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Published by JULISSA CAYCHO, 2025-03-07 16:41:54

MITOS Y LEYENDAS 4° B

MITOS Y LEYENDAS 4° B

Creación de mitos y leyendas prehispánicas peruanas I.E. “Fe y Alegría” N° 17 - V.E.S. Autores: Estudiantes de 4° “B” Sec. Docente: Julissa Verónica Caycho Cáceres 2024


La leyenda: Los colores de la libertad Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, antes que los incas existieran, una joven llamada Shaya, le daba sentido al significado de su nombre, era una chica erguida, siempre se mantenía en pie, orgullosa y segura de sí misma. Las personas de su pueblo y más las mujeres, la adoraban, ya que ella tenía el coraje de hacer justicia ante los hombres abusivos, sin importar que la marginaran por ser mujer y poseer un carácter inquebrantable. Sin embargo, un hombre llamado Numa, quien no era agraciado en su físico, fue atraído por la belleza de Shaya y comenzó a pretenderla. Shaya al darse cuenta de aquel hombre, que desprendía paz en aquellos ojos marrones e ingenuos, decidió no hacerle caso pensando que pese a su vibra tranquila, la dejaría en paz; sin embargo, era lo que Numa no pensaba hacer. El haría por Shaya lo que fuese con tal de enamorar su corazón. Cuando Numa agonizaba en la profundidad del sueño eterno y con las últimas fuerzas que aún tenía pronunció con un aliento frío: ―Moriré por ti, mi bella Shaya. Espero que me recuerdes y puedas amarme en ese nuevo ser. De pronto se oyó una voz imponente que repetía sin cesar: ―Más creció tu amor implorando, sin rencor llevará tu fruto sin pecado. Al poco tiempo Shaya comenzó a sentir en su vientre una fuerza imponente, más vigorosa que ella y extrañada por aquel suceso, escondió entre sus ropas lo que sería el fruto de la obsesión de un amor no correspondido. Tiempo después, al ver que su vientre crecía día a día y encontrándose en un estado poco favorable, pues creía que con la llegada de aquel hijo, regresaría el patriarcado masivo en su pueblo; desesperada corrió a lo más alto de una montaña y subió hasta que sus fuerzas se lo permitieron. Comenzó a suplicar clemencia y piedad por sus esfuerzos y valentía, implorando al astro tan majestuoso que se encontraba frente a ella y dijo: Numa al verse fracasado en su intento de predicar su amor ante Shaya mediante halagos y cegado por la desesperación de aquel amor frustrado, imploró a aquel astro desconocido, astro el cual iluminaba la piel canela, los cabellos rojizos y los ojos verde menta de su imposible amada; rogó mientras sus deseos más profundos salían a flote, que aquella mujer tan fuerte, fuera parte de él, que un nuevo ser llevase la sangre de ambos. Como muestra de su veneración ante el desconocido dios, rasgó su piel hasta mostrar un rojo vivo por el ardiente calor. Poco a poco cansado y adolorido por su sacrificio, cayó sin más a un vacío y precisamente a las faldas de una montaña. Numa sintió a aquel astro en su piel; pero aquella sensación solo era el calor intenso en sus profundas heridas.


Al poco tiempo Shaya comenzó a sentir en su vientre una fuerza imponente, más vigorosa que ella y extrañada por aquel suceso, escondió entre sus ropas lo que sería el fruto de la obsesión de un amor no correspondido. Tiempo después, al ver que su vientre crecía día a día y encontrándose en un estado poco favorable, pues creía que con la llegada de aquel hijo, regresaría el patriarcado masivo en su pueblo; desesperada corrió a lo más alto de una montaña y subió hasta que sus fuerzas se lo permitieron. Comenzó a suplicar clemencia y piedad por sus esfuerzos y valentía, implorando al astro tan majestuoso que se encontraba frente a ella y dijo: Al terminar su ruego, se lanzó hacia el abismo y terminó con su vida; pero al caer su vientre fue protegido por Inti para que naciera el bebé. Lamentablemente, este nuevo ser solo sobrevivió algunos días y falleció al no tener quien lo protegiera y alimentara. Al poco tiempo, el cuerpo de Shaya y Numa quedaron enterrados en las faldas de aquella montaña, quien fue la testigo de los ruegos al dios Inti por parte de los desdichados jóvenes. Inti llegó a conceder sus deseos, pero también los maldijo, a Numa por su obsesión desmedida y a Shaya por su insensibilidad en contra de su propio hijo. El dios inti se compadeció del hermoso wawa de ojos verdes, piel morena y cabellos negros y decidió inmortalizar su recuerdo en muestra del fracasado amor que alguna vez existió. Fue así como convocó a su hermano Titi Quchu, el dios de la lluvia torrencial y le pidió que sumerja a aquella montaña y también al wawa que fue dejado en esas tierras. Mucho tiempo después, el agua fue evaporándose gracias a la intensidad del dios Inti y sorprendentemente la montaña seguía de pie por la fuerza que llevaba dentro y esta vez mostraba hermosos colores como el rojo, amarillo, verde y azul con distintos matices del color marrón. En la actualidad, la cadena de montañas conforma un lugar muy turístico y está localizado a 100 km. de Cuzco. La gente al ver a la montaña de siete colores queda fascinada y la consideran como un lugar sagrado. Finalmente, se dice que las personas muy sensibles perciben una fuerza extraña y piensan que se trata del espíritu de aquel niño, el cual busca atraer a las personas porque no conoció el amor de sus padres y fue rechazado por su madre. Máximo Chavez Fabian Cruz Keimy Ortega ―Permíteme dejar libre mi alma, como siempre lo fue, sin traer pecado en mi ser. Shaya no hallaba una respuesta ni explicación a su sufrimiento por tener un hijo no deseado y con las últimas lágrimas que le quedaron rogó: ―Escúchame, taita. No entiendo por qué esta obra fue hecha en mí. Tendré a este hijo, pero no puedo criarlo porque no es fruto del amor. Por ello, permíteme que pueda obtener nuevamente mi libertad.


