—¿Se da cuenta de lo que ha hecho, maldito asesino? —le
gritó Dagenham.
—Sé lo que he hecho.
—¡Dos kilos de Piros desparramados por el mundo! Un
solo pensamiento y... ¿Cómo podremos recuperarlo sin
decirles la verdad? Por Dios, Yeo, manten alejada a esa
multitud. No dejes que escuchen esto.
—Imposible.
—Entonces, jaunteemos.
—No —rugió Foyie—: dejen que escuchen esto. Dejen que
lo escuchen todo.
—Está loco, amigo. Le ha dado una pistola cargada a un
niño.
—Dejen de tratarlos como a niños, y ellos dejarán de
comportarse como tales. ¿Quién demonios es usted para
hacer de maestro?
—¿De qué está hablando?
—Dejen de tratarlos como a niños. Explíquenles lo de la
pistola cargada. Sáquenlo todo a la luz. —Foyle rio
salvajemente.— He terminado la última conferencia de la
Página 451 de 459
Cámara Estelar en el mundo. He descubierto el último
secreto. Ya no habrá más secretos de ahora en adelante... Ya
no más decirle a los niños lo que es bueno para ellos... dejen
que crezcan. Ya es hora.
—Cristo, está loco.
—¿Lo estoy? Le he entregado de nuevo la vida y la muerte
al pueblo que vive y muere. El hombre común ya ha sido
demasiado fustigado y dirigido por los hombres motivados
como nosotros... hombres compulsivos... hombres tigres
que no pueden evitar empujar al mundo ante ellos.
Nosotros tres somos tigres, pero ¿quién infiernos somos
para tomar decisiones por todo el mundo sólo porque
sintamos la compulsión? Dejemos que el mundo haga su
propia elección entre la vida y la muerte. ¿Por qué debemos
cargar con la responsabilidad?
—No nos la cargamos —dijo en voz baja Yʹang—Yeovil—.
Nos la cargan. Nos vemos obligados a tomar la
responsabilidad que el hombre medio evita.
—Entonces dejemos que acaben de evitarla. Dejemos que
acaben de lanzar sus deberes y sus culpas sobre los
hombros del primer fenómeno que pase a su lado
aceptándolos. ¿Es que hemos de continuar siendo por
siempre los chivos expiatorios del mundo?
Página 452 de 459
—¡Maldito sea! —se irritó Dagenham—. ¿No se da cuenta
de que no puede fiarse de la gente? No saben lo que es
bueno para ellos.
—Entonces que aprendan o mueran. Estamos todos juntos
en esto. Vivamos o muramos juntos.
—¿Desea morir por su ignorancia? Tiene que pensar en
cómo podemos recuperar esas cápsulas sin hacerlo estallar
todo.
—No. Yo creo en ellos. Yo era uno de ellos antes de
convertirme en tigre. Todos pueden dejar de ser comunes
si se les patea para que despierten como se hizo conmigo.
Foyle se recuperó y, abruptamente, jaunteó sobre la cabeza
de bronce de Eros, a quince metros de altura por encima de
la superficie de Piccadilly Circus. Se agarró como mejor
pudo y gritó:
—¡Escuchadme a mí, vosotros todos! ¡Escuchad, hombres!
Voy a sermonear, yo. ¡Escuchad esto, vosotros!
Un rugido le respondió.
—Vosotros, cerdos, vosotros. Vosotros la metéis como
cerdos. Tenéis lo mejor en vosotros y usais lo peor. ¿Me
escucháis, vosotros? Tenéis un millón en vosotros y gastáis
Página 453 de 459
céntimos. Tenéis un genio en vosotros y pensáis en loco.
Tenéis un corazón en vosotros y os sentís vacíos. Todos
vosotros. Cada uno de vosotros...
Se mofaron de él. Continuó, con la histérica pasión de los
poseídos:
—Tenéis que tener una guerra para gastar. Tenéis que estar
en líos para pensar. Tenéis que encontraros en problemas
para ser grandes. El resto del tiempo estáis sentados vagos,
vosotros. ¡Cerdos, vosotros! ¡De acuerdo. Dios os maldiga!
Os reto, yo. Morid o vivid y sed grandes. Haceos estallar
hasta el infierno o venid a buscarme a mí, Gully Foyle, y os
haré hombres. Os haré grandes. Os daré las estrellas.
Desapareció.
Jaunteó y subió por las líneas geodésicas del espacio—
tiempo hasta un Algunlugar y una Algunaparte. Llegó al
caos. Colgó en un precario paraAhora por un momento y
entonces se desplomó de nuevo al caos.
—Puede hacerse —pensó—. Debe hacerse.
Jaunteó de nuevo, una lanza ardiente lanzada de lo
desconocido hacia lo desconocido, y de nuevo se desplomó
de regreso a un caos de para‐espacio y para‐tiempo. Estaba
perdido en Ningunaparte.
Página 454 de 459
—Creo —pensó—. Tengo fe.
Jaunteó de nuevo y falló de nuevo.
—¿Fe en qué? —se preguntó a sí mismo—. No es necesario
el tener algo en qué creer. ¡Es necesario tan sólo el creer que
en algún sitio hay algo digno de creer!
