque “la libertad es el derecho que tiene el hombre a ser honrado y a
pensar y a hablar sin hipocresía” (Martí, 1925, p. 5). Por lo tanto, estos principios
se corresponden con los valores morales, políticos y pedagógicos que la empresa
cultural quería inculcar en sus lectores: la formación intelectual como vía de cam-
bio social.

Conclusión

El análisis de la producción impresa nos permite acercarnos a los cambios que atra-
vesó la sociedad argentina en el período de entreguerras: el traslado de los con-
ventillos a los barrios, la reducción de la jornada laboral que posibilitó nuevas
formas de vida familiar, uso del tiempo libre, nuevos momentos para la lectura y
para otras formas de socialización determinadas por las bibliotecas populares, los
clubes y los grupos que se generaron en torno al café y al barrio (Romero y Gu-
tiérrez, 1995).

En el caso de Editorial Claridad, se trata de una de las empresas culturales de
mayor alcance de la época que supo interpelar a los lectores mediante formas de
circulación no institucionalizadas, pero principalmente a través de una propuesta
basada en la pedagogía social. Los ejes de esta propuesta fueron la promoción
del libro como objeto, la lectura, la escritura y la literatura, teniendo en cuenta la
figura modélica del escritor, como pudo advertirse en el análisis del corpus de la
Biblioteca Los Poetas. Los escritores de las obras citadas, al igual que todos los

591

que se encuentran en el catálogo —más allá de su popularidad o no—, son hombres
y mujeres que tuvieron vidas “ejemplares” basadas en el trabajo, el esfuerzo, el
compromiso social, la voluntad y la moral, por lo tanto a partir de esos títulos que
funcionaron como guía de lectura, lograron configurar la sensibilidad de los lec-
tores y al mismo tiempo, proporcionarles herramientas de acceso a las obras de
la cultura “alta” a fin de que pudiesen interpretar el mensaje que contenía la obra
para poder aplicarlos a otros ámbitos de la vida cotidiana para erradicar el desco-
nocimiento que sólo genera males políticos.

Por último, cabe mencionar que este proyecto pedagógico se enmarcó en uno
más grande, es decir, un proyecto latinoamericanista basado en una red de libre-
ros creada por Zamora para poder distribuir sus ediciones en distintos países y
fundamentalmente en la difusión de las preocupaciones del mundo latinoameri-
cano, convirtiéndose así en el refugio de escritores de diversos puntos del conti-
nente; en una “tribuna de pensamiento libre”, como anunciaba el epígrafe de la
revista Claridad.

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593

LA NARRATIVA DE MARTÍN KOHAN.
UN MODO DE LEER LA TRADICIÓN

María Elena Fonsalido
Universidad Nacional de General Sarmiento

[email protected]

Resumen
Alguna vez Nicolás Rosa planteó: “todo texto argentino es siempre sometido a
una prueba evaluativa, ¿qué relaciones mantiene con el texto fundador?”. Martín
Kohan retoma la literatura fundante de la tradición, incorpora la literatura bor-
giana al acervo canónico y los ratifica irónicamente. A partir del canto IX del Mar-
tín Fierro, a los que suma los aportes de la “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, la
narrativa de Martín Kohan se hace cargo de esta tradición y la revisa en dos de
sus textos: la novela Los cautivos (2000) y el cuento “El amor”, perteneciente a
Cuerpo a tierra (2015). Estos textos leen a Borges como Borges lee la tradición,
para revitalizarla en el desarmado de sus paradigmas. Este gesto, a su vez, implica
ubicarse a sí mismo en el lugar de ser evaluado, implica haberse hecho un lugar,
a través de la escritura, en el espacio de la tradición que se está leyendo.

Palabras clave: Borges, gauchesca, Hernández, tradición.

Introducción

Alguna vez Nicolás Rosa (1998) planteó: “todo texto argentino es siempre some-
tido a una prueba evaluativa, ¿qué relaciones mantiene con el texto fundador?”
(p. 70). Este trabajo se propone exponer precisamente las relaciones que la na-
rrativa de Martín Kohan, escritor que ha publicado la mayor parte de su narrativa
en este siglo, establece con dos tradiciones centrales de la literatura argentina: la
gauchesca del XIX y la borgiana del XX.

Respecto del problema inicial, propongo una hipótesis doble. Por un lado, afirmo
que la narrativa de Kohan considera la tradición como su material de trabajo; por
el otro, que su lectura evaluadora de los textos fundadores se realiza desde la
perspectiva de una ratificación irónica.

