nuestro sujeto entrara en contacto con algún
elemento disruptivo ajeno al currículo, un elemento
que inoculó en su mente el deseo de huir. En
cualquier caso, no es el sujeto Nicholas el que nos
preocupa en este momento.
—Muy bien —asintió el hombre de confianza
de Inamura—. Muéstrenme lo que querían
enseñarme.
David Ancel los condujo a través de uno de los
muchos pasillos que recorrían el centro. A
diferencia del resto, allí no había ventanas abiertas
al exterior ni rastro de los internos. Desembocaba
en una puerta de seguridad codificada con la
huella del director de St. James. Una vez cruzaron
al otro lado, desapareció todo rastro del mullido
enmoquetado o de los paneles de madera que
cubrían las paredes. Se hallaron caminando por un
corredor de aspecto sobrio y luz fría.
—Cuando Inteligencia nos envió el catálogo
genético del Proyecto Zeitgeist —informó Ancel—,
cotejamos los datos con el ADN de nuestros
internos. No es necesario decir que el caso de
August nos alarmó especialmente.
Se detuvieron ante una nueva puerta de
seguridad. Esta vez fue el doctor Berenger el que
descodificó la cerradura.
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—Pase, hemos programado una sesión para
esta hora. Queríamos que pudiera verlo por usted
mismo.
Los tres hombres pasaron a una estancia
silenciosa y en penumbras en la que solo se
escuchaba el rumor de la ventilación artificial. En el
interior había dos butacones posicionados frente a
un gran ventanal. Y al otro lado del cristal, una
extraña sala con una mesa y una silla. Y en la silla,
un chico menudo de sonrisa inquietante. Una voz
femenina enunciaba con serenidad:
«Durante varias noches sueñas que eres un lobo
que vaga en solitario por el bosque. Ante lo
recurrente de la imagen, decides hacer un dibujo
que exprese ese sueño. ¿Cómo es ese dibujo? ¿Se lo
enseñarías a tus amigos?».
Las paredes de la sala oscilaron hasta mostrar
un paisaje boscoso bajo una noche estrellada. El
chico se limitó a observar a través del cristal, como
si de algún modo supiera que había alguien
extraño al otro lado.
—Nunca responde a las preguntas, es un
absoluto misterio cómo funciona su mente —dijo
David Ancel, que observaba la escena junto a sus
dos acompañantes—. Nos parecía un caso
complicado antes incluso de recibir los datos de
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Inteligencia. Ahora que sabemos a quién
corresponde el genotipo, hemos de decirle que
estamos profundamente preocupados.
—No tienen por qué estarlo —respondió
Denga, cruzando las manos a la espalda sin apartar
la vista del sujeto—. Es un simple niño, como el
resto.
—Se trata de una psique con una profunda
capacidad de ejercer el mal —indicó Berenger—.
He tratado antes con otras psicopatías, pero he
encontrado a pocos individuos tan refractarios a
cualquier tipo de influencia externa. Será muy
difícil moldear su personalidad para que resulte
productiva.
—Estamos ante el material genético de uno de
los mayores líderes del pasado siglo —recalcó
Denga—. Es deseo expreso del señor Inamura que
continúe en el programa y sea aprovechado.
Seguro que encontrarán la forma, señores.
Los dos máximos responsables de St. James se
miraron de reojo, inquietos.
—¿Y los otros tres sujetos con el mismo
genotipo? —preguntó el psicólogo—. ¿Se imagina
lo que sucedería si trascendiera quiénes son esos
niños? ¿Si cayeran en manos de fanáticos?
—Eso, doctor Berenger, no es un asunto del que
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usted deba preocuparse —zanjó el hombre de
Inacorp—. Ahora, si les parece bien, enséñenme el
resto de las instalaciones para que pueda informar
al señor Inamura de que todo está en orden.
Ancel condujo a su invitado al exterior y cerró
la estancia, dejando a Lewis Berenger en el interior,
atento al resto de la sesión. El psicólogo se sentó en
uno de los butacones y abrió su bloc de notas. Sabía
que era en vano, el sujeto no respondería a ninguno
de los escenarios, nunca lo hacía. Y mientras
contemplaba la media sonrisa del chico al otro lado
del cristal, mientras se sentaba frente a frente al
mayor reto de su carrera, se preguntaba cómo
Ludwig Rosesthein podía haber traído de vuelta a
uno de los mayores monstruos conocidos por la
historia.