Cuenta la leyenda que existe en el Amazonas, un espíritu llamado Urko, un hombre que fue asesinado en su chacra por cinco personas que querían quitarle el oro extraído de una mina. Fue abandonado y tirado en su campo de cultivo. Su alma no descansa en paz y busca venganza por la terrible muerte que tuvo. Él se hace presente a través del sonido de un hacha y vaga en las noches oscuras de la selva, siempre afilando su instrumento mortal. vendrá por ti a matarte de la forma más horrible e inimaginable. Burlarse de este ente o insultarlo, puede costarte caro, ya que lo hará enfurecer y entonces atacará con mayor insistencia, silbando… Silbando… Y perseguirá a su víctima tanto, tanto que hasta el más valiente terminará entrando en pánico y podrá llevarlo hasta la locura o hasta la misma muerte. Fueron pocos los afortunados de salvarse de morir a manos del Urko, pero han perdido la razón. Sobre qué les pasa a aquellos quienes no lograron salvarse es incierto, no sabemos si el Urko los abandona en el proceso de su muerte o mueren de hambre o devorados por algún animal salvaje o simplemente sean engullidos por el mismo Urko. Otros lugareños cuentan que el Urko es el espíritu de un hombre atormentado y que vaga desde tiempos milenarios, incluso antes de la llegada de los españoles. Se dice que ellos tuvieron conocimiento de esta leyenda, de lo peligroso que era esta criatura y fueron cautelosos; por ello, prefirieron no incursionar en la Amazonía. La leyenda del espíritu de la selva: Urko Dicen que es un espíritu del mal, un “diablo” que goza aterrorizando a la gente. Aun así, las personas que quieren comprar la chacra lo han visto y todos lo reconocen con temor cuando en plena oscuridad se empieza a escuchar una persona afilando su hacha que por instantes se pierde en lo profundo del campo y solo pueden verlo a lo lejos, pero se vuelve a escuchar ya en el techo de una casa o a la orilla de un río. Los nativos que sí escuchan al campesino afilando su hacha, deben de tener mucho cuidado. Nunca debes decir que no oyes nada. Si lo haces, su desgarrador sonido solo se hará más fuerte sintiendo cómo su presencia se te acercará cada vez más. Jamás se te ocurra responder a su sonido. Si lo haces, el Urko


Ahora, el Urko vaga totalmente endemoniado entre lo más profundo de la exótica selva, lentamente se acerca a sus víctimas sin emitir sonido alguno y, cuando ya está cerca de aquellos que se atreven a andar solos, silba, anunciando la muerte del que lo escucha. Él se hace presente a través del sonido parecido al de un silbido de ave. Vaga por las noches oscuras de la selva, como alma en pena. Aun así, nadie lo ha visto y todos lo reconocen con temor cuando en plena oscuridad se empieza a escuchar el silbido penetrante “Fin…Fin…Fin…” que por instantes se pierde en lo profundo del monte a lo lejos, pero vuelve a silbar ya en el techo de una casa o a la orilla de un río. Jeremías Anaya Richard Canta Leonel Moran


