acostumbrado a una serie regular de estados de vigilia
y de sueño, que corresponden a la luz y a la sombra. Las
cosas son menos distintas en el inconsciente; resuena
un conjunto diferente de relojes. El inconsciente tiene
su propio elemento submarino no herido por los rayos
del sol. La diferencia radica entre la Razón, que inventó
el reloj de veinticuatro horas, y el Instinto, que se
atiene a su propio Gran Tiempo. Hasta que la humanidad
no llegue a un armisticio entre estos factores del ying
y del yang, no habrá armisticio posible en la Tierra. Las
bombas caerán.
Las bombas cayeron. El gran océano contenía
muchos mares periféricos, la Cuenca de Guatemala, el
Mar de Tasmania, el Mar de Coral, el Mar del Sur de la
China, el Mar Amarillo, el Mar de Japón, el Mar de
Okhotsk, el Mar de Bering En todos estos mares el
conflicto irrumpió cuando las ideologías chocaron y una
nación chocó con otra nación.
Desechos de múltiples combates cayeron al océano,
se hundieron, desaparecieron en el limo de las
profundidades. Llovieron productos devastadoramente
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eficaces de la guerra química. El océano los absorbió a
todos. El océano cubría una tercera parte del globo; era
en cierto sentido el elemento madre del globo; y podía
sobrevivir a la mayor parte de las actividades de su
prole. Pero llegaría el día que no le sería posible
absorber ya más. Entonces moriría, y el planeta junto
con él.
La cuestión era si el instinto de sobrevivencia de la
humanidad la impulsaría a hallar un camino a la paz
permanente. De otro modo, todo estaría perdido.
Porque el océano en última instancia no era más
resistente que el Instinto por sí solo, o la Razón
desasistida.
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