Jaunteó por última vez, y la energía de su deseo de creer
transformó el para‐Ahora de su destino al azar en una
realidad...
AHORA: Rigel en Orion, ardiendo blancuazulada, a
quinientos cuarenta años‐luz de la Tierra, diez mil veces
más luminosa que el Sol, un horno de energía orbitado por
treinta y siete masivos planetas... Foyle flotó, congelándose
y sofocándose en el espacio, frente a frente con el increíble
destino en el que creía, pero que aún resultaba
inconcebible. Flotó en el espacio por un momento cegador,
tan impotente, tan asombrado como la primera criatura con
branquias que salió del mar y se quedó ahogándose en una
playa primigenia en el amanecer de la historia de la vida en
la Tierra. Y sin embargo, ambos hechos eran inevitables.
Espaciojaunteó, convirtiendo el para‐Ahora en...
AHORA: Vega en Lira, una estrella AO a veintiséis años—
luz de la Tierra, ardiendo más azul que Rigel, sin planetas,
Página 455 de 459
pero rodeada por multitud de cometas cuyas gaseosas
colas brillaban a través del firmamento negroazulado...
Y de nuevo transformó el ahora en un AHORA: Canopus,
amarilla como el Sol, gigantesca, atronadora en las
silenciosas extensiones del espacio, invadido al fin por una
criatura que en otro tiempo tuvo branquias. La criatura
flotaba, ahogándose en la playa del universo, más cerca de
la muerte que de la vida, más cerca del futuro que del
pasado, a diez leguas más allá del final del amplio mundo.
Se asombró de las masas de polvo, meteoros y motas que
rodeaban a Canopus en un amplio y plano disco como los
anillos de Saturno y del ancho de la órbita de este planeta...
AHORA: Aldebarán en Tauro, una monstruosa estrella roja
de una estrella doble cuyos dieciséis planetas tejían elipses
de alta velocidad alrededor de su par de soles. Se estaba
zambullendo a través del espacio—tiempo con creciente
seguridad...
AHORA: Antares, una gigante roja MI, apareada como
Aldebarán, a doscientos cincuenta años—luz de la Tierra,
orbitada por doscientos cincuenta planetoides del tamaño
de Mercurio, con el clima del Edén...
Y por fin... AHORA.
Página 456 de 459
Fue atraído a la matriz de su nacimiento. Retornó al
Nomad, ahora soldado a la masa del asteroide Sargazo,
hogar del perdido Pueblo Científico, carroñeros de las
rutas espaciales entre Marte y Júpiter... hogar de Jíseph que
había tatuado el rostro de tigre a Foyle, apareándolo con la
muchacha M$ira.
Gully Foyle es mi nombre
Y la Tierra mi nación.
El profundo espacio mi vivienda,
Y las estrellas mi destino.
La muchacha, M$ira, lo encontró en su armario de
herramientas a bordo del Nomad, encogido en una
apretada posición fetal, con su rostro hueco y sus ojos
ardiendo con la revelación divina. Aunque ya hacía tiempo
que el asteroide había sido reparado y vuelto a presurizar,
Foyle aún seguía con los gestos de la peligrosa
supervivencia que lo había hecho nacer años antes.
Pero ahora dormía y meditaba, digiriendo y asimilando la
magnificencia que había aprendido. Se despertó del
ensueño, pasando al trance, y salió del anuario, pasando al
lado de M9ira con ojos ciegos, cruzándose con ella que,
asombrada, se echó a un lado y cayó de hinojos. Erró a
Página 457 de 459
través de los vacíos pasadizos y regresó a la matriz que era
el armario. Se acurrucó de nuevo, y se perdió en sus
pensamientos.
Ella lo tocó una vez. Él no se movió. Ella le llamó con el
nombre que estaba grabado en su frente. Él no le contestó.
Ella se volvió y huyó al interior del asteroide, al sancta
sanctorum en el que reinaba Jáseph.
—Mi esposo ha vuelto con nosotros —dijo M9ira.
—¿Tu esposo?
—El hombre‐dios que casi nos destruyó.
El rostro de Jáseph se oscureció con la ira.
—¿Dónde está? ¡Muéstramelo!
—¿No le hará daño?
—Todas las deudas deben ser pagadas. Muéstramelo.
Jíseph la siguió hasta el armario a bordo del Nomad y
contempló fijamente a Foyle. La ira de su rostro fue
reemplazada por asombro. Tocó a Foyle y le habló; no hubo
respuesta.
—No puede castigarlo —le dijo M?ira—. Está muriendo.
Página 458 de 459
—No —le respondió suavemente Jáseph—. Está soñando.
Yo, como sacerdote, conozco esos sueños. Llegará el
momento en que despierte y nos cuente a nosotros, su
pueblo, sus pensamientos.
—Y entonces lo castigará.
—Ya ha encontrado el castigo en sí mismo —dijo Jáseph.
Se sentó al lado del armario. La muchacha, M9ira, corrió
por los enrevesados corredores y regresó momentos más
tarde con un cuenco de plata lleno de agua caliente y una
bandeja de plata llena de comida. Bañó con cuidado a Foyle
y luego puso la bandeja ante él como ofrenda. Entonces, se
sentó junto a Jáseph... junto al mundo... dispuesta a la
espera del despertar.
Fin
Página 459 de 459