En un pequeño pueblo de humanos y dioses de mucho poder, se encontraba Illawarmi (Luz hermosa), la hija más bella de Inti, quien, a pesar de su gran belleza, no era vanidosa como las demás, sino una mujer compasiva y amable, que veía la belleza interior de los humanos o dioses y no se guiaba por las apariencias. La hija de Inti decidió dar un viaje, donde conoció otros pueblos de los Andes del Perú y en uno de ellos encontró a un joven dios llamado Nanaikusi (Un abrazo de felicidad al corazón), que tenía un aspecto humilde; pero poseía un hermoso cabello negro azulado brillante como la misma noche. A la hermosa diosa le pareció un muchacho amable y optimista, aunque los demás lo despreciaban, ya que él era de un bajo estatus entre los dioses, pues no era muy poderoso. El padre de Nanaikusi era Kuntur, un dios sin riquezas y el único que fue rechazado por Inti cuando le ofreció sus plantas medicinales. Inti no confiaba en que dichas plantas tuvieran poderes curativos, pues solo se dejaba llevar por la apariencia física de Kuntur. esparcirse haciendo que llegaran a los oídos del dios Inti y cuando se enteró del romance no pudo tolerar que la relación de su hija haya ido tan lejos y esté con alguien tan despreciable. Entonces, decidió tomar acción, buscó a la pareja y cuando los encontró, le gritó al joven: —¡Un hombre tan miserable como tú, no es digno de tener descendencia con mi hija! Illawarmi estaba asustada con su niña en brazos y lo único que podía hacer era suplicar. —Padre, lo sentimos. Nos vamos a ir donde no nos puedas ver, no te vamos a molestar, pero no nos hagas daño. Mito: El vuelo del cóndor A pesar de sus diferencias y el pequeño rencor entre sus padres, ambos jóvenes empezaron a salir y al conocerse más se dieron cuenta que tenían cosas en común como el amor a las aves y ayudar a los demás. Al pasar el tiempo, Illawarmi y Nanaikusi se enamoraron perdidamente y para ser pareja pidieron la bendición del dios Kuntur quien no tuvo problema con ello, pero no le avisaron a Inti por temor. Años más tarde, concibieron a una hermosa niña llamada Urpi, fruto de su gran amor y vivieron alejados del pueblo por miedo a ser descubiertos por el dios Inti. Sin embargo, los rumores de dicho nacimiento no tardaron en


La joven pareja con su hija en brazos estaba a punto de retirarse, pero Inti con repulsión, dijo: —¡Borraré tu miserable existencia Nanaikusi! —Lo siento, yo sé que no soy digno, pero voy a hacer lo que sea para serlo. Dame una oportunidad —contestó con miedo Nanaikusi El dios Inti lo miró despectivamente y le gritó: —¡Eso no sucederá! Con esto dicho, castigó a la familia, convirtió al humilde Nanaikusi en un ave grande y temible de cabeza desnuda, quitándole el hermoso y brillante cabello que poseía; en el cuello le colocó una chalina de plumaje blanco, en el resto de su cuerpo, un plumaje negro; y en la parte inferior de las alas, un patrón blanco. Inti también decidió cambiarle el nombre a Nanaikusi y lo llamó Cóndor. Después de esto, separó a su hija y nieta, las hizo olvidar a Nanaikusi y las escondió en un lugar distinto, donde él jamás las encontrará. El pobre muchacho convertido en cóndor, con todas sus fuerzas y dolor, decidió volar por grandes alturas, sin importar el duro frío con la esperanza de recuperar a su amada Illawarmi y a su hija Urpi (Pichoncito). Finalmente, conforme pasó el tiempo, aparecieron más cóndores en el Perú y se dice que cada uno de estos es el pobre Nanaikusi que está buscando a su familia por los cielos helados de los Andes. Ladiz Ochoa Daneyla Ramirez Carolain Urupeque


En los años 1500, en la tierra sagrada de los Incas, habitaban siete hermanos conocidos como los Panti, que en quechua significa Cosmos. Cada uno de ellos poseía la habilidad de transformarse en el color que representaba. El color fucsia, llamado Amaru, era el mayor de los hermanos, conocido por su sabiduría y habilidad para ver el futuro. Él representa la pasión y la energía que pone en todo lo que hace. Killa (color blanco), es la segunda hermana, ella es la curandera del grupo, simboliza la pureza y la sanación. Es capaz de curar heridas y enfermedades con un solo toque. Inti (lavanda), el tercer hermano, lleva el nombre del dios Sol. Su color lavanda representa la serenidad y la espiritualidad. Él es el mediador entre sus hermanos y tiene la habilidad de comunicarse con los dioses. Rumi (rojo), es el guerrero del grupo, valiente y feroz en la batalla. Su color rojo representa la fuerza y la valentía. Siempre está dispuesto a proteger al pueblo con su vida. Luego, tenemos a Pacha (Verde), es la hermana que se ocupa de la agricultura y la naturaleza. Su color verde simboliza la vida y el crecimiento. Tiene la capacidad de hacer florecer la tierra y aumentar las cosechas. Michi (pardo amarillento), es el artesano creador de herramientas y estructuras. Su color pardo amarillento representa la creatividad y la habilidad manual, con sus manos puede construir cualquier cosa que su pueblo necesite y Qori (dorado), es el más joven; líder espiritual del grupo. Su color dorado simboliza la riqueza y la sabiduría. Es quien mantiene el vínculo con el dios Inti y guía a su pueblo en tiempos de crisis. Todos ellos eran líderes de su comunidad, guiando a su pueblo con sabiduría y protegiendo las tierras que amaban. —Hermanos, el tiempo ha llegado. Las fuerzas oscuras se acercan y nuestra gente se encuentra en pánico. Debemos actuar ahora y ustedes lo saben —expresó Amaru con un tono preocupante. —Amaru tiene razón. He sentido la desesperación de nuestro pueblo. Debemos protegerlos, cueste lo que cueste, no podemos quedarnos con los brazos cruzados mientras la preocupación devora a nuestra gente —dijo Killa con una voz dominante. La leyenda de los Panti Sus tierras fueron bendecidas con una montaña, la denominaron "La montaña sagrada” y fue creada por el dios Inti, hace muchos años atrás. Lo que hacía peculiar a esta montaña era su capacidad para crear prosperidad al pueblo de los hermanos Panti. Además, brindaba prosperidad, paz y armonía. No había nada que pudiera derrotar a sus líderes, todas las fuerzas enemigas que atacaban a este humilde pueblo regresaban de rodillas, implorando piedad, la cual no era correspondida por los hermanos. Un día, fueron desafiados con un poder masivo nunca visto por las fuerzas oscuras que amenazaban su hogar.