Respecto de la primera arista de la hipótesis, opera el concepto deleuziano de tex-
tura. En su texto El pliegue. Leibniz y el barroco, Gilles Deleuze (2008) considera

que el Barroco no es definido por una temporalidad, sino por una forma. En su
visión, “el criterio o concepto operativo de Barroco es el Pliegue, en toda su com-
prensión y extensión: pliegue según pliegue” (p. 49). Y si el Barroco es pliegue,
“la manera de plegarse una materia constituye su textura” (p. 53). Esta textura,
entonces, logra cambiar el estatus de la materia sobre la que opera: para Deleuze,
“la materia que devela su textura deviene material” (p. 51). La hiperpercepción
que Kohan realiza de la tradición y su focalización en su textura convierten a esta
materia disponible en material de escritura.

Respecto de la segunda parte de la hipótesis, postulo que el gesto con el que
Kohan se acerca a la tradición es la ratificación irónica. Hablo de ratificación en el
sentido de apoyo, de valoración de un material y, por ende, de su apropiación y
su uso. El adjetivo irónica trasciende la concepción del tropo como meramente
antifrástico en el nivel semántico, y le aporta la mirada pragmática, que, según
Linda Hutcheon, es una función básicamente evaluadora (1981)1. En este disposi-
tivo teórico que presento, uniendo las posturas de Deleuze y de Hutcheon, en-
cuentro que Beatriz Sarlo (2003) afirma que, el discurso irónico “es, por excelencia,
un discurso plegado” (p. 94).

Para sostener esta doble hipótesis, voy a considerar dos textos de Kohan: la novela
Los cautivos, del 2000, segunda publicada por su autor; y el cuento “El amor”, re-
cogido en Cuerpo a tierra, de 2015, pero que fue publicado por primera vez en
2011. Estas fechas indican que la preocupación de Kohan por la tradición literaria
argentina se sostiene a lo largo de gran parte de su narrativa. El recorrido que
propongo tiene como eje uno de los mitos más acendrados que produce la lectura
del Martín Fierro y que Borges retoma en “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”
(1949): la inquebrantable amistad masculina entre Cruz y Fierro, cimentada a par-
tir del Canto IX de El gaucho Martín Fierro.

La lectura crítica

En su carácter de crítico, Martín Kohan otorga gran importancia a las estrofas de
este canto en su artículo “Mano a mano”, de 2009. Al compararlas con otros dos
textos canónicos, “El matadero” de Esteban Echeverría y “La refalosa” de Hilario
Ascasubi, considera que José Hernández da un gran paso para desarticular el tra-
dicional formato de violencia de todos contra uno. Para lograr este objetivo, es
necesario “convertirlo en un nuevo formato de violencia” (p. 228). En la lectura
de Kohan, ese nuevo formato se consolida en esta escena. Analiza para ello cómo

1 “La ironía es, a la vez, estructura antifrástica y estrategia evaluativa que implica una actitud del
autor-codificador como observador de su propio texto” (1981, p. 3).

595

Hernández, a lo largo del poema, se detiene en los duelos singulares: Fierro contra
el indio, contra el negro, contra el terne, siempre uno contra uno. Para Kohan,

[Hernández] hace algo más que desechar la bajeza del ataque colec-
tivo: funda (…) un modelo de alianza; crea un nuevo dispositivo para
la pelea, que es la pelea de a dos. No ya la pelea de dos (uno contra el
otro: el duelo), sino la pelea de a dos (pelear en pareja; juntarse para
pelear, otra forma prototípica de heroísmo: la de dos contra el mundo)
(p. 231, destacados en el original).

La segunda parada en el estudio de esta tradición es Borges: “Borges rescata del
Martín Fierro estos dos dispositivos, que resuelve traspasar a su propia obra: el
recorte del duelo contra un horizonte de violencia general y la impugnación moral
de la violencia del todos contra uno” (p. 229). Se detiene Kohan en las operaciones
de Borges respecto del poema decimonónico. Además de ocuparse de dotar a
Cruz de nombre y de biografía, se dedica a apuntar todas las formas de violencia
en las que participó el personaje: ha tenido duelos singulares, ha peleado contra
muchos él solo, participó en guerras civiles y contra los indios. Lo único que no to-
leró fue pelear “entre muchos, contra uno solo” (p. 231). ¿Qué es entonces lo que
verdaderamente ocurre en el cuento borgiano? Según el escritor contemporáneo,
lo que hace Borges es “desactivar” el avance de Hernández. En la “Biografía de
Tadeo Isidoro Cruz”, la escena de la lucha no se relata, se suprime. La razón que
encuentra Kohan es que “para Hernández, Cruz se pasa porque reconoce a Fierro
(lo reconoce en su valentía); para Borges, Cruz se pasa porque se reconoce en Fie-
rro (contempla a Fierro y se ve a sí mismo)” (p. 232, destacado en el original).
Según Kohan, “Cruz no mata a Martín Fierro, no agrede a Martín Fierro: se une
a él, forma pareja con él” (p. 233). El artículo termina con una sola y ambigua ora-
ción: “Al parecer hay algo peor que la patota, y es la pareja” (p. 233).

