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Published by snullbug20, 2018-05-27 10:44:33

Las Estrellas Mi Destino - Alfred Bester

—¿Se da cuenta de lo que ha hecho, maldito asesino? —le

gritó Dagenham.



—Sé lo que he hecho.



—¡Dos kilos de Piros desparramados por el mundo! Un

solo pensamiento y... ¿Cómo podremos recuperarlo sin


decirles la verdad? Por Dios, Yeo, manten alejada a esa

multitud. No dejes que escuchen esto.



—Imposible.



—Entonces, jaunteemos.



—No —rugió Foyie—: dejen que escuchen esto. Dejen que

lo escuchen todo.



—Está loco, amigo. Le ha dado una pistola cargada a un

niño.



—Dejen de tratarlos como a niños, y ellos dejarán de


comportarse como tales. ¿Quién demonios es usted para

hacer de maestro?



—¿De qué está hablando?



—Dejen de tratarlos como a niños. Explíquenles lo de la

pistola cargada. Sáquenlo todo a la luz. —Foyle rio


salvajemente.— He terminado la última conferencia de la





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Cámara Estelar en el mundo. He descubierto el último

secreto. Ya no habrá más secretos de ahora en adelante... Ya

no más decirle a los niños lo que es bueno para ellos... dejen

que crezcan. Ya es hora.



—Cristo, está loco.




—¿Lo estoy? Le he entregado de nuevo la vida y la muerte

al pueblo que vive y muere. El hombre común ya ha sido

demasiado fustigado y dirigido por los hombres motivados

como nosotros... hombres compulsivos... hombres tigres


que no pueden evitar empujar al mundo ante ellos.

Nosotros tres somos tigres, pero ¿quién infiernos somos

para tomar decisiones por todo el mundo sólo porque

sintamos la compulsión? Dejemos que el mundo haga su


propia elección entre la vida y la muerte. ¿Por qué debemos

cargar con la responsabilidad?



—No nos la cargamos —dijo en voz baja Yʹang—Yeovil—.

Nos la cargan. Nos vemos obligados a tomar la

responsabilidad que el hombre medio evita.




—Entonces dejemos que acaben de evitarla. Dejemos que

acaben de lanzar sus deberes y sus culpas sobre los

hombros del primer fenómeno que pase a su lado

aceptándolos. ¿Es que hemos de continuar siendo por


siempre los chivos expiatorios del mundo?




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—¡Maldito sea! —se irritó Dagenham—. ¿No se da cuenta

de que no puede fiarse de la gente? No saben lo que es

bueno para ellos.



—Entonces que aprendan o mueran. Estamos todos juntos

en esto. Vivamos o muramos juntos.




—¿Desea morir por su ignorancia? Tiene que pensar en

cómo podemos recuperar esas cápsulas sin hacerlo estallar

todo.



—No. Yo creo en ellos. Yo era uno de ellos antes de

convertirme en tigre. Todos pueden dejar de ser comunes


si se les patea para que despierten como se hizo conmigo.



Foyle se recuperó y, abruptamente, jaunteó sobre la cabeza

de bronce de Eros, a quince metros de altura por encima de

la superficie de Piccadilly Circus. Se agarró como mejor

pudo y gritó:




—¡Escuchadme a mí, vosotros todos! ¡Escuchad, hombres!

Voy a sermonear, yo. ¡Escuchad esto, vosotros!



Un rugido le respondió.



—Vosotros, cerdos, vosotros. Vosotros la metéis como

cerdos. Tenéis lo mejor en vosotros y usais lo peor. ¿Me

escucháis, vosotros? Tenéis un millón en vosotros y gastáis






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céntimos. Tenéis un genio en vosotros y pensáis en loco.

Tenéis un corazón en vosotros y os sentís vacíos. Todos

vosotros. Cada uno de vosotros...



Se mofaron de él. Continuó, con la histérica pasión de los

poseídos:




—Tenéis que tener una guerra para gastar. Tenéis que estar

en líos para pensar. Tenéis que encontraros en problemas

para ser grandes. El resto del tiempo estáis sentados vagos,

vosotros. ¡Cerdos, vosotros! ¡De acuerdo. Dios os maldiga!


Os reto, yo. Morid o vivid y sed grandes. Haceos estallar

hasta el infierno o venid a buscarme a mí, Gully Foyle, y os

haré hombres. Os haré grandes. Os daré las estrellas.



Desapareció.



Jaunteó y subió por las líneas geodésicas del espacio—

tiempo hasta un Algunlugar y una Algunaparte. Llegó al


caos. Colgó en un precario paraAhora por un momento y

entonces se desplomó de nuevo al caos.



—Puede hacerse —pensó—. Debe hacerse.



Jaunteó de nuevo, una lanza ardiente lanzada de lo

desconocido hacia lo desconocido, y de nuevo se desplomó


de regreso a un caos de para‐espacio y para‐tiempo. Estaba

perdido en Ningunaparte.




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—Creo —pensó—. Tengo fe.



Jaunteó de nuevo y falló de nuevo.



—¿Fe en qué? —se preguntó a sí mismo—. No es necesario

el tener algo en qué creer. ¡Es necesario tan sólo el creer que

en algún sitio hay algo digno de creer!