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Agradecimientos
Me resulta imposible establecer jerarquías de
ningún tipo a la hora de dar las gracias, así que me
ceñiré a un orden estrictamente cronológico:
quiénes estuvieron ahí desde el proceso de
gestación de Hijos del dios binario hasta su
publicación.
He de empezar agradeciendo, por tanto, a mis
padres, que me pusieron los primeros libros en las
manos, pero sobre todo, que me permitieron
elegirlos. Sin aquellas primeras novelas de fantasía
y ciencia ficción, sin esos primeros cómics, mi
imaginación no hubiera quedado tan trastocada y
puede que hoy fuera una persona responsable con
un trabajo adulto. Así que gracias, papás.
He de continuar con mi mujer, la otra persona
que más ha puesto de sí en este libro. En los
momentos más duros, aquellos años en los que
escribir me ocupaba gran parte del día y publicar
parecía una quimera, me regaló el tiempo y el
aliento que necesitaba para seguir adelante. Supo
mantenerse firme cuando yo dudaba; y cuando
alguien tan sensato como ella te pide que no
abandones un sueño, solo puedes hacerle caso. Si
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no fuera por ella, lector, nunca habrías leído esta
historia. ¿Acaso no es eso mágico?
Continúo dando las gracias a mis
«betalectores»: Vania Segura, madre de
iberovikingas, filóloga de alma y formación; la
primera en cazar con ojo implacable los errores que
se agazapan en mis manuscritos. A Antonio
Montilla, que me dijo todo lo que a un escritor no le
gusta escuchar, pero que un amigo necesita oír.
Gracias también a Samuel González Rubio, a quien
no conozco en persona, pero que aceptó leer mi
manuscrito sin saber quién era el autor ni sobre qué
trataba, con el riesgo que conlleva aceptar un
compromiso de ese tipo; tengo la tranquilidad de
saber que, al menos, lo disfrutó. Prosigo con
Antonio Torrubia, librero malevo, «el hombre que
susurra fallos de concordancia», que me martilleó
durante un mes enviándome erratas al móvil, y aún
sospecho que no halló tantas como le hubiera
gustado. A mi último «betalector», Esaú Mejías,
amigo con el que he compartido veranos y lecturas,
me vino al pelo que fueras doctor en microbiología,
para qué negarlo. Gracias por esa conversación de
la que ya probablemente no te acuerdes, pero en la
que me aclaraste unas cuantas ideas, y gracias por
comprobar que la novela no contuviera ningún
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gazapo científico.
Hago un inciso para recordar que todos los
personajes de una historia son importantes, pero
hay pocos imprescindibles. Y en la historia de este
libro una de las imprescindibles es mi agente, Txell
Torrent, que asaltó mi Facebook una noche de
verano para decirme que se había leído los
capítulos de muestra y que necesitaba el
manuscrito completo. Fuiste la primera persona en
darme una buena noticia en mucho tiempo, y todo
lo que me ha sucedido desde que me llevas de la
mano ha sido bueno, así que infinitas gracias. Soy
consciente de que las cosas no siempre saldrán
bien, pero es tranquilizador saber que tienes de tu
parte en este mundillo a alguien que se preocupa
por sus autores, que se toma su trabajo con tanta
pasión y que domina las artes arcanas del
Ministerio de Brujería (entiendo que eso es lo que
significan las siglas MB).
Dejo para el final a mis editores, Pablo Álvarez
y Gonzalo Albert, porque son las personas que
cierran el círculo. Gracias por apasionaros con la
novela y por dejarnos claro que no había mejor
hogar para ella que Suma de Letras, y gracias por ir
contracorriente y apostar por lo que un autor
desconocido tiene que contar. Sé que soy un
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privilegiado.
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Notas
[1] «Nadie me consideraba un extranjero en la
casa del doctor Hatsumi».
[2] Tzahal: Es el nombre utilizado para referirse
de manera informal al ejército israelí. Es el
acrónimo de Tzva Hahagana LeYisra’el (en hebreo,
Ejército para la Defensa de Israel).