Los cautivos

La primera operación que Kohan realiza sobre este tópico de la tradición es la de-
gradación. Los primeros personajes que se presentan en Los cautivos son Tolosa
y Gorostiaga, claras figuras paródicas de la pareja gauchesca paradigmática. Así
comienza la novela:

Nadie sabe por qué razón andaban siempre juntos Tolosa y Gorostiaga,
si no hacían más que pelearse todo el día (…). No eran hermanos, no
pesaba ni habría de pesar sobre ellos mandato alguno de ser unidos, y
sin embargo eran unidos, y eran unidos en grado tal que excedía in-
cluso lo que es propio de la unión fraterna (2000, p. 13).

596

Josefina Ludmer realiza una de las primeras lecturas críticas de la novela en un se-
minario dado el mismo año 2000. Ese trabajo constituye la base crítica para leer
la segunda novela de Kohan. Allí, sagazmente comenta: “Acá está insinuando
algo (la homosexualidad, que aparece también en el final)” (2000, p. 20).

La relación entre los dos personajes es conflictiva e interdependiente. Ante la vaga
pregunta de Tolosa: “¿en qué tiempo estamos?” (p. 14), la respuesta de su com-
pañero es totalmente insatisfactoria: “‘La noche’, dijo Gorostiaga. ‘Se viene la
noche’. Tolosa se mordió el labio inferior, gesto que Gorostiaga no alcanzó a ad-
vertir. ‘Yo no digo ese tiempo, pelotudo. Yo digo un tiempo más grande’” (p. 15,
destacado mío). Frente a la valentía, coraje o habilidad que Hernández subraya
en sus personajes, Kohan pone énfasis en la pobreza intelectual, física y funcional
de los suyos:

él le decía “tiempo más grande” y no lograba ajustar sus ideas con
más precisión. “¿Cómo podemos estar así?”, dijo Tolosa. “Yo”, replicó
Gorostiaga, “estoy como se me canta el orto”. “Vos”, replicó Tolosa
a su vez, “porque sos más sorete que un sorete”. (p. 16)

Como puede apreciarse, respecto del lenguaje, Kohan respeta el gesto hernan-
diano de incluir el lenguaje vulgar en el texto, aunque el idiolecto de los personajes
resulte totalmente ajeno al campo semántico de la gauchesca.

El primer capítulo de la novela está completamente dedicado a la deconstrucción
del mito de la amistad indisoluble del gaucho. Ya sea por las intervenciones de
los personajes como por los comentarios del narrador, el mito es socavado. Los
personajes no solo discuten o se insultan, sino que se degradan al nivel del escu-
pitajo:

(…) su escupida surcó el cielo con violencia, pero, a poco de ser expul-
sada, comenzó a perder altura. Se estrelló, no en Gorostiaga, sino en
su caballo, lo cual era infinitamente más grave (…) Para estos brutos,
nada importaba más que sus caballos (…) Vivían sobre los caballos (...)
hasta acabar mimetizándose con ellos. (pp. 17-18)2

2 Resuena en este fragmento otro hito de la configuración burlesca del gaucho: la de Macedonio
Fernández, cuando afirma “Los gauchos son un invento de los poetas para entretener a los caballos
en las estancias”. La frase, profusamente citada, es recuperada por Borges en las “Palabras ante
la tumba de Macedonio Fernández”, (1952) texto en el que aclara: “Antes de ser escritas, las bro-
mas y las especulaciones de Macedonio fueron orales. Yo he conocido la dicha de verlas surgir, al
azar del diálogo, con una espontaneidad que acaso no guardan en la página escrita”.