—He hablado con los dioses. Están dispuestos a ayudarnos, pero tendrá un costo muy caro, nuestras vidas. Nuestro sacrificio sellará a las fuerzas oscuras para siempre —sentenció Inti, valiente y decidido. —Estoy listo para luchar y dar mi vida por nuestra tierra. No dejaré que esos monstruos destruyan lo que hemos construido —agregó Rumi. —La tierra misma nos llama. Sentimos su dolor y debemos responder. Estoy lista para hacer lo que sea necesario —aportó Pacha. —Construiré lo que haga falta para nuestra defensa, pero sé que esto va más allá de herramientas y estructuras —intervino Michi—. Estamos hablando de nuestras vidas. —Entonces, está decidido. Nos reuniremos en el círculo sagrado y realizaremos el ritual. Nuestro sacrificio no será en vano. La montaña sagrada nos guiará —expresó Qori. —¡Dioses, escuchad nuestra súplica! ¡Aceptad nuestro sacrificio y proteged a nuestro hogar! — solicitó Inti. —Lucharemos hasta el final, pero sabemos que nuestra unión es más fuerte que cualquier espada —manifestó Rumi, muy decidido. —Dejamos nuestras vidas por la prosperidad de nuestra tierra. Que siempre florezca en nuestro recuerdo —manifestó Pacha. —Con nuestras manos y corazones, sellamos el destino de estos invasores —Michi hizo un ademán para unir las manos. —¡Dios Inti, guía nuestra luz y acepta nuestro sacrificio! ¡Que nuestra memoria brille eternamente en la Montaña sagrada y que nuestros colores permanezcan en la eternidad! — finalizó Qori. Luego, los hermanos al ver que su pueblo estaba siendo amenazado y sus pobladores entraban en pánico, decidieron unir sus fuerzas reuniéndose en un círculo sagrado, invocaron a los dioses de la tierra y el cielo para que los ayudaran a proteger a su pueblo, ellos eran conscientes de las consecuencias que traería aquel círculo sagrado. —Invocamos a los dioses de la tierra y del cielo. Con nuestra sangre y espíritu, sellaremos estas fuerzas oscuras —declaró Amaru. —Que nuestras almas curen esta tierra y traigan paz a nuestro pueblo —intervino Killa.


En un acto de sacrificio heroico y valiente de parte de cada hermano, uno a uno empezó a convertirse en polvo de colores brillantes que el viento y la lluvia llevaron a través de la tierra, sellando a las fuerzas oscuras en el fondo del subsuelo donde sufrirían el peor castigo por atentar contra la creación de su dios. Su gente, por otro lado, los buscaba y buscaba, mas no encontraban a sus héroes, como si nunca hubiesen existido, todo rastro de los incas fue borrado, ya no quedaba nada de lo que alguna vez existió; así, dedujeron que era un acto de sacrificio. La población se encontraba muy triste por la partida de los hermanos Panti; y, aunque no se encontraran en carne y hueso, su gente siempre los recordaría por su acto heroico. El dios Inti, conmovido por su valentía y devoción, decidió honrar su sacrificio transformando el polvo de colores de los Panti en una montaña majestuosa. Así nació la Montaña de los Siete Colores, un monumento natural que brilla con los colores del arco iris, recordando para siempre el legado de los siete hermanos incas que dieron todo por su tierra y su gente. El tiempo pasó, los pobladores por fin vivían en paz y armonía, ya no tenían miedo de un ataque; ya que todas las fuerzas oscuras se habían esfumado. El dios Inti, viendo que los habitantes de las tierras incaicas ya podían sustentarse por ellos mismos, decidió quitar el poder de la montaña y convertirla en arena del mismo color de los hermanos Panti para resaltar aquellos hermosos colores, no sin antes prometer al pueblo, que gracias al sacrificio de sus héroes y la gran devoción que le tenían, decidió bendecir al pueblo y protegerlo por la eternidad. Cristhel Elera Jhusein Jimenez Aracely Lopez