Jaunteó por última vez, y la energía de su deseo de creer

transformó el para‐Ahora de su destino al azar en una


realidad...



AHORA: Rigel en Orion, ardiendo blancuazulada, a

quinientos cuarenta años‐luz de la Tierra, diez mil veces

más luminosa que el Sol, un horno de energía orbitado por


treinta y siete masivos planetas... Foyle flotó, congelándose

y sofocándose en el espacio, frente a frente con el increíble

destino en el que creía, pero que aún resultaba

inconcebible. Flotó en el espacio por un momento cegador,


tan impotente, tan asombrado como la primera criatura con

branquias que salió del mar y se quedó ahogándose en una

playa primigenia en el amanecer de la historia de la vida en


la Tierra. Y sin embargo, ambos hechos eran inevitables.



Espaciojaunteó, convirtiendo el para‐Ahora en...



AHORA: Vega en Lira, una estrella AO a veintiséis años—

luz de la Tierra, ardiendo más azul que Rigel, sin planetas,




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pero rodeada por multitud de cometas cuyas gaseosas

colas brillaban a través del firmamento negroazulado...



Y de nuevo transformó el ahora en un AHORA: Canopus,

amarilla como el Sol, gigantesca, atronadora en las

silenciosas extensiones del espacio, invadido al fin por una


criatura que en otro tiempo tuvo branquias. La criatura

flotaba, ahogándose en la playa del universo, más cerca de

la muerte que de la vida, más cerca del futuro que del


pasado, a diez leguas más allá del final del amplio mundo.

Se asombró de las masas de polvo, meteoros y motas que

rodeaban a Canopus en un amplio y plano disco como los

anillos de Saturno y del ancho de la órbita de este planeta...



AHORA: Aldebarán en Tauro, una monstruosa estrella roja


de una estrella doble cuyos dieciséis planetas tejían elipses

de alta velocidad alrededor de su par de soles. Se estaba

zambullendo a través del espacio—tiempo con creciente


seguridad...


AHORA: Antares, una gigante roja MI, apareada como


Aldebarán, a doscientos cincuenta años—luz de la Tierra,

orbitada por doscientos cincuenta planetoides del tamaño

de Mercurio, con el clima del Edén...



Y por fin... AHORA.








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Fue atraído a la matriz de su nacimiento. Retornó al

Nomad, ahora soldado a la masa del asteroide Sargazo,

hogar del perdido Pueblo Científico, carroñeros de las

rutas espaciales entre Marte y Júpiter... hogar de Jíseph que


había tatuado el rostro de tigre a Foyle, apareándolo con la

muchacha M$ira.



Gully Foyle es mi nombre



Y la Tierra mi nación.



El profundo espacio mi vivienda,



Y las estrellas mi destino.



La muchacha, M$ira, lo encontró en su armario de

herramientas a bordo del Nomad, encogido en una


apretada posición fetal, con su rostro hueco y sus ojos

ardiendo con la revelación divina. Aunque ya hacía tiempo

que el asteroide había sido reparado y vuelto a presurizar,


Foyle aún seguía con los gestos de la peligrosa

supervivencia que lo había hecho nacer años antes.



Pero ahora dormía y meditaba, digiriendo y asimilando la

magnificencia que había aprendido. Se despertó del

ensueño, pasando al trance, y salió del anuario, pasando al


lado de M9ira con ojos ciegos, cruzándose con ella que,

asombrada, se echó a un lado y cayó de hinojos. Erró a




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través de los vacíos pasadizos y regresó a la matriz que era

el armario. Se acurrucó de nuevo, y se perdió en sus

pensamientos.



Ella lo tocó una vez. Él no se movió. Ella le llamó con el

nombre que estaba grabado en su frente. Él no le contestó.


Ella se volvió y huyó al interior del asteroide, al sancta

sanctorum en el que reinaba Jáseph.



—Mi esposo ha vuelto con nosotros —dijo M9ira.



—¿Tu esposo?



—El hombre‐dios que casi nos destruyó.



El rostro de Jáseph se oscureció con la ira.



—¿Dónde está? ¡Muéstramelo!



—¿No le hará daño?



—Todas las deudas deben ser pagadas. Muéstramelo.



Jíseph la siguió hasta el armario a bordo del Nomad y

contempló fijamente a Foyle. La ira de su rostro fue


reemplazada por asombro. Tocó a Foyle y le habló; no hubo

respuesta.



—No puede castigarlo —le dijo M?ira—. Está muriendo.







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—No —le respondió suavemente Jáseph—. Está soñando.

Yo, como sacerdote, conozco esos sueños. Llegará el

momento en que despierte y nos cuente a nosotros, su

pueblo, sus pensamientos.



—Y entonces lo castigará.




—Ya ha encontrado el castigo en sí mismo —dijo Jáseph.


Se sentó al lado del armario. La muchacha, M9ira, corrió


por los enrevesados corredores y regresó momentos más

tarde con un cuenco de plata lleno de agua caliente y una

bandeja de plata llena de comida. Bañó con cuidado a Foyle


y luego puso la bandeja ante él como ofrenda. Entonces, se

sentó junto a Jáseph... junto al mundo... dispuesta a la

espera del despertar.







Fin





























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