597

Por si todos estos “guiños a algo que llamamos ‘literatura’”, en términos de Fou-
cault (2015, p. 79), no fueran suficientes, el título de este primer capítulo es una
alerta que convoca a la tradición literaria sin ninguna duda. El capítulo se titula
“El chajá”, en obvia referencia a los dos hipotextos parodiados en el capítulo: así,
en el canto IX de El gaucho Martín Fierro, cuando se acerca la partida, “el grito
del chajá / me hizo parar las orejas” (Hernández, 1979, p. 122); en la “Biografía
de Tadeo Isidoro Cruz”, “Gritó un chajá; Tadeo Isidoro Cruz tuvo la impresión de
haber vivido ya ese momento” (1989, p. 563). En el texto de Kohan: “Por suerte,
en ese mismo instante, pasó un chajá sobre sus cabezas cubiertas con sendos
chambergos. Lo distinguieron. ‘Un chajá’. Dio dos chillidos, una pirueta circular, y
se alejó” (2015, p. 18). Las primitivas mentes de los dos gauchos interpretan que
el vuelo del ave les indica que deben seguir marchando. Y así lo hacen, “muy cerca
uno del otro, como si fuesen uno solo” (p. 18, destacado mío).

En su artículo “Mano a mano”, Kohan lee que Borges hace que los personajes de
Fierro y Cruz se reconozcan como reflejo, y afirma que el último “forma pareja”
con el primero. En Los cautivos, los dos gauchos funcionan como uno. Ludmer
veía en la representación de Tolosa y Gorostiaga un indicio de homosexualidad
incipiente. El siguiente texto de Kohan que se acerca al tema, “El amor”, recoge
todos estos antecedentes y los concreta en lo que puede constituir la deconstruc-
ción más fuerte del tópico: el acto sexual entre Cruz y Fierro.

El amor

El cuento de Kohan se ubica en el período de los siete años en los que Hernández
calló, es decir, el lapso en el cual Fierro y Cruz viven con los indios. El texto co-
mienza en el momento mismo en el que Fierro se enjuga las lágrimas que derramó
en el poema (“a Fierro dos lagrimones / le rodaron por la cara”, [Hernández, 1979,
p. 150]) y, al modo de Borges, continúa con la anticipación: “estos dos que hasta
hace poco fueran malhechor y autoridad, el forajido y la ley, dos mundos en gue-
rra, dos formas de mundo; pero que ahora se emparejan en un mismo rencor y
en un mismo afán” (Kohan, 2015, p. 10, destacado mío). El silencio que reina entre
los dos se explica por la parquedad del gaucho, por la inmensidad de la pampa,
“pero en el fondo, y ellos lo saben, es otra la causa y es otra la explicación” (Kohan,
2015, p. 10). Llegar a las tolderías, ser bien recibidos por los indios, acomodarse
en el lugar que les adjudican, son hechos que realizan mientras el lector advierte
dos cuestiones: que Fierro, asumiendo la tradición borgiana como natural, llama
“Tadeo” a Cruz, y que los personajes hablan en verso (“Prefiero dormir, Tadeo,
más cerquita de la puerta, para dar pronta respuesta si en un peligro me veo”
[Kohan, 2015, p. 12])3.

3 En esta decisión de Kohan resuena nuevamente la burla de Macedonio: “Pobre la vida del gaucho,
hablando siempre en verso” (citado por Piglia, 2016, p. 83).

598

Una vez ubicados, se resuelve el primer dilema: cuál es la causa y la explicación
del silencio de los personajes:

Piensan, evocan, sopesan, dirimen: los dos sobre lo mismo. Sobre el
beso que se dieron hace horas en la pampa. Un beso de hombres,
según quedó aclarado. Se dieron un beso de hombres. ¿Y de qué otra
clase se iban a dar, si al fin de cuentas hombres son? (Kohan, 2015, p.
12)

Los verbos utilizados: pensar, evocar, sopesar, dirimir, tienen la doble función que
es posible encontrar en los textos de Kohan: narrativa y metanarrativa. Es decir,
sirven para que la acción continúe, y al mismo tiempo, señalan desde el centro
mismo del texto su propia evaluación, en este caso, el modo en que el texto trata
la tradición: pensada, evocada, sopesada, dirimida. El beso se describe en detalle,
al que se agrega, por supuesto, el hilo conductor que teje la tradición y que no se
puede ni se quiere evitar: “El vuelo de un chajá fue testigo de ese hecho” (Kohan,
2015, p. 13).