Una vez, cuando en el espacio solo había estrellas, emergió Waqayrusa Illay, el cual significa furia, poder y dolor, un ser del tamaño del sol. Era rojo y en su cara siempre se veía un enojo descontrolado. Se dice que, si ves sus ojos directamente, sentirás un dolor muy profundo, por esto, siempre va tapándose los ojos. Además, este Dios podía transformarse y ser del tamaño que él quisiera. A su vez, también emergió otro ser llamado Ch'aska Yachay, el cual significaba sabiduría de las estrellas, este dios era más pequeño y débil que Waqayrusa Illay ya que fue el segundo en emerger; sin embargo, también tenía la habilidad de cambiar de forma. Waqayrusa Illay vio que el espacio estaba muy vacío, entonces decidió crear un planeta donde una civilización lo pueda alabar. ―En este espacio tan vacío, crearé un mundo donde se pueda respirar, comer y beber ― dijo Waqayrusa Illay. Por otro lado, Ch'aska Yachay también creó un planeta de un tono celeste, ya que quiso que el agua sea el elemento dominante en su mundo, pero pasó un problema y es que Ch'aska Yachay no sabía cómo hacer una civilización que le hiciera caso, cada población que creaba se rebelaba contra él. Ch'aska Yachay vio que su hermano Illay sí pudo crear una civilización que lo obedezca, entonces, de la envidia que esto le generó, decidió arruinar y conquistar el mundo de Waqayrusa Illay para así tener una civilización que lo adorase y poder ser el dios más respetado. Entonces, el dios Yachay fue al mundo de Waqayrusa Illay, ya en el mundo le dijo a toda la civilización: El mito de los hermanos creadores Y fue así, como de la nada emergió un planeta de color rojizo. Waqayrusa Illay entonces, entró en este planeta a crear vida, cogió agua y polvo del espacio para crear seres pensantes que lo alaben. Una vez creados, el dios Waqayrusa Illay les dijo: ―Ustedes son creación mía, desarróllense y alábenme por el resto de los tiempos. Los seres creados empezaron a poblar el planeta rápidamente. Además, como fueron creados con polvo espacial, se desarrollaron mucho más rápido que una civilización normal.


―¿Por qué obedecen a Illay? ¿Acaso no saben que él después los matará para hacerse más fuerte? ¡Yo soy Qh'aska Yachay, hermano de Illay y dios de las estrellas! Sé todo lo que les pasará porque mi hermano Illay me lo contó. Luego de que Yachay dijera esto, toda la civilización quedó muy asustada, entonces alguien le preguntó: ―Dios todo poderoso, Qh'aska Yachay, entonces ¿qué podemos hacer para salvarnos? ―Para la salvación solo deben obedecerme, atacaremos juntos a mi hermano y terminará su reinado de mentiras ―dijo sonriendo Yachay. Y fue así, como en un largo siglo Yachay y sus nuevos seguidores se prepararon para atacar. Lo que no sabía esta civilización era que Yachay solo estaba esperando que se volvieran más fuertes para que él los mate y se lleve todo el poder. Cuando ya todos estaban preparados, Yachay devoró a toda la civilización, absorbiendo toda la fuerza de esta y volviéndose más fuerte. Waqayrusa Illay no mató a su hermano, sino que se llevó todo su poder y lo desterró a aquel mundo infernal diciendo: ―Debido a tu envidia y a la poca lealtad que le tienes a tu familia, yo te destierro a este mundo para que sufras por el resto de la eternidad y para que nunca más le faltes el respeto a un dios. A pesar de todas las súplicas de Yachay hacia su hermano, fue desterrado y trasladado a otro planeta por toda la eternidad. Luego de esto, decidió ir a atacar a su hermano, de esta manera, sería el dios más poderoso y el único que podría gobernar, sobre todo. Entonces, los dos hermanos se encontraron en aquel planeta rojo creado por Illay, el cual ahora estaba deshabitado debido a Yachay. Waqayrusa Illay estaba furioso, esto no lo perdonaría, y así, se enfrentaron estos dos dioses. Luego de mil años, la pelea concluyó, dejando como ganador a Waqayrusa Illay. Además, el planeta de este dios quedó hecho llamas, era un infierno debido a la pelea de estos dos dioses.