[3] Sayeret Matkal (o Unidad 269): Unidad de
élite del ejército israelí fundada en la década de los
sesenta a imagen del SAS británico. Se hace cargo
de operaciones encubiertas o de gran complejidad
táctica.
[4] FDI: Fuerzas de Defensa Israelí.
[5] Kaisho: Estilo de la caligrafía japonesa
(shodo) caracterizado por su trazo suave y fluido.
[6] Servicio de Policía de Irlanda del Norte.
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Hijos del dios binario de David B. Gil es un
apasionante thriller con tintes futuristas en el que
la intriga y la tensión van incrementándose a
medida que avanza la novela.
Un secreto silenciado durante décadas. Un
proyecto capaz de cambiar el curso de la historia.
En un mundo que se vuelve cada vez
más intangible, los poderosos, nostálgicos de un
pasado que apenas conocieron, compiten por
hacerse con cualquier icono de la era predigital.
Daniel Adelbert, un «prospector» especializado en
recuperar piezas del siglo XX, es contratado por el
coleccionista Kenzõ Inamura para encontrar no un
objeto, sino a una persona: un hombre que se
movió entre las sombras del pasado siglo e influyó
de manera decisiva en su desarrollo.
En el otro extremo del mundo, la periodista
Alicia Lagos recibe un extraño correo de su exnovio
recientemente fallecido. El mensaje parece legarle
una investigación inconclusa, poniéndola sobre la
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pista del misterio oculto tras los muros del orfanato
irlandés de St. Martha.
Ambas investigaciones confluyen en una
misma pregunta: ¿qué es el Proyecto Zeitgeist? La
respuesta se halla bajo las piedras de la Ciudad
Blanca de Tel Aviv, en los arrabales flotantes de
Singapur y en el murmullo de la Red de datos.
Responderla es desentrañar un secreto que ha
costado la vida de muchos, un secreto silenciado
durante décadas.
«Ni verjas ni alambradas, ningún resquicio permitía
atisbar qué había al otro lado de los altos muros. Sobre la
puerta cerrada, siguiendo el arco que formaban las dos
hojas de hierro, unas letras indicaban el lugar al que se
había llegado: “Bienvenido a St. Martha”, se leía,
recortado contra el cielo gris. Pero el visitante no podría
sino recelar de aquella bienvenida. Sellada y silenciada
como una vieja tumba, St. Martha no parecía saludar la
llegada de nadie.»
Reseñas:
«Un thriller trepidante y visionario. David B. Gil
ha escrito uno de los imprescindibles del año.»
Juan Gómez‐Jurado
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«Está claro que David B. Gil sabe de lo que
escribe y escribe de maravilla. Un thriller de
muchos quilates para un debut prometedor.»
César Pérez Gellida
«5 estrellas le doy (porque se las merece) a este
techno‐thriller periodístico a caballo entre el Blade
Runner y Neuromante.»
Antonio Torrubia, Gigamesh
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Sobre el autor
David B. Gil (Cádiz, 1979) es licenciado en
Periodismo, posgraduado en Diseño Multimedia y
máster en Dirección de Redes Sociales. Ha
trabajado como redactor editorial y ha publicado
artículos para DC Comics en España y
Latinoamérica. También ha sido responsable de
comunicación y redes sociales en diferentes
organizaciones políticas, además de redactor en
varios medios de comunicación. En 2012 fue
finalista del premio Fernando Lara del Grupo
Planeta por su primera novela, El Guerrero a la
sombra del cerezo (próximamente en Suma). En 2015
fue galardonado con el premio Hislibris al mejor
autor revelación por la misma obra, que a día de
hoy continúa siendo la ficción histórica mejor
valorada por los lectores de Amazon España. Hijos
del dios binario es su segunda novela.
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© 2016, David B. Gil
© 2016, de la presente edición en castellano
para todo el mundo:
Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
Travessera de Gràcia, 47‐49. 08021 Barcelona
ISBN ebook: 978‐84‐9129‐001‐8
Diseño de cubierta: Cover Kitchen
Fotografía del autor: © Gracia Berg
Conversión ebook: Javier Barbado
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