En la reunión con los indios, la intervención de una cautiva que mira a Fierro al
tiempo que se le insinúa, despierta los celos de Cruz:

Lo mira (…) con una expresión que Cruz, atento a la circunstancia, dis-
tingue perfectamente bien. La distingue bien, y además la reconoce,
porque sabe que él miró también así, y al que miró también así no era
otro sino Fierro. El acero de los brazos, las manos invencibles, la espalda
venturosa, la boca de varón. Lo miró también así (…) cuando él era to-
davía un sargento y comandaba todavía una partida policial. (Kohan,
2015, p. 14)

Comienza aquí, como se ve, el desvío de los hipotextos. Si el lector distraído pensó
en encontrar un “complemento”, la narración de la elipsis que se produce entre
El gaucho Martín Fierro y La vuelta de Martín Fierro en este punto, anticipado
por el beso, esa lectura fracasa. Kohan desvía, en primer lugar, las razones con
las que Hernández justificó el pase de Cruz de la ley a la delincuencia: “Tal vez en
el corazón / lo tocó un santo bendito / a un gaucho, que pegó el grito” (Hernán-
dez, 1979, p. 127); y las que dio Borges (1989): “Comprendió su íntimo destino
de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él” (p. 563). Lo que
Hernández conjetura como intervención divina y Borges explica como la compren-
sión de un destino, para Kohan es sencillamente, enamoramiento: “No toleró no
estar del lado de ese hombre, al lado de ese hombre” (2015, p. 14, destacado en
el original).

599

En segundo lugar, opera sobre la frase que hace famoso al personaje: “Cruz no
consiente / que se cometa el delito / de matar ansí a un valiente” (Hernández,
1979, p. 127); frase que Borges (1989) reproduce en estilo indirecto: “gritó que
no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente” (p. 563). En el cuento
de Kohan, al comprenderse enamorado, Cruz “profirió entonces una excusa so-
nora que los demás ni siquiera escucharon” (2015, p. 14). Si el cuento contempo-
ráneo desviaba las razones del poema y del cuento borgiano, en el caso de la
frase, la anula. Las palabras que definen a Cruz en el poema y que encuentran su
sentido en el cuento de Borges, son silenciadas y menospreciadas en el cuento de
Kohan, lo que pone en evidencia la ironía en la lectura del canon, ya que puede
leerse sin forzar el texto que, “los demás”, son Hernández y Borges.

El comportamiento de Cruz es una escena de celos de telenovela: no puede tolerar
las insinuaciones de la cautiva, se le cae la comida del plato, la junta, se va a su
toldería, “casi lloroso” (Kohan, 2015, p. 15). Todos los personajes de la tradición
quedan descolocados: los indios feroces, la barbarie, se transforman en amables
huéspedes; la cautiva, pasa de víctima a mujer fatal; el gaucho renegado muta en
enamorado sollozante; Fierro, de ser despreciado por la sociedad, pasa a ser cen-
tro erótico. El trabajo sobre la tradición se ha consumado, como el sexo entre los
dos personajes, que se describe de manera minuciosa: los dos personajes son uno,
cara y cruz, como quería Hernández, cada uno por fin comprende que “el otro
era él”, como enunciaba Borges: “Fierro le arrastra la mano hasta hacerla reposar
justo ahí donde quería (justo ahí donde quería quién: donde quería Fierro, donde
quería Cruz)” (Kohan, 2015, p. 16).

Conclusiones

Lo que Kohan había apenas insinuado en la novela de 2000 se concreta en el
cuento de 2011. El narrador se adueña completamente de la tradición hernan-
diana y borgiana en una ratificación irónica, lateral, burlona, escandalizadora:
“Los dos al tiempo y juntitos, como hechos de un mismo palo. Fierro se derrama
en Cruz y Cruz en la llanura pampeana” (2015, p. 17). Kohan asegura que para
desarmar un mito es necesario encontrar el “dispositivo” que lo descomponga,
en el doble sentido del verbo: desarmarlo e impedir que siga andando. Pero este
dispositivo no consiste en un agregado, que dejaría al mito intocado, sino que
tiene que salir del propio texto que se quiere deconstruir. Por eso, el escritor y crí-
tico afirma en un reportaje: “Yo creo que la fascinación de Fierro por Cruz y de
Cruz por Fierro está en el Martín Fierro” (Zunini, 2015).

Los textos de Kohan retoman sin miedo la literatura fundante de la tradición, in-
corporan la literatura borgiana al acervo canónico y los evalúan irónicamente.

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