tener comida por siempre, vayan y pueblen este hermoso planeta. ―Por otro lado, si quieren desobedecerme, no dudaré en desterrarlos como a mi hermano a un mundo infernal donde solo habrá sufrimiento y dolor. Desde entonces, se ha vivido con un temor profundo hacia Illay y siempre se dice que hay que obedecerlo y respetarlo para evitar ser desterrados junto a su hermano Yachay en aquel mundo de sufrimiento y dolor. Enmanuel Ordinola Dario Rojas Darien Nuñez Luego de la confrontación, Waqayrusa Illay encontró el mundo creado por su hermano, él vio que este mundo era muy bello, tenía en su mayoría mar, el cual era transparente y celeste a la vez, este planeta poseía naturaleza, plantas y animales. Entonces, Illay decidió adoptar a este mundo y crear una nueva civilización. A este planeta lo llamó Tierra en una forma de burlarse de su hermano ya que el elemento que dominaba la Tierra era el agua. Luego creó a otros seres a los cuales llamó humanos. Illay les dijo: ―Ustedes son creación mía, si son obedientes y se portan bien conmigo, podrán vivir en paz y


Cuenta la leyenda que, en la costa de Paracas, donde la ardiente y dorada arena se encuentra con las olas cristalinas del Pacífico, existe un lugar lleno de misterio e historia. Hace mucho, mucho tiempo, cuando el sol y el mar eran considerados dioses y convivían en armonía, las deidades supremas entregaron una flor a la tierra llamada Achira, aquella flor contenía los poderes sagrados de la diosa creadora, Aladiz; Achira albergaba este maravilloso poder, por ello, también era un arma peligrosa. Los dioses, para asegurar su pureza y su crecimiento, confiaron su protección a uno de los más sabios entre ellos, Yachachiq y sellaron la promesa de un destino compartido con la flor una vez que floreciera. Sin embargo, la diosa Aladiz le advirtió sobre una figura indigna que se presentaría en su vida y que debía protegerla. Así, Yachachiq aceptó su misión, sabiendo que su destino y el de la flor estaban sellados, pero también consciente del peligro que vendría. Vichama vivió durante tantos años con el rechazo de los otros dioses por su origen mitad humano y mitad dios y esto hizo crecer su odio hacia los demás. No buscaba compañía ni amor, solo poder. Su único deseo era vengarse de todos quienes lo habían despreciado y, en general, del mundo que nunca lo aceptó. Cada paso que daba estaba guiado por una obsesión: demostrar que era un ser divino, digno de ser temido. Y no perdería ninguna oportunidad, como la que aparecería ante sus ojos aquel día. Era época de verano, un verano abrasador irresistible para que un dios no quisiera refrescarse. Por ello, Yachachiq decidió irse a las aguas más heladas que había y se retiró, dejando a Achira en medio de la arena. Por lo que a partir de este suceso se pudo dar a cabo el encuentro del mortal con la flor. La Leyenda de la Playa Roja de Paracas Durante milenios, Yachachiq cuidó de este lugar sagrado. Día tras día, año tras año, siglo tras siglo, ha velado por Achira, esperando el momento en que sus pétalos se pudieran abrir al mundo. Los dioses miraban con aprobación a Yachachiq, pero incluso en los lugares más sagrados, los mortales y sus deseos pueden alterar los destinos eternos. Hoy, algo cambiará en la Playa de Paracas. Un niño nace, fruto de la unión prohibida entre un dios y una mortal; lo llamaron: Vichama.


Mientras la brisa acariciaba, la flor comenzó a resplandecer y sus pétalos empezaron a abrirse uno por uno, revelando su forma divina. En ese momento, Vichama que pasaba por ahí se asomó a ver y al presenciar lo que ocurría frente a sus ojos, una mezcla de asombro y codicia se dibujó en su rostro. —¡Oh por Inti! ¿Quién eres tú? Jamás pensé encontrar a un ser tan hermoso como tú en este inhóspito lugar. Achira reacciona tímida, mirando alrededor con desconcierto. —¡Soy Vichama, un guerrero divino, hijo de un dios! —dijo con una voz firme. —El destino me guió hasta ti y ahora entiendo por qué. Nunca había contemplado algo tan puro y bello como tú... Achira quería hablar, pero Vichama suavemente tapó sus labios y con voz convincente le dijo que el destino los había juntado, le aseguró que él era su protector, que siempre la cuidaría y que debía confiar en él. —No debes hablar con nadie —le advirtió—. Los dioses han enviado fuerzas que intentarán separarnos, pero yo no lo permitiré. Hay quienes se harán pasar por tus guardianes, pero no confíes en ellos. Solo en mí. Achira, sin saber lo que ocurría, creyó fielmente en sus palabras. En su corazón, sintió paz y afecto al ver lo que Vichama le transmitía ante sus ojos y sin sospechar de sus verdaderas intenciones, confió plenamente en él. Aquel encuentro sería solo el comienzo de lo que sucedería en la Playa de Paracas. Vichama, cegado por su ambición, veía en Achira algo más que pureza, sabía que ella era el medio para desafiar al mundo divino que lo despreció. Pero la inocencia de Achira, envuelta en la manipulación y el engaño, sería la pieza clave en el plan de Vichama. La relación entre Achira y Vichama había crecido en secreto, mientras Yachachiq, ajeno a este prohibido sentimiento, siguió cumpliendo su rol como protector. La flor, antes pura, ahora vive atrapada entre el amor y la manipulación. —¿Qué clase de maravilla es esta...? ¡Nunca había visto algo tan extraordinario! Mientras que Achira aparece en forma humana, su piel refleja la luz del sol, su cabello negro con un aroma hipnotizante atrae al orgulloso Vichama y los ojos de la bella Achira que resplandecían de inocencia, se encontraron con los de Vichama. Él raudamente se acercó, atrapado por la fascinación y el deseo de tenerla.


Al terminar el primer encuentro, Yachachiq se acercaba al prado donde esperaba encontrar a su amada flor, pero al no hallarla en su forma sagrada, su rostro se ilumina con alegría, mirando a su alrededor esperando verla en su forma humana. Yachachiq y Achira se encontraron en la orilla del mar. Sus ojos se llenaron de emoción. Se acercó a ella, presentándose como su fiel protector, el que había cuidado de ella todo este tiempo. Pero Achira no le creyó y solo asintió con la cabeza, sin decir nada, tal como le había dicho Vichama que lo hiciera. Yachachiq solo la abrazó y le aseguro que siempre la protegería. Así, el protector se alejó, sin saber que el sello de amor entre ellos había sido roto desde que floreció. Achira se encontraba atrapada en sus propios pensamientos, una mezcla de confusión y tristeza la invadió. Las palabras de Vichama seguían en su mente, pero también las palabras de Yachachiq la dejaban pensando. Fue entonces cuando Vichama apareció y se dio cuenta del estado de ánimo en el que ella se encontraba, le dijo con una voz que aparentaba un dulce susurro: —Oh, Achira, pero … ¿Qué ha pasado, mi amor? ¿Por qué estás llorando? —Vichama, nunca me dejes. Por favor, sé el primero y el único en mi vida. Vichama, sonriendo con satisfacción al ver que había logrado su propósito, respondió: —¡Oh, Achira! ¡Jamás te abandonaré! Pero ahora debo irme. Achira solo asintió lentamente y vio cómo Vichama se iba alejando, pero lo que ellos no sabían es que Yachachiq había sido testigo de lo que nunca debió haber sucedido. Él sabía que no era amor lo que veía en Vichama, sino que la ambición y la traición lo consumían. Y sabía que, si no intervenía, todo se perdería. Fue entonces cuando decidió actuar. Yachachiq llegó hasta Achira y la tomó del brazo, en sus ojos reflejaba una mezcla de rabia y dolor. Achira, con una tristeza profunda en sus ojos, le expresó a Vichama que en él había encontrado algo que nunca tuvo, algo que iba más allá de lo que los dioses podían darle. Vichama, acercándose cada vez más y cogiéndole la mano, le dijo: —Achira, los dioses nunca entenderán lo que realmente necesitas y mucho menos lo que ambos sentimos el uno por el otro. Achira, sintiendo el peso de sus palabras y el afecto de su cariño, expresó lo que realmente sentía:


—¿Qué has hecho, Achira? —su voz grave resonó como una sentencia—. Este lugar es sagrado y tú permitiste que un guerrero mortal mancillara tu pureza. ¡Él no es quien dice ser! Achira mostrando una cara de asombro y desesperación, permaneció en silencio. Sus ojos, cargados de lágrimas contenidas, se encontraban con los de Yachachiq. A pesar de que no podía hablar, él sabía lo que pasaba por su mente. Yachachiq, al verla, trató de controlar su furia y le advirtió de la verdadera intención que Vichama tenía. —Achira, yo te amo y no necesitas hablar, pero escucha bien. Vichama no te ama como tú crees. Busca más que tu corazón. Busca destruir todo lo que los dioses te dieron. Si sigues con él, te perderás a ti misma. Achira, atrapada en su juramento y amor por Vichama, no pudo contener las palabras y decidió manifestar que ella ama a Vichama y que nunca lo amaría a él. Mientras las lágrimas caían, se alejó de Yachachiq dejándolo solo. Yachachiq, con el corazón destrozado, observó cómo la figura de Achira se alejaba, pero Yachachiq no era un dios que se rindiera ante la adversidad. Por eso, con un grito que retumbó en los cielos, desafió a Vichama. —¡Vichama, profanador de la sagrada Achira! ¡Te espero y te reto en la playa donde comenzó todo! Vichama, que caminaba y se sumergía en sus propios pensamientos, se detuvo al escuchar la voz de Yachachiq, era un desafío que no podía ignorar. La rabia y codicia se apoderó de él y con firmeza se atrevió a contestarle a Yachachiq. —Achira es mía, Yachachiq. Su poder me pertenece. Con ella, ¡seré más grande que cualquier dios! Yachachiq sereno, pero lleno de determinación le respondió: —¡Cobarde! ¡Dame la cara si tienes el valor! Esta playa, Achira y todo lo que representa, ¡son míos! La playa se convirtió en el escenario de un duelo épico, un choque de poderes divinos que haría temblar la arena dorada de Paracas. Yachachiq y Vichama se encontraron frente a frente con sus lanzas en la mano, con la mirada fija en el otro, iniciando la batalla que definiría el destino de Achira. Cada ataque de Yachachiq y Vichama se volvía más fuerte y mientras eso pasaba, Vichama no se detendría con solo pelear, sino que revelaría la verdad.


—No entiendes nada, Vichama. Achira no es un objeto ni una herramienta. Tu ambición la ha contaminado… y esa será tu perdición. La playa se estremece con cada impacto de las armas. Vichama, impulsado por tener el poder absoluto, comienza a atacar con más fuerza mientras Yachachiq se defiende con dificultad, sus movimientos comienzan a ser cada vez más lentos y en eso, un golpe brutal de Vichama lo lanza contra las rocas, dejándolo malherido. En ese momento, Achira, presintiendo el peligro, aparece en la playa, observa la escena con horror, viendo a Yachachiq caer. Decide intervenir con la esperanza de detener a Vichama. —¡Vichama! ¡Detente! ¡Mírame! Este no eres tú, ¿por qué haces esto?... Detente... Vichama, cegado por su ambición y el poder que fluye a través de él, se vuelve hacia Achira con desprecio y sin dudarlo, la ataca. —¡Quítate, Achira! No eres nada para mí más que mi fuente de poder —respondió Vichama— absorbiendo las chispas de su energía sagrada. Achira cae al suelo y su luz parpadea débilmente. Achira, con su voz quebrada y agonizando pronunció: —Vichama... yo... yo te amé... La flor se desvanece y su energía se disipa en el aire. Yachachiq, con un grito de dolor, intenta levantarse, pero sus heridas se lo impiden. Hasta que la furia de Yachachiq explota, pero la distracción causada por la caída de Achira permite que Vichama agarre la lanza y apuñale a Yachachiq, quien cae al suelo. Vichama, al ver lo que había logrado, no pudo contener su sonrisa de victoria: —¡He ganado! ¡Este lugar será mi reino eterno! ¡Nada ni nadie podrá detenerme y todos recordarán siempre mi nombre! En ese instante, un estruendoso ruido sacude la playa. Desde el cielo, una figura imponente desciende. Era Aladiz, la diosa suprema, envuelta en un resplandor se presenta a Vichama con una voz que resuena en todo el espacio. A pesar de la herida, Yachachiq se arrastra en la arena hacia Achira, la toma de la mano y le dice: —Achira... lo siento... no pude protegerte. Estas fueron las últimas palabras de Yachachiq y finalmente muere susurrando el nombre de Achira. Inmediatamente, la batalla termina y la arena dorada se cubre de un rojo carmesí, que simboliza el duelo a muerte entre un dios y un semidios.


—¡Vichama, hijo de la codicia y la traición! ¡Tus acciones han profanado lo sagrado! ¡El juicio de los dioses ha llegado! Vichama intenta atacar a Aladiz, pero sus movimientos se ralentizan. La arena roja comienza a envolverlo como si la playa misma lo rechazara. Aladiz alza su cetro divino, y una energía poderosa lo atraviesa. —¡Vichama! —retumbó con enérgica voz la diosa Aladiz —poco a poco te desintegrarás. —¡No! ¡Maldición! ¡Todo aquel que pase por este lugar tendrá que conocer mi historia, y cualquiera que guarde algún rencor en su corazón será el cuerpo de mi reencarnación! ¡Y esta playa será mi legado de venganza! Vichama se convierte en polvo que el viento arrastra hacia el horizonte. Aladiz observa con tristeza el lugar donde cayeron Achira y Yachachiq. El viento comienza a calmarse, pero el eco de las palabras de Vichama persiste. Los susurros de agonía y desesperación recuerdan a todos el costo de la traición y el inquebrantable poder de los dioses. Cuenta la leyenda que se aconseja a los visitantes que no se aventuren en la Playa Roja de Paracas, ya que el viento podría llevar consigo los susurros de venganza de Vichama, afectando a aquellos que albergan rencor en sus corazones. Así termina la batalla, pero la maldición de Vichama se aferra a la Playa Roja. Aquí, en Paracas, amor y traición han dejado su marca… para siempre. Samikai Díaz de la Vega Alejandra Espinoza Mariana Rodríguez


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